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Hasta el final por HakudiNN

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Notas del capitulo:

Familia cibernética!!! Ando de vuelta por estos lares, después de años de forzada desaparición!!!

La vida de adulto me come viva :(...pero me doy mis momentos como ahora para continuar con mi pasión que es escribir.

Este es un capítulo algo largo que revela ya el punto casi final del fic!

Espero les guste!

No estaba. Deidara no estaba.

Había tardado años en encontrarlo, y ahora parecía más lejano que nunca.

El inútil perro faldero de Madara tampoco había cumplido con su parte del trato y a esas alturas Pain comprendía que era mejor hacer el trabajo él mismo.

Si era Óbito quien asesinaba al tal Itachi o era él mismo, le daba igual; su única meta era obtener a Deidara de vuelta.

Costase lo que costase.  Y si Nagato había sido el primer precio… ¿qué más podía perder?

Con un gruñido de impotencia, Pain detuvo sus vueltas dentro de la habitación, clavó con fuerza el cuchillo sobre la mesa.

--Volviste a casa con tu abuelo, artista—susurró, con parsimonia deslizó la palma por el filo y miró casi con fascinación como la sangre brotaba y llenaba el frío metal.

Ambas palmas atravesadas por el dolor que los unía.

 

**

Una parte de su subconsciente le indicaba que estaba atrapado en un sueño, donde solía obtener más respuestas que luego de largas horas de meditación. También sabía que estaba sentado en medio de sus recuerdos, no obstante, la madera de la banca era tan sólida como la realidad.

Tanto como el color verde intenso del pasto que lo rodeaba e inclusive el horizonte silencioso que parecía irse tragando el paso de los minutos. U horas.

Inclusive la incomodidad de sus manos era palpable como si acabase de sufrir el accidente, otro de los motivos para pensar que su mente estaba jugando con él; yendo y viniendo de la fantasía a la verdad. Arrastrando sus memorias consigo.

Deidara bajó los ojos a las pesadas vendas que le hacían el trabajo más difícil a la hora de…todo. Sus dedos seguían atormentados debajo de una esfera de vendajes que debía cambiar en algún momento.

Una brecha de reconocimiento, parecido a la de un halo de luz, se abrió paso por el escenario; Deidara supo que su sueño era tan solo un reflejo de él mismo sentado en el parque donde conoció a Pain, justo como lo hizo luego del alta del hospital.

Curiosamente no sentía la incomodidad del collarín ortopédico o la presión de las vendas en su pecho, evitando que la herida se abriera.

Tampoco le dolían los golpes en el rostro aunque imaginó que debía lucir más tonos morados que su natural tono de piel.

Debía ser el Deidara que sobrevivió a Pain. El mismo que acudió a ese estúpido lugar mientras decidía que hacer, si aceptar la propuesta de Nagato e irse de Londres o permanecer con su familia.

Podía huir de sus pecados, del punzón de contradicción que lo agobiaba luego de que la policía abandonara su habitación y le anunciaran, no sin recelo, que no había cargos en su contra. Que había asesinado a muchas personas y no habría castigo alguno.

Que dejó a su muerte a Yahiko…y todo estaría bien.

Deidara se acordó de la sensación de soledad que lo abrumó entonces, aguijoneándole el pecho con más fuerza que las esquirlas o la carrocería destrozada del auto. Una mil veces maldita certeza de estar completamente perdido, a la deriva.

Entonces, como si su mente fabricara desde sus recuerdos una mezcla de añoro con presente, se atrevió a invocar en su fantasía algo más. Alguien más.

Itachi lo miraba de pie en medio de la alfombra verde, sus ojos carmines, adornados por el trio de aspas, brillaban con su propio fulgor; atentos a él.

Solamente en él.

El calor coloreó el mundo y ni siquiera sus memorias fueron capaces de destruirlo todo otra vez.

 

Deidara abrió los ojos, preguntándose si efectivamente estaba en aquél parque donde hace tres años se replanteó el destino de su vida. Pronto se dio cuenta que seguía en su antigua habitación en la casa de su abuelo.

La delicada brisa que se colaba a través de la ventana era lo que lo despertó en primer lugar.

Ni siquiera se acordaba haberse dormido.

Por instinto se removió, a gusto con el aroma a vainilla que invadía el cuarto entero.

La punzada de dolor le recorrió la cadera y se esparció por sus piernas, hizo una mueca y decidió quedarse donde estaba: recostado sobre el pecho del bastardo Uchiha, respirando su peculiar aroma y sintiendo la suavidad de su piel desnuda, moteada de cardenales morados.

Tenía un moretón especialmente llamativo cerca del pecho. Si mal no recordaba, y porque se había fijado en el cuerpo entero de Itachi, el muchacho estaba plagado de equimosis en piernas y espalda.

--¿Te duele?—preguntó.

Itachi sintió los dedos de Deidara deslizarse por uno de sus cardenales y comprendió al vuelo.

--No. Simplemente aparecen—respondió, acto seguido acercó su brazo libre a la mano que reposaba sobre el rubio y presionó suavemente los dedos. Al retirarlos había ganado otro moretón.

Deidara sintió una especie de retortijón en el pecho, se incorporó de golpe, olvidándose de la incomodidad física reciente. Itachi, por su parte, intentó seguirle con la mirada, el manchón en el que se convirtió Deidara logró marearlo.

Cerró los ojos por automático, viendo venir el dolor de cabeza y el ardor que pronto explotó detrás de los ojos.

Fue mala idea mostrarle que no sufría físicamente…no con los moretones al menos.

Tras unos cuantos minutos, el tacto del rubio volvió sobre su cuerpo, suficiente incentivo para atreverse a separar los párpados, le ardían y todavía no lograba enfocar la imagen aunque estaba totalmente seguro que Deidara estaba acariciándole el pecho. Seguramente analizando cada magulladura que le entintaba el torso.

--¿Te molestan?—inquirió con suavidad.

--Estoy tratando de memorizarlos, uhn—se oía bastante concentrando.

--¿Por qué?—se talló un ojo mientras esperaba la respuesta.

--Para saber cuándo aparezca uno nuevo—ahora el tono fue burlón, como si fuese lo más obvio.

Itachi permaneció callado un rato, sopesando si Deidara se habría asustado y luego encontró una forma rápida de encubrirlo. Se mordió el interior del labio, indeciso.

--Salí de remisión cuando Shisui murió—soltó por fin. No habría querido revelar algo como eso, que ni siquiera su hermano sabía al cien por cien, pero si ya estaban subidos en ese tren que patinaba por vías peligrosas, bien podía darse el lujo de ser honesto. Los secretos, como había aprendido hacia poco, no eran más que piezas de máscaras que los humanos se colocan para ocultar sus miedos.

Cargar con todo sobre los hombros no era prueba de fortaleza…sino de soledad auto impuesta.

--¿Se supone que sepa que significa, uhn?—Deidara gruñó. Sus irises azules por fin dejaron de ser siluetas desdibujadas e Itachi quedó conforme con el dolor de cabeza mientras pudiera ver todavía sus ojos.

En ese momento Itachi dudó de su plan, ¿cómo decirle que a partir de ese punto se pondría peor?

--Soy honesto—dijo en su lugar—Sabes quién soy pero no he tomado el tiempo para averiguar quién eres tú—tan solo se enamoró y ya--¿Eres huérfano?

--No sé quién es mi padre. Mi madre se fue con el padre de Kurotsuchi.

Medios hermanos, entonces.

La forma distraída de responder llamó la atención de Itachi, como si aquello hace tiempo le hubiese dejado de importar al rubio. En parte tenía razón, Deidara nunca se consideró del tipo de persona que extraña lo que nunca ha tenido; no obstante, lo que había calado su alma no fue la pregunta en sí. Sino el comentario que le precedió.

El bastardo Uchiha tenía un punto: no sabía quién era. Podría atreverse a pensar que comprendía que la explosión del museo había sido sino un accidente, un asesinato que él no planeó. Tal vez ni siquiera lo culpara.

Pero… ¿qué pasaba con Pain? A él si le había matado.

--Me dirás que significa la reminosequé y yo te contaré algo, uhn ¿estamos?

Itachi guardó silencio tanto porque prefería obedecer la vacilante orden como por el interés que despertó escuchar a Deidara.

**

 

A juzgar por el estado de la lápida hacía mucho alguien la visitaba. Probablemente nadie, ni siquiera el cuidador del cementerio se había tomado la molestia de retirar la mala hierba que crecía como un gigantesco arbusto seco que engullía la desgastada losa de piedra.

Tampoco se apreciaba muy bien el nombre de quien descansaba debajo, la superficie rugosa estaba carcomida por la erosión y cubierta por una delicada capa de moho.

Sasori creyó que era desagradable; por eso había sido Hidan quien se agachó para apartar con despreocupación los largos tallos café verduzcos que obstaculizaban la vista.

--Hatake, Kakashi—leyó el albino mientras ladeaba la cabeza a un lado. Sasori puso mala cara porque su novio (fingiría a sí mismo que no pensó eso) solamente estaba pretendiendo que las letras grabadas eran entendibles…y además porque creyó que eso hizo ver al albino como un pastor alemán curioso. Alguna vez quiso una mascota cuando niño…

Inspiró hondo antes de soltar una maldición y apartar de un empujón a Hidan, quien al caer sobre la yerba, alzó la cara.

--¡Mierda, muñeca!—se quejó aunque rápidamente se deslizó por sus labios una amplia sonrisa ladina--¿Estás tan excitado como yo?—incorporó el torso—Nunca lo he hecho en un cementerio, seguro lord Jashin estará conten…

--Cállate—ordenó mientras deslizaba la punta del dedo sobre el grabado. Tras asegurarse que estaban en el sitio correcto, se enfocó en la tumba consiguiente y se acercó a ella.

Estaba en el mismo estado de desgaste.

Obito Uchiha.

Kakuzu había dicho que se trataba de otro miembro de esa inusual (siendo elegante con el término) familia. No cualquiera, sino uno que había muerto hacía varios años, exactamente en una especie de ejercicio militar que se salió de control.

Según lo que habían investigado en sitios de noticias de internet, el asunto había comenzado con un ejercicio hecho pasar por novatada a los soldados rasos, no obstante, las cosas comenzaron a tornarse difíciles cuando un pequeño grupo tardó en volver de la misión encomendada. Lo siguiente que se supo fue que un hangar se incendió. Dos oficiales murieron esa noche.

La mano de Hidan aferró de pronto el cuello de su chaqueta, haciéndole perder el equilibrio, las rodillas de Sasori impactaron contra el pasto seco y al instante chasqueó la lengua. En medio del forcejeo para salir de encima de Hidan, el codo del taheño chocó contra una tercera lápida, apartando sin querer la maleza seca. De inmediato captó su atención; empujando al albino con más fuerza, revolviéndose sobre la hedionda tierra, Sasori acertar: el diseño era exactamente el mismo al de las otras dos. Demasiada coincidencia, se dijo.

El resto de las losas eran distintas entre sí.

--Rin Hatake—musitó. La superficie donde debían estar las fechas de nacimiento y defunción estaba prácticamente lisa, haciendo imposible leerlas.

Mientras los brazos de Hidan envolvían su cintura para atraerlo de vuelta, Sasori planeó su siguiente parada: cualquier sitio con un directorio actualizado.

**

 

El chico rubio, Naruto, sobrino de Nagato, no se había movido de la misma posición: cabeza gacha y manos colgando sin fuerza entre sus rodillas. Su novio, el pálido con expresión de pocos amigos, había hecho los arreglos con los paramédicos y la ambulancia.

Konan, desde la distancia, se sentía mejor, de alguna estúpida manera, si era un vehículo del hospital a una carroza la que transportara el cuerpo de Nagato. Aunque sabía que tras la necropsia, su amigo estaría desnudo sobre una fría plancha de metal, vacío por dentro y cocido como un gran saco de nada. Muerto.

Luego, como lo encerrarían dentro de un ataúd y enterrarían debajo de media tonelada de tierra. No quedaría de él nada más que recuerdos y la traición gracias a la que dio su último respiro.

Se talló los brazos en un abrazo lastimero, tratando de reconfortarse a sí misma luego de todos sus fracasos, recapitulando segundo a segundo cuándo su vida, tan prometedora, se convirtió en un cubo de basura digno de desprecio y olvido. ¿Quién iba a recordarla? ¿Quién más iba a procurar su bienestar como Nagato lo hacía? ¿Quién más la hubiese amado como él?

Konan se limpió las lágrimas, su interés en enterarse si acaso el maquillaje se le habría corrido y si ahora no era sino el despojos del ángel que siempre idealizó su querido Nagato.

Mordiéndose los labios, temblando de pies a cabeza y con la convicción de que solamente había una persona culpable, quien arruinó su vida entera, cogió el móvil. Durante la llamada no perdería de vista al cabizbajo rubio, sus labios fruncidos con dolorosa negación ni sus manos vibrantes. Tampoco el camino húmedo sobre sus mejillas.

La fuerza para destrozar sus ideales, cada meta y la última parte de su corazón, surgiría de la desolación ajena. Un buen final para un camino torcido.

Cuando atendieron su llamada del otro lado de la línea, se apresuró a hablar, procurando que su voz no se notara desesperada.

--Tu hijo…estará en uno de los moteles de paso rumbo a Liverpool ¿Por qué no le preguntas dónde está Pain?

--Te das cuenta que podría mandar por ti ¿verdad?—la pregunta, cargada de burlona ironía, logró darle a Konan la satisfacción prematura que esperaba.

--Pregúntaselo—agregó, con una sonrisa temblorosa. Mirando los hombros caídos del sobrino de Nagato—Pregúntale dónde ha estado Pain durante tres años enteros.

Por primera vez desde que lo conocía, Madara se quedó callado.

--Y luego…pregúntale dónde está tu dinero.

Antes de que el gánster pudiera responder, Konan colgó la comunicación. Si algo tienen los Uchiha en común, es un orgullo endemoniado y la venganza en la sangre.

También la traición.

**

 

De lo primero que fue consciente al despertar, fue del potente dolor que parecía palpitar por todo su cuerpo como una especie de corriente eléctrica. De lo segundo, el penetrante aroma a alcohol que quemó sus fosas nasales (aún con todo el tubo que tenía incrustado dentro, aunque eso lo supo después).

Y por último, notó que estaba vivo.

La realidad lo golpeó con tanta fuerza que pudo haber revivido el choque y volcarse de nuevo, su cuerpo entero se agitó y otro tipo de dolor se abrió paso por su conciencia. Él, el artista asesino estaba vivo.

Entonces, por primera vez en mucho tiempo, más del que recordaba, sus lágrimas quemaron sus mejillas, robándole el poco aire con el que contaba hasta ese momento.

Las sensaciones eran un remolino confuso, no sabía si debía agradecer por seguir con vida o lamentar haberse convertido en un monstruo que disfrutaba con el dolor ajeno en pro de un ideal de belleza que podría convertirse en su maldición.

O tal vez ya lo era.

Deidara intentó detener el llanto, sintiéndose impotente y estúpido, creyendo que sus lágrimas salían a borbotones solamente porque las había retenido durante toda una vida, debajo de una cuidadosa capa de fanfarronería.

De aquél retorno “a la vida”, lo último que recuerda es haber tratado de arrancarse la mascarilla de oxígeno (pero ahora no sabría por qué lo hizo), pero sus manos estaban envueltas por completo, no reconocía la forma de sus dedos-ni los sentía-pero debajo de ese montículo de vendas, la herida tiró, pudo sentir cómo las costuras halaron su piel. Y sangró.

Su último pensamiento fue dedicado a Yahiko, luego todo fue oscuro.

 

Los ojos azules de Deidara se perdieron en un infinito oscuro, mirando hacia sus recuerdos pese a que seguía de frente a él. Itachi lo sabía, podía sentirlo, palpar la nostalgia que desprendían los orbes del muchacho.

Había unidos sus manos inconscientemente, acariciando con el pulgas las feas cicatrices, como si ellas fueran el camino de vuelta a su pasado. Al origen de su vida cómo la conocía.

Itachi se mordió el interior de la mejilla, controlando perfectamente el impulso por acercarse a Deidara para rodearlo entre sus brazos; sin embargo, habían llegado a un arreglo firme para no interrumpirse mutuamente (algo que le costaría mucho más al rubio), inclusive Deidara había escapado de su pecho y gateado hasta el otro extremo de la cama, cruzó los tobillos debajo de la sábana (seguían desnudos) y se enfurruñó.

Ahora, en cambio, sus ojos desenfocados habían perdido toda chispa. Itachi odió cada segundo aunque calló mientras Deidara, tras una larga pausa, continuaba con su relato.

--Permanecí en cama durante tres semanas. Onoki me visitó el primer día. Supongo que no soportaba la vergüenza de que su nieto fuese un asesino pirómano.

 

Retirar el catéter se convirtió en una especie de hobbie, hasta que logró hacerlo sin mucha sangre de por medio; generalmente lo hacía para sentirse libre de cualquier atadura, sin embargo, esa tarde se sentía especialmente abrumado. La culpa la tenían aquellos malditos detectives que se plantaron por enésima vez frente a su camilla para atacarlo con preguntas.

--Tranquilo, chico—había dicho uno de ellos, Asuma según recordaba—Los cargos van a ser retirados: el gobierno tiene mucho que pagar ahora por los desperfectos de una conexión eléctrica inestable—la forma en que lo dijo dejó en claro que creía nada de la versión de Deidara.

“No me acuerdo”, “no estaba huyendo, iba rumbo al hospital, luego nos volcamos”.

Nos…En ese auto iban dos personas…

--Nos consuela saber que a tu ángel guardián no le alcanza el dinero o los favores para pagarte nuevas manos—remató, dándose vuelta para llevarse consigo la última firma para cerrar el caso de la explosión.

Deidara escondió sus manos repletas de vendas debajo de las mantas; no obstante, no tuvo ningún comentario mordaz para refutar aquello. Su cabeza seguía atrapada en el shock de saberse a medio paso de la muerte, al hecho de haber destruido su vida…y a maravillarse con la explosión como si fuese una verdadera obra de arte.

¡Pero estaban todos esos gritos y el hedor!

Lo que él calificó como un golpe de suerte en ese momento, no tuvo ningún impacto más allá de saberse en libertad. Vivo…y jodido.

Los reporteros se habían marchado también, más interesados en revolotear sobre los detectives, carroñando las últimas declaraciones del asunto, olvidándose del chico que casi, casi, pierde la vida…junto a otras tantas personas (el número exacto le provocaba nauseas).

Cuando la diminuta herida del catéter coaguló lo suficiente, Deidara hizo un esfuerzo sobrehumano para bajarse de la cama por primera vez en semanas, las piernas le temblaron y sintió cómo si cada hueso de su cuerpo se reacomodada con un sonoro y doloroso crujido. El pecho, todavía inflamado, tiró en los bordes de las suturas pero ya no sangró. Curioso.

Arrastrando los pies, sosteniéndose con los muñones de vendas, Deidara salió de su habitación y anduvo por el corredor. Las palabras del otro detective, Hayate, cimbraban dentro de su mente como una pelota cubierta de púas.

--A lo mejor la oscuridad perpetua es mejor que una prisión.

Estaba claro que no se refería a él, entonces debía estar hablando de Yahiko. Indudablemente.

¿Estaba vivo?

Deidara necesitaba saberlo con urgencia…aunque todavía no entendía qué era lo que sentía al respecto.

Lo estaba. Yahiko todavía respiraba cuando lo halló postrado en una cama como la suya, rodeado de un aura blanca de pureza como si el hospital albergara ángeles y no psicópatas. Asesinos y pirómanos. Enfermos por el arte.

Cuando lo vio, su corazón se retorció con dolor, despertando una profunda confusión por reconocer si acaso todo no habría sido solamente una pesadilla, una vívida que se queda en la mente durante días y luego es borrada por la sutil realidad. Sus heridas punzaron como un recordatorio.

Deidara estaba apenas vivo por un milagro y Yahiko estaba dormido, respirando, pero conectado a algún aparato que parecía ayudarlo. Ahí, cubierto por la manta blanca y con los ojos cerrados, Pain no lucía sino como una fea idealización de algo que él no era.

Lucía inofensivo…

Deidara sintió lástima entonces, no tanta para opacar su furia pero sí la suficiente como para despertar odio puro. Aquél sujeto, postrado e indefenso en la camilla de hospital, luchando también por su existencia había arruinado su vida entera.

Lo arrebató de ella como si nada importase salvo su retorcida mente.

Hubiese querido exigir la respuesta a todas sus preguntas y reproches, pero inclusive él reconocía que era inútil.

Yahiko estaba en coma.

La enfermera que entró para auxiliarlo se fue de la lengua, leyéndole un fragmento del parte médico, informándole a Deidara el estado crítico del paciente.

--No tiene a nadie uhn—dijo el rubio cuando la mujer terminó de hablar—es huérfano, no tiene familia.

--En ese caso, un jurado podría…

--Excepto yo—interrumpió, olvidando a propósito a Nagato y a Konan. Seguramente ninguno de los dos sabía, a ciencia cierta, dónde estaban, ya que los periodistas no dieron cobertura entera del incidente sino para fotografiar los cadáveres calcinados.

--¿Tú podrías autorizar…?

--Estábamos en el mismo auto uhn—replicó—Era mi prometido—mintió, tratando de excusarse en el anillo azul que debió perder en el accidente.

--Tu prometido… ¿pero aun así, tú estás dispuesto?

--Sí—Deidara sintió un nudo en la garganta, rasposo y asqueroso, como bilis y sangre mezclada. Supo que era cómo debía sentirse el odio—Desconéctelo.

Mátenlo, aunque eso último solo fue un ruego callado.

 

Itachi mantuvo el mismo gesto circunspecto conforme Deidara iba acercándose al final, supuso que se había saltado la dolorosa recuperación y evitado comentarios motivacionales, dado que era desesperado por naturaleza y a que, sin lugar a dudas, querría terminar con ello pronto.

Eso ocurre con las personas que desnudan sus temores, sus pasados y almas frente a otros, lo hacen de prisa para no develar sus imperfecciones más oscuras. Él, mejor que nadie, lo sabía.

--Media semana más tarde…firmé la autorización—soltó el rubio, alzando el mentón—Apenas recobré la movilidad uhn…y en cuanto los médicos decidieron que tenía el poder de hacerlo.

Itachi sospechaba que la policía bien pudo tener algo que ver pero prefirió no interrumpir. Sobre todo, ahora comprendía por qué le afectó tanto a Deidara encontrárselo nuevamente.

--Hiciste lo correcto—dijo entonces, sorprendido por sus propias palabras egoístas.

--Lo mismo que haber puesto una almohada sobre su cara, Uchiha, uhn—el rubio gruñó, cruzando de brazos. Al menos así, se habría quedado para confirmar la muerte.

--No es tu culpa—musitó.

Deidara enarcó una ceja, agradecido, en el fondo, porque el bastardo Uchiha no cuestionara su estabilidad mental, en lugar de ello, justificaba su actuar. Su segunda proclamación como asesino.

--¿Tú qué sabes, uhn?

Itachi se hizo la misma pregunta y tras meditarlo unos segundos, respondió:

--No es difícil ser experto en justicia cuando tienes cáncer.

Deidara no tuvo ningún argumento contra ello; había vivido durante tres años arrepintiéndose de esa decisión, preguntándose si habría actuado igual si acaso hubiese esperado un poco más, permitido que su rencor menguara (si eso fuera posible). No obstante, aprender a vivir con la idea de Yahiko muerto, fue definitivamente más sencillo, sin él en su vida el peso sobre sus hombros se desvanecía con la oportunidad de un nuevo comienzo. Ya bastantes cicatrices le había dejado.

De pronto, el  deja vú asaltó su mente, se miró a sí mismo de nuevo, sentado justo donde ahora solo que tres años atrás. Itachi no estaba en ese entonces, por supuesto, en su lugar, al otro extremo del lecho, se hallaban botado el contrato de renta de un piso y el formulario de inscripción a la universidad de Durham.

 

¿En serio? ¿Durham?

Deidara se mordió el labio, no dudaba querer largarse lo antes posible, lo que estaba confundiéndolo era la irónica nota que acompañó el sobre que dejaron en el buzón de su casa. Fue él quien lo halló.

Nagato estaba disculpándose con él en el lugar de Yahiko, como si tuviese alguna especie de obligación para con él o simplemente sintiese la culpa que su amigo sería incapaz de experimentar.

El doctor había previsto inclusive que no sería capaz de tomar un bolígrafo, de modo que envió las solicitudes llenas, solamente hacía falta su firma.

¿Y qué si se iba? ¿Y qué si comenzaba de nuevo? Yahiko estaba muerto, él contribuyó a su muerte poniendo la última piedra en su camino hacia la tumba. No tenía una vida a la cual apegarse, ni rutinas ni tampoco estaba completo como para fingirse a salvo de sí mismo.

Esa misma tarde, luego de arrancarse las vendas del pecho y obligar al tatuador a enterrar la tinta sobre su piel convaleciente, Deidara echó toda su ropa dentro de las maletas, ignoró a su abuelo mientras lo hacía y si dijo algo, que no está seguro, fue para mencionar a Nagato.

Alguien estaba dispuesto a ayudarlo, ¡sería un idiota de no aceptar!

Aunque no fuese el camino que Onoki elegía para él, Deidara mantuvo su determinación indemne como cuando se trataba del arte. Mordió las gasas hasta descubrir la mano derecha y haciendo un gran esfuerzo estampó su firma en la solicitud.

El dolor que sintió en cada trazo quedaría grabado a fuego en su mente.

Tenía la convicción, la libertad ahora que Yahiko estaba muerto y la posibilidad de convertirse en el artista que añoraba.

Pese  a los gritos de Onoki, a los regaños y reproches por los líos en los que estuvo metido y seguiría dentro, ni su hermana ni Akatsuchi intervinieron. En su lugar, se limitaron a mirarlo empacar, balbucear algo sobre quién era Nagato y luego, cruzar la casa de su abuelo hacia su nueva vida. Dejándolo todo atrás.

Las cicatrices quedarían, sin embargo,  permanecerían con él como un recordatorio permanente de sus decisiones…y del vínculo enfermizo que envenenó todo lo que conocía hasta consumirlo.

**

 

Hubiera. Aquella palabra había logrado martirizarla durante años, y aunque suponía que no era la única que se preguntaba cómo hubiese sido su vida de haber tomado determinada decisión, Konan sí sabía que nunca logró deshacerse de ese peso. De una pregunta y un quizás, de una suposición y una permanente duda que no hacía nada más que torturarla.

Y como cada día, se preguntó cómo habría sido todo si acaso no hubiese llegado a tiempo al hospital hace tres años, al borde de un colapso de angustia luego de lograr localizar a Yahiko.

¿Y si Nagato no se hubiese dejado convencer para darle aquella preciada información? ¿Y si el autobús sufría una avería? ¿Y si no tomaba el elevador en el momento indicado? ¿Y si hubiese dejado que lo desconectaran?

Si Konan no hubiera estado dentro de la habitación de Yahiko en el momento indicado, no se habría enterado de que pretendían practicarle la eutanasia. Y no habría podido salvarlo.

¿Fue eso lo que hizo? ¿Salvarlo? Ahora, tras tres largos años de recuperación, de lealtad y profesarle un profundo amor, Konan venía a preguntarse si había valido la pena sacrificar su vida por él.

Siempre, desde que lo conoció desde críos, se trató sobre él: Yahiko. Pero nunca solo sobre Konan.

Inclusive al despertar luego del coma, enterarse que Deidara Kamiruzo había firmado la autorización de asesinarlo…seguía tratándose solamente de él.

Buscarlo, encontrarlo y recuperarlo. Como si se tratara de un preciado tesoro y no un simple ser humano.

Konan había sacrificado hasta la última gota de su vida por Yahiko. Por Pain. Había perdido su vida, su seguridad y a Nagato.

¿Si Yahiko estuviese muerto, como debió quedarse hace tres años, Nagato seguiría con vida? ¿Habría vivido lo suficiente para consolar su corazón roto y continuar?

¿Ella habría sido feliz?

Quizás.

Konan inhaló profundamente, mirando su vida entera pasar frente a sus ojos como una película de mala resolución, borrosa, gris y cuarteada en muchos instantes. Luego, con un nudo en la garganta, que apenas le permitía respirar, tomó el móvil  nuevamente, ignorando la fastidiosa voz que todavía vibraba en su mente con la única frase que le respondieron: “ahí estaré”.

--Diga.

Konan no reconoció de inmediato la voz pero sabía que era él; la culpa la invadió como un veneno lento y estuvo a punto de soltarse a llorar.

--Diles que saben dónde están—dijo—Yo solo puedo detener a uno.

Hubo un corto silencio del otro lado, no obstante, ella confió plenamente en que su interlocutor comprendió perfectamente de qué le hablaba.

--¿Cómo conseguiste mi número?—la duda, perfectamente comprensible, casi le provocó gracia a Konan. ¡Naturalmente desconfiaría de ella!

--Nagato—respondió con simpleza, echando una ojeada por la habitación de su querido amigo fallecido.

Inclusive en la muerte, él era el ángel que ella nunca pudo ser.

Sosteniendo la manoseada agenda que Nagato siempre guardó en el mismo cajón junto a su cama, Konan se puso de pie, colgó la comunicación y decidida a romper los hubiera de su vida, a deshacerse de todas las incertidumbres de un futuro diferente, salió para arreglar lo que debió dejar en la tumba hace tres años.

Y nadie más que Pain era el culpable.

 

**

De todas las personas con las que rompió vínculos desde hacía años, Hashirama Senju era la última persona que esperaba volver a ver dentro de su despacho. Desde la última vez que hablaron, cuando el muy bastardo se atrevió a visitarlo para darle el pésame por la muerte de Izuna, ninguno tuvo interés en reestablecer comunicación. Al menos Madara no.

Le había sido claro, o eso creyó, desde que sus ideales de vida se bifurcaron, el de él por los negocios y el poder verdadero, Hashirama por un bulliciosos escritorio debajo de la lupa criticona de la sociedad y el gobierno; un falso poder otorgado por leyes inútiles.

Pudieron haber construido un imperio juntos, pero no. Al final, su amistad se redujo a comentarios esquivos, superficiales y diminutas charlas obligatorias. Las últimas dos pláticas interesantes que tuvieron  fue, primero, el supuesto deceso de Óbito en el ejército y, por supuesto, la fatídica noticia del brutal asesinato de su hermano menor en prisión.

Madara todavía recordaba cada detalle y color plasmado en las fotografías forenses (y las no oficiales) de Izuna tendido en medio de su celda, sobre un charco de su propia sangre, la mirada opaca y su estómago abierto como un animal en el matadero.

Madara siempre estuvo seguro que Tobirama  Senju tuvo la culpa (por ese entonces fungía como Director en la Prisión Federal), posiblemente no directamente, pero sí de manera indirecta: Izuna había sido sentenciado por delitos federales, tenía un apellido que sería un blanco más que un escudo y muchos enemigos de los grupos de presión contra Akatsuki compartían el encierro.

Tobirama debió dejar que Madara protegiera a su hermano y colocarlo en una celda de seguridad, pero no. Tobirama dejó a Izuna a su suerte…y fue asesinado en una semana.

Tampoco se molestó en investigar cómo era debido.

Hashirama, como era de esperarse, intentó cubrir a su hermano, ésa fue la gota que derramó el vaso del respeto por el enemigo y la lucha limpia.

Por ello, le sorprendía ver a su antiguo amigo en su despacho, mirándolo con estúpida condescendencia. No tenía tiempo para él, tampoco para pretender que estaban jugando en el mismo plano, que estaba claro que no, sobre todo luego de la llamada de la ramera de Pain  y la insinuación que él, cómo líder, no podía pasar desapercibida, así se tratara de su único hijo.

--¿Y? ¿A qué debo la visita del Fiscal de Distrito?—preguntó Madara, mirando el licor dentro de su vaso.

Hashirama resopló suavemente con resignación ante el tono hosco de Madara. Hacía tanto que no lo veía que pensó, quizás idiotamente, que podían tener una charla amable. Como en los viejos tiempos.

Por lo menos antes de comenzar con la verdadera plática…

--Quieres que vaya directo al grano ¿verdad?  

--Soy un hombre ocupado, Hashirama—replicó dando un sorbo.

--En ese caso…--sonrió suavemente por última vez a su amigo—Hay un caso en tu contra.

Madara permaneció en silencio, esperando.

--¿Y?—arqueó las cejas—No sería la primera vez que Hacienda investiga a un empresario. Solo me hacen perder mi valioso tiempo. ¿Ahora te rebajas a eso, Hashirama?—sonrió con burla.

--Esta vez es diferente, mi amigo—extendió sobre el escritorio una copia de la carpeta de investigación.

Madara la abrió con desinterés, echándole un vistazo superficial, luego alzó los ojos al fiscal de nuevo.

--El jueguecito del imbécil de tu hermano me va a costar miles en abogados—resopló con fingido hartazgo—¿Cuánto más va a hacerme perder yendo a las estúpidas audiencias?

--Irás a prisión, Madara—replicó Hashirama, gravemente.

El interpelado entornó la mirada, lanzando otro vistazo a los documentos.

--No son los originales por supuesto, pero…--le dedicó otro gesto amable.

--¿Qué pretendes?

--Ayudarte—se encogió de hombros con franqueza—A pesar de todo, siempre te consideraré mi amigo.

--¿Ayudarme?—soltó una carcajada vacía--¿Amenazándome? ¿Tienes idea de quién soy en realidad, Hashirama?

--Te conozco, Madara—repuso con calma—Por eso vine. Haz que tus abogados analicen muy bien las paginas marcadas—hizo ademán de levantarse, luego cambió de parecer—Mi hermano está afuera—avisó—Con…compañía.

Madara entornó los ojos al tiempo que cerraba con fuerza los puños. Aquella frase que pugnaba por ser gentil solamente significaba que el bastardo Tobirama estaba esperando que su hermano saliera para pavonearse, cual buitre.

--¡Qué honor entonces que el Fiscal de Distrito en persona venga a leerme mis derechos!—gruñó con ironía.

--No es por eso que vine, Madara—replicó Hashirama.

--En ese caso, viejo amigo, puedes salir y decirle a tu hermano que piense dos veces antes de hacer algo de lo que se pueda arrepentir.

Hashirama, con infinita paciencia, miró a su amigo casi con pena.

--Tenemos la contraseña y la cuenta bancaria, Madara.

El interpelado frunció el ceño.

--También todo el historial de movimientos—agregó con pesar, a sabiendas que estaba cometiendo una falta a la ley al revelárselo (Tobirama se la haría en grande)—Hay una…forma.

Madara se mantuvo en silencio, apretando la mandíbula.

--Dinos dónde está el dinero.

¿El dinero? ¿Hashirama mentía al decirle que tenían acceso a la cuenta de banco? ¿Acaso era una trampa? No. Hashirama Senju podía ser insultado por él de mil maneras, pero lo conocía, era incapaz de algo tan bajo.

De su hermano lo creería, inclusive del bastardo de Kagami, pero de él…

--Madara—exclamó de nuevo, echando una ojeada a su reloj—Si nos dices a dónde se fue todo ese dinero…Podré pedir un trato a la Corte.

Y luego, como una especie de telón cayendo frente a sus ojos, recordó a Konan. Hashirama, su circo, pretensiones y la propia amenaza desaparecieron.

Madara ignoró las palabras de su antiguo amigo, atrajo su ordenador y tecleó un par de veces.

Quizás el fiscal le aconsejó que no hiciera nada que pudiese considerarse como un riesgo de sustracción, pero en ese instante solamente el calor de la ira llenaba su mente. La idea sola de la traición le ardía con el deseo de la venganza.

La puerta se abrió entonces con un gran estruendo, Madara logró ver el estado de cuenta que había rastreado por tres años…en ceros.

No había nada. El trabajo de décadas, de Izuna y él…su única salida de prisión posiblemente…

¿Y si nunca había estado ahí? ¿Qué si la ramera de Konan tuvo razón?

Sus pensamientos se abatieron unos sobre otros con tanta rapidez que no logró comprender su entorno, sino hasta que un par de detectives lo sujetaron por los brazos con la firme intención de someterlo contra su escritorio.

Hashirama, con la mirada llena de pesar, se dio media vuelta para no seguir presenciando el arresto de su mejor amigo.

Tobirama, ni siquiera le miró cuando se cruzaron en el pasillo. Lo siguiente que escuchó fueron las palabras altivas de su hermano recitando la cantaleta obligatoria de cualquier detención.

Justo como cuando Kagami y él, lo hicieron con Izuna.

**

 

El aroma era una mezcla de desinfectante y cloro, provenía del piso y las paredes, como si las tallasen todo el tiempo para borrar los vestigios de todas las almas que encuentran en ese encierro la adrenalina ideal de la clandestinidad.

Asqueroso.

--¿No te incomoda ni un poco?—preguntó ella, mirándolo en el reflejo del espejo.

Al no recibir respuesta, decidió agregar—Le robaste.

--Él lo hizo también—dijo al fin, encogiéndose de hombros y acomodándose sobre el lecho.

Konan, mirando todavía hacia el espejo, pudo constatar que el arma había sido depositada junto a la cabecera, debajo de una mugrosa lámpara.  

--Todo los fraudes a las empresas, todos los contratos fantasmas…todo ese dinero…--musitó volviéndose al fin a él—lo robaste. Y ahora irá a prisión.

--Él me ha robado mucho más—replicó con media sonrisa confiada--¿Me citaste aquí para hablar de cómo le robamos a Madara Uchiha?—ensanchó el gesto ladino.

--¿No te inquieta que sea una trampa?

--Eres astuta, Konan—deslizó su mirada por la silueta de la mujer—Pero no lo suficiente. Pain ya va camino por su rubio histérico, yo solo disfruto la vida…Además tres Uchiha en mi lista no creo que sea bien visto en la familia—ironizó con esa vocecita actuada que durante años le sirvió como escudo.

--¿Tres?

--Kagami, Shisui…Itachi—suspiró teatralmente, desabotonándose el pantalón.

Konan pensó en darle la razón pero prefirió callar. Sin embargo, en algo sí estaba de acuerdo expresamente aunque tampoco lo diría, al menos no con palabras.

Se acercó lentamente hasta el borde de la cama, desnudándose en el camino.

Óbito Uchiha alzó el mentón con arrogancia antes de sujetar el arma.

**

 

El viento revolvió la hojarasca del patio frontal, esparciéndola de nuevo por el jardín, y atorando algunas de ellas en la pulcra cerca blanca.

La casa era grande, quizás tanto como para albergar a toda una familia y no un anciano solitario como averiguaron con los vecinos.

La dirección no había sido difícil de encontrar, el apellido Hatake era tan poco común que solamente se halló un registro. No estaba a nombre de Rin Hatake pero debía tener relación con el nombre estampado en el directorio: Sakumo Hatake.

Sasori todavía no estaba plenamente seguro de si estaban caminando por el camino correcto o simplemente estaban deshilando recuerdos que de nada les servirían. No obstante, solo había una forma de saberlo.

No permitiría que aquél psicópata con delirios de retrasado volviese a meterse con él, su abuela, Hidan o Deidara (quizás no en ese orden pero ya se había cansado de pelearse consigo mismo).

Además, Kakuzu había mencionado a Kakashi Hatake relacionado, de alguna manera, con Óbito. Si podían dar con su realidad, sabrían entonces qué debían hacer.

Esa era la única ancla que tenía por ahora para aferrarse.

--¡Hey! Muñeca—gimió Hidan a su lado—¿Vamos a entrar o qué?

Sasori puso mala cara.

--¡Qué mierda! Ahora me siento como todo un idiota comportándome tan impaciente como tú.

El taheño prefirió ahorrarse un comentario que lo llevaría a una certera discusión (que posiblemente terminase en sexo incómodo dentro de un auto), y se echó a andar hacia la casona.

**

Los espasmos no se detenían, el pecho le dolía como un montón de agujas enterradas al mismo tiempo, ardía con tanta intensidad que respirar comenzaba a ser una verdadera tortura.

Su desgastada vista no podía enfocarse en un solo punto, de modo que los mareos habían logrado someterlo por fin.

Y ahí, de rodillas sobre las baldosas húmedas del baño, Itachi hizo un último esfuerzo por controlar su enfermedad. ¡Qué estúpido sonaba aquello!

El acceso de tos había iniciado en cuanto salió de la ducha, se puso unos pantalones de dormir e intentó cepillarse los dientes.

Estaba seguro de haber dejado alguna mancha sanguinolenta en el lavabo, pero no tenía las fuerzas para limpiarlo. Sus piernas se clavaron al suelo, postrado ante su propio padecimiento, sacudiéndose con cada nuevo espasmo.

¿Cómo proteger a Deidara si ahora mismo ni siquiera podía ponerse en pie?

Oyó llamados insistentes a la puerta, trató con todas sus fuerzas de mantener su sufrimiento silencioso (como estaba acostumbrado), sin embargo su cuerpo seguía convulsionando.

--¡Uchiha bastardo!—escuchó del otro lado de la puerta.

Itachi intentó inhalar profundo, la cabeza le daba vueltas y la tos no se detenía. La humedad en sus labios le indicó que la sangre había comenzado a encontrar una vía de escape segura.

Intentó llevarse una mano a la boca para limpiarse, no obstante, su cuerpo se curveó con un nuevo acceso de tos.

 

Akatsuchi empujó con toda su fuerza, los goznes cedieron y luego la puerta por fin se abrió. Deidara dio dos pasos antes de frenarse abruptamente: Itachi vomitaba sangre.

El tiempo se detuvo en ese preciso instante, el entorno se volvió nebuloso para dejar en el centro a Itachi, su torso pálido amoratado aquí y allá, sus largos cabellos negros bañándole los hombros y pegándose a su frente; las manos cerradas en puños, llenas de impotencia, y la mancha de sangre en medio de sus rodillas.

No fue sino hasta que sus ojos se encontraron que Itachi contempló en Deidara la mirada que había querido evitar a su familia. Ver su reflejo agonizante en sus pupilas era incluso peor que morir en soledad.

Eso…si acaso ahora la muerte le fuese tan indiferente como antes, en el tiempo donde no importaba convertirse en recuerdos. Cuando no estaba enamorado.

--Sal…--Itachi intentó ahuyentar a Deidara de ese desagradable espectáculo (a él y a su familia).

El rubio, mirando fijamente los ojos rojos de Itachi, pigmentados en oscuro casi formando una especie de aspa, se apuró hacia él; con las manos todavía temblando ligeramente y el corazón estrujado, alcanzó la toalla y la puso contra los labios del muchacho, permitiendo que se recargara en él.

Los minutos siguieron su curso, mientras el espasmo iba apagándose poco a poco, no obstante, ambos sabían que aquél era un golpe de suerte y que no pasaría mucho antes de que las hemorragias fuesen mortales.

Necesitaba ir a un hospital.  Y necesitaba convencerlo de ir a uno.

--Naruto me llamó, ¿por qué no te llamó a ti?

--Per…dí…mi…

--Nagato murió, uhn—lo interrumpió y rápidamente agrego:-- Tu hermano está bien.

Pese a que Itachi estaba enterado de que el doctor podía morir en cualquier momento dadas las condiciones de salud, evidentemente negativas, aquella última frase de Deidara logró agitar su corazón. Sin importar que le hubiese dicho que estaba a salvo, su hermano menor estaba en grave peligro.

Sus ojos se encontraron con los del otro durante un instante que les pareció eterno. Cada camino que tomasen era el equivocado, Itachi no estaba en condiciones de volar hasta su hogar (y tampoco lo haría), Sasuke no regresaría con sus padres ni en estas circunstancias y seguramente los de Naruto volarían haci Inglaterra en cuanto supieran la triste noticia…

Separarse tampoco era una opción válida.

Finalmente, uno de ellos habló.

--Tenemos que volver.

**

En medio de todo el papeleo y los asaltos mediáticos, Tobirama no soportaba un instante más de burocracia. Si bien estaba orgulloso consigo mismo por haber aprehendido al fin a Madara Uchiha, hacer justicia para Kagami estaba todavía muy lejos de ser posible.

Hashirama había cerrado su oficina durante casi toda la noche, esperando la notificación de la Corte para iniciar el proceso judicial.

Madara todavía no declaraba y el ejército de abogados parecía tener intenciones de incendiar el Palacio de Justicia de ser necesario.  Y aunque tenían un caso sólido, había algo que hacía falta.

Lo presentía.

--Señor.

Tobirama se detuvo en medio del pasillo para mirar a uno de sus agentes, llevaba prisa por interrogar a Madara él mismo.

--Tenemos el registro del número al que Shisui Uchiha estaba transmitiendo antes de morir.

Tobirama entornó los ojos suavemente, si bien estaba empecinado en llegar al fondo del asunto con el asesinato de Shisui (en honor a su compañero Kagami), por el momento Madara Uchiha era quien ocupaba su lista de pendientes en primer lugar.

--¿Tienen el contenido de la transmisión?—preguntó al echarse a andar.

--Sí, señor. El número está registrado a nombre de Itachi Uchiha.

Tobirama lo dejó pasar porque sería natural: hasta donde recordaba, esos dos eran inseparables de niños.

Ahora solo tenían que confiscar el teléfono del muchacho.

--¿Y la grabación?

--Solo se menciona un nombre: Óbito.

Tobirama se frenó en seco, de pronto aquello que hacía falta comenzaba a encajar.

Notas finales:

Gracias por leer!

rr???

Bshoss

tronadhozzzzzzz

y

sensualezzzzzzzzzzzzzzzzzz


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