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ADVERTENCIA: La Belleza es Peligrosa por jotaceh

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Día 60: Sufrimiento

La primera noche en aquel calabozo fue un infierno, o por lo menos el inicio de todos los quer03; vendrían después.

En aquellas horas de incertidumbre no pude pensar en nada más que no fuera el exterior. Imaginé lo que estarían pensando mis conocidos, qué harían por encontrarme. ¿Acaso saben que he desaparecido? Luego de rechazar a Leonardo, nadie más me vio, supongo que Daniel tuvo que buscarme y al no encontrarme algo debió sospechar. Me aprendí de memoria esa idea y es que mi mayor temor es que mis verdugos hayan inventado una coartada para explicar mi desaparición.

-¿La madre de Verónica también estuvo aquí? - le pregunté a Marcela durante la noche, no podía más de las dudas.

-Sé que no es fácil, pero deja de pensar... Lo único que lograrás es sufrir en vano...-fue la respuesta de la anciana.

Estaba al otro extremo de la pieza, acostada en el suelo frío de piedra. No tiritaba ni se quejaba por la incomodidad, ya estaba acostumbrada a esa vida.

-¿Cuántos años lleva de esta manera? - no le hice caso y es que tan solo imaginar que pasaría el resto de mi vida allí, produjo que mi pecho se contrajera.

-Cariño... No te sigas torturando... - recibí como respuesta.

Sé que ella no tiene la culpa de nada, pero en ese instante no pude contenerme. Mi pulso se aceleró de tal manera que me levanté sin querer y comencé a caminar de un extremo al otro del lugar. Las paredes se hacían cada vez más estrechas y sentí que el aire se escapaba de mis pulmones. Todo parecía de pronto una amenaza, estaba solo contra el mundo, solo contra los leones que querían destruirme.

-Calma, cariño... - seguía con sus consejos Marcela.

¿Cómo quieres que me tranquilice? Estoy encerrado en un sótano, las personas que me odian me tienen en su poder, van a acabar conmigo poco a poco... - respondí gritando, agitado y recorriendo la habitación.

Lo que vino después fue algo que nunca antes alguien había hecho por mi. Con su cuerpo desnudo, Marcela me detuvo y como pudo con su escasa musculatura, logró echarme sobre el piso, acomodarme entre sus brazos y acurrucarme como las madres hacen con sus hijos.

-Tranquilo, todo estará bien, aunque no lo creas ellos no han ganado... Hay algo en ti que nunca podrán doblegar y esa es tu alma, no me permitas que la destruyan porque es eso lo que ellos buscan... Querrán que te desmorones, que les supliques la muerte... Lo que más anhelan es verte desesperado y ansiando tu muerte. No hagas que logren eso, porque en ese momento, ellos saldrán victoriosos... No cometas el mismo error que Leonor, la esposa de Leonardo... Ella sucumbió ante el pánico y le suplicó de rodilla, besando sus pies, que la matara.... Ese fue el final de la pobre, y es que nunca fue valiente... - confesó la anciana.

Sus palabras lograron tranquilizarme, aunque debo reconocer que fueron sus caricias en mi  cabello lo que finalmente hicieron que me quedara dormido. Nunca nadie me había tratado con tanta ternura, ni siquiera mi propia madre.

No desperté solo, sino que fue producto del agua fría que me habían lanzado con un balde. Asustado levanté la mirada y me percaté que se trataba de Verónica.

-¿Cómo está mi mascota preferida? - fue su forma de saludar.

La vi con todo el odio que mi corazón le tenía guardado, me daba asco siquiera ver su sonrisa de víbora. No, ya no era una serpiente porque ellas matan por instinto, ella es un monstruo.

Estuve a punto de responderle, cuando vi a Marcela a mi lado. La mujer estaba sentada frente a su nieta, sumamente tranquila y viéndola con detención, sin gesticular, parecía una verdadera estatua. Decidí en ese momento, que la imitaría.

-¿Te gusta tu cuarto? Lo preparé especialmente para ti...ah, se me había olvidado, también  te traje tu cena.... Aquí tienes, animal... - en ese momento me lanzó unos cuantos desperdicios en el rostro.

Unas cabezas de gallina, cáscaras de naranja, fruta en descomposición, todo olía horrible. Deseaba verme comiendo aquella basura, sonreía al imaginarlo. No le di en el gusto, y me mantuve sin mover.

-Te dije que comieras, tienes que hacer todo lo que yo te dije, bestia... - se enfadó de tal manera que su cara se deformó.

Totalmente fuera de sus cabales, se acercó a mi con la fruta descompuesta e intentó meterla en mi boca a la fuerza.

-Come, mierda... Es esto lo que te mereces, acepta que perdiste y que ahora eres mío, mi prisionero... - decía completamente enajenada.

-Si no quiere hacerlo por las buenas, oblígalo... Así se adiestran a los animales... - de pronto apareció aquel hombre con quien estaba a punto de casarme.

Ahí vi al verdadero Leonardo, a aquel monstruo capaz de enjaular a su madre y esposa, aquel que posee a su propia hija.

Parecía como si el padre quisiera enseñarle a su hijita cómo adiestrar un perro, y es que de pronto mostró una varilla de fierro.

-Come o te dolerá... - sentenció amenazando.

Recordé las palabras de Marcela y por eso, me quedé ahí, sin hacerles caso, sin siquiera pestañear.

Su amenaza se hizo realidad y el primer golpe fue en mi rostro, cerca de mi ojo derecho. Me golpeó con toda su fuerza y sentí como si mi cráneo se hubiera trisado un poco. No hice caso y me quedé en el suelo, mientras sentía como la sangre escurría por la herida.

-Come...-gritó antes de volver a pegarme con la varilla, aunque esta vez en un hombro.

Nuevamente mi piel se desgarró, y el dolor fue espantoso. No lloré, solo intenté pensar en cuantas veces Marcela tuvo que vivir lo mismo y sigue en pie a mi lado.

Levanté la mirada y observé la maldad en los ojos de Leonardo. Lo que más me sorprendió fue la diferencia en sus ojos, no era el mismo odio que podía contemplar en las pupilas de Verónica. Allí no hay goce con el dolor ajeno, sino que solamente no se inmutaba, acostumbrado al sufrimiento, para él todo eso era normal.

Los golpes siguieron y el dolor fue tan fuerte en cada parte de mi cuerpo, que terminé desmayándome. Lo último que pude ver, fue a Verónica tomando la varilla y golpearme con tal brutalidad, que no pude seguir despierto.

Ahora ellos son los dueños de mi cuerpo, pero como dijo Marcela, no permitiré que también  lo sean de mi alma. No, no les daré en el gusto.

 


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