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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Sé que me tarde en actualizar, en mi defensa, tuve que esudiar en un curso por dos semanas, desayunaba, comía y cenaba diferentes materias, practicamente quería llorar. PERO, mi examen fue el 14 de agosto y finalmente puedo retomar la historia para acabarla. Tengo otros proyectos en mente (uno de ellos incluye escribir para un concurso de novelas), por lo que me perdonarán si hago los capítulos muy largos, deseo acabar con menos de cuarenta capítulos.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Veintinueve

–Ese mayordomo, vengativo–

 

    El filo se acercaba amenazante contra la piel de Sebastian. Rápidas y sucesivas defensas de espadas retenían el acero en el aire. Blade tomaba el control cada vez más, la danza se llevaba a su compás y Sebastian solo era capaz de retenerlo. A su alrededor cientos de batallas se desarrollaban, gritos de dolor acompañados por tronidos de metal y flamas azules propagándose en el campo de batalla los envolvían en papel de lija.

    Sebastian alcanzó a desviar una tajada de Blade de tal manera que era difícil que se recuperara y regresara a su defensiva. Una estocada directo al pecho, o eso fue lo que pensó Sebastian, pues de manera ágil, Blade se contorsiono haciendo que el filo rosara apenas parte de su piel. Una rajadura hizo correr sangre por su pecho. Blade respondió con un puñetazo al rostro de Sebastian y recuperándose de la extraña postura dirigió otra tajada a su hombre. El mayordomo interpuso su espada haciendo que los filos se deslizaran en diferentes direcciones con un chirrido chispeante. El viento incrementaba el fervor de la batalla ondeando las capas de los guerreros. Sebastian se agachó para evadir un ataque y estiró la pierna para usarla de látigo y tirar a su oponente, sin embargo, Blade detuvo la patada del mayordomo con la pura fortaleza del tronco de su pierna y Sebastian quedó inmóvil, vulnerable en el suelo. Blade propino varias pisadas y patadas. Alzó su espada con la punta hacia abajo y la dejó caer. Sebastian detuvo el acero con las palmas de sus manos.

    –Deja de luchar, Sebastian Michaelis –dijo Blade intentando hacerlo ceder.

    –No esperas que me rinda por esto, ¿Qué clase de mayordomo sería? –Sebastian aparentaba tranquilidad pero sus brazos temblaban ante la fuerza de empuje y el acero comenzaba a resbalarse.

    –Sigue hablando, solo ganas un poco de tiempo.

    –Entonces permítame regresarlo –dijo Sebastian doblando sus piernas y expandirlas como resortes contra el pecho de Blade. Con un quejido y escupiendo sangre salió disparado al aire.

 

    Era un lugar lúgubre y húmedo, las goteras crecieron hasta ser chorros de agua que creaban charcos en el suelo. Los sonidos de la batalla apenas eran pequeños murmullos a través de la gruesa pared de piedra.

    –Vamos, Phantomhive, esto no es nada. Si apenas entró en tu cuerpo –Selina intentaba animar a Ciel.

    –¿No te cansas de mentir? Siento todo el acero dentro de mí –dijo Ciel con la respiración agitada, intentaba tranquilizarla, regularizar su ritmo cardiaco; pero no tenía éxito y solo incrementaba el dolor. El sudor caía por su frente.

    –Sí, bueno… ¿cómo decirlo? Si dejo esa cosa dentro puede cortar más órganos y empeorar el asunto, pero si la saco sería como destapar una botella de champagne y dejar que todo salga, y cuando me refiero a <<todo>>, es la sangre. Lo mejor que puedo hacer es que resistas un poco más y buscar algo para detener la hemorragia y suturar.

    –No moriré por algo como esto.

    –Sé que no.

    –No me moveré, ve a buscar algo rápido.

    –Claro, ya regreso –salió disparada dirigiéndose a la puerta cuando pegó un pequeño respingo y regresó para darle un beso en la frente a Ciel –no soy tu mayordomo, pero algo es algo –esbozó una débil sonrisa ladeando la cabeza.

    El lugar donde se encontraba era una casa de clase alta al lado de la Casa Real, lograron salir gracias a una escaramuza que distrajo a los guardias. Selina se dirigió a la cocina hurgando en todos los cajones buscando cualquier cosa que le sirviera; al final encontró una lámpara de aceite y paños de cocina, nada de alcohol etílico para usar pero sí una botella de vino. Algo es algo –pensó Selina.

    Subió al segundo piso para conseguir la aguja que necesitaba, solo halló una caja con utensilios de coser: aguja e hilo.

    –La suerte no te sonríe, Phantomhive –dijo Selina observando la aguja recta.

    Bajó nuevamente al sótano, recostó a Ciel y se puso de cuclillas.

    –No te mentiré, esto te va a doler, demasiado –. Limpió la zona con vino y de un tirón sacó el cuchillo, tal como dijo Selina, la sangre brotó. Inmediatamente colocó un paño de cocina que no tardo en oscurecerse con el color negro rojizo y restañó la herida. Intentaba colocar el hilo en la aguja pero su mano temblaba haciéndola fallar. Ciel suspiró y dijo:

    –Toma vino.

    –¿Qué? –la voz de Selina salió temblorosa.

    –Toma vino –repitió el niño.

    Selina miró la botella, era vino blanco, su preferido era el tinto pero en esa ocasión no era para saborearlo. Decidida tomó la botella y dio varios sorbos antes de despegar su boca y dejarla nuevamente en el suelo con un estrepitoso ruido, cualquiera hubiera creído que pudo haberse roto. Puso sus manos en las piernas y respiró hondo, luego exhaló. Repitió el proceso y esta vez solo le tardó dos intentos en colocar el hilo en su lugar. Descubrió la herida e insertó la aguja, Ciel pegó un grito de dolor.

    –Es una aguja de coser, no está diseñada de forma curva y la punta es poco afilada. El hilo es débil, servirá siempre y cuando no te muevas mucho o se romperá, además no soy médico y puede que…

    –¡Callate de una puta vez! –gritó Ciel apretando los dientes.

    –Lo siento, estoy muy nerviosa ahora.

    –¡El que está siendo tratado como trapo viejo soy yo! Toma otro poco de vino.

    –No, gracias, el vino blanco es un asco.

    Ciel apretaba los dientes y evitaba mirar la herida.

    –Pensaba que ésta capucha protegía.

    –Menos de las traiciones, por eso se extinguió esa rama de la familia –completó Selina mirándolo seriamente –¿Debo suponer que tú ordenaste que el mayordomo le arrancara la cabeza?

    –Le dije que quería su cabeza –dijo encogiéndose de hombros –, se lo tomó muy literal.

    –Ya casi termino, solo una puntada más.

    –¿Dónde aprendiste a suturar?

    –Mi padre tiene muchos libros en la casa, Heimdallr lo obligaba a leer para obtener conocimientos, yo curioseaba de vez en cuando; aprendí un poco de latín.

    –Te asesinaré –dijo Ciel entre risas. ¿Quién diría que solo leer le salvaría la vida? Tan pronto comenzó así terminó, le dolía la herida.

    –¿et tu, Brutus? –burló la niña tapándose la boca con ambas manos –. Lo mejor es que reposes por un momento, si te mueves mucho el hilo de coser se romperá, no es tan fuerte como aparenta.

    –Claro, y dejar a Sebastian ahí sólo –dijo levantándose entre quejidos.

    –Estás gravemente herido –Selina intentaba detenerlo –, si sales conseguirás morir desangrado.

    –Nadie vive para siempre.

    –Fuertes palabras para un niño de doce años. Esto es más grande que tú y yo juntos, es más grande que toda Inglaterra.

    –Si el imperio de Odín se completa, todos moriremos. ¿Cuándo un dios a deseado el mundo terrenal?

    –¿Cuándo un dios a deseado a una mujer de carne y hueso para sí mismo? ¿Cuándo un dios ha declarado la guerra? Phantomhive, todo pasa por primera vez, los errores se repiten y son difíciles de corregir, por el amor de Abad, afuera están luchando héroes caídos en batallas, morirán por segunda vez.

    –Iré afuera, Selina, y es mejor que me dejes ir o desearas nunca haberme salvado –dijo mirándola con fervor ardiente. Fue entonces cuando entendió, el coraje de la familia Phantomhive es imparable, el cabeza se preocupa por sus siervos, familiares y amigos; ese es trabajo de Ciel Phantomhive.

    –Tuve una visión de ti –dijo la niña esbozando una sonrisa.

    –¿Viste mi muerte?

    –No

    Selina se retiró un mecho rubio que caía sobre su frente y se acercó al oído de Ciel para susurrarle.

    –Eres un heredero…

   

    Sebastian propinó una patada a las costillas, el crujir de los huesos al partirse era música para el mayordomo, sentía que con cada quejido de Blade se acercaba más al final. Tomó la cabeza de su contrincante y la golpeó con su rodilla al doblegarlo para adelante. Lo cierto era que ambos estaban heridos, cansados y aturdidos por todo el fragor de la batalla que se desataba a su alrededor. Los golpes eran más débiles y vagos, conectar un buen golpe era poco probable, he incluso la patada que le dio a Blade fue de suerte al intentar golpearlo en la rodilla herida que anteriormente descoyunto en una llave. Finalmente Blade se tiró sobre Sebastian sujetándolo del cuello intentando asfixiarlo, le tardó más de lo previsto colocar sus manos correctamente pues la sangre hacía que se resbalaran. Sebastian contrarrestó el ataque golpeándole con la rodilla en el estómago y tirándolo a un lado. Para ambos su cuerpo ahora era una extremidad dormida que no reaccionaba a sus deseos; Blade luchaba por intentar levantarse y Sebastian por dar bocanadas de aire. La espada de Sebastian estaba gastada y a cierto punto presentía que se rompería en cualquier momento, por otro lado, la espada de Blade no aparentaba ningún daño. Esa es el arma de un dios de la guerra, pensó.

    Las cenizas azules surcaban el aire revoloteando por todos lados. Sebastian dio un zarpazo con la mano y el aire causado por la fuerza hizo que una corriente de viento arremolinara las motas azules en una danza frívola y sin sentido. Blade recibió el golpe con la cara y la sangre salpicó el suelo, acto seguido, un puñetazo se incrustó en su boca rompiendo algunos dientes y aturdiéndolo. Blade solo vio una mancha negra borrosa que era su contrincante. Lanzó una patada desorientada y por pura suerte, sintió como se hundía en la mejilla del mayordomo, este fue lanzado hacia un costado y se quedó rezagado en el suelo. Sus músculos entumecidos aclamaban descansar, una huelga en su interior decía tener suficiente, pero no, no acabaría hasta que uno de los dos exhalara el último aire de vida.

    Sebastian tanteó el suelo con sus dedos buscando su espada, arrastrándose por el suelo soltando gotas de sangre en su camino. Blade daba pasos pesados, siguiendo al mayordomo. Cuando lo alcanzó propinó una gran pisada en la espalda, Sebastian gritó. Otra patada en las costillas hizo que se volteara boca arriba y solo pudo ver un destello plateado y quebradizo, una cortina roja y un dolor punzante en el torso. Blade lo atravesó con la propia espada que Selina le había regalado.

    –¿Buscabas esto, Sebastian Michaelis? –dijo Blade, exhausto. Su respiración agitada solo era perturbada por la aterradora sonrisa de victoria que portaba en el rostro.

    Sebastian escupió al aire un poco de sangre y sostuvo con ambas manos el filo de la espada para evitar que se enterrara más en su cuerpo, cosa que dejo de hacer casi de inmediato pues sintió que no solo atravesó, sino que también se enterró en el suelo. Algunos fragmentos de metal que  no soportaron el impacto fueron alojados en su cuerpo, como perdigones. Su vista se tornó nublosa y finalmente su cuerpo dejó de obedecerle.

    –Un dominio no es capaz de enfrentarse a un dios –dijo victorioso Blade.

    –Eres solo un contenedor –susurró Sebastian desde la negrura de sus ojos.

    –No, hace tiempo que no hablas con Blade.

    Entonces finalmente lo pudo ver, el aura asesina que emanaba del cuerpo de Blade, esa mirada inhumana y la aterradora y afilada sonrisa. Era Tyr. Un charco de sangre ganaba terreno bajo Sebastian, su cuerpo temblaba y comenzó a tener frío, vio alejarse a la silueta que momentos antes fue Blade antes de hundirse en una nébula negra que lo tragó.

   

    Ciel acababa de abrir la puerta al exterior cuando un sujeto pegó contra la pared exterior de la casa y se deslizó hacia el suelo dejando una marca roja. Una flecha se alojó en su cabeza, justo en medio de los ojos.

    El escenario enfrente de Ciel era temible, un brillo horrendo de color azul se alzaba por el cielo, ríos de sangre corrían por las calles que aún estaban inundadas por la tormenta. Indagó entre los espacios que dejaban los guerreros para ver si encontraba a Sebastian. No hubo resultado. Desenfundó sus cuchillas y las empuñó, en medio de esa batalla parecía casi ridículo, pero era mejor que ir a mano desnuda. Una mano lo sostuvo del hombro, Ciel pegó un respingo y arrojó una tajada.

    –Espera… ¡Auch! –exclamó Selina, adolorida. Una fina cortada en la cara hizo correr un hilo de sangre.

    –Lo siento –se disculpó Ciel de corazón, finalmente agarró un afecto por Selina.

    –No pasa nada, yo hubiera hecho lo mismo –dijo frotándose la herida y mirando su mano que se tintó de rojo.

    –Es mejor que te quedes adentro, es peligroso estar aquí.

    –Tú pareces un enano en peleas de titanes.

    Ciel arrojó una mirada de despreció fingido y la sujetó de la mano para correr al furor de la batalla. Arrojaban miradas en todas direcciones buscando a Sebastian. Tropezaban con cuerpos y los miraban de reojo para seguir su camino. Miembros cercenados, armas quebradas y cadáveres quemándose en bellas flamas azules, era todo un espectáculo.

    –¡Allí! –exclamó Selina que corrió a la derecha de Ciel y acuclilló al lado de un encapuchado, fue cuando Ciel reconoció el traje del merodeador nocturno.

    Selina descubrió la cabeza del mayordomo echando la capucha al suelo. Ciel, desde lo lejos, pudo ver como una espada, no cualquier espada, la espada de Selina; estaba incrustada en el torso de Sebastian. Su mayordomo estaba inconsciente.

    –Fin del capítulo veintinueve–

Notas finales:

Gracias por leer y no olviden comentar. HI SELINA.


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