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Modelo solitario por Fullbuster

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Aomine Daiki


 


Me había quedado desconcertado al verle salir corriendo a medio vestirse, intentando arreglarse mientras bajaba las escaleras a toda velocidad ¿Tan malo era en el sexo que se espantaba y salía huyendo? No creí que fuera eso y entonces me di cuenta de algo, siempre tenía esa mirada asustadiza cuando hablaba de su familia, de su casa, del baloncesto, empecé a entender que ese chico tenía miedo de algo de lo que ocurría en su hogar y ya me había dicho que llegaba tarde.


Me vestí con rapidez y salí corriendo tras él, ni siquiera se sabía el camino de vuelta y no llegaría a tiempo, más me valía alcanzarle antes de que se perdiese y se metiera en un problema todavía mayor. No esperé que pudiera tener tanta velocidad pero prácticamente le alcancé cuando ya estaba a la mitad del parque, podía ver la salida al fondo.


- Ey, es por aquí – le dije girándole hacia la salida del otro lado y es que llegaríamos antes por un par de calles que atajaban.


El metro no lo perdimos de milagro y pese a que quería hablar de lo sucedido allí arriba en la azotea, había tanta gente en el metro y veía a Kise tan agobiado con querer llegar, que no me pareció un buen momento para hablar el tema. Levanté la mano para colocarla sobre su hombro y darle ánimo, pero las puertas del metro se abrieron en aquel momento y Kise volvió a salir a la carrera, por lo que salí tras él corriendo. Pasamos la tarjeta del metro y continuamos calle abajo sin detenernos. Escuchaba la respiración de Kise, estaba agotado pero seguía avanzando hasta que llegó a su casa. Ni siquiera se despidió de mí, entró a todo correr por la casa y me quedé estático frente a la puerta mirando con cierta incertidumbre lo que podía ocurrir allí.


No sé el tiempo que estuve allí paralizado, mirando las ventanas, quizá esperando a que Kise se asomase o algo por una de ellas aunque estaba tan afectado que no creí ni que se acordase en este momento de que yo había estado a su lado todo este tiempo, ni se habría dado cuenta apenas de que estaba aquí.


Reaccioné cuando escuché una voz a mi espalda, una voz algo ronca que me preguntaba por si me podía ayudar al ver que miraba la casa con detenimiento desde la calle. Aquel hombre rubio con un acento inglés muy marcado que me hablaba o me chapurreaba como podía el japonés me recordó a Kise.


- No – le dije – sólo miraba su jardín, debería regarlo de vez en cuando – comenté sonriendo como si no ocurriera nada.


- Tendré en cuenta el consejo. Buenas noches – comentó metiéndose hacia casa y aún permanecí allí quieto unos segundos hasta que aquel hombre se giró y me miró.


Supe que era hora de marcharme por los ojos que colocó, no sé si se creería lo del jardín pero ya daba igual lo que pudiera decir, estaba hecho. Giré la vista hacia la solitaria y oscura calle empezando a caminar dirección a mi casa. Di la vuelta y me encontré el coche de mi padre estacionado en la entrada. Aquello me extrañó un poco, él no solía venir pero al ver cómo salía con una maleta de casa todo estuvo claro.


- ¿Te marchas? – le pregunté.


- Sí, sólo he venido a recoger unas cosas. Voy a un viaje de negocios a Singapur, intentaré volver lo antes posible, quizá en unos días.


- ¿Unos días son unos meses? – pregunté – hace meses que no te veía. Mamá aún viene de vez en cuando.


- Sabes que trabajo mucho.


Y era cierto… quizá trabajaba demasiado con sus amantes en lujosos hoteles, ya no estaba seguro ni cómo podía funcionar ese matrimonio, seguramente porque mi madre hacía lo mismo y ninguno terminaba de acordarse de que tenían un hijo en común, yo y también quería atención de alguna clase. Creo que ya me había acostumbrado a la soledad.


- Buen viaje entonces – le dije abrigándome un poco más y entrando hacia casa.


- ¿Ya está? Ni siquiera me das un abrazo.


- No – le dije de forma seca entrando en casa.


Me enfadaba cuando decían cosas absurdas como lo de los abrazos, ellos nunca estaban en casa, no estaban conmigo y no me daban afecto pero cuando se les ocurría aparecer, los dos te pedían abrazos o besos ¡Como si eso fuera posible! Me encerré en mi cuarto y me tumbé en la cama bocarriba mirando aquel blanco techo y como una araña se deslizaba tras la ventana en uno de sus hilos.


Me preocupaba Kise, no podía dejar de mirar aquella araña de fuera que se había detenido a mitad cristal. Sólo me venía a la mente Kise y si estaría bien, siempre parecía tan asustado cuando hablaba de su casa. La verdad es que al haber podido ver a su padre, no me había quedado nada tranquilo, parecía un hombre tan serio y tan intransigente que no sabía muy bien qué pensar de todo esto. Aquella noche me costó dormirme y es que no había forma en que pudiera dejar la mente en blanco, finalmente bien entrada la oscuridad conseguí cerrar los ojos y dejarme llevar al mundo de los sueños.


No soñé nada o yo no lo recordaba pero al despertarme a la mañana siguiente, la casa estaba vacía, la habitación de mis padres seguía igual de ordenada y limpia, nunca la utilizaban, era como un santuario al que nadie entraba jamás. Salí a desayunar a la cocina, hoy era sábado y no teníamos clase pero yo me estaba muriendo de la intriga por saber cómo estaba Kise. Quizá no fue la mejor forma de haber tenido su primera vez, en una maldita azotea, un lugar para nada romántico y aunque yo traté de serlo… la verdad es que quizá me había dejado llevar por el impulso del momento sin pensar en él. Quería saber al menos si se había despertado bien, si le dolía algo, salió tan rápido movido por el miedo que no me dio tiempo a calmarme o a preguntarle cómo se sentía.


Cogí el teléfono y marqué su número. No creo ni que él supiera mi número, de hecho había tenido que entrar a escondidas en las oficinas del instituto y mirar su historial académico junto a sus datos personales para obtenerlo. Quizá no era muy ético la obtención de su número, pero al menos lo tenía.


Sonó un par de veces sin que contestase y me colgó al cuarto o quinto toque. Volví a llamar y finalmente lo cogió aunque su voz sonaba algo extraña, quizá más aburrida de lo normal.


- ¿Sí? – preguntó.


- Kise, soy Aomine. Quería saber cómo estabas.


- ¿Aomine? ¿Cómo sabes mi número? – preguntó susurrando y supe que no podía hablar en aquel momento.


- Una larga historia poco ética. ¿Te pillo en mal momento?


- Un poco, voy a grabar un anuncio publicitario.


- Quería verte, saber si estás bien y hablar de lo de anoche, yo siento… siento haber sido tan poco considerado.


- No lo fuiste. ¿Podemos quedar cuando salga? Estoy en el centro.


- Vale. Mándame el mensaje de dónde estás e iré a buscarte.


Kise se despidió de mí pero colgó con mucha rapidez, tanta… que incluso cortó su propia frase, ya estaba colgando antes de acabar de hablarme. Desayuné sin apartar mis ojos del teléfono, no sonaba y sólo estaba pendiente de su mensaje. Casi salté de la silla cuando vibró el móvil y miré el mensaje con la dirección.


Salí hacia allí con rapidez y tuve que coger un par de metros para llegar. Les comenté en recepción que estaba esperando a Kise y me condujeron hasta donde estaban grabando el anuncio. Su padre parecía haberse ido ya porque no le encontré pero al que sí vi, fue a Kise y aunque yo era el primero que disfrutaba con su cuerpo en las revistas, no me gustó el rodaje, sus sonrisas eran todas fingidas cuando la cámara le apuntaba, luego volvía a esa seriedad tan poco habitual de él. No le gustaba posar y eso me lo había dejado claro, prefería ver sus sonrisas en la cancha de baloncesto que verle hacer algo que no adoraba. ¿Su padre no se daba cuenta de esas expresiones forzadas? Seguramente sí, pero creo que le daba igual.


Al verme dejó todo lo que estaba haciendo y despidiéndose corrió hacia mí cogiéndome de la muñeca y llevándome hacia la salida.


- Ey, ey… calma – le dije susurrando con una sonrisa.


- Sácame de aquí, por favor – me comentó y me detuve en seco obligándole a él a detenerse al ver que no podía moverme - ¿Qué ocurre?


- Es sólo… ¿Estás bien? Me refiero a lo de ayer ¿Seguro que estás bien?


- Aún me duele un poco pero… sí, estoy bien – me dijo sonriendo - ¿Podemos salir de aquí? Por favor.


- Claro.


Salimos de allí con algo más de calma. Supuse que estaba deseando marcharse de los escenarios y acabamos en una cafetería a dos manzanas de allí tomándonos algo. No podía dejar de mirarle porque ahora parecía tan diferente a hace un rato. Aquel estudio le agobiaba y era como si salir de allí lo hubiera rejuvenecido, además tenía un brillo especial en la mirada y sonreí, debía ser por lo de anoche, por sentirse feliz y lleno de alegría. Cuando se giró a mirarme, se sonrojó como un niño pequeño.


- ¿Por qué me miras tanto? – preguntó.


- Porque hoy estás radiante – comenté.


- Deja de decir esas cosas – se ruborizó aún más y no pude evitar que mi sonrisa se intensificase.


- ¿Por qué? Es la verdad.


- Idiota – me dijo girándome la cabeza.


- Sabes que te quiero – le dije girándole de la barbilla hacia mí y besándole – oye Kise… ¿Y tu padre? Creí que estaría aquí.


- Se ha tenido que ir a concertarme otra entrevista.


- ¿Otra? No te ofendas… pero parece que te aburres un montón en tu trabajo.


- Y lo hago – me dijo – ojalá entendiera de una vez que sólo quiero ser un chico normal. Ir al instituto, estudiar, entrar en algún club.


- Como en el de baloncesto… - dejé caer.


- Como en el de baloncesto… - dijo él siguiéndome sin prestarme atención y entonces se dio cuenta que había repetido mi frase inconscientemente porque era lo que le gustaba.


- ¿Así que quieres entrar en mi equipo? ¿Sabes que soy un capitán muy exigente? – pregunté con cierto toque de perversión.


- No he dicho eso – intentó rectificar ahora – no quiero entrar en tu equipo ni en ningún club.


- Te mueres por jugar a baloncesto y no lo haces porque por algún motivo que desconozco… te lo prohíben. Entra en mi equipo.


- No – me dijo serio.


- Te estoy reclutando, sé que eres bueno y te quiero en mi equipo.


- He dicho que no.


- Y yo que sí – le dije – vamos. Te mueres por jugar y más por jugar a mi lado. Podría… - dije acercándome a él y lamiéndole la oreja – hacerte el amor todos los días en la ducha después de los entrenamientos.


- No me tientes – dijo ruborizado - ¿Qué clase de capitán eres que haces esos ofrecimientos?


- Uno que quiere que un buen jugador y su novio entre en el equipo. Quiero jugar contigo… en todos los sentidos – le dije refiriéndome al baloncesto y al sexo a la vez.


- Eres un pervertido.


- Lo sé, pero te encanta – le reté y él sonrió.


- Si me prometes que mi padre no se enterará… acepto estar en tu equipo siempre y cuando… cumplas lo prometido, tras los entrenamientos eres sólo mío en las duchas.


- Trato hecho – le dije sonriendo.


 


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