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CHOICES por Nova22

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Notas del capitulo:

>3< Actualización >3<


Creo que ya he dicho esto muchas veces antes, pero lamento la tardanza. Sigo sin Laptop y parece que no tendré una en un tiempo T-T así que de antemano me disculpo por mis muy posibles tardanzas futuras. 

Capítulo 34


Tenía cinco años cuando lo vio por primera vez; tenía las manos y parte del rostro cubiertos de lodo, raspones en las rodillas, los codos, y una triunfante e infantil sonrisa en el rostro acompañada de los ojos avellana más intimidantes que jamás pensó ver en un niño. Asustaba mucho y estaba seguro de que no era la única persona que pensaba de esa forma, los otros niños también lo hacían, incluso los mayores.


Esa imagen se grabó en su memoria y a pesar de que se había prometido a si mismo que no se involucraría con alguien tan problemático como él, sus ojos lo seguían todo el tiempo. Así fue como descubrió que no era tan malo como parecía...


Así fue como descubrió que era amable y muy problemático.


Y una tarde de otoño, cuando el frío susurró del viento jugaba con las hojas dejándolas caer al suelo formando un bonito manto amarillo y naranja, lo impensable ocurrió


– ¡Hey! ¿Cómo te llamas?


– Kozume...Kozume Kenma.


– Soy Kuroo – él se presentó. Por supuesto sabía quién era, todos en el orfanato lo sabían – ¿Por qué siempre estás solo? Ven a jugar con nosotros...


El pelinegro le tendió la mano, una curita envolvía su dedo índice y otra el pulgar; no era extraño, él siempre estaba metiéndose en problemas...lo extraño era que hubiera notado su existencia, nadie nunca lo hacía. Fue un poco feliz en ese momento, pero aun así – No…no quiero.


Su primer pensamiento no había cambiado, no iba a involucrarse con un niño como él. Estaba mejor solo...no tenía sentido pasar tiempo con alguien que terminaría olvidándolo en el futuro.


Pero, para su sorpresa, Kuroo no lo hizo, volvió cada día y cada día rechazaba sus invitaciones. Sin embargo eso no lo detuvo, nada podía hacerlo...nunca. Eso era lo que lo diferenciaba de los demás, era alguien diferente, especial y como tal, las personas como Kenma solo podían admirarlo en silencio y en las sombras. Ese pensamiento se grabó en su memoria, repitiéndose una y otra vez como su mantra personal...


Hasta que una cruda noche de invierno, cuando el intenso e inclemente frío calaba hasta los huesos, y congelaba la respiración al exhalar aire, su perspectiva cambió…Él cambió.


Temblaba, como todos los niños en la fría habitación, sus pulmones dolían y no podía  a mover el cuerpo. No había camas, solo un frío suelo de concreto para dormir y viejas y roídas cobijas para cubrir sus cada vez más helados cuerpos. Insoportable, el crudo invierno ya había cobrado vidas antes y no dudaba que volviera a ocurrir en esta ocasión... y tal vez sería su turno.


O eso creyó, hasta que un cuerpo más grande que el suyo lo envolvió y de pronto un poco de calor devolvió la movilidad a sus articulaciones y consiguió mover la cabeza para ver a el chico que lo sujetaba entre sus brazos.


– Kuroo...– dijo en un susurró inaudible ¿Qué estaba haciendo ahí?


– Yaku, únete a nosotros –Yaku, conocía a ese chico, él y Kuroo siempre estaban juntos. Al igual que...– Akaashi, Kai, Tora...ustedes también.


– No quiero, no te has bañado desde hace cuatro días – se quejó Yaku, mientras gateaba hacia ellos con cobija en mano. – Seguro que apestas.


– Hace frío, nadie lo ha hecho – murmuró Kai.


Pronto el calor volvió por completo a él y se encontró siendo rodeado no solo por esos chicos, sino también por  todos los niños de la sala que se unieron a ellos formando una gran masa que irradiaba el calor suficiente como para que el frío no penetrara. Nunca nadie había hecho nada igual...solo Kuroo podría lograr algo así.


– Yaku... apestas – murmuró Kuroo con tono de burla.


– Tú apestas...


– Shhhh – les cayó Akaashi – Van a despertar a los demás.


Sintió un par de movimientos y murmullos que se detuvieron tan pronto como Akaashi volvió a reprenderlos – ¿Todavía tienes frio? – susurró Kuroo.


– No…es…– fue ahí cuando vio la sonrisa más luminosa que jamás pensó ver y que se grabó en su mente como algo precioso – Es cálido…– lo era…era muy cálido. 


Todo cambió a partir de ese día, el orfanato de pronto de se convirtió en un lugar diferente, menos gris…se convirtió en un hogar y Kuroo en su luz. Dormir de esa forma se volvió algo tan natural desde ese día, así como meterse en problemas, y jugar juntos algo cotidiano.


El pelinegro era diferente de otros niños, más fuerte, más decidido, más deslumbrante que ninguno y como tal, todos lo seguían, incluso los niños mayores.  A pesar de nunca habérselo dicho, Kenma lo admiraba y estaba seguro de que siempre lo haría. Hasta que un día, justo un año después de que Akaashi fuera adoptado, un hombre quiso llevarse a Kuroo. Y fue entonces cuando descubrió que la admiración que sentía se había transformado en lo que muchos llaman amor.


Sentimiento que creció con el pasar de los años, que acrecentó su deseo de mantenerse a su lado, sentimiento por el cual estaba decidió a darlo todo por él, sentimiento que lo salvó de la locura en aquel fatídico año que vivió en el infierno…sentimiento que se vio realizado cuando lo había creído todo perdido. Cuando se creyó indigno de todo.


No olvidaba sus palabras “Gracias por volver a mí” tampoco olvidaba la forma en que sanó su alma rota, besó cada una de sus cicatrices sin la repugnancia que creyó sentiría al ver su cuerpo, o la gentileza de sus caricias y su sonrisa, esa que no había cambiado en absoluto y que solo le regalaba a él. Nunca podría olvidar algo así.


Todo su mundo volvió a tener sentido, dejó de ser el chico que había sido despreciado desde el momento de nacer y ese sentimiento de soledad desapareció por completo.  


Todo era perfecto hasta la noche en la que su mirada se cruzó con la de Tsukishima Kei.


Entonces, todo se desmoronó poco a poco.


Kuroo había tenido otros amantes además de él, ninguno había durado más de una noche y no había provocado en él más de un simple deseo pasajero, pero Tsukishima era diferente. Supo eso por la forma en la que el pelinegro lo miró aquella noche, como a un venado indefenso encandilado por los faros de un auto. Y entonces sintió miedo, miedo que solo creció cuando descubrieron que ese altanero rubio era en realidad un Omega.


Los omega eran peligrosos, tenían ese olor que enloquecía a los Alfa; el celo y también existía esa leyenda, esa que decía que el destino de un Alfa y un Omega enlazado y que dejaba sin esperanza a un simple Beta como él.


Quiso convencerse a sí mismo de que era algo imposible, las posibilidades eran tan pocas que era ridículo siquiera preocupase por ello. Kuroo había tenido Omegas antes y no había durado más que los otros; los Omega eran un simple medio de satisfacción sexual, los burdeles estaban llenos de ellos…no era nada especial.


Era solo un simple capricho.


– ¿Qué quieres? – una voz altanera y una postura dura y firme, Tsukishima Kei estaba lleno de orgullo. Demasiado para solo ser un Omega.


– Quiero colarme ente tus piernas esta noche…


El rostro der rubio enrojeció; Kenma no supo si aquel carmín se debía a la vergüenza o a la furia que sus palabras provocaron, parecía muy difícil que alguien como ese rubio se avergonzara jamás. – ¿Qué hay de nuestro trato? ¿Tan poco vale tu palabra? – mustió con desprecio.


La melodía de la risa de Kuroo alcanzó sus oídos y pudo ver una sonrisa depredadora dibujada en sus labios antes de acorralar a Tsukishima contra la pared, inmovilizándolo con las manos – Ese trato murió la otra noche, cuando te entregaste a mí...– aspiró el aroma de su cuello y suspiró, buscando lentamente sus labios. Su deseo era casi palpable.


– No...eso no...no fue...– forcejeó, moviendo los brazos y el rostro en un desesperado intento por qué sus labios no lo alcanzarán, pero lo hicieron – Basta...déjame...bastardo...uhmm..– sus labios tomaron los suyos y su cuerpo lentamente fue cediendo, fundiéndose en su abrazo.


Ese día, sintió un extraño malestar en el pecho, pero sé calmó pensando que; como Alfa, inconscientemente, Kuroo buscaba reafirmar su supremacía ante todos. Lo conocía bien, amaba los retos y Tsukishima representaba uno, no iba a descansar hasta que se sometiera ante él y entonces todo volvería a la normal. Kuroo volvería a él...como siempre lo hacía.


Quiso pensar que sería así, sin embargo esa escena se repitió en más de una ocasión.


Kuroo no volvía a él, pero si a Tsukishima; a un simple Omega que no hacía más que rechazar sus atenciones.


Entonces, una tarde de fin de semana algo que avivó el malestar en el pecho convirtiéndolo en una ligera punzada de dolor ocurrió; Tenía la mirada fija en ese rubio Omega quien había adoptado como nueva rutina comer tarta de fresas o cualquier otro postre dulce en el jardín con Yamaguchi. Su rutina era tan simple y sencilla que no era difícil predecirla, nunca hubo un cambio en ella...hasta el día que de pronto le vio elevar la cabeza del libro entre sus manos y, como si estuviera buscando algo, moverla de un lado a otro, para acto seguido, levantarse y caminar hasta el jardín principal ignorando a todo y todos en su camino, incluso a él.


Fue lo más extraño que le vio hacer en el corto tiempo que llevaba viviendo con ellos y también lo más aterrador; porque segundos después él auto de Kuroo estaba arribando. Estaba seguro de que Tsukishima no fue informado de que él volvería ese día, ni siquiera Kenma lo tenía esa información. Pero ese rubio lo sabía.


Todo ocurrió en cámara lenta, la mirada de ambos se encontró y fue como si Tsukishima volviera a la realidad, una que lo horrorizó tanto como a él. Y entonces, con consternación dibujada en el rostro, vio a Tsukishima caminar, casi correr, de vuelta a su habitación...y a Kuroo correr detrás de él, con anhelo y deseo puros reflejados en sus iris avellana.  


No lo sabía en ese momento, pero lo que esos dos estaban experimentando era la creación de un lazo que solo dos personas que están destinadas podían formar. Un lazo que no solo uniría sus vidas, sino también sus almas.


A partir de ese día, Tsukishima se refugiaba en su habitación cuando ese instinto suyo le decía que él estaba cerca y Kuroo respondía a un impulso similar y lo buscaba.


Pero nunca iba más allá de tomar su cuerpo para obtener satisfacción, porque la única función de un Omega era esa. No había forma de que fuera más allá del sexo...al menos creyó que nunca iría más allá de eso.


Hasta ese día.


Eran cerca de las siete de la mañana y no podía encontrar a Kuroo en ningún lado, lo cual era extraño pues despertaba antes que cualquiera y se mantenía en la biblioteca trabajando hasta que era momento de ir a la empresa. No quería pensar que estuviera en ese lugar, pero no había ningún otro sitio a donde buscar, ya había agotado todas sus opciones y esa era la última.


– Entra – esa era su voz.


Kenma abrió la puerta y con eso aquel malestar solo creció – Tienes una llamada...es..– Kuroo no lo miraba a él, ni si quiera parecía estar presentado atención. Estaba sentado con la espalda apoyada contra el cabecero de la cama , el torso desnudo, el cabello revuelto y con una de sus manos acariciando el rostro del rubio que dormía plácidamente mientras lo contemplaba – Es importante...el cargamento...


– Después...dile que voy a devolverle la llamada dentro de diez minutos.


– ¿Qué? Pero...


– Diez minutos, Kenma – a punto, dirigiendo fugazmente su mirada avellana hacia él  – Solo diez minutos más...– repitió, más para sí mismo que para él, cuando sus ojos volvieron al rubio.


Adoración, ternura y una sentimiento que iba mucho más allá del cariño o el deseo; la mirada de Kuroo reflejaban eso y mucho más. Nunca lo había visto así, nunca le había sonreído así a nadie...ni siquiera a esa mujer. Y Kenma se preguntó qué clase de pensamientos estarían pasando por su mente en ese momento y  que era lo que sentía al verlo.


Creyó que no volvería a verlo a sonreír después de ese incidente, pero ahí estaba, con una sonrisa sincera y mucho más deslumbrante dibujada en el rostro y no estaba dirigida a él. Era para Tsukishima...por él y para él.


– Entiendo – respondió en un susurro que sabía, Kuroo no escucharía.


No sabía que era lo que Kuroo sentía, pero si sabía lo que el mismo estaba experimentando; dolor. Puro dolor. Y el fuego de la angustia ardió en su pecho, siendo alimentado por la certeza del nacimiento de un sentimiento que sabía completamente ajeno a él.


Y eso dolía, por supuesto que dolía, no había experimentado nada más doloroso que eso. Dolía en el cuerpo, en cada articulación, cada extremidad…en el alma y pronto su corazón se volvió un cascaron hueco que enviaba sensaciones de dolor por todo el pecho con cada latido…con cada día que pasaba. Con cada simple gesto que dejaba entrever el afecto que Tsukishima despertaba en Kuroo y cada inconsciente gesto de afecto de ese rubio hacia él.


Pronto, la habitación de Tsukishima se convirtió también en la de Kuroo y su propia habitación quedó en el olvido...así como Kenma.


Toda su ropa, todos sus artículos personales fueron ocupando un sitio en esa habitación y el rubio en el corazón de Kuroo. Y tal y como ese imprudente chico, Yamaguchi, había sugerido en una ocasión todo su mundo comenzó a girar en torno a el Omega.


Kenma tenía miedo, porque sabía lo que Tsukishima significaba para Kuroo, porque con el pasar de los días era cada vez más claro lo que eran para el otro; dos personas que estaban destinadas a ser uno…dos personas que se habían enamorado.


Y a pesar de eso, su corazón continuó negándose a aceptarlo y poco a poco comenzó a llenarse de rencor, de odio hacia Tsukishima por tener el atrevimiento de ser lo que era, por ser un Omega cuyas feromonas enloquecieron a Kuroo…por el simple hecho de existir. 


Por haber obtenido su amor.


Tsukishima Kei no era bueno para Kuroo y, cuando Ushijima visitó la mansión, sin escoltas o armas para defenderse, solo para advertirle a Kuroo sobre él, ese sentimiento se transformó en desconfianza pura. Kenma no era el único que pensaba así, Yaku también. Todo se había vuelto más complicado desde el pisó la mansión, la información filtrada y todos los problemas que habían tenido desde ese momento al fin podrían tener una explicación.


Sabía que era estúpido confiar así sin más en la palabra de alguien que había tratado de matar a Kuroo en más de una ocasión, pero descartar esa idea tampoco era algo sabio. Tsukishima era listo, demasiado para alguien de su raza, sus conocimientos rivalizaban con los de cualquier Alfa y por mucho que odiara admitirlo podría ser incluso más listo que el promedio y poseía belleza, una de la que estaba seguro era consiente. Si era tan listo ¿Por qué no usarla? Podría encantar a cualquiera…podría destruir a cualquiera.


Ese pensamiento, alimentado por el rencor que sentía hacia él, hizo crecer su desconfianza y aumentar su cautela. Así que realizó su trabajo arduamente, buscó cualquier indicio de culpabilidad, pero no pudo conectar nada con Tsukishima.


Eso sólo aumentó su frustración y su miedo. Y cuando creyó que ya nada podía hacer, que estaba todo perdido ocurrió el incidente del bar, entonces todo pareció conectar en su cabeza. Esos hombres estaban ahí por él. Sus sospechas revivieron, así como su esperanza, pero esa esperanza murió en el momento en el que esas palabras salieron de la boca del hombre que tanto amaba.


– Lo amo.


Las dos palabras a las que más temía, las dos palabras que tanto había estado evitando escuchar. Fueron como una estocada directa al corazón. Aguda y letal. Sintió su carne abrirse y una oleada de dolor inundó sus sentidos.


Fue en ese momento en que tuvo la precisa, casi real sensación de que había perdido algo muy importante, algo mucho más valioso que cualquier tesoro o que cualquier diamante...algo que no podría recuperar jamás...algo que probablemente jamás tuvo; a Kuroo.


Esa noche y los días que siguieron a ese Kenma lloró por primera vez desde que era un niño, lloró abrazándose a nadie más que a sí mismo y a ese amor que nunca fue suyo, y se sumió en una amarga desesperación que quebrantó su alma y su espíritu, pero no su convicción. Amaba a Kuroo, el amor que sentía por él era solo suyo y nadie podía robarse lo. Ni siquiera Tsukishima Kei.


No era un Omega, cosas como el destino o los lazos no aplicaban con él, pero ya sabía que no era tan malo. Por qué, a diferencia de ellos, él podía elegir. Y su elección era y sería siempre Kuroo. No iba a permitir que ese rubio Omega lo engañara.


Ese día decidió que si el pelinegro no podía ver lo que Tsukishima era en realidad, entonces el mismo se encargaría de mostrárselo.


Fue ese estúpido pensamiento el que lo llevó a callar una verdad que le habría ahorrado el dolor de ver a Kuroo como la sombra de él hombre que antes fue. Pero en ese momento, Kenma no lo sabía, estaba cegado por el rencor, por el odio. Creyó que estaba haciendo lo mejor para Kuroo…se dejó llevar por las palabras de Yaku, dejó que transformará sus miedos en los suyos y como resultado Kuroo fue orillado por la situación, por su propio dolor, a tomar decisiones erróneas.


– Tiene que entregárselo a Ushijima y terminar de una vez con él – le dijo Yaku un día – Tenerlo cerca solo va a llevarlo a cometer los mismos estúpidos errores... creí que estarías de acuerdo en eso.


Llevaban días con la misma discusión y su respuesta no había cambiado.


– No, no podemos cuidar de un niño...tiene que dejarlo ir...ya es suficiente...


Elevó ambos brazos al aire, exasperado...molesto – ¿Es que no lo viste? Ese chico lo cegó...debí haberlo notado antes, pararlo...– lo miró – Si no se lo entrega a él, entonces no va a dejarlo nunca...va a convertirlo en su marioneta ¿No lo ves? Va a ser nuestro fin.


Kenma negó con la cabeza. Era Yaku quien no lo veía, no lo notaba en absoluto. Pero él sí, lo vio perderse entre el alcohol y las mujeres y frustrarse porque nada de eso funcionaba para calmar su dolor...para olvidarlo. Estuvo ahí, en cada uno de sus arrebatos, en cada uno de sus lamentos y sufrió en silencio por él. Sufrió al verlo sumirse es una amarga soledad, al verlo recluirse cada noche en las cuatro paredes de la biblioteca ahogándose en alcohol, al ver el dolor en su rostro cada vez que se plantaba frente a su antigua habitación...cada vez que contemplaba su fotografía.  


Kuroo lo amaba, hasta el punto en el que estaba muriendo lentamente por él, sin una maldita marca...


Yaku no lo entendía. No entendía lo que significaría para Kuroo hacer algo así; entregárselo a otro hombre volvería nula la posibilidad de volver a tenerlo, los celos lo enloquecerían, pero al permitirle marcharse podría calmar su corazón con la posibilidad de volver a encontrarlo y quizá, solo quizá, podría ayudarle a olvidarlo. Sin embargo a su amigo no parecía importarle y continuó argumentando a favor de entregarlo...y Kenma no comprendía el porqué de su actitud.


Todo pareció descontrolarse después de que Tsukishima volvió, Kuroo consiguió librarse de su mundo de amargura, pero su alma seguía dividida y poco a poco fue sumiéndose en la necesidad que suponía estar tan cerca y no poder tenerlo, y en los celos de saber que otro lo deseaba de la misma forma que él. Estaba enloqueciendo de anhelo, de deseo...por amor.


Y al ser testigo de su sufrimiento, Kenma no pudo hacer más que odiar a Tsukishima con cada fibra de su ser. Odiarlo por tener el descaro de rechazar lo que él tanto deseaba tener, por castigarlo con su indiferencia, por torturarlo con su presencia...y por negarle su amor. Y fue ese odio el que no le dejó ver lo que estaba sucediendo a su alrededor hasta que fue muy tarde.


– ¿Qué mierda es esto? – documentos que solo pocas personas tenían permitido ver, cristales, restos de plástico oscuro y una fotografía rota y llena de rallones probablemente hechos con los cristales – Tsukishima...


Esa era su fotografía o al menos lo que quedaba de ella, su imagen era casi irreconocible, pero Kenma sabía que era él, así como también sabía que esos trozos eran los restos de los muchos pares de anteojos que Tsukishima había "extraviado" tiempo atrás. Ese incidente había quedado en el olvido hace mucho tiempo, el mismo Tsukishima lo había dejado como un asunto sin importancia y tal como había dicho los incidentes dejaron de ocurrir, y fueron dejados totalmente en el olvido.


Pero ahora habían vuelto y con ellos un terrible presentimiento se instaló en su pecho. Esa habitación pertenecía a Yamaguchi, un chico que había cumplido su función en la mansión y cuya vida indirectamente Tsukishima había salvado al volverse la única persona cercana a él.


Conocía a ese chico, el tiempo que pasó con ellos le habían servido para percatarse de que había desarrollado un insano apego a Kuroo, algo que casi rallaba en la obsesión. Era un chico bastante astuto a pesar de su apariencia, pero también era impulsivo; la facilidad con la que traicionó a su propia organización era prueba de ello y como cualquier persona impulsiva podría actuar de forma imprudente se le llevaba al límite.


La indiferencia de Kuroo, ese inmenso amor que profesaba hacia Tsukishima, la desesperación con la que lo busca a pesar de sus desplantes ¿Podrían ser un incentivo suficiente para hacerle perder la compostura? Si, estaba completamente seguro de ello. El mismo había actuado llevado por los celos y el rencor hacia ese Omega y traicionó a Kuroo a causa de eso; ocultando información y tomando ventana de sus momentos de debilidad para alimentar su rencor hacia el rubio. 


Si Kenma, que se consideraba una persona leal a Kuroo había sucumbido ante sus emociones, alguien como Yamaguchi, quien solamente había recibido cariño ficticio y que era consciente de que no tenía utilidad alguna a su lado podría…¿Matar? ¡Por supuesto que sí!


– Tengo que sacarlo de ahí – dejó caer la caja con un estrepito que fue ahogado por el furioso rugido de la lluvia al igual que sus pasos por el largo pasillo ¿Cómo no lo vio antes? ¿Tan cegado estaba que ni siquiera consideró la posibilidad?– Acompáñame – ordenó a un chico de cabello corto negro, quien asintió siguiéndolo silenciosamente.


Kuroo no se encontraba en la mansión, contactar con él en un momento tan importante no sería lo más sabio, él necesitaba de toda su concentración y sabia, por experiencia pasadas que cuando se trataba de Tsukishima, el pelinegro olvidaba por completo sus propia seguridad…moriría por él sin dudarlo. Kenma era la única persona que podría ir por él…


– Apresúrate – el auto arrancó y condujeron bajo la tormenta ¿Era tonto pensar que esa tormenta anunciaba una desgracia? ¿Era solo su imaginación? ¿Ese chico estaba bien? ¿Kuroo estaba bien? Necesitaba saberlo, tomó rápidamente su móvil y marcó un numero; no podía contactar con Kuroo, a estas alturas él ya debía estar dentro, pero si había alguien con quien podía hablar – Yaku…sobre Kuroo…


– ¿Qué? Acabamos de separarnos, todo está bien aquí ¿Hay algún problema en la mansión?


Suspiró, Kuroo estaba bien, al menos por ahora. Sabía que ese no sería un trabajo sencillo a pesar de que Bokuto también estaría ahí, no sabían lo que esa mujer les tenía preparado, ni siquiera conocían la identidad de la persona que estaba ayudándole y por si fuera poco también estaba la posibilidad de un enfrentamiento contra Ushijima...Era demasiado peligroso, sin embargo Kuroo estaba decidido a hacerlo, por él, por Tsukishima.


– Yaku...sobre Tsukishima, creo que Yamaguchi podría...


– Kenma, déjalo.


 ¿Por qué estaba diciendo esto? ¿Conocía sus intenciones? No, era imposible, pero si veía todo en retrospectiva, entonces podía recordar que fue Yaku quien sugirió a Kuroo que Yamaguchi se mudará con el rubio...que fue él quien sugirió no investigar sus pertenencias.


Negó con la cabeza, no podía dudar así de Yaku, él era parte de su familia y jamás atentaría contra el hijo de Kuroo, ese bebé también era parte de su familia. Todos esperaban la llegada de ese niño, la promesa de un futuro en el que servirían al descendiente del hombre que tanto respetaban fue bien recibida por todos, incluso por Kenma.


– Tsukishima...


– Déjalo – repitió – Es lo mejor que podría pasar, solo mira hasta donde nos ha llevado Kuroo por él, por su culpa. Estamos a punto de romper una alianza que podría sernos beneficiosa en el futuro...


Por un momento olvidó como respirar – Pero, el bebé...si lo ataca.


– Escucha, Kenma – habló con voz calmada – Kuroo no va a dejarlo, su obsesión por ese chico raya en la locura, la prueba está en lo que estamos a punto de hacer...en lo que está dispuesto a hacer por él – hubo una pausa que le pareció eterna – Él no va a entregarlo, tampoco a dejar que se marche, no seas ingenuo. La única forma en la que Kuroo va a ser libre de su encanto es...que ya no esté más. Así que te pido que dejes que pase lo que tenga que pasar.


– No, no puedo dejar que lo lastimen...es su hijo – no podía creer lo que estaba escuchando, Yaku no era así, él era más sensato. Kuroo confiaba en él, era su consejero, su mejor amigo...el primero ¿Qué era lo que lo estaba llevando a hacerlo? No lo entendía.


Escuchó un suspiro detrás de la línea – No es la única persona capaz de darle un heredero, hay muchos como él en el mundo, menos hostiles y más fáciles de controlar – dijo – Tsukishima tuvo suerte, ese embarazo le dio el tiempo que necesitaba para volver a ganárselo, pero no podemos permitir que se salga con la suya; de lo contrario va a llevarnos a todos a la completa ruina y Kuroo va a morir. Solo piénsalo ¿A dónde va a buscar Kuroo consuelo cuando él ya no esté? En ti…


Kenma enmudeció, ese no era Yaku. En ningún momento demostró sentir rencor u odio hacia Tsukishima, al menos no hasta que ocurrió esa primera reunión con su madre. Después de ese incidente él cambió de parecer ¿Si él tuvo algo que ver? No, no podía dudar de él así, él no haría nada que los perjudicara.


– Creí qué lo odiabas, te lo quitó todo después de todo...nos lo quitó a todos y la única forma de rescatar lo poco que nos queda es esta. De otro modo su sombra va a perseguirnos para siempre...sé qué le debemos nuestra lealtad a Kuroo, que nuestra obligación es proteger a ese chico y niño que lleva, pero nadie va a culparte si no llegas a tiempo...


Dicho esto, un gran estruendo se desató detrás de la línea. Una batalla se estaba librando en ese lugar y otra se estaba desatando dentro del auto, en el interior de Kenma.


Odiaba a Tsukishima, por supuesto que lo hacía, eso no había cambiado en absoluto; él había obtenido lo que siempre había deseado sin siquiera esforzarse. No podía simplemente dejar atrás algo así, no era fácil; pensó en abandonarlo a su suerte en más de una ocasión, pero de alguna forma había aprendido a tolerarlo, más no lo había superado.


Esta situación, esta nueva "oportunidad" era tan conveniente y sin embargo tan atroz. Si. Asesinar era su trabajo, pero incluso él tenía un límite. Yaku no lo entendía en absoluto, la forma en la que había planteado todo parecía tan sencilla, como si realmente todo pudiera volver a la normalidad, sin embargo no era así. Kuroo amaba a Tsukishima y ese amor iba mucho más allá de lo que ellos jamás podrían comprender, era especial y peligroso...lo suficiente como para que la ausencia de uno terminará con el otro.


¿Es que no lo había visto? Kuroo se asemejaba más a un robot sin alma y sentido cuando Tsukishima desapareció, se movía solo por qué tenía que hacerlo, trabajaba por qué era su obligación, para no pensar en él...para no resentir más su ausencia y cuando ese rubio volvió...su Kuroo también lo hizo.


Si su ausencia lo había convertido en un cuerpo sin alma, la muerte de Tsukishima sumada a la pérdida del bebé que esperaba con tanta ilusión terminaría por matarlo.


Odiaba a Tsukishima y probablemente eso nunca iba a cambiar, pero lo que sentía por Kuroo se sobreponía a cualquier otro sentimiento y por esa simple razón no podía abandonar a ese chico a su suerte, no podía ignorar lo que estaba pasando.


– ¡Acelera! – gritó apretando el móvil en un puño.


No iba a engañarse a sí mismo y decirse que quería que Kuroo fuera feliz aunque él no fuera la razón de esa felicidad, porque era un ser humano y como tal era egoísta...y lo querría siempre para él.


Pero Kenma había aprendido algo, nunca había tenido a Kuroo, él siempre fue de otro incluso antes de que él mismo lo notara...


Y aun así dolía, tanto que creía agonizar, tanto que un nudo de sensaciones se acumuló en su garganta, impidiendo la salida de cualquier palabra que quisiera pronunciar y no desaparecía sin importar cuanto tratara de desvanecerlo, y derramaba lágrimas en contra de su voluntad, lágrimas contra las que luchó apenas iniciaban su recorrido por sus mejillas mientras un angustiante y frío vacío se abría en su pecho.


*****


– Kageyama ¿Escuchaste eso? – el rugido de la tormenta alcanzaba incluso ese oscuro sótano y la tierra retumbaba bajo sus pies, sin embargo ese último sonido fue diferente a un trueno. Parecía provenir del interior de la mansión – Lo escuchaste ¿Verdad?


– Pudo haber sido cualquier cosa – respondió.


– ¿De verdad? – Hinata no parecía muy convencido, pero tras escuchar un viejo florero caer al suelo su atención volvió al oscuro sótano en el que se encontraban.


Tal y como había dicho, ese sonido podría haber sido cualquier cosa para el oído in experto, sin embargo Kageyama lo reconocía a la perfección, no había forma de que no reconociera un sonido que lo había acompañado durante toda su niñez. Pero no podía decírselo a Hinata, el chico era tan imprudente e impulsivo que seguramente correría sin importarle nada más.


Esa mansión no era un lugar para tomase a la ligera, no pertenecía a una persona cualquiera.  El bosque que lo rodeaba era tan confuso que en más de un momento creyó que estaban caminando en círculos, habían muchos más guardias de lo que imaginó en los alrededores y a pesar de que la furiosa tormenta les facilitó burlarlos y el pasadizo a metros de la residencia hizo más sencillo allanar la mansión, no podían solamente bajar la guardia.


Un paso en falso y estarían muertos. Sin embargo…


– Demonos prisa – ese sonido, el sonido de una bala ser disparada, no parecían buenas noticias…


– Espera un segundo – sin previo aviso Hinata se aproximó a un par de polvorientas cajas y extrajo de una de ellas otra pequeña caja metálica que contenía un par de armas y cajas de municiones que el menor introdujo dentro de la mochila que llevaba sobre su espalda. Esperaba no usarlas, pero por la expresión en el rosto del mayor parecía que sería así. – No tenías que acompañarme hasta aquí, yo podía solo – murmuró tendiéndole un arma a Kageyama.


– No tienes que hacer nada solo, a partir de ahora a donde tú vayas yo iré.


Hinata se sonrojó y le dio un suave golpecito en el costado con el codo, todavía era un tanto extraño escucha a Kageyama decir algo así, no le molestaba en absoluto, pero era difícil acostumbrarse. – Po…por aquí…– murmuró enlazando el dedo meñique con el del mayor.


El sótano era oscuro, un fuerte olor a polvo y humedad flotaba en el aire, y no había luz ya que se encontraba prácticamente bajo tierra. Era un lugar tétrico y silencioso y las últimas veces que había estado ahí creyó escuchar pasos y crujidos que, si lo pensaba bien podrían deberse a ratones o cucarachas típicos en sitio como ese.


Se apresuró hasta la pared donde, sabia, se encontraba la puerta y, a tientas, buscó el pomo y la abrió con un crujido.


Mientras más subían por la estrecha escalera, el sonido de la lluvia se hacía cada vez más audible al igual que el sonido del ligero murmullo de lo que parecían ser voces y golpes. En silencio, se dirigieron por el pasillo central, hasta la escalera principal; ya había hecho ese camino muchas veces antes y sabía a esa hora en específico se efectuaba el cambio de guardia, lo que le dejaba con el tiempo justo como para despertar a un muy gruñón Tsukishima y salir de ahí.


Tenía que ser rápido, tenía que apresurarse...Entonces ¿Por qué no podía moverse?


Se mantuvo estático a solo tres metros de la amplia escalera principal; esa escalera siempre le pareció bonita, era blanca casi en su totalidad y los detalles en dorado y plata daban la sensación de estar en un cuento de hadas, donde los príncipes y princesas existían. Pero ahora ya no podía verlo de ese modo.


El fugaz resplandor de los relámpagos proporcionaba la luz suficiente como para ver con claridad el rastro de sangre que culminaba justo al pie de la escalera donde un cuerpo yacía en el suelo.


– ¿Tsukishima? – susurró incrédulo.


¿Qué había pasado? ¿Se cayó? No, eso era imposible, Tsukishima era muy cuidadoso. Hinata quería ir con él, correr en su ayuda, pero su cuerpo no se movía ¿Por qué? Nada parecía real, el sonido de la lluvia y los relámpagos desaparecieron, dejando un extraño zumbido en sus oídos. El rubio estaba ahí, tendido en el suelo con sangre brotando de su cabeza, pero no estaba solo; había alguien más junto a él, un rostro que le pareció tan lejano y conocido.


Su mente estaba hecha un caos y no pudo conectar nada hasta que, la persona que había identificado al fin como Yamaguchi, apuntó el arma que sostenía entre sus ensangrentadas manos hacia él y se vio repentinamente arrojado al suelo.


Entonces…solo entonces fue consciente de lo que estaba pasando.


– ¡Kageyama! Tsukishima está...


– No te quedas ahí y usa esa maldita arma, idiota...


¿Arma? Si, tenía un arma. El impacto de ver a Tsukishima en el suelo le había hecho perder el contacto con la realidad durante un segundo, pero ahora ya sabía qué hacer; tenía que ayudar al rubio, tenía que comprobar que estaba bien y sobre todo, tenía que saber que el bebé estaba a salvo.


Así que corrió hacia el rubio, confiando en que Kageyama cubriría su espalda...confiando en que lo protegería tal y como había prometido.


Kageyama chasqueó la lengua, no sabía si molestarse o sentir orgullo por el intrépido gesto de Hinata. Sabía lo que quería decirle, ahora podía sentir más que nunca la confianza que el menor tenía en él; esa sensación era tan real, como si fuera propia.


– No se supone que ustedes dos deban estar aquí.


Sí. Y tampoco se supone que él deba estar con vida, sin embargo ahí estaba, apuntándole a Hinata con un arma ¡Bastardo! La mano de Yamaguchi temblaba, todo su cuerpo lo hacía, probablemente no esperaba que alguien lo descubriera tan pronto o quizá ya se había percatado de las consecuencias de sus acciones; pasará lo que pasará, estaba acabado.


A pesar de la lluvia, iniciar un tiroteo dentro de la mansión podría llamar la atención de los guardias que podrían estar cerca; tenían cerca de cuatro minutos de ventaja gracias al cambio de guardia y no podía perder ni uno solo. Lanzó el arma hacia Yamaguchi, lo conocía bien y sabía que sobre su pobre tiempo de reacción y lo difícil que le era lidiar con la presión, y estaba dispuesto a usar eso a su favor para salvar los tres metros que los separaba él y someterlo.


Tal y como había imaginado, Yamaguchi titubeó ante su sorpresivo acto, causando que su tiro fallara incrustándose en el suelo de mármol y su rostro dejó entrever su frustración, frustración que fue dirigía a él. Eso era lo que Kageyama buscaba, era lo único que necesitaba.


El menor se dispuso a realizar un segundo disparo, está vez en su dirección, sin embargo este se vio frustrado cuando una fuerte patada desvío su brazo hacia el techo e hizo que la pistola saliera volando hacia las escaleras. Sin detenerse, Kageyama lanzó un segundo golpe esta vez al estómago con el puño y le hizo doblarse, y un tercero con en la cabeza, con el codo que lo envío directo al suelo.


Confundido por el golpe Yamaguchi trató de recuperar el arma en el suelo, acción que Kageyama detuvo estampando su zapato contra su mano, luego tomó el arma y le dio un fuerte golpe en la cabeza con la empuñadura consiguiendo que dejara de moverse.


– Hinata, tenemos que...


– No se mueve – sollozó el menor, quien se encontraba arrodillado junto al rubio – Tenemos que llevarlo a un hospital – exclamó afligido.


Kageyama se aproximó a ellos y comprobó el pulso del rubio, era débil, al igual que su respiración. Tenía numerosos golpes y raspones por todo el cuerpo y una muy notoria herida en la cabeza de la cual aún brotaba sangre, y por si fuera poco estaba embarazado. Era la peor situación posible, ese chico no iba a sobrevivir si lo llevaban con ellos ahora y eso Hinata debía saberlo bien.


– Escucha, tenemos que irnos. Alguien vendrá pronto en su ayuda – dijo – Nosotros no podemos...


– Por favor...se lo prometí, no puedo dejarlo solo...por favor – rogó el menor, tomando una de las manos del rubio entre las suyas. Rasgó parte de su chaqueta envolviendo la herida en su palma, tratando de parar la hemorragia; como si ese simple gesto pidiera salvarle la vida.


"Es imposible" pensó el pelinegro. El penetrante olor de la sangre mezclada con una esencia que picaba su nariz; el olor de la muerte rodeaba al rubio. No podrían salvarlo si lo llevaban con ellos, tampoco podían ayudarlo; estaban en completa desventaja. No había nada que pudieran hacer además de escapar y esperar a que alguien fuera pronto por Tsukishima. Pero Hinata no iba a abandonarlo, al menor realmente le importaba; podía notarlo en la aflicción en su voz y en el dolor que se expandía por su rostro y alma, alcanzando la suya...convirtiéndolo también en suyo.


Kageyama se inclinó hacia Hinata y tomó sus manos, estaban frías y temblaban. Tenía miedo y eso apretó su corazón – Hinata...podríamos morir si nos quedamos aquí.


– Está bien, yo pueda quedarme con él...voy a estar bien...– le susurró dándole una sonrisa que intentaba parecer segura.


Un millón de pensamientos cruzaron por la mente de Kageyama, Hinata era pequeño y ligero, podía tomarlo y marcharse. Pero no parecía lo correcto, a pesar de que sabía que lo era; para él no había nada más importante que su vida, sin embargo ese pequeño tonto opinaba lo contrario e iba a quedarse.


Era verdaderamente un idiota, pero Kageyama lo era a un más, de lo contrario jamás habría dicho lo siguiente. – Idiota, no voy a ir a ningún lugar sin ti. Si tú te quedas yo también.


– Tenemos que buscar ayuda...un auto y....y también


Kageyama posó una mano sobre su hombro y negó con la cabeza, ya era tarde para escapar o hacer cualquier cosa.


– ¡Ustedes dos! Dejen las armas y aléjense de él...


*****


El sonido de cristal despezonándose contra el suelo junto con un gemido ahogado de dolor retumbo por toda la habitación – Uno – espetó Oikawa con voz cantarina. El rostro de la rubia se desfiguró por el dolor mientras sostenía su hombro del cual  brotaba sangre, era extraño, su mirada en lugar de posarse sobre su atacante se dirigió fugazmente a la botella hecha añicos en el suelo – ¿No es interesante? Le hice prometer que no diría una sola palabra en mi presencia a cambio de más de esa droga…admito que ha estado haciendo un buen trabajo siguiendo esa orden, pero ¿Cuánto más podrá durar? – los ojos del castaño se posaron sobre los suyos y sin siquiera voltear apretó el gatillo y la bala rozó su muslo, rasgando parte del fino vestido – Dos…– sonrió – ¿Quieres intentarlo?


Kuroo jadeó, por un segundo sintió un punzante dolor impactar en su pecho  y atravesar su corazón; fue una sensación tan física y real. Era la primera vez que experimentaba algo así, ninguna de sus pasadas experiencias cercanas a la muerte le había llevado a sentir la inquietante necesidad de dejarlo todo atrás y volver. Jamás se había retirado de una batalla y no iba a hacerlo ahora...no hasta acabar con Oikawa.


Su mano, que hasta hace unos segundos había titubeado, sostuvo el arma con firmeza y sus ojos adquirieron un peligroso destello dorado.


– Supongo que eso es un no – giró el arma con el dedo índice volviéndose a sujetar firmemente con la palma para apuntarle a la rubia, quien tembló en su sitio – En verdad no te importa lo que le pasa a ella ¿Eh? – afirmó cambiando su semblante a uno más serio – Después de todo lo que hiciste para salvar su vida en el pasado...que desperdicio – murmuró mirando a mujer con la indiferencia con la que vería a un simple insecto – ¿No te sientes estúpido ahora?


– No – respondió Kuroo ¿Qué sentido tenía ahora arrepentirse? No tenía sentido lamentarse por el pasado, no podría devolverles nada, no podría solucionar nada. Estaban viviendo en el presente.


– ¿No? – dijo mirándolo. Era estúpido continuar con esa conversación, no había nada más que quisiera escuchar de Oikawa. Kuroo estaba decidido a terminarlo todo con una sola bala destinada a su cráneo, pero – Kei…ese es su nombre ¿Cierto? Bonito...como él – sin preocuparse por el arma que seguía sus movimientos, el castaño tomó asiento en el sofá – Él sí te importa.


Kuroo frunció el ceño, Oikawa estaba jugando con su mente; era obvio que no tenía nada. Solo estaba usando su afecto por el rubio a su favor; ese era su juego favorito – No hay nada que puedas hacerle ahora.


– ¿Yo? – negó moviendo la mano despreocupadamente – Ya te lo dije, no hice nada más que plantar una pequeña idea que ustedes...que ellos – corrigió – Se encargaron de hacer crecer – suspiró – Realmente no esperaba que todo resultara tan bien, supongo que todo se debe a una serie de eventos muy afortunados...para mí por supuesto y si todo resulta como lo imaginé, entonces ese chico ya debe estar muerto o agonizando ahora.


– ¿En verdad esperas que crea algo así?


– No, pero tampoco tienes forma de comprobar si está bien o no – relajado, como si estuviera en una típica charla de fin de semana, Oikawa se reclinó contra el respaldo del sofá y descansó el arma sobre su regazo.


Sus palabras le habían hecho dudar y eso lo enfureció...porque, aunque no quisiera aceptarlo, aun existía esa posibilidad, porque la persona que se había tomado el atrevimiento de actuar a sus espaldas solo para deshacerse de Kei no debía estar muy feliz con su reencuentro y con la forma en la que, a pesar de todo, ambos buscaban la compañía del otro. Kuroo quería volver, cada segundo esa imperiosa necesidad crecía en su pecho y se mezclan con un nuevo sentimiento; aflicción.


"Kei" su nombre retumbaba en su cabeza con cada progresivo latido de su corazón; necesitaba ver su rostro, acariciar su vientre y escuchar su voz. Era la única forma de disipar aquella aflicción, de frenar su transformación en miedo.


Respiró, no podía dejarse llevar por sus palabras, caer en su juego era lo último que podía hacer. Era una situación de vida o muerte...matar o morir.


– Kuroo, no tengo intención alguna de matarte. Ya baja esa arma – habló Oikawa, encogiéndose de hombros – Hacerlo sería tan fácil y poco satisfactorio – tomando el arma en su mano derecha, Oikawa se levantó del sofá, caminó hacia él y sin importarle que Kuroo estuviera apuntándole, posó una mano sobre su hombro – Lo que yo quiero es que vivas el horror de ver cómo todo lo que amas se escapa de tus manos...que experimentes la desesperación y el dolor que supone sostener entre tus brazos un cuerpo cuya vida va extinguiéndose poco a poco...por tu culpa...porque no fuiste capaz de ver lo que estaba ocurriendo frente a tus ojos y que ese dolor…te lleve a la locura. – se inclinó hacia él, lo suficiente como para poder susurrar sobre su oído – Solo entonces voy a estar satisfecho.


Oikawa se apartó de él y Kuroo bajo su arma; la lluvia había cesado en el exterior y un oscuro cielo sin luna y estrellas envolvían la noche en tinieblas, tinieblas que parecían envolverlo también a él. Algo no estaba bien, las palabras del castaño, le afectaron más de lo que imaginó. Jamás había experimentado esa sensación, el temor de una vida sin él, el temor de imaginar que algo como eso podría suceder... necesitaba ir con Kei, con desespero.


– Está noche es especial y va a ser memorable por muchas razones...– sonrió y sin previo aviso apretó el gatillo, plantando una bala en el tobillo de la silenciosa rubia que temblaba de dolor en el sofá – Puedes hacer lo que quieras con ella, ya me he divertido lo suficiente...


Sin esperar respuesta, caminó hacia la puerta con la lentitud de alguien que sabía tenía todo el tiempo del mundo a su favor. De inmediato, la rubia, con el rostro totalmente desfigurado por el dolor y la aflicción se precipitó torpemente hacia él. – ¿Que hay de nuestro trato? Hice todo lo que me pediste...


– Si, hiciste un gran trabajo, pero...– hizo una pausa, en la que disfruto del temor de esa mujer – Mentí...fuiste ingenua si creíste que en verdad iba a respetar un trato...nosotros no hacemos algo así – Volteó hacia Kuroo mientras abría la puerta – Tú los sabes mejor que nadie ¿Cierto?


En el pasillo, Kuroo pudo divisar la figura de Hanamaki con el brazo alrededor del hombro de Matsukawa; ambos parecían malheridos y apuntaban sus armas al frente. Oikawa guardó la suya en su cartuchera y acto seguido salió al pasillo, no parecía preocupado en absoluto por la situación o por la persona que había dejado a sus dos mejores hombres en ese estado. No. Lo vio posar una mano sobre el hombro del pelinegro, susurrarle algo al oído, señalar hacia el techo y con esa molesta sonrisa suya desaparecer de su campo de visión para, probablemente, marcharse seguido de ellos.


Segundos después, Ushijima ingresó a la habitación y tomó a la rubia, quien se encontraba de rodillas en el suelo.


– Está hecho – murmuró sosteniendo a la mujer, quien a pesar de su estado y del claro dolor que sus heridas causaban en su cuerpo con cada movimiento, forcejeó con él.


Kuroo frunció el ceño, no había forma en que fuera a permitirle irse así como así; Oikawa era un peligro mucho más grande que Ushijima y como tal, debía terminar con él ahora.


– Llévatela, yo tengo que ir a...– no pudo terminar la frase, su teléfono móvil vibraba incesantemente dentro de su chaqueta; había dado órdenes estrictas de no ser molestado por ningún motivo ¿Qué era tan importante como para que alguien ignorara así ordenes directas? Y ¿Por qué la aflicción que había logrado suprimir había vuelto tan repentinamente al tocar su móvil.


Miró la pantalla antes de responder; era Kenma ¿Había algún problema en la mansión? – Habla rápido…– no podía perder más tiempo, caminó hacia el pasillo sosteniendo el móvil contra su oreja; Oikawa estaba cruzando por la puerta por la que él había ingresado y, si su intuición no le fallaba, ahora se dirigiría al techo. El castaño era listo y era probable que tenía algo más preparado, tenía que acabarlo antes de que estuviera fuera de su alcance, pero su cuerpo se paralizó al escuchar los sollozos de Kenma.


– Kuroo…lo siento…lo siento…lo siento…Tsukishima…él…


En ese momento, aquella aflicción se convirtió en terror, la molestia en su pecho en dolor; era como si las tinieblas se hubieran apoderado de todo a su alrededor, como si hubiera sido engullido por completo y la única luz que podría haberlo rescatado hubiese desaparecido dejando nada más que vacío, soledad y una imagen distorsionada de lo que es y seria su vida.


Algo se había rotó en ese momento, él mismo, su corazón, su alma, su razón…todo aquello que lo mantenía en pie.


Algo se rompió y ese sonido fue tan estridente y doloroso que opacó por completo a la potente explosión que hizo tambalear las paredes del edificio…


*****


Frío. El frío envolvió todo su ser como un despiadado abrigo de hielo, temblaba y su boca pronunciaba palabras que ni él mismo podía comprender. Su cuerpo, parecía que estaba en movimiento y dolía, dolía mucho, la cabeza, cada una de sus extremidades y el centro de su vientre, que se movía ondulante ¿Por qué dolía tanto? Tenía que ser malo, el dolor era malo y estaba seguro que ese cálido líquido que se deslizaba entre sus piernas también lo era.


Tenía miedo, su pecho dolía más que las contracciones de su vientre, eran diferente al dolor físico…como un hueco que antes era ocupado por algo muy importante, algo que amaba y ahora ya no estaba más.


Lloraba. Pero él no era el único que lo hacía, había alguien más, alguien que llamaba su nombre entre sollozos y cuya voz no podía reconocer. No podía ver nada, no podía reconocer a esa persona. Todo era tan oscuro y el dolor y el frio crecían por completo su temor, temor que menguó toda fuerza en su cuerpo.


“Mitsuki, Mitsuki es un nombre precioso…Estúpido Kuroo, debiste haber elegido un nombre horrible, de ese modo yo habría tenido excusas para cambiarlo. Pero Mitsuki es perfecto”


Sus ojos se abrieron en un arrebato, sus uñas se clavaron con fuerza en algo, no sabía que, y sus dientes rechinaron al apretarlos. Un dolor insoportable envolvió su vientre y se abrió paso por su pelvis. Gritó, desencajando su rostro por el dolor, que tan pronto como había llegado se esfumó.


“Kuroo, eres un bastardo idiota…pero quiero verte ahora…ven aquí y desparece este frío”


Estaba cayendo poco a poco  dentro de un inmenso agujero sin fondo. Mas solitario, mas frio de lo que imaginó; un frío que congelaba hasta sus huesos y le impedía moverse.


“Elígelo a él, no importa lo que pase…solo tienes que elegirlo a él. No voy a perdonarte nunca si no lo eliges por sobre mi”


Estaba desapareciendo, hubo un momento; solo un corto instante en el que pudo ver una cálida y reconfortante luz. Ese parecía un buen lugar para ir…solo quería salir de la oscuridad, si tan solo pudiera moverse e ir hasta ahí. Pero su cuerpo parecía anclado ¿A qué? No lo sabía.


Ya no sabía nada, ni siquiera podía recordar su nombre…Pero si el suyo y se repetía una y otra vez en su cabeza.


“Kuroo”


De pronto, el frío desapareció; no sintió nada más y todo quedó sumido en una aterradora obscuridad. 

Notas finales:

>3< Gracias por leer >3< 


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