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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holo x) 

De seguro la actualización llegó antes de lo que imaginaban D_D xd 
aquí les traigo el capítulo 35 :) Se vienen cosas buenas (no necesariamente para los chicos, pero para uds, lector@s sedient@s de sangre y sufrimiento ajeno, sí) 

El capítulo siguiente va por la mitad, así que si todo sale bien para el domingo estaría subido y si no es así, será para dos semanas más (El lunes me voy de vacaciones por una semana...y estaré sin internet ;_; ) 

Gracias por leer

Capítulo 35




Los vacíos ojos verdes de David me miraban fijamente mientras comía. Los sentía anclados a mi cuello y, a pesar de que no lo veía, podía sentir su mirada sobre mí y casi me pareció escucharle hablar, aunque ambos estábamos en silencio. Al principio solía ponerme nervioso cada vez que él me miraba de esa forma, pero ya me había acostumbrado. David siempre lo observaba todo. 

   —Antes de todo esto… —comenzó, como quién empieza una conversación al darse cuenta de que lo han descubierto en algo que no corresponde, aunque él no tenía cómo saber que yo me había percatado de su mirada y yo no tenía cómo saber que él tenía los ojos clavados sobre mí—. Solía visitar a mi hermano que se había mudado a Estados Unidos… —le oí darle una mordida a la rata que seguramente él también comía. Hace poco, durante una invasión que Shark había hecho a una comunidad, un grupo de ratones subió a bordo y en menos de dos meses se transformó en una plaga. Para Shark y sus cazadores esa plaga se transformó en una molestia, para nosotros, significó comida—. Me enseñó una receta de pescado frito en uno de esos viajes. Una rata quedará sabrosa con esa preparación también… —giré hacia él para vernos a la cara. Ambos estábamos sentados en la cofa. Se supone que debíamos vigilar, pero ese día el mar estaba tan tranquilo como un desierto azul—. La próxima vez les cocinaré. 

Negué con la cabeza. 

   —Si ellos lo descubren, te traerá problemas —dije y algo revolucionó mis emociones. David siempre hacía más por nosotros, más de lo que podíamos pedir, más de lo que podíamos imaginar. Él siempre se arriesgaba, aunque lo ocultara bajo esa capa tranquila y desinteresada que tenía, él siempre buscaba más para nosotros. Pero sus riesgos siempre significaron sacrificios, molestias y castigos—. Pero cuando salgamos de aquí, prométeme que nos prepararás pescado frito. 

   —No acostumbro a prometer, pero haré una excepción… —sonrió levemente. Su sonrisa siempre le quitaba años de encima, haciéndole parecer mucho más joven de lo que realmente era, más aún de lo que aparentaba—. Falta poco para eso… —dijo, sin quitar esa sonrisa de su rostro y, por un momento, me pareció que en esas simples palabras había una advertencia, un presentimiento, una terrible predicción. Fue sólo un momento en el que esas palabras me incomodaron hasta retorcerme las entrañas, sólo un segundo—. Tienes que estar preparado, Reed. 

   —Lo intentaré. 

   —No… —su mano helada acarició mi hombro, lentamente, despacio, y me dio el tiempo para sentir cada milímetro de sus dedos—. No debes intentarlo, debes hacerlo.

  —El intento podría significar un fracaso —repetí, como un mantra. Él siempre lo decía.  

   —Lo sabes y aun así me haces repetírtelo —dijo, con un pequeño rastro de broma en su voz. Me dio una suave palmada—. Siempre debes estar preparado. 

 

 

Mi cuerpo despertó con un sobresalto involuntario que me trajo súbitamente de vuelta a la realidad. ¿Cuándo me había ido? 

   —Eh, Reed —unas manos me atraparon e intentaron calmarme antes de que diera otro salto en mi lugar. Reconocí esos dedos que parecían dejar marcas en mi piel. 

   —T-Terence… —busqué su rostro en la oscuridad para tocarlo, pero sus manos bajaron por mis hombros y tomaron las mías antes de que yo las moviera—. L-Lo siento, yo...creo que me dormí. 

   —¿Pesadillas? 

   —Algo así… —suspiré y calmé mi respiración hasta que se volvió silenciosa otra vez. No había sido una pesadilla; habían sido fantasmas, recuerdos de momentos que mi cabeza se negaba a olvidar. No había pensado en David durante el último tiempo y aun así él y sus palabras venían otra vez a decirme qué hacer y cómo comportarme—. Soñé con David… —confesé, en un murmullo apenas audible—. Creo que su fantasma estará abrumándome por mucho tiempo. 

Si él estuviera aquí de seguro no estaríamos en esta situación. 

  —Para eso están los fantasmas, para fastidiarnos desde el más allá —rio. 

   —¿Crees que ellos sepan lo que ocurre aquí? —Casi sin darme cuenta, me moví un poco para apoyar la cabeza sobre su hombro. Terence a veces tenía esa aura de serenidad que me recordaba a David, cierta calma para tomarse esta clase de situaciones que siempre me sorprendía. Intenté encontrar la causa, una razón para esa actitud que ya no se veía en todo el mundo. 

¿Acaso Terence no le temía a la muerte? 

   —Ah, joder… —El pelirrojo intentó ahogar un quejido, sin mucho éxito. Acaricié con mi pulgar la palma de su mano y me sentí inútil. Eventualmente él se había dado cuenta de que estaba herido y, eventualmente, habíamos cubierto la herida lo mejor que pudimos dentro de ese oscuro camión, pero teníamos las manos atadas. Me había encargado de cortar un trozo de mi camiseta con los dientes para improvisar una venda para él, pero no había nada que pudiera hacer más allá de eso. Ni siquiera había podido ver la herida, no sabía si estaba infectada o si la bala que había rozado su pierna había logrado penetrar el músculo también. Él lo sabía, sabía que no podíamos hacer nada, así que sólo intentaba no quejarse demasiado. 

   —Vas a estar bien… —le aseguré, aunque con esas palabras sólo intentaba convencerme a mí mismo de que así sería. El miedo seguía expandiéndose en mi interior; subía por mi estómago y garganta en forma de mareos que me tensaban los músculos y me helaban la piel. Era el miedo a perder ese sentimiento que había aceptado hace poco, era el miedo a lo desconocido, a ese lugar donde sabía que tener la cura en las venas no iba a salvarme. Era el miedo que no detectaba en Terence y que nunca vi en David. Era auténtico miedo a la muerte—. Lo prometo. 

¿Podía estar preparado para morir? 

   —Aw, Reed. Suenas tan tierno cuando hablas así… —se burló Terence y eso sacudió mis pensamientos y me descolocó un poco—. ¿Puedo apretarte las mejillas? —Le di un codazo para que se detuviera—. Auch, lo siento —rió y se movió para apoyar su cabeza sobre la mía. La lentitud con la que lo hizo, la forma en la que se cargó sobre mí, su tacto, su respiración…todo en él me indicaba que estaba cansado—. Oye, labios de algodón… 

   —¿Sí, pelirroja? —respondí, medio riéndome.

   —¿Eso significa que ahora somos novios? 

   —¿¡Quién te ha dicho que ahora…!? —quise alejarlo de mí y entonces, al tocar su frente, me di cuenta de que ardía—. Terence…

   —¿Sí, cariñ…? —Su voz fue cubierta por el ruido que hizo el camión cuando frenó y las puertas que abrieron desde el exterior. La luz del sol nunca dolió tanto sobre los ojos como en ese momento, y me encegueció por un par de segundos. Luego distinguí siluetas; formas vagas y escalofriantes de lo que debían ser humanos. Pero bien era sabido en estos días que la palabra «humanidad» debía ser usada con cautela, porque no todo lo que caminaba erguido era humano y no todos los hombres presentaban esa característica, ese término que en sí mismo guardaba el altruismo y la piedad… piedad que esas personas seguramente no tendrían con nosotros. 

No los vimos venir, sólo entraron en grandes grupos y arremetieron en nuestra contra. No hubo necesidad de bolsas ni golpes en la cabeza, sólo un montón de brazos que parecían uno solo y un montón de gritos y voces imperiosas que nos ordenaron lo que teníamos que hacer. Reafirmaron las cuerdas que me ataban las muñecas, me arrastraron fuera y, de pronto, me vi obligado a caminar por una especie de camino, un pasillo humano, rodeado de hombres y mujeres que gritaban maldiciones e insultos que apenas alcancé a comprender. El hombre que me llevaba me amenazaba con algo, no sabía si era un cuchillo o un arma de fuego, pero ambos sonaban igual de peligrosos en esos momentos. Busqué a Terence con la mirada, pero otro hombre nos separaba y al otro lado más personas me separaban del resto. No podía ver nada entre tanta gente. 

Intenté analizar la situación, reconocer el lugar, buscar algo que me sirviese para escapar o para ayudar a alguno de mis amigos a hacerlo, pero a mi alrededor sólo había personas desconocidas que clamaban por nuestra sangre. Recordé lo que les habíamos hecho, Scorpion dijo que habíamos tirado abajo su lugar sagrado.

Me pareció que nuestra hora de pagar por ello había llegado.  
Sentí el olor ácido y pestilente de la carne podrida que se pegó a mis fosas nasales, pero no vi muertos cerca. ¿Habían logrado reparar la iglesia? ¿Qué tan lejos estábamos de ella? ¿Los habían movido a otro sitio? 

¿Acaso todo este lugar estaba putrefacto? 

   —Cabeza abajo… —me ordenó una voz sin dueño. Todo el mundo hablaba a la vez. Había tanta gente ahí que tuve la extraña sensación de que iba a ser tragado por esa masa de personas. No obedecí y miré hacia todas partes, buscaba a Aiden, él tenía enoclofobia, tenía que saber en qué estado estaba—. ¡Cabeza abajo, dije! —Algo me golpeó la espalda. 

Bajé la mirada.  

Los gritos de la gente cambiaron su frecuencia, cambiaron su tono. Oí un alboroto a mí alrededor pero no pude distinguir qué ocurría. Ese bloque de gente se rompió, la masa se deshizo y entonces, en mi interior, viví algo parecido al caos. 

   —¡E-Ethan! —La voz de Aiden resaltó sobre todas las demás—. ¡Suéltame, maldito! 

   —¡Aiden! —Los gritos revolucionaron el ambiente y la mano del hombre que me amenazaba por la espalda tembló, estaba nervioso. Era mi oportunidad. 

Dejé que mi instinto actuara, el instinto de supervivencia más puro. Me moví rápido, giré sobre mis talones y, con todas las fuerzas concentradas en mi hombro, empujé al tipo que me llevaba. No me detuve a mirar si había caído al suelo o no, sólo corrí lejos de él, contra la corriente. Me metí en medio de esa masa de gente que seguía desarmándose como si hubiesen visto un fantasma. 

A unos metros de mí reconocí la cabellera roja de Terence, se había librado y forcejeaba con uno de los tipos. No lo pensé dos veces, corrí hacia ellos y embestí al hombre en una tacleada que nos tiró a ambos al suelo, pero rápidamente el pelirrojo me levantó por los hombros y me arrastró lejos.

   —¡Reed! —me abrazó. Su agarre se tensó cuando oímos el sonido seco de un disparo. Ambos nos lanzamos al suelo—. ¿Qué demonios pasa? 

   —¡Aiden! 

   —¡Sujétenlo! —Si había hombres o no tras nosotros, eso no importó. Toda la gente que estaba armada en ese momento corrió en la misma dirección, hacia el mismo punto. Temí lo peor y supe que uno de los nuestros estaba en peligro. 

   —¡Joder! ¡Van a matar a alguien! —Terence me desató y ambos corrimos en dirección al alboroto. Debíamos ayudar. Amy pasó por nuestro lado, le quitó el arma a un hombre y comenzó a disparar. 

Sabía que nosotros éramos menos, sabía que posiblemente perderíamos, sabía que quizá terminaríamos muertos y los nervios y el terror corrieron más rápido por mi sangre al darme cuenta de ello, al fijarme en lo diminutos que éramos en comparación con ellos. Incluso si Cuervo y alguno de sus hombres lograban liberarse para pelear junto a nosotros, sabía que no lo conseguiríamos. Pero nada de eso importó. Los chicos, ese extraño grupo de gente que hace tiempo había dejado de ser extraña para mí, esa gente que ahora podía llamar amiga, estaba en peligro. Y eso era lo único que sabía y lo único por lo que mi cuerpo luchaba. 

En ese momento me di cuenta. No sólo era Terence y yo. Esto era más grande que nosotros, era una familia, no como la que había perdido hace mucho tiempo, pero era algo. Algo importante que, sin darme cuenta, me rehusaba a perder. 

No iba a dejar que ninguno de ellos desapareciera entre mis manos. 

   —¡Cuidado! —Alguien me tiró al suelo y una bala voló por donde antes había estado mi cabeza—. ¿Estás bien? 

   —Dios, gracias… —recibí la mano de Eobard que me ayudó a levantarme otra vez y, en cuando me vi de pie nuevamente, Terence, él y yo nos preparamos para recibir la embestida de los hombres que nos habían disparado y que ahora corrían en dirección nuestra. Habíamos iniciado una pelea callejera que me impedía ver más allá de un par de metros, donde sólo veía a más gente matándose entre ella. Me abalancé sobre uno de ellos antes de que llegara y le golpeé en el rostro tan fuerte que mi mano dolió por varios segundos. 

Oímos otro disparo. Dos hombres de La Hermandad cayeron al suelo.  

   —¡Chicos! ¡Eobard! ¿¡Estás bien!? —Caleb, el otro cazador, llegó hasta nosotros. Seguramente el arma que traía en la mano se la había quitado a algún hombre de La Hermandad—. ¿Estás…? —tomó a Eobard de los hombros y sus ojos, nerviosos, lo recorrieron de arriba abajo, como si buscara heridas, señales, marcas o algo de lo qué preocuparse. En otra situación me habría reído de ese gesto, ya que él hizo exactamente lo mismo que yo hacía con Ada cada vez que corríamos peligro, pero no me reí. Ni siquiera lo pensé. 

   —¡Estoy bien, Caleb! 

   —Gracias a Dios… —Caleb dejó escapar un suspiro, parecía cansado—. La pelea… —jadeó en un intento de recuperar el aire—. Es Ethan, chicos… 

   —¿¡Ethan!? 

   —Sí, demonios…él… —Caleb miró hacia todos lados, y Terence golpeó a un hombre que se nos había acercado—. Tenemos que correr, por aquí… —tomó a Eobard de la mano y ambos comenzaron a alejarse. Les seguimos, sería fácil perderse entre todo el caos que había ahí. Era una locura que en mi cabeza comenzaba a tomar forma y comenzaba a entender. Sabía que Ethan era un infectado, no sabía hasta dónde llegaba su fuerza, pero sabía que era capaz de armar un verdadero alboroto. Seguramente lo había hecho, seguramente había matado a muchos y, al escuchar los gritos y disparos, toda esa gente que estaba ahí se había vuelto loca. Los hombres armados de La Hermandad debían tener cuidado, no podían disparar a diestra y siniestra, no mientras la muchedumbre se dispersaba. Debíamos aprovechar esos escasos minutos para intentar escapar. 

Oí más voces, más gritos horrorizados y supe que habíamos llegado. Estaba a tan sólo unos metros de nosotros, pero con toda esa gente no había podido verlo; Ethan estaba forcejeaba con una docena de hombres y Aiden, junto a Cuervo y algunos otros cazadores, intentaba ayudarle desesperadamente. 

   —Dios mío… —Mis piernas corrieron hacia él, aunque mi cabeza gritaba que me alejara de ahí—. ¡Ethan! —Él…él estaba—. ¡No, no! ¡Ethan! 

   —¡Joder! —Terence gritó y corrió tras de mí. 

   —¡Déjenlo! —Dos hombres cayeron sobre Aiden para someterlo—. ¡Suéltenlo, maldición! ¡Ethan! 

   —¡Aiden! —De alguna forma, Ethan logró librarse de todos esos hombres. Sólo los mató, más rápido de lo que mis ojos pudieron registrar y supe entonces que todo se había ido al demonio. Él no era Ethan, no el que conocía. Pude ver las malditas venas rojizas y oscuras remarcadas en su piel, pude ver sus pupilas completamente dilatadas. Él dijo que lo habían mordido. No supe qué tan infectado estaba hasta ese momento. Estaba irreconocible. 

Ethan se había transformado en un muerto. 

Un disparo ensordeció mis oídos. Aiden soltó un grito desgarrado. 

   —¡Todos quietos, o el próximo disparo será en la cabeza! —gritó el hombre que le había disparado—. ¡Juro que voy a volarle el puto cráneo! —me quedé quieto en mi lugar y sentí las palmas de las manos resbalosas por un sudor que se debía sólo a los nervios y al miedo. Sentí que, si me movía, ese hombre iba a cumplir su palabra. Ethan también se quedó quieto y cayó arrodillado al piso, justo frente a Aiden. Incluso si se veía así de aterrador, incluso en ese estado él podía controlarse. 

   —E-Estoy bien, Ethan —gimió el castaño. Le habían disparado en una pierna—. Calma…

  —Disparen… —ordenó alguien. Me tapé los oídos, pero mis manos no fueron suficientes para cubrir el ruido seco de cinco balas que me revolvieron las entrañas. Aiden gritó otra vez, pero no fue a él a quién le habían disparado. Su grito fue pura desesperación, la misma que sentí yo y que también me hizo gritar, correr, y abalanzarme sobre el primer hombre que tuve delante y golpearle hasta que dos más me cayeron encima y me inmovilizaron. Ethan cayó al suelo. Terence y los demás se volvieron locos. Otra pelea se formó. No debimos haberla comenzado, así como no debimos haber comenzado la anterior. 

   —¡Ethan! —Aiden se arrastró hacia él, pero le detuvieron antes de que pudiera tocarlo—. ¡Ethan, Ethan! ¡Responde, Ethan! —Cuatro hombres tomaron al moreno y se lo llevaron—. ¡No, no! ¡Maldición! —La voz quebrada de Aiden rompió mis nervios y me llenó con un poco de la angustia que seguramente él sentía en ese momento. Dejé de forcejear y sólo me concentré en evitar las lágrimas que, sin quererlo, comenzaron a picar tras mis ojos. Dejé que me llevaran; ellos me levantaron, me separaron de Terence, de Aiden y del resto y me obligaron a caminar por el mismo camino de antes. Pero ahora no había multitud ni gritos, incluso los de Aiden habían sido callados, a él le habían tenido que dar un golpe en la cabeza. No me exalté cuando algo me cubrió la vista y todo se volvió oscuro. No era una bolsa pero era prácticamente lo mismo, el mismo sistema de siempre que por alguna razón en un comienzo La Hermandadno había querido usar. 

Entendí que nosotros le habíamos dado los motivos para hacerlo.

Notas finales:

Ok, vamo a calmarno :v sé que no caerán en la misma trampa dos veces.

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

Abrazos


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