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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Hola, gente! 

Perdón por tardarme tanto en actualizar. Estuve todo este tiempo en un bloqueo creativo terrible :( 

Pero bueno, el bloqueo ya terminó y yo volví. Es un capítulo cortito, Relian

 

Escribí este capítulo escuchando "The mask slips away" de RED (ustedes saben que amo esta banda) y se podría decir que, si Regen tuviera un soundtrack, sería este. 

Capítulo 84.

 

 

 

Cerré la puerta de los baños, encendí la luz y busqué un lavabo. Metí la mano bajo mi chaqueta y la busqué. Siempre la traía conmigo, cada día, a cada momento, esperando exclusivamente para casos como estos.

Necesitaba respirar.

Necesitaba sentir el aire entrando directamente en mis fosas nasales; sin filtros ni obstáculos.

Quité la llave que colgaba alrededor de mi cuello y la metí en la cerradura. Cerré los ojos y me quité la máscara, con lentitud. Llevaba un buen tiempo sin hacerlo.

Y encendí el grifo para lavarme el rostro.

Sería sólo un momento.

Solamente necesitaba sentir el aire y el agua, sólo por un momento.

Tan fría…

   —¿Qué hacían tú y Reed en el tejado, por cierto? —oí una voz, lejana, pero acercándose. Tomé la máscara e intenté ponérmela de nuevo, pero se me resbaló torpemente de las manos y acabó cayendo al piso.

   —Mirábamos la lluvia de estrellas.

Pateé la máscara hacia un cubículo y corrí hacia él también, deslizándome por debajo para esconderme ahí. Salté, apoyando ambos pies sobre el retrete para que ellos no los vieran y me quedé ahí, quieto y en silencio.

   —¡Quién lo diría! —rió la misma voz de antes al abrir la puerta—. El Cross que conocí no solía mirar el cielo.

   —¿No?

   —Decías que era algo demasiado cursi y que jamás encontrarías respuestas allá arriba… ¡Vaya! —se asombró, interrumpiéndose a sí mismo—. ¿Quién diablos olvidó cerrar el grifo?

«Mierda»

El agua se detuvo.

   —Algún idiota que nunca ha pasado sed.

«La he pasado, créeme. Muchas veces»  

   —La gente de este lugar se da la buena vida, ¿no crees?

   —Uhm…

   —Ya… —Algo cambió en la voz del otro y oí cómo alguien se apoyaba sobre el lavabo, sentándose en él—. Dime de una vez. ¿Para qué querías hablar conmigo, Pelirrojo?

Hubo un silencio y contuve la respiración para no emitir ningún ruido que ellos pudieran oír. Miré la máscara en el suelo. Si tenía suerte hoy, ellos no la verían y se irían pronto.

   —Necesito hablarte sobre algo… sobre alguien.

   —¿Qué ocurre?

   —Es Abe.

Otro silencio.  

   —¿S-Sabes…? —balbuceó el otro, con nerviosismo y ansias plasmados en su voz—. ¿Sabes dónde está?

   —Muerto —contestó.

   —¿¡Qué?

   —Lo recordé hace poco.

   —¡Pero…! ¿¡Cómo!? ¿Qué pasó? ¿Qué ocurrió? ¿¡Quién demonios fue!? —interrogó, rápidamente—. Dame un nombre e iré por él.

   —¡No es eso, Uriel! —gritó la voz de Terence, el único pelirrojo que podría estar hablando a escondidas en un baño a estas horas—. Lo mordieron, ¿vale? Antes de conocer a Reed… —dijo, con la voz quebrada y enseguida un sollozo se le escapó de la garganta. Demonios, ¿acaso esta gente no podía ir a charlar sobre sus problemas a otra parte?

   —¿É-Él…? ¿Él te mordió…? ¿Así fue cómo…?

   —Sí.

   —¡J-Joder! —di un respingo involuntario incluso antes de oír el golpe en la muralla. Era una de las consecuencias de ser un infectado; podías sentir las cosas antes de que ocurrieran, siempre. Era como un sexto sentido que a veces era útil.

Otras no tanto.

   —¡Maldita sea!

   —T-Tuve que matarle, yo…

   —¡Maldición!

   —L-Lo siento, Uriel. Yo…

   —¡No me toques! —Más ruido. ¿No iban a pelear aquí, ¿o sí? Demonios, ellos sólo deberían ir a discutir a otra parte—. Lo siento, Pelirrojo —intentó disculparse el otro—. N-No es tu culpa, claro que no, lo sé…—suspiró—. Pero… necesito… —La puerta se abrió otra vez, el chirrido de la bisagra oxidada se sintió como si me quitaran un peso de la espalda—. Necesito un momento para procesarlo.

La puerta se cerró.  

Y entonces hubo otro silencio, otro espacio vació en el tiempo que duró varios minutos y que a mí me parecieron una eternidad. Hasta que él suspiró:

   —Vaya… eso no resultó como pensé.

Estuve a punto de soltar una risa.

«Claro que no. ¿Qué maldita cosa en este mundo sale como lo planeamos?»

«Nada»

   —¡Oh! ¿Esa es la…? —Pasos. Él venía directamente hacia mí. Joder, no ahora. Trepé por las paredes del cubículo, lo más alto que podía, usando mis manos y pies y me incliné hacia adelante, para mantenerme arriba, sujetándome de ambas murallas con mis extremidades. Si él abría la puerta, no me vería.

A menos que levantara la cabeza.

   —¿Qué diablos hace esto aquí? —preguntó.

No respiré.

No pestañeé.

Detuve el recorrido de la sangre en mis venas.

   —¿Será que al fin logró quitársela?

Cerró la puerta y se la llevó. Esperé a que se marchara, todavía suspendido entre ambas paredes del cubículo, apenas respirando y sin saber qué hacer.

Ah, joder.

Tenía que recuperarla. No podía ir por allí mostrando mi rostro. No en frente de estas personas, no. No estaba preparado para ello.

Salí del cubículo y me dirigí hasta la puerta. Antes de marcharme, me miré en el espejo.

Esta era la segunda vez que veía mi reflejo, la primera fue justo después de lo ocurrido. Justo después de despertar, después de lo que me hicieron.

De lo que yo me hice.

Toqué mis mejillas. A veces, las cicatrices todavía parecían arder.

«Nada resulta como esperamos»

Me cubrí con la capucha de mi sudadera y subí la cremallera de la chaqueta hasta el tope. Era tarde, la mayoría estaba mirando la lluvia de estrellas que ya llevaba dos días y el resto de personas se encontraba vigilando las entradas, esperando el regreso de Aiden y Ethan.

Porque sí, esos dos fueron solos a buscar a Cuervo y Scorpion.

¿Cómo ese imbécil no se preocupó de su novio antes de ir detrás de ese par de cazadores?

Abrí la puerta y me moví rápido a través del pasillo oscuro. Conocía estas instalaciones de memoria; cada habitación, cada punto ciego, cada atajo. No fue difícil aprenderme este lugar de punta a punta la primera vez que pisé aquí.

Siempre se me dio fácil memorizar mapas mentales de estructuras gigantes y bases militares.

Doblé en una esquina, sólo siguiendo el rastro del pelirrojo. El buen olfato era otra ventaja a la que estaba acostumbrado y también era un arma de doble filo; a veces era útil… otras, preferirías arrancarte la nariz.

Lo digo en serio…el olor a carne derretida es casi imposible de quitar.

   —¿Patatas? —Dos mujeres abrieron uno de los ventanales, que daba salida directa a los jardines, y entraron. Me agaché, volteé el rostro hacia otra parte y fingí estar muy concentrado atándome una agujeta como para mirarlas—. ¿Cocidas o en puré?

   —En puré rinden más, ¿no crees? —Ellas pasaron a mi lado, sin prestarme mayor atención.

   —Puré será, entonces.

Solté, lentamente, el aire que había aguantado en mis pulmones y miré hacia afuera. Una multitud estaba sentada en el césped, mirando el espectáculo en la atmósfera. Desde ayer que el cielo había comenzado a caerse.

Pero a mí nunca me gustaron demasiados esas cosas. Acostumbraba a tener los pies en la tierra.

Vi la silueta de Sophie en medio de todo el gentío.

Me asomé apenas por el ventanal abierto y emití un sonido; era algo que ambos conocíamos, un silbido que imitaba el canto de un gorrión. Lo reproduje un par de veces antes de que ella lo reconociera y mirara hacia atrás, en mi dirección. Entonces me vio.

Le hice un gesto para que guardara silencio y la llamé.

   —¿Regen? —preguntó, mascullando, cuando llegó hasta mí—. ¿P-Por qué estás sin la máscara? —estiró su mano hasta mi rostro y lo tocó.

   —La perdí —contesté, susurrando apenas para que nadie más nos oyera—. Creo que alguien más la tomó por error. ¿Has visto a Terence, por cierto?

Ella se me acercó un poco para hablarme en el oído:

   —Te estaba buscando —informó y, por la risa contenida en su voz, supe que esto de estar secreteándose en medio de la noche era algo que se le hacía muy divertido—. ¿Él te robó la máscara?

   —Yo no lo llamaría robar… él simplemente la tomó sin querer —torcí la boca y llevé una mano enguantada a su cabeza para acariciarle el cabello. A veces, Sophie me recordaba al lado bueno de la vida. Y a alguien que había perdido hace mucho, mucho tiempo—. Gracias por contarme.

   —¿Por qué no te quedas así? —preguntó.

Sonreí.

   —No puedo.

   —¿Por qué?

Me pensé bien la respuesta.

   —Este rostro es desagradable.

   —Eso es mentira. Es lindo…—dijo ella—. Me gustan tus ojos.

   —Vuelve con el resto, Sophie —me aparté y me oculté aún más en la oscuridad del pasillo—. Y no te duermas tarde, para que así veas a tu hermano mañana.

   —¿Me despertarás mañana temprano? —preguntó.

   —Lo prometo —juré.

Ella me hizo un gesto y se alejó, tan silenciosa como había llegado.

Retomé la marcha, siguiendo el aroma a tierra mojada que Terence siempre parecía llevar en el cabello. Al menos sabía que me estaba buscando y que tenía disposición a devolverme la máscara. Seguí el camino de los pasillos eternos y habitaciones vacías, estériles, blancas y aburridas. Parecía que todas las bases militares; desde China hasta Estados Unidos, buscaban el mismo color insípido para pintar sus murallas. Odiaba ese blanco; tan perfecto y tan apagado. Me traía recuerdos incómodos; me recordaba al encierro, a los cables, a las pruebas y a las agujas.

Me recordaban que era artificial.

Vi su larga cabellera roja al final del pasillo, estaba tanteando en la oscuridad, intentando encontrar el interruptor de la luz. Me apresuré, intentando ser lo más silencioso posible, para alcanzarlo. Yo veía perfectamente en la noche, él no. Si tenía suerte, me acercaría a él a escondidas y le arrebataría la máscara de las manos. Si no la tenía, simplemente lo noquearía y se la quitaría. Cualquiera de las dos opciones era igual de viable.

Se detuvo en seco, dio un vistazo hacia ambos lados y dobló hacia el siguiente pasillo. Le seguí, adelantándome un poco más. Era tarde, pasado las doce de la noche y la oscuridad en el lugar era total. Sabía que él no podía verme y tampoco escucharme. Este era el momento. Caminé sus pasos, preocupándome de pisar al mismo tiempo que él, para no verme descubierto y me aproximé más. Cuando dobló por tercera vez, mis manos estaban a punto de tocarlo. El chico llevaba mi máscara distraídamente, sujetándola con ambas manos. Si yo fuera un zombie, o un Cero hambriento y descontrolado que quisiera atacarlo, él ya estaría muerto.

Dejó caer la máscara al suelo y, como siempre, me pareció oír el sonido antes de que se estrellara contra el piso. Retrocedió sobre sus pasos y me agarró del cuello de la chaqueta.

Demonios, el distraído fui yo.

   —¿¡Quién es!? —gritó, empujándome contra una puerta, ésta se abrió de golpe y ambos caímos al suelo. Él me cayó encima—. ¿Por qué me estás siguiendo?

   —La máscara —gruñí, sujetando sus manos y estrujándolas entre las mías para que me soltara—. Devuélvela.

Me soltó.

   —¿R-Regen? —tartamudeó, sorprendido.

   —Sí, soy yo.

Silencio. Se apartó de mí y se levantó para ir a buscar la máscara que había quedado en el pasillo. Cerró la puerta, con cuidado para no hacer ruido y encendió la luz. La curiosidad le ganó y le vi, recorriéndome con la mirada, de arriba abajo, fijándose en cada detalle, en cada herida, en cada cicatriz, grabándose mi rostro, de seguro.

Esperaba que tuviera pesadillas conmigo esta noche.

   —V-Vaya… —masculló, aparentemente sorprendido—. E-Eres… —me levanté rápido y, casi de un salto, llegué al interruptor y volví a apagar la luz, para dejarnos a oscuras.

   —No digas nada —interrumpí.

   —No iba a decir nada malo.

   —Silencio —le quité la máscara de las manos y me sentí seguro de nuevo. No recuerdo cuándo dejó de ser una costumbre y se volvió una necesidad, una que actuaba como muralla o alguna clase de amuleto protector. No me sentía a salvo sin ella. No tenerla me recordaba lo vulnerable que me había vuelto con el tiempo—. Estamos en la enfermería.

Él miró a su alrededor, intentando captar algo que le asegurara que yo estaba en lo correcto.

   —¿Dalian está aquí? —susurró, escéptico. Solté un suspiro, mezcla de resignación y molestia, y le agarré del brazo para guiarle hasta una de las camas. Sí, él estaba aquí, le dispararon durante los últimos momentos del enfrentamiento en ese barco de mierda; nada demasiado grave, pero sí preocupante. Me preocupaba él, me preocupaba lo débil que era el ser humano, lo frágil que era el cuerpo y lo fácil que era desgarrar un músculo, destruir un hueso, un órgano o una columna vertebral completa. Esa bala bien pudo haberlo matado. Él podía romperse en cualquier momento, quebrarse, desaparecer. Era tan fácil acabar con él que, a veces, cuando pensaba demasiado en ello, me daban escalofríos el sólo pensar en la amenaza que le suponía estar en este lugar.

¿Por qué simplemente no huía? Él dijo que era bueno en ello.

   —Aquí está… —mascullé en voz baja, para no despertar a las otras cinco personas que se encontraban ahí también, dormidas. Guie la mano de Terence para que tocara el rostro de Dalian, pero él la quitó al instante en un respingo, nervioso.

   —¿C-Cómo demonios sabes que es él? —balbuceó.

   —Lo veo.

   —¿Ves con esta oscuridad?

Titubeé una respuesta. Ya me había visto la cara. ¿Qué más daba si se enteraba del resto?

   —¿Prometes guardar el secreto? —pregunté y enseguida le advertí—: Te mataré si te atreves a decirle a alguien.

Le oí tragando saliva.

   —Hecho.

   —Soy un infectado.

Él se sorprendió y pude oír su pulso, acelerando.

   —¿Cómo Ethan?

   —Algo así.

   —D-Demonios… —La noticia pareció haberle aturdido un poco—. Ahora entiendo muchas cosas.

    —Supongo que he sido bastante evidente todo este tiempo… —dije, rozando con mi mano el cabello de Dalian que dormía profundamente; lo sentía por la forma en la que se movía su pecho al respirar hondo, por la quietud en su cuerpo y por cómo se oían los latidos de su corazón; lento, lánguido, con parsimonia.

   —No tanto —contestó. Y vi que se me quedaba viendo de reojo, intentando reconocerme en la negrura, seguramente creyendo que yo no me daría cuenta—. Bueno, ya que estamos con secretos… —rió un poco—.  Yo era un cazador… —confesó—. Antes.

Sonreí. ¿Por qué no me extrañaba en lo absoluto? Le había visto pelear, su habilidad se comparaba con la de un Cero promedio o un cazador altamente entrenado, como Cuervo. Era evidente.

   —¿Cómo llegaste a estar con esta gente? —quise saber.  

Él pareció pensárselo un poco y le vi sonreír en la oscuridad.

   —Me entrenaron como un Lobo… —aclaró, antes de comenzar su explicación. Diablos, no me imaginé que él tuviera un rango tan alto—. Se supone que debía obedecer a todas las misiones que E.L.L.O.S me encomendaba, pero cuando me tocó llevar a un grupo de niños que Shark le había enviado a mi superior, en una de sus entregas para esta base en la que estamos, no pude evitar rebelarme.

   —¿Intentaste ayudar a unos niños? —pregunté.

   —¡Iban a usarlos como experimentos! —alzó la voz, pero todavía estaba mascullando—. ¿Qué querías que hiciera?

   —No te estoy juzgando —declaré—. Hiciste bien.

   —De todas formas, no sirvió —dijo. Me lo imaginaba. Lamentablemente, en E.L.L.O.S nunca hubo la suficiente cantidad de almas buenas como la de Terence. Los divergentes, los que se dieron cuenta que algo iba mal y decidieron rebelarse, generalmente acabaron siendo cazados por la organización a la que le habían jurado lealtad—. Me atraparon y me encerraron. Casi un mes después, hubo una revuelta y la mitad de las instalaciones acabaron destruidas. Un amigo y compañero me rescató y ambos escapamos. Años después, las vueltas de la vida me trajeron aquí de nuevo.

   —Parece que esta ciudad está maldita, ¿no? —pregunté, medio riéndome—. No puedes escapar de ella.

   —Voy a salir de aquí, cuando acabemos con esto.

Qué ingenuo. Él de verdad creía que algún día esto iba a terminarse.

   —¿Supiste que pasó con esos niños? —quise saber.  

   —Supe que pasó con uno de esos niños.

   —¿La hermana de Reed, ¿verdad? —pregunté.

   —¿Cómo lo supiste?

   —Intuición —me encogí de hombros. Era de esperarse. Lo había notado, pequeños detalles en esa niña que me recordaban un poco a mí mismo; el mismo desagrado por este lugar y sus murallas blancas y también la curiosa forma en la que parecía querer pasar desapercibida, además de que, como ya se comentaba, ella también tenía la cura en su sangre. Era el blanco perfecto para ser torturado por E.L.L.O.S. Y Terence parecía ser el soldado perfecto para haberla rescatado.  

    —Vale… intuición. —Él suspiró—. ¿Puedo entonces intentar intuir el porqué de la máscara?

Me reí. No había mucho que justificar de ello, así que sólo contesté:

   —¿Quién querría ver un rostro como el mío?

   —Ah, vamos —me animó él—. No estás tan mal. Deberías mostrarte tal cual eres.

Negué con la cabeza.

   —Creéme, es mejor así. Además, es una forma de protegerlos.

  —¿A quiénes? ¿A él? —preguntó, refiriéndose a Dalian. ¿Tan evidente era?

   —Sí. A él —afirmé.  

   —¿Se lo has dicho? —me preguntó.

Me encogí de hombros a modo de respuesta, pero entonces recordé que él no podía ver en la oscuridad. Entonces contesté:

   —¿Para qué?

   —Hombre, ¿cómo que para qué? —Él se removió y se limpió las manos en los pantalones. Estaba sudando y estaba nervioso, por alguna razón. También podía oír su corazón; rápido, latiendo violentamente, con la adrenalina al máximo y ansioso por salir de esa habitación—. Tú o él podrían morir mañana. ¿Y no vas a expresarle esos sentimientos? ¿Vas a quedarte sin hacer nada?

¿Iba a quedarme sin hacer nada? La verdad, no sabía cómo enfrentarme a esto. Era la primera vez que sentía algo así por alguien. No voy a negar que antes me había divertido e incluso que llegué a estar enamorado en algún momento de mi vida. Pero, maldición. Esto era diferente.

Esta sensación.

Esta necesidad de querer proteger a alguien.

Llevaba años sin experimentarlo.

   —¿Quieres que te sea sincero? —le pregunté.

   —Adelante.

   —Jamás nadie, en toda mi existencia, me había hecho sentir tan vivo.

   —Vaya. Eso es profundo —reflexionó—. Y deberías dejárselo saber.  

   —Pero también sé que no es posible —expliqué—. Nos traería problemas, a él y a mí. Amar a alguien en estos días es un riesgo.

   —¿Riesgo? —Terence rió en voz baja y me dio un puñetazo suave en el brazo—. ¿Qué es más riesgoso que estar viviendo el fin del mundo? ¡La vida es una sola, Regen! ¿A quién demonios le importan los problemas que una confesión de amor podría traer?

Vaya, qué optimista era este chico.

No contesté.

   —Bien, tengo que irme… —Él pelirrojo tanteó por el borde de la cama, buscando un camino hacia la salida. Pensé en agarrarle del brazo y llevarlo yo mismo, pero desistí de la idea cuando le oí tropezar y caer bruscamente al suelo—. Carajo, tengo que… —se levantó, apenas. Intenté contener la risa para no causar más escándalo del que él estaba haciendo—. Tengo que hablar con Uriel. Explicarle que nuestro amigo murió como un héroe.

   —Los héroes sólo mueren por causas estúpidas… —solté.

   —Tienes toda la razón… —dijo, cuando alcanzó la puerta—. Pero las causas estúpidas, a veces ocasionan grandes cambios, ¿no crees? —preguntó y salió de la enfermería, sin dejarme contestar.

El sonido de la puerta cerrándose lentamente, para no despertar a los heridos, se extendió al interior de mis oídos y se alojó en mi mente, en esa parte abstracta de mi cerebro a la que no podía acceder, y su eco quedó resonando un rato más ahí, a pesar de que Terence ya se había ido. Causas estúpidas, grandes cambios. ¿Así de simple era?

¿No estaba yo aquí por una causa estúpida? ¿No había cambiado por una causa estúpida?

¿Quién era yo antes de encontrarme con un grupo de sobrevivientes veteranos que intentaban escapar de una multitud enfurecida?

Miré a Dalian en la oscuridad. Me gustaba la forma que tenía su rostro, ligeramente cuadrado y su piel pulcra y suave, por alguna razón desconocida a la que no le hallaba explicación. No, en estos días de mugre y calor nadie debería tener un rostro tan perfecto. Pero entonces está él, con esa cara que desafía a la suciedad y el cansancio y que incluso se ve bien si está manchada con sangre o sudor. Y joder, luego está su sonrisa. Esa maldita y reluciente sonrisa.

Le acaricié la mejilla y me incliné un poco hacia él.

   —Somos como la Bella y la Bestia, ¿no? —susurré y pude sentir su respiración de cerca, por primera vez; profunda y pausada.

Yo había cambiado gracias a una causa estúpida. Antes, no fui capaz de sentir nada.

Y ahora lo sentía todo.

Me acerqué un poco más, hasta estar cerca de sus labios, hasta casi tocarlos, hasta casi tenerlos entre los míos. Entonces abrió los ojos de golpe.

Me quedé quieto, paralizado, sin moverme un sólo centímetro.

   —¿Regen? —preguntó hacia la oscuridad, con la voz adormecida por los medicamentos y la morfina que le habían inyectado para calmar el dolor.

Respiré.

   —¿Estás aquí?

No contesté.

«Vuélvete a dormir, maldición», pensé.  

Sonrió, como si yo no fuera el único capaz de ver a través de la espesa capa de una noche cerrada, y se acercó ese último centímetro que nos separaba. Sentí sus labios temblorosos, cálidos y torpes sobre los míos. No recordaba la última vez que había besado a alguien, no recordaba la última vez que alguien quiso hacerlo. No recordaba la última vez que algo se sintió tan bien. Sujeté su rostro, suave como ningún otro, entre mis manos y dejé que él enredara las suyas en mi cuello. No recordaba la última vez que me sentí de esta forma. De hecho, no recordaba haberlo hecho antes.

Su beso fue largo, pausado, sin ninguna prisa y sin miedo. No había nadie allí, el resto de heridos en aquella habitación dormía y afuera todo el mundo se encontraba mirando el cielo. Pero yo… yo lo estaba tocando con mis propias manos, lo estaba saboreando entre mis labios. 

Hasta que se oyeron gritos de celebración en algún lugar entre los jardines. Nos separamos.

   —¿Qué fue eso? —preguntó. No respondí, porque sabía en qué estado se encontraba y tenía la esperanza de que tal vez se olvidara de lo ocurrido esta noche. Si no le daba más información, si no oía mi voz, él simplemente volvería a dormirse y creería no haber vivido lo que acababa de pasar. Así que simplemente me levanté, lo tomé con cuidado para ayudarle a ponerse de pie y pasé uno de sus brazos por mi cuello para que se apoyara en mí y así pudiera caminar. Lo guie hasta la ventana y abrí las cortinas para que también presenciara el espectáculo—. W-Woah… —masculló de asombro y me mordí los labios para no reír por lo tonta que se oía su voz adormecida—. Están lloviendo estrellas.

Me alejé del rayo de luz que entró por la ventana cuando él miró en mi dirección, buscando el rostro que yo insistía en ocultar. Sonrió de todas formas.

   —Ahí estás… —dijo—. ¿No vas a decir nada? ¿Estoy alucinando? —preguntó—. ¿Esto es un sueño?

Me le acerqué y le cubrí los ojos con las palmas de mis manos hasta posicionarme detrás de él. Él posó las suyas sobre las mías.

   —Sí —mentí—. Estás soñando.

Me acarició la piel desnuda con la punta de sus dedos. Sólo entonces recordé que no traía guantes y que, probablemente, los había olvidado en el baño.

   —Entonces no te atrevas a despertarme —me ordenó en palabras flojas. Se apoyó en la ventana y yo quité mis manos para que siguiera observando y le abracé por la cintura—. ¿Sabes qué piensa Sophie sobre las estrellas? —preguntó en un suspiro, sin mirarme y con los ojos fijos arriba, lejos de mí y de mi rostro destrozado.

   —¿Qué? —quise saber, aguantando una risa. Su voz era lánguida y las palabras escapaban de su boca torpes y balbuceantes. Apenas entendía lo que me estaba diciendo.

   —Que su mamá y las personas que amamos se encuentran allá arriba.

   —¿Cree que los muertos son estrellas? —pregunté, medio riéndome. No pude evitarlo.

   —Algo así.

   —¿Y tú lo crees? —apoyé mi cabeza en su hombro. Me acarició el cabello.

   —Oh, q-qué largo —balbuceó.

   —¿Tú lo crees? —insistí y me alejé un poco de él para que no siguiera tocándolo.

   —Espero convertirme en una cuando muera.

   —Es mejor que convertirse en zombie —bromeé. Él se rió: 

   —Me lo dice un infectado.

«Sí, te lo dice un infectado. Uno que ha vivido como esto por demasiado tiempo»

Bostezó y sus codos tambalearon, intentando mantener firmes sus manos apoyadas en el marco de la ventana.

   —¿Vendrás mañana a verme? —preguntó de pronto.  

   —Sólo si duermes.

   —Estoy dormido ahora… —dijo, echando la cabeza hacia atrás y apoyándola en mi pecho. Me sentí más vivo entonces, más despierto y mi corazón despertó también, acelerándose bruscamente como nunca antes lo había hecho. Cerré la cortina rápido y ambos volvimos a quedar completamente a oscuras—. Buenas noches, Señor Misterio —balbuceó.  

Sonreí.

   —Buenas noches —susurré.

Para cuando hablé, él ya había caído profundamente dormido otra vez.

Notas finales:

PORFAVOR D_D Si encuentran algún error, háganmelo saber Últimamente estoy menos atenta a la hora de revisar los capítulos. 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Impresiones? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

 

Abrazos


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