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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Gracias por seguirme leyendo, ya se acerca el arco final. Muchas gracias por sus comentarios.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Veintiséis

–Ese mayordomo, en desgracia–

 

    –No sabía que ahora eran merodeadores nocturnos –el Cowboy ajusto su sombrero para tapar más su semblante.

    –La mocosa de al lado dijo que eran necesarios vestirse de esta manera.

    –¿Ella es Selina? Pensé que era un niño.

    Selina carraspeó para demostrar su inconformidad.

    –En unos años babearan por esta figura –la niña pasó sus manos por la silueta inexistente de daba que afirmaba tener.

    –Mayordomo, agradecería si dejas ir a mi hijo –prosiguió el cowboy sin prestarle la más mínima atención a Selina.

    –¡Calla! –Gritó Orville desde el suelo, una mueca de dolor se asomaba –¿Ahora si eres mi padre? Por favor, Cowboy, mejor largate y que me den una muerte digna. –en seguida pegó otro chillido de dolor.

    –Las cosas no son como crees, Orville –dijo suavemente.

    –Es duro, pero debemos encargarnos de él, causa molestias innecesarias.

    –Eso piensas, Phantomhive, te tengo un trato.

    –No me interesa hacer nada contigo, largate antes de que también seas un enemigo y asesinamos todo tu linaje.

    –Para ser un Conde no tienes buenos modales.

    –Me lo dice el que se cree en el viejo oeste.

    –A lo que voy, es que el puente al Valhalla estará completado en menos de una hora, si no lo detenemos todos los guerreros descenderán.

    –¿Valhaqué?

    –¿No lo sabes? La Reina planea usar al ejército del Valhalla para formar un gobierno oligárquico.

    –Mientes –rugió Ciel incrédulo.

    –¿Miento? ¡Estás viendo esa esa jodida torre y la tormenta! ¿y todavía me llamas mentiroso? –el Cowboy señaló potentemente a la torre, tal alta que se podía ver desde cualquier ángulo de la ciudad.

    Ciel se quedó inmóvil, la poca resistencia ante esa situación se desmoronaba como un castillo de arena. Lentamente la venda se deslizaba por su rostro hasta descubrir un poco de visión. La Reina, el único propósito por el que vivía, además del contrato con Sebastian; era una persona cruel. ¿Cuántas muertes habría en aquella guerra? ¿Los dioses estarían de acuerdo? ¡Los dioses! Finalmente hubo una saliente donde poner el pie y aferrarse a la mentira.

    –¿Cómo es posible que una humana pueda controlar a los guerreros del Valhalla? –una sonrisa de falsa victoria brotó de la nada.

    –No puede, pero hay algo. Hace un tiempo, desconozco cuanto, recibió en su poder a un bebé. Normalmente no lo hubiera aceptado, pero antes de ordenar que lo sacaran de su vista, el bebé lloró fuertemente y una marca se descubrió. Brillos azulados con violeta destellaron de aquel pequeño. Fue entonces cuando ella lo supo, era un contenedor. Desconocía la rama familiar. ¿Un Hammet Aligerhi? ¿Un De Ponteveccio? Le daba igual, tenía en su poder al contenedor de algún dios nórdico, un poder de aquella magnitud era beneficioso para criar. Hasta hace un año, de alguna manera descubrió que ese bebé; es el contenedor de Odín.

    >Escucha, Phantomhive. Esto es demasiado grande para ti, para tu mayordomo, incluso para mí. Lo que necesitamos es unirnos y formar un equipo. Los hermanos del origen tienen propósitos un poco diferentes a los nuestros, pero con un poco de…

    –¡Basta! –rugió Ciel temblando, tal vez por el frio del clima, o porque la venda finalmente cedía. Pero probablemente era lo segundo, la capucha del merodeador funcionaba como impermeable y Ciel estaba seco. –Mi trabajo aun es proteger a la Reina, haga lo que haga. ¡Sebastian! ¡Asesina al Lioncourt y luego al Cowboy! ¡Es una ord…!

    La oración de Ciel quedó inconclusa cuando fue tirado al suelo por Sebastian. Desde el suelo, entre arcadas de agua sucia que entraba a su boca, vio a alguien parecido al Undertaker, pero más joven. Blandía la hoz con excelsa elegancia.

    –Pero mira a quien tenemos aquí, François –Acke recargó su hoz en el suelo.

    –Acke –escupió el Cowboy como si fuera un mal trago. –Por si las cosas aún no se habían complicado lo suficiente.

    –También me alegro de verte.

    –Y veo que tienes esa misma estúpida sonrisa de siempre.

    Selina vio la situación. Orville Lioncourt tirado en el suelo, golpeado y con un brazo roto, el cowboy, un tipo llamado Acke, Ciel seguía igual de ciego y el mayordomo no podía hacer nada más que verlo hacer estupideces; y ella. Lo peor de todo: Odín estaba en el cuerpo de un bebé. Un bebé que sería utilizado para controlar parte del mundo. Se había convertido en un completo desastre, y eso era quedarse corto. ¿Qué debía hacer? Una niña de ocho años en medio de una guerra creada por el capricho y conveniencia de una anciana loca. Con un andar firme se fue acercando al Phantomhive que ya se incorporaba. Los pasos resonaban en el rio callejero, salpicando todo; apretó los dientes y con su mano derecha formó un puño. Sujetó al niño de la capucha y como si fuera un imán, tiró de Ciel hacia ella recibiéndolo con un potente puñetazo.

    Por un instante todos los ojos se posaron en ella. La vibración del golpe recorría todas las articulaciones de la niña. En su mente pasaban las cosas lentamente, el chorro de sangre que surcaba el aire, la sensación de romperle la nariz, las gotas de lluvia que caían en su traje. Finalmente el niño azotó en el suelo. Nada se escuchó más que el impacto de las gotas. Su respiración agitada era lo único que demostraba que aquel encapuchado era una niña. Se encimó en Ciel y se acercó lo más que pudo a su rostro, a unos centímetros de distancia lo miró con profundo odio. Apreciando como de su nariz escurría un rio rojo.

    –Me repugnas –susurró. –Miles de personas morirán por el capricho de la Reina que tanto regodeas de proteger, pero no puedes hacer nada sin tu mayordomo –esta vez Selina le susurró justo en el oído izquierdo –mereces ser el primero en morir. Un filo surcó el blando cuello de Ciel.

    –¡Sebastian! –gritó Ciel quebrantando el silencio.

    El mayordomo de mala gana colocó la mano sobre el hombro de Selina, como diciendo: <<venga, es suficiente, creo que ha entendido>>. No vio el rostro de Ciel por temor, se hizo el idiota el no captar el mensaje de su joven amo, era clarísimo:<<asesinala, que pague esta humillación>>.

    –No vales la pena, Phantomhive –una triste sonrisa se asomó entre las sombras de la capucha. Finalmente entendió lo que su diosa decía. Su muralla comenzaba a desplomarse frente a sus ojos. ¿Moriré?, esa idea cruzo su cabeza.

    Ciel se sentó en el suelo, el agua corría en su trasero y ahora, a pesar de que la capucha era impermeable, estaba mojado, adolorido y ensangrentado; todo por una niña de ocho años.

    –Sebastian –dijo casi inaudible –vamos a la casa real, tengo asuntos que tratar con la Reina –se dirigió al Cowboy –, compañero, te encargo al imitador de Undertaker, cuando acabes con él, nos vemos fuera de la casa.

    François ajustó de nuevo su sombrero y vaciló antes de decir:

    –Dejame el resto a mí, compañero.

 

    La Reina se encontraba en una gran habitación forrada de rojo, el suelo, las paredes e incluso el techo portaban ese color. Una linda decoración, pero en medio de todos los muebles, una cuna se mecía lentamente mientras la Reina Victoria tarareaba una canción. Todo estaba en penumbras pero un haz de luz se filtró a la habitación cuando la puerta, con un crujido revelador, daba paso a dos encapuchados. Uno sostenía en la mano, tirando del cabello, la cabeza cercenada de un guardia real. El otro limpiaba la sangre de una espada con la prenda cortada del uniforme blanco con dorado de la realeza.

    –Aquí tienes a tus guardias –dijo Leo, acto inmediato hizo rodar la cabeza como bola de boliche por la habitación hasta que chocó contra los pies de la Reina. Un rastro sanguinolento delataba el curso que tomó hasta su destino. 

    –Delhi, era un buen muchacho –miró la cabeza con amor, como si fuera un cachorrito moviendo la cola pidiendo algo –una verdadera lástima.

    Leonardo no creía de lo que era capaz la Reina Victoria, rodó hasta sus pies y aun así sigue impasible.

    –¿No tiene miedo? –preguntó Leo.

    –¿Miedo, por qué? –interrumpió su tarareo para preguntar.

    –Morirás a nuestras manos –respondió Blade que blandía la espada.

    –No, las cosas ya no pueden detenerse. ¿Saben cómo supe que este bebé era el contenedor de Odín? Hace tiempo, la diosa Freyja descendió para hablarme, indicándome que cuidará de esta criatura, educarla bien para que algún día fuera un poderoso líder. Pero pensé, controlar una nación no es digno para el padre de los dioses, no, tener ese poder implicar que todos deben temerte, venerarte. El mundo entero sería un lugar mejor si todos están bajo el dominio de Odín. Por eso, la muerte de una vieja no supondrá gran diferencia.

    –Pero si la muerte del contenedor –Blade se acercaba con el filo en mano, y aun así la Reina no parecía perturbarse.

    –El contenedor no puede morir –dijo meneando la cabeza –, por eso ordené crear el puente. Su ejército, el Valhalla será encargado de protegerlo hasta que se convierta en el destino.

    –¿Por qué no mantenerlo oculto hasta que creciera? –Leo iba detrás de su compañero.

    –Porque, Leonardo, a los guerreros, a los líderes, se les prepara desde muy jóvenes. A los espartanos, romanos, griegos, bárbaros, búlgaros y vikingos eran criados en el ambiente donde debían vivir; solo los que sobrevivían hasta la edad madura eran dignos de unirse a la tribu. Por eso, hermanos del origen, no pueden detener esto. –Un estruendo se escuchó en la habitación y una llamara de flamas azules envolvió a la Reina y a su lado se formaron dos criaturas, ambas mujeres. Altas y fornidas con cascos y adornos de plumas en forma de alas. Una portadora de espada y la otra de tridente. –Ellas son las Valquirias, fieles protectoras del Valhalla y sirvientes de Odín. Me pregunto ¿qué pensaran si le dijera que ustedes quieren asesinar a su padre, Odín? –una de ellas gruñó y golpeteó el suelo con la extremidad del tridente –Eso pensé. Entonces, esta es la despedida, Leonardo, hermano de Leonardo –.Tomó al bebé en brazos y antes de retirarse agregó: –Qué los dioses perdonen sus pecados y sus cuerpos no sean destruidos con las flamas azules de la pureza.

    La Reina se retiró por la puerta trasera dejando a dos fieras guerreras.

    –¡Oh! ¡Estúpida Reina terrenal, subestimando a tus adversarios! –burló Blade con gestos histriónicos.

    –Valquiria, lárguense de aquí si no quieren morir.

    –No me es posible, Loki –. Habló la del tridente.

    –Nuestra madre pidió que lo protegiéramos con nuestras vidas. ¿Cómo puedes hacerle algo así? Es el dios de los dioses.

    –Ahí estas en un error, valquiria, soy Loki y traiciono lo que quiera.

    –Y yo soy Tyr, siempre que quiero asesino a quien se me pegue la gana. Somos dioses, Valquiria, tú eres un siervo, mejor hazle caso a Loki y vete.

    –Si morimos, Tyr, será defendiendo lo que amamos.

–Fin del capítulo veintiséis–

Notas finales:

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