Natural por Ojou_Sama_F

Skoll había dormido casi toda la mañana, aún así, después de la comida se sentía soñoliento; agradeció que no tenía que hacer sus tareas diarias y se volvió a dormir hasta que Miley fue a despertarlo para la cena, al atardecer.
 
Mientras estaba en el comedor, su padre le informó que debido a las indicaciones del médico, debía descansar por unos días, por tanto, no iba a acudir al templo y tampoco estudiaría en la biblioteca; esas noticias no le hubiesen ocasionado ningún inconveniente al menor, excepto por lo que el peliazul le dijo después.
 
-La señorita Yrsa Vikez, condesa de Sadarel vendrá a pasar unos días con nosotros…
 
Ese nombre confundió al peliblanco, pues nunca lo había escuchado.
 
-La señorita Yrsa es con quien vas a casarte – anunció sin dudar el mayor.
 
El ojirrojo dejó caer el cubierto, por la sorpresa que lo invadió; Miley se acercó y recogió el tenedor, entregándole uno nuevo y limpio al niño, alejándose rápidamente.
 
-Llegará en unos días y debes pasar un mes acompañándola y conociéndola, así que, más vale que te comportes ante ella, pues traerá a su sequito y, posiblemente, a alguien de la familia real de su país.
 
El albino, pasó saliva con dificultad; buscó con la mirada a su madre, esperando que ella dijera algo, pero como siempre, Didik mantenía la mirada en el plato, sin atreverse a decir nada.
 
-Termina de cenar y ve a descansar…
 
-No tengo hambre – Skoll alejó el plato – iré a dormir ya…
 
El golpe de Bartod en la mesa no se hizo esperar – ¡dije que terminaras de cenar! – gruñó.
 
El albino suspiró, sujetó el tenedor con fuerza y siguió comiendo, aunque ya no tenía hambre. Al finalizar la cena, dejó el plato y se encaminó a las escaleras, para ir a su habitación, ordenándole a todos los siervos que lo dejaran a solas.
 
EL primer impulso del peliblanco fue echarse a llorar en la cama; él no quería casarse y obviamente la decisión no le había gustado en lo más mínimo, pero, aún así, no cedió a ese impulso infantil. Caminó al armario, sacó una nueva túnica y empezó a cambiarse; su mente seguía trabajando, pensando en tonterías, odiando a la joven condesa aún sin conocerla, pues sería la mujer con quien se casaría y todo por la orden de su padre.
 
Skoll caminaba como león enjaulado, alrededor de su cama; la capa de telaraña estaba sobre el colchón, pues se la colocaría al salir. Tenía ganas de gritar, por primera vez, parecía no poder controlar su malestar y quería oponerse a su padre sin saber cómo; pero no podía estar tranquilo, pues su tiempo se terminaba. Si esa chica llegaba, no podría evitar su matrimonio con ella.
 
Apenas las luces del palacete se apagaron, el peliblanco se escabulló hasta las piedras sagradas con rapidez; necesitaba llegar para estar con su Dios, necesitaba sentirse protegido y apoyado.
 
Nyrn esperaba al albino, recargado en una de las grandes piedras; sonrió al notar la delicada figura acercarse, más la sonrisa desapareció al verlo correr a su encuentro.
 
-¡Nyrn! – el niño lo abrazó con emoción, buscando un beso del mayor, pero el rubio lo alejó con lentitud.
 
-Skoll – suspiró – no quiero que corras – pidió con suavidad – no debes hacer esfuerzos, o puede pasarle algo a la semilla, ¿de acuerdo?
 
Las palabras dejaron frío al niño, ¿acaso era lo único que le importaba al otro? Su labio inferior tembló, sus ojos se humedecieron con rapidez y ahogó un sollozo, mordiendo su labio; era obvio que no importaba lo que pensaba o sentía, él debía proteger esa semilla y nada más.
 
El albino asintió sumisamente – lo siento – intentó sonreír – no… no volveré a hacerlo… – dijo con debilidad, colocando las manos en su vientre.
 
El rubio lo miró con sorpresa, dándose cuenta que su semblante no era el normal – ¿qué sucede? – indagó con preocupación.
 
-Nada, no es nada… – el peliblanco limpió sus ojos y suspiró, tratando de ignorar todo el cúmulo de emociones que sentía en ese momento.
 
-Skoll – el ojiverde lo abrazó con suavidad – sabes que no me gustan las mentiras…
 
El ojirrojo se mordió el labio y sollozó – ¿Qué…? ¿Qué soy para usted, mi señor? – levantó la mirada y sonrió con tristeza – ¿su sumo sacerdote? ¿Skoll, el niño al que confundió con una chica y se presentó ante él, sin poder dar marcha atrás? O, solo… ¿solo el cuerpo contenedor de su semilla?
 
El rubio levantó una ceja ante esas claras preguntas de reproche – mi hermosa flor, sabes que no eres solo eso…
 
Skoll evitó la caricia que el mayor intentó darle y se giró, dándole la espalda – dentro de cinco meses cumpliré dieciséis – anunció, no iba a darle más vueltas al asunto – y debo casarme…
 
-No lo harás…
 
-Tengo que hacerlo…
 
-No lo harás – repitió el mayor y se movió para verlo de frente, le sujetó con delicadeza por el mentón y lo obligó a levantar el rostro para depositar un beso en los labios del niño – no voy a permitirlo – sentenció con firmeza.
 
-En unos días – el ojirrojo desvió la mirada – la condesa de Sadarel vendrá a conocerme y…
 
-No vas a casarte – el rubio negó – no importa lo que otros digan o hagan, no puedes casarte con nadie y menos ahora, que estás unido a mí – una de sus manos fue al vientre del peliblanco y lo acarició con suavidad – ahora, deja de pensar en tonterías y acompáñame – pidió con una sonrisa en sus labios – quiero mostrarte algo especial…
 
Skoll asintió y siguió a su deidad, aunque por primera vez, dudaba que él pudiera hacer algo para evitar su destino.
 
 
* * *