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Sol en media noche. por Matsumoto Yuki

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Lastimosamente en la vida, no todos nacen con los mismos recursos, ni mucho menos con las mismas oportunidades de desarrollo tanto académico como laboral. Sólo unos pocos son capaces de abrirse paso desde los suburbios a la grandeza, como era el caso del mundialmente reconocido Sinbad, ceo de una de las más importantes empresas tecnológicas a nivel internacional.

Era conocido por su iniciativa en temáticas sociales, apoyo a fundaciones beneficiarias, aporte al mejoramiento de poblaciones con un bajo índice de desarrollo y alfabetización, entre otras muchas cosas. Las acciones de aquel hombre y su empresa eran excepcionales, ganándose la admiración de muchas personas… como lo que ocurría con su mejor amigo.

— ¿¡Escuchaste las buenas nuevas, Aladdin!? —cuestionaba con ánimo el rubio, un fiel seguidor de todas las hazañas que Sinbad hacía alrededor del mundo. — ¡Esta vez financió una reforestación kilométrica! Si él no es un Dios, no sé qué sea. —agregaba mientras comía un generoso trozo de su almuerzo.

Al de azules hebras simplemente suspiró, sonriendo ante el entusiasmo del mayor.

—Bueno, ciertamente es notable. —comentaba medidamente, comiendo de una manera más civilizada que el adverso. —Pero… No lo sé, no lo pondría en un pedestal tan alto.

Alibaba se atragantó.

— ¿¡Cómo que no!? —Tomó agua como si su vida dependiera de ello. Y quizás sí lo hacía, en cierta medida. — ¡Es uno de los activistas más notables!

—O sea, sí, pero… Cualquiera con un ideal y dinero, mucho dinero, podría hacerlo. —Encogióse de hombros como respuesta. Incluso él, si tuviese tanta riqueza a su disposición, porque consciencia de la realidad ya la tenía, haría lo posible para enmendar los errores que la humanidad cometía, uno tras otro.

— ¡Eso es lo que lo convierte en un Dios! —Apuntó con su tenedor al menor, teniendo un poco de pollo enganchado. —el ideal, ¡No todos lo tienen! Mira a esos malditos ricos dándose lujos y dejando de lado al pueblo —su expresión se tornaba cada vez más oscura, llena de resentimiento —Esos buenos para nada no hacen nada.

—Auch. —Escucharon por detrás, del recién llegado.

Ambos jóvenes se voltearon en su dirección.

— ¡Hakuryuu! —Le dio la bienvenida Alibaba, como si no estuviese hablando mal de los de su especie hasta hace un momento.

—No sé de qué estén hablando, pero ya me siento atacado. —Bromeó el azabache, reposando su perfecto almuerzo a un lado del ojizarco.

—Ya sabes, lo típico. La admiración y amor infinito que Alibaba le profesa a Sinbad. —explicó Aladdin, quien ya había acabado su comida.

—OH. —soltó el recién llegado. —Pues sí que es increíble, Sinbad, digo…

— ¿VERDAAAD?

—Oh, no, Hakuryuu, tú no… —Aladdin posó sus manos entrelazadas por delante de su rostro, queriendo evadir aquella realidad donde sus amigos idolatraban a un… un…

—Quiero decir, tiene cosas raras, como que todo lo que hace se vuelve viral. —Observó Hakuryuu, concentrándose en separar sus palillos a la perfección para comenzar a comer. —Kou también participa activamente en muchas campañas, pero no se hace tanta publicidad.

— ¡Eso! —revivió el peli-azul. —Es como si tan sólo guardara las apariencias, imagínate no es la persona taaaan genial que crees que es, Alibaba.

El rubio se vio en un acertijo, sinsaber exactamente qué pensar.

—Podría ser, pero… ¡Definitivamente él no es así!

— ¡Cómo no! —cada vez Aladdin se ponía más pasional al respecto, negándose a torcer el brazo. —Imagina que, detrás de esa fachada de hombre perfecto que tiene, no es más que un idiota depravado.

—Eso fue muy específico. —susurró Hakuryuu, admirando sus fideos.

— ¡Pero imagina!

—…—Alibaba se hallaba confundido, con el entrecejo fruncido. El mundo que se le abría paso frente a él no estaba seguro de querer conocerlo. — ¡Aaaah, ya! ¿Por qué estás tan empeñado en derrocar la imagen de Sinbad? Aunque sea puedo fantasear, ¿no?

Esta vez fue Aladdin quien quedó sin palabras, ignorante sobre qué responder al respecto. Simplemente apretó la mandíbula, en una pelea interna que parecía no acabar.

No podía decirles.

— ¿Aladdin…?

Ni loco.

El celular del nombrado comenzó a vibrar en su bolsillo, logrando sacarlo de aquel transe tan poco agradable.

—AH.

Sacó sin más el aparato, contestándolo a la par.

Los restantes se quedaron en silencio, observándolo poner cada expresión… Era divertidísimo, ¿quién podía estar al otro lado de la línea? Ni siquiera tuvieron tiempo de preguntar, pues apenas colgó, Aladdin se levantó, retirando consigo la bandeja de su almuerzo.

—Lo siento, chicos, me surgió un problema urgente, tengo que irme.

Alibaba negó —No te preocupes, Al, después de todo tu horario terminaba ahora —Le restó importancia, a lo que Hakuryuu asentía con simpleza.

—Gracias, ¡Mañana nos vemos! —Se despidió, dejando la bandeja donde correspondía y caminando a paso rápido hacia la entrada principal de la Universidad, siendo seguido por la mirada de ambos amigos, hasta que, gracias a los edificios del campus, le perdieron rastro.

Sólo entonces el azabache habló, acabando una tanda de fideos.

— ¿Ese era un Iphone? —preguntó, como quien no quiere la cosa.

—Síp. —respondió flojo Alibaba, picando el trozo de pollo en su plato.

— ¿De dónde…?

—Dijo que comenzó a trabajar hace un par de semanas para no tener que cargar a su madre con los gastos de la Universidad. —explicó, suavemente, hasta que decidió que no quería comer más —Ya sabes, deben pagar bien.

Hakuryuu sonrió con sorna, mirándole con cierta insistencia.

— ¿Drogas?

Alibaba tuvo que reprimir una carcajada, a la par que golpeaba repetidas veces la mesa.

— ¡Cómo crees!

El dúo siguió especulando, desde las drogas hasta el tráfico de personas, pero sabiendo que algo como eso no podía ser cierto. Aladdin no era el tipo de chico que se vería envuelto en algo tan turbio, para nada…

No era algo tan turbio. Pero claro que sí era oscuro. Oscuro como la limo que lo esperaba a dos cuadras de la Universidad.

El joven llegó apenas y con aliento, reposando aún fuera del vehículo. A decir verdad, no quería entrar aún y escuchar su voz, tan socarrona, demandante, pudiente.

 

La ventana trasera del vehículo se deslizó hasta abajo, matando sus esperanzas—Hey, pequeño mago~ —Sin duda, sabía de qué magia hablaba. —Llegas tarde.

Aladdin resopló, obviando su estado que apuntaba a una sola cosa, había hecho lo posible para poder llegar allí en menos de cinco minutos. Era atlético, pero tampoco había que abusar de ello.

— ¿Hoy no salías a la hora de almuerzo? —preguntó el hombre, a la par que le abría la puerta para que pudiese pasar y sentarse cómodamente.

—Me quedé conversando con unos amigos. —informó el joven, cerrando la puerta detrás de sí.

—Ya veo… —El vidrio polarizado fue subiendo automáticamente, mientras el auto se ponía en marcha.

Prácticamente de inmediato, Aladdin se vio asaltado por una boca que demandaba sumisión, y una lengua que resultaba difícil de evadir. Únicamente cuando el mayor quedó satisfecho, dejando al ojizarco con una respiración entrecortada, terminó el beso, más no el agarre que ejercía a su cintura.

—Que no vuelva a pasar. —Sonrió, y maldición, aquella sonrisa se veía tan distinta a la que mostraba ante las cámaras cada vez que decidía hacer “algo bueno por el planeta”.

Aladdin titubeó, maldiciendo a Sinbad para sus adentros, pero teniéndose que comerse su orgullo.

—Sí, daddy…


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