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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Capítulo

__ 16 __

La noche había caído sobre el joven Mellark, el cual no se movió durante el transcurrir de la tarde, aquella que dio paso a una fría y desolada oscuridad en el bosque, sin que Peeta decidiera moverse de su inanimada posición sobre el suelo boscoso, contemplando el firmamento.

No pudo dejar de pensar en lo que había hecho, en su mente y su corazón no cabía tanta bajeza de su parte, tanto odio hacia el soldado que lo único que había hecho, era complacer los deseos de una caprichosa mujer, quien después de tanto tiempo, aún no sabía a cuál de los dos hombres amaba en realidad.

—Te herí. —Volvió a decir el perturbado y lloroso joven en el suelo, como un mantra que al parecer, intentaba conseguir de Peeta un poco de cordura y autoflagelación, lo que por supuesto, más que ayudarle, lo estaba torturando y hundiendo cada vez más—. Te herí porque tú me heriste. —Intentó autoconvencerse, pero no había consuelo para su maltrecho corazón, nada lo sacó de su inmutable postura sobre el suelo, ni siquiera los estruendosos gritos de Haymitch y de Effie, los cuales trataban de dar con el paradero del muchacho.

Contemplaba sin tan siquiera pestañar el cielo o eso parecía, pero en realidad se encontraba sumergido en una nebulosa que no lo dejaba escuchar los gritos del atolondrado ex mentor y su pareja, la cual ya había perdido uno de sus costosos zapatos de tacón, el cual quedó atrapado en el fangoso terreno.

—No creo que esté aquí, Haymitch… hemos estado casi una hora pegando gritos y no… —Las palabras de Effie se transformaron en un grito de asombro al caer al suelo precipitadamente, después de tropezar con las piernas del joven panadero—… Por todos los cielos… ¿pero qué es esto?... —Haymitch se arrojó al suelo, no para recoger a la pobre mujer, sino para aferrar a Peeta de los hombros, mirando al muchacho de pie  cabeza.

—¿Peeta?... Háblame, muchacho… ¿Qué haces aquí?... —Pero el imperturbable joven no se movió, mirando fijamente al cielo.

—Lo herí —repitió por trigésima cuarta vez, contemplando a la nada.

—¿Ha quien heriste? —preguntó Haymitch, mientras Effie comenzó a gatear hacia el muchacho, examinándole las fachas, a ver si había sufrido algún daño físico.

—Lo herí… —soltó nuevamente en aquel todo de voz que parecía provenir de una mente perdida en el laberinto del dolor y la incomprensión—. Herí a Gale. —Haymitch negó con la cabeza, intentando levantar al chico del suelo.

—Gale, está bien… —Peeta al fin dejó de contemplar a la nada, enfocando sus vidriosos ojos sobre Haymitch, el cual logró al fin, incorporar el torso del muchacho, sentándole sin dejar de examinarlo detenidamente—. Él me llamó preguntando por ti, yo le dije que tú aún no habías regresado, pensé que ambos se habían ido del distrito, pero me asusté cuando se comunicó conmigo y me preguntó si ya habías llegado. —Peeta parecía no poder asimilar cada palabra, no podía entender por qué después de haberlo herido, golpeado y humillado como lo había hecho, Gale aún seguía preocupado por su bienestar.

—¿Cómo está él? —Haymitch miró a Effie, la cual comenzó a quitarle las hojas secas que se adhirieron a su desaliñado cabello rubio, sin decir ni una palabra, siendo el ex mentor quien volviera a hablar.

—Gale está bien, Peeta… bueno, no lo vi… él llamó por teléfono. —Peeta enfocó sus ojos sobre Effie, la cual le sonrió dulcemente, peinándole los cabellos hacia atrás—. Pero su voz sonaba muy normal… es decir, por supuesto que se encontraba perturbado por todo lo ocurrido y de vez en cuando se le quebraba la voz pero… —Peeta comenzó a llorar al escuchar aquello—. No, no… ¡por favor!… cálmate… Gale está tranquilo. —Effie abrazó al tembloroso joven, el cual se dejó cobijar entre sus maternales brazos, ya que, aunque Effie no tenía hijos, ella siempre había sido un poco maternal con los jóvenes tributos.

—No llores, pequeño… todo pasará, ya verás… si sobrevivieron a los Juegos del Hambre, pueden sobrevivir a lo que sea… ¿no? —preguntó Effie observando a Haymitch, sin dejar de abrazar al lloroso y temeroso muchacho.

—Así es, Effie querida —respondió Haymitch, regalándole una amable sonrisa a su pareja—. Ven, Peeta… levántate. —Tanto Effie como el desaliñado hombre, incitaron al joven Mellark a incorporarse del suelo, sosteniéndole cada uno por un costado.

—Lo lastimé, Haymitch —notificó el perturbado muchacho, en un hilo de voz casi imperceptible—. Él no lo dirá… —alegó con la mirada perdida—… no dirá lo que yo hice. —Negó una y otra vez con la cabeza—. Gale no… —Al decir el nombre del soldado al que tanto había amado, no pudo decir más. Un inmenso nudo en su garganta lo hizo enmudecer, dejando que el llanto intentara aliviar su adolorido pecho, pero nada conseguía librar a Peeta de aquella enorme carga llamada “culpa”.

—Es mejor salir de aquí, Peeta… es tarde y los animales salvajes…

—¿Animales salvajes? —preguntó Effie completamente aterrada, mirando a todos lados—. Tú me dijiste que en este territorio no habían animales salvajes. —A lo que Haymitch respondió.

—Si te hubiese dicho que sí habían, no hubieses venido conmigo. —Ambos comenzaron a discutir, llevándose consigo al alelado joven, él cual no dejó de pensar en Gale y lo que había hecho para vengarse de él.

Lograron salir del bosque sin problema alguno, aunque para Effie era asqueroso tener que caminar descalza, mientras Haymitch trataba de no prestarle atención a las lamentaciones de su pareja, enfocándose en el inalterable joven a su lado, quien caminó junto a él con la mirada extraviada, hasta llegar a la entrada de la Aldea de los Vencedores, donde se detuvo bruscamente, observando las tres casas que se encontraban frente a él, negando una y otra vez con la cabeza.

—No… —Pretendió regresar por donde había arribado, siendo Haymitch quien se lo impidiera—. No quiero volver… no quiero seguir con esta farsa, no quiero ver a Katniss…

—No tienes que verla si no quieres, Peeta —notificó el hombre, aferrándole con fuerzas—. Puedes quedarte conmigo, hasta que tú así lo quieras… ¿Está bien? —Peeta levantó el rostro, observándole fijamente a los ojos—. Pero deberán hablar tarde o temprano… —El joven bajó nuevamente la mirada, asintiendo a las palabras de su ex mentor—. Ven, vamos… —Los tres comenzaron a caminar hacia la casa de Haymitch, el cual abrió rápidamente la puerta, justo cuando la madre de Katniss salió de la suya, preguntándole al serio e imperturbable hombre.

—¿Todo está bien? —Haymitch negó con la cabeza.

—Démosle un tiempo. —Ella asintió, observando como Peeta entró a la casa de Haymitch sin tan siquiera voltear a ver a la señora Everdeen, la cual no dejó de mirarle hasta perderlo de vista.

Haymitch le pidió a Effie que le buscara algo de ropa al muchacho, aprovechando la presencia de la madre de Katniss, mientras él lo encaminó hasta el cuarto de baño, desvistiendo al inanimado chico, el cual se dejó hacer sin protestar, dejando que el pasmado ex mentor se percatara de la sangre en su entrepierna.

—¿Te pasó algo? —Peeta le miró fijamente a los ojos, dejando que un par de gruesas y pesadas lágrimas, rodaran por sus pálidas mejillas.

—No pude controlarlo. —Haymitch le miró fijamente a los ojos, pasando de hito en hito sin poder comprender a lo que el muchacho se refería—. El muto apareció y no pude controlarlo. —Se agachó y buscó entre los bolsillos de su pantalón la esfera vigía que había grabado su asqueroso e impúdico acto—. Ten… —Se la entregó, introduciéndose lentamente en la tina del baño, la cual aún se estaba llenando—. Eso es lo que soy… un enfermo, una basura, un… —Haymitch lo tomó de los hombros antes de que tomara asiento dentro de la tina.

—Tú eres Peeta Mellark, el nuevo gobernador del distrito doce. —El aludido negó con cabeza, zafándose del agarre de Haymitch, sentándose en la tina, derramando el agua en el suelo del baño, mientras el ex mentor guardó la esfera en su bolsillo—. Mírame Peeta… —Pero el chico se rehusó a mirarlo, haciéndose un mohín de medio lado dentro de la tina—. Eres y seguirás siendo el gobernador del distrito doce… ¿me has oído? —Peeta no respondió, llorando sin control alguno, mientras el ofuscado hombre se apartó de él, saliendo del cuarto de baño, encontrándose con Effie, la cual ya se había cambiado el calzado, acomodándole la ropa al muchacho por combinación.

—¿Cómo está? —preguntó ella doblando unos jeans.

—Mal… necesitamos un médico, algo… alguien que lo ayude, pero que no diga nada… si la presidenta se entera que Peeta está deschavetado, le quitará la gobernación y eso no lo vamos a permitir. —Effie asintió.

—Habla con Plutarch, él puede arreglar esto. —Haymitch asintió, buscando el holográfono que el jefe de gabinete le había enviado con Effie, para cualquier acontecimiento. Lo encendió pidiéndole al aparato que le comunicara con Plutarch Heavensbee.

El holográfono comenzó a emitir el sonido típico de la llamada en proceso, mientras Haymitch se asomó rápidamente al cuarto de baño, percatándose de cómo el chico no se movió ni un centímetro de su impertérrita postura.

—Haymitch… Me alegra que llamaras… —El aludido enfocó sus ojos en el holográfono, encontrándose una afable y amplia sonrisa.

—Deja tus discursos y tus hipócritas sonrisas para Paylor y escúchame atentamente. —Plutarch entornó el semblante serio, esperando a que el hombre hablara—. Tenemos un pequeño problemita. —Haymitch le hizo un gesto a Effie de que cerrara la puerta del cuarto de baño—. La olla podrida explotó, Katniss ya dio a luz al bebé y este es hijo de Gale. —La socarrona y muy malnacida sonrisa de Plutarch se dejó apreciar claramente en el holograma que mostraba su rostro, mientras Haymitch proseguía—. Peeta enloqueció y lo molió a palos, sé que algo más pasó, pero no sé qué es. —Sacó de su bolsillo la esfera—. ¿Sabes qué es esto? —Plutarch asintió.

—Es una esfera vigía, fue lo que usó Snow para espiar a Katniss. —Haymitch miró detenidamente el artefacto en sus manos—. La enciendes en ese pequeño botón rojo, si quieres que grabe, solo debes pedírselo.

—¿Y si quiero ver lo grabado? —preguntó Haymitch, imaginando que podría llegar a tener dicha esfera entre sus archivos.

—Solo debes ordenarle “proyectar archivo” y decir la fecha del archivo que quieres ver… ¿Por qué? —A lo que Haymitch respondió.

—Tengo sospechas de que algo malo ocurrió entre Gale y Peeta.

—¿Y todo está grabado allí? —Haymitch asintió—. Entonces no la pierdas. —El molesto ex mentor miró con el ceño fruncido al holograma de Plutarch.

—No te voy a entregar esto, Plutarch… te llamé para que supieras que ya todo se supo…

—¿También la relación de Gale y Peeta? —Haymitch asintió.

—Solo entre nosotros, nadie más y espero que siga así, por tu bien. —Plutarch no respondió—. Algo más. —El jefe de gabinete asintió, esperando la acotación de Haymitch—. Necesito un psicólogo, un loquero que aprenda a mantener la boca cerrada, alguien que pueda ayudar a Peeta a salir de donde está, no podemos darnos el lujo de que pierda su puesto como gobernador, él debe…

—Déjamelo a mí, Haymitch —interrumpió Plutarch con el rostro serio—. Para una persona con mi puesto no es factible que Paylor se dé cuenta de que el candidato al que más he apoyado esté tan deschavetado como lo estuvo Snow, así que ya resolveremos eso, por lo pronto encárgate tú de él. —Haymitch asintió, volteando a ver a Effie, la cual estaba custodiando a Peeta, por si se le ocurría alguna locura—. ¿Cómo está Gale?

—Mal… está mal… y creo que Peeta lo ha herido, no sé… es lo único que sabe repetir una y otra vez.

—¿Dónde está?

—Regresó al distrito dos. —Plutarch asintió.

—Hablaré con él… ¿necesitas algo más? —Haymitch negó con la cabeza—. Entonces, estaremos en contacto. —El desaliñado hombre asintió—. Y si consideras pertinente compartir la información que tiene la esfera.

—Te lo haré saber… no te preocupes —alegó el ex mentor—. Cambio y fuera. —Apagó el holográfono, acercándose rápidamente a la puerta donde Effie contemplaba al inerte muchacho.

—No se ha movido —notificó la rubia mujer.

—Ve a ayudarlo… ¿quieres? —Ella asintió—. Yo veré qué tiene esto. —Effie se introdujo en el cuarto de baño, mientras Haymitch encendió la esfera, la cual comenzó a levitar, soltando en voz alta—. Reproducir archivo… —Notificó la fecha, y en cuestión de segundos, una proyección holográfica de Gale y Peeta en las ruinas se dejó apreciar en una de las paredes de la sala.

Al principió no vio mayor cosa, pero después de unos minutos vio como Gale se arrodilló y Peeta sacó su falo con una fría y malévola sonrisa, dándose cuenta de que el chico tenía razón, el muto había aparecido, esa doble personalidad de Peeta, de la cual no podían deshacerse, le había hecho tanto daño a ambos como para lograr romper la relación que ambos jóvenes tenían y que Haymitch creía que sería para siempre.

—Por todos los cielos… —No pudo apartar los ojos de la espantosa escena, deteniendo la proyección al ver como Peeta, o mejor dicho el muto, arrojó a Gale sobre la mesa, arrancándoles los pantalones para fornicarlo—. Apagar. —La esfera cayó al suelo, siendo tomada rápidamente por las temblorosas manos de Haymitch, el cual supo perfectamente que aquello no debía saberlo absolutamente nadie.

Tomó un martillo y comenzó a golpear la esfera haciéndola añicos, arrojando los trozos dentro de la chimenea, comenzando a buscar los cerillos para encenderla, justo cuando Effie salió a ver lo que ocurría y el porqué Haymitch hacía tanto ruido.

—Consígueme los cerillos. —Effie corrió hacia la cocina, regresando rápidamente con la caja de cerillos, entregándosela a Haymitch, el cual encendió uno prendiendo en llamas las tablas dentro de la chimenea.

—¿Qué es eso? —preguntó Effie.

—Es algo que nadie debe saber… nadie… —Effie asintió—. Te lo diré a su debido momento, pero por ahora, nadie los sabrá. —La pensativa mujer no dijo nada, observando al igual que Haymitch el arder de las brazas—. Ven… —le exigió a su pareja, tomándola de la mano—. Saquemos a ese sinsajo herido de la tina. —Haymitch deseaba maldecir, putear a los cuatro vientos lo mal que se sentía por Gale y por Peeta, pero se contuvo a sabiendas de que él, era la única ancla segura en aquel mar de sentimientos encontrados donde navegaba ahora, la perdida mente de Peeta.

 

Gale nadaba en un frío y oscuro lago, sentía que el aire le faltaba, necesitaba respirar pero no podía, siguió intentando salir a flote pero no conseguía la superficie de aquel enorme estanque de agua, tampoco daba con las coordenadas por medio de las burbujas, ya que la oscuridad no le permitía ver absolutamente nada, era desesperante aquella sensación de fatiga y anhelo de salir de aquel lugar, pero más que eso se perdía en aquel vacío, en aquel frío que lo consumía y del cual no podía salir.

—¿Gale?... —Escuchó la voz de Johanna en la distancia, mirando a todos lados—. Gale, despierta… —Intentó respirar y el ardor del agua al entrar en sus pulmones le hizo agitar los brazos, sintiendo como alguien le aferraba—. Aquí estoy, Gale… tranquilo, te tengo… —Abrió los ojos, justo cuando sus pulmones comenzaron a funcionar, respirando agitadamente, abrazándose a Johanna—. Ya pasó, Gale… ya pasó… —El alterado soldado no pudo controlar el llanto que le embargaba, aferrándose a la oficial Mason.

—No puedo, Johanna… no puedo con todo esto… —Gale escondió su lloroso rostro entre los pechos de la asustada oficial, la cual jamás pensó llegar a ver a su capitán tan destrozado y completamente abatido, ante todo lo ocurrido.

—Sé que no es fácil para ti, Gale… —Lo abrazó con fuerzas—. Todo te cayó encima de un solo golpe. —Johanna recordó lo poco que Gale le había podido contar entre sollozos antes de entrar a la nave—. El saber que eres el padre de ese bebé y que Peeta te odia… yo lo entiendo… —El soldado negó una y otra vez con la cabeza, refregando su húmedo rostro sobre el uniforme de la oficial.

—No es solo eso… —Levantó la mirada—. El simple hecho de saber que perdí el amor y el respeto de Peeta es algo con lo que no puedo vivir. —Johanna suspiró, aferrándole con todas sus fuerzas, logrando que Gale volviera a recostarse en su pecho—. Lo amo, Johanna, lo amo y ya no me importa ocultar nada. —Ella sonrió con desgano—. Pero sé que eso no valdrá de nada, no voy a poder recuperarle y siento que me hundo cada día más sin poder saber ni siquiera cómo está él, qué piensa, qué siente… yo… —Tocaron con fuerza la puerta de la habitación del hospital del distrito dos, donde Gale había sido internado, ya que el capitán no había dejado de sangrar, ante el desgarro que Peeta le había causado.

—¿Quién?... —preguntó Johanna, alzando la voz.

—El cadete Jackson… su holográfono no ha dejado de sonar, oficial Mason. —La chica rodó los ojos de mala gana, incorporándose de la camilla, después de pedirle a Gale que se recostara y se calmara.

—¿Por qué no lo atendiste? —preguntó ella abriendo precipitadamente la puerta, percatándose de que el soldado traía el holográfono encendido, mostrando el rostro de Plutarch.

—Lo hice, oficial… yo…

—Sí, sí… ya me di cuenta… no tienes que aclarármelo, tarugo. —Le arrancó el holográfono de mala gana, percatándose de cómo el cadete le dio una escrutadora mirada a su capitán, el cual volteó el rostro hacia el otro lado, tratando de ignorarle—. ¿Se te perdió algo? —Jackson pegó un respingón, negando con la cabeza.

—Yo solo quería ver cómo estaba el capitán.

—Tú solo quieres ir con el chisme a los demás sobre lo que le pasó al capitán, pero eso no es asunto de ustedes, cuerda de descerebrados mentales… chu… chu… con los chismes de comadres a otro lado. —Las risas de Plutarch se dejaron escuchar desde el holográfono, mientras Johanna empujaba al cadete para que se apartara de la puerta, cerrándola de un manotazo—. Igualados —espetó una vez mas Johanna, dejando el holográfono sobre la mesa que se encontraba junto a la camilla de Gale.

—Tan simpática como siempre, Johanna.

—Y tú tan inoportuno… ¿Qué quieres, Plutarch? —Gale siguió viendo hacia el otro lado, sin importarle absolutamente nada.

—Quiero hablar con tu capitán. —Johanna volteó a ver a Gale, pero el soldado simplemente contempló la ventana cerrada del otro lado de la habitación.

—Él no quiere hablar con nadie, Plutarcito. —El aludido sonrió ante el diminutivo, mientras Gale deseaba que Johanna apagara aquella cosa, ya que con quien menos deseaba hablar era con aquel hombre.

—Qué lastima… —notificó Plutarch—. Y yo que le tengo noticias de Peeta. —Gale volteó rápidamente el rostro, tratando de incorporar un poco el torso para que el holográfono captara su cara.

—Habla… —Fue la odiosa respuesta del soldado, mirando seriamente el sonriente holograma de Plutarch.

—Haymitch me contactó y me pidió que le consiguiera un psicólogo al chico. —Johanna se sentó a orillas de la camilla, mirando a Gale—. Tal parece que el muchacho enloqueció por completo. —El soldado tragó grueso, temiendo que alguien se hubiese enterado sobre lo de la violación y se lo hubiesen dicho a Plutarch—. Haymitch teme que Peeta quiera renunciar a la gobernación.

—No, no puede… no después de lo que hicimos para que ganara. —Plutarch asintió.

—Así es… Y por eso buscaremos a alguien que lo ayude a salir del laberinto donde se encuentra. —Gale asintió, siendo Johanna quien hablara.

—¿Y quién ayuda a Gale?

—Johanna… no… —le interrumpió el molesto soldado.

—Casi te mata, Gale… —espetó ella de mala gana—. Mira lo que te ha hecho. —El aludido bajo la mirada—. Nadie piensa en ti, solo yo.

—Te equivocas —alegó Plutarch—. Si el capitán Hawthorne necesita apoyo psicológico o cualquier otra cosa que él requiera, yo estoy a su completa disposición.

—Estoy bien —notificó secamente el imperturbable soldado—. No necesito de ayuda profesional. —Johanna se levantó de la camilla de muy mal humor, cruzándose de brazos—. Es Peeta quien necesita ese tipo de ayuda, no podemos dejar que se pierda en el dolor y el odio que siente hacia mí. —Bajó aún más la mirada—. Él es prioridad en todo esto.

Plutarch contempló el triste rostro de Gale y pudo darse cuenta de lo abatido y perdido que se encontraba el capitán, recordando el día en el que Peeta había arribado a la casa de gobierno, donde Plutarch amenazó a Gale con ponerlos a los dos en el programa de mayor rating del Capitolio, soltando a continuación.

—Un juego entre dos sinsajos. —Aquello consiguió que Gale levantara la mirada y su corazón se agitara.

—No te atrevas a decir nada, Plutarch.

—La olla ya se destapó, capitán Hawthorne y lo perdiste todo. —Johanna observó de mala gana a Plutarch deseando descarga su arma en contra del holográfono—. Ya no tienes más nada que perder.

—Puede perder su puesto, infeliz —le espetó Johanna, alzando la voz.

—Su puesto está más que asegurado, Johanna… Gale es capitán porque yo lo he mantenido allí. —La chica miró fijamente al entristecido muchacho sobre la camilla, el cual asintió a las palabras de Plutarch, al ver como Johanna le contemplaba.

—Él tiene razón. —Se recostó lentamente de la camilla, mirando al techo—. Haymitch me dijo lo que has hecho para mantenerme en mi puesto. —Johanna los miró a ambos con la boca abierta—. Y te lo agradezco, pero… —Se lo pensó por unos segundos—... no nos ayudará que todo Panem se entere de nuestra relación.

—Al contrario. —Gale volteó el rostro, sin dejar de permanecer recostado sobre la camilla—. No tienes ni la más remota idea de la audiencia que posee ese programa… ¿Sabes cuántos los apoyarían? —El capitán Hawthorne volteó nuevamente la cara al frente.

—Esto terminó, Plutarch. —Gale no lo vio, pero Johanna contempló perfectamente el sonriente rostro del jefe de gabinete, el cual negó con la cabeza—. Ya no hay un Gale y un Peeta. —Ninguno dijo nada, mientras el soldado proseguía—. No hay un “Y fueron felices por siempre”, como tú muy bien lo has dicho… perdí todo. —A lo que Plutarch respondió.

—No pensé que fueras de los que se rinden, capitán. —El soldado volteó nuevamente la cara a un lado, contemplando a Plutarch—. Le estoy dando la oportunidad de seguir en su puesto y demostrarle al gobernador del distrito doce lo que usted es capaz de hacer por él. —Por una extraña razón, Gale sintió como su cuerpo se estremeció ante el aliciente que Plutarch le entregaba—. Decláratele abiertamente a Peeta, ya lo perdiste… ¿Qué más puedes perder?... tu puesto lo seguirás teniendo, eso te lo garantizo yo.

Gale se quedó inerte, observando el holograma de Plutarch, el cual le contempló detenidamente, hasta que el joven soldado, miró nuevamente al frente, enfocando sus ojos una vez más en el techo, pensándose los pro y los contra de aquella declaración, sin poder decidir que hacer, siendo Plutarch quien hablara de nuevo.

—Puedes pensarlo, Gale… —El aludido no se movió—. No tienes que responder ahora, hay tiempo, necesitamos sacar a Peeta de donde está atrapado y tú debes recuperarte del todo. —El capitán Hawthorne no tenía la certeza de que algún día podría llegar a sentirse verdaderamente recuperado del todo, Gale sentía que algo se había roto dentro de él, a parte de su corazón y su orgullo, era como si su alma estuviese atrapada en la decepción que Peeta le había causado al actuar de aquel modo, aunque él sabía que su amor por el chico de pan, no se había esfumado, simplemente estaba como en un estado de reposo, tratando de curar cada herida.

—Lo pensaré. —Nadie pudo apreciar la triunfal sonrisa de Plutarch, ya que tanto Johanna como Gale se miraron a los ojos, sin que la oficial Mason pudiese creer aquella respuesta—. Necesitamos tiempo, eso es lo que sin duda necesita esta rota e irreparable relación. —Plutarch asintió—. A lo mejor no pueda recuperarle nunca. —Johanna se sentó a su lado, aferrándole de la mano—. Pero me conformo con devolverle a Peeta la vida y la felicidad que le robé. —Aquello último lo dijo en un hilo de voz, quebrándose por completo, haciéndose un mohín sobre la cama, dándole la espalda al holográfono, justo cuando Plutarch hablaba.

—Todos trabajaremos en eso, Gale. —Johanna quería abrazarlo, pero sabía que si lo hacía mientras Plutarch estuviese en contacto, la rechazaría—. No solo le devolveremos a Peeta la cordura, la alegría y una vida feliz. —Gale no pudo dejar de llorar, aunque lo hacía en silencio—. Te daremos a ti una segunda oportunidad de hacer bien las cosas, espero que no la desaproveches. —Plutarch culminó la comunicación, y Gale pudo sentir como Johanna le abrazó con fuerzas, prometiéndole que todo estaría bien.

 

A la mañana siguiente Peeta despertó ante los gritos de Haymitch desde la sala, mientras él había dormido en una de las recamaras de la casa, ya que las viviendas de la Aldea de los Vencedores eran todas iguales, poseyendo dos alcobas, donde por supuesto no dormía absolutamente nadie.

—No me interesa lo que Katniss sienta… —gritó Haymitch, mientras Peeta intentaba asimilar aún, dónde se encontraba y lo que había ocurrido el día anterior—. A mi muchacho se le quemaron los fusibles por su culpa, está perdido en una nebulosa y se rehúsa a tomar la gobernación.

—Pues me parece perfecto… —espetó la madre de Katniss—. ¿Quién en su sano juicio va a querer a un enfermo mental en la gobernación de todo un distrito?

—¿No estarás hablando en serio? —preguntó Effie, mientras Peeta intentaba incorporarse de la pequeña cama plegable, la cual Haymitch había colocado para él en dicha alcoba—. Peeta es el chico más inteligente, noble y capaz… lo que ha ocurrido lo ha puesto en ese estado. —El extraviado joven se agarró la cabeza, sintiendo que le dolía un poco, aunque lo que más dolía, era su corazón.

—Él quedó mal después de lo que le hicieron en el Capitolio. —Se escuchó un fuerte golpe sobre la mesa, lo cual sobresaltó a Peeta, quien comenzó a buscar sus zapatos debajo de la cama. —¿Por qué te ofuscas, Haymitch?… Sabes que tengo razón.

—No, no la tienes… —Peeta suspiró, colocándose los zapatos lo más raudo que pudo, pretendiendo salir de la alcoba, antes de que uno de los manotazos de Haymitch, dieran en contra del rostro de alguien—. Mi muchacho es más capaz que ustedes dos juntas, par de arpías. —El joven Mellark abrió los ojos de par en par al escuchar aquello, imaginando el indignado rostro de la madre de Katniss al escuchar aquello.

—No te permito…

—Ustedes dos me permiten lo que a mí se me encaje en mi puto trasero. —Peeta sonrió sin poder contenerse, sintiendo luego una leve punzada en el pecho, lo que le hizo recordar por qué se encontraba en la casa de Haymitch y no en la suya, tornando el rostro serio, aunque se había percatado de algo... por más que doliera en el alma, por más que sufriera y que llorara la ausencia de Gale y su desamor, no moriría ante aquello, si él ponía de su parte, a lo mejor, poco a poco aquel hueco se iría rellenando y el dolor desaparecería o por lo menos se haría parte de su vida, haciéndose algo llevadero.

—Haymitch querido, con insultos no vamos a llegar a ningún lado. —Pero tanto Haymitch como la señora Everdeen, comenzaron a insultarse y a despotricar las mil y una palabrotas, el uno hacia el otro, mientras Peeta se terminó de atar los tenis, saliendo de la habitación, intentando acomodarse las fachas.

Al salir, lo primero que vio fue al par de enajenados, gritándose improperios, siendo Effie la única en percatarse de la presencia de Peeta, dándole un manotazo a Haymitch para que se callara, señalando al chico con disimulo, intentando regalarle una afable sonrisa.

—Hola, cariño… Me alegra que al fin despertaras. —A lo que Peeta respondió, rascándose la cabeza, contemplando a Haymitch y luego a la señora Everdeen, la cual le dio una rápida mirada, apartándose del iracundo hombre, bajando la cara.

—Es difícil dormir con tantos gritos. —Effie sonrió como si el chico hubiese dicho un chiste.

—¿Como dormiste? —preguntó Haymitch, dándole una odiosa mirada a la madre de Katniss, enfocando rápidamente sus ojos sobre el calmado muchacho.

—No sé… siento que por más que duerma, mi mente sigue trabajando. —Los tres le miraron, mientras él proseguía—. A veces sentía deseos de despertar, pero me encontraba como atrapado en varios sueños, uno tras otro sin poder salir de ellos. —Comenzó a recordar los extraños y perturbadores sueños que había tenido durante toda la noche, donde se sentía perdido, extraviado en un bosque que no conocía y buscando incansablemente a Gale sin poder encontrarlo, mientras oía el cantar de los sinsajos, lo cual se fue trasformando en un llanto infantil, atormentándole durante toda la noche.

—¿Peeta?... —llamó Haymitch al alelado muchacho, el cual pegó un respingón, mirando fijamente—. ¿Estás bien?... —Peeta le miró como si estuviese intentando asimilar la pregunta, aunque la había entendido perfectamente.

La señora Everdeen suspiró al ver como el muchacho parecía desconectarse a ratos, volviendo a la realidad, asintiendo a la pregunta de su ex mentor y amigo, mientras Effie le preguntaba si quería desayunar algo.

—No, gracias… yo… —Justo en ese momento, el llanto del bebé se pudo percibir desde la casa de Katniss, lo que activó a Peeta de un modo tan acelerado, que ninguna de las tres pasmadas personas que se encontraban junto a él, reaccionaron hasta que el joven Mellark se perdió de vista, saliendo como alma que lleva al diablo hasta la casa que había compartido con la joven ex tributo.

—¿Peeta?... —gritó Haymitch, corriendo tras él, mientras Effie le seguía y la señora Everdeen, le exigía al asustado ex mentor que detuviera al desquiciado muchacho—. ¡Peeta!... detente. —Pero el  chico ya se había adentrado a la casa en busca del llanto del pequeño, deteniéndose en frente del sofá de tres plazas, contemplando como Katniss trataba de calmar al niño, quedándose petrificada en su asiento, al ver el repentino arribo del muchacho.

—¿Por qué llora? —Preguntó Peeta, tan tranquilo como si no hubiese ocurrido nada la noche anterior—. ¿Está enfermo? —Las tres exaltadas personas que venían tras él, se detuvieron detrás del sofá, siendo Haymitch quien se acercara un poco a Peeta, por si reaccionaba negativamente.

—No... —respondió Katniss, mirando a Peeta y luego a los demás, enfocando sus ojos en el lloroso niño—. Lo acabo de terminar de cambiar, y está molesto porque quiere seguir comiendo. —El niño no dejó de llorar, mientras Peeta contempló como Katniss colocaba una manta sobre su pecho, sacando uno de sus senos para comenzar a alimentar al pequeño, el cual dejó de llorar en el acto.

Effie comenzó a frotarse las manos, completamente nerviosa, mientras la señora Everdeen parecía querer arrojarse sobre Peeta, siendo Haymitch el único que apostaba a favor de la poca cordura del muchacho, la cual parecía ir y venir.

—Mira como come —comentó Peeta con una amplia sonrisa, acercándose a Katniss, la cual se puso un poco nerviosa, mirando a Haymitch.

—¡Haz algo!... —le exigió la enajenada doctora al ex mentor, el cual le miró con una socarrona sonrisa.

—Relájate, mujer… —Haymitch se cruzó de brazos—. Tu hija lo está haciendo mejor que tú. —Peeta tomó asiento junto a Katniss, mirando como el pequeño succionaba el pezón de la chica, alimentándose con glotonería.

—Es tan bello —comentó Peeta, sin dejar de mirar al infante.

—Sí, lo es —alegó Katniss—. Como su padre. —Aquello hizo que todos se tensaran, imaginando que el chico perdería nuevamente la cordura arrojándose sobre ella para estrangularla.

Peeta miró fijamente a Katniss, la cual le contempló sin tan siquiera parpadear, apostando porque el chico reaccionara positivamente y no se le arrojara encima llamándola golfa, bajado lentamente la mirada para ver al niño, quien siguió alimentándose.

—Tienes razón. —Katniss levantó la cara—. Es tan bello como su padre. —Ella le sonrió a pesar de saber que estaba tentando a su suerte, ya que su madre se había enterado por medio de Effie, lo deschavetado que estaba Peeta, contándoselo a su hija.

—¿Estás mejor? —preguntó Katniss, acomodando mejor al pequeño entre sus brazos.

—No… —respondió Peeta, mirando al suelo—. No estoy bien. —Todos estaban atentos a la interacción entre Katniss y el joven Mellark—. Hasta ayer era el hombre más feliz del mundo. —Katniss dejó de amamantar al pequeño, escondiendo dentro de su escote el seno semi expuesto, sin dejar de mirar al pensativo muchacho—. Pero ahora soy el ser más desdichado del planeta. —Peeta miró fijamente a la chica.

—Ambos los somos. —Los dos se contemplaron sin decir ni una palabra, hasta que el chico rompió el incómodo silencio.

—La diferencia es que tú tienes al niño. —El joven Mellark bajó la mirada.

—Y tú el amor de Gale. —Peeta alzó la cara tan rápido como la había bajado, contemplando completamente pasmado a Katniss, mientras todos se encontraban atentos a aquella conversación.

—No, no es así… —respondió el tembloroso muchacho, recordando lo que le había hecho a Gale, dejando que las lágrimas intentaran controlar sus apresados y revueltos sentimientos.

—Cuando te fuiste corriendo, Gale pudo haberse quedado conmigo… ¿Pero qué fue lo primero que hizo? —Peeta levantó su lloroso rostro, contemplando a la seria e imperturbable chica—. Corrió tras de ti, y por más que le llamé, no se detuvo, tú eras más importante para él que su propio hijo. —Aquellas reveladoras palabras las soltó en un hilo de voz, comenzando a llorar como Peeta lo hacía—. Me he dado cuenta de que estuve haciendo el papel de estúpida todo este tiempo.

—¿Katniss? —llamó la señora Everdeen a su hija—. No creo que sea el momento.

—No, mamá, este es el mejor momento. —Peeta se incorporó del sofá negando una y otra vez con la cabeza—. No solo tú has llorado toda la noche, Peeta… y no solo Gale está sufriendo como debe estar haciéndolo. —El tembloroso muchacho se giró bruscamente, siendo Haymitch quien se le acercara un poco, alzando los brazos—. Los perdí a los dos… —Sonrió con ironía—… de hecho, jamás fueron míos, mientras que yo me rebana los sesos pensando que haría si el niño era tuyo o de Gale, ustedes tenían un romance. —No pudo dejar de sonreír con cierta burla—. Ni en mis más locas elucubraciones me hubiese imaginado algo así.

—Es tu culpa —soltó Peeta acercándose a Katniss, lo que puso aún más en alerta a Haymitch—. Tú jamás tomaste en serio nuestros sentimientos.

—Y tuvieron que repartírselos entre ustedes… ¿No? —Peeta asintió.

—¿Y sabes qué?... No me arrepiento. —Katniss sonrió, imaginando que así era—. De lo único que me arrepiento ahora, es de haber hecho lo que hice ayer. —Peeta volvió a tornar el semblante triste y afligido, perdiéndose una vez más en los recuerdos de una tarde que nunca debió haber terminado de aquel modo tan espantoso—. Lo herí…

—¿Peeta?... No tienes que…

—Sí, Haymitch, sí tengo que… —espetó el muchacho—. No voy a perdonarme nunca lo que hice, soy un monstruo.

—¿Qué pasó? —preguntó Katniss, aterrada.

—Lastimé de un modo irreparable a Gale. —Katniss miró fijamente a Haymitch esperando una respuesta de su parte.

—Él está bien… —alegó Haymitch—. Plutarch habló con él y me confirmó esta mañana que el capitán estaba bien. —Pero Peeta parecía no querer creer en las palabras del desaliñado hombre, negando una y otra vez con la cabeza, dejando que sus rodillas sucumbieran igual que ayer, doblándose lentamente cayendo sobre el suelo.

—Sé que no lo está… —Comenzó a llorar amargamente—. Nadie puede estar bien después de lo que le hice. —Empezó a mecer su cuerpo hacia delante y hacia atrás, golpeándose una y otra vez la cabeza con ambas manos—. No voy a perdonarme nunca lo que hice. —Haymitch se acercó a Peeta para levantarlo del suelo, recibiendo del perturbado muchacho un empujón y un grito—. ¡Suéltame! —Todos miraron como el afligido y autoflagelado joven se consumía lentamente en el dolor—. Soy un monstruo, un muto que no pudo controlarse… soy una basura…

Katniss se incorporó lentamente del sofá, acercándose con el niño en brazos a Peeta, quien siguió martirizándose a sí mismo, siendo la señora Everdeen quien le exigiera a la chica que no se le acercara.

—Ya no sé quién soy… —alegó el alterado muchacho, golpeándose la cabeza con las manos, sin que la joven ex tributo dejara de caminar hacia él—. No sé quién soy… no sé quién soy… —repitió una y otra vez el desequilibrado joven, siendo Katniss la única realmente valiente para acercarse a Peeta, notificándole en voz alta y con firmeza.

—Eres Peeta Mellark, ganador y sobreviviente de los Juegos del Hambre, nuevo gobernador del distrito doce y padre de un hermoso niño. —Los alterados reproches por parte de Peeta, en conjunto con su psicótica actitud, fueron refrenados con aquellas firmes y sinceras palabras de parte de Katniss, la cual acercó al pequeño infante hacia el cuerpo del joven Mellark, mientras la señora Everdeen le preguntaba a su hija si había enloquecido—. Todos estamos locos, madre. —Peeta miró fijamente al bebé removerse entre las manos de Katniss—. Unos más que otros. —Acercó aún más al pequeño, incitando al tembloroso muchacho a aferrar al niño entre sus brazos—. Pero no dejaré que Peeta se pierda de nuevo en su trastorno maniaco depresivo que le ocasionó Snow.

El aún aturdido muchacho aferró al somnoliento niño entre sus tensos brazos, sin dejar de contemplarle, percatándose de cómo bostezaba y creaba pequeñas burbujas de saliva con su boca, consiguiendo que Peeta sonriera ante aquello, calmándole.

—Le fallé una vez… —argumentó Katniss, mientras todos observaron completamente atónitos como el infante parecía conseguir lo que nadie podía, controlar al muto—. De hecho le he fallado muchas veces… —La joven ex tributo, acarició el desgreñado cabello de Peeta—. Trataré de remediar eso. —Observó cómo el iracundo y alterado rostro del joven Mellark, cambió considerablemente, sonriéndole al infante, meciéndolo de un lado al otro entre sus brazos—. ¿Cómo le pondremos? —le preguntó Katniss, mientras todos los presentes contemplaban la escena, siendo Haymitch el único que sonreía ante lo que estaba ocurriendo, escuchando la respuesta de Peeta.

—Se llamará… Galpeet.

 

Joanna no podía creer que Gale había decidido viajar al Capitolio ante la petición de Paylor de una reunión con los capitanes de escuadrón, ya que los altercados en el distrito trece siguieron, teniendo a la presidenta bastante preocupada ante los últimos acontecimientos.

—Pensé que tendríamos vacaciones a causa de lo que le había pasado al capitán —alegó Jackson de mala gana, arrojando dentro del aerodeslizador otra de las cajas llenas de armas, la cual había logrado introducir con ayuda del otro subalterno a su lado.

—Yo también… —respondió Johanna, acomodándose los lentes de sol, mirando a la distancia—. Pero nuestro capitán es un hueso duro de roer, y por más mal que se sienta, no se va a echar a morir en una cama. —El cadete rodó los ojos de mala gana, secándose el sudor de la frente, mientras preguntaba.

—¿Y no nos vas a decir qué fue lo que le ocurrió al capitán? —Johanna volteó a ver a Jackson, bajando un poco sus anteojos de sol, fulminándole con la mirada.

—Ya te dije que eso no es asunto tuyo, igualado. —El soldado que ayudaba al cadete sonrió, negando con la cabeza.

—¡Oh, vamos, oficial!... Nos hemos rebanado los sesos durante toda la noche pensando qué fue lo que le ocurrió al capitán para que lo dejaran tan apaleado. —Johanna ignoró al impertinente soldado, exigiéndole a los de mayor rango que subieran a la nave y calentaran los motores.

—Tú cállate y termina de meter esas cajas. —Entró al compartimiento interno de la nave, detrás de los otros dos oficiales, pretendiendo tomar su puesto de copiloto, a sabiendas de que faltaba poca mercancía que cargar y teniendo ya a Gale en el interior del aerodeslizador por petición de ella, de que viajara dentro de su camarote y no con ellos en el puente de mando.

Cada uno comenzó a encender sus monitores y aparatos de navegación, justo cuando los dos cadetes entraron a la nave, notificándole a Johanna que podía subir la plataforma de descarga, tomando sus respetivos puestos, colocándose los cinturones de seguridad.

—Yo creo que el capitán se embriagó en alguna taberna y se fue de puños con alguien —soltó el cadete que ayudaba a Jackson, el cual respondió.

—Yo creo que tiene que ver con la antigua sinsajo. —El piloto de la nave volteó a ver a Johanna, la cual ya se había quitado los anteojos, colocándose todo el sistema de seguridad antes del despegue, fulminando a los dos cadetes con la mirada.

—Ya dejen el chisme ustedes dos, par de comadres —exigió en un tono de voz molesto la ofuscada oficial, mientras que uno de los soldados, el que entró junto con el piloto, alegó.

—Yo creo que tiene que ver con el gobernador Mellark. —El piloto intentó permanecer serio, al ver como el otro se sumó a la joda, sin importarle que Johanna los estuviera maldiciendo con la mirada—. Yo creo que el capitán aún tiene su trompo enrollado con la sinsajo. —La incrédula mujer rodó los ojos de mala gana, al ver que nadie pretendía respetar su jerarquía, notificándole al piloto que podía despegar, pero la inesperada voz de Gale detuvo el despegue.

—Al parecer el único que medio le ha atinado ha sido el oficial Stuart. —Johanna volteó rápidamente para verle, mientras Gale contempló los petrificados rostros de los cadetes, mientras el tal Stuart, bajó la mirada, intentando enganchar las trabillas de su cinturón de seguridad sin éxito alguno—. Así es… —Caminó lentamente hacia su puesto sin intención alguna de sentarse, mientras Johanna trató de quitarse sus seguros para levantarse—. Tenía mi trompo enrollado, pero no con Katniss.

—¿Gale? —le llamó la chica intentando hacerle callar.

 —Quédate en tu puesto, Johanna…

—Pero…

—Es una orden… —Ella le miró de mala gana, pero no se movió de su puesto—. Se las voy a poner fácil a todos y quiero que me escuchen con atención. —Johanna miró al frente, pensando que Gale aún estaba muy maltratado, tanto física como emocionalmente y no pensaba con claridad—. Cada golpe que recibí fue de parte de Peeta, el cual se enteró que el hijo de Katniss no era suyo sino mío. —Ambos cadetes se miraron a la cara, enfocando sus ojos en el oficial Stuart—. Pero mi trompo enrollado no era con Katniss.

—¿Gale?... Por favor… no digas nada de lo que te puedas arrepentir…

—Ya hice cosas de las que me estoy arrepintiendo, Johanna, y no me da la gana de seguírmelas callando. —Los soldados parecían no poder decir nada ante lo que estaba ocurriendo y mucho menos los cadetes, los cuales morían por saber toda la verdad—. Mi relación amorosa no era con Katniss, sino con Peeta. —A Jackson se le cayó la mandíbula al suelo, mientras que el piloto sonreía, mirando a Johanna, la cual se cubrió el rostro sin querer ver a su superior, quien prosiguió—. Al que le incomode tener un capitán maricón, puede retirarse ahora mismo de mi nave. —Señaló a la puerta, observando a cada uno de los que conformaban su escuadrón, aunque habían más soldados a su cargo, siendo ellos cinco los que conformaban su grupo protocolar.

Ninguno se movió, todos permanecieron en sus puestos sin poder ver la cara de Gale, el cual los fulminó con la mirada sin dejar de señalar a la puerta de salida, a la espera de alguna respuesta negativa de alguno de ellos.

—Disculpe, capitán —notificó el piloto, girando el rostro para ver a su superior—. Pero estamos quemando combustible innecesariamente, aquí no hay nadie que lo vaya a abandonar y menos por eso… ¿o me equivoco? —El soldado miró a cada uno de los presentes, quienes negaron una y otra vez con la cabeza, alegando todos al mismo tiempo que el piloto Callahan tenía razón y que ninguno lo dejaría solo.

—Entonces tiene mi permiso para despegar, piloto… fije curso, oficial Mason. —El aludido asintió, al igual que Johanna, la cual observó como el capitán regresaba a su camarote a paso lento, pidiéndole a Callahan que le diera tiempo a Gale a llegar hasta su cama.

—No te preocupes —respondió el corpulento afroamericano, pulsando varios botones, dándole las últimas revisiones a la consola de despegué—. Fije curso, oficial. —A lo que Johanna, soltó en voz firme, volviendo a retomar su puesto de copiloto en la nave.

—Rumbo al comando principal del Capitolio. —El pilotó asintió, logrando que la nave al fin despegara del suelo, subiendo cada vez más hacia el firmamento, mientras que el oficial que había metido la pata, hablando sobre el supuesto trompo enrollado con Katniss, alegaba.

—Jamás me lo hubiese imaginado. —A lo que el cadete que ayudó a Jackson a subir las cajas, argumentó a continuación.

—Yo tampoco… —Johanna rodó los ojos, exigiéndoles que se callaran o los arrojaría fuera de la nave, siendo Jackson quien hablara.

—Hay algo que no entiendo. —Callahan trató de no reír, mientras Stuart negó una y otra vez con la cabeza, al ver el pensativo e incrédulo rostro de Jackson, el cual prosiguió—. Si el rollo sentimental fue con el joven Mellark, ¿cómo demonios terminó Katniss embarazada del capitán? —Todos se miraron a las caras, mientras Johanna puso los ojos en blanco, sin poder creer tanta estupidez junta en un solo ser humano.

—El rollo sentimental comenzó con Katniss y terminó con Peeta, idiota. —Todos rieron ante las odiosas y precipitadas palabras de Johanna, la cual terminó riendo junto con todos ellos, exigiéndoles que retomaran su compostura y que respetaran el mal estado de salud de su capitán.

—Entonces… ¿Los homosexuales nacen o se hacen? —preguntó Stuart, mirando a Johanna, la cual respondió.

—No quiero seguir hablando de este tema, pero voy a responder a tu pregunta. —El aerodeslizador siguió su curso, abandonado el distrito dos, sobrevolando el territorio del cuatro, mientras Johanna al fin respondió la interrogante del soldado—. Los homosexuales no nacen, ni se hacen, ellos simplemente… se enamoran.


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