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Mi Señor por CaedesDarkParadaise

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Amos Diggory no era un hombre civilizado.

No se consideraba como tal.

Los merodeadores lo conocían, por así decirlo, como el cerebro de Los Merodeadores.

Era conocido por ser un hombre tranquilo, sencillo y normal al que le encantaba observar el mundo que giraba a su alrededor sin perderse ni un ápice de lo que ocurría.

Pero no era totalmente cierto.

Porque había una parte de él, escondida en el fondo de su alma, que era fría, impulsiva y calculadora.

Nadie conocía esa faceta de su vida pues Amos se había esforzado para que nadie la conociera.

…l solo quería ser el simplón y cerebrito de Amos Diggory.

Nada más.

De ahí que su gran amigo y rey de Gryffindor James Potter le hubiera dado su puesto en la seguridad de aurores y, al igual que Peter, quien era el encargado para diseñar las huidas, Amos creaba todo tipo de ataques en contra de sus enemigos si la ocasión lo ameritaba.

Era un experto en ello.

Peter y Amos se complementaban, y sus amigos les confiaban sus vidas.

Amos lo apreciaba y lo temía a la vez.

No era fácil intentar proteger todo un reino para que no se cayera a pedazos.

Diggory confiaba en sus compañeros y viceversa.

Ellos habían sido un pilar de ayuda y comprensión cuando Amos más lo necesitaba porque Diggory no fue en su pre-adolescencia un chico civilizado, es más, el primer grupo con el que iba mucho antes que con Los Merodeadores era completamente distinto.

Algunos pronunciaban el nombre con odio, rabia y miedo.

"Mortífagos" cuchicheaban.

Pero él lo decía de una manera distinta, con un tono totalmente suave y habitual.

"Familia" decía.

Amos era el hijo de Cedric Diggory y Cedrella Black, que vivían en el valle de Helga muy cerca del oeste de Slytherin. Su madre, una mujer con ideales extremistas, ayudaba a conseguir seguidores al segundo jefe de mando Cadmus Zabinni. Los dos habían sido amigos desde la infancia por lo que se ayudaban mutuamente y en este caso pensaban de la misma forma en relación a sus ideas políticas.

Cedrella Black puso en sus dos hijos, Septimus y Amos, todas sus esperanzas para conseguir hacerse con la marca del mortífago y complacer las órdenes del Rey Thomas de Slytherin.

Y al contrario que Cedrella, su marido Cedric no tenía las mismas ambiguas ideas que ella. Comprometidos desde niños por un acuerdo entre familias, ninguno pareció amarse realmente, pero Cedric amaba a sus hijos más que nada.

Amos, Septimus y Cedric eran tan unidos e inseparables que Cedrella temió que sus hijos se convirtieran en hombres tan inútiles como su marido.

Conocía sus puntos débiles y las usó en su contra.

Cedric Diggory sufría constantes depresiones y tomaba pociones que aliviaban sus cambios de humor aunque tambien le transformaban en un hombre hosco y triste. Al poco tiempo, las depresiones de Cedric fueron en aumento hasta el punto que no pudo soportar la horrible vida que llevaba ni el conocimiento de que dos niños dependían de su amor y comprensión.

Una mañana fría de invierno, Amos Diggory encontró el cadáver de su padre.

Se había suicidado.

Lo vio tendido en la alfombra persa, inmóvil, pálido y con los expresivos ojos azules sin ningún brillo que le acompañara.

Amos solo tenía siete años.

…l nunca olvidaría aquella imagen de su mente que le endurecería con los años.

Cedrella consiguió lo que quería, transformo a sus hijos en lo que siempre quiso; en matones de escuela, chicos crueles, insensibles y egoístas que solo pensaban en sí mismos.

Septimus, el mayor, se convirtió en el ideal del mortífago que algunos jóvenes Hufflepuff y Slytherins envidiaban.

Y Amos estaba en proceso de ello.

Era jefe de un grupo que golpeaba, intimidaba y hechizaba con maldiciones oscuras a los niños de Hufflepuff.

Sus compañeros y él eran como hermanos.

Todos los odiaban y les tenían tanto miedo que nunca les miraban directamente a los ojos, pero al que más odiaban y temían era a Amos.

Cuando Septimus cumplió quince años, recibió la marca y Cedrella realizo una fiesta por todo lo alto. Amos acababa de cumplir diez años, y miraba todo con indiferencia. Unos días más tarde, enviaron a Septimus a su primera misión en Hufflepuff: Torturar a un auror que se había infiltrado en Slytherin como mortífago, y como deshonor hacia el hombre, decidieron llamar a su mortífago más joven e inexperto para ello.

Amos lo acompañó ese día.

Septimus no solo logró torturar a aquel hombre, sino que lo asesinó a crucios delante de él. Su hermano impasible a los gritos y súplicas del hombre, al que más tarde llamaría por su nombre como señal de respeto, se sacudió las manos y le miró de una forma tan sádica y horrible que supo que Septimus Diggory ya no era un niño...ni siquiera su hermano.

Le aterro.

Y el mundo cambió para él.

Amos comenzó a ausentarse todo el día de su mansión porque no quería mirar a su hermano a los ojos. Ni siquiera hablaba con aquellos que consideraba amigos pues estos habían empezado a pensar que la tortura era un nuevo objeto de diversión que usar contra los hijos de muggles y muggles.

Eran malos.

Jamás volvió a ver el pensamiento de torturar con diversión.

Cambió a tal punto que, en un momento dado Septimus, mucho más astuto e inquietante que antes se dio cuenta de lo extraño que estaba su hermano menor. Por eso lo enfrentó una tarde después de haberle golpeado una paliza.

- ¿¡Qué te ocurre!? - exigió saber Septimus entre dientes. - ¡Te has vuelto una nenaza! ¡Ni siquiera pasas el tiempo con tus amigos! ¡Son hijos de mortífagos de buena familia! ¡Sabes que tienes que cumplir con los deberes que el Rey Thomas nos ordenó hacer! ¡Eres un Black, compórtate como tal!

Amos alzó la mirada con la determinación

- ¡Soy un Diggory! - masculló. - ¡Tú también!

- ¡Yo soy un Black!

Amos suspiro con pesar.

- Septimus. - negó con la cabeza. - Debo decirte que...- dijo en voz baja. - yo ya no.…-suspiro. - tengo en consideración las órdenes de ese señor.

- ¿Estas bromeando, Amos? - le preguntó con enfado. - No me gustan las bromas.

- No bromeo. - gruño. - Mucho menos en este caso. Hablo enserio. - lo pronunció despacio. - Llevo un mes oyendo en mi cabeza las súplicas de aquel hombre.

- Ese sucio hijo de muggles. - escupió. - No tiene importancia.

- ¡Claro que la tiene! - exclamó Amos, furioso. - Todo hombre, mujer o niño la tiene. Sea muggle, hijo de muggles, squib o mago con ideas anti-sangre pura. ¡Tú no tienes ni idea!

Septimus se dirigió a él con paso furioso, extendió el brazo y le propinó un puñetazo en el estómago que le dejo sin respiración.

- ¡Cállate, imbécil! - gritó sin importarle que alguien les escuchara. - ¡Eres solo un crío! ¡No tienes ni idea de lo que es ser realmente un hombre! ¡Ya te enseñaré yo lo que es eso a golpes!

Estuvo a punto de golpearle de nuevo, pero Amos desenvaino su varita y apuntó a Septimus con intrépido orgullo. Estaba harto de que le golpeara a su gusto sin que él pudiera defenderse.

Ya no era ese niño estúpido al que llamaba crío.

- ¿Que vas a hacer? - una sonrisa horripilante se formó en sus fríos labios. - ¿Matarme?

Eso le causo un escalofrío en la columna vertebral como una flecha veloz y sin rumbo.

Y una carcajada brotó de los labios de Septimus.

- No te reconozco. - siseo. - ¿Que le ha ocurrido al hermano con el que compartía el gusto de insultar a esos asquerosos muggles? Eres un Black, tú deber es seguir al Rey Thomas. No puedes convertirte en un sucio traidor. - Las manos de Amos comenzaron a temblar con nerviosismo. - Por mucho que hagas, nunca cambiaras tu forma de ser. Eres uno de los nuestros. - Septimus alzó la manga de su antebrazo. - Llevas nuestra sangre en las venas. Naciste para matar a todo enemigo que no concordara con los ideales del Rey Thomas.

- ¡No! - rugió con la garganta seca. - ¡Soy un Diggory! ¡No un asesino!

Y retiro la varita en dirección de su hermano porque él siempre lo consideraría así.

- ¡Somos hermanos! - le dijo con convicción. - ¡Olvídate de ser mortífago! ¡Piensa, Septimus! - Amos apretó los puños. - ¡No seas igual que madre! ¡Eso está mal! ¡Te estás convirtiendo en un asesino! ¡Esa pobre gente no tiene la culpa de ser el objeto de odio de un rey tirano!

Septimus lo analizo con asco.

- Tú ya no eres mi hermano. - musito fríamente. - Como jefe de la familia, desde ahora y en el futuro, puedes olvidarte de que existimos. - Amos sintió un dolor en su pecho tan fuerte y agudo que el golpe de su estómago se sintió como una caricia. - Y recuerda Amos, tú has pertenecido a la casa Black y por tanto eres tan inhumano como nosotros.

Amos no quería oír más.

Y Septimus desapareció completamente de su vida dejando a un abandonado Amos con una profunda tristeza y un nuevo rumbo por tomar en solitario.

No era su destino.

No lo era.

Pero en el fondo de su corazón supo que se parecía mucho más a su madre y hermano de lo que quería reconocer.

Ellos no tenían alma, y Amos supo que si volvía con su familia, la perdería sin contemplaciones.

No volvió jamás.

- Y hasta aquí he llegado...- suspiro Amos colocándose las lentes de la nariz después de incitar a Sirius a entrar a la habitación de su nuevo jefe. - hermano.

Septimus Diggory siempre supo que Amos no sería un hombre civilizado, ya que no había sido criado para que lo fuera.



Arabella Zabinni era una mujer astuta, inteligente y hermosa.

Criada en el seno de una familia sangre pura que brillaba por su elegancia y maldad, había aprendido a defenderse de la forma más cruel desde que era una niña.

En su familia no había otra manera de sobrevivir.

Arabella a pesar de eso nunca cambio su forma de ser.

Divertirse era una meta que se hacía cada mañana al levantarse para enfrentarse a lo que era su vida. Ella hacía lo que quería sin importarle las consecuencias que siempre la llevaban a sorpresas inesperadas y casi nunca desagradables.

Sobre todo en sorpresas amorosas.

Los hombres la adoraban, y ella adoraba que la adorasen.

Los pretendientes la buscaban continuamente para intentar conseguir ponerle un anillo en el dedo y atarla de por vida a su lado, pero ninguno lo conseguiría.

De eso estaba segura.

- ¿Y tú amante nº23? - la interrogó Narcissa tomando un vaso de Whisky de fuego a palo seco. - Ese guapísimo caballero de brillante armadura.

Arabella alzó una ceja con elegancia.

- No lo sé. - se encogió de hombros. - Habrá vuelto a su país natal... ¿Cuál era?

- Polonia. - respondió Rodolphus con diversión por saber más él sobre la vida del hombre que la propia Arabella. - Vaya seductora estás hecha.

- No viene al caso acordarse. - bufó. - Estoy harta de esos niños de mama que quieren tenerme en la palma de su mano. Es que no entienden que no quiero casarme con ellos.

- Se más humana, Arabella. - le dijo Narcissa con un resoplido. - Algún día un hombre te pondrá ojitos tiernos y caerás en sus redes como una adolescente enamorada.

- ¿Ojitos tiernos? - Arabella frunció los labios. - ¡Quien te has creído que soy! Yo no me rebajo de tal manera.

- ¿Con qué clase de mujeres me rodeo? - pregunto Rodolphus al aire mientras Narcissa y Arabella le fulminaban con la mirada. Aquellas miradas le hicieron echarse hacia atrás en un momento de terror. - Ningún hombre te querrá si sigues con esa horrible cara, Cissy.

Narcissa gruño.

- Oh, cállate. - resoplo Arabella. - Los hombres son unos buenos para nada.

- Debería ofenderme. - Rodolphus se levantó colocándose la capa negra. - Pero no lo haré porque un Lestrange no se ofende. Al final parece que mi padre me enseñó...algo. Es una pena.

- ¿Dónde demonios está Regulus? - Narcissa alzo su varita para formar un patronus de voz. - ¡Trae tu aristocrático trasero en este mismo instante!

- Déjale. - le dijo Arabella. - El pequeño bombón estará con un hombrecillo de "ojos tiernos" poniéndose las botas.

- ¿Has vuelto a ver a tu madre? - le pregunto Rodolphus unos minutos más tarde.

- Esa vieja loca estará pudriéndose en Azkaban. - escupió Arabella colocándose un mechón de pelo rizado en la oreja.

Arabella miro el ventanal con el silencio cubriéndolos en el salón.

Ella misma había encerrado a su propia madre en Azkaban porque una vez declarado muerto el Rey Thomas Riddle, Lyra Zabinni había intentado asesinarla. Claro, después de que su única hija hubiera matado primero a su esposo.

Cadmus Zabinni.

El hombre que Arabella admiro en su niñez.

Aquel hombre que la convirtió en una muñequita para manejarla como un títere a sus deseos.

Una joven casadera en la que quiso convertir en reina al comprometerla con su mejor amigo y rey Tom Riddle.



Todo había comenzado con una mañana helada y tenebrosa donde el cielo encapotado de nubes en invierno prometía cumplir los sueños de miles de magos.

- ¡No pienso casarme contigo! - grito Arabella de veintidós años junto a la fuente del palacio de Slytherin con un entretenido Tom.

- Hombre, muchas gracias. - rió Tom poniéndose los guantes.

Arabella le observó con odio fingido.

- No te das cuenta. - masculló. - El capullo de Cadmus Zabinni quiere convertirme en una consorte sumisa. ¡Estoy harta!

Tom le beso el dorso de la mano.

- Estoy completamente de acuerdo contigo, querida.

- Ni yo soy sumisa ni tu heterosexual. - Tom enarcó las cejas. - Oh, vamos. ¡Todos sabemos que te van más las varitas que los calderos!

- No lo grites en alto...- susurró Tom en su oído. - o me cortaran, lo que tu denominas, "varita".

- Perdón. - Arabella andaba de un lado para otro con furia. - Querido. - comenzó. - Tu padre…

- Ese hombre no es mi padre. - escupió.

- Me corregiré entonces. - continuó al ver el brillo de color rojo en sus ojos verdes. - Thomas Riddle se está muriendo, cariño. ¡Ya es hora de liberar a gente inocente de sus garras!

- Lo sé. - murmuró fríamente. - No te preocupes más, nena. Falta poco.

Le acaricio su mejilla de color café con ternura. Arabella quería a ese hombre como un hermano pequeño, aunque él fuera cinco años mayor que ella. Y él la quería a ella de la misma forma.

No como marido y mujer.

- Dentro de poco no será un impedimento para hacer lo que queramos. - habló con voz potente. - Morirá. El pueblo será libre y a su vez también nosotros.

Y Arabella se mordió los labios con la esperanza brotando en su pecho.

- ¡Thomas! - bramó Cadmus Zabinni desde la puerta del jardín. - ¡Ven ahora mismo a la habitación de tu padre!¡Ya es hora!¡Y tu Arabella, quédate ahí!

- O menos de lo que esperaba. - farfulló.

Arabella sintió un escalofrío.

Tom besó la mejilla de Arabella mientras le susurraba al oído "No te preocupes, avisare a los aurores" y se iba caminando con tranquilidad.

Cadmus Zabinni alcanzó a su hija una vez hubo desaparecido Thomas por el portón del jardín, cuando llego coloco su mano en el hombro de Arabella.

- Estás haciendo enormes progresos con Thomas. - le dijo con satisfacción. - Casi haces que me enorgullezca de ti.

- No, por favor. - bufó Arabella. - No te esfuerces.

- Niña malcriada. - siseo con enfado. Le agarró el brazo con fuerza, y Arabella gruño. - Cambia esa actitud o te juro que te arrepentirás.

- No me amenaces, Cadmus. - murmuró entre dientes. - ¡Y suéltame! Vuelve con ese rey que tanto admiras.

Y Cadmus Zabinni le propinó un puñetazo con furia incontenible, Arabella cayó al suelo con un sonoro "plop".

No lo aguantaba más.

Desenvainó la varita de su antebrazo con rapidez apenas vista pues había sido entrenada por sus amigos con destreza. Ellos sabían que algún día tendría que defenderse y no querían dejarla indefensa al igual que a Narcisa porque ellas no eran mujeres indefensas. Todos entrenaron por años a escondidas, sin que sus padres se enteraran de sus encuentros.

Nadie sabía que los mortífagos Lucius Malfoy, Bartemius Crouch, Rodolphus y Rabastan Lestrange, Ethan Nott, Regulus Black, Narcisa Black, el mestizo Severus Snape, el futuro rey Thomas Riddle y ella eran amigos ni mucho menos que defendían la causa que sus progenitores odiaban.

Arabella apretó los dientes.

- Muy bien, padre. - asintió. - Te lo digo desde ahora. Estoy harta de ti, de tu rey, de tus reglas. Me has criado para que sea una perfecta esposa para Tom, pero yo de perfecta esposa no tengo ni la punta del pelo.

- ¡Maldita muchacha! - Cadmus Zabinni levanto la varita hacia lo alto de su cabeza. - ¡Cru...!

- ¡Depulso! - saltó Arabella expulsando hacia atrás a Cadmus. - ¡Se un buen mago!¡Lucha como tal en un duelo! ¡Vamos!

Y los dos se enfrentaron con sed de sangre, frente a frente, con la venganza cociéndose en sus venas.

- Me has pegado, torturado y manejado como has querido, pero ya no más. - le dijo Arabella con valor. - No he nacido para vivir bajo tu yugo ni obedecer órdenes de unos asesinos.

El patriarca Zabinni rugió de rabia lanzando hechizos a tutiplén.

Cadmus y Arabella se enfrascaron en un duelo que para la segunda duro una eternidad, pero nunca paró de luchar.

Cadmus se lo merecía.

Porque aparte de ser un padre, un marido y un aristócrata millonario.

Era un asesino.

Y había exterminado a muchas generaciones de magos, y eso Arabella jamás lo perdonaría.

Esa mañana no solo su mejor amigo Tom perdió un padre tirano, Arabella también.



- Lo siento, muchachos. - Arabella se levantó de un saltó con la mirada perdida. - Voy a irme a descansar.

Todos sus amigos cargaban muertes a sus espaldas, cada uno de ellos tenía sus propios fantasmas y entre ellos se entendían. Pero en estos momentos, Arabella necesitaba estar a solas.

- Descansa, Bella. - Narcissa le dio un beso en la mejilla al verla distante. - Hablaremos mañana.

A veces Narcissa parecía ser la única persona que la comprendía sin necesidad de hablar.

- Por supuesto. - le propinó a Rodolphus un pequeño beso en los labios. - Buona notte, sinvergüenza.

- No me enamores más, mon coeur. - dijo Rodolphus.

Arabella soltó una carcajada estridente antes de salir.

"Quizás dormirse con una poción sin sueños sea la mejor opción" pensó al pasar por la estatua de una serpiente, que era el vivo retrato de Nagini, la mascota de Tom.

Pero no pudo cavilarlo demasiado porque observo que la puerta de su habitación se encontraba entreabierta así que sin meditarlo demasiado apretó la varita contra sus dedos. Fue de puntillas, lentamente y se acercó al umbral, y una figura negra se extendió por la alfombra del centro de su cuarto.

- ¡Quién está ahí! - lanzó un hechizo hacia la figura, pero esta con reflejos rápidos saltó hacia el otro lado de la habitación con un gruñido. - ¡Muéstrate!

El extraño de su habitación pareció mascullar algo en bajo y poco a poco fue levantándose de sus rodillas. Arabella prendió las luces de su habitación con un movimiento de mano consiguiendo por fin ver la cara de la persona.

Era un hombre.

Alto, rígido, sencillo y al parecer de Arabella desde su punto de vista, peligroso.

Peligroso.

¿Esa era realmente la caracteristica que daba en la primera impresión?

El sujeto se colocó las gafas redondas en la nariz como un auto reflejo mostrando unos ojos azules y gélidos. Por su vestimenta parecía un vagabundo, pero su rostro presentaba el atractivo que todo hombre quisiera tener, aunque este no aparentaba querer ser uno de ellos. Se peinó el pelo castaño hacia atrás y metió las manos en los bolsillos mientras avanzaba hasta ella.

- Usted debe ser Lady Arabella. - pronunció con cuidado apretando en sus pantalones la punta de su varita. - ¿Verdad?

"Como puede ser que una mortífaga pudiera ser tan hermosa"

Amos analizo a la bella mujer con ojo crítico. Ella tenía el pelo negro largo y rizado en miles de ondas definidas que no parecían tener fin, unos ojos verdes grandes y pálidos, y la piel de un color café cremoso que incitaba a lamerlo.

- Sí, soy yo. - respondió secamente. - ¿Quién demonios eres?

- Soy su nuevo sirviente, mi señora. - se presentó. - Me llamo Amos. - No se fiaba de él porque notó que empuñaba con más fuerza la varita. - La señora Molly me encargó esta habitación para que yo la limpiara antes de que usted regresara. Si quiere puede hablar con ella. Estoy autorizado.

Arabella bajo la varita despacio a la vez que se apuntaba mentalmente hablar con Molly.

- Oh. - entreabrió los labios. - ¿Un nuevo sirviente, ¿eh? Uhmm. - le miró de nuevo, de pies a cabeza, y le lanzó una sonrisa depredadora. Amos amplió los ojos con asombro. - Si es cierto lo que dices, entonces no tengo ningún problema. - declaró con voz seductora.

Después de todo los sirvientes masculinos siempre habian sido su predilección.

Y Amos deseo por un minuto volver al reino de Gryffindor.

Estaba en serios problemas.

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