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Mercy por Isaku Uchiha

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Notas del capitulo:

Conti!!

El sonido de la puerta abriéndose le produjo un escalofrío atroz que le erizó la piel. Tenía miedo de abrir los ojos conforme escuchaba que los pasos de quien había entrado a la habitación se acercaban; eran suaves y calmos, perfectamente reconocibles para Naruto; sus músculos se tensaron, haciéndolo sentir todas las heridas vivas que habían dejado en su cuerpo. Un pequeño quejido salió de su boca.


- Siempre es lo mismo.- Dijo Iruka con un tono de hastío en su voz mientras clavaba los ojos en el traje de zorrito que yacía tirado en un rincón.- Ese bastardo no puede comportarse civilizadamente ¿eh, Naruto?- El pequeño no se movió ni un centímetro en respuesta a las palabras del mayor, así que el castaño se limitó a examinar desde lejos las heridas que se exhibían en la lastimada piel del rubio; el enorme pedazo de carne expuesta en la espalda del kitsune fue lo que más llamó su atención, pero a esas alturas ya no le daba importancia, Zetsu solía dejar alguna herida así en Naruto cada vez que lo “compraba”.- Ni hablar. Vamos a limpiarte.


Se aproximó a la cama para tomar al kitsune entre sus brazos, pero en cuanto lo levantó del colchón, Naruto comenzó a quejarse desesperadamente a la vez que se hundía entre las sábanas por su costado. Un par de lágrimas salieron de sus ojitos aún cerrados. Iruka suspiró cansado; ya había visto antes esa reacción en Naruto y sabía bien a qué se debía: tenía un hueso roto, y a juzgar por la manera en que tensó el cuerpo, debía ser una costilla, muy probablemente en el lugar donde faltaba ese gran trozo de piel. Sin mostrar más consideración nuevamente intentó cargar al pequeño, y a pesar de los gimoteos que éste soltaba en respuesta al dolor, Iruka lo tomó firmemente. Salió de la habitación con el kitsune en brazos, nuevamente dirigiéndose a la barra y adentrándose en el corredor de las puertas; al final del pasillo había una inmensa puerta de metal, era algo vieja y tenía partes oxidadas, por lo que cada vez que se movía hacía unos crujidos aterradores que asustaban a Naruto cuando los escuchaba. Esta vez el rubio estaba tan dominado por el dolor en su cuerpo que ni si quiera cayó en cuenta de a dónde lo llevaban. El mayor sacó una extraña llave para abrir la cerradura y hacer ceder la puerta, y al lograrlo bajó las escaleras que había detrás, llegando al sótano del edificio; la mayor parte del lugar había sido adaptado como una bodega para la inmensa cantidad de alcohol que el establecimiento requería, casi todo eran refrigeradores enormes para conservar los licores más finos, mientras que la otra parte era un montón de cajas apiladas junto a una vieja tina de porcelana. Ahí fue donde Iruka depositó a Naruto sin mucha delicadeza.


Abrió una de las llaves en la tina, liberando un chorro de agua fría sobre el kitsune y haciéndolo soltar un poco de vaho al sentir cómo ésta bajaba por su espalda. Iruka arremangó su camisa y pasó sus manos por todo el cuerpo del pequeño, limpiando con el agua las manchas de sangre seca, los hilillos de la misma que apenas comenzaban a coagular, las heridas abiertas y los restos de semen que había entre sus piernitas. La pequeña criatura temblaba por el agua helada, con sus pequeñas manos se aferraba a los bordes de la bañera, temiendo caer hasta el fondo en algún momento. Bañar a Naruto después de cada “uso” era una tarea que no le entusiasmaba mucho a Iruka, pero quería ver con sus propios ojos el daño con el que se quedaba al final, así podría recalcular el precio para la siguiente subasta. Una vez acabó de duchar al pequeño, tomó un trapo seco de entre las cajas y quitó la humedad restante en el menor.


- Esto no tomará mucho, sólo faltan un par de horas para el amanecer.- Fueron sus palabras mientras sonería. Había una cadena enredada en el tubo de la regadera que salía de la pared, asegurada con un candado a través de algunos de sus eslabones; el otro extremo era un frío y pesado collar de acero que el castaño colocó alrededor del cuello de Naruto. Cuando terminó se quedó observando lo que quedaba del pequeño kitsune, se veía tan deshecho y patético que le dio lástima saber de su existencia. Con tranquilidad levantó el pequeño rostro para verle a la cara, sólo entonces los tiernos ojitos azules se abrieron y lo miraron con temor, expectantes de lo que pudiera pasar.- Naru dime… ¿Intentarás escapar de nuevo?- El pequeño rubio negó varias veces con la cabeza, asustado. Sintió un gran alivio cuando Iruka asintió lentamente aceptando su sometimiento; entonces el mayor asestó un fuerte pisotón en su pecho, empujándolo hasta el fondo de la tina y dejándolo sin aire. El dolor en su espalda se incrementó, incluso sintió algo en su cuello tronar, hasta que la vista se le nubló. Entonces sólo pudo escuchar las palabras de Iruka.- Para que lo pienses dos veces la próxima vez.


El pequeño percibió cómo los pasos del mayor se dirigían de vuelta a las escaleras y se hacían cada vez más tenues, hasta desaparecer. Tenía problemas para respirar, su boquita producía débiles jadeos para intentar atrapar el aire e introducirlo en su cuerpo; todo el pecho le dolía, su espalda ardía, y el resto de su cuerpecito desnudo estaba helado por el contacto con el agua estancada en la fría porcelana de la tina. Como pudo se acomodó dentro de la bañera haciéndose pequeño, colocando su suave y mojada cola entre sus piernas, abrazándola, tratando de conseguir un poco de calor. El brillo en sus ojitos se apagaba cada día un poco más, deseaba no tener que seguir viviendo, pero su cuerpo se aferraba.


Las horas transcurrieron en aquél sótano. La fría luz blanca de los congeladores era débil, y también lo único que apenas dejaba distinguir el interior de aquella prisión para Naruto; todo lo que se escuchaba eran sus suaves quejidos intentando no dejar de respirar.


De pronto tomó una larga bocanada de aire debido al calor que súbitamente inundó sus entrañas, intensificándose en las heridas esparcidas por todo su cuerpo. Los cortes y moretones en su piel, las marcas de uñas y dientes que había, todos se tornaron en pequeños destellos amarillos que volaron despacio hacia el techo y desaparecieron antes de tocarlo, llevándose así todo el dolor de Naruto y dejando su cuerpo inocente curado. La piel en su espalda de nuevo lucía completa y suave, no había marcas de ningún tipo en ella, incluso la pequeña entrada del rubio había sanado dejándolo virgen otra vez.


Había amanecido.


No existía ningún agujero o respiradero que pudiera permitirle ver al exterior desde su oscura celda, pero el pequeño sabía bien que el sol comenzaba a salir. Su magia se lo decía siempre. Ese era el mayor atractivo que Iruka veía en él, porque no importaba cuán herido y moribundo dejaran a Naruto después de usarlo, mientras siguiera vivo hasta despuntar el día, cualquier daño sanaría gracias a la mística naturaleza de los kitsune, especialmente la parte que más importaba: su entrada virginal.


El amanecer del nuevo día también trajo nuevas energías a su cuerpo, así que dejó la tina helada y colgó en uno de sus bordes el trapo húmedo con el que Iruka lo había secado, dirigiéndose después a donde estaban las cajas apiladas como era la costumbre; algunas estaban vacías por lo que pudo desarmarlas con facilidad, con ellas se hizo un pequeño lecho y se recostó, cubriendo su cuerpecito desnudo con otra caja desarmada. Al poco tiempo se quedó profundamente dormido; tras noches como esas, el calor de esa cama improvisada le parecía lo más hermoso del mundo.


 


 


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El reloj marcaba las 12 del mediodía cuando abrió los ojos; estaba recostado de lado en un extremo de la cama y se sentía agotado, casi muerto, todo gracias al frenesí nocturno que su precioso Iruka le había dado en recompensa por Naruto. Deseaba dormir al menos un par de horas más, aquella sensación de inmovilidad le agradaba. Con dificultad giró el rostro para encontrarse con su joven amante en el otro lado de la cama, pero no lo halló. Una de las cosas que admiraba Kakashi de Iruka era que, a pesar de ser tan joven, mostraba un cuidado y responsabilidad tales con su burdel como pocas veces vio en gente mayor con más y mayores deberes. Había conocido a otros proxenetas por su puesto, pero ninguno mostraba la dedicación y atención que el castaño a su establecimiento: cuidaba muy bien el control de las bebidas, la salud de las chicas, el dinero que iba y venía, incluso él mismo era quien limpiaba las mesas y trapeaba los pisos a las 5 de la mañana cuando todos se habían ido, pero lo más importante, cuidaba a Naruto, su más valiosa propiedad sin duda, resguardada en el sótano con una puerta de máxima seguridad, o eso decía siempre. El hecho de que el pequeño pudiera cubrir sus propias heridas era bastante provechoso, prácticamente sólo tenían que preocuparse de que comiera de vez en cuando.


Muchas cosas se decían de los kitsune desde la antigüedad, apelando a lo mágico y salvaje que podía resultar un humano con cola y orejas de animal, pero era una creencia bastante popular considerarlos como una mala influencia para los humanos normales; se decía que quien estuviera en contacto con uno de estos fabulosos seres algún día se “torcería”, haría cosas incorrectas, malas, horrores terribles incluso. Los kitsune sacaban lo peor del hombre. Kakashi sabía eso, no tenía mejor prueba que el mismo Iruka, un joven amable y trabajador que gracias a Naruto, se volcaba de lleno a la prostitución y apasionadamente lo vendía al mejor postor.


Se estiró unos minutos sobre la cama y después se incorporó despacio hasta quedar sentado en el borde, pasándose las manos por el rostro; miró al suelo y encontró uno de sus cigarrillos sin terminar, apenas un poco aplastado, pero aún servía. Lo encendió y degustó el sabor del tabaco cuando retuvo el humo en su boca, unos segundos de placer y después lo soltó. Era mejor que cualquier estúpido café. En un instante se vistió y salió de la habitación. Al salir a la barra encontró a Iruka de pie pulcramente vestido, anotando números en sus libros de cuentas y bebiendo un whisky con hielos. Quiso sorprenderle tomándolo por la cintura desde atrás acercándolo a su cuerpo, inhalando esa fina colonia que el menor gustaba de usar, pero la voz del castaño lo detuvo justo cuando estaba a escasos centímetros de alcanzarlo.


- No.- Fue su contundente orden. El peliplata estuvo a punto de repelar a su amo pero la detestable chica “ballet” de anoche hizo acto de presencia por la puerta principal del burdel; su sonrisa alegre y de color carmín enmarcaba los perfectos dientes que había detrás, mostrando la energía y vitalidad que los de su edad rebosaban. Kakashi la maldijo mil veces mientras la veía pasar entre las mesas para llegar a donde estaban ellos, esa chica simplemente le resultaba insufrible, detestable. Era como una astilla en el dedo que por más que tratara, no podía sacarse. La melodiosa voz fue a sus oídos como uñas en el pizarrón.


- Buen día Kakashi-san. Iruka-sama, he traído el almuerzo.- El mayor no se molestó en corresponder al saludo. Salió molesto de la barra y habló hacia Iruka con un evidente tono de desdén.


- Revisaré a los guardias.


- Que sea tu prioridad.- Nuevamente ese tono frío que al mayor le calaba en los huesos. Se dijo a sí mismo que era un imbécil por sentirse así, como una torpe colegiala rechazada por su profesor. Idiota. Él no estaba para esos juegos, un burdel era una casa de placer y nada más. Salió por la misma puerta por la que entró la chica, dejándolos solos. En un segundo el semblante de Iruka esbozó una amable sonrisa para la chica, a pesar de que los ojos castaños seguían fijos en las cuentas que hacía.


- Huele delicioso cariño, ¡y recién hecho! Maravilloso.- La chica extendió aún más su sonrisa ante el agrado de su jefe. Puso junto al paquete de comida una barra de chocolate.


- También he traído esto.- Finalmente el castaño desvió la mirada de su libro y miró lo que la chica le indicaba.


- Oh Ino, en verdad eres una detallista.- La chica asintió a la vez que sus mejillas se coloreaban un poco.- Estoy seguro que a Naruto le encantará.- Cerró sus libros de cuentas y los colocó debajo de la barra en una pequeña caja fuerte que después cerró. Las ganancias habían sido gratificantes. Tomó la comida y se dirigió al pasillo detrás de la barra; la chica lo siguió y le abrió la puerta para que pudiera pasar, estaban a punto de llegar a la puerta de metal cuando Tsunade les cortó el paso, sus mejillas estaban rojas y su rostro en general se veía extraño.


- Ah, ¿ya es la hora de que la pequeña bestia desayune?- El aroma a alcohol era tan fuerte que la chica de ojos verdes se cubrió la nariz con una mano, sin duda aún no estaba acostumbrada a aquella sustancia.


- Tsunade, debes tener una resaca increíble para haber despertado tan temprano.- El sarcasmo en la voz de su joven amo molestó a la mujer pero se contuvo de responder. Simplemente sonrió y extendió su brazo derecho, mostrando un pequeño camisón blanco sin muchos detalles y un calzoncito del mismo color.


- En ese oscuro sótano y rodeado por tus refrigeradores… debe tener mucho frío ¿no crees? Especialmente estando desnudo como lo sacaste después de pasarla con Zetsu, no creas que no te vi.- Iruka la miró por unos segundos descifrando cuán ebria podría estar la mujer, pero de cualquier manera ella tenía razón en todo lo que había dicho, sonaba bastante convincente, sobria. Sabía que algunas personas, tras años de alcoholizarse, se habituaban a la sensación y podían funcionar casi normalmente después de haber bebido demasiado; le sorprendió que Tsunade fuera de esas personas.


- Es cierto, puede que necesite algo de ropa.- Estuvo a punto de tomar las prendas cuando la rubia lo interrumpió.


- Déjame ayudarte, ya vas cargado con toda esa comida.- Iruka lo pensó un momento y asintió.


- Ino por favor, cierra el corredor desde afuera.- La chica asintió y los dejó solos en el pasillo. Cuando la puerta que daba a la barra se cerró, Tsunade tomó amablemente la comida que cargaba Iruka mientras éste abría la cerradura de metal con la extraña llave. Ambos bajaron las escaleras con cuidado, sus ojos tardaron en acostumbrarse a la poca luz que los congeladores emanaban. Se dirigieron al montón de cajas en un rincón y ahí encontraron a Naruto, durmiendo tranquilo bajo una caja desarmada. El castaño se agachó y removió la improvisada cobija del kitsune, le tomó del hombro y lo sacudió despacio hasta que los ojitos zorrunos empezaron a despabilar.- Despierta mi querido Naru, el desayuno está servido.


El pequeño rubio se tensó al ver a Iruka, pero sus nervios se debían completamente a que Tsunade estaba detrás del castaño, dirigiéndole una mirada intensa y una sonrisa espeluznante. Se irguió en su lugar sin apartar la mirada de la rubia, le asustaba pensar que Iruka la había traído consigo para que le golpeara también por haber intentado escapar, entonces el aroma de ramen llegó hasta su naricita provocando ruidos en su estómago; sólo hasta ese momento había recordado que llevaba casi un día sin comer, desde antes de escapar del burdel y ser perseguido por Kakashi en el centro de la ciudad, no había probado bocado. Sus ojitos azules se clavaron en el enorme tazón que el castaño puso en el suelo y destapó frente a él.


“Ramen de nuevo. ¿Cuánto más me harán comer eso?”


Pensó mientras veía resignado su comida. Estaba fastidiado de que la única cosa que le dieran de comer al día fuera ramen. Al principio sabía bien, era casi como un sueño hecho realidad: un enorme tazón de ramen con todos sus condimentos y carnes para él solo; después de un tiempo la magia se acabó, el mismo sabor perdió color en su boca y se apagó, el aroma ya no le emocionaba en lo absoluto, incluso la sensación de los fideos en su boquita ya no se sentía bien. Había llegado a un punto en que su estómago no sabía si alegrarse o regresar lo poco que quedara del tazón del día anterior.


Pero tenía hambre.


Tristemente no había nada más que eso: un gigantesco, humeante y delicioso tazón de ramen.


Estiró su manita para alcanzar la comida que le daban, pero Iruka lo detuvo de la muñeca. La mirada inocente del kitsune reflejaba miedo y sorpresa. El castaño sonrió con su ya acostumbrada amabilidad y le mostró el chocolate que Ino había traído, haciendo que los ojitos de Naruto retomaran en segundos ese brillo que habían perdido hacía tantas noches. El rubio no lo podía creer, después de tanto tiempo, incluso después de haber intentado escapar, le ofrecían el objeto de su adoración. No cabía de la emoción, incluso su boquita se curvó en una sonrisa enorme de felicidad, como un verdadero niño siempre debía estar. Iruka desenvolvió el chocolate y le arrojó la envoltura al kitsune, quien de inmediato se abalanzó sobre ella y la lamió desesperadamente. Era deliciosa. En cuanto terminó de degustar las pocas migajas de chocolate que quedaban, vio dentro de la envoltura una pequeña figura impresa, una serpiente en forma de S que tenía su lengua de fuera. Le pareció extraño pero no importaba, quería más chocolate.


- Primero hay que vestirte, pequeño.- Con la misma llave con la que había abierto la puerta, el castaño abrió el grillete en el cuello del menor y lo liberó para que pudiera vestirse mejor. Tsunade le tendió la ropa a Naruto quien la miró temeroso, pero gracias a la insistencia del mayor el rubio la tomó y se la vistió. Iruka no perdió de vista ningún movimiento que hacía el kitsune, asegurándose de que todas las heridas que había visto hace unas horas estuvieran sanadas. Cuando confirmó que así era, sonrió complacido. Naruto levantó la mirada con timidez para agradecer a Tsunade por la ropa, entonces un destello plateado cruzó fugazmente frente a él, produciéndole un ardor repentino en una de sus mejillas; casi por instinto llevó su manita a la zona que le ardía, y cuando la retiró pudo ver un poco de sangre en su palma y entre sus deditos.


- ¡SEGURO EN EL OTRO MUNDO TIENEN MUCHO CHOCOLATE PARA TI, BESTIA!


Tsunade había escondido un afilado cuchillo entre las ropas de Naruto, y en cuanto vio la oportunidad decidió usarlo. Nunca más dejaría que prefirieran a un miserable adefesio como el rubio antes que a ella; si el kitsune no había tenido éxito en escapar, ella lo tendría en matarlo. Estaba por asestar un golpe al pecho del menor que le enterraría el cuchillo en sus pulmones, con la fuerza que poseía ni Naruto con toda su magia podía sobrevivir a ello; entonces Iruka la derribó, quedando encima de ella. Ambos estaban en el suelo, forcejeando por el cuchillo; el pequeño rubio se quedó estático en donde estaba escuchando los furiosos gritos de la mujer, quien peleaba ferozmente con el joven para liberarse y terminar con el kitsune de una vez por todas.


Naruto no podía dar crédito a lo que pasaba, estaba tan asustado con la escena que no cayó en cuenta de que la enorme puerta de metal estaba abierta y alguien bajaba rápidamente las escaleras. Se sobresaltó cuando la mano de esa persona le tomó del brazo y lo levantó del suelo, provocando que soltara un chillido en respuesta. Iruka miró en su dirección y vio a Ino tratando de hacer que Naruto reaccionara. Se alegró de saberse ayudado.


- ¡Ino! ¡Rápido, ve por Kakashi!


Gritó el castaño mientras sometía a duras penas a la rubia. Su semblante palideció cuando la chica “ballet” le apuntó con una pistola y la detonó dos veces. Una bala le dio en el brazo izquierdo, haciéndolo girar hacia fuera por el impulso del proyectil, haciendo que el segundo disparo se clavara en el lado derecho de su pecho; la fuerza de ambas heridas lo apartó de la mujer en el suelo, quedando recargado contra uno de los congeladores. Tsunade se levantó hecha una furia, tan ebria y desesperada por acabar con el kitsune que no había caído en cuenta de lo que pasaba. Un disparo le atravesó la garganta, tumbándola de bruces al piso y echando borbotones de sangre.


- Vamos Naruto. No regresarás aquí.


La voz de la chica era seria y cortante, nada tenía en común con la dulce y melodiosa que el rubio le había escuchado desde siempre. Al ver que el pequeño seguía absorto en los dos cuerpos sangrantes del lugar, Ino lo cargó entre sus brazos y salió a toda prisa del sótano; en el pasillo varias puertas se habían abierto, dejando ver a las mujeres que vivían y trabajaban ahí cómo salían sorprendidas por tanto alboroto. En cuanto vieron la severa mirada en el rostro de la rubia y el arma humeante que llevaba en una de sus manos, cerraron las puertas y corrieron a refugiarse bajo las camas o dentro de los armarios. La de mirada verde salió al burdel y no encontró a nadie, avanzó entre las mesas hacia la salida principal y al salir del edificio vio a Kakashi, yacía en el suelo con una herida de bala en su pecho y notables dificultades para respirar; Ino estaba segura de que serían los últimos suspiros del hombre. Una enorme camioneta negra aguardaba a la entrada, con varios hombres fornidos cerca, rodeando todo el lugar; uno de ellos tenía su arma fuera, evidentemente era quien había disparado a Kakashi.


- Excelente trabajo. Jiraya-sama espera.- Sin decir más la joven subio a la camioneta con el rubio en brazos. El corazón de Naruto latía desenfrenadamente en su pecho, una extraña mezcla de alegría y compasión lo inundó cuando vio a aquél terrible hombre en su agonía. Se sentía en paz, libre al fin. No entendía qué pasaba ni quiénes eran todas esas personas, pero sin duda que les agradecería eternamente por haberlo sacado de ese despreciable lugar, de esa asquerosa vida. Algunos de aquellos sujetos abordaron la misma camioneta, el resto se alejaron del lugar guardando perfectamente las armas entre sus ropas. El vehículo arrancó.


La luz del día le deslumbró los ojos; hacía tanto que no veía el cielo azul ni sentía el calor del sol en su piel… se suponía que era naturalmente de un tono moreno, pero tanto tiempo en el encierro de ese frío sótano le había aclarado. Poco a poco sus ojitos se adaptaron a la luz, maravillándose con el hermoso panorama que veía afuera de la camioneta; jamás había visto los edificios tan hermosos, reflejando la luz con sus limpios ventanales. Estaba lleno de felicidad.


- Es bonito, ¿verdad Naruto?- La voz de Ino había vuelto a ser dulce como la conocía; el rubio se giró a ella y la abrazó con todas sus fuerzas, ella era un ángel, lo sabía, el cielo la había mandado para salvarlo de su sufrimiento. Se dijo mil veces que después de todo, sí había gente buena en el mundo que podía ayudarlo. Lágrimas de alegría asaltaron sus ojos.


- Ino… gracias.- La chica acarició suavemente una de las orejitas de Naruto para reconfortarlo.


- No tienes nada que agradecer pequeño, tu vida está a punto de cambiar.- Tendió su mano hacia el hombre que estaba sentado a su lado, quien le pasó una bolsa de terciopelo negro; la tomó y de ella sacó una tira de la misma tela.- Por ahora vamos a jugar un juego. El lugar al que vamos es secreto, así que tendremos que pasar a escondidas.- La pequeña sonrisa de la rubia le resultó extraña, pero no entendía lo de las escondidas. Vio cómo Ino ataba sus manitas con la tira de tela que había sacado de la bolsa; un tirón fuerte le hizo dar un respingo de dolor. Entonces la chica tomó la bolsa y de golpe se la colocó en la cabeza.


La odisea comenzaba de nuevo.


La única diferencia ahora es que estaba inmerso en un torbellino de emociones que bombeaban adrenalina por todo su cuerpo. Alegría, miedo, sorpresa, satisfacción… correr o pelear.


Eligió.


Sin quererlo le asestó un tremendo cabezazo a la rubia que casi los deja inconscientes a los dos. Como pudo se repuso y comenzó a moverse salvajemente dentro de la camioneta; dos de los hombres que iban a bordo intentaron someterlo pero les fue imposible, el pequeño kitsune era escurridizo, más importante aún, estaba decidido a dar batalla, todo lo que fuera necesario por terminar con su pena, después de todo sabía bien que no tenía nada que perder pero sí mucho que ganar; muriera o escapara, cualquier cosa sería libertad.


De un salto pasó a la parte de atrás de la camioneta, quitándose la bolsa de terciopelo y mirando a los dos hombres prepararse para atraparlo, junto con la chica de ojos verdes que aún estaba algo aturdida por el golpe. Miró en todas direcciones para ayudarse, y decidió que lo arriesgaría todo. Igual que un destello amarillo, cruzó entre sus nuevos captores y se abrió paso hasta el tablero del automóvil, intentando girar el volante y sacarlos del camino; sin embargo, el hombre que manejaba era bastante fuerte y apenas y movió la rueda, pero en su intentó por girar, su pie accionó el freno de mano del vehículo haciendo que se detuviera en seco a mitad de una calle transitada. Naruto se detuvo y miró asustado en todas direcciones averiguando qué pasaba, y aprovechando ese momento de distracción Ino tomó la cola de Naruto y dio un fuerte tirón hacia ella.


- ¡PUTA BESTIA! ¡ESPERO QUE OROCHIMARU TE DESTAZE HOY MISMO!


Naruto se aferró al volante evitando que Ino lo jalará de vuelta al asiento de atrás; uno de los hombres que los acompañaban tomó al pequeño kitsune de sus piernas para asegurarlo finalmente, entonces un auto los impactó por detrás, haciendo que Naruto cayera entre Ino y aquél hombre que intentó sujetarlo. La fuerza del choque los había impulsado varios metros adelante, así que cuando el otro sujeto que viajaba adelante quiso averiguar qué pasaba, vio perfectamente cómo un automóvil que iba paralelo a ellos los impactó en su costado, arrastrándolos varios metros. Los cristales de la parte de atrás se rompieron gracias al rebote de las cabezas de Ino y el hombre a su lado. Todo el tráfico alrededor de ellos se detuvo. La gente que caminaba cerca del lugar se detuvo y comenzó a grabar con sus teléfonos, sorprendida. Había sido un choque aparatoso.


Dentro de la camioneta, Naruto se levantó poco a poco del asiento trasero; el cuerpo fornido de aquél hombre le había servido como colchón en el último impacto, sólo tenía unos cuantos rasguños superficiales. Miró temeroso al resto de tripulantes de la camioneta; ninguno se movía. Admiró la luz del sol entrar libremente por la puerta donde estaba Ino y entonces lo supo, ya no había cristal. Salió por allí evitando la mirada de los curiosos que se aproximaban a ayudar desde el otro lado de la camioneta; aprovechó la conmoción y corrió tan fuerte y tan rápido como pudo en la dirección contraria, alejándose, huyendo desesperadamente.


Corrió veloz como nunca en su vida, atravesó calles y avenidas grandes, la gente con la que se topaba en su carrera apenas alcanzaba a quitarse de su camino, y quienes no lo veían terminaban en el suelo sin remedio; esta vez nadie lo detendría, no sería como aquella vez, se sentía fuerte y capaz de derribar cualquier obstáculo que le pusieran en frente, ni si quiera a los autos a los que se les atravesaba les temía. Su cuerpo se sentía vibrante y ligero, era una sensación increíble. Se alejó varios metros, incluso kilómetros, en todo el día no se detuvo hasta que empezó a anochecer, sólo entonces sus pies se entorpecieron y cayó en el concreto.


Los músculos de las piernas le temblaban, sus pies… realmente no podía sentir sus pies, era más bien como tener dos bolsas de agua, algo pesado e inflado que no se movía mucho, y entonces sí que sintió algo en ellos: comenzó como un calambre que se extendió por sus piernas hasta llegar a su cola y detenerse en sus caderas, pero en sus pies un dolor inmenso y punzocortante se apoderó de ellos. Una mueca de dolor marcó su pequeño rostro, miró hacia atrás y sus piececitos le parecieron extraños. En algún momento en su carrera se los había fracturado, estaba seguro. Suspiró cansado; levantó la vista para caer en cuenta por primera vez a dónde había llegado.


Había varias tiendas pequeñas a su alrededor, en cualquier lugar al que mirara todo lo que podía ver eran escaparates, sin embargo dada la hora ya estaban apagados y vacíos; aquél lugar le recordó los días antes del burdel de Iruka, cuando se las arreglaba detrás de las tiendas de comida y restaurantes, hurgando entre la basura por comida. Tal vez éste sería su nuevo hogar.


Uno de los faros de la calle hizo amago de encenderse sobre él, titilando un par de veces hasta finalmente iluminarse. Naruto apoyó su rostro en el suelo y cerró sus ojitos; aún podía sentir el calor del concreto liberarse contra su mejilla, le resultaba una sensación sumamente placentera. Se dijo a sí mismo que así se sentía la libertad: concreto cálido por las noches, con el ruido de los autos a la distancia y una luz amarillenta que alejara sus temores, incluso pudo percibir el aroma a chocolate en el aire, era exquisito, delicioso, y cada vez se hacía más fuerte.


Abrió los ojos azules y entonces lo vio, el oscuro azabache que se aproximaba a él desde el fondo de la calle, rodeándolo todo con su negrura como las alas de un cuervo que se abrían en abanico frente a él. Una ligera sonrisa adornó sus labios. Jamás imaginó que moriría con el aroma del chocolate en su nariz.


La cálida mano tocó su frente removiendo los cabellos que le cubrían el rostro, después bajó hasta su garganta, y con un par de dedos tomó el pulso de la rubia criatura. El sueño dominaba a Naruto, sus ojos se cerraron pesados y las fuerzas que tanto le habían ayudado lo abandonaban de a poco. Antes de caer rendido al ensueño, el pequeño kitsune pudo escuchar, casi como un eco, el suave graznar de los cuervos en la distancia.


 


- ¡SASUKE, TRAE EL AUTO!

Notas finales:

Un poco largo y de infarto creo :3


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