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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Capítulo

__ 11 __

El domingo había llegado al fin, los ánimos de ambos jóvenes se encontraba por los suelos, ya que tanto Gale como Peeta, percibieron que el tiempo había trascurrido demasiado rápido, y que los días que no estaban juntos, pasaban extremadamente lentos.

Se encontraban en la plaza central del distrito, donde un aerodeslizador había venido por el capitán Hawthorne, el cual le pidió a Peeta que le acompañara hasta la plaza para poder despedirse como él deseaba, pero la verdad era otra, Gale había estado evasivo hasta el último día en el distrito, intentando no darle de que hablar a su madre.

—¿Cuándo vuelves? —Preguntó al fin Peeta, sin querer formular aquella pregunta.

—No lo sé… —Por supuesto Gale tampoco deseaba responderla, ya que era cierto que no sabía cuándo volvería después de aquel último permiso.

—Voy a extrañarte… —Gale sonrió ante las dulces y muy sinceras palabras de su amigo y amante, mientras caminaban al aerodeslizador, donde varios oficiales, entre ellos Johanna, le esperaban.

—Y yo… Peeta… —Le dio una mirada por el rabillo del ojo, comprobando que el chico le contemplaba con una amplia sonrisa—. No me mires así o me harás raptarte. —Peeta rió, acercándose a la nave, después de saludar a varios peatones, deteniéndose justo enfrente de Johanna, la cual dejó su rígida postura de oficial para abrazarle con todas sus fuerzas.

—Hola, mi delicioso malvavisco relleno. —Gale negó con la cabeza, sonriendo ante aquella forma tan “suya” de saludar a Peeta.

—Hola, Joha… —El joven Mellark correspondió a aquel fuerte abrazo, al igual que el sonoro y efusivo beso que la chica le entregaba—. Me alegro el volver a verte. —La joven oficial y el sonriente capitán intercambiaron miradas, donde Gale pudo ver la socarrona sonrisa de Johanna, mientras ella contemplaba el ruborizado rostro de su superior, ya que ella sabía perfectamente lo que ocurría entre ambos hombres.

—Dime algo… —Johanna se apartó de él, manteniendo las manos sobre sus hombros—. ¿Cómo te trata mi capitán? —Gale tornó el rostro serio, tratando de restarle importancia a aquella pregunta, ya que Peeta lo primero que hizo fue verlo a él a la cara antes de responder.

—Bien… es mi mejor amigo… —Johanna abrió los ojos desproporcionadamente, en un gesto de asombro, por demás fingido.

—Woow… y algo más, supongo… ¿o no? —Tanto Gale como Peeta clavaron sus estupefactos ojos en la chica—. Digo, se llevan tan bien, que parecen casi hermanos del alma. —Johanna Intentó cubrir sus impertinentes palabras, y aunque Gale le había comentado a Peeta el que la oficial Mason sabía, el joven Mellark se rehusaba a creerlo.

—Bueno… —interrumpió Gale, aquella amena y peligrosa conversación—. Será mejor irnos. —Peeta no pudo ocultar su tristeza ante aquello, observando cómo Gale, subía la rampa de abordaje, haciéndole un ademán con la cabeza para que le siguiera.

—Con permiso —le notificó Peeta a Johanna, la cual asintió apartándose para que el joven Mellark subiera a la nave—. ¿Qué sucede? —le preguntó a Gale, quien se colocó al final de la cabina de carga, susurrándole a Peeta.

—Lamento haber estado estos últimos días tan apartado de ti. —Peeta alegó que no tenía importancia y que él entendía a la perfección que no podían estar las veinticuatro horas juntos—. Sí, lo sé… —Bajó el rostro, pensándose el modo de notificarle lo de su madre, sin asustarle—. Mi madre me preguntó por qué yo pasaba tanto tiempo a tu lado. —El rostro de Peeta pasó del blanco al rojo en cuestión de segundos.

—¿Y tú que le dijiste? —Gale bajó nuevamente el rostro, contemplando sus botas.

—Nada… le dije que eran cosas suyas… que tú y yo solo nos llevábamos bien y que ahora teníamos muchas cosas en común. —Por supuesto aquello era mentira, la realidad era que después de aquella conversación con Hazelle, Gale había intentando no estar mucho con Peeta, para que la mujer no retomara nuevamente aquella incómoda conversación—. Creo que es mejor que no vuelva hasta que acabe el año. —El rostro de Peeta pasó de la incertidumbre al desasosiego tan rápido, que no pudo disimularlo.

—Comprendo. —Gale no quería verle así, deseaba abrazarle y decirle que todo estaría bien, pero no podía, limitándose a palmearle el hombro, pidiéndole que le regalara una de sus encantadoras sonrisas.

Por supuesto el chico no se hizo de rogar, ya que la forma en la que Gale había hecho aquella petición, le había causado gracia, pues el joven soldado le había hablado tan tierno, que parecía que le estuviese hablando a un bebé pequeño.

—Así está mejor —comentó Gale.

—¿Señor?... —La voz de uno de sus hombres le hizo girar rápidamente sobre sus pies—. Estamos listos para irnos. —Gale asintió, pidiéndole que calentaran los motores, mientras que los demás soldados entraron a la nave, siendo Johanna la última en subir, esperando en la puerta que dividía el interior de la nave con la plataforma de carga.

—Hasta pronto… Peeta. —Gale le abrazó, y aunque Peeta se tensó ante aquel efusivo abrazo delante de la oficial, dejó que sus emociones pudieran más que su razón, correspondiendo aquel gesto de cariño, susurrándole al oído.

—Te amo. —Gale se estremeció y aferró aún más al muchacho, quien observó como Johanna les miraba, con una pícara sonrisa—. Hasta pronto. —Se apartó de él, deseando más de aquel contacto, pero la presencia de la joven oficial se lo impedía.

—Ídem… —Fue la respuesta de Gale, sonriéndole amablemente a Peeta—. Nos vemos… Peeta. —Se alejó de él, observando a Johanna, la cual se apartó de la compuerta, permitiéndole el acceso al interior de la nave, acercándose al chico para despedirse, mientras el capitán se introdujo rápidamente en la cabina de mando, notificándole al piloto que muy pronto se irían, apenas Johanna tomara su puesto de copiloto.

—Adiós, cariño… —Peeta le abrazó, dándole un beso en la mejilla, mientras ella le entregaba un sincero abrazo, observando las correas de seguridad de carga, las cuales guindaban detrás de él, maquinándose una de sus sucias jugarretas, aunque aquello le costara una detención por parte de su capitán—. ¡Oh, mi Dios! —exclamó ella en un tono de voz alterado, logrando que Peeta le soltara algo consternado, justo cuando el motor y las turbinas se encendieron.

—¿Qué ocurre? —Ella señaló las correas que se mecían de un lado a otro, acercándose a ellas, aferrándolas con fuerzas y halándoles como si su vida dependiera de ello.

—Ayúdame, Peeta… si la nave arranca y estas correas no están en su puesto, la nave no soportará la velocidad y podríamos tener un accidente. —Peeta, como buen incrédulo, tomó ambas correas, enrollándoselas en las manos, halando con fuerza mientras le exigía a Johanna.

—Ve a notificarle a Gale, yo sostengo esto. —Ella asintió, introduciéndose rápidamente en el interior de la nave, cerrando la puerta, tomando asiento en su puesto de copiloto, intentando no sonreír ante su sucia jugada en contra de la inocencia del joven Mellark, quien siguió aferrando con fuerzas ambas correas de ajuste, aquellas que por supuesto solo servían para sostener la carga, la cual en esta ocasión, no llevaban.

—Podemos despegar —notificó Johanna, colocándose el cinturón de seguridad, pulsando el botón que cerraba la rampa de descenso—. Estamos listos, rampa cerrada. —El piloto asintió pulsando el comando digital, para colocar las turbinas en posición para el asenso—. “Agárrate fuerte, bizcochito” —pensó la oficial Mason mientras sonreía, atenta a cada una de las lecturas de su tablero de control.

—Fije curso, señor —exigió el piloto a su capitán.

—Rumbo al Capitolio, soldado —notificó Gale, sin poder dejar de pensar en Peeta, pero lo que él no sabía, era que el pobre muchacho gritaba desde el interior de la cabina de carga, sin soltar las correas, temiendo que ocurriera, lo que Johanna le había notificado, intentando correr a las afueras de la nave, antes de que cerraran la rampa, pero fue completamente inútil, retomando su postura al final de la cabina, sosteniendo los amarres.

Peeta siguió gritando, pero era en vano, el ruido del motor y las turbinas acallaron sus ruegos, sin que ninguno de los tripulantes se percatara de ello, salvo la oficial Mason, quien intentó por todos los medios de permanecer inmutable ante su sucia y peligrosa jugada en contra de Katniss, alejando a Peeta de ella.

 

El aerodeslizador había arribado al Capitolio dos horas después del despegue en la plaza del distrito doce, sin ningún inconveniente salvo uno, el cual Gale no tenía aún, ni la más remota idea.

—Turbinas en posición —le notificó el piloto a su copiloto, la oficial Mason—. Apagando motores. —Johanna asintió, haciendo su trabajo de controlar la presión, el combustible y la energía que generaba todo un vuelo de dos horas, para hacerse cargo de lo que necesitaría la nave para volver a distrito dos, mañana al mediodía, como les había notificado Gale a su tripulación.

—Rampa abierta —notificó Johanna.

—Desciendan —ordenó Gale, desabrochándose el cinturón de seguridad, incorporándose de su puesto, Johanna hizo lo mismo que él, dándole una rápida mirada, al percatarse de que era su capitán, el primero en acceder a la compuerta que daba al compartimiento de carga, abriéndola rápidamente, deteniéndose bruscamente al ver la cara de pocos amigos de Peeta, el cual parecía haber sido revolcado por una jauría de perros salvajes, donde su revuelta cabellera rubia y el sudor en su rostro, eran indicativo de que había pasado las peores horas de su vida—. ¿Pero qué haces tú aquí?

Gale sostuvo a Peeta por los hombros, corroborando lo alterado que el chico se encontraba, temblando descontroladamente con el rostro desconcertado y tan enajenado, que Gale tuvo miedo de que el muto dentro de él apareciera delante de sus hombres, mirando a Johanna y luego a Peeta, quien observó fijamente a Gale, moviendo lentamente sus coléricos ojos del rostro de su amigo al de la joven oficial, la cual apretó con fuerza sus labios, dándole miradas furtivas a los demás oficiales.

—Pregúntaselo a ella. —Peeta señaló a Johanna, quien no pudo evitar soltar una risita ahogada, al contemplar las desaliñadas fachas del pobre muchacho, a quien le temblaba el dedo con el que le acusaba.

Por supuesto la reacción de Gale no se hizo esperar, girando su malhumorado y al mismo tiempo incrédulo rostro hacia la oficial Mason, fulminándola con una escrutadora y por demás irritada mirada cargada de reproches, mientras cada uno de los soldados les contemplaron sin comprender lo que estaba ocurrido.

—¿Qué hiciste, Johanna? —La aludida, miró a cada uno de los presentes, enfocando sus grandes y expresivos ojos sobre Gale y luego en Peeta, quien le contemplaba con ganas de estrangularla.

—¡Uupsh! —Fue su infantil y simple respuesta, golpeándose la frente con la palma de la mano—. Cierto que iba a notificarle a Gale lo de las correas. —Siguió manteniendo su puesta en escena.

—¿Qué correas?... —Gale pretendió acercarse a ella, pero Peeta señaló hacia los amarres de carga, notificándole al joven soldado.

—Johanna me dijo que si no se sostenían esas correas, la nave podría sufrir una especie de desmantelamiento y tendrían un accidente. —Johanna apretó aún más fuerte sus labios para no reír, mientras Gale se asomó por la compuerta, contemplando las correas de ajuste de carga pesada, cerrando sus ojos, negando una y otra vez con la cabeza, apretándose con fuerza los parpados con su dedo medio y pulgar de un modo cansado.

Por supuesto las risas de los oficiales no se hicieron esperar, lo que hizo enfadar tanto a Peeta como a Gale, donde el uno simplemente miró al suelo con ambos puños apretados, mientras que el otro levantó la mirada, mandándoles a callar.

—Fuera… fuera todos… —Tomó a Peeta por el brazo, apartándole de la compuerta, dejando que cada uno de los sonrientes soldados salieran, negando con la cabeza, ante la sucia jugarreta de Johanna y la incredulidad del chico del pan—. Tú no… —le notificó Gale a Johanna al ver como la chica pretendió salir de la nave, interponiéndose entre ella y la salida, cerrando la compuerta—. Quiero que me digas… ¿Qué demonios pasó por tu cabeza para hacer semejante locura? —La joven ex–tributo del distrito siete intentó permanecer sería, pero el ver lo despeinado que se encontraba Peeta y lo molesto que estaba Gale, más que asustarle, le hizo sonreír sin ningún tipo de vergüenza o remordimiento.

—Mmm… yo solo quise hacerles un favor. —Peeta dejó caer su tembloroso y cansado cuerpo sobre uno de los asientos de la nave, intentando controlar el perturbado estado en el que se encontraba—. Los vi tan tristes, que pensé que sería buena idea alargar su tiempo juntos, es todo. —Peeta pasó de rojo colérico a carmesí vergüenza, bajando su rostro, sin poder creer que Gale había dicho la verdad, sobre lo bien informada que se encontraba Johanna, ante todo aquel asunto de su oculta relación.

—Pudiste haberlo matarlo, Johanna… ¿No pensaste en ello? —La chica asintió.

—Claro que sí… constantemente estaba pendiente del oxígeno y la temperatura en el compartimiento de carga, no pensé que se pasaría las dos horas sosteniendo las correas.

—Y no lo hice… —respondió Peeta al fin, logrando que ambos enfocaran sus ojos en el pobre muchacho—. No soy tan estúpido como crees.

—No quise decir eso, Peeta de mi corazón. —La joven soldado se acercó a él, intentando acomodarle el desaliñado cabello, el cual estaba de puntas—. Solo eres un poquitín… Mmm… ¿Ingenuo? —El joven Mellark se sacudió las manos de la chica de mala gana, levantándose de la silla donde se había sentado, apartándose de ella.

—Basta, Johanna… esta vez te pasaste de la raya. —La chica rodó los ojos al escuchar los grito de Gale—. Apenas lleguemos al distrito dos, tú misma te vas a imponer veinticuatro horas de castigo en una celda, por no acatar mis órdenes e involucrarte en cosas que no te incumben.

—Pero, Gale…

—Capitán Hawthorne para ti… oficial. —Johanna tornó el rostro serio, siendo Peeta quien hablara.

—Tampoco es para tanto, Gale. —El joven soldado negó con la cabeza.

—No, Peeta, ella no puede pasar por sobre mis órdenes. —A lo que Johanna respondió en un tono de voz altanero.

—No se preocupe, capitán Hawthorne. —Dijo aquello último en un tono irónico—. Prometo no meterme más en sus “asuntos”. —Peeta se sintió un tanto avergonzado y culpable ante todo aquel predicamento.

—Ya basta, Gale —le exigió el joven Mellark, acercándose a él—. Lo hecho, hecho está, ahora el problema es qué demonios voy a decir... ¿Cómo voy a volver al distrito doce? —A lo que Johanna respondió.

—Pues no tienes por qué volver tan solo porque la descerebrada no se pueda ni hacer un mugroso emparedado. —Peeta miró a Gale, el cual elucubró sobre todo aquello—. Que se las apañe sola, sino que la maniquí le ayude. —Johanna por supuesto se refería a Effie.

—Johanna tiene razón. —Tanto la chica como Peeta miraron por demás incrédulos a Gale, al darle la razón—. Ya estás aquí, en el Capitolio, así que me parece la mejor oportunidad para que te apersones en la casa de gobierno. —Johanna siguió mirándole tan incrédula como Peeta.

—No creo que deba quedarme, Gale… Katniss…

—Katniss sobrevivió a la hambruna, a dos cosechas, a los mutos del Capitolio y a Snow, así que bien puede sobrevivir sin ti un par de días. —Peeta bajó el rostro—. Llamaremos a mi madre desde tu holográfono. —Señaló a Johanna—. Al mío, el cual está en mi recamara y le notificaremos de lo ocurrido, y por supuesto serás tú, quien se eche la culpa de todo esto. —La joven oficial asintió.

—No tengo ningún inconveniente en eso… por mí me puedes poner frente a la Catniput… —Miró a Peeta, intentando contener las ganas de llamar a la joven Sinsajo por todos los agravios conocidos por su malévola y odiosa mente—... a la descerebrada esa, que quiero cantarle unas cuantas verdades a la cara.

—Bien… —Cortó Gale las palabras de Johanna, para que esta no hablara más de la cuenta—. Por ahora quiero que te duches y te cambies —le notificó a Peeta, tomándole por los hombros, incitándole a caminar hacia uno de los pasillos de la nave, señalando al interior—. Al final de este pasillo, encontrarás dos puertas, entra a la de la izquierda, allí hay una ducha. —Peeta asintió—. Sales de allí y enfrente encontrarás mi camarote. —El joven Mellark asintió nuevamente, esperando a que Gale terminara con todas las acotaciones, justo cuando Johanna se disponía a marcharse—. No te he dado permiso para irte —le notificó a la oficial, quien se detuvo frente a la compuerta, mientras Gale empujaba a Peeta, para que fuese a asearse y a cambiarse.

Esperó el tiempo que le tomó a Peeta cruzar todo el estrecho pasillo, introduciéndose en la cabina donde se encontraba una pequeña ducha, perdiéndose de vista, lo que hizo que Gale se apartara de aquel lugar, acercándose a la joven, mirándole fijamente.

—Si vas a descargar nuevamente toda tu rabia en mi contra, ¡adelante!… pero no me arrepiento de… —Johanna se quedó muda, al ver como Gale se acercó a ella, abrazándole tan fuerte, que terminó despegando sus pies del suelo, susurrándole al oído.

—Gracias… —Johanna correspondió a aquel abrazo, aunque lo que realmente deseaba era levantar bruscamente la pierna y clavarle la rodilla entre las pelotas—. Lo siento, no quise gritarte de ese modo. —A la joven oficial no le dolieron los gritos, sino las duras palabras que le había dicho delante de Peeta—. Debes entenderme, Johanna… No puedo expresar lo feliz que me has hecho con esto. —Gale se apartó de ella, mirándole a los ojos—. Aunque así ha sido. —Le sonrió—. Y no tengo palabras para expresarte lo que sentí al verlo aparecer detrás de la compuerta.

La chica bufó por la nariz, golpeándole juguetonamente el hombro, observando la amplia sonrisa en el rostro de Gale, corroborando la felicidad y la dicha que embargaba al joven soldado.

—Ni que lo digas… —Gale sonrió al ver que Johanna no pretendía vengarse de él, algo realmente extraño en ella—. Solo una pequeña sugerencia. —El capitán Hawthorne asintió, con una amplia sonrisa, observando como la chica se le acercaba, colocando su rostro muy cerca al de Gale, aferrando al soldado por la nuca—. Cuando se te dé por hacerte el troglodita conmigo, recuerda lo que esto se siente. —Alzó rápidamente la pierna, clavando la rodilla en los testículos de Gale, quien abrió la boca sin poder emitir sonido alguno, pero su pálido rostro mostró lo mucho que aquello había dolido, sintiendo como el intenso dolor se expandió por toda aquella zona de su cuerpo.

Cayó de rodillas al suelo, apretándose con fuerza sus partes nobles, intentando controlar el dolor que cada vez se hizo más intenso, y el cual no le dejaba ni respirar.

—Con su permiso… Capitán… —Le hizo el respectivo saludo militar, retirándose a las afueras de la nave, dejando a su superior sudando en el suelo y maldiciéndola internamente ante su vengativa forma de ser.

 

Peeta se duchó y se cambio sin tan siquiera enterarse de lo ocurrido entre Johanna y Gale, quien había logrado incorporase y salir de la nave, intentando tomar aire fresco, dando un lento paseo por la zona, tratando de que aquel punzante dolor se fuera poco a poco con el ejercicio.

—¿Capitán Hawthorne? —La voz de Peeta en un tono de voz fuerte le sobresaltó, girándose rápidamente, contemplando al sonriente joven, quien le hizo la venia o lo que se conocía como saludo miliar, mientras Gale le contemplaba de arriba hacia abajo, recordando al antiguo, perturbado e inseguro soldado Mellark, a quien la difunta Alma Coin, había enviado al Capitolio, con intenciones de que el chico asesinara al Sinsajo, o eso fue lo que pensó Boggs en ese entonces.

—¡Vaya!... —Gale sonrió contemplando nuevamente el atuendo de Peeta, quien en vez de decidirse por la ropa de civil, tomó uno de los uniformes militares del alegre capitán—. Descanse, soldado —exigió Gale al ver como Peeta se había quedado con la mano sobre su frente, en posición de respeto a su superior—. No pensé volver a verte nuevamente vestido de uniforme.

—Ni yo… —respondió Peeta, dejando su rígida postura frente a Gale—. Pensé que era lo más correcto para ver a la presidenta Paylor. —El capitán Hawthorne asintió, palmeándole el hombro al muchacho.

—Pues tú tuviste todo el entrenamiento militar, aunque no como lo he tenido yo. —Peeta sonrió, asintiendo a sus palabras—. Pero ya veremos qué podemos hacer contigo… cadete. —Peeta rió, negando con la cabeza, al ver como su amigo y amante estaba disfrutando el tenerle junto a él, y al servicio de las tropas militares del nuevo gobierno.

—Por los momentos me gustaría que nos comunicáramos con el distrito doce —notificó Peeta, logrando que Gale comenzara a movilizarse por el amplio cuartel militar, exigiéndole a uno de sus subalternos que buscara a la oficial Mason lo más pronto posible.

El cabo asintió, y en un par de minutos, Johanna apareció con su holográfono en las manos, encendiéndole antes de llegar a donde los muchachos se encontraban, ya que seguía algo molesta con Gale y no quería darle oportunidad para que el capitán se desquitara con ella ante lo que la vengativa chica le había hecho.

—Capitán Gale Hawthorne… —Habló Johanna muy cerca del holográfono, el cual comenzó a emitir el típico sonido de estar realizando la comunicación con el otro artefacto, donde tanto Gale como Peeta, rogaban porque la madre del muchacho le escuchara.

Después de varios intentos, el aparato logró proyectar el consternado rostro de Hazelle, quien no sabía si pulsar un botón para hablar o simplemente hacerlo, siendo Gale quien hablara.

—Hola, mamá. —La mujer se sobresaltó un poco, acercándose aún más al extraño artefacto.

—Gale, querido… ¿Por qué no me llamaste por el teléfono?... sabes que estas cosas tecnológicas son demasiado para mí. —Tanto Gale como Peeta, sonrieron, mientras Johanna rodó los ojos de mala gana.

—Lo siento, mamá, pero necesitaba que esta llamada fuera vía holográfono. —Acercó a Peeta al aparato audiovisual—. Necesito que le notifiques a Katniss que Peeta está con nosotros en el Capitolio. —El joven Mellark le sonrió algo apenado, saludándole mientras sacudía su mano frente al artefacto.

—¿Pero por qué te has llevado al chico al Capitolio sin consultárselo antes, Gale? —Peeta miró al aludido, quien observó rápidamente a Johanna, la cual le notificó a la molesta mujer que había sido ella la de la jugarreta, explicándole con lujo de detalles lo que había hecho, omitiéndole por supuesto, que lo había hecho por Gale y su tristeza, explicándole que lo único que deseaba era incomodar a Katniss—. Dios mío, niña… esos no son juegos. —Johanna deseaba responderle con una de sus histriónicas respuestas, pero se contuvo al ser ella, la madre de su superior y del hombre que ella tanto quería.

—Bueno, Hazelle… —interrumpió Peeta, mirando a Johanna y luego a Gale, enfocando nuevamente sus ojos sobre el holograma de la mujer—. Aprovecharemos para hablar con la presidenta, así que por favor notifícale tanto a Katniss como a Haymitch sobre esto… ¿Vale? —Hazelle asintió—. Prometo llamarla en lo que pueda.

—Está bien, querido —respondió la dulce mujer—. Cuídalo, Gale… Peeta es ahora tu responsabilidad. —Gale no dijo absolutamente nada, simplemente asintió bajando la mirada, mientras Peeta no pudo evitar ruborizarse, siendo Johanna quien hablara.

—No se preocupe, señora Hawthorne… eso no lo tiene ni que decir. —Tanto Gale como Peeta clavaron sus ojos en ella, siendo el molesto capitán quien cortara rápidamente la comunicación.

—Cambio y fuera. —La comunicación se cortó y el aparato se apagó rápidamente—. ¿Por qué eres tan impertinente? —le reprochó Gale a la sonriente oficial.

—Tú me das tela para cortar, Gale querido. —El aludido clavó sus coléricos ojos en ella.

—¿Quieres la detención? —preguntó Gale acercándose retadoramente a Johanna.

—¿Y tú quieres otro rodillazo en las gónadas? —Ambos se retaron con la mirada, siendo Peeta quien se interpusiera entre los dos.

—Basta… si ustedes dos van a seguir como perros y gatos, yo tomaré el primer tren de regreso a mi distrito. —Gale dejó de mirar a Johanna, quien a su vez rodó los ojos, enfocándolos en el joven Mellark, preguntándole descaradamente.

—¿Y bien? —Peeta le miró esperando su acotación—. ¿Ahora qué hacemos?... ¿Vamos a la casa de gobierno?... ¿Vamos a comer o fornicamos los tres en un trío lujurioso y desenfrenado? —Gale puso los ojos en blanco, tapándose la cara, mientras Peeta dejó escapar una carcajada, cubriéndose de igual modo su avergonzado rostro.

—No puedo con ella. —Fue la escueta respuesta de Gale, caminando hacia uno de los vehículos blindados, siendo Peeta quien le siguiera, sin dejar de reír.

—¿Qué?... ¿Qué dije?... —preguntó ella en un tono de voz lastimero, aunque por supuesto ambos sabían que ella fingía—. Bueno… podemos hacer las tres cosas, vamos a ver a Paylor, almorzamos y luego fornicamos… ¿les parece? —Peeta volvió a dejar escapar una risotada, intentando cubrirla con la mano.

Gale no respondió, el hacerlo era darle plumaje de charlajos a quien poseía alas de Sinsajo, entregándole más material con que molestarles a ambos, subiendo al enorme vehículo, un camión militar CCKW-3000, exigiéndole a Peeta que subiera de copiloto.

—Ok, ok… los dejaré fornicar a ustedes dos solo pero quiero que me dejen ver… ¿está claro? —Peeta intentó permanecer serio, al ver la cara de pocos amigos de Gale, quien encendió el vehículo, justo cuando Johanna gritó subiendo al camión por la parte de atrás—. Carson, Stewart, Godric… al camión… vamos a la casa de gobierno. —El enorme auto se puso en marcha, mientras los llamados a servicio, corrieron tras el vehículo, introduciéndose de igual modo por la parte trasera, donde ya Johanna les esperaba, con una de sus irónicas y por demás socarronas sonrisas.

 

El escuadrón arribó a la casa de gobierno, aquella que había sido la enorme mansión de Snow, y donde ahora la presidenta Paylor comandaba todo Panem, en una casa completamente reformada, donde los lujos ya no existían, aunque no pasaba desapercibido la enorme e imponente estructura y mucho menos, el acabado de la construcción, lo cual a pesar de todo, seguía siendo vistoso y elegante.

Pasaron todo el sistema de seguridad, donde fueron revisados y previamente escaneados uno a uno por los agentes de la paz que resguardaban todo el perímetro que daba acceso al lugar, notificándole a la presidenta quienes exigían verla.

Todos los soldados comenzaron a bajar del camión, el cual se estacionó frente a la enorme casona, siendo Gale y Peeta los últimos en descender, contemplando el lugar, donde el capitán pudo darse cuenta del pensativo y serio rostro del joven Mellark, quien había estado varias veces en aquel lugar, donde le obligaron a exigirle a Katniss que dejara toda aquella guerra a un lado.

—¿Estás bien? —La voz de Gale lo trajo de vuelta ante sus perturbadoras elucubraciones, dejando de mirar hacia la casa, asintiéndole al muchacho—. No hay nada que temer, Peeta… él ya no está allí.

—Lo sé… —respondió Peeta, intentado sonreírle—. No pasa nada… —Comenzó a subir las escaleras, justo cuando la puerta principal se abrió, dejándolos a todos, incluyendo a Peeta, inmóviles en su puesto al ver quien salía a recibirles.

—Hola, chicos… —Plutarch miró a todos lados, haciéndole un ademán con la mano a los recién llegados para que terminaran de subir las escaleras—. Apresúrense… entren… —Peeta comenzó a ascender, siendo Gale quien lo detuviera, ya que como siempre, comenzó a sentir cierta desconfianza hacia él.

—Un momento. —Peeta se sobresaltó al sentir como Gale le aferró fuertemente del brazo, preguntándole al caballero—. ¿Qué haces tú aquí? —Plutarch sonrió con ironía.

—Trabajo para la presidenta, Gale… tú eso lo sabes bien. —Gale asintió, sin dejar de aferrar a Peeta por el brazo izquierdo, ya que Plutarch había tomado al joven panadero por el derecho, tratando de que chico entrara a la casa.

—Eso ya lo sé… pero tenía entendido que estabas en el distrito trece, cubriendo varios asuntos de estado. —Plutarch asintió.

—Sí, tienes razón, pero Haymitch se comunicó conmigo y me pidió que estuviera aquí antes de que ustedes llegaran. —Johanna subió las escaleras, exigiéndoles a los demás soldados que revisaran todo el perímetro, mientras Peeta intentó soltarse del agarre de Gale, subiendo lo que le quedaba de las escaleras, junto a Plutarch—. Tranquilo, capitán… —soltó el sonriente hombre en un tono irónico—. Estoy de su lado, como siempre.

—Está bien, Gale. —Peeta sintió como el joven soldado volvió a aferrarle del brazo, soltándole ante la notificación del muchacho, de que no había nada malo—. Todo está bien.

Entraron después de los soldados, quienes revisaron todo el lugar, donde tanto Gale como Peeta observaron el sonriente rostro de Cressida, la joven directora del equipo de televisión que grababa los propos de la rebelión y el de Pollux, el Avox camarógrafo.

—¿Qué hacen ellos aquí? —preguntó Gale, observando como una joven delgada y con cabellos rojos, salió de una de las habitaciones, arrojándose encima a Peeta, llenándole de maquillaje, siendo Plutarch quien respondiera.

—Es el equipo de apoyo. —Peeta intentó apartarse de la maquilladora, pero esta parecía estar programada para ejecutar su trabajo a pesar de la reticencia del muchacho—. Los gobernantes suelen decir que “sí” a todo lo que prometen, pero suelen tener muy mala memoria y terminan olvidándose de lo pautado. —La chica terminó con Peeta, el cual intentó limpiarse el rostro de todo aquel polvo que le habían arrojado encima, acercándose esta vez a Gale.

—Pero los medios de comunicación estamos siempre allí para mostrarle todo a un país donde cientos de personas y millones de testigos no les dejarán olvidar sus promesas… Hola, Gale —saludó Cressida, acercándose al joven soldado, el cual ya había empujado de mala gana a la maquilladora, intentando apartarla de él—. Déjalo, Tania… ve a maquillar a Johanna. —Señaló a la sonriente oficial, la cual estuvo más que dispuesta a ser maquillada.

—Hola… —saludó Gale de mala gana, aunque su rabia no era con la chica, ambos habían interactuado muchas veces, durante y después de la guerra entre el Capitolio y los distritos, donde Cressida había cubierto las noticias en las que Gale se encontraba involucrado y en otras, el escuadrón del capitán Hawthorne había prestando su ayuda para mantener al grupo periodístico resguardado.

—Ya deja el mal humor, Gale —le exigió Plutarch, después de apartarse de Johanna, a la que había saludado muy cordialmente, dejando que la maquiladora hiciera su trabajo—. Estamos aquí para apoyar la candidatura de Peeta e intentar que la presidenta no se salga por la tangente. —Todos comenzaron a  movilizarse, al escuchar la voz de uno de los guardias, notificarles a todos los presentes que la presidenta Paylor los esperaría en el salón principal.

—Ya sabes, Peeta… —le notificó Cressida al joven Mellark, quien caminó rápidamente a su lado, siendo escoltado por Gale del otro lado y Johanna en su retaguardia, seguida por los demás oficiales—. No titubees ante nada. —El chico asintió, percatándose de cómo Pollux le saludaba, correspondiendo su saludo—. Tampoco le demuestres miedo.

—No le tengo miedo. —Plutarch, sonrió por demás satisfecho ante aquella respuesta.

—Excelente, esa es la actitud —agregó el hombre, deteniéndose enfrente de la puerta del salón principal, donde cada uno de los presentes se detuvo tras él, esperando que la abriera.

Tocó dos veces con fuerza, y antes de que dieran el permiso para entrar, Plutarch abrió la puerta, colocando aquella típica sonrisa melosa y aristocrática que siempre ponía cuando se encontraba frente a un gran mandatario, tal y como lo hacía delante del ya fallecido presidente Snow.

—Presidenta Paylor. —La mujer se giró rápidamente, al escuchar la voz de su mano derecha, entrar en el amplio salón—. No sabe cuánto me alegra verla nuevamente. —Se acercó a ella, dándole dos sonoros besos en la mejilla, lo cual ella correspondió del mismo modo.

—¿Qué haces aquí, Plutarch? —preguntó ella bastante asombrada, ya que la mujer lo había enviado a cubrir un pequeño percance en el distrito trece, donde varios grupos de insubordinados no estaban de acuerdo con el nuevo gobierno de Paylor.

—Todo está resuelto, mi señora. —Plutarch se apartó de ella, señalando a Peeta—. Y a mi regreso miren con lo que me he topado en la entrada. —Tanto Peeta como Gale no pudieron creer que aquel hombre tuviese la facilidad de actuar de aquel modo delante de la presidenta—. Peeta Mellark, el amado ex tributo del distrito doce y candidato para la gobernación de su distrito. —El chico no dijo nada, mirando a la seria e imperturbable mujer, la cual le dio una rápida mirada, enfocando sus ojos en Gale.

—Presidenta Paylor. —El joven soldado se acercó a ella, saludándole muy cordialmente.

—Capitán Hawthorne… no pensé que lo tendría de vuelta tan pronto y con… —Miró a Peeta—…El joven Mellark. —La presidenta no se había percatado de la presencia de la prensa hasta que Cressida le notificó a su camarógrafo que comenzara a grabar—. ¿Cómo llegaron ustedes aquí? —preguntó Paylor en un tono de voz alterado.

—¡Oh!... Lo lamento, ha sido un error mío —comentó descuidadamente Plutarch—. La joven Cressida me estaba entrevistando, y al ver llegar a Peeta con su comitiva, me olvidé por completo de la periodista. —Peeta intentó no reír ante las mentiras del jefe de gabinete, quien parecía no sentir el más mínimo remordimiento de mentir tan descaradamente y sobre todo tan creíblemente—. Igual no importa que estén aquí… ¿Cierto? —preguntó Plutarch, gesticulando las manos—. Su gobierno no tiene nada que ocultar… ¿no es así, presidenta?

Todos los ojos en aquel salón, incluso el de la cámara, estaban puestos sobre el rostro de la estupefacta mujer, la cual parecía haber quedado en shock, ante aquella inesperada pregunta.

—No… por supuesto que no. —Paylor se sentó, intentando permanecer inmutable, aunque se notaba lo mucho que le había incomodado aquella pregunta—. Así que sean todos bienvenidos y sobre todo usted, Joven Mellark, quien está nuevamente en el Capitolio. —Peeta asintió, acercándose a la presidenta, extendiendo su mano hacia ella para saludarla.

—Para mí es un gusto volver a verla en persona. —Peeta recordó cuando aquella mujer había sido tan solo una soldado más al servicio de Coin y de la rebelión—. No le quitaré mucho tiempo. —Tanto Gale como cada uno de los presentes, estuvieron atentos a las palabras de Peeta, el cual tomó asiento frente a ella, al ver como la mujer le señalaba el sofá de dos plazas detrás de él.

—Tú dirás —respondió secamente la alta mandataria.

—El distrito doce cada vez está más abandonado. —Ella le miró fijamente—. Después de la guerra llegaron varios aerodeslizadores con materiales para reconstruir el lugar, pero no hicieron mayor cosa, varias casas fueron reconstruidas entre ellas la gobernación. —Paylor asintió—. Pero la ayuda terminó allí. —A lo que la presidenta respondió, cruzando las piernas.

—Pues tengo entendido que cada quince días llegan suministros a tu distrito. —Peeta asintió.

—Sí, así es… y le agradezco enormemente esa pequeña ayuda. —La presidenta no pudo creer las hirientes palabras del muchacho, al llamar la ayuda que ella le daba a aquel distrito “pequeña”—. Pero creí que esta guerra era para hacernos libres.

—Y así es —respondió ella, tajante.

—Pues no creo que un pueblo que recibe las migajas de un rico y productivo país como lo es Panem, pueda llamarse “libre”. —Johanna sonrió por demás orgullosa de él, mientras que Plutarch no dejó de examinar el estupefacto rostro de la presidenta, la cual a cada tanto le daba miradas furtivas a la cámara, siendo Gale quien temiera por alguna represalia de parte de la presidenta, aunque ella le había mostrado al joven soldado que era una mandataria ejemplar.

—¿A qué te refieres?... —preguntó Paylor, intentando no sobresaltarse—. ¿Piensas que les doy muy poco? —Peeta negó con la cabeza.

—No, presidenta, no me refiero a eso. —El chico se recostó de su asiento, mirándole fijamente a los ojos—. Me refiero a que en vez de solo enviar comida, podría enviar herramientas y profesionales que nos ayuden a reabrir las minas de carbón. —Gale no podía creer que Peeta fue tan inteligente y elocuente—. Queremos deshacernos de las ruinas y levantar un nuevo distrito doce así como lo están haciendo los demás distritos, pero ellos tienen con que, mientras que nuestro sistema económico es improductivo y no tenemos los recursos para echarlo a andar nuevamente.

—Pues eso es algo realmente costoso —notificó ella.

—Eso lo sé de sobra y no le estamos exigiendo que nos regale nada, es usted la que prefiere darnos comida a enviar enceres y material de apoyo. —Todos esperaban ansiosos la culminación de las exigencias del joven Mellark—. Una vez mi padre me dijo: “regálale un pez a un hombre y comerá un día, enséñale a pescar y comerá todos los días de su vida”… No queremos ser un pueblo mantenido, queremos ser un distrito productivos, presidenta. —Gale deseaba abrazarlo y decirle cuan orgulloso estaba de él y su privilegiada lengua, la cual siempre les ayudó a él y a Katniss a salir de los peores predicamentos en los juegos del hambre.

—Comprendo. —Fue la simple respuesta de Paylor, siendo Plutarch quien tomara la palabra.

—¿Y qué propones, Peeta? —Pollux dejó de grabar a la presidenta, colocándose desde otro ángulo, enfocado el rostro del joven Mellark, quien miró a Plutarch y luego a la cámara, respondiendo la pregunta, enfocando sus ojos en la presidenta.

—Le propongo que invierta en nuestro distrito. —Paylor miró a Plutarch, quien asintió a la respuesta de Peeta, incitándole a que prosiguiera—. Dénos las herramientas, los hombres, la tecnología que necesitamos para echar a andar la mina y yo le prometo saldar la deuda con carbón. —La mujer no supo qué decir, sin duda alguna Peeta era un joven emprendedor, pero a lo mejor, los demás ciudadanos no tendrían la misma predisposición que él—. Sé que hay mucha maquinaria de producción tanto en el Capitolio como en otros distritos que trabajan con carbón y están paradas por la falta de ello, lo poco que tenían de reserva se ha agotado.

—Es verdad —notificó Plutarch—. Incluso en varios distritos aún usan el carbón como fuente de combustión para cocinar. —Gale asintió, dándole la razón al jefe de gabinete—. Si obtenemos el carbón del doce podríamos negociar con ellos alimentos y así poder pagar los trabajos de los expertos en hidroeléctrica, quienes aún están intentando solventar el daño que le hicimos a la represa. —Paylor se levantó de su puesto, lo que hizo que el Avox cambiara de posición, enfocando a la presidenta.

—Me parece una extraordinaria idea, pero… —La mujer giró su cuerpo, percatándose de que la cámara volvió a estar enfocada en ella—... ¿Qué garantía tengo yo de que cumplirás tu promesa? —A lo que Peeta respondió, incorporándose de su puesto.

—Tiene mi palabra, así como todo Panem cree en la suya, presidenta. —La mujer le miró retadoramente—. Estaremos frente a millones de testigos. —Peeta señaló a la cámara, y en cuestión de segundos el lente de la misma enfocó al joven Mellark—. Sé que aún no soy el gobernador del distrito doce, y aunque al principio me rehusé a dicho cargo, ahora juro llevarlo a cabalidad. —Paylor miró a Plutarch y luego a Gale, quien se encontraba junto a sus hombres, resguardándoles a todos—. Siempre y cuando usted haga el nombramiento oficial.

—Eso debo debatirlo con mi gabinete presidencial —respondió ella, observando nuevamente a Plutarch, el cual asintió a las palabras de la presidenta.

—Perfecto… —respondió Peeta, acercándose un poco a ella—. Mientras sea solo el vocero de distrito, tendrá mi palabra, presidenta… pero cuando sea nombrado gobernador, tendrá no solo mi palabra, sino mi vida, mi puesto, mi cabeza… una que pongo a su disposición si falto a mi promesa. —Gale sintió como el alma se le fue a los pies ante aquella promesa, pensando que si el chico no cumplía, también estaba en entela de juicio, su cabeza.

“Astuto”, pensó Plutarch al darse cuenta que lo que realmente pretendía Peeta era llevarla contra las cuerdas y que ella le diera el cargo creyendo que podría mantenerlo vigilado, sabiendo de antemano que el chico cumpliría y sobre todo, que el capitán Hawthorne no permitiría que nada malo le ocurriera, ya que a Haymitch se le había soltado la lengua, más de la cuenta.

—¿Deseas agregar algo más a tus peticiones? —Peeta asintió.

—También vine porque quiero abogar por Katniss y su restricción de abandonar el distrito… —Paylor le interrumpió, alzando la voz.

—Katniss Everdeen tuvo una sentencia justa, mejor que la que obtuvieron otros insubordinados. —La molesta mujer miró a Plutarch, rogando porque el hombre diera por culminada aquella reunión, pero lo que ella no sabía era que el hombre estaba a favor de los recién llegados y en su contra.

—Así como la sentencia que le dictaron a Claudius y Caesar, me imagino. —La asombrada mujer no pudo creer tanto descaro de parte del muchacho, quien sintió la mano de Gale sobre su hombro, exigiéndole que se contuviera—. No digo que no se merezca estar en la cárcel —prosiguió Peeta—. Pero de allí a hacer pública sus ejecuciones me parece abominable. —Las cámaras siguieron grabando, mientras que el colérico rostro de Paylor se encontraba en un primer plano.

—¿Acaso también quieres abogar por Caesar?... —Peeta negó con la cabeza.

—No… supongo que no puedo hacer nada por él, la presidenta se rige por lo que su pueblo quiera e imagino que su pueblo solo quiere más sangre y venganza.

La mandataria asintió más que satisfecha, observando como Peeta miró hacia la cámara, la cual dejó de grabar a Paylor, tomando esta vez, el serio y por demás insatisfecho rostro del joven Mellark, mientras todos estaban a la expectativa de lo que el chico diría y de cómo quedaría todo ese primer encuentro, rogando porque no fuese el último.

—Pues le pido al pueblo de Panem, que pare tanta venganza, tanto odio... No les pediré que olviden, porque el dolor de cada familia, de cada hijo, hermano o padre que perdieron, es algo que no se cura jamás. —Los ojos de Peeta se humedecieron, intentando contener las ganas de llorar—. Pero derramar tanta sangre no mitigará su dolor, tampoco lavará la ofensa que les causó el gobierno de Snow, traten de seguir con sus vidas lo mejor que puedan. —Peeta bajó el rostro—. Yo perdí a toda mi familia, cualquiera diría que no tengo por quién luchar. —Levantó nuevamente el rostro, mirando hacia la cámara—. Pero se equivocan… hay todo un distrito que cree en mí, uno que también creyó en Katniss, la cual fue la mecha que encendió todo este polvorín.

Gale deseaba abrazarle, contenerle y decirle que no tenía por qué llevar acuestas toda aquella responsabilidad y aquel cargo que habían intentando imponerle, creyendo que aquello sería lo mejor tanto para él como para los ciudadanos del distrito doce, pensando que a lo mejor, lo estaban metiendo en problemas con el nuevo gobierno.

—Yo no quiero más enfrentamientos, más odio entre los distritos, eso era lo que quería Snow, nosotros queremos paz y unión entre todos. —Johanna asintió con una amplia sonrisa—. Si en sus manos está detener más derramamiento de sangre, háganlo… y por favor… no se olviden de Katniss, ella solo desea ser libre y yo quiero que mi hijo, tenga una madre que disfrute de su libertad.

—¿Katniss está embarazada? —preguntó Cressida, a lo que tanto Gale como Peeta asintieron.

—Le falta poco para dar a luz —respondió Peeta—. Así que solo pido eso y prometo que haré todo lo posible para que cada distrito hermano, tenga su dotación de carbón a cambio de insumos y de conocimiento que nos ayuden a ser un distrito productivo e independiente económicamente… Gracias. —El chico limpió sus lágrimas, girándose para ver a Gale, el cual le sonrió, apoyando todo aquello con un simple asentamiento de cabeza.

—Como lo han escuchado, estas son las exigencias del candidato a la gobernación del distrito doce, el joven y futuro padre de familia, Peeta Mellark —comenzó a hablar la joven periodista, frente a las cámaras—. Ya deseamos ver a Katniss Everdeen en su rol de madre después de haber perdido a su primer hijo con el joven ex tributo… más información en la emisión estelar de la noche… buenas tardes a todos. —Hizo el gesto de cortar y Pollux apagó la cámara, siendo Paylor quien hablara.

—Quiero revisar primero el contenido de esa grabación antes de que salga al aire, señorita. —A lo que Cressida respondió, caminando hacia la puerta para retirarse.

—Lo siento, presidenta, pero no estábamos grabando… —Paylor la miró sin comprender a qué se refería—. Estábamos transmitiendo en vivo. —La morena mujer palideció ante aquello, siendo Plutarch quien hablara, retomando su puesta en escena.

—Pero qué atrevida… ¿Cómo has podido trasmitir eso en directo? —El indignado hombre miró a Paylor, quien aún no asimilaba aquella respuesta—. No se preocupe, presidenta, yo me encargo de ellos. —Comenzó a caminar hacia la puerta, exigiéndole de mal humor a la chica que abandonara el lugar, siendo Peeta quien se acercara a la estupefacta mujer, la cual le contempló con desgano.

—Espero que cumpla su palabra, presidenta… la mía la tiene y vale tanto como la suya… —Extendió su mano hacia ella—. Buenas tardes. —Paylor la estrechó con fuerza, soltándola rápidamente, mientras contemplaba como el joven se retiraba, escoltado por el escuadrón del capitán Hawthorne, quien se despidió de ella, con el saludo militar, retirándose a toda velocidad del salón.

—Excelente, Cressida, eres la mejor. —Plutarch besó a la sonriente muchacha, la cual se limpió la mejilla, alegando que eso lo sabía de sobra y que no tenía que usar sus sucios trucos de manipulación con ella, lo cual le hizo reír, enfocándose en Peeta—. ¿Y tú?... —Aferró al chico por ambos brazos—. Tú eres… —Miró a Gale, sin soltar a Peeta—. Son… los nuevos sinsajos.

—Vete al demonio, Plutarch. —Gale aferró por las muñecas al sonriente hombre, apartando sus manos de Peeta—. No vamos a jugar tu sucio juego. —Le empujó, y tomando a Peeta del brazo, comenzó a caminar hacia la salida de la casa de gobierno, exigiéndoles a sus hombres que abandonaran el lugar.

—Un juego entre dos sinsajos, macho… ¡qué título!… ¿No les parece? —Tanto Gale como Peeta se detuvieron en la puerta, mirándose mutuamente, girando al mismo tiempo el rostro para verle—. Es un buen título para una de las presentaciones en el programa número uno en el rating… “Parejas disparejas”. —Gale se acercó bruscamente a Plutarch, mientras Peeta corrió a interponerse entre ambos, pero el soldado había sido más rápido qué él, clavando la punta de su fusil en el cuello del sonriente hombre, el cual no tuvo la menor intención de demostrarle que estaba asustado.

—No voy a hacer parte de tu circo para divertir a las masas, Plutarch. —Peeta sostuvo a Gale de un brazo, exigiéndole que se controlara—. Atrévete a decir algo y juro que tu cabeza volará por los aires en mil pedazos. —El aludido alzó los brazos a modo de rendición, logrado que el enajenado soldado dejara de apuntarle, comenzando a caminar a las afueras de la casa de gobierno, mientras que el por demás divertido hombre, se acarició el cuello, justo donde Gale había empujado el cañón de su arma.

—Ya lo veremos, Gale… —Giró sobre sus pies, mientras caminaba de vuelta al salón principal—. Veremos qué sucederá cuando todo este triangulo amoroso salga a la luz pública. —Sonrió concentrado en sus elucubraciones—. Si todo sale tal cual me lo he planeado, y ese bebé resulta ser tuyo, serás tú mismo quien me pida estar en el programa.

Las cartas estaban echadas y el juego había comenzado, donde cada uno de los involucrados apostaban a su favor, siendo Peeta Mellark el único que no pretendía jugar sucio, arriesgándolo todo por una causa justa y por un amor… que pendía de un hilo.


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