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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Capítulo

__ 8 __

—¿Peeta?... ¿Te encuentras bien? —Entre la voz de la madre de Katniss y los intensos golpes en la puerta, lograron al fin despertar al joven panadero, quien había conseguido conciliar el sueño a altas horas de la noche, sin dejar de pensar tanto en el encuentro sexual que había tenido con Gale, como en su futura paternidad, sin saber aún qué pesaba más para él—. ¿Peeta?... Son las diez y media, has pasado toda la mañana durmiendo —gritó nuevamente la angustiada mujer, golpeando una vez más la puerta.

—Ya déjalo, mamá —espetó Katniss a la distancia.

—Le pudo haber pasado algo —acotó la mujer en un tono de reproche.

—Estoy bien, señora Everdeen —respondió Peeta con cierta somnolencia en su voz, intentando hablar lo más alto que pudo.

—Te lo dije, a lo mejor no durmió bien en toda la noche —comentó Katniss en un tono despectivo—. Ya ves que no soy la única perturbada en todo este asunto.

Peeta se hizo un mohín sobre el colchón, contemplando inerte la ventana de su cuarto, deseando escapar por ella, ¿pero a dónde?... ¿A los brazos de Gale?... No era lo correcto, lo correcto era afrontar su reciente paternidad y salir adelante como el caballero y buen hombre que siempre había sido, además, eso siempre había deseado, ser padre, y entonces… ¿por qué no estaba feliz?... Cerró sus ojos con pesar, conociendo perfectamente la respuesta… se había enamorado de Gale, de un hombre, del ex de su pareja actual y le estaba siendo infiel a la chica con dicho muchacho.

“Merezco el infierno por el que estoy pasando”, pensó sin dejar de mirar la ventana, sin que los intensos deseos que tenía de escapar se fueran y sin poder contener sus emociones. “Amo al ex de mi pareja, la cual justo ahora está esperando un bebé mío”. Cerró los ojos, intentando no volver a llorar como lo había hecho anoche, ya que sus ojos padecían las dolorosas secuelas de aquel interminable llanto que duró hasta quedarse dormido, despertando con un ardor y una incomodidad que no le dejaba ver del todo con claridad, sintiéndose algo enfermo.

—Creo que deberías hablar con él, Katniss —comentó en un tono audible la señora Everdeen, lo que hizo que Peeta abriera nuevamente los ojos, suspirando para controlar el dolor que sentía en su pecho.

—¿Y quién habla conmigo, mamá?... ¿Quién tan siquiera ha preguntado “¿cómo te sientes tú, Katniss?... ¿Qué es lo que en verdad quieres, Kats.?”... A nadie le importa lo que yo piense o quiera… Hasta tú estás preocupada por Peeta, pero no me has preguntado qué es lo que yo quiero. —Peeta pensó que la chica tenía razón, se armó de valor y se levantó de la cama, sin dejar de escuchar como ambas mujeres seguían discutiendo.

—No hay que preguntarlo, Katniss… Eso todos lo sabemos de sobra, siempre lo has dicho, no quieres ser madre, no quieres un bebé y siempre te juraste jamás traer a este mundo y a este asqueroso distrito a un nuevo niño —citó cada una de las palabras de Katniss, la cual estaba temblando ante la rabia, pretendiendo responderle a su madre, justo cuando Peeta salió de la habitación, logrando que ambas mujeres, dentro de la cocina, voltearan el rostro para verle.

—Buenos días. —Fue el escueto saludo de Peeta, quien se encaminó hasta el cuarto de baño, sin esperar respuesta alguna, ya que no la necesitaba.

Dejó la ropa desperdigada en el suelo y se colocó debajo de la ducha, dejando que el agua fría lo espabilara y lo regresara con mejor ánimo a la realidad, una realidad que lo estaba destruyendo internamente.

“¿Qué estarás pensando de mí, Gale?”. El chico deseaba romper en llanto, pero tal parecía que anoche, había agotado todas sus lágrimas, quedándose completamente seco internamente, sintiendo un vacío por dentro tan grande, que no sabía cómo mitigarlo. “Debes estarme odiando, lo arruiné todo… arruiné lo que habíamos comenzado y no sé cómo repararlo”. El agua siguió cayendo sobre él, y aunque pasara todo el día debajo de la regadera, esta no conseguiría llevarse consigo todos sus sentimientos y toda su frustración.

Se duchó casi que por inercia, saliendo lentamente del cuarto de baño con una toalla atada a la cintura, introduciéndose en su alcoba, donde Katniss le esperaba, sentada a orillas de la cama.

Ambos se contemplaron por unos segundos, Peeta sin saber por qué estaba allí esperándole, y ella sin sabes qué decirle, bajando la mirada, siendo el joven Mellark quien se decidiera a hablar, cerrando la puerta, buscando entre los gaveteros de la consola frente a su cama qué demonios ponerse.

—¿Dormiste bien? —El chico esperó una respuesta de su parte, sacando las prendas que se pondría, pero Katniss no respondió, logrando que Peeta volteara a verle, percatándose de cómo la chica permaneció inerte sobre la cama, sin decir ni una palabra—. Tu cara y tu mutismo me dicen que no muy bien. —Se comenzó a vestir dejando caer la toalla al suelo, sin importarle que ella estuviese allí, ya que aunque no solía estar desnudo delante de la chica salvo para tener relaciones, él siempre sintió que no debía sentir vergüenza de su pareja.

—No… No dormí bien. —Peeta terminó de vestirse, sentándose del otro lado de la cama, colocándose los tenis—. ¿Y tú? —El chico se encogió de hombros, aunque no sabía si ella lo había notado o no.

—Igual… —Fue su simple respuesta, levantándose de la cama, después de atarse el calzado, escuchando un leve sollozo, lo cual hizo que Peeta se sobresaltara, volteando a ver a la chica, quien en efecto, estaba llorando.

—¡Hey, hey!... ¿Qué pasó?... —Se acercó rápidamente hacia donde se encontraba Katniss, arrodillándose frente a ella—. Cálmate, no es el fin del mundo.

—Tú no entiendes. —Se cubrió el rostro, llorando aún más—. No entiendes nada.

—Pues explícamelo. —El perturbado, y al mismo tiempo, incrédulo muchacho, apartó las manos de la llorosa joven, la cual bajó el rostro, manteniendo los ojos cerrados—. Vamos, Kats, ¿por qué estás así?... Yo estoy aquí y voy a hacerme responsable de ese bebé. —Ella soltó sus manos, levantándose rápidamente de la cama.

—Es que no quiero que lo hagas. —Peeta se incorporó volteando el rostro para verla, sin comprender sus palabras.

—¿Por qué no?... No entiendo. —Se acercó a ella, pretendiendo tomarla de los hombros, pero justo en ese momento se giró, mirándole a los ojos como si intentara buscar las palabras adecuadas para decirle lo que al parecer, no podía.

—No quiero este bebé. —Fue su respuesta, aunque Peeta sabía que había algo más, al ver como ella se frotaba las manos y sus ojos decían que algo la mantenía incómoda y por demás perturbada.

—¿Por qué, Kats? —preguntó nuevamente Peeta.

—Porque este bebé… —Justo en ese momento tocaron a la puerta, dejándose escuchar la voz de la madre de Katniss detrás de esta.

—¿Peeta?... Effie te busca. —El joven se giró y caminó hasta la puerta, deteniéndose rápidamente sin saber qué hacer, volteando a ver a la chica, quien parecía estar retomando su cordura, limpiándose rápidamente el rostro.

—¿Qué ocurre con el bebé?... ¿A qué le temes? —Katniss se giró para mirar a los ojos a Peeta, negando con la cabeza, intentando sonreír.

—Nada… —Aquello lo hizo sentir aún más confuso—. Es solo que ya sabes… no me siento preparada para esto.

—Nadie está preparado para ser padres, Katniss… Pero aprenderemos… ¿Está bien? —Ella no dijo nada, simplemente se sentó a orillas de la cama, aclarándose la garganta y aspirando sonoramente por la nariz, mientras un segundo golpe se dejó escuchar a espaldas del confuso joven.

—¿Peeta? —llamó una vez más la señora Everdeen, tocando nuevamente la puerta.

—Ya voy… —Los pasos del otro lado de la puerta, les dio cierta privacidad a ambos, aunque parecía que entre ellos no había más nada que decir, siendo Katniss quien hablara.

—Ve… —Señaló a la puerta—. Effie debe estar esperándote.

—¿Estás bien? —Ella asintió, intentando regalarle una sincera sonrisa, aunque se le dificultaba.

—Sí, estoy bien… Anda, ve. —Volvió a sacudir las manos hacia la puerta, incitándole a abandonar la habitación.

—Hablaremos luego. —Ella asintió, observando como el calmo muchacho salió de la habitación, mientras ella se recostaba sobre la cama, pensando en aquel loco instante de sinceridad que le había dado, sintiendo que podría perderlo todo si le decía lo que había pasado entre Gale y ella, donde sus temores más grandes se hacían presentes a cada rato, desestabilizando sus nervios por completo.

Peeta se acercó a la salida principal de la casa, donde Effie conversaba con la madre de Katniss, la cual se apartó de la puerta al ver que el joven al fin había decidido aparecer, preguntándole a la estrafalaria mujer qué ocurría.

—Dejaron esto para ti, Peeta. —Effie le dio una mirada furtiva a la señora Everdeen, volviendo a enfocar sus felinos ojos sobre los de Peeta, sonriéndole con cierto nerviosismo.

—¿Y esto? —preguntó el muchacho, mirando la carta que Effie le entregaba.

—Es para ti… —notificó apartándose de la puerta—. Solo me pidieron que te lo entregara. Con permiso. —Se despidió de ambos, con su típica cordialidad y buenos modales, sin pretensión alguna de darle más detalles sobre aquella carta y de dónde provenía.

Peeta observó como la dulce mujer se retiraba, volteando a ver a su suegra, la cual empezó a caminar hacia la cocina, como si intentara darle cierta privacidad al muchacho, quien aprovechó la soledad de la sala para abrir el sobre, sacando de este un trozo de papel de lo que parecía ser un blog de notas, comenzando a leer.

“Pensé en lo ocurrido durante toda la noche y lo mejor ha sido la decisión que he tomado esta mañana”.

El corazón de Peeta parecía querer salírsele por la boca, ya que sabía de antemano de quién era dicha carta, la cual ahora temblaba entre sus manos.

“No voy a interferir en esto, vas a ser padre y eso es algo que hasta yo lo he deseado durante mucho tiempo, y no pretendo arruinar eso, te amo y por lo que siento por ti es que he decidido alejarme… esto no tiene sentido alguno, yo solo vine a interponerme entre ustedes dos… lo lamento mucho, las cosas se me salieron de las manos y creo que la distancia es el mejor remedio a todo esto, no me alcanzará la vida para disculparme por haberles hecho esto a ambos, adiós Peeta… No pienso volver al distrito doce nunca más”.

Gale

No se había percatado de que lloraba hasta que las palabras se hicieron borrosas y la tinta de la carta comenzó a chorrearse sobre el papel ante las lágrimas que cayeron copiosas sobre la nota.

—No… —soltó con el último aliento que anidó en su pecho, apartando a un lado la puerta, saliendo de la casa sin pensar absolutamente en nada ni en nadie más que en Gale, pretendiendo correr hacia la casa de los Hawthorne, pero Haymitch parecía haber previsto su reacción, saliendo precipitadamente de su casa, interponiéndose en el camino del agitado muchacho.

—Él no está allí, Peeta. —Haymitch trató de contenerle, pero el joven se agitó entre sus brazos, intentando apartarse de él.

—Suéltame —le exigió apartándose de su ex–mentor—. Tú no entiendes.

—Lo entiendo perfectamente… y lo sabes. —Ambos se miraron escrutadoramente, uno sin deseo alguno de creer que aquel hombre lo sabía todo y el otro deseando explicarle al chico que no debía seguir fingiendo sus sentimientos delante de él.

—No sabes nada.

—Te gusta él… ¿No es así? —Peeta pretendió arrojarle un golpe, ante la rabia y la frustración que lo embargaba, pero Haymitch fue lo suficientemente rápido como para esquivar el certero golpe, abrazando al muchacho por detrás.

—Suéltame, Haymitch… que me sueltes, maldita sea. —Pero el rubio hombre no tenía la más mínima intención de soltar al enajenado muchacho, el cual batalló entre sus brazos, siendo Effie quien le exigiera a su pareja que le soltara.

—Suéltalo, por Dios… —El hombre obedeció, soltando al fin, al molesto joven, quien terminó cayendo al suelo, girando sobre su cuerpo para verlos a ambos—. Así no vas a conseguir nada. —Se acercó a Peeta, el cual parecía estar padeciendo de una arritmia cardíaca fuera de lo normal, ante la rabia y el dolor que apresaba su pecho.

—¿Cuándo te dio esto? —preguntó Peeta, sacudiendo la carta frente al rostro de Effie, la cual se había inclinado para ayudarle a levantarse, siendo Haymitch quien respondiera.

—Hace más de dos horas.

—¿Haymitch?... —retó la molesta mujer al serio e imperturbable hombre—. Levántate, querido. —Peeta se incorporó, preguntándole nuevamente a Effie a qué hora le había entregado Gale aquella carta, logrando que la mujer mirara a su pareja, enfocando luego sus ojos en el alterado muchacho—. Hace veinte minutos. —Haymitch rodó los ojos ante la sincera respuesta de la dama.

—Entonces a lo mejor aún pudiese estar aquí… —comentó Peeta más para sí mismo que para los presentes, incorporándose raudo del suelo, sintiendo como Haymitch le atenazó el brazo, acercándole a su cuerpo con cierta brusquedad, notificándole al muchacho.

—Déjalo ir, Peeta. —Pero el chico no tenía la más mínima intención de hacer lo que su ex–mentor le exigía, sacudiendo de mala gana su brazo, intentando soltarse, trastabillando entre los escalones que descendían por el frente de la casa de Haymitch, aquellos que daban hasta la acera, bajando precipitadamente, intentando no caer al suelo.

—No… no quiero… déjame en paz… no te metas más en mi vida… ¿Quieres?... —espetó de muy mal humor el colérico muchacho, quien comenzó a correr hacia la plaza central, ya que aquel era el lugar donde normalmente podían aterrizar los aerodeslizadores, al ser la zona más amplia y plana del distrito.

Su corazón palpitaba y sus lágrimas rodaban por sus mejillas, aferrando con todas sus fuerzas la carta, como si con aquel gesto pudiese retener a Gale y no dejarle ir, pero lo cierto era que el chico estaba a punto de partir, organizando todo para el despegue, exigiéndole al piloto que calentara los motores, mientras él sacaba los últimos suministros que había enviado la presidenta para los ciudadanos, dejándolos en medio de la plaza, ante el resguardo de seis de sus hombres, quienes se quedarían en aquel lugar hasta la mañana siguiente, donde otro aerodeslizador les iría a recoger al mediodía.

—Listo… —notificó Gale, palmeando la última caja—. Se quedan aquí y esperan a que el joven Mellark y Haymitch vengan a organizar toda la entrega de la comida… ¿Está claro? —Sus hombres afirmaron con un “Señor, sí, señor” que resonó con fuerza, por sobre el ruido de las turbinas, las cuales ya habían sido encendidas—. Bien. —Subió nuevamente la rampa que daba al interior de la nave, percatándose de cómo Johanna le miraba, cruzada de brazos en medio del semivacío compartimiento, ya que aún quedaban cajas dentro de este.

—¿No vas a decirme que mosca te picó ahora? —Gale rodó los ojos, lo menos que deseaba era confesarle a Johanna que se había enamorado de Peeta, pero lo que él no sabía era que Haymitch ya se lo había comentado, y aunque solo eran suposiciones del atolondrado ex–mentor, ella también sentía que las cosas se le habían salido de control a su capitán, quien cada vez se veía más perturbado por la creciente amistad entre él y el chico del pan.

—No me picó ninguna mosca, Johanna, simplemente debo volver a mis deberes como líder del escuadrón…

—¡Ay, por Dios!... No me vengas a mí con tus mentiras, que yo no me chupo el dedo. Sé leerte como si fueses la guía telefónica, así que dime qué ocurrió ahora para que quieras volver al distrito dos así de repente. —Gale le observó sin deseo alguno de responder a su pregunta, fulminándola con una dura y fría mirada.

—Respétame, Johanna… —La chica bufó por la nariz—. No pasó nada.

—Y si así es, ¿por qué no te vas después de que Peeta y Haymitch entreguen los suministros y así nos llevamos de una vez a los soldados? —Gale suspiró, pretendiendo apartarse de ella, pero la joven se lo impidió, interponiéndose en el camino de su superior, el cual estaba a punto de perder los estribos—. Vamos, Gale… Sabes que puedes confiar en mí, cuéntame.

Pero Gale no deseaba abrirse a ella, ¿cómo decirle a la mujer con la que te acuestas, la que te cree todo un semental, que ahora te atrae el objeto de tu venganza, lo cual terminó volviéndose en tu contra?... ¿Cómo decirle a Johanna que ahora solo deseaba en su cama el cuerpo del joven Mellark y no el de ella, pero a lo mejor tendría que acostumbrarse, porque ya no le tendría  a Peeta nunca más a su lado?... sin duda eso era algo que no se podía contar a la ligera, bajando el rostro sin deseo alguno de conversar con la joven cadete.

—Bueno… —soltó ella, logrando que Gale levantara el rostro para verle, percatándose de su traviesa y seductora sonrisa de harpía—. Si tú no me lo dices, le preguntaré a él. —Johanna señaló a las afueras de la nave, lo que por supuesto hizo voltear el rostro de Gale, percatándose del apresurado arribo del joven Mellark, desde la calle del fondo hasta la plaza mayor, enrumbándose al trote hasta la nave.

—Maldición. —Gale cerró los ojos con pesar al ver que Peeta se acercaba, elucubrando sobre las posibles consecuencias de eso, percatándose de cómo ondeaba la carta que había dejado con Effie, notificándole a Haymitch que se iría y que por favor ayudara a Peeta a entregar los suministros como él lo había estado haciendo todo este tiempo—. Johanna, espera —le exigió a la chica al ver como pretendía salir de la nave al encuentro del muchacho.

—Ya tu tiempo expiró, Gale… Te exigí una explicación y me la negaste, veremos qué tiene que decir el pan dulce con relleno de melocotón que es Peeta. —Salió rápidamente de la nave, lo que hizo que el joven Mellark disminuyera la velocidad, mientras él no sabía si salir tras ella o quedarse allí como lo que era, un cobarde—. Mi hermoso y delicioso, Peeta Mellark… No sabes cuánto he deseado volver a verte. —Peeta sonrió y Gale simplemente negó con la cabeza, permaneciendo oculto entre las cajas que aún quedaban dentro del compartimiento.

—Hola, Johanna… cuánto tiempo. —La sonriente y desinhibida joven le abrazó tan fuerte, que el chico pudo sentir perfectamente como la joven frotó sus senos, descaradamente sobre el pecho del muchacho, el cual se sintió algo apenado ante aquello.

—Parece que fue ayer cuando nos queríamos arrancar las cabezas en la arena y hoy tengo ganas solo de arrancarte esos divinos labios que tienes a puros besos y mordiscos, ñon, ñon… —Gale no pudo evitar reír, asomándose entre las rendijas de las cajas para contemplar como el rostro de Peeta pasó del rojo al morado en cuestión de segundos, sonriéndole sin dejar de estar avergonzado.

—¿Qué cosas dices, Johanna? —preguntó Peeta sin poder verle a la cara, dándole a cada tanto, miradas furtivas al interior del aerodeslizador.

—¿Qué te trae tan temprano por acá? —interrogó ella al ver cómo el chico miraba insistentemente al interior de la nave.

—Aaammm… Supe que Gale se iría hoy y vine a… —Tragó saliva, doblando rápidamente la carta, guardándosela en el bolsillo junto con el arrugado sobre—… a despedirme de él. —Johanna le abrazó por los hombros, introduciéndole lentamente en el interior de la nave, donde Gale sentía que estaba a punto de perder la entereza que había estado blandiendo desde tempranas horas de la mañana, al escucharle tan cerca y al saber que Joanna podría estarse maquinando algo para soltarle la lengua.

—Qué tierno eres. —Gale pudo percibir la voz de la joven cadete mucho más cerca, pretendiendo encaminarse a gatas hasta la puerta que daba al pasillo central de la nave, para evadirlos a ambos—. Ustedes se han hecho muy amigos… ¿No? —Aquello le dio muy mala espina a Gale, el cual desistió de su huida, recostándose nuevamente de las cajas.

—Aaamm… sí, algo —comentó Peeta sin darle importancia, a la pregunta de la joven soldado—. ¿Él aún se encuentra aquí? —preguntó sin pretensión alguna de caer en el juego de Johanna, la cual le miró con una socarrona sonrisa.

—Eso depende. —Gale cubrió su rostro con indignación.

—¿Depende de qué?

—De para qué lo buscas. —Peeta le miró fijamente, sintiendo como si todo el mundo supiera lo que ocurría entre Gale y él, intentando ser lo más cauteloso posible con sus respuesta y no caer en su juego de palabras.

—Pues te acabo de explicar que solo quiero despedirme de él. —Johanna sonrió nuevamente, como si estuviese disfrutando la reticencia del muchacho al caer en sus redes—. Entonces… —soltó, alzando una ceja—. ¿Está o no está? —Gale volvió a emprender la huida al darse cuenta de que ninguno de los dos hablaba, pensando que era el momento justo para escabullirse, golpeando su cabeza en contra de las piernas de uno de sus subalternos, justo en la entrada hacia el pasillo central de la nave.

—¿Capitán?... ¿Puedo ayudarle? —Gale levantó el rostro, fulminando con la mirada al inoportuno soldado—. ¿Se le ha perdido algo? —Pretendió responderle con un sarcasmo, pero la voz de Johanna le hizo desistir, volteando a verla, justo cuando hablaba.

—¡Vaya!... Mira dónde está… Que coincidencia… ¿No? —Gale se incorporó, sacudiéndose las rodillas, mientras le respondía al tarado que se le había atravesado.

—Ya lo encontré, soldado… puede retirarse. —El joven asintió, alegando que solo venía a preguntar si despegaban o esperaban alguna otra orden—. Aaammm… —Gale miró a Peeta, a quien había estado ignorando, deseando no enfocar sus ojos en él—. No… aún no… retírese… —El soldado volvió a asentir, haciéndole la venia a su superior, retirándose al fin de la puerta interior, mientras Gale se giró para encarar tanto a Johanna como a Peeta, exigiéndole a la sonriente cadete—. Retírate.

—Pero Gale…

—Es una orden, soldado Mason… retírese. —La socarrona sonrisa de Johanna desapareció y un rictus serio y por demás desdeñoso apareció, apartándose de Peeta, después de darle un beso en la mejilla, despidiéndose del muchacho.

—Con su permiso… Capitán. —Le hizo la venia, pero al alzar la mano al frente, dejó ver su dedo medio a modo de grosería, retirándose de mala gana, mientras Peeta intentó permanecer serio, ya que la cara de Gale no era del todo agradable.

Johanna cerró la puerta que daba al compartimiento de carga y el pasillo central, dándoles privacidad, en donde Gale permaneció por unos minutos en el mismo lugar, sin deseo alguno de voltear a ver a Peeta, el cual sacó rápidamente la carta, sacudiéndosela en el rostro después de encaminarse hacia él, posándose enfrente.

—¿Qué es esto?

—Lo que es… —respondió Gale, sin pretensión alguna de verle—. Una despedida.

—¿La despedida de un cobarde? —acotó Peeta a las palabras de Gale, el cual pretendió apartarse de él, pero el chico se lo impidió, atenazándole el brazo—. Mírame, Gale. —El aludido se sacudió la mano del muchacho con energía.

—Vas a ser padre.

—¿Y?... ¿Eso te hace decidir por mí? —Gale le miró sin saber qué decir—. ¿Ahora eres tú el único que decide en esta relación? —El joven soldado miró a todos lados, y aunque las turbinas hacían el suficiente ruido como para darles privacidad, el capitán Hawthorne siempre parecía sentirse perseguido o espiado por los demás—. Tú decidiste que era mejor ocultarme la verdad sobre mi trastorno disociativo y luego fuiste tú quien decidió decirme la verdad, fuiste tú el que decidió cuándo y dónde lo haríamos por primera vez. —Gale negó con la cabeza, siendo él quien ahora tomara al muchacho del brazo, apartándole de la puerta.

—Te equivocas… Lo de ayer fue algo que no planeé. —Peeta se soltó, sobándose el brazo.

—Pues yo tampoco planeé ser padre… ¿Sabes?... simplemente ocurrió y no tienes el derecho de decidir por mí, si quiero que te alejes o no. —Gale deseó abrazarle y decirle que lo amaba, que sus palabras lo traían de vuelta hacia la felicidad, sacándole del infierno donde lo había enviado aquella noticia que tanto le había herido, pero la realidad era que sus temores más grandes se hicieron presentes esa noche, al darse cuenta que ese bebé podría ser de él, aunque las probabilidades fuesen escasas.

—Siento que estorbo. —Fue su seca respuesta, apartándose de Peeta, el cual se acercó a Gale, tomándole de la mano, al estar ocultos entre las cajas.

—No quiero que te vayas. —Ambos se miraron fijamente a los ojos, donde tanto Gale como Peeta desearon besarse apasionadamente en aquel lugar, siendo el joven soldado quien se apartara de él antes de llegar a cometer una locura, pero Peeta se lo impidió, aferrándole con fuerza del brazo—. Te amo, Gale. —El aludido sintió deseos de gritar, de estrecharle entre sus brazos y decirle que él sentía lo mismo que Peeta, queriendo mandar al mundo entero al infierno y quedarse con Peeta a pesar de todo, pero sus temores le estaban jugando una mala pasada, sin poder responder a las dulces y dolorosas palabra de amor del muchacho.

Gale sintió como la mano de su amigo y amante rodó por su brazo hasta su mano, la cual se encontraba sudorosa dentro del guante, percibiendo a pesar de la prenda que le cubría, como el joven Mellark le apretó con fuerzas, alzándole la mano, colocándosela sobre el pecho, lo que hizo que ambos miraran a todos lados, enfocando nuevamente sus ojos el uno sobre el otro.

—¿Lo sientes? —Gale cerró los ojos intentando no quebrarse en ese momento y mucho menos en aquel lugar, donde cualquiera de sus hombres podría llegar y aparecer de repente—. ¿Sientes cómo late por ti? —Aquello hizo tragar grueso a Gale, quien le atenazó del cuello de la camisa, halándole con fuerza hacia él, abrazándole con una necesidad inmensa.

—Perdóname. —Peeta correspondió el abrazo—. Lo siento, soy un cobarde. —El joven entre sus brazos negó con la cabeza.

—No, no lo eres… yo también tengo miedo —respondió sin deseo alguno de soltarle.

—Pero tú no corres ni huyes, al contrario, me buscas e intentas arreglar las cosas, mientras que yo… —Tomó de los hombros al chico del pan, apartándole de él para verle a la cara—... huyo como un simple idiota. —Peeta sonrió.

—Creo que no sabes cómo sobrellevar tus sentimientos. —Gale le sonrió con cierto desgano—. No te sientas mal por eso… yo te entiendo. —El joven soldado sentía que no se merecía el amor de aquel muchacho, percibía en él una fortaleza única, y aunque siempre se burló de Peeta en el colegio al ser el enclenque hijo del señor del pan, después de los Juegos del Hambre, se había dado cuenta de que el chico era más fuerte de lo que todos pensaban, no solo física sino internamente.

—No quiero quedarme, Peeta. —Las palabras de Gale lograron que el chico soltara la mano del triste y confuso soldado, el cual la dejó caer por inercia—. ¿Qué quieres que haga cada vez que vea a Katniss?... No quiero ver el progreso de ese embarazo.

—¿Por qué no?... ¿No te alegras por mí?... Creo que aquí nadie tiene la culpa. —Gale no dejó de mirar a Peeta como si se debatiera entre decirle la verdad de lo ocurrido entre él y Katniss, armándose de valor, soltándole a Peeta.

—Tengo algo que confesarte. —Todo su cuerpo tembló, pero debía decirle el porqué de su deseo de marcharse y no volver, Gale no iba a poder soportar ver crecer a ese bebé con la incertidumbre de no saber si era de él o de Peeta, y mucho menos tener que lidiar con Katniss y sus posibles manipulaciones para atormentarlos a ambos—. La verdad es que no quiero estar aquí porque… —La puerta interior del compartimiento de carga se abrió, sobresaltándoles a ambos, quienes contemplaron el molesto rostro de Johanna, la cual le espetó de mala gana a su superior.

—El piloto dice que estamos consumiendo combustible innecesariamente… quiere saber si apaga el motor o si ya nos vamos. —Gale no supo qué decir y mucho menos qué hacer, era como si el destino no quisiera que Peeta se enterara de toda la verdad, sobre por qué aquel embarazo no era algo que mantuviese, tanto a Katniss como a Gale, con ganas de vivir, y mucho menos de convivir en el mismo distrito, teniendo a Peeta de por medio.

—Ya nos vamos —respondió sin deseo alguno de mirar al joven Mellark, ya que imaginaba que a lo mejor, el chico había albergado cierta esperanza de que Gale no se fuera.

—Bien… —acotó Johanna—. Fue un gusto volver a verte, Peeta. —Se despidió del triste muchacho, quien le abrazó, sin dejar de ver a Gale con cierto reproche.

“Lo siento, Peeta… No puedo quedarme”. Era mejor así, era mejor marcharse y dejar todo atrás, pero Peeta no iba a dejar que se fuera así como así, soltando a Johanna, después de darle un beso en la mejilla.

—¿Tú tampoco piensas volver? —preguntó Peeta con una amplia sonrisa, como si las recientes palabras de Gale no le dolieran, percatándose de cómo Johanna le miró, girando el rostro para ver a su superior, con una cara de incredulidad.

—¿Acaso tú no piensas regresar? —le preguntó la asombrada chica a Gale, el cual miró fijamente a Johanna y luego a Peeta, bajando la mirada.

—No… —A pesar de ver al suelo, se dio cuenta de como ambos se posaron frente a él con los brazos cruzados—. Bueno… no sé… —Titubeó—. A lo mejor, más adelante.

—¿Más adelante?... ¿Cuándo? —preguntó ella, sin poder creer que Gale estaba tirando la toalla antes de lograr lo que ambos se habían propuesto hacer de Peeta con la ayuda de Haymitch—. Eso no fue lo que tú y yo acordamos —espetó ella entre dientes después de darle la espalda a Peeta y acercarse al capitán Hawthorne, hablando en voz baja.

—Te lo explico luego. —Pero Johanna era astuta y sabía que le mentiría, así que volteó a ver a Peeta, el cual les miraba escrutadoramente a ambos.

—Tú sabes por qué él no quiere volver… ¿Cierto?... —Peeta asintió—. ¿Qué le hiciste a mi capitán, pillín? —Gale se acercó a Johanna, tomándola del brazo, exigiéndole que se retirara, incitándole a marcharse por donde había llegado justo cuando Peeta respondía, jugándose su última carta a favor.

—Yo no le hice nada… Simplemente que no le cayó en gracia la noticia de que voy a hacer papá. —Gale cerró los ojos al escuchar aquello, sintiendo como Johanna se sacudió de malas el fuerte agarre de su superior, sosteniéndose del marco de metal de la puerta, deteniendo su andar.

—¿Cómo? —preguntó ella, enfocando sus estupefactos ojos sobre Peeta, el cual sonrió haciéndose la blanca paloma, comentando como quien no quiere la cosa, a ver si Johanna le soltaba lo que él deseaba saber… El porqué de la reticencia de Gale a volver.

—Eso… que voy a hacer papá… Katniss está embarazada. —Gale se apartó de Johanna, la cual siguió sin moverse, sin poder asimilar aquella noticia ya que lo primero que pasó por su mente fue lo mismo que pasó por la mente de Gale, de Haymitch y de Effie en el preciso momento en que se enteraron, que podía ser del joven soldado.

Johanna giró lentamente el rostro, como si este fuese atraído por un campo magnético hacia el de Gale, sin mover ni un centímetro su tenso cuerpo, mientras Peeta tragó grueso, aunque no supo por qué, sentía que había dicho algo que no debía, al ver el pálido rostro de Gale y el colérico semblante de la muchacha, la cual al fin se movió, acercándose a su superior, estampándole dos bofetadas en ambas mejillas, lo que hizo que Peeta se sobresaltara, echando su cuerpo hacia atrás, cubriéndose la boca completamente asombrado

—Muérete, infeliz. —Gale se apartó de ella, dándole la espalda a Peeta, el cual se acercó lentamente al muchacho, mientras ella se retiraba al fin, cerrando la puerta metálica.

—¿Gale?... —le llamó el joven Mellark sin poder creer aún lo que había ocurrido, ya que más que recibir respuestas, encontró muchas más interrogantes de las que ya tenía en su cabeza, dejándolo pasmado ante todo aquello—. ¿Por qué se puso así? —Gale no se movió, simplemente miró al suelo con deseos de llorar, pero él sabía de sobra que eso no ayudaría, y más aún a sabiendas de que no tendría a la oficial para que le consolara—. Lamento si hice algo que te trajera problemas… yo…

—No pasa nada, Peeta. —Gale se giró con parsimonia y le sonrió, aunque el joven Mellark pudo ver en sus ojos el brillo ante la rabia o ante un deseo truncado de romper en llanto, obteniendo tan solo una sonrisa, que aunque forzada, intentó ser la más dulce y sincera que pudo ser—. Las mujeres son algo difíciles de entender. —Ambos sonrieron con cierto desgano, y aunque aún sentía un poco de desconcierto, Peeta no pudo evitar sentir que a pesar de todo, Gale intentaba darle un último momento de dicha, antes de su partida.

—No conseguiré que desistas… ¿Cierto? —preguntó en un acto reflejo de desesperación al ver que no obtenía de Gale ni un soplo de aliento.

Se contemplaron por unos segundos, Peeta queriendo escuchar lo que tanto anhelaba y Gale deseando conseguir un aliciente que le diera la certeza de que si volvía al distrito doce, tendría nuevamente a aquel muchacho, aquel encanto de persona que era Peeta Mellark, el cual había logrado truncar toda su venganza, enamorándole sin que Gale pudiese creer aún, lo que él chico había logrado en tan poco tiempo en él.

—¿Qué tengo yo en este distrito si vuelvo, a parte de mi familia? —preguntó, tomando a Peeta del brazo, introduciéndole entre las dos columnas de cargamento, escondiéndose tanto de la puerta que daba a la plaza, como la que llevaba al interior de la nave, escuchando la respuesta de Peeta.

—A alguien que no va a dejar de amarte, nunca.

—¿A pesar de lo peor? —Peeta no supo a qué se refería, pero no había tiempo de averiguarlo, respondiendo sin ningún miramiento.

—A pesar de lo peor… A pesar de los inconvenientes, a pesar de ser del mismo sexo, a pesar de convertirme en padre, a pesar de que se pueda llegar a saber lo que tenemos… yo seguiré adelante… porque sé que te amo, Gale. —Eso bastó para desestabilizar la poca cordura que quedaba en el joven soldado, el cual le aferró por el cuello, atrayéndole hacia él, besándole tan fuerte, que sintió como sus dientes habían chocado, y a pesar de todo ninguno se quejó, ninguno de los dos quiso apartarse del otro, entregándose el más profundo, apasionado y candente beso que duró un par de minutos, pero para ellos fueron los dos minutos más intensos de sus vidas, ya que lo que estaban haciendo en aquel lugar, podría llegar a ser descubierto en cualquier momento, y aún así aquello no importó.

—Debo irme —soltó Gale después de haberse separado dolorosamente de los labios de Peeta, sintiendo que después de aquel beso, ya nada importaba, para el capitán Hawthorne era más que obvio que estaba perdiendo el sentido común por aquel muchacho—. Pero quiero que me prometas algo. —El joven Mellark asintió, esperando con una amplia sonrisa la acotación del soldado—. Quiero que te sigas encargando de ayudar a la comunidad. —El chico asintió nuevamente—. Quiero que no dejes de sonreír y ser siempre como eres, Peeta. —Aquello logró que el aludido se ruborizara—. Tampoco quiero que dejes de seguir mejorando nuestro escondite en las ruinas. —Ambos sonrieron como par de adolescentes estúpidos y completamente enamorados, sintiéndose ridículos ante aquello.

—Lo prometo, Capitán. —Le hizo el típico saludo militar, el cual Gale correspondió del mismo modo, sin dejar de sonreírle—. Nada va a cambiar, yo no quiero que cambie, ya veremos luego… por ahora, nada cambiará. —Ahora era Gale quien asentía.

—En mi recamara dejé mi holográfono, quiero que lo tengas… pídele permiso a mi madre o introdúcete por la ventana, da igual. —La puerta interior volvió a abrirse, siendo esta vez el piloto de la nave, notificándole a su superior, interrumpiéndoles.

—No quiero ser molesto, capitán… Pero…

—Sí, ya sé, ya sé… estamos consumiendo combustible… ya nos vamos, cinco minutos y estamos en el aire. —El piloto asintió dándole una rápida mirada a Peeta, retirándose por donde había llegado, mientras Gale proseguía—. Escóndelo, prometo contactarte en una noche de estas que esté solo… ¿Vale? —Peeta alegó que había entendido perfectamente—. Ahora debo irme. —Se abrazaron al mismo tiempo, chocando sus pechos con una cierta necesidad de quedarse grabado en el cuerpo del otro.

—Regresa, por favor —le exigió Peeta.

—Lo haré… te lo prometo. —Se soltaron, mirándose fijamente a la cara, donde no tuvieron que decirse nada más, en verdad había un sentimiento mutuo de afecto y amistad que los mantenía atados el uno al otro de una forma desmedida, y eso hasta un ciego lo percibía.

Se separaron lentamente, uno caminó hacia la plataforma de descenso y el otro hacia la puerta del pasillo central, siendo Peeta quien se despidiera una vez más en la parte baja de la rampa.

—Adiós, Gale. —A lo que el joven soldado respondió desde la puerta, antes de abrirla.

—Adiós no… hasta pronto. —La enorme sonrisa en los labios de Peeta iluminó su rostro a pesar de la tristeza que le embargaba con una dicha que no lograba conseguir nadie más que Gale, y aunque ahora debía aprender a ser fuerte y fingir que todo estaba bien entre él y la joven Everdeen, aquel “hasta pronto” le había inyectado una fortaleza tal que sintió que podía con eso y con cualquier cosa que se le viniese encima.

—Hasta pronto. —Bajó de la rampa y Gale entró al interior de la nave, ordenándoles que cerrara la compuerta de carga, lo que hizo que Peeta se apartara, observando cómo se cerraban y cómo las turbinas giraban, dejando el eje de potencia hacia abajo despegando al fin, subiendo lo más alto que necesitaban para emprender el vuelo de regreso al distrito dos, donde Gale debía seguir con sus trabajo a pesar del vacío que sentía en su pecho y Peeta necesitaba mantener su promesa, sonriéndole al aerodeslizador que se perdía en la distancia, aunque su corazón se hiciese cada vez más pequeño dentro de su pecho.

—¿Y bien? —Peeta se sobresaltó al escuchar la voz de Haymitch a sus espaldas, el cual posó una mano sobre su hombro, apretándole con fuerzas—. ¿Todo está bien? —Peeta asintió, bajando el rostro.

—Sí… vamos a entregar las provisiones... —Se giró, observando a todos los ciudadanos esperando su ración de insumos, algo impacientes—... antes de que nos linchen. —Intentó sonreír, pero su labio inferior tembló, lo que hizo que Haymitch le detuviera, interponiéndose en su camino.

—No tienes que guardarte todo para ti solo, Peeta. —El chico pretendió apartarse de él, pero el persistente hombre se lo impidió—. Yo ya lo sé… El mismo Gale me lo contó. —Aquello no era del todo cierto, pero el día en que Haymitch se enteró de lo que había ocurrido entre el soldado y la ex–tributo, pudo leer en el rostro de aquel muchacho que algo más había detrás de toda esa culpa que llevaba a cuestas.

—No te creo.

—Piensa lo que quieras —respondió el calmo hombre enfrente de él—. Pero cuando sientas que ya no puedes más, ven y conversa conmigo… yo sabré escucharte… ¿está bien? —Peeta le miró fijamente a los ojos, sintiendo como unas enormes ganas de llorar y de pedirle a su ex–mentor que le aconsejara, como tantas veces lo había hecho antes de entrar a la arena de juego, le aprisionaron el pecho, logrando que un par de gruesa lágrimas rodaran por sus mejillas, tragando saliva con cierta dificultad.

—¿Esa conversión puede ser hoy? —Haymitch asintió, abrazando al joven panadero, quien correspondió aquel abrazo.

—Claro que sí, muchacho… claro que sí. —Palmeó con fuerza su espalda, intentando contenerle—. Pero ahora entreguemos los suministros antes de que haya un motín… ¿Te parece?

Peeta rió y eso hizo que el desaliñado hombre riera junto con él, jugándose de manos con el muchacho, intentando conseguir que disipara toda la tristeza que le embargaba. Porque si algo tenía Haymitch, era su perseverancia… Una que había logrado recuperar después de mucho tiempo perdida en la arena de los Juegos del Hambre, desde el preciso momento en el que aquel mentor, se cruzó con ambos tributos, los que le regresaron el deseo de vivir, jurándose que haría hasta lo humanamente posible para devolverle a Peeta, toda la felicidad que le fue arrebatada por culpa de toda aquella guerra de la que él, jamás quiso ser partícipe, siendo el más lastimado al haber perdido no solo a su familia, sino también el tener que luchar por el amor de una mujer que jamás lo amó como aquel joven en verdad se lo merecía.

Comenzaron a repartir la comida y a organizar a las familias con mayor número de personas, para ser quienes recibieran más cantidad de alimento, donde Haymitch pudo ver lo que seguramente alguna vez vio Alma Coín en aquel muchacho, alguien que simpatizaba tan bien con los ciudadanos, que podría llegar a ser, sin duda alguna, un digno contrincante, si en Panem, la democracia regresaba y el pueblo decidiera quienes serían sus nuevos líderes.

“No te daremos la presidencia, Peeta”, pensó Haymitch, abriendo las cajas con la ayuda de los soldados. “Pero haremos que el distrito doce te ame tanto como para que te escojan como su líder”. Haymitch sonrió para sí mismo, sin dejar de admirar la simpatía, la dulzura y la honestidad de aquel muchacho, entregado todo lo que la presidenta había enviado sin pretensión alguna de quedarse con algo más que no fuese su respectiva ración, y la de la familia de Gale, la que por supuesto era mucho más grande que la de los Mellark/Everdeen. “Johanna apuesta por ti, Gale ya apostó y perdió hasta la perspectiva de lo humanamente correcto, por ti… Effie está aquí porque cree en tu potencial y yo creo fervientemente en ti, Peeta”.

No había más nada que decir, a pesar de lo ocurrido Haymitch tenía claro cuál era el objetivo a alcanzar, y aunque tuviese que convertirse en el celestino de Peeta y Gale, lo haría, con tal de mantener al chico feliz y así poder obtener lo que se habían propuesto, un puesto en el gobierno para el joven Mellark, la libertad para Katniss ante el castigo impuesto por la presidenta, y así poder entregarles a cada uno su correspondiente felicidad, una que el ex–mentor supo de sobra no la hallarían juntos, sabiendo de ante mano que se había equivocado al intentar unir a ambos tributos en un tórrido romance donde solo Peeta amó y la joven Everdeen, simplemente hizo lo que Haymitch le había ordenado… fingir amor por aquel humilde y por demás dulce muchacho.


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