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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaaaa, querbuines :3 

Capítulo un tanto especial (No, no es lemon ewe pero falta poco para eso :p) Introducción a un par de personajes nuevos (y a otros no tanto) 

Espero que les guste
Un abrazo. 

Capítulo 18

 


   —Cristina… —oigo la gruesa voz de Cobra llamándome y dejo lo que estoy haciendo para levantarme y seguir sus palabras, como si fuera un robot. Debería estar tranquila, pero no sé en qué momento he comenzado a correr hacia la habitación a la que sé se dirige. El pasillo es oscuro y la única luz que hay es la de las antorchas que lo iluminan cada dos o tres metros. Pero no las necesito, ya sé el camino de memoria. 

Doblo a la izquierda y ya me cuesta respirar. No sé por qué he comenzado a angustiarme tanto con cada encuentro, será porque sé lo que está a punto de pasar y eso duele en alguna parte de mi humanidad. Bajo las escaleras que dan al sótano y, antes de abrir la puerta, me seco el sudor de las manos en mi delantal blanco. No debo parecer nerviosa, no debo parecer absolutamente nada. Debo ser neutra. Un robot, para que él no se dé cuenta. 

Entro en la habitación y la temperatura cambia. Está helado, tanto que tengo que abrazarme a mí misma para contener el escalofrío que recorre mi cuerpo. Cobra está de pie, dándome la espalda. Gira su rostro hacia mí y me lanza una mirada que me abre un hueco en el pecho. 

   —¿Qué esperas? —pregunta—. Siéntate —estiro mi delantal para recomponerme y camino hacia la silla que está en un rincón de esa habitación de paredes grises y sin ventanas. Al lado de la silla hay una camilla, sobre ella, un botiquín. Mi botiquín. 

   —¿Cómo estás, hermanito? —Cobra vuelve a hablar, pero sé que ya no se dirige a mí. Sé que desde ahora hará como que no existo. No existo. En esta habitación soy tan sólo una entidad, una observadora. Camina lentamente hacia una de las oscuras esquinas, donde apenas se logra dilucidar una sombra en el piso—. ¿Tampoco vas a hablarme hoy? —Una luz se enciende y escucho una respiración agitarse. Su respiración, la respiración de Steve. Un nudo se me forma en la garganta. 

«Habla, por favor», ruego para mis adentros. Pasan cuarenta y cinco segundos, los cuento en mi cabeza.

«Habla, por favor» Un minuto. Steve no dice una palabra. 

Cobra suelta un gruñido y le da el primer golpe.

 Intento abstraerme. 

Hace seis años tenía una vida normal. Era profesora en una universidad y trabajaba para un laboratorio estatal de mi país. Siempre fui una mujer de ciencias, apasionada por la biología y la medicina, así que era feliz ganando dinero trabajando en lo que amaba. No podía quejarme. 

Pero los seres humanos siempre estamos insatisfechos con lo que tenemos. 

Cuando Wayne me contactó, yo estaba pasando por una buena racha; había publicado una docena de artículos para revistas importantes recientemente, había ganado algunos premios y estaba liderando muchas investigaciones, así que mi nombre estaba sonando en boca de todo el mundo científico. Ahora, pienso que quizás esa fue la razón por la que él me buscó. Él dijo que necesitaba gente talentosa trabajando con él y yo me sentí halagada por eso. Me ofreció mudarme, me ofreció un sueldo que duplicaba el total de mis dos trabajos y me ofreció más fama y prosperidad de la que ya tenía. Mi vida era normal y perfecta, no necesitaba serlo más. No debí haber aceptado este trabajo. Pero, como siempre, estaba insatisfecha.

Cuando descubrí qué era E.L.L.O.S, cuando descubrí lo que estaba tramando y sus macabros planes que, a grandes rasgos, pretendían erradicar a buena parte de la humanidad y hacerse con el poder mundial para controlar al resto, ya era demasiado tarde para detenerme. Supe que no podía ir contra este gigante y me dejé arrastrar, como la mayoría. Todos nos dejamos llevar por esto. Ayudé en la elaboración del virus que después soltaron, creyendo que podrían controlarlo. Fui asignada al primer escuadrón como personal médico. Isaac era el líder y en el momento en que lo nombraron dejó de ser el hombre que comandaba la seguridad de los laboratorios en los que trabajábamos y pasó a llamarse Cobra. No me costó demasiado acostumbrarme a su nuevo nombre, a él nunca le gustó que lo llamáramos Isaac. 

Pero inevitablemente la situación se descontroló, algunos escuadrones se revelaron, algunos infectados se salieron de control y un grupo comandado por uno de ellos hizo estallar casi la mitad de la base de E.L.L.O.S. Perdimos contacto con Wayne y con todo el personal de la base. Los demás escuadrones se dispersaron, el sistema que habíamos creado colapsó. Quedamos a la deriva y ya no le servíamos a nadie, pero yo seguía bajo las órdenes de Cobra. A pesar de que a primera vista parece un hombre tranquilo, él es un líder innato y es, sin dudarlo, el más fuerte de todos los que estamos aquí. Su puntería, inteligencia y astucia le hacen superior a cualquiera de nosotros. Él nos ha mantenido a salvo durante todo este tiempo de crisis. 

Pero es malvado. Lo he visto con mis propios ojos. 

Steve suelta un gemido y yo despierto de mi abstracción. Fue apenas un lamento, pero sé que eso volverá loco a Cobra, que se ríe cuando escucha a su hermano, a su propia sangre, quejándose por el dolor. 

Cobra es malvado. Lo he comprobado, todos los días. 

   —Eso es… —Cobra arrastra sus palabras. Él de verdad parece disfrutar de esto—. Si suplicas un poco, puede que te perdone por hoy —levanta a su hermano, tomándole por la cadena que tiene atada al cuello y lo acerca a su rostro—. Vamos, sólo un poco… —susurra, pero alcanzo a oírlo. Steve ya ha comenzado a sangrar, de su boca cae un poco de líquido rojo que le cae por el cuello y por el pecho desnudo y lleno de moretones. Me estremezco en un escalofrío. Quiero actuar, quiero decir algo, quiero intervenir, pero Cobra me mataría. 

Y nadie podría ayudar a Steve. 

Y entonces, ocurre algo que casi me quiebra los nervios: Steve le escupe sobre el rostro, Cobra lo suelta y lo tira al suelo. Me enderezo sobre la silla, aprieto los nudillos y me obligo a mí misma a tragarme los gritos que estuvieron a punto de escapar por mi garganta. Veo el rostro de Cobra de perfil, está furioso. Se seca la boca con la manga de su camiseta, que segundos después alza sobre su cabeza para quitársela, y se lanza sobre él. Le golpea en la cara, le golpea en las costillas y en el estómago. Toma su rostro entre sus manos y le rasguña las mejillas y el cuello. Está sonriendo. Está eufórico. 

Quiero cubrirme la vista, pero entonces recuerdo que él no debe darse cuenta de que esto me afecta. Él debe creer que estoy de su lado, que no me importa lo que le hace a su hermano. Me muerdo el labio para controlar el temblor en mi mandíbula que está tensa como una cuerda a punto de romperse y pienso en mis padres; no sé por qué pienso en ellos en situaciones como estas, supongo que es el remordimiento, la culpa de pensar que los estoy traicionando con mis actos. Ellos eran buenas personas; amables, generosos, de esos que oraban antes de cada comida y ayudaban a todo el mundo. Si ellos estuvieran vivos ahora, dirían que una persona que calla y es cómplice de una tortura, es un torturador también. Dirían que yo también soy una asesina, que soy la misma basura que Cobra. 

Y quizás tendrían razón. 

Escucho un grito ahogado y las manos empiezan a temblarme otra vez. Ha comenzado la verdadera tortura. La espalda de Steve golpea con fuerza contra la pared, no la veo, pero logro escuchar cómo se sacuden sus músculos contra el hormigón del que está construida. Lo que sí veo es la larga cabellera roja de Cobra, está dándome la espalda, tapando el cuerpo de Steve con el suyo. Lo está violando, a su hermano, a su propia sangre. Siento náuseas y la bilis me sube por la garganta, donde la obligo a estancarse, para no vomitar. Sé que debería estar acostumbrada a ver esto, lo he estado observando desde que Cobra le trajo aquí, hace cinco años. Pero no lo logro, jamás me acostumbraré. El día en que lo haga me perderé a mí misma. 

   —Vamos, Steve… —gruñe Cobra entre gemidos—. Sólo una súplica… —le tiene agarrado por la cadera y lo levanta del suelo con fuerza para penetrarlo, una y otra vez. Steve no suplicará, no lo ha hecho nunca. Tampoco lo hará esta vez.

No sé por qué, pero me obligo a mirar la escena, mientras me esfuerzo en contener las lágrimas. Tengo que superar esto. Steve tiene cadenas en las muñecas, que lo obligan a mantener los brazos sobre su cabeza, en los pies y en el cuello. Desde aquí puedo ver cómo uno de sus hombros está a punto de dislocarse. Tengo que superar esto si quiero ayudarle después. 

Puedo ver sus ojos, miran hacia algún lugar fijo en la habitación; están vacíos, fríos y apagados y me pregunto en qué estará pensando ahora mismo. Debe estar pensando en algo para distraerse y olvidarse de lo que su hermano le está haciendo. Tiene que hacerlo, perderse en ese punto fijo. Olvidarse de que realmente está ahí.  No me imagino otra forma de sobrellevar lo que está sufriendo. 

Cobra se detiene y, por unos momentos, la habitación queda en silencio. Sólo puedo oír nuestras respiraciones; la de él, jadeando por la excitación, la de su hermano que tiembla por la humillación y el dolor, y la mía, que intento mantener baja, pero que no logro controlar del todo. Estoy aterrada. Cobra baja a Steve y sus pies vuelven a tocar el piso cuando él suelta un poco las cadenas que le atan las manos. Camina alrededor de él y lo examina de arriba abajo, sus manos acarician sus brazos y luego los estruja con fuerza, clavándole las uñas hasta dejar marcas en su piel. Luego, lo agarra del cabello y lo tira al suelo. Su mejilla raspa contra el cemento. 

Cobra es consciente de que los golpes y las torturas a las que lo somete no van a dañarlo realmente. Él sabe que esto es lo que realmente le hace daño. 

Ahora ambos están frente a mí. Puedo ver sus rostros, puedo ver a Cobra, que está tan desnudo como su hermano. Se posiciona tras él, le toma de la cintura y comienza a violarlo otra vez. Steve no se mueve, no puede moverse, su cuerpo está demasiado débil para seguir luchando con las cadenas. Aparto la vista, ya no puedo más. Endurezco el rostro cuando otro grito escapa de la boca de Steve y el sonido de sus cuerpos chocando entre ellos cambia, se vuelve líquido. Vuelvo a mirar. Hay sangre bajo las rodillas y las piernas de Steve. Está sangrando. Cobra grita y gime y el rostro de Steve se deforma en una mueca de dolor que su cuerpo no puede evitar. Estrujo el delantal entre mis manos. El corazón me palpita en la garganta y la rabia enciende mi pecho hasta hacerlo arder como un infierno. 

Entonces todo termina. Cobra suelta un gemido que me da escalofríos y se queda unos segundos más dentro de su hermano, seguramente para descargar hasta la última gota. Steve cierra los ojos y arruga la nariz en una mueca de asco. 

Cobra se levanta, como si nada, se ordena el cabello, toma su ropa y se dirige hacia la puerta para salir de la habitación. 

   —Cristina… —dice, sin mirarme, cuando pasa por mi lado y segundos después su figura desaparece tras la puerta. Es una orden, la conozco. Me pongo de pie en cuanto escucho el pestillo cerrándose por fuera y suelto un sollozo, o más bien un suspiro que hace que me atragante con el aire que intenta entrar en mi garganta, no sé muy bien cómo llamarle a ese sonido. Corro hacia donde está Steve, que ha dejado caer su cuerpo sobre el suelo. 

   —¿Estás bien? —pregunto mientras en mi delantal busco las llaves que abren los grilletes que lo atan a las cadenas. Tengo que hacerlo rápido, tan sólo dispongo de diez minutos antes de que venga un guardia a abrir la puerta y me saque de aquí—. ¿Puedes levantarte? —Él hace un esfuerzo, pero las piernas y los brazos le tiemblan tanto que no podría mantenerse en pie un sólo segundo, así que aplico todas mis fuerzas para levantarlo y cargarlo sobre mi hombro. Ahora se me hace más fácil, está mucho más delgado y desnutrido que hace cinco años, cuando llegó. Juntos avanzamos con lentitud hacia la camilla, él medio caminando, medio dejándose arrastrar por mí. Podría ir más rápido, pero tengo miedo de que su cuerpo se quiebre en pedazos. Aparto el botiquín y dejo caer a Steve sobre la camilla, sus dedos temblorosos se agarran a la almohada, como abrazándola. Sé que a pesar de todo lo que sufre antes, este es el momento más cómodo que tiene en el día. La camilla es blanda y suave, muy distinta al suelo frío en el que tiene que dormir. 

Está de lado. Observo su espalda y sus hombros llenos de heridas. Las marcas de los dedos de Cobra aún están sobre la piel que cubre su expuesta cadera. Sus piernas y su trasero continúan sangrando. Busco los guantes de látex en el botiquín para ponérmelos y luego un poco de algodón, suero y agua oxigenada. 

   —Quizás esto arda un poco —digo. Sé que no obtendré respuesta, pero pienso que quizás le agrade la idea de recibir palabras suaves de vez en cuando. Limpio sus heridas y quito sistemáticamente la sangre que hay entre sus piernas, hasta que deja de salir. Recuerdo que las primeras veces que hice esto estaba muy nerviosa; jamás mis manos habían tocado el cuerpo de un hombre tan bien formado. Steve era sexy, era jodidamente sexy e incluso sigue siéndolo ahora, a pesar de haber perdido tanto peso. Pero eso había sido hace mucho tiempo. Ahora, conocía su cuerpo de memoria y ya no sentía ese nerviosismo al tocarlo. Ahora sólo me preocupaba de mantener ese cuerpo vivo. Porque a veces pienso eso, que Steve es sólo un cuerpo que se mantiene vivo gracias a la suerte. 

No hay nada dentro de él. Cobra se ha encargado de destruirlo todo. 

Miro el reloj en mi muñeca, aún tengo un par de minutos. Giro su cuerpo para limpiar las heridas de su cara; tiene un corte en la mejilla y otro en el labio. Hace un ruido cuando paso el algodón por la última herida. Casi parece un gemido de dolor. 

   —Puedes quejarte si quieres —le digo—. No voy a contarle a Cobra, si eso es lo que te preocupa —Él me mira. Noto que cuando Cobra no lo está torturando, él mantiene la misma mirada con la que le vi llegar aquí; ojos filosos y punzantes. Me dejan helada. 

   —Gracias —dice y yo me estremezco. La última vez que le escuché hablar fue hace dos años. 

El pestillo es accionado, la puerta de la habitación se abre y yo inmediatamente tomo a Steve para volver a colocarle los grilletes, pero me detengo en cuanto veo al guardia que entra por la puerta. Es alto, es fuerte y está de mi lado. 

   —Uriel… —le saludo. Trae una botella de agua en la mano. 

   —Cristina… —sonríe. Tiene una sonrisa demasiado dulce para ser un tipo tan rudo que, si él quisiera, podría cargarse a la mitad del escuadrón en un solo día. Camina hasta nosotros y yo me aparto para que él tome a Steve con facilidad y lo siente en el suelo, con la espalda apoyada en la muralla. Le ofrece la botella de agua y él apenas puede tomarla con sus temblorosas manos, así que Uriel le ayuda a sujetarla y prácticamente le da de beber. Su nombre le queda bien, él es como un ángel en este lugar. Lo observo detenidamente unos segundos; él luce como un cazador, actúa como un cazador, pero hay algo que lo hace diferente al resto, casi parece que él no fue entrenado con sus demás compañeros. Quizás sea así, nunca le he preguntado. 

Uriel me lanza una mirada y por unos segundos me quedo pegada a sus ojos. Tiene heterocromia, un ojo es azul, el otro marrón y hay algo en la mezcla de colores que me incomoda. Tiene una mirada penetrante. A veces me da miedo. 

   —Cristina… —dice y yo reacciono. Busco las llaves en mi delantal y se las lanzo. 

   —Lo siento —digo. Él vuelve a colocarle los grilletes a Steve. Lo hace con movimientos lentos, seguramente para no dañarle y, cuando termina, se pone de pie sin decir nada. Mis ojos se concentran en Steve, le veo en el suelo a punto de quedarse dormido y un nudo se forma en mi garganta. Uriel camina hasta mí y me acaricia el hombro. Es un gesto simple, pero sé lo que quiere decir. 

«Esto es lo único que podemos hacer por él»

Ambos salimos de la habitación en silencio, de estar más tiempo ahí Cobra enviará a más guardias y acabaremos metidos en un problema. Sé que es lo único que podemos hacer por él. Pero otra vez pienso en mis padres y pienso que estoy traicionando todo lo que me entregaron, a la forma en la que me criaron. 

Ellos no permitirían esto. 

   —¡Señor Uriel! ¡Cristina! —Una voz escondida susurra nuestros nombres. La reconozco; es suave, dulce e infantil. Uriel y yo intercambiamos una mirada cómplice, luego inspeccionamos el pasillo, para asegurarnos de que está vacío y corremos hacia una de las habitaciones, desde donde llega esa voz. La puerta se abre antes de que toque la manilla y, por unos segundos, la figura que lo hace queda escondida tras la madera. 

   —¿Cuántas veces te he dicho que no me llames señor? —gruñe Uriel y toma la puerta para cerrarla y mostrar a la persona que está escondida tras ella. Es una niña; tiene el cabello rubio que le cae hasta la mitad del cuello y unos hermosos ojos verde oscuro. La encontré hace cinco años, rodeando la zona de desastre de la base de E.L.L.O.S. Estaba sola, confundida, desnutrida, deshidratada y con notables signos de tortura por los que nunca le pregunté. De haberla encontrado dos días después la historia sería distinta; estaba al borde de la muerte. La llevé conmigo a la guarida Cobra; no tuve que explicar demasiado sobre ella, tan sólo la hice pasar por mi hermana pequeña y me rehusé a seguir prestando mis servicios médicos si no dejaban que se quedara conmigo. Cobra no se molestó, no tenía razón para hacerlo de todas formas. Tan sólo me advirtió que esta niña sería únicamente mi responsabilidad y que él no velaría por mantenerla a salvo. 

Tampoco permitiría que él se le acercara. No después de lo que le he visto hacer.

   —Lo siento… —La pequeña intenta sonreír, pero no lo logra. Me doy cuenta de que algo malo está pasando. 

   —¿Ocurre algo? —le pregunto. Ella asiente con la cabeza. 

   —Mordieron a uno de los que salieron a buscar combustible… —responde y se muerde el labio inferior. Estas situaciones la ponen increíblemente ansiosa. 

   —¿Quién? —pregunta Uriel. 

   —Edward —dice ella—. Escuché que fue Edward —Uriel me lanza una mirada y niega con la cabeza. Edward es uno de los cazadores más problemáticos que conozco, un verdadero imbécil. No puedo negar que me alegraría que se infectara para luego ver cómo le dan un tiro. Pero tampoco puedo negar que es fuerte y que aporta mucho a la seguridad de este lugar. Además, la decisión de salvarlo no está en mis manos. 

Me acerco a la pequeña y me arrodillo frente a ella, para llegar a su altura. Apoyo las manos sobre sus hombros. 

   —¿Quieres salvarlo, Dania? —le pregunto. La decisión es completamente de ella, ella tiene el poder para hacerlo. Dania estruja entre sus manos el borde de su camiseta, estoy segura de que ese gesto lo aprendió de mí, yo hago exactamente lo mismo cuando estoy nerviosa. Me mira a los ojos. Lo está dudando, ella también sabe que Edward es un idiota que merece una muerte terrible. Pero me impresiona la capacidad que tiene una niña de tan sólo diez años para poner todo sobre una balanza y tomar la mejor decisión para todos. 

   —Sí quiero —responde. Le acaricio los hombros. Respeto su decisión. Uriel suelta un gruñido, pero no dice nada. Él también la respeta, él daría la vida por esta niña. Si él está vivo ahora, es gracias a ella. 

   —¿Dónde está? 

   —Escuché que ya lo llevaron a la enfermería —dice. Me pongo de pie y le ofrezco una mano para que me acompañe, ella la toma y yo sonrío. A pesar de que se ha aprendido de memoria cada pasadizo de este lugar, sigue prefiriendo ir de la mano de alguien, sigue prefiriendo comportarse como una niña. Los tres caminamos por los oscuros pasillos, apenas iluminados, hasta la enfermería. Unos veinte metros antes de llegar, ya puedo oír el ruido de los cazadores; sus gritos, sus risas eufóricas, sus peleas y sus quejas. 

   —¡Hasta que llegaste! —grita uno de los hombres desde la puerta. Guardo silencio. No suelo responder a este tipo de provocaciones a las que ya estoy acostumbrada—. ¿Cuánto más pensabas demorarte, perra? —Uriel se detiene para tomar a ese hombre por el cuello de su chaqueta y lo embiste contra la pared—. ¡Oye! ¿¡Qué estás…!? 

   —Cierra la boca si no quieres que te estrangule en este momento —le dice, con voz increíblemente calmada. Luego lo suelta. El hombre sacude su chaqueta, carraspea la garganta y sale de ahí como alma que lleva el diablo. Sonrío, es bueno tener de amigo a alguien como Uriel. Después de Cobra, estoy segura de que él es el más fuerte y todos parecen saberlo en este lugar.

Edward está recostado sobre una camilla. Pienso que está asustado, sabe que una mordida es fatal, sabe que va a transformarse en uno de ellos, pero aun así su mirada sigue siendo la de un idiota. Su hermano está con él, acompañándolo. 

   —¿Cuántas personas saben que te mordió un infectado? —le pregunto cuando entro. Él abre los ojos, sorprendido. 

   —¿Cómo sabes que me mordió un infectado? —pregunta. Sonrío y miro de reojo a Dania, ella sabe escabullirse entre las habitaciones y pasar desapercibida incluso para estos entrenados hombres. 

   —Así que sólo tu hermano sabe —afirmo.

   —Sí —responde y le tiembla la voz. Me muerdo el labio inferior, sin poder contener una pequeña sonrisa. Podría disfrutar más de esto, de ver a este idiota angustiado, sin saber qué va a pasar con su vida. 

   —Está bien… —rodeo la camilla, para sentarme en una de las sillas que están a su lado—. Estás de suerte. Tengo una cura. 

   —¿¡Tienes una cura y te lo tenías guardado!? —me grita. Levanto la mano y detengo cualquier tipo de sublevación con un gesto que quiere decir: “me vuelves a gritar y dejo que te conviertas en un infectado”—. Lo siento —se disculpa inmediatamente. Yo sonrío.  

   —Es sólo una pequeña muestra… ­—comienzo—. Cobra la encontró entre los escombros luego del ataque a la base de E.L.L.O.S y la tiene celosamente guardada, sólo yo sé dónde está —estoy mintiendo. No voy a contarles la verdad, no voy a decirles que aquí hay una niña que al parecer posee un sistema inmunológico tan poderoso que fue capaz de crear anticuerpos que frenan el desarrollo del virus y lo hacen retroceder sin haber tenido contacto con el antes. ¿O si lo tuvo? ¿La forzaron a ser lo que es ahora? No lo sé. Prefiero no preguntar. No sé cuánto ha sufrido esta niña y por eso no diré nada, no lo haré porque sé lo que estos cazadores harían con ella si lo saben, sé lo que haría Cobra si se llega a enterar. Uriel y yo cruzamos una mirada y le sonrío. Él es el único que sabe la verdad, él fue el primero que Dania salvó. Aún recuerdo el día en que le mordieron, ella llegó corriendo diciéndome que su sangre podía salvarlo. Eso fue hace tres años y yo estaba demasiado sorprendida como para inventarle a Uriel una mentira como esta. Pero él sabe guardar secretos y su lealtad me ha quedado clara desde hace mucho tiempo ya—. Puedo ir y robar un poco para ti, para que no te conviertas. Pero ni tú ni tu hermano pueden decirle una palabra a nadie, ni a sus amigos y mucho menos a Cobra, los mataría ambos si se enterara. 

La visible manzana de Adán de Edward sube y baja velozmente por su cuello cuando traga saliva. 

   —Por favor, Cristina —dice su hermano, que hasta ahora se había mantenido en silencio—. No le diremos a nadie. Pero sálvalo, por favor. 

   —Está bien —me pongo de pie—. ¿Me acompañas a buscar eso, Dania? —Ella se ha acercado a la puerta incluso antes de que se lo dijera. Ambas salimos de la habitación y nos dirigimos a uno de los baños. Llevo una jeringa en mi bolsillo y eso es suficiente. Edward es el tercer infectado que Dania salva, existió otro, pero era un psicópata de temer que, de seguir vivo, habría matado a más de una quincena de nosotros. A eso me refiero cuando digo que ella es capaz de balancear toda la situación y tomar la mejor decisión.  

   —Cierra tus ojos —le digo y ella obedece y los aprieta con fuerza. Le tiene terror a su propia sangre. Tomo la aguja y la clavo en su brazo lo más rápido posible, ella suelta un pequeño gruñido cuando lo hago. Recuerdo que cuando la encontré, sus brazos estaban llenos de marcas de agujas. Tengo mis sospechas, creo que E.L.L.O.S estuvo experimentando con ella en la base antes de que fuera atacada, pero ella no lo recuerda bien y a mí no me importa adentrarme en su pasado, menos si es tan terrible como me lo imagino. Lleno el tubo—. Listo.  

Dania suelta un suspiro. Bajo la manga de su camiseta y la tomo de la mano para ambas salir del baño. Cuando entramos nuevamente en la enfermería, Edward está sudando y sus ojos se han oscurecido levemente. Son los primeros síntomas. Dejo a Dania en la puerta y camino hasta él. Tomo su brazo izquierdo sin delicadeza, fue ahí donde le mordieron. Le duele, pero no me dice nada. 

   —Le dirás a todo el mundo que fue un perro salvaje lo que te mordió —ordeno y él asiente con la cabeza. Clavo la aguja al interior de la mordida, será más efectivo si los anticuerpos atacan directamente la zona afectada. 

   —Está bien. Gracias, Cris… ¡Joder! —Él intenta quitar el brazo pero yo todavía no termino de inyectar la sangre. 

   —¡Quédate quieto! —le grito. 

   —¡Me duele! —se queja. Uriel camina hasta nosotros y le agarra el brazo con fuerza, para que deje de moverlo. 

   —No seas maricón —le dice y yo estoy a punto de soltar una carcajada. Edward se sigue quejando, pero ya no puede quitar el brazo. Termino y Uriel lo suelta. 

   —En algunas horas deberían desaparecer los síntomas —apunto con el dedo al hermano de Edward—. Preocúpate de que descanse bien. 

   —Gracias.

   —Terminamos aquí. Vamos, Dania —Uriel camina hasta la puerta y carga a Dania con uno de sus brazos para salir de la enfermería, yo les sigo y camino tras ellos. Los tres vamos en silencio y nos alejamos del ruido de los cazadores. En este lugar nos tenemos tan sólo a nosotros tres, sé que ni a ellos ni a mí nos interesa relacionarnos con el resto. Sé que los tres pensamos lo mismo; este lugar es un infierno, pero hay peores infiernos allá afuera.  

Sobre la camiseta de Uriel, justo bajo su cuello y antes de llegar a su espalda, asoma un tatuaje con la frase: “Tantum timete Deum”. Es latín, cursé latín en la escuela, cuando era pequeña. 

«Teme sólo a Dios»

Escucho un ruido y la figura de Cobra asoma por la puerta de uno de los baños. Se está secando la boca con la manga de su camiseta. Quizás ha vomitado otra vez, a veces lo hace luego de torturar a Steve como lo hizo hoy; no sé aún si ambas cosas en realidad tienen relación o no, pero me gusta pensar que es el peso de su conciencia lo que le hace sentir asco de sí mismo hasta hacerle vomitar. 

   —Cristina… —dice, con voz gruesa, cuando pasa por mi lado sin mirarme. Mi cuerpo se paraliza y mi respiración se agita bruscamente. Me lleno de pánico. ¿Otra vez? ¿Acaso no ha sido suficiente por hoy? Endurezco el rostro y enderezo la espalda. No debo demostrarle que esto me afecta. Uriel se detiene y cruzamos una mirada. Mi nombre es una orden que debo obedecer. 

   —¿Y al diablo? —le pregunto a Uriel, mientras veo a Cobra doblar por el pasillo que conecta con el sótano—. ¿Debo temerle? —Él parece no captar mi pregunta inmediatamente. Entonces sonríe y lleva la mano libre a su cuello, para tocar su tatuaje.

   —Ha hecho tantas cosas terribles que ya no puedo temerle —dice. Yo asiento con la cabeza, creo que entiendo lo que quiere decir. Me despido de él y de Dania con una mirada que sé ellos comprenderán. Corro por los pasillos oscuros, apenas iluminados por antorchas instaladas cada dos o tres metros, y doblo a la izquierda hasta llegar a las escaleras que dan al sótano. 

 «Teme sólo a Dios», repito en mi cabeza, mientras abro la puerta y hago todo lo posible por no parecer nerviosa. La luz ya está encendida y Steve está despierto, Cobra le ha obligado a arrodillarse frente a él, pero su mirada no me parece sumisa. Tiene los ojos punzantes y fríos clavados directamente en los de su hermano. Me dejan helada otra vez. 

«Él tampoco le teme» 

 

Notas finales:

Bueno, bueno, bueno -v- ¿Qué les pareció? ¿Impresiones de los nuevos personajes? ¿Impresiones del estado del pobre Steve? ¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review.

Que tengan una linda semana. <3


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