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Atrapado por Jesica Black

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Atrapados

III

 

Unos días después.

 

Camus gritaba muy fuerte y lloraba cuando los médicos entraron a la habitación, parecía perturbado emocionalmente y afirmaba a raja tabla que Milo había entrado en su habitación. Cuando los médicos fueron a buscar a Milo, este se encontraba sentado en su cama leyendo una novela de misterio, iba en la página veintidós, por lo cual llevaba un rato.  Cuando regresaron con Dégel, quien trataba de mantener en calma al pelirrojo le afirmaron que Milo se encontraba en su cuarto.

–¡Les estoy hablando en serio! –gritó enojado y comenzó a golpear con sus piernas a cualquier enfermero que se le acercara.

–Ya basta, váyanse todos y déjenme asolas con él –pidió Dégel señalando la puerta, los enfermeros se fueron y eso hizo que Camus se tranquilizara–. Camus ¿tú sabes por qué estás aquí?

–Creo…..creo que sí –bajó la mirada.

–Tu “madre” vino aquí y nos contó que has tenido de estos ataques en tu casa, que has intentado acuchillar a uno de tus hermanos…..–Camus levantó un poco la mirada pero volvió a bajarla–. Es una enfermedad crónica, que tendrás toda tu vida, Camus, por lo tanto, tendrás que empezar a controlarla.

–¡Él vino! ¡Me puso su….él me puso! No sólo una vez ¡Varias! –sollozó, estaba frustrado, le dolía el cuerpo y al mismo tiempo no sabía qué hacer o decir.

–Todo es una ilusión Camus, debes tranquilizarte….–se acercó muy lentamente para tocarle la cabeza, pero el chico se distanció–. Tranquilo, no te haré nada, ven, tócame….soy real.

–Lo…lo sé….–susurró acercando su mano.

–Bien, tranquilo Camus, ahora tomarás tus pastillas y dormirás un poco ¿de acuerdo? –el pelirrojo afirma con la cabeza.

–¿Y si viene?

–No te preocupes, hay seguridad aquí y cámaras de vigilancia –mintió–. El no vendrá, créeme, tú debes estar tranquilo….

–Eso espero –susurró.

 

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Habitación de Kardia.

 

–Dime Dégel, ¿vives con tus padres? –preguntó mientras mezclaba las cartas que llevaba en las manos.

–No, mis padres viven en Francia, soy francés.

–¡Francia! He estado allí –asiste, Dégel sonríe y también asiste–. La torre Eiffel, muy hermoso.

–Es verdad, es muy lindo Paris….y tú supongo eres de aquí ¿verdad? Dime….cuéntame sobre tu vida –se prepara para escribir.

–Bueno, yo nací aquí en Atenas. Mi madre y mi padre eran……supongo que personas normales –suspiró–. Luego tuvieron a mi hermano, Milo, y un tiempo más tarde tengo el recuerdo de haber visto a mi mamá siendo infiel a mi padre en el auto.

–¿Hmm? ¿Se separaron?

–Algo así, mi madre comenzó a tomar y nos golpeaba, papá no aparecía……luego nos enteramos que mamá había volcado el auto y fallecido en el acto, fuimos a un lugar de acogida donde no la pasamos nada bien. Siento que los problemas de mi hermano se debe a eso –comienza a mezclar las cartas otra vez–. No me gusta hablar de eso.

–No sabía que fuiste a una casa de acogida.

–Bueno, no sé si sabes pero mi hermano es diez años menor que yo, tiene diecisiete, en ese instante yo tenía trece y él tenía tres, obviamente los que querían un niño pequeño estaban empecinados en adoptar a Milo, pero a mí con trece, se pensaron que sería un estorbo.

–¿Estorbo? ¿Por qué lo serías en una pareja que busca tener un hijo? Yo creo que es todo una alegría.

–Era grande, ya estaba educado a mi manera y tenía la patología que tengo ¿sabes? –Bufa suavemente y comienza a repartir las cartas–. Fuimos creciendo y la cosa fue peor, a los dieciocho me fui de casa.

–¿Te trataban mal?

–No, en realidad no sé, creo que no me trataban de ninguna forma….hice mi vida, estuve muchos años trabajando, rompiéndome el culo por mi hermano, para darle un futuro mejor porque era lo único que me quedara; cuando empecé a trabajar para el servicio de inteligencia de estados unidos, supe donde estaba mi papá….

–Hmmm –anota, Kardia tomó el brazo de Dégel para que dejase lo que estaba haciendo–. Me pone incomodo que escribas delante de mí.

–Ok, no lo volveré a hacer…

 

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–¿Cómo te sientes? –ingresó al cuarto, esta vez, el más joven tenía el cabello atado y le llegaba hasta sus glúteos, unos shorts y una camiseta de Mickey mouse color gris que le llegaba a la mitad de sus muslos, justo del mismo largo que sus shorts.

–Bien….la ropa me queda grande.

–Eres muy delgado ¿has comido? –Preguntó, Jean señaló en su escritorio medio sándwich–. ¿Y por qué no comes el resto?

–No tengo hambre –murmuró bajando la cabeza, Deuteros niega y escribe en su libreta: Falta de apetito.

–Supe que pronto será tu cumpleaños –se sienta en la cama, Jean se encontraba parado al lado de la ventana–. ¿Has pensado que quieres? ¿Tal vez bonetes y una torta de Mickey?

–¿Cuántos años crees que tengo? –frunció el ceño, Deuteros sonrió, al menos el chico estaba haciendo progresos significativos.

–No sé ¿diez? ¿Ocho?

–¡Trece!

–Aun no –se levanta rápidamente y le pone una mano en el hombro–. Si necesitas algo, avísame.

–¿Puedes….abrazarme? –esta vez Deuteros suspiró y se sintió acorralado,  pero definitivamente su cuerpo no toleraba La falta de aquella muestra de afecto y sucumbió, con los ojos abiertos esta vez le abrazó, poniendo la mano en la cabeza del chico apretándola contra su cuello y sin querer observando toda la fisonomía del muchacho desde arriba–. Gracias.

–No, gracias a ti….–intentó salir, pero se sentía algo incomodo. Abrió la puerta y la cerró lo más rápido que pudo, luego echó un vistazo adentro desde la ventanilla y vio como se soltaba el cabello y estos caían elegantemente sobre sus caderas.

–¿Qué ves? –preguntó una voz detrás de él y se alarmó, Dokoh era uno de los veteranos allí, tenía cuarenta años y estaba casado con Shion, un terapeuta infantil que ahora era jefe del pabellón de menores.

–¡Nada, nada!

–¿Tienes problemas con el nenito? –Dokoh se acerca y mira por la ventana–. Wooo…..

–Ya basta, ¿qué quieres? –Gruñe, Dokoh estaba a punto de quejarse pero Deuteros vuelve a hablar–. Es mi paciente, no me gusta que lo miren con lascivia.

–Bueno, bueno, me preguntaba como estabas con Jean, porque Shion me ha comentado sobre él –suspiró pesadamente–. Según Shion tiene depresión mayor con claras situaciones de intentos de suicidio, pero lo veo bastante bien.

–Le gusta recibir visitas –cruza los brazos–. ¿Algo más?

–Sí –saca de su guardapolvo un frasco de pastillas–. El psiquiatra de la sección infantil te pide que le administres ésto.

–¿Qué es?

–Son antidepresivos, pero menos fuerte…..tu sabes los efectos secundarios que tienen los primeros antidepresivos que le dimos, mejor usar algunos que sean más leves para el cuerpo que tiene él….recuerda darle uno cada veinticuatro horas.

–Claro, claro, ¿crees que me olvido de mis pacientes? –gruñó.

–No me sorprendería, te has olvidado de muchos de ellos, ahora sólo te veo en el pabellón de la sección infantil todo el tiempo.

–Perdón por preocuparme de un menor de edad que acaba de entrar en mi radar de pacientes –cruzó los brazos–. Sólo quiero darle a ese chico un futuro mejor.

–Quieres darle, que es diferente. Recuerda Deuteros, ese chico tiene depresión….imagínate que pasaría si descubriera que le tienes ganas.

–No le tengo ganas, es un nene…míralo –observa por la ventanilla pero el chico seguía de espalda a él, mirando la ventana, sus cabellos caían por la cintura y las caderas, su cuerpo era tan fino y muy bien formado–. ¿N-no vez que es un…un niño?

–Sí, lo veo perfectamente –susurró–. Bien, iré a ver a mis otros pacientes, cuídate.

–Gracias….–suspiró al notar que Dokoh se retirara, voltea a ver nuevamente la ventana , lo mejor sería irse lo más rápido de allí, pero grabó la figura en su mente.

 

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                Le taparon la boca por solo un momento mientras volvía a repasar su cuerpo con la yema de los dedos. “Es todo una ilusión”, le decía continuamente aquella voz. ¿Era realmente una ilusión? Lo sentía tan real, pero  recordaba que anteriormente había tenido manifestaciones de ese tipo, gente que en sus propios sueños le decía que lo que veía no era real, hasta su propia madre Krest se lo comunicaba continuamente.
Cerró sus ojos y se dijo a si mismo que ésto no era real, una y otra vez hasta que los toques cesaron, sus ojos se abrieron y observaron la claridad del cuarto del cual entraba la luz. Se levantó, le dolía el cuerpo pero no era menos doloroso que lo que ocurría cuando le inyectaban. Quitó las sábanas de su cuerpo y se levantó; estaba descalzo, con  la túnica del hospital y ropa interior abajo. Miró para ambos lados y forzó la puerta cerrada, la golpeó y la abrieron rápidamente dejando entrar a Deuteros.

–¿Qué pasa? –Preguntó, Camus intentaba hablar pero no le salían las palabras de lo aturdido que estaba por la medicación–. ¿Quieres salir? –Mira la lista que llevaba en las manos–. Justamente vino tu madre para verte, como eres nuevo aquí te dejaremos verlo, pero usualmente sólo vienen el fin de semana para no alterar a los demás.

 

                Le extendió la mano para que la tome y con mucha desconfianza Camus la agarró. Lo llevó hasta el centro del lugar, allí había una especie de salón gigante con muchas mesas, en las cuales había una o dos personas esperando. Krest se encontraba allí, cabizbajo y al borde del llanto mientras Alexander masticaba chicle justo al lado de él. Camus señaló a su madre y Deuteros le llevó.

–Hola, ¿usted es el señor Krest Florit? –Preguntó el gemelo, Krest se levantó y extendió su mano–. Soy Deutero Salmos, soy uno de los psiquiatras encargados aquí, el hombre que lo atendió, el castaño bajito, es Dokoh, uno de los veteranos de este lugar, usted sabe que el neuropsiquiatrico Atenas se creó hace muy poco tiempo….

–Sí, lo sé, gracias –sonríe, Deuteros pudo entonces ver la belleza de esa mesa, Krest y sus dos hijos eran extremadamente bonitos y no esperaba menos de la familia de Jean. Giró para irse y se topo directamente con el menor de edad, caminando junto a Shion–. ¿Qué hace aquí?

–¿Lo querías tener encerrado en su cuarto? –Rio–. Dokoh me contó que vino su “madre”, entonces fui a buscarlo –le da una palmadita ligera en la espalda–. Señor Krest Florit, mi nombre es Shion Ariano y soy el jefe de la sección infantil en esta clínica, mi pabellón es el tres –Jean se sienta en la silla frente a su madre y al lado de su hermano mayor–. Bueno, cualquier cosa que necesite, estamos a su disposición.

–Gracias, yo….no sé qué hacer –Krest observa a sus hijos acongojado, no entendía que había hecho mal para que sus bebés padezcan lo que estaban padeciendo.

–Bueno, cualquier cosa que necesite, puede avisarme. Vamos Deuteros –Shion gira con su cabello largo y se retira con pasos precisos. Deuteros mira hacia atrás y ve como el menor se da la vuelta para mirarle–. ¿Qué pasa?

–Nada….me preguntaba si ese chico, Krest, estará bien –mintió, Shion sabía que lo hacía pero no dijo nada.

–Claro, sólo hay que darle tiempo para que acepte las patologías de sus hijos ¿has visto al chico que vino con él? –cuestionó–. Es Alexander Florit, de catorce años.

–Sí, lo he visto –Deuteros en realidad no había mirado a nadie, no era observador.

–Bueno, ese chico parece también tener problemas aunque no estoy seguro cuales, le he observado antes que fuera a buscar a Jean –cruza de brazos–. Tal vez deberíamos hacer una evaluación diagnóstica con todos los miembros de esa familia.

–Estoy de acuerdo.

–¡Shion! –Ambos giraron para ver al hombre de nacionalidad china acercarse a ellos, Dokoh sonreía, era bajito pero no tanto como Shion lo era–. ¿Tienes algo que hacer?

–No, sólo cuidar a los internos que están hablando con su familia.

–¿Puede Deuteros hacerse cargo de ello? –le guiña el ojo, el gemelo menor suspira sabiendo lo que seguía.

–Por supuesto ¿dónde será esta vez?

–La sala de musicoterapia está vacía, y también hay colchonetas y algunos juguetes –Shion inmediatamente sonríe y le pasa los informes a Deuteros.

–Si es demasiado trabajo, dale la mitad a Aspros –musitó antes de retirarse con su esposo.

 

                Shion y Dokoh llevaban veinte años de casados, habían comenzado a trabajar juntos desde hace quince años y no podían estar más feliz por ello. Tenían dos hijos, Mu y Kiki, los cuales siempre se los podía ver en la puerta para entregarle algo a sus padres que se hubieran olvidado en casa. Mu tenía quince años y Kiki solamente siete.
A Deuteros le pareció “tierno” que la vida sexual de ambos haya perdurado a pesar de todas las cosas que se encontraban allí, él a sus treinta años se encontraba sexualmente activo pero incapaz de hacer algo, pues su vista estaba siempre en sus pacientes que necesitaban ayuda. Giró su cabeza y dada a su increíble altura, pudo observar desde la ventana de la puerta la mesa del fondo donde estaba la familia Florit, especialmente a su pequeño gran paciente. Se mordió los labios, tal vez era eso, su sexo le jugaba una mala pasada.

 

                Mientras tanto, dentro del salón, Krest tomó la mano de sus dos hijos internados, cada uno llevaba una pulsera de plástico roja, con el nombre grabado. Krest lloró bajito, sus hijos intentaban contenerlo, era difícil todo lo que le estaba pasando y necesitaba decirlo.

–Perdón –susurró más para si que para ellos, aunque los chicos le escucharon–. Perdón, es mi culpa, mi horrible culpa.

–No tenemos nada que disculparte –habló Alexander, porque sus hermanos no podían hacerlo, pero se le notaba en los ojos su pesar.

–No hay palabras en este mundo que expresen lo que siento al ver sus hermosas caritas –les observa, ambos vestidos prácticamente igual, salvo que Jean tenía una camisera debajo de la túnica–. Vendré todos los días de ser necesario aunque no me dejen verlos, quiero que estén bien…..lamento haber sido una pésimo padre.

–¿Por….por qué dices eso? –esta vez fue Jean quien pudo comunicarse sin necesidad de usar su mirada, Alexander se sorprendió.

–Mi madre me decía que yo no sería bueno en esto y tenía razón, ahora me carcome la cabeza pensar que fue mi culpa y por ello están aquí.

–Mamá, basta….–exclamó Alexander–. Nadie tiene la culpa, estas cosas pasan.

–Pero, ¿dos en la misma familia? –Observa a su hijo del medio y éste no sabe qué hacer, niega con la mirada y la baja–. Vengo a decirles, hijos….que…..yo me siento terrible por ésto y quiero ayudarlos

–Mamá, no llores…..–susurró Jean, quien también estaba comenzando a lagrimear, Camus no decía nada hasta que pudo formular una respuesta:

–Mamá….yo te amo…–el pelirrojo mayor estiró la mano–. Hiciste lo que pudiste, eras muy joven…

–Ca-Camus…

–Me brindaste ayuda cuando más la necesité….no estoy triste por estar aquí….

–Aun así Camus….no sé que hice mal para que tengas que sufrir ésto y tomar esas mierdas que te dan para que dejes de……no….soy el único culpable, lo siento –le toma la mano y las besa. Camus observa a sus hermanos con nostalgia.

 

                Somos cuatro con el corazón roto….

 

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                En el consultorio de Deuteros, este se encontraba de una forma bastante incómoda. Había cerrado la ventanilla de la puerta para que no se viera hacia dentro, las cortinas las corrió y prendió una luz solamente. Se sentó en el sillón y sacó su miembro afuera para masturbarse. Odiaba hacerlo pero tenía qué, no aguantaba más y no podía ir con esa erección hasta el baño porque se notaría. Como siempre tenía un montón de pañuelos desechables en su cajón del escritorio, por lo cual mientras con una mano manipulaba el miembro con la otra sacaba la caja.
Jaló y jaló, su mente vagó y no sabía que pensar, sólo se le venían imágenes de su ex, imágenes de de uno de sus pacientes: ¿Cómo podía comprar a Asmita con Jean tan rápidamente?
Deuteros era casado, o mejor dicho separado, tenía un hijo de cuatro años que vivía con Asmita en las afueras de Atenas, actualmente vivía con su hermano mayor que estaba en la misma situación que él, se había casado y divorciado tan rápido que no pudo tener hijos.

–Aaaah…..aaaah….–cerró los ojos y se dejó llevar por aquella sensación placentera, estaba a punto de llegar al orgasmo cuando la puerta fue golpeada.

                Una vena palpitante apareció en su frente y tiró más fuerte para llegar más rápido, abajo y arriba mientras golpeaban otra vez. Apretó sus dientes y volvió a jalar, esta vez con más fuerza hasta que el líquido blanquecino y gelatinoso comenzó a salir a borbotones. Tomó de los pañuelos desechables y comenzó a limpiarse las manos y su miembro.

–¡Ya voy, ya voy! –tiró el papel en su cesto personal, se acomodó la ropa, abrió las ventanas y se dirigió a la puerta para ver a su hermano detrás de ella.

–¿Qué diablos te pasa? –preguntó, Deuteros negó con la cabeza.

–Nada, nada…. ¿qué diablos quieres?

–Crisis en el pabellón dos, Saga nuevamente, tienes que ir a darle una inyección a un paciente –cruzó los brazos. Deuteros frunció el ceño y abrió la puerta en su totalidad.

–Huele raro aquí.

–Está muy cerrado –se encaminó hasta su escritorio y abrió el tercer cajón, allí tenía algunas jeringas–. ¿Dónde está la medicación?

–La tiene Dokoh.

–¿Y dónde está Dokoh?

–Con el paciente.

–¿Y el paciente?

–¡En el pabellón dos! ¡Pon atención! –chasquea los dedos frente a su hermano. Deuteros frunce el ceño nuevamente y se va. Aspros se queda allí parado y echa un vistazo al cesto de basura, puede notar unos pañuelos manchados y suspira, al menos ahora sabe porque Deuteros no le respondió rápido.

 

Fin del capítulo III.

Notas finales:

Bueno, a ver, un poco sobre esto. Acá podemos ver que Camus es consciente de su patología, esto no ocurre en todos los esquizofrénicos pero ocurre en aquellos que han generado conciencia a pesar de su estado.
Por otro lado, podemos ver una atracción sexual de Deuteros hacia su asexual paciente (Jean no entiende lo que genera), ya veremos más adelante la reacción de Aspros con respecto a él.

También vemos como Camus reacciona a una posible relación sexual con Milo aunque no la hemos visto, la veremos (¿será una ilusión o será real? Ya verán)
Por otro lado, hay otros pacientes aquí como por ejemplo Saga, Kanon y Albafica. Ya aparecerán nombrados o en consultorio en los próximos capítulos.

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