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Dream of love por Mizuki_sama

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Notas del capitulo:

¡Hola!
una aclaracón importante, el prologo fue escrito hace cosa de tres o cuatro años, por tanto el estilo de escritura con respecto al primer capitulo (y por tanto al resto de la historia) diferiran un poco, con todo la historia y su desarrollo sigue siendo el mismo, porque sigue en mi cabeza.


Me gustaría que la primera entrega que tuvieron de la historia la tomaran como un prologo y esta entrega como el primer capítulo.

Gracias y disculpen las molestias.

Capítulo Primero

La primera vez que el marqués de Michaelis vio a Alois Trancy no estaba de humor para ver a nadie, había asistido a la fiesta de té de Lady Rousell por mera cordialidad y planeaba abandonarla a la menor oportunidad, cuando escucho la combinación perfecta entre el canto y la música y miro en dirección a la causa de sus dudas, entonces había visto la viva expresión de belleza inglesa, Alois Trancy, aunque entonces no sabía que se llamaba así, solo podía ser calificado como tal, con aquella piel casi translucida, sus ojos azules y aquellos cabellos rubios atados en una cola y sin embargo dejando escapar mechones que enmarcaran grácilmente su rostro, Sebastián había tenido que recurrir a todo su autocontrol para no lanzarse a cortejarlo, y por tanto violar una tonelada de normas de buena conducta, ahí mismo.

Sin embargo todo su autocontrol le había ganado la ayuda de lady Rousell que describió a Alois “como un sueño de verano” y le dio todas sus referencias, aunque también le advirtió que sería difícil que lograra que el joven se casara con él, siendo tan joven y también tan amado, el joven marques había contestado con una sonrisa clara que aquello no importaba y que lograría casarse con Alois aunque tuviese que arrastrarse delante de su señoría el conde Trancy.

No fue necesario llegar tan lejos. (Solo fueron necesarias unas cuantas trampas)

Sus razones por otro lado no fueron ni tanto tan románticas como las que lady Rousell imaginaba, de hecho se habría casado con la primera debutante que se le hubiera puesto en frente de no ser porque había visto a Trancy y había perdido, un poco , el norte.

Sin poderlo evitar confesaba que aquella primera vez había sido algo muy semejante al amor a primera vista, pero no era tal, estaba completamente seguro de ello, pero eso no impedía que el anhelara conseguir su belleza a como diera lugar.
Pero la búsqueda de futuro consorte había venido de algunos días antes de conocer a tan hermosa joya, cuando se encontraba con una “amiga intima”


Flash Back

—Tengo algo muy importante que decirte— Lady Lyford había hablado con una entonación que había provocado que él, que daba los últimos toques al nudo de su corbata, le prestara atención.
Estaba mirándose en el espejo y al ladear un poco la cabeza pudo ver a la condesa, recostada sobre las almohadas del lecho, con el cuerpo desnudo tan bello e iridiscente como una perla.
Al contemplar su rubia cabellera caída sobre sus blancos hombros, el marqués había pensado que sin duda era la mujer más hermosa que hubiera cortejado, y también la más apasionada.
— ¿Qué es? — le preguntó, sin demasiado interés, aunque cuidándose de no demostrarlo.
—Debes casarte, Sebastián.

El marqués se quedó tenso e inmóvil, después se volvió para decir divertido:
—No me parece el momento más apropiado para hablar de ataduras sagradas.
—Hablo en serio, Sebastián- el tono de ella tenía un tinte de reproche- y sí es el momento apropiado.
— ¿Sugieres que nos casemos? – había preguntado dándose media vuelta para verla directamente.
— ¡No, por supuesto que no! –exclamo ella levantándose un tanto de las sabanas para mirarlo —Aunque te aseguro que sería lo que más me agradaría. Pero George nunca me daría el divorcio. Jamás ha habido un escándalo en la familia Lyford.
— ¿Entonces qué te preocupa?- pregunto él elevando una ceja.

No cabía duda de que estaba preocupada. Fruncía el entrecejo, lo que alteraba la perfección del óvalo de su rostro, y sus ojos azules estaban oscurecidos por la inquietud.
— ¡La reina se ha enterado de lo nuestro! — exclamo al fin con perfecto dramatismo.
— ¡Es imposible! — contesto él, pensando enseguida que no lo era tanto, la reina Victoria era…
—Como bien sabes, no existe nada imposible para la reina— “una perfecta metiche” —Siempre hay alguna vieja envidiosa, tal vez familiar tuya o de George, que le murmura al oído informes plenos de veneno.
— ¿Qué te hace suponer que Su Majestad sospecha? – pregunto mirándola ahora y acercándose a ella.

—Me lo insinuó— el marqués se sentó en el borde de la cama que acababa de abandonar. La condesa se irguió un poco, aunque lo único que cubría su desnudez era la larga, rubia y sedosa cabellera parecía, pensó el duque, el sol al amanecer, pero en ese momento su belleza le resultaba indiferente. Trataba de concentrarse en lo que acababa de decirle—fue anoche, en el baile —explicó la condesa—cuando terminó la pieza y nos separamos, la reina me llamó. Sonreía y me senté a su lado, pensando que estaba de buen humor-hizo una pausa y agregó—debí recordar que cuando sonríe es mucho más peligrosa.
—Continúa —ordenó él con voz un tanto dura mientras pensaba rápidamente.
A pesar de que aún no se había puesto la chaqueta, estaba muy elegante con una fina camisa bordada con su monograma, el alto cuello blanco y la corbata gris.

Poseía una figura atlética, de hombros anchos y esbeltas caderas. La marquesa lo miró, la arruga desapareció de su frente y, sin poder contenerse, extendió una mano hacia él. Pero Michaelis la ignoró.
—Prosigue, deseo saber qué te dijo Su Majestad –recordaba haber dicho aquello con un tono de mando inadecuado para una dama como ella.
—Con ese ingenio que encubre su maquiavélico cerebro, dijo: “Creo, condesa, que debemos encontrarle esposa al Marqués de Michaelis.”
“¿Una esposa, Su Majestad?”, le pregunté.
“Ya es tiempo de que se case”, continuó diciendo la reina. “Los marqueses solteros y apuestos siempre resultan una mala influencia.”

La marquesa hizo un gesto con las manos.

—Como comprenderás, Sebastián, en ese momento estaba demasiado sorprendida como para responder. La intención de la reina era inconfundible. Entonces agregó: “Debe usar su influencia, condesa y, por supuesto, tacto. Son dos cualidades que admiro mucho y siempre busco en mis damas de compañía.”

Permanecieron en silencio hasta que, un momento después, ella añadió:

— ¡Sabes cuánto deseo ocupar ese puesto junto a la reina! Les daría una lección a mis arrogantes y criticonas cuñadas, que siempre me han visto con menosprecio y no ocultan su disgusto ante el hecho de que George se haya casado con alguien joven y sin importancia.

— ¡Tu presencia daría vida y esplendor a Windsor! —comentó él con cinismo.

—Y al Palacio de Buckingham. Olvidas que la reina viene a Londres con más frecuencia que antes.

— ¿Y crees que, en ese caso, podríamos seguir viéndonos?

—Una vez casado tú, sí. De otra manera, no. La reina encontraría la forma de impedirlo, estoy segura. Y también sé que no me aceptará a su lado si no estás casado o al menos comprometido.
Sebastián se puso de pie, se dirigió hacia la ventana y miró los árboles de la plaza que había afuera.

— ¡Así que yo debo sacrificarme!

—Tendrás que casarte algún día, Sebastián-señalo ella- debes tener un heredero.

—Lo sé, pero no hay prisa.

—Yo creo que, con todas tus aventuras, es tiempo de que sientes cabeza.

— ¿Crees que lo haría? — preguntó con una nota de divertido cinismo en la voz.

— ¡No puedo perderte, Sebastián! —Exclamó la condesa — ¡Jamás amé a nadie como te amo a ti! Sabes bien que me excitas como ningún otro hombre.

— ¡Y muchos lo han intentado!- exclamo él a su vez mirándola con ojo crítico.

—Yo era muy desdichada. A George sólo le interesan las urnas griegas, la historia antigua y los grandes maestros italianos – “oh, estoy seguro que si, sobre todo los vivos”

La condesa hizo una pausa antes de agregar con voz apasionada:

—Deseo vivir el presente. Ni el pasado ni el futuro me importan. Sólo deseo que me ames y podamos estar juntos, como ahora.

—Pensé que habíamos sido muy discretos.

— ¿Cómo lograrlo en Londres? —Preguntó ella — La servidumbre habla, la gente observa los carruajes que llegan y, por si eso fuera poco, están todas esas mujeres que te miran con ojos hambrientos y me detestan porque ya no te interesas en ellas.

—Me halagas, Clarice- se burlo él.

—Sabes que es verdad. Si yo he tenido algunos amantes, no significan nada comparados con la legión de mujeres a quienes dejaste con el corazón roto.

Él había lanzado una ligera exclamación de disgusto y volvió al espejo para terminar de arreglar su corbata y ella se dio cuenta de que estaba molesto y recordó que siempre le disgustaban las referencias a sus numerosos amoríos, pero estaba tan segura de él que se dijo que nada podía afectar el salvaje embeleso que los unía, nunca había tenido un amante más apasionado o ardiente y estaba decidida, a pesar de la reina y de todas las dificultades que se viera obligada a vencer, a no renunciar a él.

—Escucha, Sebastián, tengo la solución perfecta para el problema.

—Si te refieres a alguna tonta jovencita, no me interesa.

— ¡por lo que más quieras, sé sensato! Tarde o temprano deberás casarte y yo no puedo perder la oportunidad de convertirme en dama de compañía de la reina. Eso me otorgará la respetabilidad que jamás he tenido.

—No me sorprenderá si al cabo descubres que es como una piedra de molino atada a tu cuello.

—Todo será más sencillo — suplicó la marquesa— Podremos vernos no sólo en Londres sino también en el campo.

— ¿Por qué lo dices?

—Porque hasta ahora ha sido difícil que me visites en mi casa de campo o que yo vaya al Parque Doncaster. Pero cuando estés casado y yo sea amiga de tu consorte, tendremos miles de pretextos.

— ¿Realmente crees que una esposa te aceptaría como su amiga?- pregunto él ligeramente escandalizado ante la idea que su esposa y su amante fueran amigas.

— ¡Por supuesto que lo hará! En especial el consorte que te he elegido— y esa había sido en realidad la gota que había colmado el vaso.

Sebastian se había dado vuelta vuelta y exclamó:

— ¡Esto es demasiado, Clarice! Si crees que voy a permitir que elijas a mi futura “consorte” —hizo las comillas para darse más énfasis — estás muy equivocada, además los donceles…

—No seas tonto, Sebastián. Sabes bien que jamás estás en contacto con ninguna jovencita o doncel. ¿Cómo podrías hacerlo en tu club, aquí en Newmarket, Epson o Ascot, o en tu coto de caza de Leicestershire?

—Reconozco que hay pocas debutantes en tales lugares— acepto con una sonrisa.

—Entonces debes dejarlo en mis manos, además querido esta mas comprobado que los donceles pueden ser mucho más dóciles que una jovencita –ella elevo un dedo en el aire moviéndolo como si tratara con un niño¬— No sólo puedo proporcionarte un consorte complaciente, dócil y de buena cuna, sino también esos acres de tierra que siempre has deseado en el extremo del Parque Doncaster.

— ¿Te refieres a la tierra de Trancy?

— ¡Exacto! Si te casas con Alois Trancy podrás pedir como dote ese terreno que su padre posee contiguo al tuyo.

— ¡Vaya, Clarice, me presentas un plan completo! Pero ni siquiera conozco a ese joven. Vamos, incluso ignoraba que existiera — había sonreído pero la miraba con cierta ansiedad velada en sus ojos.

—Pero siempre has codiciado ese terreno que, como dijiste, te permitiría construir una pista de carreras para ejercitar tus caballos.

El marqués no podía negar que era verdad.

Siempre le había molestado saber que el Conde de Trancy, su vecino en Hertfordshire, poseía un terreno que en otra época había sido parte de la propiedad de su familia, pero que su abuelo perdió en un juego de naipes.

Como si se diera cuenta de la ventaja que tenía en la discusión, la condesa prosiguió:

—Como sabes, el conde está atravesando por una situación política muy difícil después del último escándalo que su hijo mayor ha protagonizado y estoy segura de que no se negara a tener un yerno importante… y rico. Alois Trancy es un sueño, todos lo dicen, aunque muy joven. De hecho, si no lo comparas conmigo, en realidad es una belleza.

—Por ese comentario imagino que es un rubio de ojos azules.

—En efecto. Ideal para ti, querido, tú sabes perfectamente que las y los rubios siempre lucen mejor las joyas que aquellos de cabello oscuro— entonces había lanzado un suspiro—mi amor, sabes lo mucho que me dolerá ver a otro a tu lado, luciendo los diamantes Michaelis, que son mucho mejores que las joyas que posee George- gimoteo un poco y luego apretó los labios antes de agregar—Pero, mi vida, comprende que ninguno de los dos está en condiciones de enfrentarse a un escándalo, aun cuando estuvieras dispuesto a fugarte conmigo; cosa que dudo.

— ¿Si te lo pidiera, aceptarías? — había preguntado mas por curiosidad que porque en realidad planeara proponérselo.

La condesa, sin embargo, reflexionó un instante y luego confesó:

—Me lo he preguntado con frecuencia y, para ser sincera, creo que no. No soportaría vivir en el extranjero, rechazada por todos los que me conocen. Tú sí. Los hombres siempre pueden hacerlo. Es la mujer la que sufre en estos casos.

Él sabía que lo que decía era cierto.

—Muy bien, Clarice, has sido muy persuasiva. Pero, por supuesto, necesito tiempo para pensar.

—No hay tiempo. Los dos sabemos que existe una vacante para dama de compañía y que, con seguridad, una decena de viejas ambiciosas intrigan sin cesar para que las elijan a ellas, a sus hijas o a sus sobrinas... pero no a mí.

— ¿Sugieres que tome una decisión inmediata sobre algo tan importante?

—Si me amas no titubearás. Sería una agonía inexpresable tener que decirnos adiós. No creo poder soportarlo- había contestado ella a prisa mirándolo con sus bonitos ojos oscuros llenos de pasión y anhelo.

—Podríamos seguir como hasta ahora —sugirió el marqués.

— ¿Crees que la reina no se enteraría? ¿Cómo podríamos reunirnos sabiendo que nos espían y que todo lo que hagamos o digamos puede llegar a los oídos de la Vieja Araña que teje su tela en Windsor?

—Te prometo pensarlo seriamente.

Tomó su chaqueta y se la puso.Cuando ella lo miró, la blancura de su piel hacía resaltar el azul de sus ojos.

— ¿Te importo?

—Sabes que sí. Pero el amor es una cosa, Clarice, y el matrimonio, otra.

—Es el amor lo que cuenta- Sebastian le tomó una mano y se la llevó a los labios.
—Gracias, Clarice, por hacerme tan feliz- ella cerró sus dedos sobre los de él y lo empujó contra sí.

—Adiós, mi maravilloso y magnífico amado —susurró. Levantó sus labios hacia él.

El duque trató de resistirse, pero era demasiado tarde.Sus labios apasionados lo mantuvieron cautivo y el fuego que estaba tan cerca de la superficie surgió en él para unirse al de ella.El marqués tuvo la sensación de que no sólo se rendía ante el violento deseo de la condesa, sino también ante la pérdida de su libertad.

Pero en ese instante eso carecía de importancia.

Fin del Flash Back

Tampoco había tenido importancia después de haber visto a Alois Trancy en la fiesta de té donde inteligentemente la condesa se había asegurado que el marqués conociera a aquella joya, lo que no había planeado, era que el marqués se sintiera tan encantado por aquel joven que la abandonara a ella y a sus otras amantes de manera casi definitiva.

— ¿No piensa así Michaelis? –la voz del conde Phantomhive lo saco de sus pensamientos, logrando formular una sonrisa clásica antes de contestar con voz serena.

— Por supuesto- le había devuelto la mirada sin demasiada fuerza, conocía a Phantomhive de mirada, pero hasta aquella fiesta apenas había cruzado dos palabras con aquel hombre.

—Me imagino que siente ansiedad porque la boda se haga lo más pronto posible, mi actitud fue semejante cuando me case – sonrió comprensivo, Sebastián sonreía también mientras recordaba algunos ruidos no tan santos de hacia tres semanas en un invernadero, podía jurar que quien estaba con Vincent, no era precisamente Rachel Phantomhive.
—Ciertamente lo espero con ansias, ahora, si me disculpan, creo que he vuelto a perder de vista a mi prometido –su voz salió jovial y alegre, antes de abandonar la compañía de aquel grupo para buscar a Alois.

Notas finales:

solo me queda decir que ojala os haya gustado la continuación.



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