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Modelo solitario por Fullbuster

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Kise Ryota

 

 

 

Los labios de Aomine eran extrañamente dulces y suaves, tenían una ternura que hacía volverme loco pero a la vez… pese a tener ese tacto tan dulce en los labios, sus besos eran puro fuego y pasión, eran demandantes y posesivos, eran diferentes a los de cualquiera otra persona a la que hubiera podido besar, incluido a los de Akashi que eran fríos y no parecían mandar ningún sentimiento, los de Aomine eran mejores o a mí personalmente me lo parecían.

 

- ¿Qué le has hecho a Akashi? – volví a preguntarle y él sonrió.

 

- Nada de lo que debas preocuparte.

 

- Venga… en serio.

 

- Va en serio – comentó aún sonriendo.

 

- Yo te mato – escuché el grito de Akashi viniendo hacia nosotros - ¿Cómo se te ocurre orinarme encima del pantalón pedazo desgraciado? – preguntó.

 

- ¿Cómo se te ocurre a ti venir a besar a mi chico?

 

- Dijiste que te daba igual. Además… sólo estábamos fingiendo.

 

- ¿Fingiendo? – preguntó absorto.

 

- Sí – le dije – A Akashi no le intereso. Sólo fingimos un poco para molestarte.

 

- Seréis desgraciados – comentó gritando – me la habéis jugado los dos.

 

- Tú llevas jugando conmigo desde que empecé el instituto, no te hagas el ofendido – le comenté sonriendo.

 

- A ti te lo perdono, sólo si sales conmigo, a él no se lo perdono – dijo señalando con cierto rencor a Akashi.

 

- No seas crío – dijo Akashi pasando de él y girándole la cara ofendido.

 

- Le has besado, te atreviste a besarle – le recriminó Aomine.

 

- Y tú a mearme encima.

 

- Sois como niños – dije empezando a caminar hacia mi casa.

 

Akashi aún se despidió de mí con la mano pero Aomine sorprendido me siguió dándome alcance en un momento. No habló durante un buen rato aunque caminaba a mi lado y sabía que tanto tiempo estando callado estaba ya que se moría por hablar, él no podía permanecer tanto tiempo en silencio.

 

- Habla – le dije.

 

- ¿Por qué vamos hacia la salida del parque?

 

- Porque quiero ir a casa.

 

- Eso no es cierto, tú nunca quieres ir a casa.

 

- Eso es cierto – le comenté deteniéndome - ¿En qué piensas?

 

- Quiero una cita contigo.

 

- Ya he tenido una cita hoy, creo que dos sería tener que aguantaros demasiado – comenté sonriendo.

 

- Has aguantado a Akashi, aún no has visto lo que yo puedo ofrecerte.

 

- ¿Es que tienes algo con lo que sorprenderme?

 

- Es posible – me dijo – vamos.

 

- ¿Dónde?

 

- A mi lugar favorito.

 

Aomine tomó mi mano con fuerza y me sonrojé al momento mientras me empujaba tras él hacia uno de los edificios del otro lado del parque. No sabía bien dónde íbamos, aquí en el centro todo estaba rodeado de altos edificios que poco tenían que ver con la zona residencial donde vivíamos. Yo me había aprendido una ruta fija para llegar de casa al instituto y nunca la variaba, me habría perdido al instante. Esperaba que Aomine me devolviera sano y salvo a casa, porque yo ya no sabía dónde me encontraba.

 

Subimos a una de las azoteas y me hizo esperar en silencio. Traté de hablar un par de veces pero él me calló de nuevo colocando sus dedos en mis labios y siseando con cierto tono de seducción.

 

- Observa – dijo moviendo su cabeza hacia la barandilla donde estaba el sol escondiéndose colocando ese color anaranjado en el cielo.

 

- Vaya – exclamé.

 

- Es el único sitio en toda la ciudad desde el que se puede ver perfecto el atardecer – me comentó – es un sitio tranquilo, nadie te encontrará aquí. ¿Qué te parece? – preguntó sonriendo señalándome el atardecer.

 

- Es precioso – le dije.

 

- Me alegro que te guste. ¿Por qué no jugamos un rato a baloncesto? – preguntó.

 

- Ya es tarde Aomine.

 

- No es cierto.

 

- En unos minutos ni siquiera habrá luz, dale un poco de tiempo a que el sol termine de bajar.

 

- Para eso lo tengo todo planeado – dijo marchándose hacia un rincón y viendo cómo encendía algo, unas luces que iluminaron la cancha de baloncesto vieja de la azotea, ni siquiera me había percatado en ella cuando entré.

 

El suelo tenía algún agujero, las rayas estaban gastadas y apenas se diferenciaban bien, una canasta ni siquiera tenía red y la otra apenas un hilo amarillento medio descolgado.

 

- Esta cancha es un desastre.

 

- Jugaba aquí de pequeño, antes de que la abandonasen – me dijo Aomine.

 

- ¿Por qué la abandonaron?

 

- Hicieron la del parque, todo el mundo va allí – comentó sonriendo – pero yo sigo prefiriendo esta. ¿Juegas contra mí o no te atreves? – preguntó sacando una vieja pelota de uno de los rincones.

 

- Dame eso – le dije con una sonrisa retadora – te arrepentirás de haberme retado.

 

- Eres el más torpe de la clase.

 

- Ya me lo dirás cuando acabe contigo – le dije y ambos sonreímos.

 

Fui yo quien hice el primer lanzamiento encestando sin siquiera tocar el aro, entró perfectamente limpia y Aomine se sorprendió un poco.

 

- Va a ser que quizá sepas jugar un poquito.

 

- ¿Un poquito? – pregunté.

 

Aomine trató de driblarme un par de veces y no se lo puse fácil, aún así no era capaz de seguir sus movimientos a la perfección, siempre había tenido el don de aprender rápido, de poder imitar los movimientos de mis rivales al verlos pero Aomine era demasiado ágil. Podía bloquear alguno de sus gestos pero siempre se sacaba alguno nuevo que no conseguía terminar de bloquear. Aún así no quedé a tanta distancia de él en cuanto a puntos. En la última canasta para la que saltó Aomine, yo también salté tratando de taponar su tiro pero lo único que conseguí fue que él encestase perfecto y yo caer encima de él quedándonos tumbados en el suelo.

 

- ¿Has caído blandito? – me preguntó sonriendo.

 

- Lo siento – le dije intentando levantarme pero él agarró mi muñeca acercándome de nuevo a él evitando que me pusiera en pie y uniendo sus labios a los míos.

 

- Quédate el balón – me dijo de golpe susurrando con los labios pegados a los míos.

 

- ¿Qué? ¿Estás loco? No puedo quedármelo.

 

- Por tu regalo de cumpleaños, es lo que querías ¿Verdad? Te lo doy.

 

- No puedo Aomine – le dije levantándome dándome cuenta de la hora que era – tengo que irme.

 

Me levanté para irme pero él se levantó aún más rápido cogiéndome y empotrándome contra una de las paredes volviendo a besarme.

 

- Quédate un poco más, por favor. No insistiré con lo del baloncesto aunque quiero que juegues en mi equipo.

 

- No puedo jugar en tu equipo Aomine.

 

- Por favor, déjame convencerte – dijo besándome con más dulzura aún y no pude resistirme.

 

Cerré los ojos dejándome llevar por sus suaves caricias, por cómo metía aquellas delicadas manos bajo mi camisa blanca y tocaba mi pectoral, por cómo rozaba mi abdominal antes de empezar a desabrochar los botones. Mis mejillas se sonrojaron al momento y aunque ya era de noche, sabía que Aomine me podía ver perfectamente al estar encendido el foco de la cancha de baloncesto pese a estar algo más apartados del foco de luz.

 

- ¿Y si sube alguien? – pregunté con la voz temblándome.

 

- No lo harán, nadie sube aquí desde hace años – comentó terminando de desabrochar la camisa con maestría y lanzándola al suelo justo antes de colocar su mano en mi cuello y acercar sus labios a él besándome.

 

- Aomine… yo…

 

- Shh – susurró Aomine en mi oído mordiendo con suavidad el lóbulo de mi oreja – no te preocupes, tendré cuidado.

 

- Vale – fue lo único que pude decir al sentir crecer mi excitación.

 

Ya ni siquiera podía pensar en la hora que era o en mi padre esperándome, sólo pensaba en Aomine y en mí, en que estábamos aquí solos y en que le deseaba. Pese a mi rubor no pude evitar corresponder su demandante beso, dejar que su lengua entrase en mi boca sin siquiera haber pedido permiso, ambos sabíamos que no necesitaba permiso, yo había sido suyo prácticamente desde el principio de conocernos.

 

Mis manos temblaban, estaba muy nervioso y sentía una vergüenza que jamás antes había sentido. Traté de coger el borde de su camiseta para tirar de ella y quitársela pero no pude, mis dedos se agarraron con fuerza pero no querían moverse, al final fue Aomine quien colocando sus manos sobre las mías soltó mi forzado agarre con delicadeza y se quitó la camiseta volviendo a besarme en cuando la tiró al suelo sobre la mía.

 

- Tranquilo – me dijo susurrando cogiendo mi mano y colocándola en su cintura para que tocase sus músculos – todo está bien, cálmate.

 

- Vale – le dije aún ruborizado.

 

Ni siquiera yo me reconocía en aquel momento ¿Cómo era posible que todo mi carácter se hubiera esfumado y estuviera convirtiéndome en este chiquillo tembloroso? Estaba demasiado nervioso y la excitación que sentía por Aomine no me ayudaba a calmarme.

 

Sentí su mano bajar por mi abdomen rozando y haciéndome cosquillas en mis músculos hasta que llegó al pantalón desabrochándolo con maestría y metiendo la mano bajo toda aquella ropa tocando mi miembro que prácticamente ya estaba erecto por su culpa.

 

Apreté los párpados y mordí mi labio inferior para evitar que un gemido saliera de mi boca al sentir cómo las yemas de sus dedos rozaban la punta de mi miembro justo antes de agarrarlo con cierta fuerza y empezar a subir y bajar su mano dándome placer. Hice acopio de mi fuerza de voluntad y sacando fuerzas de donde no las tenía en este momento, me atreví a meter mi mano también bajo sus pantalones dándome cuenta que él estaba incluso más excitado de lo que yo estaba en este momento.

 

Dejó escapar un par de suspiros y cerró los ojos dejándose llevar por mis caricias. Era la primera vez que hacía algo así, al menos con otra persona, no contaba las veces que me había masturbado yo mismo. Aomine apresó de nuevo mis labios con mayor fuerza que antes centrando sus caricias con una mano en mi pecho mientras la otra la mantenía en mi miembro buscando con su dedo corazón mi entrada. Gemí ahogando el sonido en su boca al sentir cómo introducía el dedo en mí, cada vez un poco más hondo intentando sacarme más gemidos hasta que al final fue imposible que pudiera contenerlos todos. Él sonrió triunfante por escucharme al fin.

 

Con su mano derecha dirigió su miembro hacia mi entrada colocándose mejor y abriéndome un poco las piernas para tener mayor apertura de entrada. Me obligó a enrollar mis piernas a su cintura y apoyando la espalda en la pared para sujetarme entre ella y su cuerpo, entró en mí. Al principio despacio provocando que mordiera su cuello al sentir el dolor, ni siquiera quería mirar lo que ocurría por miedo a pensar que me destrozaría pero no fue así, los primeros movimientos fueron dolorosos, luego el dolor fue lentamente aplacándose mezcla con una creciente excitación a la vez que seguía sintiendo aquellas leves punzadas de dolor pero al final… sólo quedaba placer cuando me acostumbré a sus movimientos, a su anchura, a su longitud. Aomine cogía más velocidad, su cintura se movía a un ritmo frenético y ambos jadeamos sin poder evitarlo hasta que se corrió en mí y yo dejé mi rastro entre el cuerpo de ambos.

 

Apenas pudimos descansar un momento tras aquel acto y es que… enseguida llegó a la cabeza mi padre y sin apenas decirle nada salí corriendo de allí. En casa se iba a montar un buen problema si no llegaba antes que mi padre. Aomine acabó alcanzándome a mitad parque y me indicó el camino hasta casa aunque no dejamos de correr. Por suerte… cuando entré no había nadie aún y pude escabullirme a la ducha antes de que mi padre me descubriera.

 

 


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