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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Cuando acaben de leer espero sus comentarios. ¡Gracias de ante mano!

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Siete

–Ese mayordomo, es temerario–

 

    El carruaje vibraba sobre el camino de piedras que llevaba a las afueras de Londres. Una vieja casa de campo donde se crio Orville cuando sus padres lo abandonaron y una anciana se hizo cargo de él, hasta hace unos años cuando murió y Orville, solo, se unió a la familia Lioncourt. El viejo Luther les contó que era el lugar más probable que usaran como cuartel. Ciel bajó del carruaje con la capa, sombrero de copa y bastón en mano. Las largas botas negras salpicaron agua estancada de la lluvia vespertina, el cielo aún seguía nublado y parecía que se preparaba para llorar otra vez. El niño alzó la vista para apreciar la casa, cliché de un cuento de hadas donde la anciana era amable y preparaba pie de manzana para ponerlo en el marco de la ventana. Sebastian se adelantó a su joven amo y abrió la puerta para verificar trampas o cualquier otro peligro que pudiera existir en la guarida de asesinos.

    –Es seguro entrar, my Lord –. Dijo Sebastian desde la puerta.

    –Te tardaste –. El niño lo miró con rencor.

    –Lo lamento, joven amo –. Dirigió una sonrisa juguetona. Ciel apartó la vista.

    –Revisaremos todo de pies a cabeza, si no encontramos a Selina puede que esos bastardos le hayan hecho algo.

    –Ya revisé todo, hay una puerta secreta en una pared, es posible que el accionado se encuentre en la sala.

    –Siempre tan servicial ¿no es así?

    –Soy el mayordomo de los Phantomhive.

    No tardaron en encontrar el accionado, estaba oculto dentro de un adorno de mesa. Una estatuilla con forma de anciana, posiblemente la que cuido de Orville.

    La puerta se abrió dando paso a unas escaleras descendientes con forma de caracol.

    –Esto parece de la edad media –. Exclamó Ciel mirando con asco los descuidados escalones y agrietadas paredes formadas con piedras.

    –Si lo prefiere puedo llevarlo en brazos, joven amo.

    –¡Claro que no! –. Gritó antes de apretar el paso y bajar por las escaleras. Sebastian lo seguía detrás con una sonrisa placentera, le encantaba hacer sonrojar a Ciel, cuando eso pasaba; sentía que desprendía un olor atrayente.

    El fuego de las antorchas bailaba con el aire que lograba colarse en el pasadizo y las sombras se distorsionaban, acompañados del eco causado por las pisadas contra la piedra, un lugar lúgubre sin duda.

    –¿Escucha eso? –. Preguntó Sebastian deteniéndose repentinamente, agudizando el oído.

    –¿Escuchar qué? –. La voz de Ciel salía irritada.

    –Más abajo, la voz de una niña.

    Ciel comprendió el hecho y sin esperar otra palabra de su mayordomo, pego carrera escaleras abajo. Cuando dejó atrás el último escalón, ante él apareció un cuarto con paja y más antorchas para alumbrar. Murmullos ahogadas llegaron claramente a sus oídos. Mirando a todos lados en busca del lugar donde provenían. Una celda improvisada y dentro una niña amordazada.

    –¡SEBASTIAN! –. Gritó Ciel, sintió que su voz recorrió todo el recinto hasta salir por la entrada secreta, metros más arriba.

    –¡Yes, my Lord! –. Sebastian golpeó la cerradura con la mano y un chasquido metálico resonó.

    –Me llamo Ciel Phantomhive, te sacaré de aquí –. Dijo desatando a la niña.

    –My Lord –. Susurró Sebastian.

    –Éste no es el momento.

    –Me siento extraño… algo desorientado –. Sebastian arrastró las palabras.

    –¿Qué dices? –. Ciel dejó lo que estaba haciendo para voltear a ver.

    –La sensación viene de aquel cuarto –. Señaló a una puerta entre abierta.

    –Ignoralo, debemos sacar a Selina de aquí –. No le dio importancia y se preparaba a seguir con lo suyo cuando la suave mano de Sebastian lo apresó.

    –No puedo ignorar ese aroma –. Después de decir eso tiró de su amo.

    El cuarto estaba infestado de papeles, documentos para ser precisos. Información de los Nasnarin. Una cama desarreglada.

    –¿Esto es lo que me querías enseñar? –. Ciel miraba con asombro el pequeño cuarto, montañas y montañas de dossiers. –Ellos reunieron más información que tú –. Envió una mirada coqueta a Sebastian.

    –Eso no es lo que… My Lord. Perdóneme por esto.

    Sebastian se abalanzó sobre Ciel formando un abrazo potente. Cayeron sobre la cama, esta hizo un rechinido.

    –Sebastian –. Escupió en un tono molesto que fue silenciado con un beso.

    Murmullos apenas lograron escapar del muro que formaba Sebastian con su boca. Los empujones que propinaba Ciel no hacían más que intensificar el momento; sin darse cuenta, su respiración se volvió agitada y la de Sebastian era caliente y acogedora. Finalmente, rindiéndose ante su mayordomo, logró sentir los suaves labios de Sebastian contra los suyos. De la nada, un aroma rosal lo envolvió en un canto, perdiéndolo en alta mar. Reaccionando, Sebastian estaba dominándolo totalmente, estaba tendido en la cama, con el demonio sobre él. De forma gentil, la mano desnuda (no supo el momento en que los guantes lo abandonaron) se deslizaba sobre los botones casi bailando una pieza romántica y seductora. Uno por uno los botones fueron cediendo y dejando al descubierto la blanca piel de su Lord. Un suave rose sobre el pecho fue suficiente para desatar una tormenta eléctrica haciendo que su espalda se arqueara y un gemido rebotara en los oídos de Sebastian, para él fue, al menos, un anuncio que le daba acceso a todo el cuerpo de su joven amo.

    Sus labios saborearon el cuello, pecho y abdomen. Ciel perdía su pudor entre cada beso apasionado. Lo quería detener, pero no podía, sus músculos se relajaron al punto de sentir solo placer. Quería más, pero a la vez no quería nada. Una manta negra nubló su visión.

Ahora solo era Ciel y su mayordomo.

 

    Harvey se le había adelantado, sin dudarlo un instante se arrojó sobre la pobre mujer, con acero en mano listo para regar sangre. El corte fue limpio, de lado a lado en el abdomen, separando totalmente el cuerpo en dos partes. La sangre siguió el curso curvo de la espada. En un danzante espectáculo rojo, se estrellaron contra la pared y parte del piso. Mientras el torso caía, a Orville se le fue el tiempo en cámara lenta, los ojos de la mujer parecieron haberlo reconocido en una suave expresión, una sonrisa desbordada en dolor acompañaba el hermoso rostro, que, a pesar de ser mayor, seguía siendo hermoso. Un golpe seco contra el piso indico el final de su película. La sangre del torso comenzó a salir sin control en un gran mar que amenazaba con inundar la sala.

    Harvey sin mirar su obra, sacó un pañuelo y limpio la sangre del acero.

    –¿Qué se supone que haces? –. Dijo en tono desafiante cuando se dio la media vuelta y vio que Orville le apuntaba con sus dos pistolas, listo a disparar. –No hagas nada estúpido, a esta distancia mi espada te alcanzará antes de tan siquiera, apretar el gatillo.

    –Somos compañeros, dije que te detuvieras –. Orville estaba llorando y temblaba de furor. Una chispa lo encendió.

    –Exactamente, somos compañeros –. Avanzó con pasos pesados y temerarios hasta Orville, pero este no disparó. Cuando estuvo a centímetros de él, lo agarró de la capucha y casi lo alza. –Y por eso no nos apuntamos mutuamente con las armas. Si hay algo que quieras decir… ¡Dímelo sin apuntarme! –Propino un puñetazo al pecho y lo dejo caer al suelo.

    Orville aun intentando recuperar la respiración se limitó a mirarlo. No era fácil de explicar, decir de repente que esa mujer le parecía familiar, un instinto broto desde lo más adentrado de él para protegerla, y ahora se encuentra partida por la mitad. No podía ni mirarla.

    –Es mejor que nos vayamos –. Escupió Orville intentando hundir a sus adentros un tonó amenazador.

    –No, nos quedaremos hasta saber que ocurre contigo.

    –Exactamente, todos nos quedaremos hasta saber que ocurrió contigo –. Una voz gruesa atravesó la habitación como un rayo. –Pero antes me gustaría saber quién asesino a esa dama que me importaba tanto. Fuiste tú, ¿no es así mocoso?

    El extraño sujeto miraba a Harvey que aún tenía la espada empuñada. Por su parte, Harvey miró al extraño, al otro lado de la habitación. La penumbra del pasillo impedía verlo bien, pero era alto, esbelto y con un sombrero al estilo vaquero, y extrañamente su ropa se asemejaba a uno.

    –¿Quién eres tú para que te responda lo que quieras?

    –Que chico tan altanero. ¿Acaso la sangre limpia de los Lioncourt se te subió a la cabeza?

    Harvey enconó los ojos con desprecio. Sabía que era un Lioncourt, y peor, los encontró sencillamente rápido. ¿Quién era ese sujeto?

    –Levantate –. Se dirigió a su compañero, no se atrevió a decir su nombre.

    Orville reconoció al sujeto como un oponente y tanteo su cintura buscando las pistolas que descansaban en sus fundas. Una bala rosó su mejilla, sintiendo el calor. Una bala pasó a centímetros de su cabeza.

    –Ni lo intentes mocoso, el único que tiene el problema es él –. El extraño tenía un revolver en su mano, tambor con seis balas. ¿Cuándo fue que desfundo? –Ese lindo Lioncourt fue el que partió a la mitad a esa mujer, ¿cierto?

    Orville solo asintió. Harvey le dirigió una mirada dura y penetrante.

    –Bien, ya tienes la espada empuñada, vamos a jugar.

    Una sonrisa malévola fue mostrada de oreja a oreja, casi no parecía humana. Harvey apenas reaccionó a tiempo para interponer su acero entre él y el plomo. El chasquido del metal caliente surco el aire en ondas chispeantes. Fue en ese momento, donde descubrió que su contrincante era poderoso. Estaban en una habitación pequeña, sostenía una espada y el otro una pistola. Quería reír por su favorable suerte. Ésta ocasión detuvo las balas con más facilidad, desviándolas a los lados. Estando a pocos metros de distancia se agachó y tomó impulso con las piernas, formando un resorte para una tajada potente. El filo fue detenido por otro metal, un cañón de pistola. ¿De dónde salió esa arma?

    Orville veía todo desde el suelo, sin saber qué hacer. Dio un vistazo al cadáver de la mujer, luego a Harvey y por ultimo al extraño pistolero que se enfrentaba de manera superior a su camarada. Si no entraba en acción, Harvey moriría.

    Harvey movió la cabeza a un lado para esquivar el disparo a quema ropa que estaba a punto de tragarse. El aire caliente abofeteó su mejilla y cerró un ojo en una mueca de dolor. Intentando despejar la pregunta del por qué su espada no cortó por la mitad el cañón, deslizó el filo para recuperar posición de combate.

    Las pistolas seguían escupiendo balas, y cuando se quedaban sin carga, el extraño recargaba de forma endemoniadamente rápido. Un revolver recargando de esa forma… era cómico. Más balas surfearon el aire, pero no eran enemigas. Orville se había levantado dispuesto a entrar en escena desenfundando sus pistolas.

    –Esto no te incumbe, niño –. Dijo con desprecio en individuo.

    –Ahora es un dos contra uno –. Esbozó una sonrisa antes de apretar el gatillo.

–Fin del capítulo Siete–

Notas finales:

No olviden comentar, es importante para seguir el fanfic. Muchas gracias.


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