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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Capítulo

__ 12 __

Gale maldijo internamente una y otra vez a Plutarch, conduciendo el vehículo de vuelta a la base militar del Capitolio, mientras Peeta no dejó de mirar al frente, siendo Johanna la que rompiera el silencio entre ambos, asomando su cabeza por la ventanilla que había en medio del espaldar de la cabina, la cual daba acceso a la parte de atrás del camión.

—Todos salió mejor de lo que nos esperábamos… ¿No creen? —Gale giró bruscamente el vehículo, lo que consiguió que Peeta se aferrara con fuerzas de la puerta, siendo Johanna la que terminara golpeándose la cabeza—. ¡Oye, oye!... ¿Qué te pasa? —La respuesta de Gale no se hizo esperar, a pesar de que Peeta intentó contenerle con un apretón de mano.

—Voy a matar a Haymitch. —Frenó de golpe en uno de los semáforos, tocando con insistencia el claxon como si aquello fuese un ejercicio terapéutico que le ayudara a descargar su rabia, mientras la oficial Mason había salido disparada hacia atrás, cayendo sobre uno de los subalternos.

—Vamos, Gale, cálmate… lo hecho, hecho está —alegó el joven Mellark, sin dejar de apretar la mano del iracundo soldado, el cual dejó ver en su agitada respiración, lo malhumorado que se encontraba—. Haymitch jamás hace algo sin motivo alguno, dejemos que nos explique por qué se lo dijo a Plutarch… ¿Te parece? —Johanna volvió a asomar su cabeza por la ventanilla, justo cuando Gale asentía, y el joven panadero apartó su mano de la del tembloroso soldado.

Johanna miró a uno y luego al otro, preguntando qué demonios había sucedido, justo cuando Gale echó a andar nuevamente el vehículo, siendo Peeta quien le notificara en voz baja lo que Haymitch había hecho.

—Pues me parece muy estratégico de parte de Haymitch. —Gale volvió a frenar de golpe el vehículo, fulminando con la mirada a la oficial Mason, la cual se mantuvo aferrada a la ventanilla para no caer de nuevo hacia atrás—. Pues sí, ustedes saben cómo es Plutarch. Un vigilante tenía como único objetivo en la vida mantener a las masas atrapadas y frente al televisor, superando los rating de los años pasados, por algo fue el vigilante más destacado de todos los que hubieron en los Juegos del Hambre… ¿Saben lo que ocurriría en Panem si se llegan a enterar que los dos hombres que se peleaban por la Sinsajo, mantienen ahora una relación amorosa? —A lo que Gale argumentó, poniendo en marcha el vehículo.

—No le veo relevancia. —Peeta pensó por unos segundos toda la situación, siendo él quien respondiera.

—A las personas de Panem le gustan las tragedias, supongo que Plutarch lo enfocaría desde una perspectiva que los televidentes lo vieran de otro modo. —Johanna asintió.

—Así es… No estoy muy segura de lo que quiso hacer Haymitch con esto, pero ten fe en él. —Gale rodó los ojos, pensando en lo que Katniss haría si aquello saliera a la luz pública, podría contar todo lo que pasó entre ellos y usarlo en su contra con Peeta.

—No sé… pero esto sigue sin gustarme —comentó Gale en un tono de voz cortante, deteniéndose al ver un gran número de manifestantes en las afueras de lo que parecía ser un edificio resguardado por muros y un sistema de seguridad de la más avanzado.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Peeta, siendo Gale quien respondiera sin estar cien por ciento seguro de aquella respuesta.

—Creo que manifiestan por la pronta ejecución de Caesar Flickerman, ya que estamos frente a la prisión de máxima seguridad del Capitolio. —Peeta abrió los ojos de par en par, al ver la extensa masa de manifestantes que pedían a gritos la muerte del ex anfitrión de los Juegos de Hambre, bajando rápidamente del vehículo, comenzando a introducirse en aquel mar de gente ante la mirada incrédula de Gale y Johanna, quienes se vieron al mismo tiempo las caras, saliendo rápidamente del camión, donde Johanna les exigió a los soldados que iban con ellos, que bajaran a escoltar a su capitán.

—¿Peeta? —gritó Gale tomando su fusil, intentando abrirse paso entre la muchedumbre, tratando de alcanzarle—. ¡Peeta!.. Detente… —Johanna, junto a los demás soldados, comenzaron a apartar a la gente, mientras el molesto joven siguió adentrándose aún más entre la multitud, sin detenerse ante nada ni nadie.

“A veces eres tan impulsivo”, pensó Gale sin detenerse, apartando bruscamente a quienes se le atravesaban, aquellos que pretendieron responderle de mala gana, pero al ver que se trataba de un soldado, se tragaban sus insultos y sus malas palabras para con el muchacho. “Que quisiera nalguearte, pero esa forma tan tuya, simplemente me encantas”. Sonrió al ver aquel fuego que poseía Peeta, ese que Cinna creyó que Katniss poseía, pero en realidad era el joven Mellark la chispa en todo aquel revuelo. Siempre había sido él la clave de todo y eso, hasta Snow lo sabía.

Peeta llegó hasta el final de aquel aglomeramiento de personas, subiéndose a uno de los autos blindados que resguardaban a los agentes de la paz que se encontraban apostados en la entrada de aquel recinto, apuntándole al muchacho, justo cuando Gale y sus hombres se acercaron, apuntándoles a ellos.

—Bajen sus armas, agentes… somos el escuadrón 561, brigada gubernamental de la presidenta Paylor, resguardando al candidato a la gobernación del distrito doce, el ciudadano Peeta Mellark. —Los agentes bajaron sus armas, mirándose los unos a los otros, o eso imaginó Gale, al ver como todos giraban sus cascos hacia la integridad del otro.

El gran número de manifestantes contemplaban a Peeta sobre el vehículo blindado, comenzando a gritar su nombre, sacudiendo las pancartas que demostraban su odio hacia Caesar, aplaudiendo al joven ex tributo del distrito doce.

Por supuesto la reacción de Peeta no se hizo esperar, saludó a todos con una amplia sonrisa en sus labios, sin duda que el público le adoraba. Desde los Juegos del Hambre el chico se había ganado el cariño de las personas del Capitolio y también de los demás distrito ante su sincera, agradable y trasparente forma de ser.

—¡Por favor!... —Peeta comenzó a sacudir sus manos, exigiéndoles a todos—. Un momento… me gustaría… —Pero las masas volvieron a agitarse, gritando su nombre y exigiéndole al muchacho que se uniera a la causa, negando rápidamente con la cabeza—. Si me permitieran hablar un momento. —Johanna colocó su dedo índice y pulgar entre la comisura de los labios, emitiendo un silbido que dejó a cada uno de los presentes cubriéndose los oídos, consiguiendo que se callaran.

—Conquístalos, campeón —le gritó la joven Mason, alzando su mano en señal de apoyo, logrando que Gale sonriera, distendiéndose un poco ante la rabieta que llevaba consigo desde la casa de gobierno.

—Gracias, oficial —agradeció Peeta, sonriéndole amablemente—. Jamás pensé que mi arribo al Capitolio fuese tan bien recibido. —Todos alzaron sus voces, vitoreando nuevamente el nombre del muchacho—. Gracias, gracias… —Alzó la voz, intentando imponerse por sobre la muchedumbre—. Pero me siento realmente abrumado con lo que está pasando aquí frente a la prisión de máxima seguridad del Capitolio. —Todos se miraron a las caras, mientras los soldados permanecieron atentos, ya que no tenían la certeza de lo que el joven Mellark iba a decir, y mucho menos la reacción que el pueblo tendría ante sus palabras.

Peeta le dio una rápida mirada a Gale, el cual le asintió, dándole a entender que lo que él hiciera o dijera lo tenía sin cuidado, ya que él siempre podría contar con su apoyo incondicional ante cualquier circunstancia.

—Pensé que la paz que habíamos alcanzado entre los distritos y el Capitolio era para que culminaran tantas muertes sin sentido, tanto odio y rencor entre nosotros por culpa del nefasto gobierno de un hombre cruel y despiadado que nos mantuvo constantemente matándonos los unos a los otros para su deleite personal. —Todos le escucharon atentos, sin dejar de mantener sus pancartas en alza—. Pero tal parece que seguimos igual…

Gale estudió cada uno de los rostros que contemplaron a Peeta, sumidos en un mutismo que pocos solían lograr en los ciudadanos después de la libertad de expresión otorgada por el nuevo gobierno de Panem.

—Y la verdad es que me entristece que aún aniden tanto odio hacia un hombre que solo acató las órdenes de un dictador al que nadie se atrevía a llevarle la contraria. —Johanna sonrió más que complacida, enfocada no solo en el joven Mellark sino también en el serio e imperturbable rostro de Gale, el cual siguió atento a las personas que manifestaban frente a la prisión, percatándose de un hombre que se acercó al frente, espetándole al muchacho.

—¿Cómo tienes la certeza de que eso es así? —A lo que Peeta respondió, devolviéndole la pregunta en su contra.

—¿Cómo tienen ustedes la certeza de que “no” fue así?... ¿Qué derecho tienen de juzgar a un hombre tan solo por ser el anfitrión de unos juegos creados por un hombre ruin al que todos le temían?... Quiero que me den pruebas contundentes de que él es culpable. —Todos comenzaron a hablar entre sí, señalando al joven ex tributo, donde unos asentían y otros negaron con la cabeza de mala gana.

—Por algo está preso… —gritó una mujer en la distancia.

—Está preso porque ustedes así lo han decidido y será asesinado por el mismo clamor popular, entonces… ¿qué demonios estamos haciendo? —preguntó Peeta, alzando aún más la voz—. Estamos cometiendo los mismo errores que cometió el otro gobierno, dejarnos arrastrar por el poder. —Todos se miraron a las caras—. La presidenta le entregó el poder de decidir lo que quieren o lo que no, al pueblo… ¿Y qué hacemos? —preguntó haciendo una pausa para que alguien respondiera, pero nadie se atrevió, siendo el joven panadero el que diera la respuesta que ninguno quiso dar—. Abusar del poder que nos han dado, decidiendo arbitrariamente quién muere y quién no, sin tan siquiera darle el beneficio de la duda al pobre hombre.

Varios de los manifestantes comenzaron a bajar sus pancartas, mientras que otros negaron con la cabeza, hablando entre murmullos de indignación y molestia ante las palabras del futuro gobernado del distrito doce, o eso era lo que Gale y todos los que vivían en aquel lugar deseaban.

—No les voy a exigir que perdonen y olviden todo el dolor que sienten… —Tanto los agentes de la paz como los soldados que resguardaban el perímetro se percataron del arribo de una camioneta van, la cual tenía el logo de la más prestigiosa cadena televisiva del Capitolio, donde varios reporteros salieron al trote, acercándose al joven orador—… Sé que aquí hay padres, hermanos y primos que vieron morir a sus seres amados en la arena de juego... —Muchos asintieron, apartándose del camino de los reporteros—… pero créanme que ninguna muerte les devolverá a sus seres amado.

Al joven Mellark se le comenzó a quebrar la voz, intentando aclararla con un fuerte carraspeo, tratando de no romperse delante de aquel mar de gente que le escuchaba atentamente.

—Mis padres y mis hermanos no volverán aunque todo Panem sea ejecutado, así que no crean que si asesinan a Caesar sus muertos revivirán, lo único que regresará serán los recuerdos de lo vivido, volverá el dolor y eso es algo que no se cura con sangre, sino con perdón. —Muchos se quejaron ante las palabras de Peeta, gritando que deseaban venganza, justo cuando los periodistas se colocaron enfrente del auto blindado, siendo Gale y Johanna quienes se interpusiera en su camino.

—¿Qué propone, señor candidato? —preguntó el serio periodista, sosteniendo un micrófono en su mano muy cerca del rostro—. ¿Que perdonemos y olvidemos tanta crueldad, tantas mofas de un hombre que se notaba a simple vista que era uno más de los alcahuetas del fallecido presidente Snow? —Muchos alabaron las duras palabras del odioso periodista, al que Gale ya tenía en la mira de su fusil, esperando tan solo un agravio más en contra de Peeta para esposarlo y exigir su rápida aprensión.

—¿Cuáles mofas? —preguntó en un tono calmo, el joven Mellark.

—Por ejemplo la que le hizo a usted. —Peeta encogió los hombros, gesticulando las manos, incitándole a hablar—. Esas burlas ante su hedor y que él olía mejor que usted porque había vivido toda su vida en el Capitolio, mientras que usted por ser un simple tributo del doce olía a miseria y a carbón. —Gale estuvo a punto de apretar el gatillo, con deseos de volarle la cabeza, pero Peeta le preguntó sin perder la calma.

—¿Usted también es del Capitolio o pertenece a algún distrito? —El ceñudo hombre alzó una ceja, logrando que la piel de su frente se alisara sin poder creer aquella pregunta.

—Nací en el Capitolio. —Tragó grueso, observando como el chico del pan se arrojó al suelo, bajando del techo del auto blindado, olfateando al estupefacto hombre, tal y como lo había hecho con Caesar en la entrevista posterior a los Juegos del Hambre.

—Sí, se nota… hueles a lujo, a perfume costoso y a agua de rosas. —Gale mantuvo su postura, mientras que Johanna era la que sonreía por demás divertida—. Yo huelo a pan, a levadura y a trabajo… —Se acercó aún más al serio y molesto hombre—… a miseria, pero no me importa, lo que me indigna es que alguien como usted venga con sus ínfulas de ser parte de ellos. —Peeta señaló a los manifestantes—. Y de ellos… —Señaló de igual modo hacia la cámara que grababa, imaginando que en los demás distritos le miraban—... cuando jamás ha sentido hambre ni se ha tenido que duchar con agua de pozo, sin jabones caros como los que debe estar acostumbrado a usar.

Gale dejó que una socarrona sonrisa se dibujara en sus labios, al ver el molesto rostro del aquel hombre, mientras que los manifestantes comenzaron a retirarse, siendo unos pocos los que siguieran firmes en su convicción de exigir la pronta muerte de ex anfitrión.

—¿Tengo culpa de haber nacido aquí? —preguntó el periodista, sin intención alguna de quedar como un idiota delante de todos, pero lo que aquel caballero no sabía, era que la lengua de Peeta era tan o más afilada que la suya, respondiéndole sin pensárselo mucho.

—No por supuesto que no… Pero me parece tan hipócrita que alguien del Capitolio apoye la ejecución de un hombre que simplemente hizo lo mismo que usted está haciendo ahora. —El asombrado hombre miró a todos los presentes, bufando por la nariz, preguntándole que a qué se refería—. Estás simplemente acatando órdenes del nuevo gobierno porque es lo que te conviene… ¿no es así? —El aludido negó con la cabeza, comenzando a sudar ante los nervios.

—Deberíamos apresarlo —notificó Johanna, acercándose al pálido hombre, el cual bajó el micrófono, apartándose de los soldados.

—Pues si está incurriendo en lo mismo que incurrió Caesar, deberíamos detenerlo. —El tembloroso hombre negó con la cabeza ante las palabras del capitán Hawthorne, el cual le apuntó nuevamente con su arma de reglamento, exigiéndole a uno de sus hombres—. Apresen al periodista. —El camarógrafo comenzó a alejarse por si pretendían hacer lo mismo con él, pero Peeta negó con la cabeza, aferrando al hombre por el brazo, sacudiendo la mano del soldado que pretendía apresarle.

—Hagamos algo mejor. —Gale rodó los ojos, ya que si algo odiaba el capitán, era que ignoraran sus órdenes aunque esa persona fuese su amado Peeta—. Llevemos al periodista dentro. —Todos los presentes le miraron completamente extrañados.

—¿Dentro de dónde? —preguntó Gale sin comprender.

—Dentro de la prisión… quiero tener una conversación con Caesar y que todo el pueblo de Panem le dé la oportunidad de escucharlo. —Johanna silbó poniendo sus ojos en blanco ante las exigencias de Peeta, mientras que los agentes de la paz rieron ante aquello, a sabiendas de que sus deseos sería imposible de cumplir, donde tan solo unos pocos manifestantes que aún quedaban en aquel lugar, apoyaron la decisión del muchacho.

—¿Te volviste loco? —pregunto Gale, aferrando a Peeta por el brazo, el cual se sacudió su agarre, respondiéndole en el mismo tono bajo pero firme muy cerca del rostro.

—No… claro que no… sé que tú puedes conseguirlo. —Ambos se miraron fijamente a los ojos, siendo Peeta quien se apartara de todas las personas que les observaban, llevándose consigo a Gale para hablar a solas—. Si lo logras, te daré algo a cambio. —El joven soldado arqueó una ceja ante aquello, contemplando la socarrona sonrisa del joven Mellark—. Si logras que yo entre a la prisión, tú podrás entrar a… —Movió sus ojos a un lado, lo que Gale no supo captar, mirando hacia su derecha—. No te hagas el tonto, sabes de lo que hablo.

—Lo siento… creo que tanto sol y tanta hambre me tienen famélico… si te explicas mejor yo… —Peeta le aferró del chaleco antibalas, acercándose aún más a él.

—Si yo entro a la prisión, tu bizcocho puede entrar en mi horno… ¿qué dices? —El incrédulo rostro de Gale pasó del desconcierto al asombro en cuestión de segundos, donde las palabras de aquel desinhibido joven, lograron teñir sus mejillas de escarlata.

—¿Te estás vendiendo? —Peeta negó con la cabeza.

—Estoy negociando con usted, capitán… yo entro, tú entras… así de simple… ¿Qué dices? —Peeta mordió levemente su labio inferior, mirando lascivamente a su amigo y amante, sin que Gale pudiese creer que el tímido y avergonzado Peeta del que se había enamorado, estuviese negociando con su virginal trasero.

—Estás decidido a entrar… ¿no? —preguntó Gale, intentando salirse por la tangente, pero el solo imaginarse estar dentro de Peeta y poseer su cuerpo, era algo que lo estaba perturbando más que el hambre que traía.

—Así como tú, que no pierdes oportunidad de intentarlo siempre que puedes. —Gale no pudo evitar sonreír ante aquello, ya que el rostro de Peeta era todo un poema de seducción que lo estaba enloqueciendo.

—No prometo nada… —Peeta asintió encogiéndose de hombros.

—Yo tampoco… —Pretendió apartarse de él, pero el serio soldado le atenazó el brazo manteniéndole a su lado.

—¿Cómo que no prometes nada? —Peeta se le acercó, susurrándole sin dejar de mirarle seductoramente.

—Tú solo hazme entrar… ¿Vale? —Le aferró la mano al capitán para quitársela de encima, guiñándole un ojo—. No prometas… actúa… depende de lo que me des, yo te daré. —Y apartándose de él, se acercó nuevamente al reducido grupo de manifestantes, exigiéndoles calma y paciencia, dándole una furtiva mirada a Gale, el cual aún se debatía en llamar o no a la presidenta y pedirle un permiso para ver a Caesar a sabiendas de lo que eso le acarrearía.

 

Peeta, en compañía del periodista, encabezaron el grupo de personas que caminaban apremiantes por el largo pasillo seis de la prisión de máxima seguridad, seguidos de Gale y Johanna, quienes iban a su vez escoltados por sus oficiales, rodeados por cuatro agentes que les guiaban, notificándoles por dónde ir y por dónde no, girando rápidamente a la derecha, donde el capitán y el joven Mellark cruzaron miradas, retomando sus semblantes calmos y su andar firme por el siguiente pasillo.

—Creo que hemos creado un monstruo —comentó Johanna en un susurro casi inaudible, acercándose un poco a su superior, el cual estaba pensando justamente lo mismo.

—Ni que lo digas… jamás pensé que fuese tan buen negociante. —Pensó en lo que Peeta le había prometido y su entrepierna cabeceó entre su ropa interior de la dicha ante la sola idea de poder penetrarlo—. No sé cuándo dejó de ser el joven y dulce ser que era para convertirse en este hombre decidido y capaz de llevarse al mundo por delante.

—A lo mejor eres tú su fortaleza. —Gale dejó que una socarrona sonrisa se dejara ver entre sus labios, bufando por la nariz.

—Pero si él es la mía. —Al decir aquello, uno de los agentes les ordenó subir por unas escaleras, llegando hasta lo que parecía ser una reja de seguridad, la cual era resguardada por dos agentes.

—Pues ambos son la fortaleza del otro y eso es algo muy especial. —Gale no dijo nada al ver como Peeta le contemplaba, sonriéndole amablemente.

Los agentes abrieron la reja, después de que Gale les notificara que venían con el permiso de la presidenta, entregándole a uno de ellos una tarjeta de identificación donde la presidenta les había enviado el permiso en formato digital, siendo descargada toda la información en un dispositivo de seguridad.

—Pueden pasar. —La enorme reja se abrió, otorgándoles el permiso a entrar, deteniéndose nuevamente en la segunda reja, donde los guardias les notificaron que solo el joven Mellark, el periodista y el capitán Gale Hawthorne, tenían permiso para acceder a aquel recinto, exigiéndoles a los demás que esperaran en aquel pasillo.

Johanna le dio una rápida mirada a su superior, el cual asintió a las palabras del agente, pidiéndole a la oficial y a sus hombres que esperaran en aquel lugar y que estuvieran atentos a todo.

El periodista le exigió al camarógrafo que le entregara a escondidas la pequeña cámara que traía en su bolsillo, mientras Peeta era escaneado por el sistema de seguridad para comprobar que no traía nada peligroso.

Entraron al fin, atravesando dos pasillos más y subiendo un par de escaleras, siendo guiados hasta el final de un oscuro y sucio callejón sin salida, donde no había más que una sola puerta de metal blindado, la cual fue abierta por medio de un sistema de seguridad digital, abriéndose lentamente ante los ojos expectantes de todos los presentes.

Un cuarto oscuro y mal oliente fue lo único que pudieron apreciar a distancia, donde la voz de uno de los agentes les sobresaltó, al exigir con un grito, que iluminaran la celda número cero, la cual parecía ser la destinada para el reo que estaba a punto de ser ejecutado.

Una luz amarillenta iluminó con desgano la habitación de unos veinticuatro metros cuadrados aproximadamente, aquella que olía a orine y a heces humanas, donde se pudo apreciar el cuerpo sucio, maltrecho y harapiento de Caesar Flickerman, el cual se removió lentamente sobre el suelo, intentando incorporarse, manteniendo sus ojos cerrados ante la luz.

—No puede ser. —Dejó escapar Peeta en un hilo de voz, pretendiendo entrar en la celda, lo que por supuesto los agentes de la paz le prohibieron, alegando que el hombre estaba en confinamiento—. Váyanse al demonio. —Peeta empujó a uno de ellos, lo que hizo que el otro reaccionara, apuntándole con su rifle, pero Gale ya tenía el ojo en la mira y al agente apuntado con su fusil, exigiéndole que bajara el arma y dejara entrar al chico.

El agente de la puerta se apartó y el que le apuntaba a Peeta dejó de hacerlo, justo cuando el periodista comenzó a grabar todo, tratando de que los agentes no se percataran de que lo estaba haciendo, acercándose un poco más a la entrada de la maloliente celda, observando como Peeta se arrojó al suelo, ayudándole a sentarse.

—Caesar… ¿me escuchas?... Soy yo, Peeta. —El aturdido hombre intentó abrir los ojos, dificultándosele el mirar al alterado muchacho, quien aún no podía creer el deplorable estado en el que se encontraba aquel hombre amado por muchos, y que ahora, tan solo recibía el odio de casi todo Panem, tan solo por ser el anfitrión de los juegos macabros de Snow.

—¿Quién? —preguntó el aturdido hombre, el cual parecía no asimilar quién le hablaba.

—Peeta, señor… Soy Peeta Mellark. —El despeinado y harapiento hombre intentó con todas sus fuerzas enfocar sus adoloridos ojos sobre la integridad física del muchacho, quien no le importó en lo más mínimo el nauseabundo olor que despedía aquel lugar y mucho menos el hedor del débil hombre en el suelo, al que le faltaban unos cuantos kilos.

—¿Peeta?... —El joven le asintió sonriéndole amablemente—. ¿El chico del pan? —El aludido asintió nuevamente sin dejar de sonreírle al hombre, quien al fin logró abrir sus ojos para verle—. ¡Vaya!... espero que no te haya pasado nada malo… ¿acaso estás aquí para llevarme al cielo? —Peeta sonrió ante las palabras del tembloroso hombre al que parecían estar matando de hambre y de sed.

—No, señor Flickerman… no estoy muerto y usted tampoco. —El aturdido hombre miró hacia la puerta, encontrándose con el desdeñoso semblante del periodista que grababa todo con total disimulo, mientras Caesar observó al serio e imperturbable rostro del capitán Hawthorne, quien contemplaba a ambos hombres interactuando.

—¿Ese soldado es el supuesto primo de Katniss Everdeen? —Peeta levantó el rostro para ver a Gale, el cual no hizo ni dijo nada ante aquello.

—Sí, señor… es Gale Hawthorne… el capitán Hawthorne para ser exactos. —Los extraviados ojos del ex anfitrión le observaron detenidamente, mientras el periodista siguió filmando, siendo uno de los agentes quien hablara.

—Tienen solo media hora para hablar con el sentenciado. —Peeta miró de mala gana al agente—. Fue lo que ordenó la presidenta. —Gale asintió, dándole una rápida mirada a Peeta, como incitándole a que le dijera o hiciera lo que iba a hacer o decir.

—¿Caesar?... —El desconcertado hombre le miró, parpadeando varias veces para aclarar su visión—. Vinimos porque queremos mostrarle al pueblo por lo que estás pasando, y sobre todo que tú les digas por qué te han apresado. —El ex anfitrión miró hacia el periodista, quien le asintió incitándole a hablar con confianza.

—Pues aún no sé ni por qué estoy aquí. —A lo que el periodista respondió.

—Se le acusa de apoyar al gobierno de Snow, alentando a la barbarie y a la violación de los derechos humanos. —Caesar intentó acomodarse mejor sobre el suelo, donde unas largas y pesadas cadenas, le impedían moverse con fluidez.

—¡Vaya!... Yo pensé que estaba aquí por otra cosa. —Bajó el rostro, recordando a su mejor amigo Claudius, notificándole a Peeta entre susurros muy cerca de su oído—. Pensé que sabían que Claudius y yo éramos… —Bajó el rostro—… más que amigos. —Su rostro se ensombreció y se ruborizó ante sus reveladoras palabras, aunque con tanta mugre encima, poco se le había notado.

—Usted y Claudius eran… —Caesar asintió a las suposiciones no culminadas del joven Mellark, quien sonrió ante aquello—. ¡Vaya!... no tenía idea.

—Nadie la tiene… o la tenía… —Habló nuevamente en voz baja mirando hacia la puerta—. Pero pensé que lo habían ejecutado y me ejecutarían a mí por sodomita. —Peeta negó con la cabeza.

—No, señor, lo juzgan y quieren su muerte porque al parecer se les están acabando las personas en quien poder ensañar su venganza, inventando acusaciones de toda índole ante la sed de sangre, odio y rencor de los distritos. —Caesar pensó en las palabras del joven ex tributo, negado con la cabeza.

—Y yo que pensé que todo ese dolor había terminado, pensé que podía llegar a ser más que el anfitrión número uno de Panem por llevar los Juegos del Hambre como lo había estado llevando durante tantos años. —El inmutable reportero siguió grabando, mientras Gale y Peeta escucharon atentos todo lo que aquel hombre tenía que decir—. Pensé que ya no tenía que fingir más, que no necesitaba esa careta de anfitrión carismático y alegre, dispuesto a seguirle el juego a este gobierno. —Dejó escapar el aire contenido en sus pulmones y prosiguió—. Pero este nuevo gobierno resultó ser aún peor que el anterior.

El incrédulo reportero pensó que si aquella grabación salía a la luz pública, aquel hombre no tendría la más mínima oportunidad de salir con vida de aquella prisión, sin poder creer aún en la inocencia del prisionero.

—Sabía que usted no tenía nada que ver en esto… lo sabía, lo podía sentir aquí. —Peeta golpeó su pecho a la altura del corazón—. Pero lamento informarle que mis manos están tan atadas como las suyas, de hecho desde mi llegada al Capitolio he roto más reglas que Katniss en el distrito trece según tengo entendido. —Caesar sonrió con cierto desgano—. Consiguiendo en mi último berrinche que me dejaran verlo a usted antes de su ejecución. —Al decir aquello bajó el rostro algo avergonzado—. Lo siento, Caesar. —La temblorosa mano del débil hombre tomó la barbilla de Peeta, alzándole el rostro.

—Peeta Mellark, el chico en llamas. —El aludido sonrió, sosteniéndole la mirada—. Cuando Snow me exigió que te entrevistara después de tu captura, dije dentro de mí, “este chico tiene el poder de cambiarlo todo”.

—No pude cambiar las decisiones de Katniss. —Caesar bajó la mano con la que sostuvo la barbilla del muchacho, notificándole en un tono de voz apacible.

—Katniss fue un instrumento del destino, Peeta… al principio ella actuó solo por impulso, pero luego fue manipulada por la líder de la rebelión del distrito trece. —El chico no dejó de verlo a los ojos ni por un segundo—. Pero tú, Peeta Mellark, siempre fuiste el más cuerdo de todos. —Peeta negó con la cabeza, alegando que las rastrevíspulas lo habían enloquecido y que incluso después de haber sido desintoxicado aún le quedaban secuelas en su cuerpo de aquel veneno—. Yo no veo indicio de demencia en esos ojos.

Peeta le sonrió, apretando con fuerza la mano del desgreñado hombre, el cual no era ni la sombra de lo que un día había sido, todo un icono del glamour y la moda estrafalaria del Capitolio, intentando sonreírle, aunque el dolor de verlo en aquel estado lo tenía sumergido en un malestar que no lo dejaba ni respirar.

—Y en los de él… —Ladeó la cabeza a un lado, dándole una rápida mirada a Gale—. Solo veo un incondicional cariño hacia su nuevo mejor amigo… ¿no es así? —Peeta volteó a ver a Gale, quien evadió ambas miradas, mientras el periodista les contemplaba sin decir ni una sola palabra.

—Así es. —Las mejillas del joven Mellark se tiñeron de rojo—. Y algo más —susurró, intentando no sonreír, pero una risita nerviosa escapó de sus labios sin poder evitarlo.

—¡Oh… Peeta, Peeta!... no le quieras contar cuentos a quien historias conoce. —El aludido sonrió ampliamente—. Ojo de loca no se equivoca, mi amigo —soltó aquello último señalándose el ojo derecho, acercándose aún más al ruborizado rostro del joven panadero, percibiendo el aroma que el chico despedía, justo cuando uno de los agentes de la paz, informó en voz alta.

—La media hora ha expirado, le exijo que por favor abandone la celda, joven Mellark. —Peeta hizo caso omiso a la orden dada, siendo Gale quien entrara a la celda para sacarlo, escuchando lo que Caesar le comentó a Peeta en el oído.

—Ahora eres tú quien huele mejor que yo, Peeta Mellark… —El chico se apartó un poco de él, contemplándole con unos húmedos y tristes ojos, sintiendo como Gale le atenazó del brazo—. No sirvió de nada el haber vivido toda mi vida en el Capitolio, en la vida solo vale una sola cosa… —Gale logró levantarlo, aunque el chico estaba reacio a marcharse, dejando que un par de lágrimas escaparan de sus enrojecidos ojos—... Ser uno mismo y tú Peeta, llegarás lejos… lamentablemente no estaré para verte en la cima.

—Vámonos, Peeta —le exigió Gale intentando mantenerse inmutable, pero por alguna extraña razón, sintió pena por aquel hombre, aunque jamás le había caído en gracia.

—NO… —gritó el adolorido joven, quien se resistió a ser apartado de aquel hombre, el cual le miró fijamente a los ojos—. Suéltame, Gale… —Pero el capitán Hawthorne estuvo firme en su convicción de sacarlo de la maloliente celda, llevándose al muchacho casi a rastras—. Lo siento, Caesar… lo siento mucho… —se disculpó con el ex anfitrión, al no poder hacer nada por él.

—Yo también lo siento, Peeta. —Y dicho esto, volvió a recostarse del suelo, cerrando los ojos—. Yo también lo siento. —Gale tuvo que ponerse enérgico y halarlo con todas sus fuerzas, ya que el chico se había aferrado del marco de la puerta sin intención alguna de apartarse de aquel lugar.

—Ya está bien, Peeta… —Lo aprisionó en contra de la pared, intentando contenerle, pero el chico se sacudió con fuerza, logrando que el capitán le soltara, corriendo hacia la celda justo cuando la puerta era cerrada y el sistema de seguridad era activado.

—Ábranla, no pueden tenerlo allí en ese lugar tan insalubre… no pueden, es inhumano. —Peeta no pudo dejar de llorar, mientras el periodista siguió grabando, apartándose un poco de los agentes de la paz, para que no se percataran de ello—. Snow por lo menos nos trató como príncipes antes de enviarnos a la arena de juego donde la muerte nos esperaba, pero esto que está haciendo este gobierno no era lo que yo creí que sucedería, no pueden tratarle así, es injusto.

Gale pensó que Peeta tenía toda la razón, a pesar de todo Snow les daba días de lujo y confort antes de ser enviados a la arena de juego, pero este hombre estaba en las peores condiciones que se le puede tener a un ser humano, por más culpable que sea.

—No podemos hacer nada por él más que rogar por su pronta muerte, Peeta, para que así deje de sufrir. —El chico le empujó al sentir como el soldado intentó asirle nuevamente de un brazo.

—¿Su muerte?... —Giró su rostro para encararle—. No quiero su muerte. —Comenzó a caminar rumbo a las rejas de seguridad donde Johanna y los demás hombres del escuadrón 561 les esperaban—. Debemos hablar con Plutarch. —Gale rodó los ojos al escuchar aquello.

—Enloqueciste… ¿Cierto? —Peeta no respondió, exigiéndoles a los agentes que le abrieran las rejas, mientras Johanna miró a uno y luego al otro, sin saber si preguntar o no sobre lo que había ocurrido en aquel lugar, acercándose al periodista, el cual sacó el chip donde había grabado todo, escondiéndole en el bolsillo de su saco.

—¿Qué ocurrió? —El serio hombre de cabellos oscuros le miró de soslayo, manteniendo su postura rígida detrás de los demás a la espera de que abrieran las rejas.

—Ni yo sé lo que ocurrió, pero esto es una bomba de tiempo que puede explotar en otra sublevación —susurró comenzando a caminar tras de la comitiva, la cual bajó las escaleras y cruzó los pasillos que habían transitado en su calmo arribo, desando salir lo más pronto posible de aquel, siendo Peeta quien encabezara la retirada seguido muy de cerca por Gale.

—No me parece buena idea contactar a Plutarch —alegó el joven soldado, pero al parecer, Peeta se rehusaba a responderle—. Eso es lo que él quiere, Peeta… ¿Acaso no te diste cuenta en la casa de gobierno? —El chico se detuvo enfrente de la enorme puerta de doble hoja que daba a la salida, la cual estaba resguardada por varios agentes, quienes desactivaron el sistema de seguridad—. No está conforme con este gobierno, quiere una nueva revuelta y nos está usando. —A lo que Peeta respondió, justo cuando la puerta se abrió dejando que la luz exterior entrara en el asfixiante recinto.

—Pues usémoslo nosotros a él. —Comenzó a caminar hacia la salida, mientras Gale intentó mantenerse calmo, deseando atarlo y regresarlo a su distrito en el primer vuelo que saliera rumbo al doce a ver si así se le bajaban los aires de grandeza, que al parecer, lo mantenían un poco incoherente.

—¿Cómo? —preguntó Gale, a lo que el chico respondió justo cuando Plutarch bajó de un lujoso auto negro, observándoles con una amplia sonrisa.

—Observa y aprende —le notificó Peeta tornando el rostro triste, acercándose al sonriente hombre—. Tienes que hacer algo Plutarch. —El aludido le abrazó, intentando contener al muchacho, quien sobreactuó su dolor más de la cuenta—. Debemos enseñarle a todo Panem lo que le están haciendo a ese pobre hombre. —Plutarch asintió acariciándole el rubio cabello, observando el ceñudo rostro de Gale,  imaginando que su rostro no era solo por lo recién ocurrido entre los dos en la casa de gobierno, sino también ante los celos que debía de sentir al ver como Peeta se dejaba abrazar y acariciar por él.

—Tranquilo, Peeta… —le exigió Plutarch muy cordialmente al muchacho—. Vi en las noticias de la competencia lo que estaba pasando y le prometí a la presidenta que vendría a ver lo que ocurría. —El sonriente hombre miró de arriba hacia abajo al periodista, quien no dejó de observarle de mala gana—. ¿Qué obtuviste, Phil?... supongo que nada. —El aludido miró fijamente al odioso hombre, el cual dejó que Peeta se apartara de él, viéndolos a ambos.

—Tengo algo aquí… —Se palmeó el bolsillo de su saco—… que podría traer un nuevo revuelo político. —Plutarch extendió su mano, exigiéndole apremiante.

—Entrégamelo, Phil. —El hombre negó con la cabeza, pretendiendo apartarse de él—. Si no lo obtengo por las buenas, lo obtendré por las malas. —Gale miró a Peeta, quien a su vez observó fijamente a Plutarch, exigiéndole en un tono bajo, mientras la muchedumbre que aún quedaba apostada en aquel lugar, esperaba saber algo sobre lo que Peeta había ido a averiguar.

—Calmémonos… ¿Quieren? —le exigió tanto a Plutarch como al tal Phil, quien miró con los ojos inyectados en odio y total desprecio al ex vigilante.

—No sé ustedes, pero yo no confío en alguien que trabaja para Paylor. —Plutarch sonrió con ironía, siendo Peeta quien volviera a hablar.

—Él está de nuestro lado. —Gale negó con la cabeza, ya que no era prudente decirle aquello al molesto reportero.

—No me interesa si la misma providencia está de su lado, yo no confío en él. —Plutarch se encogió de hombros—. Y esta exclusiva es mía. —Todos observaron como el serio hombre se retiraba, sin decir nada más, mientras Plutarch simplemente le contempló, maquinándose el modo de quitarle aquella información al periodista.

—Si esa grabación llega a la mugrosa televisora para la que trabaja, no saldrá a al aire. —Peeta pensó que todos sus esfuerzos habían sido en vano, al imaginarse que la televisora para la que aquel hombre trabajaba, apoyaría el gobierno de Paylor.

—Hay que detenerlo —acotó el muchacho, pero Plutarch ya tenía todo planeado, acercándose a un gran número de agentes, exigiéndoles que fueran tras del hombre y que lo trajeran hasta él, vivo o muerto.

—Listo… —notificó Plutarch, manteniendo como siempre su puesta en escena—. Infórmales a todos de lo que te has enterado, yo me encargo del resto… ¿Vale? —Peeta asintió—. Mientras tanto yo mantendré mi postura de mano derecha de Paylor, te retiras de la prisión y mañana por la mañana te escoltaré de vuelta al distrito doce. —Gale le miró sin poder creer aquello—. Lo siento, capitán, pero Paylor quiere a Peeta de vuelta a su distrito, ha causado mucho revuelo el tenerlo aquí en el Capitolio.

Así era, Paylor había soportado bastante todo el revuelo que Peeta había armado en el Capitolio en tan solo un día, y si de algo estaba seguro Gale, era que aquella mujer le había aguantado todo sin chistar y eso le daba muy mala espina.

—Bien… nos retiraremos lo más pronto posible —le informó el joven soldado a Plutarch, quien asintió más que encantado—. Dile a Paylor que yo mismo lo escoltaré de vuelta al doce. —El sonriente hombre asintió, acercándose a Peeta después de introducir una de sus manos dentro del bolsillo de su pantalón, sacando un pequeño broche.

—Te quería dar esto antes de que te fueras. —Tanto Peeta como Gale observaron como Plutarch le colocó el broche, el cual era parecido al que había usado Katniss, pero éste era doble, eran dos aros que sostenían a dos sinsajos dentro de la circunferencia—. Espero lo atesores. —Johanna observó todo a la distancia, esperando a que su superior diera la orden de retirada, mientras sus hombres los rodeaban.

—Lo haré… Gracias. —Peeta abrazó a Plutarch, quien correspondió a su efusiva despedida, palmeándole la espalda.

—No me abraces mucho, al capitán parece no gustarle. —Peeta sonrió ante aquello, pero Gale parecía estar escupiendo fuego por ojos, tomando el brazo del joven Mellark apartándolo del odioso hombre—. Adiós, Peeta. —Entró en el auto negro que lo había conducido hasta aquel lugar, alejándose de todo aquel revuelo de personas, esperando la llamada de los agentes para recoger el chip, mientras Gale le exigió a su amigo y amante.

—Da tu discurso y larguémonos… ¿Quieres? —Peeta sonrió por demás divertido.

—¿En verdad estás celoso? —Gale negó con la cabeza.

—¿De ese infeliz?... No seas tonto. —El joven Mellark le regaló una socarrona sonrisa, colocándose frente a los pocos ciudadanos que aún quedaban en aquel lugar, notificándoles todo lo que había ocurrido, donde muchos no le creyeron y otros simplemente dejaron ver sus rostros pasmados ante lo que escuchaban.

—Dejo a su criterio el creerme o no, y sobre todo que me ayuden a que esto salga a la luz pública. —Por supuesto ya no había cámaras, pero Peeta esperaba que aquello se regara como pólvora por todo Panem—. Debo irme —les notificó apremiante—. Pero espero volver, cuando logre la gobernación del distrito doce. —La mayoría le aplaudió, mientras que otros simplemente se retiraron de aquel lugar, sin saber a ciencia cierta qué pensar sobre aquel asunto y el nuevo gobierno.

—Nos vamos… —ordenó Gale, subiendo raudo al camión, mientras Johanna era la primera en entrar a la parte trasera del vehículo, exigiéndole a sus subalternos que subieran lo más pronto posible, siendo Peeta quien tomara el asiento de copiloto en la cabina de conducir—. Ya no aguanto más —comentó Gale arrancando el vehículo a todo lo que daba.

—¿El hambre? —preguntó Peeta, mirándole por el rabillo del ojo.

—No, las ganas que tengo de que pagues tu promesa. —Peeta no pudo evitar ruborizarse y sobre todo el reír ante aquello, sin poder dejar de ver el serio y molesto rostro de Gale, quien apretó sus labios tratando de mantener su rabieta.

—¿Podemos comer primero? —Gale asintió, dejando que una sonrisa curvara sus labios—. Y luego horneamos el bizcocho… ¿te parece? —Gale soltó una risotada, apartado su mano derecha de la palanca de trasmisión, entrelazando sus dedos con los de Peeta, quien le regalaba una de sus afables sonrisas.

—A veces quisiera atarte y contener ese fuego interno… —Peeta no dijo nada, observándole fijamente—. Pero en otras, deseo que ese fuego arda y nos consuma a los dos. —A lo que Peeta respondió, alzando ambas manos entrelazadas, llevándoselas a la boca para besarlas.

—Pues espero que esta noche ese fuego arda intensamente y que ambos nos fundamos en la pasión que nos mantiene juntos.

—Y también el amor —acotó Gale, siendo Peeta quien asintiera.

—Y el amor, claro… —Gale haló a Peeta para que se acercara a él, rodeándole los hombros con su brazo derecho después de cambiar la velocidad, apretándole con todas sus fuerzas sin importar nada ni nadie, mientras Johanna los espiaba por la ventanilla, sonriendo al ver el intenso amor que ambos hombres se profesaban, cerrado nuevamente la puertecilla, dándoles absoluta privacidad, rumbo al comando.


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