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El “Engeorgio” de 19,95€ por Marbius

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Aunque la salida del disco no estaba programada para antes del otoño, Gustav y Georg viajaron de Alemania a Los Ángeles durante el mes de mayo para darle los toques finales mientras tenían el tiempo libre para hacerlo, porque al menos en el caso del baterista, con Bianca embarazada y ya en su octavo mes de gestación, era poca la disponibilidad de su tiempo que le quedaba. Después del nacimiento del bebé, y por lo menos en los tres meses posteriores, le tocaría desvelarse atendiendo cada necesidad básica de la criatura, y mientras tanto la producción del disco quedaría en hiatus, así que prefería dar lo mejor de sí antes que después del alumbramiento.

En un inicio, a Gustav le había costado horrores desprenderse de Bianca, en parte porque estando tan cerca la fecha de parto temía por ella y por el bebé sin él ahí listo para atender cualquier eventualidad, pero también porque su ausencia sería de dos semanas, y tanto tiempo le parecía una agonía lejos de casa y sus seres queridos.

A diario durante su estancia se dedicó Gustav a llamar por teléfono a Bianca hasta tres veces, y sólo entonces era cuando le veían sonreír y comportarse con ligereza, porque el resto del tiempo era un neurótico de pocas pulgas que cooperaba de mala gana y se sumía en silencios densos y asfixiantes para quienes le rodeaban. De no ser porque lo conocían y los unía una amistad de más de una década, ya lo habrían cambiado por otro baterista menos proclive a esos cambios lúgubres de ánimo.

No fue sino hasta que los gemelos y Georg lo enfrentaron de frente y en tipo intervención que Gustav admitió que sí, en buena parte temperamento negativo se debía a que moría por regresar a Alemania con Bianca y todo eso, pero otra porción de sí, más grande incluso que la primera, obedecía a causas de otra naturaleza.

—No sé si deba hablar de esto con ustedes —masculló Gustav una madrugada en la que los cuatro se habían quedado hasta tarde trabajando en el estudio. Después de innumerables intentos, al fin habían llegado a un acuerdo definitivo de que el Track 09 estaba perfecto con esos últimos cambios, y por ello se habían premiado con un par de cervezas y pizza a domicilio de una de esas sucursales de 24/7 que había en cada esquina de LA—. Bianca me mataría si se entera, así que no pueden comentar esto con nadie, ni con su confesor, el FBI o bajo amenaza de ningún tipo.

—Pues mejor para ti —dijo Georg—, que no le diremos nada y aparte de nosotros cuatro nadie tiene por qué enterarse. Así que cuenta, ¿cuál es el gran secreto?

Gustav bebió de su botella. —Es… personal.

—Así que se trata de sexo —adivinó Tom sin problemas de ninguna índole—. ¿Qué pasa, tu mujer está demasiado gorda y no te atrae en lo absoluto?

En otras circunstancias, Gustav ya se habría puesto en pie y le habría roto la boca a Tom por su atrevimiento y descaro de hablar de esa manera de Bianca, pero en tiempo presente y con frustración sexual consumiendo cada célula de su organismo, lo dejó pasar.

—Ojalá, que la verdad es que me pone mucho con sus muslos gruesos y vientre abultado, pero no es eso.

—¿Entonces de qué se trata? —Preguntó Georg con más tacto.

—Uhm… —Gustav enrojeció un poco—. Pasa que desde que salió embarazada, Bianca no ha querido… Nosotros no… Desde entonces no hemos… Y tantos meses me tienen como un toro en época de apareamiento.

—Ohhh —fue Bill el primero en comprender.

Tom puso una mueca, y Georg un gesto de pesar, seguido por lo bajo de un “¡Ouch!” audible para todos en la habitación. Fue un acuerdo tácito que a todos los presentes les dolieron un poco los testículos por empatía hacia Gustav.

—Parece que el universo conspira en nuestra contra —se quejó Gustav con amargura—. Los primeros tres meses Bianca la pasó fatal con las náuseas, la migraña, los mareos y que de pronto odiaba mi marca de desodorante. Cambié de mi varonil Rexona a un Dove que huele a rosas y vainilla en vano, porque entonces llegó el segundo trimestre y Bianca se obsesionó con tener todo listo para el cuarto del bebé. Lo pintó por lo menos cinco veces diferentes, recorrió cada tienda en Magdeburg buscando la cuna perfecta, y después se volvió fanática con los tutoriales de Youtube de cómo ser la mejor madre. Y para colmo, ahora que está grande, gorda y rebosante de hormonas que la ponen cachonda a cada rato, resulta que le da vergüenza que la vea desnuda, así que vale, apagamos las luces y entonces nos fue imposible encontrar una posición que sea cómoda.

—Por ahí leí que de cucharita —comentó Georg con sus mejores buenos deseos.

Tom arqueó una ceja. —Cuando dices que leíste ‘por ahí’ eso, ¿a qué te refieres? ¿Qué clase de libros lees? ¿O era una revista?

—Era un fanfic, ¿ok? Lo que sea, es un país libre y no le hago daño a nadie, así que prohibido juzgar —gruñó Georg, quien odiaba quedar en evidencia—. Como iba diciendo, no es nada que un par de maniobras y disposición no puedan solucionar. Bastará con que hagan un calentamiento previo para estirar los músculos y los tendones, y ya está, a disfrutar.

—Lo probamos todo —prosiguió Gustav con su relato—, y no funcionó nada. Bianca se sofoca, y yo no estoy en lo que se dice mi mejor condición física. Y el bebé… Oh Dios con el bebé, que se comporta como loco cada vez que Bianca y yo nos ponemos de humor para eso. Ni un puto oral nos deja disfrutar, joder, porque empieza a patear y Bianca acaba estresada de que lo estemos lastimando. Así no se puede, caray…

Tom se pasó la mano por la nuca, mortificado por las circunstancias de Gustav, que si él estuviera en su misma situación y padeciendo de bolas azules, estaría al borde del suicidio.

—A este paso me voy a matar a base de puñetas —gruñó Gustav—. Ni tantos años de batería me sacaron callos como los que me han salido en los últimos meses por masturbarme a diario.

—¿A diario? —Corearon los gemelos, sacando cuentas por los meses de abstinencia que el pobre ya debía de cargar a cuestas como penitencia.

—Y en ocasiones varias veces el mismo día —prosiguió Gustav, resignado a ser su hazmerreír de ahí en adelante hasta el día en que cayera muerto por insatisfacción sexual—. He llegado al punto de considerar engañar a Bianca, pero no sería yo si lo hiciera, jamás me lo perdonaría, y quiero consolarme con que después del embarazo todo se normalizará, pero…

—¿Pero? —Le instó Georg a seguir.

—Al parecer y según varios artículos de las revistas de padres primerizos que compra Bianca para prepararse ella y torturarme a mí, quienes menos vida sexual tienen son las parejas con hijos menores de dos años —dijo Gustav, hundiendo los hombros y el mentón en el pecho—. Estoy jodido, lo sé.

—Vaya… —Suspiró Georg—. Mis condolencias por ti, mi amigo. Y por tus pelotas.

Entrechocando su botella con él, Georg se encargó el resto de la noche en tratar de animarlo por medio de chistes y bromas acorde a su estilo. Y por ello fue que ninguno de los dos captó las miradas cómplices que se dedicaron los gemelos y el asentimiento con el que llegaron a un acuerdo.

Georg no se enteraría sino hasta mucho después, pero a Gustav le quedaban simples horas.

 

A la mañana siguiente y con una resaca espantosa que le puso un sabor asqueroso a calzoncillo sudado en la lengua, Gustav fue el primero en ponerse en pie y bajar a la cocina para preparar café y alguna tostada que le tranquilizara el estómago.

Estaba sentado en la mesa de la cocina, leyendo las últimas noticias en su iPad y bebiendo su segunda taza de café cuando el ruido de pisadas bajando las escaleras le alertó que no era el único despierto. Su opción más confiable era Georg, que a pesar de ser temprano todavía, seguro iba a correr o a alguna actividad similar, pero en su lugar los que se presentaron fueron Bill y Tom, en pijama todavía pero bien despabilados.

—Buenos días, dormilones —les saludó el baterista, dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva de la gran confesión que les había hecho horas atrás y anhelando que aquel par lo comprendiera, pero no corrió con la misma suerte.

Mientras Tom servía café para él y su gemelo, Bill se sentó a su lado derecho y se le quedó viendo.

—¿Qué? —Preguntó el baterista, cohibido por la intensidad de esos ojos enmarcados en cejas gruesas y un piercing de maleante del que Bill se negaba a deshacerse a pesar de que hacía ya años que tenía superado ese look andrógino con el que lo acompañaba.

—Bill y yo lo discutimos —depositó Tom una taza frente a su gemelo y éste bebió un sorbo inicial antes de proceder a echarle el azúcar y la crema—, y después de reflexionar al respecto —se sentó luego él al lado izquierdo de Gustav—, hemos llegado a la decisión conjunta de que necesitas de nuestro consejo.

—Ah, vale —dijo Gustav sin comprender—. Su valioso consejo debo suponer, ¿eh?

—Es respecto a tu predicamento —esclareció Bill, y al instante hizo amagos Gustav de retirarse, pero los gemelos le sujetaron por las muñecas y le impidieron siquiera jalar la silla hacia atrás.

—Aunque aprecio sus, ejem, buenas intenciones, chicos —dijo Gustav—, la verdad es que preferiría que no se inmiscuyeran en mis asuntos.

—Gus, basta —apretó Bill más de la cuenta—, esto te va a gustar.

—Eso me dijo Bianca una vez cuando probamos la magia de los enemas y no me gustó en lo absoluto, así que disculpa si estoy receloso

—Sólo escúchanos —pidió Tom, y porque él era de alma noble, Gustav aceptó a regañadientes.

—Ok, pero sólo cinco minutos, así que apresúrense.

—Bah, nos sobrarán cuatro con treinta segundos, pero en fin… —Bill se acercó a Gustav y lo mismo hizo Tom, y después en voz baja susurró la temible palabra—: Engeorgio.

—¡¿Qué?! Ah no, no lo piensen —volvió Gustav a luchar para liberarse, pero los gemelos eran más fuertes de lo que había supuesto, y lo mantuvieron en su sitio con su ventaja de dos sobre uno.

—Yo también estaba escéptico —dijo Tom—, pero ya no más.

—Los mejores orgasmos, Gus —le secundo Bill—. Garantizados.

—¿Y exactamente qué piensan que voy a hacer con esa anaconda de silicona, uh? —Preguntó Gustav irónico, y le bastó ver el brillo en las pupilas de los gemelos y sus sonrisas bobaliconas para desdecirse—. Olvídenlo, no quiero ni me apetece saber.

—Lubricante.

—De cualquier marca.

—Aunque si es de coco mejor.

—Y antes usa varios dedos.

—No menos de tres o dolerá.

—Ouch, sí.

—No me voy a meter nada en el culo, mucho menos un molde plastificado en verde del pene de Georg —dijo Gustav haciendo grandes acopios de serenidad y paciencia, pero a la vez con la caldera interna repleta de vapor y a punto de estallar.

—Nunca digas nunca —fue el consejo de Bill.

—Seh, o te comerás tus palabras junto con un trozo de almohada para ahogar tus gritos —remató Tom con las mejillas ardiendo—, y sí, lo digo de mi propia experiencia. Hasta yo sé cuándo admitir mis derrotas.

—Chicos —puso Gustav cara de asco—, por favor, joderrr. Es muy temprano para estás pláticas.

—Sólo promete que al menos lo considerarás.

—La puntita, y si no te gusta…

—Vale pues, pero ya, déjenme en paz —se apresuró Gustav a acceder a su ridícula petición, y al mismo tiempo los gemelos le soltaron las muñecas y le dieron palmaditas en la espalda.

—No te arrepentirás.

—Una experiencia única en la vida.

—Se te pasará cualquier frustración sexual.

—Te volverás adicto.

«Grandísimos hijos de puta», los maldijo Gustav, aunque poco le duró. Por algo era la existencia de ese refrán, “más rápido cae un hablador que un cojo” y que adecuado a su situación se convirtió en “más disfruta su Engeorgio el cojo que los dos habladores”, muy para su derrota particular, porque pronto pasaría a ser una víctima más del pene plástico de Georg.

Sus días de virginidad anal estaban contados.

 

De vuelta en Alemania y con libertad de disfrutar de su baja por paternidad, Gustav se dedicó en cuerpo y alma a atender a Bianca, la casa que juntos compartían, y a poner a punto todo lo relacionado con el bebé antes de su llegada al mundo. Bianca fue su segunda al mando en toda clase de tareas, pero conforme la fecha del parto se fue acercando, le era cada vez más difícil ponerse de cuclillas, agacharse, e incluso adoptar cualquier posición por más de diez minutos sin acabar con dolor de espalda y pronunciándose en voz alta a favor de una cesárea para librarse de tanto suplicio, así que a Gustav le tocó llevar la batuta de director mientras sus responsabilidades crecían en una pila cada vez más difícil de escalar.

En cuanto al tema de su vida sexual, sin cambio alguno… En vano se ofreció Bianca a masturbarlo, porque Gustav deseaba intimidad y ser recíproco, y en cambio su esposa estaba tan cansada y agobiada por el calor del verano y una barriga que le impedía respirar cómodamente a menos que su cadera y pecho se alinearan a 45º, que cada vez que lo intentaban uno de los dos acababa admitiendo su fracaso.

A escasas dos semanas de la fecha del parto, Bianca despertó una mañana con la presión alta y somnolencia, así que Gustav la llevó a la clínica privada donde planeaba dar a luz, y tras una revisión de rutina, su doctora decidió por ambos que lo mejor sería quedarse hospitalizada esa noche para controlar sus signos vitales y asegurarse que no iban a tener complicaciones de ningún tipo. Gustav se resistió a dejar a Bianca a solas, pero ella insistió en que iba a dormir y nada más, que no se preocupara, así que lo despachó bajo la promesa de acudir a la visita de las nueve.

Gustav se despidió de ella con un beso en los labios y la promesa de estar a su lado a primera hora de la mañana y acompañarla a desayunar, y durante el trayecto a casa le sobrecogió una extraña sensación de hormigueo por todo el cuerpo. Sensación que en un inicio él catalogó de acaloramiento por un verano que estaba rompiendo récords en temperaturas, pero que una vez dentro de las cuatro paredes de su hogar se percató de que era puro y neto deseo sexual. Así se lo manifestó una erección cuando acudió el retrete a orinar y se topó con un pene semiendurecido y listo para cualquier tipo de acción.

—Vaya, vaya… —Murmuró Gustav, luchando para orinar un par de gotas y nada más. Había pasado tanto tiempo desde su último orgasmo, que su cuerpo no estaba para excusas baratas y mucho menos para hacérselo saber por medio de sutilezas.

Por piedad a su miembro, y para qué negarlo, también pesar por sí mismo, Gustav se decidió por una noche para él, en compensación por los siguientes tres meses en los que le tocaría cambiar pañales y preparar biberones de madrugada y en los que de seguro su único alivio serían los sueños húmedos, así que tomó una relajante ducha con agua caliente, puso la toalla justo en medio del colchón de su cama, alistó su computadora portátil con un par de sus páginas porno favoritas, una botella de discreto lubricante de coco y se acomodó para pulir un poco su espada de caballero.

Bastó que su mano se cerrara en torno a su miembro para que éste se pusiera duro del todo y alerta a cualquier tipo de atención. Gustav se dedicó a caricias largas y lentas mientras con la mano libre buscaba algún porno interesante que le pusiera a tono, y justo a la medida para sus fetiches, fue que encontró uno de lesbianas llamado “Dos gatitas sexys y un consolador” que le pareció interesante.

En escena aparecieron dos rubias despampanantes con bustos falsos y ropa ligera que antes de los cinco minutos ya había desaparecido. Después de los consabidos besos, lametones y pellizcos, las chicas en la pantalla sacaron un dildo en color rosa chicle, y tras jugar un poco con él a humedecerlo con saliva y fingir que le practicaban una felación de lujo, una de ellas pasó a penetrar a su amiga con él.

Para entonces Gustav ya tenía unas gotas de sudor sobre el labio superior y se había limpiado la frente con el dorso de la mano. A pesar de que su orgasmo era inminente, Gustav disminuyó el ritmo de sus caricias para hacerlo durar. En sus planes estaba al menos conseguir tres, y no quería perder la oportunidad de extender el primero hasta donde le fuera posible. Así fue como acabó recostándose un poco más en la cama y buscando apoyo en una pila de almohadas en la espalda. Abriendo las piernas, Gustav se masturbaba con la mano derecha mientras usaba la izquierda para masajearse los testículos y de vez en cuando darse apretones con la fuerza suficiente para cortarle el aliento pero no para hacerse daño.

Esa pequeña acción, aunque significativa para él, era una de las pocas incógnitas que Bianca desconocía de él, y aunque Gustav habría adorado tener a su mujer entre sus piernas prodigándole esas atenciones, prefería guardarse para sí ese pequeño secretito.

Mientras tanto el video prosiguió con su desarrollo, y después de que ambas chicas le dieron uso al consolador rosa con el que se turnaban, pronto se hizo evidente que los próximos veinte minutos de grabación iban a dar un giro en su trama argumental.

Un momento las bellezas en pantalla estaban besándose, y al siguiente una de las chicas se inclinó por el borde del colchón dando la mejor toma de su trasero turgente como durazno y sacaba un dildo doble con el que jugó a cargarlo sobre los hombros como si de una serpiente se tratara.

Gustav detuvo los movimientos de sus manos y se concentró más en el video. Chica A, la que había salido con la brillante idea del dildo de dos cabezas, ya estaba trabajando sobre su compañera, y chica B se había colocado sobre manos y rodillas de tal manera que la cámara capturaba sus perfiles. Gustav no parpadeó ni una sola vez mientras Chica A se encargaba de introducir buenos veinte centímetros de dildo en el trasero de su amiga, y Chica B se aseguró de gemir para la cámara y dar su mejor ángulo para demostrar cuán excitante le resultaba semejante intrusión.

—Jo, eso es un poco extremo, casi sensual —murmuró Gustav sin ser consciente de ello, pero cautivado por la escena como estaba, su cerebro no daba para análisis más profundos de lo que el propio dildo llegaba en su viaje por los intestinos de la Chica B.

Pronto fue el turno de Chica A en adoptar la misma postura, y con reverenda fascinación fue que Gustav observó cada segundo de video en que se colocaban trasero a trasero, ambas con una excelente porción de dildo en el recto y se dedicaban a ir de aquí a allá en un vaivén de caderas que conforme pasaban los segundos se iba haciendo más y más hipnótico.

Por inercia, Gustav bajó la mano con la que se masajeaba los testículos y con su dedo índice se deslizó sobre el perineo hasta llegar a una zona sobre la que raras veces dedicaba atención, sólo cuando quería una probada de un sabor diferente… y esa era la noche en que la apetecía un poco de juego anal.

Motivado por las actrices del video, Gustav se humedeció un par de dedos con el lubricante y se dedicó a penetrarse con oscilaciones que en un inicio eran de exploración y dilatación, pero que conforme se acercaba de nuevo al orgasmo, pasaron a ser más rápidas y descuidadas. Un ruido similar al del chapoteo de agua le hizo enrojecer en las orejas, pero Gustav no se detuvo. Aceleró la cadencia de su mano sobre su pene, y a punto estaba de correrse cuando las chicas del video lo hicieron antes que él (al menos esa impresión obtuvo él porque las dos dieron un show de eyaculación femenina imposible de pasar por alto), y con el fin de la grabación encontró él que necesitaba de más aliciente para llegar a su propio clímax.

Con ambas manos ocupadas, Gustav permitió que el siguiente video en cola se reprodujera solo, y grande fue su sorpresa cuando un bello trasero con hoyuelos en el centro apareció en primer plano. Gustav se mordió el labio inferior y contuvo un gemido, porque para qué negarlo, él era un hombre de culos, y ese que aparecía en pantalla se llevaba las palmas, o por lo menos una palma que le diera una buena nalgada y le marcara los dedos en la tersa piel…

Recobrando el ritmo de su mano, Gustav contempló extasiado la secuencia de imágenes del nuevo video, donde al parecer las categorías de amateur y dildo estaban presentes. Por el entorno se distinguía que era la habitación de alguien, y por la toalla en el centro de un colchón y una pieza de silicona puesta en posición vertical tampoco era complicado deducir a dónde iban a llegar.

La persona dueña del culo de ensueño se fue acercando a la cama, y al girarse de costado fue que Gustav atrapó la visión de un pene y pelotas, por lo que gruñó de desencanto.

—Caray, mala pata —masculló, listo para cambiar el video por uno que fuera similar al anterior, pero entonces el chico en pantalla (debía serlo por el escaso vello corporal y figura delgada) hizo un acercamiento del dildo y Gustav casi se fue de espaldas por la sorpresa. Sólo entonces leyó el título del video y la situación se tornó de lo más extraña—. Yo y mi nuevo dildo: El Engeorgio de 19,95€ —pronunció en voz baja—. No es posible… No me jodas…

La cuestión era, ¿cómo diablos el Engeorgio de Georg había llegado ahí? ¿Tan popular era en ventas por internet que al parecer otra persona además de amigos y familiares del bajista contaba con su propia pieza de silicona? ¿Significa eso que había pagado por su Engeorgio o que Georg se lo había regalado el pasado San Valentín y era un conocido?

Sus interrogantes llegaron al tope de su capacidad cuando el chico en pantalla hizo un acercamiento de su Engeorgio a la cámara y Gustav comprobó que era una pieza idéntica a la que le pertenecía a él, sólo que un muy llamativo tono amarillo canario que hacía imposible pasarlo por alto.

A punto estuvo Gustav de cerrar la ventana y dar por perdida su sesión de masturbación, pero el morbo se llevó lo mejor de él, y adelantó el video al punto justo en que el chico del video estaba de rodillas y se penetraba a sí mismo con el dildo. Gustav se quedó con la boca abierta cuando la mayor parte del Engeorgio desapareció en el interior del chico y éste se dedicó a balbucear incoherencias en inglés de lo bien que se sentía y lo increíble que era ser estimulado en varios puntos a la vez…

—Jesucristo santo—siseó Gustav. Por curiosidad contempló los tres dedos de su mano izquierda, que a pesar de lo gruesos y regordetes seguían siendo simples dedos, y en cambio ese dildo…

«Es como un jodido rollo de salami», razonó, y al cabo de unos segundos se formó un planteamiento en su cabeza, que conforme le daba más y más vueltas, le resultaba menos descabellado.

Después de todo, los gemelos habían sembrado esa semilla en su cerebro, y el video había sido el catalizador perfecto para un intento de lo que quizá sería la tontería más grande jamás cometida por su persona, lo cual no eliminaba la posibilidad de que los resultados fueran del todo de su agrado y acabara por comerse sus palabras con gusto.

—Ay, joder… —Chasqueó Gustav la lengua mientras se levantaba de la cama e iba a su clóset. De la parte más alta donde guardaba la ropa de invierno y las mantas de lana, extrajo la caja de zapatos en la que Georg les había regalado el Engeorgio meses atrás, y que salvo por la ausencia de papel de embalar y las bolitas de unicel las cuales había tirado a la basura para evitar estropicios, se mantenía idéntica—. No puedo creer lo que estoy a punto de hacer…

Gustav volvió a la cama, y para envalentonarse, regresó el video al inicio, convencido de que si seguía el mismo ritmo que el chico de la pantalla obtendría los mejores resultados.

Posicionando el Engeorgio en posición vertical, Gustav se encargó de embadurnarlo con más lubricante del que se recomendaba en las instrucciones, pero qué diablos, él no estaba para fisuras anales, hemorroides, ni mucho menos, y si iba a llevar a cabo ese disparate, al menos lo iba a hacer bien.

Maniobrando con piernas temblorosas y músculos tensos, Gustav colocó la punta del Engeorgio sobre su abertura anal y tragó saliva. Ya estaba más allá del arrepentimiento, y después de todo, sería su secreto mejor guardado y se lo llevaría a la tumba. Nadie tenía por qué enterarse, y después podría continuar con su existencia como si nada hubiera ocurrido jamás. Al menos con esos argumentos se engañó en un inicio, pues apenas el Engeorgio se abrió paso entre los pliegues de su cuerpo, a Gustav se le pusieron los ojos en blanco y la cordura lo traicionó.

—¡OH POR DIOSSS! —Volvió Gustav a sacar a flote la educación católica con la que lo habían criado de pequeño, pero la blasfemia era el menor de sus problemas. Con apenas un tercio del Engeorgio en su interior, Gustav se descubrió con la visión nublada y goteando presemen como advertencia de lo que estaba por acontecer.

Flexionando los muslos, bajó un par de centímetros más sobre el Engeorgio y aulló de placer como sólo se veía en los pornos baratos, y por lo que dedujo él, en videos en los cuales el Engeorgio hacía acto de aparición. Precisamente, el chico que sin imaginárselo actuaba para él desde la pantalla de su portátil, se movía de arriba abajo sobre su pieza de silicón, y Gustav imitó su ritmo a pesar de que se sentía mareado y al borde de un infarto al miocardio. Pero uno de los buenos, del tipo que salían en el periódico y en las noticias como “Octogenario dueño de varios millones muere en su lecho en brazos de su flamante esposa de veinticinco años”, sólo que en su caso iría más por las líneas de “Baterista de Tokyo Motel, el reconocido Gunther Scheiffer (27), fue encontrado muerto en su casa de Magdeburg con un dildo impresionante (para más detalles, buscar ‘Engeorgio’) en el trasero y expresión de satisfacción. Los forenses se debaten si la causa de muerte fue el orgasmo que sacudió los cimientos de la casa, una embolia fulminante, o que se desplomó sobre un charco de semen que le impidió respirar. Su esposa embarazada de casi nueve meses se abstiene de comentarios”.

Aprovechando que el Engeorgio tenía una base con ventosa, Gustav lo posicionó sobre la cabecera y tras asegurarse de que no se iba a despegar, procedió a empalarse sobre la pieza y a continuar con sus movimientos de cadera que nada tenían que envidiarle al del chico del video. De rodillas y apoyado sobre su brazo izquierdo, Gustav usó su mano derecha para masturbarse, y así fue como lo sorprendió el orgasmo más brutal de su existencia.

Más que una liberación, fue como si su espíritu inmortal se escapara por cada orificio de su cuerpo y detrás quedara el cascarón vacío de quien jamás podría volver a rozar el cielo de esa manera. Gustav soltó un gemido ronco y gutural, y en el proceso los ojos se le pusieron en blanco y se desplomó sobre el colchón todavía con el Engeorgio sosteniéndolo en su sitio y presionando contra su próstata para alargar cada pulsación que desde ahí se distribuía por su tronco hasta las extremidades de gelatina que le habían quedado.

Gustav balbuceó a duras penas un par de silabas sin sentido, demasiado aturdido por la fuerza de su orgasmo como para recordar que su lengua materna era el alemán, y en el mismo estado quedó el chico del video, que por la fuerza de su eyaculación, había caído por un costado de la cama y de él sólo se podía ver una pierna que se sacudía a intervalos regulares.

Con los ojos pesados y agotado en cuerpo y alma, Gustav apenas fue capaz de retirar el Engeorgio de su interior (no sin pesar, y de paso prometerse que iba a tener una repetición) y caer como costal de papas sobre el colchón. Con un dedo lánguido puso en suspensión su portátil, y se perdió en la inconsciencia.

En sueños, porque una experiencia de ese calibre no podía pasar sin gloria a posterior, Gustav se veía a sí mismo recibiendo de Bianca a su primogénito, y al destapar la mantita verde menta con la que lo habían envuelto, se llevó una sorpresa mayúscula cuando el Engeorgio hizo acto de aparición y pronunció su primera palabra: Sexo.

En otro día, otro momento, bajo otros efectos hormonales, Gustav se habría llevado un susto de muerte con semejante pesadilla, pero en esa ocasión, apena recuperar la consciencia, abrió los ojos para comprobar que todavía era de madrugada, y con gran felicidad, despegó el Engeorgio de la cabecera y lo abrazó contra su pecho.

Sin siquiera planteárselo, había redescubierto la gran pasión de su vida.

 

A la mañana siguiente Gustav se encargó de borrar todas las huellas de su juerga sexual, envolvió al Engeorgio en una funda de almohada que escondió de vuelta en el armario, se duchó, lavó los dientes, vistió para salir, les envió un mensaje a los gemelos que contenía una carita feliz, una berenjena y dos pulgares arriba, y partió al hospital donde Bianca le esperaba recostada en un nido de almohadas que le servía de apoyo a su adolorida espalda.

—Buenos días, Gus —recibió de él un saludo similar y un beso en los labios—. ¿Por qué tan feliz esta mañana?

—Oh, cariño —sonrió éste— tendrás que esperar un poco para contártelo.

—¿Acaso tendrá que ver con el regalo de Georg que escondes a un lado de la ropa de invierno? —Le chanceó Bianca, y el rubor en las mejillas de Gustav lo delató.

—¡¿Pero cómo…?! —Farfulló el baterista, en shock por la rapidez con la que su mujer había visto a través de él y adivinado sus travesuras.

—Por favor —desdeñó Bianca que fuera una gran labor detectivesca con una sacudida de su muñeca—, que te vi entrar por esa puerta caminando raro. Además, no eres el único al que Georg le regaló un Engeorgio este día de San Valentín.

—Oh, pues vaya… —Recuperó Gustav su sonrisa—. ¿Alguna posibilidad de que pueda verte usándolo?

Bianca le guiñó el ojo. —Lo mismo digo, cariño. Lo mismo digo…

Gustav posó su mano sobre la barriga de Bianca. —Espera un poco más y después…

—¿Después? —Inquirió Bianca con una ceja alzada y expresión risueña.

—Después le enviaremos a Georg una canasta con flores y chocolates belgas. Al fin y al cabo que los merece. No te ofendas, cariño, pero el mejor orgasmo de mi vida me lo ha dado el Engeorgio.

Bianca suspiró con afectación. —Ninguna ofensa, Gus, que no tengo autoridad moral con la cual reclamarte si mi caso es idéntico al tuyo.

—Oh.

—Exacto —le dio Bianca unas palmaditas sobre la mano de Gustav que seguía en su vientre.

—¿Contará como infidelidad? —Preguntó Gustav de pronto, intrigado en todo caso si esa decisión afectaría tanto su relación con Georg como con Bianca.

—Lo dudo —dijo Bianca al cabo de una muy corta deliberación—. Ni yo tengo interés en invitar a Georg a nuestra cama y estoy segura de que el mismo caso aplica para ti. Sólo a su pene, y siempre y cuando sea en su versión plastificada.

—Sin dudarlo, ew. Nada de Hobbits en la privacidad de nuestra recámara. Lo quiero como a un hermano, así que doble ew por la parte del incesto.

—Entonces quita ese ceño fruncido y despreocúpate, que en cuanto este pequeñín decida salir y pasemos la cuarentena, te enseñaré las otras gracias del Engeorgio. Después de todo, en ese aspecto te llevo ventaja de varios meses —dijo Bianca, dedicándole una mirada cargada de intenciones—. Tú espera a que te lleguen por correo los arneses que pedí y el Engeorgio doble que encontré en la tienda del tal Anno, y entonces sabrás en verdad lo que es el placer.

—Joder, sí, por supuesto que sí —masculló Gustav acercándose a Bianca y uniendo su boca con ella—. Sí, sí, sí. Lo que tú digas, mi amor.

Satisfecha por la sumisión de Gustav, pero sobretodo porque había sido ella y su sugerencia la que habían desencadenado aquella sucesión de hechos (después de todo, su amistad con la novia de Georg le había hecho conocedora de la existencia de los Engeorgios y de su boca había salido la buena idea que sería regalar uno de esos como prueba de amor y amistad en San Valentín), Bianca le hizo un espacio en su cama del hospital y se dejó mimar por Gustav como un gato de angora que no puede esperar para jugar con su presa.

En su caso, Gustav, a quien ya le daría motivos para ponerle cinco estrellas y un comentario positivo al Engeorgio en la página de internet donde lo vendían.

De eso se encargaría ella.

 

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Notas finales:

Nas~ Espero este one-shot con toques de crack, humor y smut no les haya parecido lo peor jamás leído. Con todo, graxie por leer hasta el final. B&B~!


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