Natural por Ojou_Sama_F

-Entonces, intentémoslo, yo, protegeré su semilla y daré lo mejor de mí, para que germine…
 
Nyrn abrazó el delicado cuerpo que tenía cerca, aspirando el dulce olor que desprendía; su hermosa flor, su pequeño albino, su más preciado sacerdote se sacrificaría por él. Aún así, él no estaba dispuesto a perderlo y aunque lo intentaría, si había algún pequeño indicio de que algo estaba mal, sacaría la semilla cuanto antes.
 
El ojiverde movió al niño para poder besarlo, lenta y suavemente – eres tan perfecto – susurró, mientras lo recostaba en las raíces del árbol, cercanas al tronco, que empezaron a cambiar, para dejar un lecho cómodo, lleno de hojas y musgo – no quiero hacer eso como con las demás – negó – tu, mi hermosa flor, eres distinto y por eso, si he de poner mi semilla en ti, voy a hacerlo de una forma que no te duela tanto…
 
Las caricias empezaron entre ambos, mientras el mayor desvestía al albino con lentitud, como siempre, besando cada parte que quedaba al descubierto y estimulando con sus dedos la piel, consiguiendo que se erizara ante su toque.
 
El peliblanco se dejó mover, cerrando los ojos y disfrutando de los cariños que el mayor le prodigaba con tanta dulzura. En esos meses, se había acostumbrado tanto a ellos, que le eran necesarios casi tanto como el oxígeno para poder vivir; día a día se consumía por dentro cuando estaban lejos y le era un suplicio tener que esperar a que el tiempo pasara para poder verlo en las noches. Desde tiempo atrás, se había dado cuenta de que lo que sentía por Nyrn no era simple respeto y admiración, tampoco era por ser el sumo sacerdote y estar obligado a complacer a su Dios; estaba enamorado de ese ser tan dulce, tan único, tan directo y que a su manera, también lo quería, aunque jamás se lo hubiese dicho con esas palabras.
 
-Skoll…
 
La voz suave de Nyrn, consiguió que el albino entreabriera los parpados, observando al rubio con su físico característico de cuando lo poseía. El ojirrojo sonrió y sus manos acariciaron las delicadas lianas verdes, que caían entre los mechones rubios y rojizos; abrió las piernas sin pudor y se ofreció completamente, para que el otro lo poseyera.
 
El ojiverde penetró con suma lentitud al niño, disfrutando la presión y tibieza que siempre lo envolvía; a pesar de que ya tenían meses haciendo ese acto, noche a noche, le parecía que el menor lo apresaba cada vez más, porque su interior se contraía con más fuerza día a día.
 
-Nyrn… – dijo el peliblanco con vehemencia, cuando el mayor entró por completo.
 
El rubio inició el vaivén, fuerte, rudo, besando los labios sonrosados, permitiendo que sus lenguas se reconocieran como siempre, disfrutando la tibia y húmeda cavidad del menor; el niño gimió sin reparos, a pesar de que los sonidos se ahogaban debido al beso, pero su cuerpo se ondulaba con ansiedad, disfrutando cada estocada, que llegaba hasta lo más profundo de su ser.
 
Después de un momento, Nyrn se alejó de su pequeño amante, para poder apreciar sus gestos, disfrutaba observar a Skoll, mientras el placer lo inundaba; el rostro del menor estaba completamente rojo, sus ojos llorosos, sus labios sonrosados dibujaban una débil sonrisa y su piel transpiraba, humedeciendo el cuerpo frío del mayor cuando se rozaban.
 
El peliblanco estaba tan perdido en esa vorágine de deseo, que no se dio cuenta en qué momento, las lianas del árbol se movían, para apresarlo de brazos y piernas. Cuando Skoll sintió algo en sus labios, reparó en lo que sucedía; una de las lianas se introdujo en su boca, evitando que objetara. Nyrn ya no lo sujetaba, aunque seguía penetrándolo gracias a las enredaderas que rodeaban el pequeño cuerpo y lo movían al ritmo que el ojiverde le gustaba.
 
La deidad sonrió al notar un ligero tinte de reproche en la mirada roja, pero sabía que el albino lo estaba disfrutando, especialmente porque su interior se contraía, casi con desespero. Una liana se enredó en el sexo del niño y éste ahogó un grito, gracias a la intrusa que tenía en su boca.
 
Nyrn no dijo nada, simplemente extendió la mano hacia el tronco del árbol, sin apartar la mirada del menor; el árbol se abrió lo suficiente, para atrapar entre su madera la mano del Dios y, el rubio cerró los párpados. El árbol brilló con la misma intensidad que el cuerpo del ojiverde y, lentamente, sus ramas empezaron a llenarse de flores doradas que no tardaban en abrir, mostrando el color rojo por dentro de sus pétalos y liberando el clásico polen carmesí.
 
Skoll no podía concentrarse. A pesar de que el ojiverde no se movía, el cuerpo del niño seguía siendo penetrado con rudeza, debido a que las lianas que lo sujetaban, no dejaban de moverlo; pero el albino sentía que el otro cambiaba, pues notaba como crecía en su interior aún más, aunque no le dolía, al contrario, lo estaba disfrutando como nunca.
 
Cuando el árbol terminó de florecer, Nyrn extrajo su mano del tronco, pero ésta estaba sangrando y, en la palma de su mano, había un capullo de flor de sangre; el rubio se inclinó hasta Skoll y, antes de llegar a la boca, la pequeña intrusa que invadía esa cavidad se alejó con rapidez, permitiendo que la deidad besara a su sacerdote.
 
-Esta… – susurró contra los labios al separarse – es mi semilla… – sonrió y se incorporó.
 
Skoll empezó a gemir audiblemente, pues nada obstaculizaba su boca; el rubio movió su cadera, adecuándose a un ritmo opuesto al que el árbol movía al menor y, su mano libre, empezó a estimular el miembro del niño.
 
Nyrn acercó el capullo al vientre de Skoll y, cuando lo colocó en el ombligo, la flor se abrió con rapidez, liberando no solo su polen; en la base, había una pequeña piedra brillante, parecía una delicada formación de muchos cristales en un color escarlata y, tenía el tamaño de un hueso de los duraznos que el niño comía. La flor de sangre se disolvió y Nyrn presionó la semilla, intentando introducirla en el cuerpo del albino.
 
El ojirrojo gritó. Le dolía sobremanera su vientre, mientras esa pequeña semilla se iba introduciendo dentro de su carne, pues cada pequeño cristal, parecía como un cuchillo clavándose; pero a la vez, se encontraba gozando, ya que el mayor no dejaba de estimular su sexo, a la par que la delgada enredadera que lo envolvía. El peliblanco se retorció de dolor y placer, gimiendo y llorando, sin poder comprender todo lo que su cuerpo estaba experimentando esa noche. Skoll llegó al orgasmo, liberando su semen en su abdomen humedeciendo el cristal que aún estaba expuesto y, una parte del líquido viscoso entró en el ombligo, momentos antes de que esa extraña semilla se introdujera completamente en su vientre y la pequeña herida se cerrara
 
Nyrn se inclinó hasta llegar al cuello de su pequeño sacerdote; mordió la piel con fuerza, ahogando un ronco gemido que lo asaltó; el orgasmo de Skoll provocó que su cuerpo se estremeciera y contrajera con tanta fuerza, que el rubio jamás había experimentado tanta presión en su sexo con anterioridad, consiguiendo llegar al clímax segundos después, inundando el interior del niño con su savia.
 
El rubio tardó varios minutos en reponerse de esa maravillosa sensación de éxtasis, pero, cuando por fin lo hizo, se alejó sin salir del pequeño y delicado cuerpo blanco, en busca de los labios de Skoll para besarlo.
 
-Mi hermosa flor… – susurró, sin recibir respuesta.
 
El peliblanco había perdido el conocimiento, pero no parecía tener ningún problema, solo estaba dormido.
 
-No quise lastimarte – dijo el mayor abrazándolo con suavidad, mientras el árbol liberaba al niño, dejando al Dios a cargo – y, sé que realmente no lo hice – sonrió – pues noté que lo disfrutaste… Ahora, solo hay que esperar – prosiguió en susurros, depositando besos en el rostro del albino – aunque te doy mi palabra, que si algo malo te sucede, retiraré mi semilla lo más pronto posible – aseguró – no quiero perderte a ti… No podría soportarlo…
 
 
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