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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Mayordomo Negro: Cenizas azules

Capítulo Tres

–Ese mayordomo, es espectacular

 

    El anciano sentado en la silla sosteniendo una copa de vino en la mano, miraba a sus dos intrusos calmadamente y una leve sonrisa bordeando las comisuras de los labios. La luz del candil era reflejada en los cristales de los lentes.

    –Phantomhive… El perro de la Reyna, no tengo idea de en donde está.

    –No te hagas el desentendido, tu hijo fue a buscarlo.

    –Hace tiempo que no sé nada de mi hijo, pero sí sé algo, ustedes tienen a mi nieta –. El anciano dio un sorbo de la copa.

    –Está bien. Nuestra principal preocupación es el Phantomhive, si no lo detenemos ahora, será un problema para nuestros planes.

    –Tal vez, si me entregaran a mi nieta…

    –No juegues con nuestra paciencia, anciano.

    El encapuchado de la izquierda volteó para mirar a su compañero. Luego, miró al anciano que ahora tenía cruzadas las piernas y bebiendo vino.  

    –Podemos hacer un trato.

    –Tu camarada es más astuto que tú –. Dijo dirigiéndose al prepotente, este solo hizo un ademan de querer empuñar su espada.

    –Si nos da el paradero del Phantomhive, le digo en donde esta Selina.

    El anciano medito unos instantes.

    –Hoy por la tarde, un sujeto vestido de mayordomo estaba indagando un poco acerca de la familia Nasnarin, no estaría mal suponer que al final logró descubrir que los Lioncourt estaban con ellos en el proyecto de la Reyna. Los vi en el bar de la prostituta Lulu, bueno, lo que queda de ella. 

    Un encapuchado asintió. Salieron por la ventana de la habitación. El anciano los miró con expresión inescrutable.

    –Al final no me dijeron dónde está mi nieta –. Dio un sorbo a su copa. –Ya lo sabré eventualmente.

 

    Ciel empujó a su mayordomo.

    –¿Qu…? ¿Qué se supone que haces? –. Exclamó con unas mejillas sonrojadas y un tonó de reproche en su voz.

    –Lo ayudo a desvestirse, como lo hago todas las noches –. Sebastian ni se inmuto. La sonrisa de siempre estaba en su rostro.

    –No es necesaria tu ayuda, puedo hacerlo solo –. La vergüenza de Ciel se notaba en cada palabra.

    –Como usted lo desee. My Lord.

    Permanecieron en silencio durante un momento.

    –Me gustaría un poco de privacidad –. Gritó Ciel como si eso fuera obvio.

    –Lo lamento, es posible que estemos en peligro desde que comenzamos la investigación, dejarlo solo un momento significaría su muerte.

    –Sebastian, es una ord…

    Ciel se quedó congelado a media oración cuando Sebastian se acercó lo suficiente a él, moverse tan rápido y en silencio. Ese es el mayordomo de los Phantomhive.

    –My Lord. ¿Tiene vergüenza que lo vea desnudo? –. La sonrisa desapareció.

    –Cla… Claro que no –. Nuevamente Ciel se puso rojo. Sentía como su corazón se aceleró con solo pensar en Sebastian mirando su cuerpo desnudo.

    –Entonces deje hacer guardia mientras se cambie y mientras duerme –. Sebastian estaba lo suficientemente de Ciel para que este oliera su aliento, suave y envolvente en menta. Su aroma corporal ¿Sebastian usaba perfume? Tenue y elegante, lo suficientemente fuerte para notarse pero no tanto para molestar.

    –Está bien, pero dame la espalda –. Desvió la mirada, sentía que esos ojos rojos podían penetrar hasta su alma, saboreándola.

    –Yes, my Lord –. La sonrisa regresó en forma de triunfo.

    Ciel desabotono la camisa y dejó su tersa piel al descubierto. La seda se deslizó, acariciando su cuerpo. Se quitó el parche dejando al descubierto el pacto. Sentía su cara caliente, rojiza como un jitomate; saber que Sebastian estaba a su espalda, y aun que estuviera volteado al otro lado, presentía que lo podía ver.

    –He acabado.

    –Yes, my Lord.

    –Mañana iremos a…

    Un ruido estridente se escuchó y antes de saber lo que ocurría, Ciel se encontraba entre los brazos de Sebastian en signo protector. Logró mirar hacia arriba, la fiera expresión de Sebastian mirando al frente con esos ojos de caza. Su corazón se aceleró nuevamente, sintiéndose indefenso, pero a la vez, en el lugar más seguro del mundo. Al final, regresó a la situación en la que estaba.

    Dos encapuchados empuñaban armas frente a ellos.

    –Perro de la Reyna, por fin te encontramos, es mejor abandonar–. Dijo uno.

    –No tiene sentido hablar con ellos, asesinémoslos –. Señaló el otro.

    –My Lord –. Susurro Sebastian, no dejaba de ver con fiereza a sus adversarios.

    –Sebastian, acabá con ellos –. Su pacto del ojo comenzó a brillar.

    Ambos enemigos tomaron posición de ataque; una filosa espada y una pistola con un puñal para corta distancia. El de la espada se abalanzó primero.

    –¡Es una orden! –. Gritó Ciel.

    –Yes, my Lord.

    Con impresionante destreza acomodó a Ciel hasta atrás y detuvo la estocada con el brazo derecho, la bala del segundo la detuvo con los dedos de la mano izquierda y propino un rodillazo al más cercano, retrocedió en dos zancadas y colocándose al lado de su compañero para protección. Aprovechando la pausa, Sebastian se quitó los guantes y sonrió escalofriantemente. Una patada en el estómago es todo lo que sintió el herido antes de salir volando por la ventana. Los reflejos del otro fueron suficientes para detener con sus manos una potente segunda patada del mayordomo, sin embargo, quedo desprotegido para un giro de la otra pierna y golpear en las costillas, quedando contra la pared sin respiración. Este inclinó su cuerpo a un lado para evitar un puñetazo que se incrusto en la pared despedazando el lugar del impacto, trozos de piedra salieron volando por los aires y el polvo revoleteo en un torbellino. Sebastian sostuvo a su adversario de la capucha y giro sobre su eje, arrojándolo por la ventana.

    –My Lord, permanezca aquí, regresaré en cuanto pueda.

    Sin esperar respuesta, salió por el mismo lugar.

 

    El primero en localizar le apuntaba con su pistola. Sebastian esquivo la bala girando en el aire ganando impulsó para esquivar las otras tres que se precipitaban en su dirección, desvió su trayectoria hasta una esquina de la calle. El de la espada lo esperaba en una emboscada, arrojó tres tajadas, el mayordomo las esquivo ágilmente y en un descuido, agarró la mano que empuñaba la espada, giró el brazo contra las manecillas del reloj y con la rodilla lo partió a la mitad. El sonido de los huesos rompiéndose se acompañó de un grito desgarrador; acto seguido, el tintineo del metal concha el piso. Sebastian ladeo la cabeza esquivando una bala, pero no lo suficientemente rápido para evitar que rozara contra su piel. Un fino hilo de sangre escurrió por su mejilla. Encono los ojos mirando al adversario que se acercaba corriendo. El encapuchado salto girando de atrás hacia adelante con la pierna derecha extendida, Sebastian interpuso él también su pierna chocando contra la otra, una fina sensación atravesó su pecho superficialmente. Cuando cayó al piso observo la herida, la sangre avanzaba entre las fibras de su camisa blanca. Sus ojos adquirieron un aura espeluznante.

    El encapuchado guardo su puñal y sacó otra pistola. Miró por el rabillo del ojo a su compañero.

    –Te pondrás bien.

    –¡Ese bastardo me pario a la mitad el jodido brazo! ¡Hijo de puta!  –. Gritó encolerizado. Con la otra mano tomó la espada del suelo. –          Lo Asesinaré.

    –Tus sentimientos harán que…

    Una leve briza lo envolvió. Miró al frente para ver a su compañero enfrentando al mayordomo. Quedaron cara a cara.

    –¡Mis sentimientos harán que despedace a este cabronazo! –. Rugió.

    Giró para dar una patada invertida justo en la cabeza. Sebastian se agachó para esquivarla y preparó un puñetazo de abajo hacia arriba. El encapuchado la evadió a duras penas entre gemidos de dolor, seguido de un grito ahogado del segundo puñetazo que conecto Sebastian a su abdomen. El adversario doblegado de dolor, Sebastian levanto los dos brazos esperando despedazar la nuca del enemigo con los codos, pero una bala atravesó su hombro derecho y otro rasgo la camisa en la zona del pecho. Una ráfaga de balas se aproximaba. Uso al compañero del enemigo como escudo, las balas rasgaron el pecho, las extremidades y la sangre brotó sin control en una cascada roja. Sebastian dejo que la gravedad hiciera su trabajo, soltó al infeliz, este cayó de rodillas para después desplomarse boca abajo contra el suelo. El otro encapuchado, percatándose de su error, chasqueo la boca en gesto de irritabilidad. Corrió en confrontación disparando, estaba seguro que apuntaba bien, su precisión era perfecta, pero las balas no impactaban contra el objetivo. Cuando se acercó lo suficiente, guardo las pistolas cambiándolas por dos espadas cortas, un poco más largas que el puñal. En un solo ataque arrojó tajadas al pecho del mayordomo, este se agacho y en una patada baja hizo que el encapuchado perdiera el equilibrio cayendo al suelo. Sebastian se encimó y con la misma capucha, comenzó a asfixiarlo. Un dolor punzante apareció en el abdomen de Sebastian, luego otro y otro, él se apartó y vio las heridas, profundas y mortales si fuera humano. Su adversario ya se había levantado cuando volvió a mirarlo, estaba jadeando intentando recuperar la respiración. Hizo un movimiento con la capucha y esta se desplomó en el suelo no sin antes surcar por el aire. Sebastian dirigió su mirada en donde dejó al otro; ya no estaba.

 

    –Te tardaste, Sebastian –. Fue lo primero que dijo Ciel cuando su mayodomo entro por la puerta. Herido.

    –Lo lamento. My Lord –. Me llevó más tiempo de lo esperado. Se paró frente a Ciel e inició el proceso de desvestirse. 

    –¿Qué haces? –. Dijo Ciel con vergüenza.

    –Cambiarme de uniforme, este ya no me sirve.

    –Quien diría que un par de asesinos lograrían hacerte sangrar –. Dijo en tono burlón. Muy en sus adentros estaba preocupado por las heridas.

    –Los subestime, son rápidos y uno de ellos tiene una puntería endemoniada.

    –Ya le comenté a la anciana del accidente. Aceptó que pagara los daños y nos cambió de habitación, me iré adelantando –. Ciel se detuvo al lado de Sebastian cuando él le hablo.

    –Al levantar al encapuchado pude verlo bien, era un niño de tu edad, rubio con ojos morados y una marca debajo del ojo derecho. Una flecha apuntando hacia arriba –. Sebastian no miró a Ciel, seguía cambiándose.

    –Esas características corresponden a la familia Lioncourt.

    –Al final si están involucrados.

    –Puede que sean los últimos del linaje, tal como conozco a uno.

    Ciel abandonó la habitación en silencio.

 

–Fin del capítulo Tres–


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