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Aguas Estancadas: Mareas ardientes. por amgy chan

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Notas del capitulo: Volví con otro cap :') espero os guste.
POV'S NARRADOR.

Los ojos del joven Konohamaru permanecían abiertos y aterrados mientras lo conducían a los aposentos del Raikage.

Eran los gritos de agonía que emanaban de la puerta al final del corredor los que estaban haciéndole arrepentirse de lo que estaba a punto de hacer. Toda la tripulación del barco del Raikage podía oír los alaridos que resonaban a lo largo y ancho de las claustrofóbicas cubiertas del inmenso navío de guerra negro, y así debía ser.

El contramaestre, cuya cara era una red de cicatrices, posó una mano tranquilizadora sobre el hombro del muchacho. Se detuvieron ante la puerta. El niño hizo una mueca ante un nuevo gemido torturado proveniente del interior.

Su corazón se aceleró por el miedo y comenzó a sudar frío al pensar en que podría estar pasando al otro lado de la puerta.

—Componte.— dijo el contramaestre—. El Quinto Raikague querrá oír lo que tienes que decir.

Entonces, golpeó fuertemente la puerta. Un instante más tarde la abría un bruto descomunal con tatuajes faciales y una hoja curva y ancha atada de través a la espalda. El muchacho no oyó las palabras que intercambiaron los dos hombres; su mirada estaba fija en la fornida figura sentada de espaldas a él.

El Quinto Raikage era un hombre enorme, de mediana edad. Su cuello y hombros eran gruesos como los de un toro. Estaba arremangado y sus antebrazos estaban empapados de sangre. Una camisa blanca colgaba de una percha cercana, junto a su tricornio amarillo oscuro y blanco.

—El Raikage. A.— musitó el muchacho, su voz cargada de miedo y asombro.

—Señor, me imaginaba que querrías oír esto.— dijo el oficial.

A no dijo nada, ni se giró siquiera, todavía absorto en su tarea, ignoró por completo a sus visitantes. El hombre de las cicatrices empujó levemente hacia delante al pequeño chico, que trastabilló nervioso antes de recobrar el equilibrio y avanzar arrastrando los pies. Tenía un nudo enorme en la garganta. Como un puño. Por un instante temió que las palabras no salieran de su boca.

Se acercó al Raikage como si lo hiciera al borde de un acantilado. Su respiración se aceleró al ver de frente en qué se estaba ocupando el señor del País del Rayo.

Sobre el escritorio de A había palanganas con agua ensangrentada, además de un juego de cuchillos, ganchos y relucientes utensilios quirúrgicos. Objetos escalofriantes a su parecer.

Un hombre yacía sobre el banco de trabajo del capitán, atado con recias correas de cuero. Solo su cabeza permanecía libre. Miraba a su alrededor con salvaje desesperación y el cuello tirante, el rostro cubierto de sudor, empapando su cabello.

La mirada de Konohamaru se dirigía inexorablemente hacia la pierna izquierda del hombre, completamente despellejada. Se dio cuenta de repente de que no podía recordar qué había ido a hacer allí. Sus labios temblaron y la boca se le secó. Sentía la lengua pastosa.

El Raikage dio la espalda a sus quehaceres para contemplar aburrido al joven visitante. Sus ojos eran tan fríos e inertes como los de un tiburón. Sostenía una hoja delgada en una mano, delicadamente cogida entre sus dedos, como si fuese un pincel fino.

—La talla de huesos es un arte en vías de desaparición.— dijo A, devolviendo la atención a su labor.— Pocos tienen la paciencia para ello hoy en día. Lleva su tiempo. ¿Ves?— señaló su obra sobre su escritorio.— Cada corte tiene su función.

El hombre sobre la mesa permanecía vivo de algún modo a pesar de la herida abierta de la pierna, con la piel y la carne retiradas del fémur. Paralizado por el horror, el chico vio los intrincados diseños que el Raikage había tallado sobre aquel hueso: Rayos que parecían enroscarse en torno al hueso y olas. Era un trabajo delicado, incluso hermoso. Lo cual lo hacía más horripilante aún.

El lienzo viviente de A sollozó, suplicando una vez más.

—Por favor...— gimió el hombre, en un intento desesperado de apelar a la piedad del Raikage.

A ignoró la patética súplica e hincó el cuchillo cerca del brazo de aquel hombre. Vació una copa de whisky barato sobre su obra para limpiar la sangre y permitir que su obra maestra quedara más a la vista. El alarido del hombre amenazaba con rasgarle la garganta, y se extendió hasta que cayó en una piadosa inconsciencia y sus ojos se replegaron en las cuencas. A gruñó con repugnancia.

—Recuerda esto, muchacho.— dijo al chico, quien le miro intentando ocultar el pánico y el horror que sentia al contemplar aquella escena.— En ocasiones, incluso aquellos que te son leales olvidan cuál es su sitio. A veces, es necesario recordárselo. El verdadero poder consiste en cómo te ven los demás. Un asomo de debilidad, siquiera por un instante, y estás acabado.— concluyó.

El muchacho asintió, su rostro completamente descolorido ante la crueldad de aquel mastodonte de pelo blanco y piel oscura.

—Despiértalo.— dijo A, haciendo un gesto hacia el hombre inconsciente.— Todo el país necesita oír su canción.

Mientras el cirujano del navío se acercaba, el Raikage desvió la mirada de nuevo hacia el niño.

—Veamos. ¿Qué es lo que querías decirme?— preguntó.

—U-un hombre.— dijo el muchacho con voz entrecortada. El nudo aún en su garganta.— Un hombre en los muelles de la ciudad de Aguas Estancadas.

—Continúa.— dijo el Raikage.

—Intentaba que no lo vieran los Sombra del Rayo. Pero yo sí lo vi.

—Ajá.— murmuró A, al tiempo que comenzaba a perder interés. Volvió a su labor.

—No te detengas, chaval.— le insistió el contramaestre.

—Jugueteaba con una baraja de cartas muy rara. Brillaban y todo.

El Raikage se levantó de la silla como un coloso emergiendo de las profundidades.

—Dime dónde.— exigió.

La cinta de cuero de su pantalón chirrió mientras la ceñía.

—Junto al almacén, el grande al lado del matadero.— indicó el muchacho.

El rostro de A adquirió una tonalidad carmesí mientras se enfundaba la camisa y recuperaba el sombrero de la percha. Sus ojos relampagueaban a la luz de los candiles. El niño no fue el único en retroceder cautamente un paso.

—Dadle al niño una buena paga por la información y una comida caliente.— ordenó el Raikage al contramaestre mientras se encaminaba a grandes trancos hacia la puerta del camarote.

—Y manda a todo el mundo a los muelles. Tenemos trabajo que hacer.— dijo, al tiempo que salía por la puerta.




POV'S NARUTO.

Mis esputos se han vuelto negros. El humo del incendio del almacén me está destrozando los pulmones y el pecho me arde, pero no tengo tiempo de tomar aliento. Sasuke se está escapando, y que me aspen si voy a pasarme otra porrada de años dándole caza por todos los malditos países. Esto termina esta noche.

Cuando consigo salir del almacén el muy desgraciado me ve venir, saluda con el ala de su sombrero, con su característica sonrisa ladina y echa a correr. Se abre camino empujando a un par de estibadores y sigue corriendo por el embarcadero. Trata de poner en juego su carta de escapatoria para transferirse a otro lugar, pero mantengo la presión para que no pueda concentrarse.

Los matones del Raikage se aglomeran alrededor, como las moscas en una letrina. Antes de que puedan interceptarlo, el Uchiha lanza, con un movimiento elegante de su muñeca, un par de sus cartas explosivas y se carga a todos y a cada uno de los idiotas que se interponen en su camino. Un puñado de Sombras del Rayo son pan comido para él. Pero yo no. He venido a cobrarme lo que me pertenece y Sasuke lo sabe.

Esta noche obtendré las respuestas que tanto tiempo he estado esperando. Aunque tenga que sacárselas a tiros.

Se escabulle por el muelle tan rápido como puede, está desesperado por salir de aquí y no me extraña. Cuando estábamos en el almacén pude ver con claridad lo asustado que estaba esa pequeña víbora escurridiza, aunque él jamas admitiría algo como eso, ni siquiera a sí mismo. Es un golpe directo a su preciado orgullo.

Su peleita con los chicos malos del embarcadero lo retrasa en su carrera, por lo que me da el tiempo justo para ponerme a su altura.

Me ve y sale disparado a protegerse tras una enorme espina dorsal de ballena. Un fogonazo de mi escopeta destroza su cobertura y llena el aire de fragmentos de hueso.

Replica intentando volarme la cabeza con una de sus cartas, pero le acierto a ésta en pleno vuelo. Explota como una bomba y la onda expansiva nos deja a ambos sentados de culo. Destino cae cerca de mí y vuelvo a agarrarla para continuar con mi cazeria.

Sasuke se pone en pié tan rápido como puede, gateando, y se da a la fuga. Yo tambien me levanto, de un salto. Sigo disparando a Destino tan rápido como me lo permite.

Algunos matones más se nos acercan con cadenas y alfanjes. Me giro y les saco las tripas por la espalda. Estorbos. Antes de oír el chapoteo de sus entrañas sobre el muelle, ya estoy girando sobre mis talones.

Apunto a la espalda de Sasuke, pero el disparo de una pistola me pasa rozando. Echo la vista atrás. Más Sombras del Rayo, y éstos están mejor armados. Se acabaron las armas blancas.

Me agacho tras un trozo del casco de un viejo barco para cubrirme y responder a los disparos. Aprieto el gatillo, pero mi arma solo hace clic.

Mierda. Tengo que recargar.

Meto nuevos cartuchos en la caja de un sopetón, escupo con rabia al suelo y me interno nuevamente en el caos. Corriendo tan rápido como me lo permiten mis piernas.

A mi alrededor, proyectiles y saetas atraviesan las cajas de madera desperdigadas por el puerto. Uno de ellos me arranca un pedazo de oreja. Empiezo a sangrar.

Joder.

Me limito a apretar los dientes y sigo avanzando hacia adelante, apretando el gatillo para abrirme paso. Destino lo hace todo puré. Un matón intentando hacerse el valiente pierde la mandíbula. Otro sale despedido a la bahía. Un tercero queda reducido a una pátina roja de músculo y tendones.

Me giro a toda velocidad para ver cómo Sasuke se escabulle por los muelles del matadero. Siempre ha sido muy rápido. Casi había olvidado la agilidad que tiene ese chico.

Cuando nos conocimos yo tenía unos 19 años, solo con verle supe que Sasuke era alguien ambicioso, pero nunca pensé que fuera a darme la espalda durante una misión.

…l siempre era la voz de la razón cuando yo quería hacer las cosas a lo bestia. Y yo siempre era el alma caritativa que controlaba su sadismo.

Inocentemente, nunca pensé que esa parte ambiciosa pudiera volverse en mi contra.

Paso corriendo junto a un pescadero que está colgando anguilas carroñeras. Una de las bestias acaba de ser despellejada y sus entrañas se vierten todavía sobre el muelle.

Puaj.

El pescadero se gira hacia mí agitando un gancho para la carne. ¿Pero que coño...

BOOM.

Le arranco una pierna. Cae al suelo.

BOOM.

Remato la faena de un tiro en la cabeza.

Joder. Me había olvidado. Aquí todos están del lado del Raikage. Toda la puta ciudad es un posible enemigo.

Aparto el cadáver hediondo de un pez gigantesco y particularmente asqueroso y sigo adelante. La sangre en los suelos del puerto llega hasta los tobillos, parte de ella proviene de los peces que han sido destripados y parte de los Sombra del Rayo que hemos abatido. Tanto el Uchiha como yo.

Toda esta suciedad es suficiente para causarle convulsiones a un niño pijo como Sasuke. Incluso conmigo pisándole los talones, el muy presumido reduce su paso para evitar ensuciarse los bajos.

Antes de que pueda darle caza, Sasuke vuelve a salir al galope. Noto que empiezo a perder el aliento. No aguantaré la carrera mucho más. Pero no pienso rendirme.

—¡Date la vuelta y enfréntate a mí!— le grito, pero hace caso omiso a mis palabras.

¿Qué clase de hombre se niega a afrontar sus problemas? Aunque él siempre a preferido escabullirse o cargarle el muerto a otro antes de solucionarlo por sí mismo.

¿Cómo pude querer a alguien así? ¿Cómo puede proteger a alguien así? ¿Cómo pude tardar tanto en darme cuenta de como era en realidad?

No volveré a cometer dos veces el mismo error. Ahora sé que puedo o no puedo esperar del él. Esta vez no me pillara con la guardia baja.

Un ruido a mi derecha fija mi atención en un balcón donde hay otros dos Sombras del Rayo. ¿Es qué nunca se acaban?

Disparo en su direccion y toda la parafernalia se estrella sobre el muelle.

El humo de la escopeta y los escombros es tan denso que no veo un pimiento. Así que corro hacia el repiqueteo de las femeninas botas de Sasuke sobre los listones de madera. Se dirige al Puente del Carnicero, al final de los muelles del matadero. La única vía de salida de esta asquerosa ciudad. Ni muerto voy a dejarlo escaparse otra vez.

Cuando me aproximo a él, el Uchiha pega un frenazo a mitad del puente de piedra. Primero creo que se ha rendido. Después, veo por qué se ha parado. Al otro lado, bloqueándole el paso, se interpone un gran grupo de patanes blandiendo espadas. Pero no me voy a achantar. No pienso retroceder.

Sasuke busca otra vía de escape. Gira sobre sus talones solo para toparse conmigo. Está atrapado, acorralado. Dirige la mirada sobre el límite del puente, hacia el agua. Está pensando en saltar, pero sé que no lo hará. No tiene lo que hay que tener para hacer eso.

Sonrío para mis adentros.

Se ha quedado sin opciones. Comienza a andar hacia mí.

—Mira, Naruto.- su voz es conciliadora pero esta vez no va a liarme.— Ninguno de los dos tiene que morir aquí. Tan pronto como hayamos salido de esta...

—Huirás de nuevo. Es todo lo que sabes hacer.— guño. Puedo ver el apuro en sus ojos.

Me mira un momento pero no responde. De repente, he dejado de preocuparle tanto. Me giro para ver en qué se está fijando.

Tras de mí, veo a cuanto indeseable hay capaz de portar un arma blanca o una pistola irrumpiendo en los muelles. A debe de haber llamado a todos los hombres que tiene en la ciudad o sea a casi toda la jodida ciudad. Seguir adelante es una sentencia de muerte.

Pero seguir vivo no es lo que más me importa hoy. Ahora mismo solo puedo pensar en que quiero respuestas.




POV'S SASUKE.

Este estúpido de Naruto y esos matones enviados por A no tienen ninguna prisa. Ya no. Saben que nos tienen atrapados. Detrás de ellos, parece que hasta el último de los asesinos de mala muerte del País del Rayo se ha unido a la fiesta. No hay vuelta atrás.

Al otro extremo del puente, bloqueando mi fuga hacia el Laberinto de los Suburbios de esta podrida cuidad, parece que están las Gorras Rojas en pleno, la banda portuaria. Controlan el lado este de los muelles. El problema es que tambien están al servicio del maldito Raikage, al igual que los Sombras del Rayo y casi toda la condenada ciudad.

Tras de mí, Naruto, sus pisotones acercándose cada vez más. A este cabezón redomado le importa un pito el lío en el que nos encontramos. No. El lío en el que …L nos ha metido. Verdaderamente, es asombroso. Aquí estamos, una vez más, como hace tantos años. De mierda hasta el cuello y el tío haciendo oídos sordos. No puedo razonar con él. No pude entonces y no podré ahora.

Ojalá pudiese contarle lo que verdaderamente sucedió entonces, hace tres años, pero es inútil. Nunca me creería, ni por un instante. Una vez que se le incrusta algo en esa cabezota suya, lleva su tiempo sacárselo. Y tiempo es lo que no tenemos.

Además, Naruto ya no confía en mí. Tengo que salir de aquí por mi cuenta. Esta vez estoy solo.

Retrocedo hasta el límite del puente. Mirando sobre la barandilla de piedra, atisbo las poleas y los cabrestantes suspendidos abajo... y luego el océano, al fondo. La cabeza me da vueltas y el estómago se me hunde hasta el suelo. Retrocedo. No me gusta el agua.

Al volver tambaleándome al centro del puente, me percato de lo mala que es mi posición.

En la distancia se yergue el inmenso navío de velas negras de A. De él surge toda una armada de botes de remos que se acercan a toda prisa y todos los matones de esta ciudad están a su servicio. Parece que todos sus hombres se están diriguendo hacia aquí.

No puedo pasar a través de los Sombra del Rayo, no puedo pasar a través de las Gorras Rojas y no puedo sacar a Naruto de su obstinación. Miro al rubio una última vez, tan grande, testarudo e imponente como lo recordaba, aun encañonandome con esa estúpida y gigantesca escopeta. Tomo aire, intentando tranquilizarme.

Solo me queda un camino.

Me subo al muro de piedra, que a penas llega a mi cintura, y hace de barandilla del puente. Miro abajo. Estamos incluso a mayor altura de lo que creía. Joder. Trago duro.

Esto es mejor que que me capturen.

El viento encrespa mi abrigo, que se mueve, haciendo un ruido sordo, como las velas de un barco. Nunca debí venir a esta estúpida ciudad dejada de la mano de dios.

Cierro los ojos. Preparándome para la caída. Espero que sea rápido.

—Bájate de ahí, pero ya.— grita Naruto, autoritario, acercándose pero a una distancia prudente. Me giro a mirarle. Admito que estoy sorprendido.

¿Detecto un leve tono de desesperación en su voz? Oh, ya entiendo. Lo destrozaría que yo muriese antes de darle la confesión que tanto anhela.

Cojo todo el aire que puedo. Es un descenso largo de narices.

—Sasuke.— dice Naruto, acercándose y bajando la escopeta.— Retrocede.

Me detengo. Hacía mucho tiempo que no escuchaba mi nombre, al menos dicho por él. Sonrío con nostalgia.

Luego.

Salto del puente.



POV'S NARRADOR.

La Hidra Insolente era una de las pocas tabernas en la Ciudad de las Ratas que no tenía serrín esparcido por el suelo. Raramente caían bebidas, y más raramente algún diente, pero esta noche se podía oír a los habituales desde el Despeñadero del Marinero.

Hombres de cierta reputación e incluso mayores medios entonaban maravillosas canciones sobre los actos más impíos.

Y allí, en el medio de todos, se hallaba la maestra de ceremonias de la jarana.

Giraba sobre sí misma, brindando por la salud del práctico del puerto y todos sus vigilantes. Su lustrosa cabellera castaña rojiza parecía flotar y atraía la mirada de todos los hombres del salón, que tampoco habían estado mirando otra cosa en toda la noche.

Ni un solo instante había estado vacío ningún vaso. De ello se había encargado la sirena de melena castaña con tonos carmesí. Pero no eran los sentidos embotados lo que hacía acercarse a los hombres: era la promesa gloriosa de ver una vez más su sonrisa.

Mientras el jolgorio seguía sacudiendo la taberna, la puerta principal se abrió y entró un hombre de atuendo corriente. Discreto en un grado que solo se adquiere tras años de práctica, se acercó a la barra y pidió una bebida.

La joven, rodeada por la torpe congregación, agarró un vaso recién servido de cerveza ámbar.

—Mis queridos camaradas, me temo que debéis disculparme.— dijo ella con grandilocuencia.

Los hombres de la guardia del puerto respondieron con varios y sonoros bramidos de protesta.

—Vamos, vamos. Nos hemos divertido ya lo suficiente.— dijo, regañándolos afablemente.— Pero me espera una noche atareada y ya llegáis tarde en demasía a vuestros puestos.

Saltó sobre una mesa con elegancia y los observó desde arriba con triunfal regocijo.

—¡Que los dioses de los mares nos perdonen a todos nuestras faltas!— dijo, levantando la jarra.

Les dedicó su sonrisa más cautivadora, llevó a sus labios la jarra y la vació de un único y prodigioso trago.

—Especialmente, las grandes.— dijo, al tiempo que estrellaba la jarra sobre la mesa, rompiéndola en varios pedazos.

Se limpió la espuma de los labios con el dorso de la mano y recibió un ferviente rugido de aprobación.

Respondió lanzando sonriente un beso a los congregados.

El práctico del puerto le sostuvo la puerta, galante. Esperaba ganarse así una última mirada de aprobación, pero la joven mujer desapareció en las calles antes de que el pobre hombre pudiera incorporarse de su inestable reverencia.

Fuera, la luna se había hundido tras la gran montaña que rodeaba la ciudad y la sombra de la noche parecía alargarse para reunirse con aquella mujer. Cada paso que daba alejándose de la taberna era más decidido y seguro. El velo alegre se disipó y reveló su verdadero yo.

Nada quedaba de su sonrisa ni de su mirada de júbilo y maravilla. Su mirada era grave y no se fijaba en las calles y callejones que la rodeaban, sino más allá, en la gran cantidad de posibilidades de la oscura noche que le aguardaba.

Tras ella, el hombre de atuendo corriente se aproximaba. Su andar era silencioso, pero inquietantemente veloz.

En un instante, sus pasos entraron en perfecta sincronía con los de ella. Se mantenía a su espalda, fuera de su campo de visión.

—¿Está todo en orden, Chojuro?— preguntó ella. No detuvo su andar ni se giró a mirarlo.

Tras tantos años, seguía desconcertándolo que nunca pudiese sorprenderla.

—Sí, Mizukage.— respondió, guardando la distancia con ella.

—¿Te ha visto alguien?— preguntó.

—No.— contestó el hombre a la defensiva, controlando a duras penas su malestar por la pregunta.— No había vigías del práctico en la bahía y el barco estaba prácticamente vacío.

—¿Y el muchacho?— preguntó ella, pues aunque sabía que A no le haría daño, mantenía su preocupación por el pequeño.

—Está bien. Hizo su papel.

—Bien. Nos encontraremos más tarde, a bordo de la Sirena( la Sirena es el nombre del barco de la Mizukage).

Tras la orden, Chojuro asintió, se alejó y desapareció en la oscuridad.

Ella prosiguió mientras la noche se enroscaba a su alrededor. Todo estaba en marcha. Lo único que faltaba era que sus actores comenzasen el espectáculo y el control de Aguas Estancadas sería suyo.




POV'S SASUKE.

Escucho rugir a Naruto al saltar desde el puente. Lo único que veo es la cuerda, abajo. No hay que pensar en la caída o en las negras profundidades sin fondo del mar.

Todo es un borrón de viento fortísimo.

Casi grito de alegría al agarrar la cuerda, pero me quema la mano como un hierro candente. Mi caída termina de forma brusca cuando la cuerda llega a su límite.

Joder. Esto duele.

Me quedo allí colgado un instante, maldiciendo y valanceandome. Recuperando el aire.

Miro a bajo. He oído que caer sobre el agua desde una altura así normalmente no mataría a un hombre, pero prefiero arriesgarme con el muelle de piedra que está unos quince metros más abajo.

Si me dejo caer desde esta altura moriré, pero es una perspectiva mucho más atractiva que ahogarse.

Examino mis posibilidades. No tengo muchas vías de escape, por no decir ninguna.

Entre la plataforma de piedra y yo, un par de gruesos cables se extienden hasta tierra firme, uno hacia adelante y otro hacia atrás. Obtienen su potencia de unos mecanismos ruidosos y rudimentarios. Se utilizan para transportar cómodamente las partes descuartizadas de las bestias marinas a los mercados de Aguas Estancadas.

Los cables se balancean a causa de una pesada cuba metálica y oxidada, grande como una casa, que avanza trabajosamente hacia mí, pero unos 5 metros más abajo.

Dejo que una sonrisa asome a la comisura de mis labios durante un segundo. Hasta que veo lo que hay en la cuba, claro. Estoy a punto de dejarme caer sobre una cisterna burbujeante de tripas de pescado podridas. Incluso desde aquí puedo oler la peste que desprenden.

Me llevó meses ganar lo suficiente para poder pagarme las botas. Flexibles como tela de araña y recias como el acero templado, fueron elaboradas con la piel de un dragón marino abisal. No hay ni cuatro pares iguales en todo el mundo.

Maldita sea.

Mido los tiempos a la perfección y aterrizo en el medio del cubo de carnaza. La mierda me llega hasta las rodillas. El frío líquido que acompaña a las tripas se filtra por cada costura de mis preciadas botas hechas a mano. Al menos, el sombrero sigue limpio.

De repente escucho de nuevo el eructo de esa maldita escopeta. Me pongo alerta.

El cabo de amarre que me transporta explota.

La cuba chirría y se suelta de los cables. Me quedo sin aire cuando el contenedor se estrella contra la plataforma de piedra. Puedo sentir los cimientos del muelle temblar antes de que todo se caiga de lado.

El mundo se derrumba sobre mi cabeza, junto con una tonelada de tripas de pescado. Milagrosamente, estoy intacto.

Me pongo en pie a duras penas y busco otra salida. Los pequeños barcos de A se acercan. Ya casi están aquí.

Aturdido, arrastro los pies hacia un pequeño barco atracado junto al muelle de carga. No estoy ni a mitad de camino cuando el fogonazo de una escopeta destroza el casco del navío y lo manda a pique.

Dioses. No me quedan fuerzas para seguir huyendo.

Mientras el barco se hunde, caigo de rodillas sobre el chinarro del suelo de piedra, agotado. Trato de recuperar el aliento y de ignorar el hedor de las tripas podridas, vertidas sobre el muelle.

Naruto avanza desde mi espalda hasta colocarse de pie ante mí. De alguna forma, se las ha apañado para bajar. Como no podía ser de otro modo. Es estúpido pero imbatible.

—Vaya, parece que se nos acabó el encanto ¿eh?— Naruto sonríe y me mira de pies a cabeza. Verme desde arriba y en mi estado le resulta divertido.

—¿Es que nunca aprenderás?— respondo, haciendo un gran esfuerzo para ponerme en pie.— Cada vez que trato de ayudarte, me...

Dispara justo a mis pies, haciéndome trastabillear. No me cabe duda de que se me ha clavado un trozo de algo en la espinilla. —Si tan solo me escu...

—Oh, lo de escucharte se ha acabado.— me interrumpe monótonamente, caminando a mi alrededor, como un depredador a punto de saltar sobre su presa.— El mayor golpe de nuestras vidas y, antes de que me diese cuenta, te habías esfumado.— sigue apuntándome con su maldita arma.

—¿Antes de darte cuenta? Te dije que...

Otro fogonazo a mis pies, otra lluvia de esquirlas, pero ya me da todo igual. No retrocedo, solo aprieto los dientes y hago un último intento de razonar con él.

—¡Traté de sacarnos de allí! Todos los demás vimos que el trabajo se iba al garete.— le digo.— Pero tú seguiste en tus trece. Como siempre.— La carta está en mi mano antes de que me dé cuenta siquiera. Estoy furioso y a la defensiva.

—Te lo dije ya entonces, lo único que tenías que hacer era cubrirme las espaldas. Hubiésemos salido de allí de rositas... y ricos. Pero huiste. Me abandonaste.— dice, acercándose.

Retrocedo cautamente al ver su mirada amenazante. El Naruto al que conocí parece perdido tras años de odio, odio hacia mí. En aquella misión eramos un grupo de 5 personas, pero su compañero era yo, y le dejé atrás.

Ya no intento decir nada más. Ahora puedo verlo en sus ojos. Algo en su interior se ha roto.

¿Realmemte es culpa mía? ¿Pude destrozar tanto a Naruto al dejarlo atrás?

Por encima de su hombro, un destello llama mi atención. Una pistola de pedernal. Mierda. Eso significa que los primeros hombres del Raikage se nos han echado encima.

Sin pensarlo, lanzo la carta con dos dedos. Corta al aire en dirección a Naruto, desprendiendo una luz roja.

Su arma retruena. Un disparo de Destino.

Mi carta elimina al hombre del Raikage. Su pistola apuntaba a la espalda de Naruto.

Al contrario de lo que pensaba, el disparo de su escopeta no era para mí. Me giro levemente para ver a mi espalda.

Tras de mí, otro miembro de la tripulación de A se desploma con un cuchillo en la mano. Si Naruto no le hubiese disparado, me hubiese matado de una puñalada, ni siquiera percibí que estaba ahí. Devuelvo la vista a Naruto.

Nos miramos mutuamente. Viejos habitos.

…l recarga el arma y me mira aburrido. Yo sonrió levemente al ver que todavía queda algo del otro Naruto, el de verdad.

En menos de un minuto, los barcos de A llegan al puerto. Los hombres del Raikage nos rodean ahora por completo, aullando y mofándose de nosotros.

Hay demasiados para intentar luchar.

Sin embargo, el cumulo de matones que nos rodean no son un obstáculo para Naruto. Levanta el arma, pero no le quedan cartuchos.

No saco más cartas. Es inútil.

Naruto ruge y se les echa encima. Sonrío. Ese es su estilo. Hace añicos la nariz a uno de los matones con la culata de la escopeta antes de que otros 6 hombres lo machaquen. 7 contra 1, eso es juego sucio. Cobardes.

De repente, unas manos me agarran firmemente por los brazos, haciéndome soltar un gruñido de dolor y obligándome a arrodillarme.

Mas tíos se acercan a sujetar a Naruto, lo arrastran y lo arrodillan junto a mí.

Le miro por el rabillo del ojo. Tiene la cara cubierta de sangre. La mayoría no es suya.

Los gritos, las burlas y las risotadas que nos rodea cesan de forma inquietante.

El muro de matones se abre para revelar una figura con una camisa blanca que avanza a grandes pasos hacia nosotros. Permaneciendo inalterable.

El Raikage.

Visto de cerca, es mucho más grande de lo que podría imaginar. Y más viejo. Las líneas de su cara son profundas, cinceladas.

En una mano sostiene una naranja que pela con un pequeño cuchillo. Lo hace lentamente, con cortes precisos.

—Bueno, así que decidme, muchachos.— Se dirije a nosotros. Su voz es un gruñido profundo y resonante que me hace estremecer.— No seréis admiradores de la talla en hueso, ¿verdad?
Notas finales: No conseguí poner la foto de la escopeta de Naruto la otra ver, voy a intentar dejar un enlace.

http://ddragon.leagueoflegends.com/cdn/img/champion/splash/Graves_0.jpg

Bueno, decidme que os ha parecido :')

Bye

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