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Hasta el final por HakudiNN

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Notas del capitulo:

Familia ciberneeeeeeeeeeeeeeticaaaaaaaaaaaaaaaa hermosaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa de mi corazón de uva pasa!

Antes que nada, pido disculpas por haber desaparecido tanto tiempo de la faz de los fandom, simplemente estaba medio hueca, seca de ideas y lo peor: sin tiempo ni para pensar en continuar escribiendo.

El trabajo, la vida de adulto y vivir sola resulta bastante absorbente en cuanto a tiempo. Pero aquí estoy.

Este fic ya está rozando la línea del final, por eso voy a hacer lo humanamente posible (considerando que trabajo 24 por siete casi siempre) para finalizarlo como se debe.

Muchas gracias por sus bellísimos comentarios que me motivan mucho y por el contador de lecturas.

La inspriación musical es: Human, de Christina Perry.

También, Me and te devil, de Soap & Skin

Ustedes sabrán donde darle play!

Sin más, a leer! Espero que les guste :D

--¿Dónde está?

El tiempo se detuvo al escuchar la pregunta, probablemente antes. Una parte de sí mismo sabía que eso era imposible, sin embargo, su culpable consciencia le indicaba que era perfectamente normal que las manecillas se hubiesen estancado.

No parecía haber nada fuera de lo normal en su casa, los aromas, los sonidos y la plena sapiencia de que su sobrino se encontraba escaleras arriba con su novio, no obstante, los segundos dejaron de transcurrir, empujándose ilógicamente en contra de la naturaleza. Luchando por retroceder.

De pronto a Nagato le pareció estar frente a un mal recuerdo.

--¿Dónde está?

Sus memorias estaban repletas de remordimiento y pesares en contra de sus malas decisiones; la primera fue no haber distraído a Yahiko de acercarse al artista rubio en aquél parque. La última había sido doblegarse a sus sentimientos y mostrar su paradero.

--¿Dónde está?

Si bien nunca estuvo seguro de qué esperar al volver a verlo, al menos durante tres años se convenció de que el honor de su amistad pasada sería suficiente para limar asperezas. Y entonces aspiraría al perdón de Yahiko.

¡Qué equivocado estuvo!

--¿Dónde está?

Conocía la respuesta a esa pregunta, ambos lo sabían (de alguna manera, al menos). Un fragmento enorme de sí mismo comenzaba a repudiar esa información, trataba de ocultarla y empujarla a lo fondo de su cabeza para no cometer otra estupidez.

Y ahí, de frente a Yahiko, sufrió otro aguijonazo de remordimiento: debió alejar mucho más a Deidara, enviarlo fuera del continente. Debió avisarle desde un inicio que Pain seguía vivo, así al menos hubiese estado preparado, quizás inclusive hubiese tenido la oportunidad que ahora parecía tan solo una lejana utopía.

Nagato inspiró hondo, con la mente en blanco ya no se esforzó por hallar una respuesta medianamente creíble.

--Hola, Yahiko—exclamó con excesiva calma—Ha pasado tiempo—agregó luego de un momento de silencio. Todavía no le dejaba entrar y realmente dudaba querer permitirlo.

El interpelado mantuvo el mutismo y la mirada gris, gélida y feroz, en el esquelético hombre que parecía haber salido de su tumba.

--Supongo que…supiste que me comuniqué con Konan—siguió hablando, apretando inconscientemente la perilla. La palma húmeda evidenció su nerviosismo.

Pain inhaló pesadamente pero todavía no dijo nada más. Seguía esperando la respuesta a la única pregunta con la que se presentó.

--Me…me gustaría—se aclaró la garganta—Que pudiéramos hablar, amigo—el término resultaba ridículo en esas circunstancias—Iré por mi abrigo y…--se interrumpió abruptamente ante la circunferencia negra que apuntó directo a su frente. Incluso sin tocarlo, Nagato percibía el frío metal del cañón.

Su corazón se apretó dentro de su pecho aunque se obligó a mantenerse en calma.

Los labios le temblaron al intentar hablar de nuevo. Pain dio un paso que él retrocedió.

--¿Dónde está Deidara?

Mientras retrocedía Nagato se encontró navegando en una tenebrosa marea de recuerdos, todos engarzados como una cadena maldita. En cada escena estaba su mejor amigo, apuntando con frialdad a quien quiera que fuese, apretando luego el gatillo y dando un par de pasos atrás para no ensuciarse…

Ahora, la escena estaba en otra perspectiva, ya no era el espectador mudo que trabajaba en las sombras, tampoco el camarada que lo haría todo por Konan y Yahiko.

Y era jodidamente abrumador.

El temblor en sus manos no se debía al miedo (aunque de eso también había), sino a la certeza de haber perdido mucho más en el camino hasta donde estaban los tres. No recordaba que el color de ojos de Pain fuese tan…gris.

Nagato aprovechó la falsa concepción de que el tiempo se detuvo y contempló fugazmente la imagen total de aquél que consideró su mejor amigo, su hermano. Siempre había sido peligroso, también determinado…torcido y espeluznante a su particular manera. Jamás le amenazó, sin embargo.

Ahora, con el índice temblando sobre el gatillo le daba la impresión de haberse transformado en algo a lo que no sabría dar nombre.  Supo que la vibración en su mano o su pecho respirando con pesadez no era vacilación sino contención; Yahiko estaba tratando de no matarlo.

Nagato supuso que después de todo seguían siendo amigos.

--No está aquí—dijo al fin.  ¿De qué servía fingir que no sabía de qué hablaba?

--¿Dónde está?—gruñó.

--No lo he visto en años—mintió alzando una mano de modo conciliador.

--¡¿Dónde está?!—alargó el brazo, dejando salir un disparo que fue a rebotar contra la repisa. Algún retrato familiar explotó.

Nagato se encogió, cubriéndose instintivamente.

Su corazón sufrió un vuelco.

**

 

El aroma que desprendía Naruto era lo más parecido a un placebo natural en cualquier situación; bastaba un solo roce de su nariz con la piel que recubre su garganta para disipar toda vacilación. Nunca se lo había dicho abiertamente pero sabía que el despistado rubio conocía esa simple verdad.

No podía ser de otro modo.

Sasuke inhaló nuevamente, sonriendo luego ante el gemido ronco que escapó de su novio como respuesta a su aliento juguetón. Lanzó una ojeada arrogante al rostro sonrojado de Naruto, fascinándose con la forma con la que se masticaba el labio.

Sasuke lo deseó mucho más en ese momento. Deslizó las palmas por su silueta, hundiéndose ambos en el colchón; separó los labios dispuesto a fijarlos en la apetitosa garganta olivácea… Luego, el estruendo se oyó por toda la casa.

Naruto abrió los ojos, empujándolo tan abruptamente que a Sasuke no le dio tiempo para preverlo. Cuando se lo proponía, el rubio era realmente fuerte.

A prisas, y dando tumbos, el chico se puso de pie echándose a correr en cuanto sus pies tocaron el piso frío.

--Dobe.

--¿Qué fue eso?—musitó como toda respuesta al tirar de la puerta. Estaba cerrada.

Naruto frunció el entrecejo con confusión mientras volvía a tratar, en cada intento el resultado fue el mismo: un rebote seco de la madera contra sus goznes.

--Usuratonkachi.

--¡No puedo abrir dattebayo!—su voz comenzaba a desesperarse. Sasuke entornó ligeramente la mirada al ponerse de pie, seguramente su novio había mal interpretado el ruido; pudo ser una explosión de algo en el microondas, por ejemplo.

--Quítate, inútil—ordenó mientras tiraba de la puerta.

No se abrió.

Un segundo estallido los hizo alzar los ojos al muro, como si pudiesen ver a través de él.

--¡Nagato!

El aullido de Naruto se quedó suspendido, encerrado en esas cuatro paredes, mientras la angustia tomaba todo el control.

**

 

Nagato dio otro paso atrás, manteniéndose a distancia del arma; sabía que esa no era una defensa frente al cañón que lo amenazaba, sin embargo.

--Lo apartaste de mí una vez--siseó Pain, mesándose el cabello con la mano libre.

--Yo…no…--la garganta le escocía hasta arderle—Yahiko—intentó de nuevo, acercándose trémulamente—No lo aparté de ti.

--No lo harás de nuevo, Nagato—lo ignoraba--¿Dónde está?

Una de las puertas del piso de arriba rebotó contra sus goznes cuando intentaron abrirla. Como acto reflejo la atención de Pain se fijó en las escaleras.

El pecho se le estrujó con fuerza provocándole un dolor casi físico, todo el pánico que hasta ese instante había logrado mantener a raya, sometido por la vacía esperanza de que su amistad valiera lo suficiente para conservarse a sí mismo, bulló tan abruptamente con un nuevo significado. Nagato solo pudo pensar en Naruto.

En Kushina y Minato también, en su pérdida si acaso él permitía que algo le ocurriese, lo que fuera. Pero sobre todo, imaginó su profundo dolor si acaso su sobrino tuviese que pagar por sus equivocaciones.

Pain orientó el cuerpo en dirección a los peldaños, al instante el amargo nudo que se agarraba de su garganta desapareció.

--¡Deidara no está aquí!—apoyándose del espaldar del sofá intentó acercarse. Se interpondría entre las escaleras y Yahiko si era necesario. Y lo era.

Nagato estaba consciente de su precario estado de salud, de la marcha forzada en su corazón que comenzaba a robarse su oxígeno a grandes porciones; también reconocía que no era un rival para Pain, no obstante, estaba convencido de no permitirle dar otro paso.

--¿A dónde lo enviaste esta vez?—el cañón volvió a erguirse en su dirección.

--Deidara se ha ido—repuso, boqueando para recuperar el oxígeno que parecía escaparse con cada nueva inhalación—No sé a dónde—mintió.

Pain entornó la mirada con fiereza, los dedos que rodeaban la culata se crisparon y Nagato temió que se le escapara un tiro. En la planta de arriba la puerta seguía rebotando contra sus goznes.

--Yahiko…--su propia voz se perdió en un jadeo asfixiado. Debía seguir hablando para acallar los gritos que ahogaban los muros del segundo piso.

Naruto, pensó.

Los ojos grises volvieron a depositarse en el sombrío camino hacia los peldaños, los recorrió con la mirada, uno a uno; Nagato reconoció el adusto gesto calculador que nada bueno podía augurar.

--Si te mueves te asesinaré—amenazó antes de dar el primer paso hacia las escaleras.

**

Naruto tomó impulso nuevamente, uno, dos, tres, cuatro pasos atrás; luego los recorrió de vuelta con lo que consideró toda su fuerza.

Su hombro rebotó y la madera crujió en queja, empero los goznes mantuvieron la puerta en su sitio. Su clavícula resintió el golpe, dejando correr por el largo de su brazo punzones de dolor.

Apretando los dientes, el muchacho se echó hacia atrás dispuesto a repetir el procedimiento. Antes de dar un paso, Sasuke lo sostuvo por un hombro.

De inmediato los ojos azules miraron interrogante a su novio.

--Ya basta, dobe.

El rubio enfureció.

--¡Suéltame, Sasuke!

--¡Serás idiota!—gruñó en respuesta señalando con el mentón la forma con la que instintivamente, y sin darse cuenta, Naruto se sostenía el brazo derecho con la mano izquierda, sobándolo inconscientemente.

Frunció los labios y retrocedió.

--Eso fueron disparos, teme—refutó preparándose para tratar con el otro hombro.

Otra vez su intento fue frustrado. El chico, con el corazón apabullado por la preocupación, cerró el puño dispuesto a descargarlo contra Sasuke.

No obstante, su novio se limitó a empujarlo para imitar su posición e impactar contra la puerta.

**

Los ojos de Pain por fin se parecieron un poco a los de Yahiko. Ciertamente curioso.

Por primera vez desde que sus miradas se cruzaron, Nagato creyó reconocer una chispa de lo que su amigo fue antes de perder la cordura en el camino de la avaricia. Lastimeramente supo que no era ni sería suficiente para detener lo que ocurría.

La mirada que estaba dedicándole Pain no era de camaradería, ni siquiera de reconocimiento; aquel destello había sido simplemente eso, un recordatorio efímero de su pasado como amigos. De lo que los unió y lo que terminó por separar sus caminos.

No obstante, Nagato prefería tener de frente una memoria bien matizada de Yahiko antes que aceptar que el hombre que tenía enfrente, sosteniendo el arma contra su mentón, era perfectamente capaz de matarlo. A él y a Naruto.

El ardor en su hombro se convirtió en un calambre en forma aunque lo adjudicó a lo tenso que estaba su cuerpo contra el muro, tratando de rehuir el contacto helado del cañón. Irónicamente, en la inapropiada cercanía, Pain no irradiaba calor alguno.

Arriba los embistes contra la puerta continuaba. ¿Cuánto tiempo había pasado en realidad? ¿Unos cuantos minutos? ¿Tal vez una eternidad?

Si acaso Naruto y Sasuke lograban abrir…

--Yahiko—sonó como un jadeo. El arma se hincó a su piel, dejando una marca instantánea. Nagato tragó pesado y se obligó a seguir ignorando la falta de aire—No…no está…a…aquí.

Su antiguo amigo continuaba en silencio.

--Na…Naruto—admitió por fin—Es…mi sobri…no—el punzón se convirtió en un calambre en forma que recorría todo el brazo izquierdo—Él…n…no…

Hubiese querido mencionarlo pero los síntomas del paro parecían demasiado inferiores en comparación con la seguridad de Naruto y también de su novio Uchiha.

--A…arri…ba.

Yahiko ladeó el rostro.

El sonido del arma al ser disparada ensordeció a Nagato durante unos instantes, el calor abrasó su garganta aunque el proyectil salió disparado contra el costado de su cabeza, impactando en el muro.

De todas formas fue demasiado tarde.

Alcanzó a mirar a Yahiko fruncir el ceño, contrariado por haber fallado, creyó oír también la voz de Konan y hasta la divisó sosteniendo el brazo de su amigo (no pudo pensar en cómo y cuándo había entrado)…Todo ello antes de que su corazón se quejara enviando hondas de dolor por todo el costado izquierdo.

Todo oxígeno huyó de su sistema mientras el dolor consumía sus fuerzas. Las piernas se le doblaron.

Pain retrocedió un par de pasos para evitar entrar en contacto con Nagato, soltándose de paso de Konan.

--Nagato…--susurró ella, asustada, mientras se inclinaba sobre el cuerpo acalambrado del pelirrojo.

Había entrado a la casa a sabiendas de dónde guardaba su amigo la llave de seguridad (enterrada en una maceta colgada en el porche), apenas pudo llegar a tiempo para colgarse de Yahiko y evitar…lo inevitable.

Al acercar las manos las descubrió tambaleantes. Los ojos desorbitados de Nagato parecían mirar a través de ella, rogando.

Pain se echó a andar escaleras arriba.

--¡Deidara está con Itachi!—gritó Konan, sujetando la mano helada de Nagato. Si acaso Pain alcanzaba la segunda planta, el sobrino de su amigo terminaría muerto.—Óbito los está buscando, Yahiko.

El interpelado se meció sobre sus talones una vez, acto seguido guardó el arma y se dio la vuelta rumbo a la salida sin mirar atrás ni una sola vez.

Nagato gimió lastimeramente, boqueando por la vida que se le escapaba; Konan lo miró fijamente, sus ojos claros se cerraron un momento y luego, dando tumbos, se levantó. Al ir tras Yahiko supo que al abandonar a Nagato acababa de cometer el peor acto de crueldad y desesperanza en toda su miserable existencia. No obstante, tampoco ella debía verse inmiscuida con algún escándalo policiaco.

De todas formas tampoco vio atrás.

--Lo siento, Nagato—musitó.  

 

Desde el suelo, jadeando, Nagato supo que su último pensamiento no estaría dedicado a Konan, su ángel y amor platónico, tampoco a su hermana ni a su sobrino, sino a Yahiko. Al hecho innegable de que su mejor amigo realmente quería matarlo.

Y lo había logrado.

**

El abuelo de Deidara era un hombre diminuto, su tamaño parecía haberse estancado a temprana edad mientras que la nariz siguió su propio ritmo. Era enorme…casi tanto como su calva brillante o la barba que le recordó a Itachi un duende. De esos que aparecían en los cuentos que le leía a Sasuke en sus acampadas en la sala de la casa.

Onoki, como se llamaba el anciano, los recibió, desde su silla de ruedas, en la sala de espera de una de las muchas líneas del tren de Londres. La imagen también fue cómica dado que el viejecito estaba en medio de los que parecían ser sus guardaespaldas.

Uno (el que realmente parecía un guarura) era enorme, rechoncho y poseía la misma desafortunada genética narigona de Onoki. Akatsuchi se llamaba… y era primo de Deidara.

La otra, una chica de mirada traviesa y sonrisa desfachatada (que además los recibió con increíble familiaridad), parecía ansiosa.

Ahora que los analizaba, Itachi se dio cuenta de que quizás el diferente ahí, en esa histriónica familia, era precisamente Deidara. Él, que no tenía ningún rasgo tosco (gracias al cielo), tampoco la mirada traviesa de su hermana (Kurotsuchi, supo que se llamaba), y mucho menos la apariencia recatada de su abuelo.

Deidara era el único que no encajaba en su propia familia, de modo que no era difícil imaginar que, conociendo su desapego caprichoso, no debió ser precisamente difícil apartarse de su familia.

Y sobre todo ¡era el único rubio!

Itachi separó los labios para presentarse, sin embargo, el anciano fue más rápido.

--Así que decidiste volver al fin, Deidara—fue lo primero que dijo mientras echaba una mirada desaprobatoria a Itachi.

El rubio enarcó una ceja, cruzó los brazos y alzó el mentón…igual que lo haría un adolescente al que se le está regañando.

--Tú fuiste quien insistió en verme, anciano—replicó con desdén.

El hombre iba a hablar cuando Kurotsuchi se acercó a ellos, poniéndose de puntillas hasta alcanzar a apoyar el codo sobre el hombro de Itachi.

--Y hermano…--sonrió—El arte siempre fue tu debilidad ¿no?

Los ojos azules del chico la miraron con desconfianza.

--¿Qué haces con Don Cuervo?—miró a Itachi, sonriendo divertida--¿Qué no los artistas saben de colores y eso?—prosiguió.

Deidara puso mala cara aunque se ahorró comentarle a su hermana que había pensado cientos de veces en mostrarle a Itachi la tabla de colores.

--Itachi estudia literatura—dijo en su lugar—Y los escritores conocen de blanco y negro de impresión.

El muchacho captó el chiste aunque no se rió: había libros a colores también.

--¡Oh!—Kurotsuchi ladeó el cuerpo sin despegar el codo de Itachi, analizó detenidamente al chico—Realmente guapo, bien hecho, hermano. ¿Tú qué piensas Akatsuchi?

Itachi parpadeó un par de veces aunque fue Deidara quien sufrió un cambio en su piel cuando los colores le subieron.

--¡Cierra la boca, Kurotsuchi!

--Yo no soy gay—Akatsuchi habló al mismo tiempo, su voz era grave aunque agradable.

Itachi se perdió en la discusión de aquellos tres, notando (aun con su visión tan débil) que Onoki estaba mirándolo fijamente. Ya no había desaprobación al menos.

--Mucho gusto—dijo el joven adelantándose un paso. Kurotsuchi se tambaleó aunque de inmediato consiguió recobrar el equilibrio y seguir burlándose de su hermano—Itachi Uchiha.

El anciano continuó su escrutinio unos instantes más, en silencio, hasta que con una inhalación lanzó una mirada a su nieto (quien refunfuñaba) y de vuelta a Itachi.

Acto seguido se aclaró la garganta con tanta fuerza que Kurotsuchi y Akatsuchi se quedaron callados, Deidara curveó hacia abajo las comisuras de sus labios.

--Vamos a casa—ordenó cruzando los diminutos brazos—Este muchacho necesita descansar.

Itachi separó suavemente los labios, ligeramente alarmado con la frase. Nadie replicó nada: mientras Kurotsuchi se encogía de hombros y los pasaba de largo, su primo empujó la silla de ruedas del anciano.

Era evidente que Onoki se había dado cuenta de que algo le ocurría. ¿Tan evidente era su enfermedad? Automáticamente se acordó de su cansado reflejo, de las ojeras pronunciadas y el color cetrino que estaba obteniendo su piel.

Deidara reparó en ese momento en el perfil exhausto de Itachi, en las sombras bajo sus ojos y la expresión taciturna que ahora mismo le removió el pecho como un millar de agujas. Irónicamente al mismo tiempo su corazón se agitó espantado.

--Uchiha…

--Vamos—lo interrumpió y se echó a andar. El rubio resopló contra su cabello antes de seguirlo.

**

 

La casa donde Deidara pasó su infancia y adolescencia era acogedora, le recordaba la suya del otro lado del mundo. Con sus padres y su pequeño hermano correteando por la sala, aullando que él jamás lo atraparía.

Itachi siempre lo dejó ganar.

Akatsuchi, luego de empujar a Onoki hasta el jardín, se refugió en el jardín. Kurotsuchi era la encargada de mostrarle dónde dormiría, no obstante se limitó a darle las indicaciones (de manera atropellada) y salió disparada afuera para unirse a la charla-discusión-reprimenda del abuelo y el rubio.

Itachi no quiso inmiscuirse en la plática que estaría teniendo Deidara con Onoki luego de tanto tiempo. Seguramente, conociendo al rubio, necesitarían de espacio y tiempo…mucho tiempo. De modo que, jugando con las llaves el Uchiha siguió las instrucciones de la chica y se instaló, a medias, en la única habitación disponible.

Debió pertenecer a Deidara cuando todavía vivía ahí. No había posters pegados, tampoco agujeros de chinchetas en la pared, por lo que supuso que nunca los hubo. Tampoco fotografías familiares ni alusión alguna a sus padres.

¿Sería huérfano? Nunca se lo había preguntado…

El olor a cítricos artificiales del limpiador le provocó sendas nauseas.

Itachi se sostuvo de la cabecera de la cama, apretando los dientes ante el mareo que le asaltó. Los ojos comenzaron a arderle detrás de las córneas pero se negó a tallárselos y abandonar su sostén. Su cuerpo entero ahora se sacudía contra el muro.

Sabía que en cuanto abriera los ojos todo se desdibujaría. El acceso de tos vino luego, el sabor metálico de la sangre inundó su garganta y él se obligó a tragársela como si pudiera indicarle a su cuerpo que el líquido vital debía permanecer en su cuerpo. Darle vida en lugar de arrebatársela.

Hincó los dedos contra la superficie de madera, y guiándose por su instinto se dejó caer sobre la cama, se llevó una mano a los labios para ahogar las convulsiones de su pecho.

Tras unos cuantos minutos de suplicio, el ardor fue menguando (mas no cediendo del todo), la cabeza dejó de punzarle y el mareo desapareció. Como lo previó: los bordes de su visibilidad estaban totalmente borrosos.

El regusto metálico en la comisura de sus labios volvió a darle nauseas aunque esta vez logró controlar mucho mejor las arcadas, apartó la mano (hasta ese momento tensa por completo) y la analizó detenidamente, asegurándose que no habría sangre en la palma.

Si bien su vista estaba afectada más que en un cincuenta por ciento (siendo condescendiente con el porcentaje), al menos lograba distinguir los colores. No había más que una finísima capa rojo transparente.

De pronto se abrió la puerta, Itachi dio un respingo (algo inusual en él) y pegó la mano a la camisa negra, limpiándola.

Deidara permaneció debajo del dintel de la puerta durante un instante, de fondo se escuchaba la voz enérgica de Onoki aunque parecía que la peor parte del regaño (por lo que fuera) había pasado. Quizás ahora quedaría tan solo el reencuentro familiar y luego, con suerte, el perdón. ¿Por qué? Itachi no lo sabía, sin embargo, repentinamente se sintió cambiar de lugares con el rubio, como si él también pudiese reencontrarse con sus padres y solicitar su perdón por tantas mentiras.

Por traicionar su confianza y morir en silencio.

Seguro eso lo hacía un pésimo hijo…o demasiado bueno. A saber.

Deidara abrió la boca para hablar, pero se detuvo ante la expresión sombría que surcaba las facciones de Itachi, como una especie de oscura nostalgia que parecía estar envolviéndolo con grandes alas de cuervo.

Se mordió el interior del labio mientras hacía un rápido análisis en la tristeza instalada en los ojos del bastardo Uchiha. Hasta ese instante Deidara comprendió por qué sentía tanta calma cuando los miraba fijamente, de dónde provenía la sensación de bienestar y la fascinante liga que tiraba de él hacia Itachi como la fuerza de gravedad.

No era arte en los ojos rojos de Itachi, ni siquiera su inusual color o los misterios soberbios que prometía. Sino la fuerza que inspiraba detrás de la soledad en la que estaba sumergido.

En su fortaleza para cargar con su mal, sus mentiras y ahora la situación entera que los rodeaba…él solo. Algo así como él mismo.

Los alfileres se encajaron más hondo en su pecho, exigiendo su atención, recordándole el asfixiante peso del miedo a perderlo. A verlo morir.

Impulsivo, como solía hacer, cerró de un portazo y se encaminó hasta el muchacho, quien alzó el rostro –otra vez impávido-. Deidara tuvo el gusto socarrón de ver una chispa de extrañeza en las pupilas de Itachi cuando se le subió al regazo.

Itachi echó atrás el torso por automático, reaccionando solo en el segundo en el cual Deidara clavaba los labios a los suyos. Por un momento quiso alejarlo para evitarle saborear los resquicios de sangre, empero el rubio se colgó de su cuello, enredando los dedos en los mechones negros.

La levísima presión detrás de su nuca desapareció cuando Deidara tiró de la liga que atrapaba su cabello; hubiese querido protestar pero tampoco quería hacerlo y al sufrir un espasmo debajo de los dientes del rubio contra su boca, sus manos se movieron casi por acto reflejo, como si no pudiese ser de otra manera. Aferró la cintura del chico, hincando las manos por debajo de la playera.

La piel de Deidara era cálida contra sus manos heladas.

El hormigueo bajó por su vientre, calentando cada milímetro de su sistema nervioso, y pese a que la respiración comenzó a errar, Itachi estuvo campante con reconocer los punzones de excitación que despertaban cada fibra en su cuerpo agonizante. Casi como si estuviese totalmente vivo.

Las manos del rubio sujetaron su playera, atrayéndolo con tanta fuerza que sus pechos chocaron e Itachi tuvo que rodear a Deidara  por completo para evitar que los dos fuesen a caerse. La manera en como lo sujetaba por el cuello de la remera era lo más parecido a una amenaza, como si fuese a golpearlo…

Empero, Itachi estaba más interesado en liberar la larga cascada rubia y presionar su entrepierna contra la de Deidara, fascinarse con la dureza atrapada debajo de los pantalones.

--A ti no te dejaré morir…--susurró contra sus labios antes de volver a morderlos con anhelo.

Hubiese querido preguntar, de verdad que sí…pero el rubio desvistiéndolo lograban que su concentración se dividiera. Logró desenredar los brazos de Deidara para sacarle la playera, su piel cremosa expedía hondas eléctricas contra sus dedos.

Itachi echó atrás el cuerpo llevándose consigo a Deidara; la cama apenas se quejó. La prisión de sus pantalones comenzaba a ser molesta, de modo que deslizó las manos hasta el botón que atrapaba la excitación del rubio para liberarlo.

Lo sintió estremecerse contra su cuerpo pero ni siquiera sus manos intrusas evitaron que siguiera besándolo, jadeando oxígeno apenas sus labios se separaban milésimas de segundo. A ese paso terminarían sofocados.

Enredó los dedos a la cascada blonda, deslizando los labios por su mentón para permitirse respirar. Oyó el sutil gemido de Deidara y percibió perfectamente la vibración de sus piernas a los costados de las suyas, el palpitar ansioso de su sexo restregándose contra el propio.

Bajó los labios por su cuello, propinando una mordida debajo de la base de la garganta. El impulso de adrenalina lo invadió de golpe, permitiéndole empujar al rubio para cambiar de posiciones, dejándolo contra la cama en medio de una desesperada enredadera de piernas.

El temperamento rebelde de Deidara apareció de nuevo cuando fue él mismo quien se sacó los pantalones, sacudiendo las piernas para quitarlo de en medio. Itachi sonrió por lo bajo, satisfecho (y feliz) de que la cercanía fuese prácticamente nula y fuera capaz de ver los enormes ojos azules del chico que amaba.

Si fuera ahora mismo lo último que viese no se iría del mundo con más protestas.

O quizás solo una…

Ya fuese la excitación del momento o simplemente su deseo ferviente por unirse a él, Deidara rodeó la cadera de Itachi con las piernas, aferrándose a sus hombros amoratados, tratando de ignorar las equimosis que salpicaban la piel pálida de Itachi.

Hubiese querido cerrar los ojos, ignorar las atroces pruebas de la enfermedad que devoraba a Itachi, sin embargo, la necesidad por contemplarse en sus ojos era más fuerte.

El Uchiha inhaló hondo para controlar el vértigo por si se presentaba, se sostuvo con un brazo y con la mano libre se condujo dentro. De a poco, con lentitud.

De todas formas, el espasmo que recorría su espalda, bifurcándose en su abdomen y subiendo hasta su corazón era suficiente aliciente para tomarse su tiempo. Deidara no iría a ningún lado de todas formas, al menos no sin él.

Estaba seguro.

**

 

Cuando Hidan le habló sobre el tipo, Sasori supuso que se trataba de algún fanático con complejo de acosador (algo así como el albino mismo), también se planteó encontrarse con una trastada que no le sirviese sino para perder el valioso tiempo.

Pero no. Ninguna de sus hipótesis resultó acertada.

Kakuzu era todo lo contrario a lo que imaginó, sobre todo porque no esperó que Hidan estuviese hablando de su jefe.

Lo había visto un par de ocasiones durante las esporádicas reuniones en el bar donde el albino trabaja, también las veces (mucho más escasas) en las que ha acudido a buscarlo. Nunca antes han cruzado ninguna palabra, empero.

Kakuzu es un tipo alto, quizás tanto como el propio Kisame, su piel morena parece más bien descuidada y el gesto amargado compite con el suyo. O tal vez esa impresión es producto de sus ojos verdes rodeados por una capa casi invisible, verdosa, que le da un aspecto enfermo y desagradable.

Y pese a que Sasori nunca ha sido muy imaginativo en todo lo que no refiera a crear arte, ha pensado en un zombi apenas estuvo de frente con el gerente del dichoso bar.

--Y eso es lo que queremos, Kakuzu—Hidan remarca el final de su discurso con un asentimiento de cabeza desfachatado, como dando por sentado que obtendrá algo del sujeto sentado del otro lado del escritorio. Puntualizando, desde luego, que desde que los recibió (de mala gana) en la pequeña oficina, no ha despegado la mirada de la calculadora o de sus anotaciones sobre sus libros contables.

Sasori ha explotado hasta el último gramo de paciencia que hasta él es capaz de tener…pero se le terminó apenas el albino soltó la verborrea que cuenta la historia que los llevó ahí en primer lugar.

El taheño quiere irse, golpear a Hidan de paso y mandar al demonio a Kakuzu.

Sin saber por qué, de pronto ha pensado en su abuela.

--Si ya terminaste de fastidiarme lárgate, Hidan—dice Kakuzu sin la menor intención de prestarles atención—Ya es lo suficientemente insoportable tenerte aquí los demás días como para oírte hoy también.

Sasori entorna la mirada y se dispone a ponerse de pie, va cerrando el puño en el camino… Hidan lo detiene por el hombro, tira de él para regresarlo a la silla.

--Por supuesto, Kakuzu—sonríe ampliamente—Casi olvido que eres un maldito avaricioso de mierda—la burla chispea en sus ojos violeta mientras se acomoda contra el espaldar--¿Cuánto quieres?

Kakuzu parece interesado por primera vez, enarca una ceja pero todavía no levanta la mirada; Sasori chasquea la lengua con hartazgo. Está en su límite.

--Oye, oye, te estoy hablando, Kakuzu—se queja Hidan, frunciendo suavemente el entrecejo.

--Lárgate.

--¡Solo dinos lo que sabes, hombre!—se queja el albino, mostrando el dedo medio de la mano izquierda.

Kakuzu está a punto de abrir la boca para echarlos de nuevo, cuando Sasori se pone de pie abruptamente, rebusca en el bolsillo de su chaqueta hasta encontrar uno de los desarmadores pequeños que se van quedando rezagados siempre que está tallando la madera y no encuentra donde depositarlo mientras no lo utiliza.

El tipo deja de hacer cuentas al fin, frunce el ceño (pese a que no parece intimidado por el muchachito al que bien puede doblarle la estatura).

Hidan parpadea un par de ocasiones, sopesando si acaso el taheño intentará enterrarle la herramienta en la garganta a su avaricioso jefe, no obstante, Sasori planta la punta en la desgastada madera y talla con fuerza hasta que esta cede.

Cuando ha terminado de escribir la cantidad, esforzándose porque el trío de ceros sean perfectamente visibles, levanta la mirada.

--Y el idiota a mi lado trabajará sin paga un año entero—sus ojos pardos no dudan ni un instante pese a que está apostando prácticamente lo que resta del fideicomiso que sus padres le han dejado.

Su fastidiosa abuela pegaría el grito en el cielo…o quizás no, considerando que un psicópata se atrevió a amenazarla abiertamente.

Hidan recupera el gesto socarrón, luego, cuando su mente termina de procesar la información recibida, decide protestar.

--¡Oye, marioneta hija de puta!

--¿Qué esperas? No tengo mucha paciencia—sobrepone su voz a la de Hidan, quien no para de replicar.

--¿Qué gano a cambio?—por primera vez en todo el rato Kakuzu se muestra interesado. El pelirrojo ha logrado notar el nauseabundo brillo de la codicia en sus ojos.

--¡¿Quieres más, mezquino de mierda?!—el albino replica ahora en dirección a su jefe.

--¿Lo vale?—inquiere el joven, escupiendo cada palabra con desdén y aprovechando para apretar su mano contra la incasable boca de Hidan.

Kakuzu sonríe de lado, previniendo hacia dónde se dirige la conversación.

--Pagar por información de Pain es comprar tu boleto a la tumba, mocoso.

--No me interesa—replica—Un tipo que trabaja con él, sí.

--Hay muchos locos que se ponen sobrenombres ridículos—el sujeto desliza el largo dedo moreno por el borde rugoso de su escritorio.

--Este no es un loco, sino un retrasado mental con máscara.

Kakuzu detiene los dedos justo cuando llega al segundo cero, su sonrisa ladina no ha desaparecido.

--Óbito—murmura el hombre, trazando otro cero al final de la cantidad fijada.

Sasori frunce los labios, no podrá contenerse por mucho tiempo porque su temperamento es inquieto de por sí. No obstante, está plenamente consciente que si claudica ahora, no podrá sacarse la espina falta que se clavará en su cabeza, le recordará constantemente a su atolondrado mejor amigo en serios problemas…y a su abuela.

¡Odia sentirse débil frente a las sensaciones humanas!

¡Odia ser humano!

Resopla apartando la mano de la cara del albino y asiente.

Kakuzu se acomoda contra el espaldar de la silla, ensancha la sonrisa y presta macabra atención a las reacciones de ese par de mocosos cuando prosigue.

--Óbito Uchiha. Está muerto.

Sasori entornó la mirada, enterado de que de todas formas tendrían que arreglárselas para interpretar lo que el tipejo estaba diciéndoles.

--Nadie sobrevive a ningún incidente del ejército—agregó—Pueden encontrar su tumba, está pudriéndose tres metros bajo tierra al lado de su compañero de barraca, un tal Kakashi Hatake.

**

 

El pecho le escoce hasta convertirse en náuseas, irónicamente el vacío en su estómago sigue creciendo, como si carcomiera todo a su paso.

Tampoco puede respirar.

Nagato se repite en su mente una y otra vez, sus ojos temerosos que la miraron fijamente mientras la vida se le escapaba. La pregunta vibrando en sus irises, la duda grabada en el rostro de un hombre que está muriendo y cuestionándole a ella por qué le ha abandonado.

Konan se remueve en su lugar, encogiendo los hombros sobre sí misma, deseando ser una chiquilla para pegar las rodillas al pecho sobre la silla, hacerse un ovillo y consolarse al cerrar los ojos. Sin embargo, ni la oscuridad misma es capaz de llevarse todo el daño que han causado.

Las víctimas que la obsesión de Yahiko ha cobrado. Ella incluida. Ahora Nagato.

Su mejor amigo y el hombre que siempre la amó.

Aquél que se conformó con las migajas de un cariño solidario, su pañuelo de lágrimas y la representación misma de entrega. Nagato era su pilar, lo único que la mantenía en pie.

Su esperanza.

Una nueva idea se anidó en ella ante aquél último pensamiento. ¿Y si no había sido la obsesión de Yahiko la que provocó el destrozo de tantas vidas? ¿Qué pasaba si la culpa era suya?

¿Qué si su amor por Yahiko la empujaron a ayudarlo en todo momento?

Apartó las manos húmedas del rostro, ahogando sus propios sollozos para poder escuchar la sepulcral voz del asesino al que entregó su existencia entera…a cambio de nada.

--Deshazte de él—gruñía mientras iba y venía por la habitación. Hasta donde se enteró, Óbito creía que Deidara había escapado con su familia, como un acto meramente desesperado. Y estúpido.

--¿Dónde están?

Konan sintió las palabras de Pain retumbar en su mente como un eco maldito; apretó los dientes imaginando que el siguiente en morir iba a ser el chico Uchiha. Tan solo por el amor podrido de una persona enferma.

Nunca antes había sido impulsiva sino hasta hacía poco, de hecho, la máscara cuidadosamente fabricada se resquebrajó trozo a trozo desde que culpó a Nagato por haberse puesto en contacto con ellos y enseñarle a Pain el camino hacia él.

Y Deidara.

Konan se puso de pie, arrebatándole el celular a Pain y arrojándolo lejos. La voz de Óbito se convirtió en un zumbido insignificante.

--¡Hashirama Senju debe estar movilizando a toda la policía ahora mismo! ¡Madara no tardará en ser arrestado y tú…!—no pudo continuar aunque quiso culparlo por seguir pensando en el rubio inclusive luego de la atrocidad que acababa de cometer.

Pain la ignoró, prestando su fría atención en el móvil al pie de uno de los múltiples muebles de la habitación.

--¡Si Madara cae, también nosotros!

--No me iré sin Deidara.

--¡Mataste a tu mejor amigo por ese niño idiota!—cerró los puños entorno a la playera y deseó que su fuerza fuera suficiente para siquiera moverlo un ápice--¡Nagato era el único que creía en ti todavía!

--Él me traicionó primero—su mirada gris se ha endurecido entre sombras de peligro, Konan las reconoce pero no pretende asustarse.

--¡Asesinaste a la única persona que cree que vales lo suficiente!

Las garras de Pain encierran sus delgadas muñecas, ejerciendo tanta presión que la obliga a soltarlo. Todo pasa en un segundo, Konan apenas logra comprender el dolor que recorre sus brazos, cuando se convierte en una hoja de papel al aire.

Su cuerpo se estrella contra la mesa ratona, los vidrios explotan y se desperdigan por la inmaculada alfombra.

Konan apoya las palmas sobre las esquirlas, irguiéndose de a poco. Algo caliente, salado, resbala por sus labios. Reconoce la mezcla de la sangre con lágrimas y nada le parece más adecuado en ese momento.

--Deidara tenía razón—no sabe si es un momento de furia que aún bulle, el capricho, sus heridas de amor o si se trata de una revelación a su propia ignorancia ciega; de todas formas siente las palabras fluir por sus labios como un veneno que la matará también a ella—También debí dejarte morir.

Los cristales crujen debajo de los zapatos de Pain cuando se acerca. Konan sabe que ha tocado un punto de cuidado en él, que no le gusta acordarse de que el centro de su siniestra obsesión decidió darlo por muerto y lo abandonó a la oscuridad en una cama de hospital.

Es más, firmó la autorización para que algún doctor jugara a ser Dios con él…

Pero Yahiko no hace nada. Pasa de largo a la mujer que de pronto le ha semejado un guiñapo débil y usado.

Muy por debajo de la belleza natural de Deidara. Su Deidara.

Cuando la puerta se cierra con estruendo, Konan (apretando los dientes para no quejarse), estira una de sus manos heridas, ignorando la ironía de los cortes en sus palmas, y coge el móvil.

Debe pensar con detenimiento a qué Uchiha llamar primero.

**

 

--¿Estás seguro?

Hashirama suspira pesadamente, preguntándose por qué, siendo él el mayor, su autoridad es tan cuestionada por su incrédulo hermano.

--El departamento de informática todavía no tiene un dictamen final y el papeleo para el banco no está termina…

--La orden estará lista en un par de horas—gruñe Tobirama, apretando los brazos contra el pecho y mirando fijamente a su hermano, quien todavía parece despreocupado del otro lado de su escritorio.

Y eso que ninguno ha dormido todavía.

--Necesitas recopilar la investigación de Kagami también, comprobar que la cuenta de banco pertenece a un testaferro de Madara—dado que el detective frente a él mantiene el gesto severo, decide apelar al asunto como algo meramente neutral--Como fiscal te digo que todavía no tienes un caso armado—sonríe nerviosamente, sintiéndose como un chiquillo que intenta hacer entender a Tobirama que está bien invitar amigos a su casa cuando su padre no está.

--¡Mierda, Hashirama!—el detective explota al fin—Lo que tú quieres es tiempo para que ese bastardo se explique a sí mismo.

--Tobirama…--suspira.

--¡Le hemos dado el beneficio de la duda durante años!—frunce los labios con desprecio—No moviste un dedo cuando intentó vengar a su hermano—ataca.

--No creo que te convenga hablar de Izuna ahora—su tono ha tomado el tinte duro que pocas, muy pocas, veces llega a utilizar.

Tobirama suelta otra maldición.

--Alguien tenía que deshacerse de esa escoria—replica duramente, preguntándose por qué su hermano, siendo un hombre tan poderoso, sigue siendo blando. ¿A quién le importa la muerte de un criminal con el apellido Uchiha?

--Estaba en prisión—concilia el fiscal.

--Donde pondré a Madara Uchiha, con o sin tu ayuda—remata dándose media vuelta para salir de la oficina del fiscal de distrito.

Hashirama ensombrece el gesto, angustiado sinceramente.

--Déjame hablar con él—dice como último recurso, a sabiendas que su hermano es hombre de palabra—Se lo debo—agrega, esperando vanamente que Tobirama lo comprenda.

Lo duda. A veces inclusive su hermano le parece hecho de hielo no solo por el color de su cabello o el tinte transparente de su piel.

--No le debes nada a ese hijo de puta—replica, pensando en las vísceras de Izuna Uchiha adornando las baldosas de su celda—Te sientes culpable solo porque murió un reo que lo merecía.

--Fue asesinado.

Tobirama frunce los labios, renuente.

--Solo una charla, hermano—continúa Hashirama—Madara es… un viejo amigo—suspira con pesadez.

El interpelado suelta el aire de golpe, quisiera seguir discutiendo con Hashirama pero conoce a su hermano lo suficiente como para comprender que no logrará nada. No lo hará entrar en razón. Siempre es así cuando se trata de algún Uchiha, especialmente de Madara.

Por fin, tras pensarlo un par de segundos vuelve a cruzarse de brazos.

--El juez firmará las órdenes en dos horas—puntualiza. Antes de salir de la oficina repara en algo todavía más significativo porque incluye a otro miembro de ese cáncer con apellido rimbombante…O quizás a dos, si acaso su consciencia le permite dormir tranquilo más tarde.

--Tengo los resultados de la compañía telefónica.

El fiscal deshace el vestigio de sonrisa y espera.

--Según la compañía telefónica, el móvil de Shisui Uchiha, donde quiera que esté, transmitió a otro durante su muerte—la amargura tiñe sus palabras porque Tobirama Senju acaba de revivir un deja vú, casi se siente en la misma escena cuando enteró a sus superiores que Kagami había muerto.

--Por supuesto—musita el detective, con ironía—Ningún Uchiha muere nunca porque sí.

Eso, hasta él, tenía que admitirlo.

Notas finales:

Gracias por leer!!

Me siento rara actualizando en lunes :S!!!

rr????

Bshosss

tronadhozzzzzzzz

y

sensualezzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz


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