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CHOICES por Nova22

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Notas del capitulo:

>3< Actualización >3<


Otra vez de moré, lo peor de todo es que creí que había actualizado ayer…lo siento T-T

Capítulo 39


Tsukishima jadeó bajito, se encontraba oculto detrás de unos grandes contenedores de basura ubicados a dos cuadras de la zona donde se separó de Hinata.


Sabía que lo que estaba haciendo era una estupidez, que era posible que no lo lograra, que tal vez él no respondería a su llamado, pero el lado temerario que había nacido recientemente en él le decía que tenía que permanecer ahí y esperar...porque vendría. De dónde había nacido toda esa esperanza, no lo sabía, tal vez había sido contagiado con el virus de Hinata.


Encogiéndose más en su sitio para evitar ser encontrado por sus múltiples perseguidores, Tsukishima examinó su brazo derecho; su camisa estaba empapada de la cálida sangre que brotaba producto de una herida de bala, el corte era superficial, un roce, sin embargo sangraba mucho. Lo cual era malo.


El sonido de un disparo cercano le hizo pegar un salto en su sitio y apretar los dientes; en verdad era una locura, esas personas parecían bestias descarriadas que asesinaban a quien sea que se cruzara en su camino con tal se saciar su hambre de muerte y crueldad, había sido testigo de cómo mataron sin remordimientos a una inocente pareja que trataba de proteger a sus hijas. Estaba preocupado, no por el sino por Hinata y su hijo y elevó una silenciosa plegaria por qué llegarán a salvó a un sitio seguro...por que pudieran volver a verse.


Más risas, ecos de pasos y el sonido metálico de algo chocar unos metros a la derecha de la pared en la que se encontraba apoyado lo alertaron, apretó el arma que había obtenido de Hinata y comprobó el cuchillo en su cintura. Sabía que era una locura tratar de pelear en su débil estado actual y no tenía planeado hacerlo, ya había conseguido escapar de ellos en más de una ocasión y gracias a ello había descubierto que eran torpes comparados con los bien entrenados hombres de Kuroo.


Empujó su cuerpo hacia atrás, arrastrando los pies por el angosto pasaje entre los contenedores y la pared; tal vez todo era una pérdida de tiempo, nada le aseguraba que ese persona realmente vendría, sin embargo su cuerpo no dejaba de moverse en torno al punto donde aseguró esperaría por él.


La esperanza sí que era un asunto serio


– Gatito...– ese desagradable sobrenombre, susurrado con una áspera voz llena de cruel diversión, hizo que girara la cabeza; había centrado toda su atención en los ruidos provenientes del frente y descuidó su espalda – Ven aquí, gatito – la boca del hombre se arqueó con placer, mostrando una fila de dientes amarillentos, la victoria de saberlo acorralado en sus ojos, y largó una mano.


Ante los atentos ojos del hombre su espalda, Tsukishima hizo amago de bajar cautelosamente el arma, volviendo a tomarla al tiempo que se dejaba caer hacia atrás; el nombre tomó su mano, sin embargó él ya estaba en la posición que el rubio buscaba y disparó. La bala pasó rozando por la garganta y se incrustó en su mandíbula, causando que se tambaleara hacia atrás dando arcadas.


Inmediatamente después de que se desplomara al suelo, el rubio giró sobre su espalda sin importarle el dolor que eso le produjo a su aún delicado cuerpo y emprendió carrera; tenía que moverse antes de que los otros lo alcanzaran, el sonido su arma ser disparada ya debería haberles hecho saber su ubicación. Tuvo certeza de ello en el instante en el dos disparos pasaron silbando junto a él. Salió del callejón a gran velocidad y corrió calle arriba hacia el próximo, no podía darse el lujo de ir demasiado lejos.


Ardor.


Un ardor abrasador asaltó repentinamente uno de sus costados, sus piernas flaquearon, pero fue capaz de reponerse antes de caer al suelo, no era estúpido, sabía lo que ellos estaban haciendo; querían cansarlo y acorralarlo como a un animal de cacería…querían que se rindiera, de lo contrario lo habrían matado desde hace mucho, lo superaban en número y tenían más municiones para desperdiciar después de todo.


Las personas como ellos eran realmente desagradables.


Se volvió y disparó una de las pocas balas que le restaban hacia la calle, anunciándoles silenciosamente que no iba a darse por vencido tan pronto y sonrió; su viejo yo habría encontrado tonto eso de pelear hasta el final, sin embargo ahora no podía pensar en nada más.


Corrió con todas sus fuerzas por el callejón, cuando llegó al final sintió un fuerte golpe en el vientre que lo dejó sin aliento y lo envió directo al suelo.


– Te atrapé, gatito…


Sin darle tiempo siquiera a que su mente terminara de comprender lo que estaba ocurriendo y que sus pulmones recuperaran el aire que habían perdido abruptamente, un par de fuertes manos lo tomaron del cabello y fue arrastrado hasta el interior del callejón, un segundo hombre llegó y le despojó del arma que aún mantenía aferrada, dando un fuerte pisotón a su mano. Gritó su dolor y frustración. Los subestimó, debió haber imaginado que después de haber corrido en círculos por tanto tiempo ellos intentarían algo más.


Sin embargo y a pesar de que era claro que no podría ganar contra ellos estando atrapado, su cuerpo se negaba a aceptar que era el final y continuaba retorciéndose con todas sus fuerzas.


– ¡Quédate quieto, maldición! – gruño el hombre que lo sujetaba, el otro rió burlándose de su incapacidad por retenerlo.


– ¿Necesitas ayuda? – preguntó su compañero con burla, había una abultada cicatriz atravesado su rostro.


Su atacante se limitó a chasquear la lengua y sonreír con crueldad, eso fue suficiente para que Tsukishima supiera lo que ocurriría con él. La adrenalina y el repentino temor recorrieron su cuerpo, dotándole de toda la vitalidad que creía había perdido; se retorció salvajemente para soltarse, golpeándole hasta que pudo liberar una de sus manos y arañarle la cara.


– Maldito – él movió su brazo y le golpeó en la cara con el puño.


Saboreó la sangre en su boca y sintió un dolor punzante en su mejilla y labio inferior, que trajo lágrimas a sus ojos, pero nunca se rindió. A pesar de que su mente estaba aturdida por el impacto, esta nunca dejó de trabajar…de buscar una salida. Creyendo que había dejado al fin de luchar, su atacante liberó sus manos, cometiendo así su primer error, su segundo error fue alardear sobre su hazaña con su compañero dejándole así de prestarle atención. Idiota. No deberían dar por hecho que esa pistola era su única arma.


Tan rápido como la adrenalina que aún corría por sus venas le permitió, tomó el cuchillo de su cintura y lo atacó; el cuchillo se movió en el aire y se incrustó en un costado del cuello del hombre. La sangre salió a borbotones que mancharon su rostro y manos.


El cuchillo cayó sobre el charco de sangre que se formó en el suelo, el hombre de la cicatriz presionó su torso con el pie, frenando cualquier intento de escapa y recuperó el cuchillo del suelo – Idiota – murmuró alzando la mano que sostenía el cuchillo para acto seguido clavárselo hasta la empuñadura en la frente – Es mi turno ahora, vamos a jugar...gatito.


A Tsukishima se le heló la sangre, si ese tipo era capaz de matar así a su propio compañero, nada bueno pasaría con él. Soportando el dolor que suponía tener aquél despiadado pie presionando sus esternón, giró la cabeza encontrando el arma descansando en el suelo no muy lejos de él, pero también pudo observar como cinco figuras oscuras armadas entraban al callejón; sus perseguidores. Llevaba un cuchillo más pequeño oculto entre su ropa, su atacante no lo estaba sujetando así que podría tomarlo y buscar la forma de liberarse, alcanzar el arma, disparar y correr...pero no lo hizo.


Cerró los ojos, relajó su cuerpo y mientras las tranquilas pisadas se hacían cada vez más perceptibles y el tipo de la cicatriz retiraba su pie para inmovilizarlo con su propio cuerpo y enredar las manos en su cuello, una furiosa tormenta de balas rugió dentro del callejón y se sintió ser liberado. No había alivio o cualquier otro sentimiento en su pecho además de calma, una parte de él siempre supo que vendría ¿No era algo extraño? No se suponía de debía hacerlo, sin embargo ahí estaba; con ese estoico rostro y una furiosa mirada olivácea. Sus hombres abatían a sus perseguidores uno a uno, mientras que él se mantenía firme e imperturbable frente a ellos.


Tsukishima tomó la mano que este le ofrecía y en un instante se vio presionado contra su pecho. Ushijima giró y, como si fuera algo cotidiano para él, se abrió paso entre sus hombres y caminó hacia la calle, ignorando el infierno que se desataba a su espalda, con él al frente, sosteniéndolo de la cintura…como si quisiera protegerlo con su cuerpo.


– Oikawa consiguió que organizaciones pequeñas y hambrientas de poder se unieran para este momento – dijo él – Ahora los está usando para alcanzar su objetivo...es impresionante – algo que solo una persona tan elocuente como él podía conseguir.


– Sobre lo que hablábamos...– había más hombres suyos en el camino, armados y alerta a cualquier posible amenaza. A unos metros alcanzó a observar una enorme Cadillac blanco, que, estando rodeado de hombres armados, parecía imponente y poderoso – ¿Vas a hacerlo?


– ¿Por qué crees que lo haría? – le respondió él, su profunda voz era como la noche, oscura y, sin embargo, tan tranquila – Tal vez solo estoy aquí para tomar lo que por derecho me pertenece...


– Que estupidez...no soy un maldito objeto.


Tsukishima murmuró, probablemente para sí mismo, sin embargo él pudo escucharlo y no pudo evitar sonreír; no había miedo en sus ojos, ninguna preocupación por lo que podría pasarle por su irrespetuosa actitud...no había nada más que el desagrado nacido de sus palabras. Le gustaba esa mirada, no tenía idea de cuándo o como comenzó a hacerlo pero le gustaba; así como el hecho de que su apariencia indefensa no fuera más que eso, solo una apariencia.


Llegaron al Cadillac y un chico de cabello rubio claro se dispuso a atender las heridas del rubio.


– Comprenderás que esta es una situación muy ventajosa para mí ¿Verdad? – Y desventajosa para Tsukishima, lo sabía, sin embargo valía la pena correr el riesgo – Su muerte pondría fin definitivo a todos los conflictos que hemos mantenido durante generaciones y también a nuestro más reciente conflicto...el cual te involucra.


– Así que aún no has olvidado ese asunto – los hombres orgullosos sí que eran un problema...aunque, de acuerdo a las palabras de Kuroo, lo que movía a Ushijima no era solamente el orgullo, no estaba muy seguro de la veracidad de esas palabra, sabia cuan celoso era Kuroo, pero ahora Tsukishima estaba contando con eso – Debiste suponer que él no iba a cumplir su parte del trato, sí algo he aprendido durante todo este tiempo es que las personas como ustedes son idiotas que se mienten incluso a sí mismos.


Hizo una mueca de dolor y lanzó una mirada molesta al chico que ahora vendaba la herida en su hombro y se disponía a tratar la de su cintura; era claro que la forma en la que le había hablado a su jefe no le hacía feliz.


– No es como que te hubieras marchado con las manos vacías con ese trato – continuó hablando Tsukishima, ocultando la vergüenza que suponía estar casi desnudo frente a él – La tienes a ella ¿No era eso lo que más deseabas? ¿No deberías estar satisfecho con eso?


Silencio. Su olivácea mirada clavada sobre Tsukishima; era delgado, más de lo que debería, sin embargo su figura era agradable a la visita...demasiado. Su piel parecía aún más blanca con los rayos de la luna iluminándola, era suave, lo sabía bien, también era dulce y tan delicada que necesitaba ser tratada con gentileza. De lo contrario terminaría como sus ojos contemplaban ahora...con pequeños, pero claramente perceptibles, moretones que rodeaban su cuello como una cadena que anunciaba la propiedad de otro sobre él.


Apretó los puños; había aprendido a suprimir sus sentimientos, sin embargo ahora su molestia parecía desbordarse. Sabía que quería a ese chico, pero solo descubrió cuanto hasta el día en que no pudo resistir el impulso y terminó por atacarlo. Había pasado largas noches pensando en él después de ese incidente, en el sabor de su piel y pensar que otro tenía el privilegio de saborear ese dulce adictivo era suficiente para romper las barreras de su control.


– Obtuve lo que quería, pero no lo que deseaba...


Era la primera vez que se sentía tan abrumadoramente atraído a alguien...


– A mí – afirmó Tsukishima. Bajó la cabeza y observó cómo el rubio trabajaba en la herida de su cintura – Sinceramente tienes muy mal gusto...Ushijima–san – y él muy mala suerte como para atraer la atención de personas como ellos...y ahora iba a tener que hacer uso de esa mala suerte – Ayúdame...si lo haces...vas a tenerme si lo haces.


– ¿Por qué llegar tan lejos?


Elevó la mirada y encontró sus ojos; podría darle una y mil excusas, pero probablemente ninguna sonaría tan convincente como la verdad que sus ojos gritaban – Por qué lo amo.


Él largó la mano y le tomó de la barbilla, su fría mirada se fundió con el cálido atardecer en sus ojos − Sabes que no tengo porque escuchar tu petición, podría tomarte justo ahora y llevarte lejos si así lo quisiera…¿No crees que esa es la única razón por la que accedí a venir? 


Y hacerlo sería la decisión más sabia y lógica, sin embargo…


− No – respondió, una sonrisa en sus finos labios ahora carmín por la sangre; esa sonrisa fue para él como si la luz de la luna se develara en la oscuridad y supo que estaba atrapado…por él – ¿Dime? Donde está el pelirrojo que siempre te acompaña. – quizá en lugar de atrapado, decir que estaba perdido o algo similar a esa palabra seria lo correcto.


– A estas alturas ya deberían de haber frenado el avance de los refuerzos de Oikawa…lo que pase después depende de ellos y de su suerte.


– Gracias – su mano tomó la del mayor, que ahora acunaba su rostro, y la apretó; no tenía intención de pedirle que peleara por él, comprendía perfectamente bien que había un límite para lo que consentiría hacer por él, solo quería inclinar la balanza a favor de Kuroo y para ello no solo necesitaba a Ushijima – ¿Lo tienes? 


Ushijima retiró su mano de su rostro, dio un paso atrás y con un simple movimiento de cabeza llamó a un chico de cabello marrón oscuro que le entregó una especie de maletín negro de no más de cuarenta centímetros de largo – ¿Qué pretendes hacer con esto? – él le entregó el maletín y segundos después, cuando todas las heridas del rubio fueron tratadas también le entregó su gabardina. 


– También quiero comprobar algo – respondió al tiempo que tomaba algo de entre su ropa empapada de sangre, un Pen Drive que arrebató a su hermano, y vestía la gabardina…también quería ver un momento a Kuroo, comprobar que estaba bien y que aún no era tarde.


– ¿Crees que lo que sea que hagas ahora va a funcionar? El suministro de luz fue cortado, ahora no depende de ti ni de mí...esfuerzos inútiles…


– Ese apagón es solo  una cortina – murmuró, sus dedos se movían sobre el teclado y sus ojos seguían con detenimiento la serie de códigos en constante cambio de la pantalla, absoluta concentración en la expresión de su rostro – Las cámaras de seguridad del hospital deben estar funcionando, pero están bajo el control de otra persona y… – lamentaba mucho no haberlo notado antes, de haber sido así podría haber alertado a Kuroo sobre eso.


– ¿Cómo están tan seguro de…


– Ah – dejó escapar una exclamación y una sonrisa que no pasó desapercibida por Ushijima, se formó en sus labios al haber conseguido penetrar la red de seguridad de las cámaras del hospital.  Lo sencillo ya estaba hecho ahora tenía que encontrarlo – ¿Dónde está…? – Ushijima se posicionó junto a él y contempló silenciosamente aquello que lo tenía tenia absorto.


Ansioso, se mordisqueó la uña del pulgar mientras buscaba aleatoriamente, sin encontrar, a la persona que quería ver. Estaba asustado y preocupado, sabía que debía confiar en Kuroo y en su capacidad, pero no podía evitar sentirse así. El panorama que se presentaba ante sus ojos en cada escena era preocupante; había cuerpos en los pasillos, algunos de ellos de enfermeras y pacientes que, al parecer, no habían conseguido escapar, una batalla encarnizada, más muerte, hombres armados corriendo por el pasillo o llevando a sus compañeros heridos a cuestas.


Era terrible. Casi podía sentir la frustración y desesperación reinantes. Su dedo sangró, pero Tsukishima no prestaba atención a su dolor; todo su cuerpo y mente estaban concentrados en la pantalla y su objetivo...hasta que dio con él.


– Kuroo...– susurró inclinándose hacia la pantalla; estaba ileso, su rostro concentrado en los oponentes frente a él y su cuerpo se movía como una máquina bien aceitada entre las balas.


Verlo de esa forma le erizó la piel y se preguntó qué haría si supiera que estaba siendo observado por él en este momento; probablemente algo tonto. Kuroo estaba bien, pero ¿Por cuánto tiempo? Sí estaba en lo cierto, los hombres que vio correr por el pasillo se dirigían en su dirección; Kuroo podía ser un Alfa, fuerte y hábil, sin embargo también era un ser humano y como tal sucumbiría ante la fatiga tarde o temprano.


– Vuelve a la cámara que da a la recepción – le dijo Ushijima posando una mano sobre su hombro; Tsukishima dio un respingo, había olvidado por completo que estaba ahí y el sitio en el que se encontraban – Hazlo.


A regañadientes, Tsukishima volvió a una de las cámaras de la recepción, en ella pudo observar como algunos hombres vestidos de civiles trabajaban dirigentemente, entrando al edificio con algo entre las manos y otros tirando de lo que parecían ser cables ¿Que estaban haciendo?


– Son explosivos...– los suficientes como para hacer volar al edificio por los cielos – Ese enfrentamiento ya se ha prolongado por demasiado tiempo, tal vez Oikawa espera terminarlo todo de una vez – a su parecer eso era lo más sensato, atraer más la atención no sería bueno para ninguno de los dos, sin embargo Tsukishima no pensaba de la misma forma.


Su rostro palideció y aunque su expresión parecía calmada, el horror era claro en sus ojos. No podía hacer nada al respecto, él ya debería saberlo, sin embargo no parecía querer rendirse...y sus dedos trabajaron sin descanso hasta que él rostro de alguien apareció en la pantalla; su hermano.


— Tienes que parar esto...estás yendo demasiado lejos...— su voz tembló, todo su cuerpo lo hacía, no sabía si por furia o temor, pero temblaba. No tenía idea de lo lejos que podía llegar su hermano hasta ahora.


— Kei, tienes que dejar de interferir.


— Para ya esto — repitió Tsukishima esta vez en voz alta.


Akiteru suspiró detrás de la pantalla; sus ojos, su rostro, incluso su semblante era el mismo que recordaba, sin embargo no parecía la misma persona — No voy a hacerlo — Tsukishima parpadeó incapaz de comprender esas palabras y la frialdad que sintió en ellas — Esto es necesario y de no hacerlo jamás podrás tener una vida tranquila ¿No entiendes? En ese edificio hay personas que podrían lastimarte.


Frunció el ceño ¿Estaba insinuando que Kuroo podría hacerle daño? Eso era una tontería — Kuroo jamás...


– Él es el objeto de odio de muchas personas, jamás vas a poder tener una vida tranquila con él. A veces el amor no es suficiente...fui ingenuo y creí que estarían bien siempre y cuando estuvieran juntos, creí que estaría bien si tú lo amabas, pero me equivoqué. Tu vida va a peligrar si están juntos, tienes que entenderlo — era él quien no comprendía nada, pero no sabía cómo hacer que lo entendiera ¿Dónde estaba el Akiteru tranquilo y sensato? ¿Dónde estaba su hermano? — Tal vez ahora no lo entiendas, pero esto es lo mejor para ustedes...déjame hacer esto por ti.


— No...— ¿Qué era lo que todos pensaban de él? No era un títere o una muñeca ¿Por qué a nadie le importaba su opinión? Todos actuaban como si supieran lo que quería y lo que sentía, pero no era así...estaban equivocados — Basta, detén esto ahora...nunca voy a perdonarte por esto, voy a odiarte...– el rubio mayor negó suavemente con la cabeza, gesto que llenó su pecho de desesperación y con ello toda la calma que había logrado construir se fragmentó –Te lo estoy rogando, por favor no me lo quites...por favor.


Se estaba desmoronando, poco a poco, pieza a pieza y no sabía si lo que se estaba rompiendo era su corazón o su alma...o tal vez era todo de él. No podía hacer nada para restablecerse, la desesperación estaba ahí, siendo clavada en su pecho por el despiadado martillo del miedo y se estaba rompiendo.


– No puedo hacerlo, ya he ido demasiado lejos como para detenerme ahora – él estaba calmado, su voz era tan tranquila y gentil que le heló la sangre y le resultó tan desconocida como el rostro que ahora le sonreía — No quiero perderte, tú eres lo único que me queda...no podría soportar verte morir, no quiero verte morir.


— Hermano, por favor escúchame.


— Está bien si me odias ahora o sí no deseas verme el resto de tu vida, voy a entenderlo – la conexión se perdió y el rostro de su hermano desapareció de la pantalla, dejando tras de sí una triste sonrisa.


Esto fue lo que necesitó para que lo poco que quedaba de él terminara por desmoronarse, para que la desesperación y la impotencia tomaran el control. Llevó ambas manos a su boca y se inclinó hacia el frente; sus dedos estaban fríos, al igual que todo su cuerpo, el cual temblaba presa de la desesperanza. No había nada que pudiera hacer, todo había sido inútil...fue un idiota ingenuo al pensar que realmente podía hacer algo para ayudarle, que cualquier cosa que hiciera podría cambiar algo.


Entonces rió, burlándose de su ingenuidad, y lloró su frustración, su impotencia...lo inútil que era. No pudo decirle que lo amaba, que su corazón en ningún momento había dejado de estremecerse con su presencia, con cada sonrisa o palabra dulce suya, que cuando sostenía su mano podía sentir que había nacido solo para estar con él, para ser parte de él y que amaba la forma en la que sus dedos encajaban con los suyos, que cada segundo juntos era algo precioso y único para él, y que no podía imaginar cómo sería su vida si no estaba ahí...no pudo decirle nada y tal vez ya nunca podría hacerlo.


Sintió un enorme vacío en el alma al comprender eso. Desesperación, dolor...angustia, se abrazó a sí mismo; su portátil cayó al suelo, pero eso no le importó. Se sentía tan solo ahora, no había nadie a quien pidiera recurrir, no había nadie que pudiera ayudarlo ni nada que pudiera hacer...ya no le quedaba nada.


Ni una sola esperanza.


Ushijima no apartó la mirada de él.  No era la primera vez que era testigo de las lágrimas de alguien o percibido la desesperación de una persona, sin embargo esta sí que era la primera vez que resultaba siendo afectado por algo así. No solo era devastador, sino que también le provocaba un insoportable malestar en el pecho; recordaba ese sentimiento, fue el mismo que frenó su deseo de atacarle aquel día.


No se consideraba una persona amable, la benevolencia era innecesaria y podría acarrear problemas futuros; todos lo sabían. Sin embargo ahí estaba él, sintiendo pena por las lágrimas de un chico, sintiendo impotencia al saberse incapaz de ayudarle…que estupidez, los sentimientos eran innecesarios.


– Nos vamos – ya no había nada más por hacer, su parte estaba hecha y ahora simplemente tomaría su recompensa antes de que volviera a deslizársele entre los dedos.


Tsukishima se levantó, silenciosamente, finas lagrimas aun surcaban sus mejillas y sus ojos eran dos pozos carentes de vida. Era sorprendente que aun pudiera mantenerse en pie, tal vez ya había aceptado lo inevitable. Los tratos eran así, a veces se ganaba y otras veces se perdía, y a él le tocó perder, lamentarse era cosa de débiles.


El rubio elevó la cabeza hacia el cielo, y con ello, y gracias al reflejo de la luna sobre ellas, sus lágrimas se transformaron en algo sublime, pequeños y delicados diamantes que se perdían en la nada, y que transmitían tanto belleza como pesar.


Decir que esa imagen no le afectó seria mentir y decir que no había sido cautivado por él sería poco.


Bajó la cabeza, dando así por finalizado aquel cautivador hechizo, que robó mucho más que su atención y sin decir palabra alguna dio un par de pasos en su dirección antes de tropezar y de no ser por él, que los sostuvo de los hombros, habría caído al suelo. Ushijima permaneció mirándolo; parecía tan frágil y pequeño ahora…alguien que debía ser salvado…y protegido.


– Aunque me lo pidas, no pienso hacer nada por él.


Los labios de Tsukishima se arquearon en una amarga sonrisa – No voy a pedírtelo – sus palabras se mezclaron en el nudo que tenían en la garganta con una intensa angustia.


Sin suplicas. Su fortaleza mental era algo digno de ser admirada.


A menudo había escuchado decir que los Omegas podían llegar a ser la perdición de un Alfa, una idea que definitivamente le pareció absurda, pero que fue cambiando con el tiempo y que, ahora mismo, cobraba verdadero sentido para él.


Que frustrante. Este chico era frustrante. Si tan solo dejara de llorar, si dejara de verse tan indefenso, asustado y desesperado…si aceptara de una vez por todas que todo había terminado, entonces no estaría experimentando semejante aflicción.


– No voy a prometerte que voy a devolvértelo con vida –  sin su permiso, sus dedos limpiaron los interminables caminos de lágrimas que surcaban las mejillas contrarias y miró sus ojos que los observaban incrédulos – No crees ninguna expectativa…pase lo que pase, tú vas a venir conmigo – él sonrió, la primera sonrisa que le regalaba, era triste, y sin embargo no dejaba de der hermosa.


Este chico era un problema, no poseía nada digno de ser envidiado o alabado, tampoco era especial, sin embargo parecía tenerlo todo…merecerlo todo.


Terminó siendo acorralado por una persona realmente problemática.


*****


Minutos antes, en otro sitio; dos jóvenes, uno pelinaranja y otro pelinegro, corrían por un sendero obscuro iluminado solamente por la luz de las armas ser disparadas.


Su avance fue abruptamente cortado minutos después de su separación con Tsukishima y cada intento de remontar el camino había sido frenado; era como si supieran a donde se dirigían y que camino tomarían para alcanzarlo.


– Kageyama... – volteó al tiempo que apretaba el pequeño cuerpo del sollozante bebé en sus brazos contra su pecho; él se había detenido y disparaba hacia los hombres que corrían detrás de ellos – Kageyama – le llamó de nuevo, tuvo el impulso de parar e ir con él, pero su voz lo frenó de hacerlo.


– ¡Corre! ¡Maldición!


Su cuerpo acató esa orden y sus piernas se movieron tan rápido como pudieron; las balas que hasta hace un momento pasaban silbando junto a él fueron disminuyendo hasta desaparecer. Habían ganado este asalto y en su corazón esperaba que fuera el último, pero las dos figuras oscuras que podía ver a la distancia le decían todo lo contrario.


Flexionó sus rodillas y giró su cuerpo hacia la izquierda. Había sido así desde que fueron vistos por ellos; corriendo en círculos, avanzando un paso y retrocediendo dos, tuvo que deshacerse de todo el peso extra para poder correr con mayor intensidad. Era una verdadera locura, esa oscurecida zona de la ciudad se había transformado en terreno peligroso, un sitio de caza donde los débiles e indefensos eran las presas.


Parecía mentira que eso estuviera pasando.


De pronto, fue cegado por tres pares de intensas luces pertenecientes a imponentes camionetas blindadas...las conocía, sabía a quién pertenecían y su cuerpo tembló por ello. Temblor que fue calmado al instante en el que sintió una mano sobre su hombro; no necesitó voltear para saber que pertenecía a Kageyama, y tampoco necesitó nada más que su sonrisa para saber que lo que quería decirle; todo iba a estar bien, iban a proteger juntos a Mitsuki.


*****


Disparaba a diestra y siniestra, abatiendo a sus enemigos, los cuales disparaban también con el afán de acabar con su vida, pero parecía que sus balas nunca alcanzaban su cuerpo, siempre pasando cerca, sin tocarlo jamás.


Todo se movía en cámara lenta ante sus ojos; movimiento tras movimiento, bala tras bala, incluso los parpadeos de sus oponentes y sus rostros desfigurándose en muecas de frustración al saberse superados.


Su corazón se movía lenta y pausadamente, su respiración era tranquila y sus movimientos certeros y letales. No había ni un solo agujero en su defensa, sus compañeros de armas cubrían su espalda y le prestaban apoyo. A los pocos segundos sus contrincantes yacían en el suelo, bajo un charco de su propia sangre.


– Debería castigarte por lo que hiciste – murmuró Kuroo girando su cuerpo hacia atrás al tiempo que cargaba su arma con tranquilidad – Ignorar una orden directa es un crimen, Kenma...


– Aceptaré cualquier castigo que dispongas para mí...


– Eres muy serio – largó una mano, advirtiéndola teñida de sangre seca, y revolvió el cabello del menor – Por ahora tu situación dependerá del estado de Kei y mi hijo – castigarlo ahora sería contraproducente, lo necesitaba.


No iba a decirlo en voz alta, pues hacerlo sería aplaudir su desacato, pero su llegada le resultó beneficiosa; Kenma había traído consigo la ayuda y la información que necesitaba. Oikawa estaba ahí, en algún lugar del infierno que se había transformado ese edificio, esperando su turno para hacer aparición. Kuroo no era tonto, había comprendido su plan desde hace mucho, el castaño quería cansarlo y limitar su posición enviando oleada tras oleada de hombres a atacarlo, pero estaba subestimándolo.


Si no pudiera con algo tan simple como eso, entonces no habría llegado hasta donde estaba.


– Kuroo, creo que tenemos que retirarnos...si seguimos así...


– No voy a huir de mi propio territorio, hacerlo sería como anunciar mi derrota a todos — además, este asunto ya había sido prolongado por demasiado tiempo. Era momento de terminarlo de una vez por todas – Quien debería retirarse eres tú, estás perdiendo mucha sangre — debía haber sido muy difícil para él llegar hasta donde estaba con una herida así; se enfrentó solo a los mercenarios que circundaban el área y a aquellos que habían allanado el edificio, sin importarle que eso hubiese podido matarlo solo para llegar hasta él. Pocas veces se veía a alguien tan leal – Lev, sácalo de aquí – el aludido asintió – Tora, acompáñalos.


El entrecejo de Kenma se frunció e inmediatamente apartó las manos de Lev, quien intentaba cargarlo sobre su espalda – Tengo que estar contigo hasta el final...se lo prometí.


Kuroo le sonrió al tiempo giraba en dirección al sitio en el que se escuchaban pasos que se hacían cada vez más cercanos; venían más de ellos...parecía que no tendría tiempo para descansar — Ya hiciste lo que tenías que hacer, es momento de que te retires – giró la cabeza hasta el chico de cabello cenizo – Lev, llévatelo.


Kenma negó con una exclamación y pataleó como un gato salvaje cuando do Lev lo tomó en brazos, pero nada pudo hacer para librarse de él; como Alfa era mucho más fuerte. Corrieron por el pasillo y Kenma no dejó de mirarlo mientras se enfrentaba solo a aquellos hombres que disparaban en su dirección y pensó que si tan solo fuera más fuerte podría ayudarlo...


Acertó un tiro en la cabeza a uno de ellos y antes de que este cayera al suelo efectuó dos nuevos disparos que mataron a los otros dos hombres que ingresaban al pasillo. No quería admitirlo frente a Kenma o cualquiera de sus hombres, pero estaba comenzando a experimentar fatiga. No era la primera vez que libraba batallas de desgaste como estas, sin embargo esta se había prolongado demasiado...llenaba días reteniendo los avances de los hombres de Oikawa.


Antes de que más hombres frenaran su avance subió por la escalera hasta el piso superior; todo parecía despejado, pero no debía confiarse, era probable que aún hubiera hombres ocultos y esperando el momento para actuar. Oikawa había logrado algo sorprendente al usar el hambre de poder de esas personas para unirlos contra él, odiaba admitirlo, pero solo alguien como él podría haber conseguido algo así.


Se detuvo, formando una altanera sonrisa en los labios al ver a dos personas conocidas en el pasillo – Él está aquí ¿Cierto? – tanto el pelinegro como el hombre de cabello marrón claro guardaron silencio. Kuroo no necesitaba una confirmación suya para saberlo, su presencia aquí ya era un anuncio claro de ello... – Supongo que no van a dejarme pasar como la última vez.


– No está vez – habló el pelinegro; Matsukawa.


La sonrisa de Kuroo se ensanchó, no esperaba que lo hicieran.


Alzó el arma, poniendo en alerta a ese par, que rápidamente llevaron ambas manos hacia las cartucheras bajo sus axilas y tomaron sus armas. Sin embargo y con un arrogante movimiento de cabeza, Kuroo hizo lo impensable, guardó su arma y caminó hacia ellos. Había decidido algo; las balas que restaban a su pistola serían para Oikawa.


Los dos chicos parecieron comprender su mensaje silencioso y dejaron sus armas en su sitio; eran fuertes, hábiles, lo sabía y ellos también, sin embargo Kuroo lo era aún más e iba a hacer que lamentaran haber tomado tan absurda decisión.


Puñetazos fueron lanzados en su dirección; el primero rozó su hombro, el segundo pasó a unos milímetros de su oreja agitando el viento, un tercero y un cuarto fueron bloqueados con su codo y dorso de su mano respectivamente. Respiraciones agitadas, gruñidos, oscilaciones del viento; había pasado mucho tiempo desde la última vez que había usado los puños. Sin embargo sus movimientos fluían como la corriente de un río cristalino. Su cuerpo reaccionaba, actuaba ante cada movimiento de sus contrincantes.


No era una batalla sencilla; ellos eran tan ágiles que esquivaban más golpes de los que tenía previsto, sin embargo seguía sin ser un problema para Kuroo, quien veía esto como un calentamiento. Se agachó instintivamente y el puño del pelinegro le rozó el cabello, pero no se detuvo ahí, lanzó una patada que estuvo apunto de estamparse en sus costillas de no ser porque detuvo el impacto con el brazo.


Sonrió, era divertido verlos esforzarse tanto; Pero, lamentablemente, era momento de terminarlo.  Giró sobre su cintura y, al tiempo que ellos se abalanzaban sobe él, le acertó un golpe en la mandíbula a uno de ellos. No se necesitó más que eso, el castaño cayó al suelo, derrapando hasta golpearse la espalda contra la pared. A pesar de que pareció afectado por la caída de su compañero, el pelinegro continuó con su ataque, lanzó dos puñetazos muy veloces que aterrizaron en su cuerpo y una patada en su costado izquierdo que le hiso trastabillar, pero que no afectó la trayectoria de su brazo, cuyo codo impactó en su barbilla. Él no fue capaz de resistir el golpe imprevisto y cayó de rodillas al suelo, acción de la que Kuroo tomó ventaja para tomarle de los hombros y darle un rodillazo en el estómago que de dejó fuera de juego.


Jadeó, fue mucho más difícil de lo que había imaginado, pero estaba hecho y ahora era momento de ir por su verdadero objetivo.


Tomó de vuelta su arma y con total cautela avanzó hasta la habitación donde, sabia, él se encontraría; la habitación de su hijo. La intermitente luz de la luna iluminó algunos tramos de su camino, una furiosa tormenta rugía bajó sus pies; no obstante la cantidad de enemigos se reducía y no había rastro alguno de refuerzos…la batalla bajó sus pies terminaría pronto.


Así como su propia batalla.


La puerta estaba entreabierta y solo tuvo que empujarla para abrirla del todo; ahí vio a Oikawa, sentado sobre el pequeño sofá que usualmente Kei ocupaba para arrullar a su hijo. La luz plateada del exterior se derramaba por toda la habitación y el solemne rostro del castaño, quien no apartó la mirada de la ventana mientras Kuroo se le aproximaba, continuó mirando hacia la luna, con anhelo en los ojos. Sostenía algo entre las manos y su arma, aquella Glock con grabado de espinas y rosas en la empuñadura y corredera, descansaba sobre la cómoda junto al sofá.


– ¿Sabes que es lo más doloroso de perder a alguien que amas? – habló Oikawa, con tanta tranquilidad como si estuviera hablando sobre el clima; Kuroo detuvo sus pasos, su arma apuntándole a la cabeza – Mantener viva la absurda esperanza de que va a volver…incluso cuando sabes muy bien que eso jamás va a pasar – un dolor indescriptible se reflejó en sus ojos, como si estuviera reviviendo una terrible pesadilla. – Ha sido así desde que él se fue…cada maldito día – dijo, su mirada siempre fija en la luna plateada – Es un infierno, puedo escuchar su voz en el susurro del viento…sus últimas palabras se repiten en mi cabeza, puedo ver su rostro en mis sueños, pero no puedo tocarlo, él no puede escucharme…ni verme…porque no es real, porque ya no está más…– tormento. Nunca había visto una expresión tan atormentada y vacía.


– ¿Viniste aquí solo para hablarme de tu dolor?


Oikawa sonrió con amargura, y por primera vez desde que había ingresado a la habitación, sus ojos se fijaron en los suyos – Por supuesto que no…– aquello que sus manos sostenían fue lanzado al suelo y rodó hasta chocar contra sus pies. Era un pequeño muñeco de peluche, un ave negra cuya tela parecía haberse vuelto más oscura en los sitios en los que lo que parecía ser sangre había salpicado…Hinata había hecho algunas para Mitsuki – Vine a darte la bienvenida a ese infierno – Kuroo contuvo el aliento, no iba a caer en su juego ahora…tenía que ser una treta suya. Oikawa pareció notar su renuencia a creerle y volvió a sonreír – No es suficiente para ti ¿Eh? Entonces…tal vez esto lo sea – se levantó del sofá con un elegante y tranquilo movimiento, y lanzó algo al suelo.


Una maleta blanca del tamaño de un bebé; la misma que había preparado para Mitsuki estaba sobre el suelo...cubierta de pequeñas salpicaduras de sangre ¿Cómo? ¿Cuando? No, era imposible. Tenía que ser un truco...no podía creerlo, no iba a hacerlo.


– Mientes...


– Te entiendo, es mucho más sencillo negar la realidad que tienes frente a tus ojos – sus ojos tan amargos y sin embargo tan crueles, Kuroo no sabía si Oikawa estaba disfrutando eso; su semblante cambiaba tan rápido...como si también estuviera tratando de determinar cómo se sentía – Si esto no te convence puedo pedir que traigan sus cabezas…no me importa.


Sin compasión. Sus palabras y las horrorosas imágenes que estas trajeron consigo le hicieron tambalearse en su sitio y sostenerse la cabeza con desesperación, en un intento inútil de dejar de pensar. Estaba mintiendo; se repitió eso una y otra vez, buscando volver en sí...pero no podía, había algo desesperanzadoramente convincente en todo esto.


– Se cómo piensas, así que supuse que no permitirías que permanezcan en este lugar donde la probabilidad de que murieran era alta…sinceramente yo tampoco lo haría – dijo, su mano acercándose lentamente al arma que descansaba en la cómoda – Querías enviarlo a un lugar seguro, pero los enviaste a su muerte...es desesperanzador ¿Verdad?...Saber que ya no tienes nada...


Un ruido repentino que hizo temblar el suelo y el sonido del seguro del arma hacer clic penetraron  la frágil muralla que se había levantado en su mente y comprendió lo que iba a ocurrir...lo que estaba ocurriendo, entonces sus bien entrenados reflejos y sentidos, tomaron control de su cuerpo y su dedo apretó el gatillo al mismo tiempo que Oikawa.


Ignoró el intenso ardor en uno de sus costados, y tan bien el hecho de que el suelo bajo sus pies se tambaleaba con violencia, y estando en guardia, lo miró. Había experimentando antes lo que era la desesperación cuando vio a Kei al borde de la muerte, cuando la vida de su pequeño hijo pendía de un hilo...sabía perfectamente lo que era, pero ahora no podía sentirlo. No sabía si era una corazonada o si, tal y como Oikawa había mencionado, su mente había bloqueado la realidad para protegerse del dolor y la locura...lo único que si sabía era que iba a acabar con Oikawa.


Las paredes, el piso...la estructura completa del edificio osciló con violencia, sin embargo tanto Kuroo como Oikawa se mantuvieron callados, un silencio que contrastó extrañamente con las explosiones y gritos bajo sus pies.


Dos pares de ojos, ardiendo en odio y determinación, preparándose para atacar al tiempo que una lluvia de escombros se hacía presente frente a sus ojos…la certeza de muerte inminente bailaba en el aire...iban a terminar con esto así les costará la vida.


*****


La tranquila luz del alba se alzaba por la herida ciudad, carente de vitalidad; las cicatrices de lo que había sido un infierno se revelaban a cada segundo, con cada rayo que alcanzaba la tierra. Las personas, afortunados sobrevivientes de aquella interminable noche, caminaban de un lado a otro, sin rumbo, con expresiones vacías en sus rostros y cicatrices invisibles tanto en sus mentes como en sus corazones.


El sonido de un millar de patrullas, autos de bomberos, ambulancias y helicópteros en el aire eran lo único que rompía con el tensó silencio que parecía ahogar la ciudad. No había sonrisas, las calles, que a esa hora de la mañana debían estar abarrotadas de personas que, como todos los días, se dirigían a sus empleos estaban vacías.


En una pequeña habitación un joven de cabello naranja abría pesadamente los ojos, manteniéndolos fijos en el techo, pronto las imágenes de todo lo que había ocurrido se galoparon en su cabeza, causando que sus ojos se abrieran hasta su máxima capacidad y que se levantará de inmediato.


– ¡Hey! No te levantes así, vas a hacer que tus heridas se abran – Kageyama estaba junto a él, tenía algunos raspones en el rostro y una de sus manos vendada, pero parecía estar bien.


— ¡Estas bien! ¡Estamos vivos! — exclamó llevando ambas manos a los hombros contrarios, su brazo ardió y un quejido de dolor escapó de sus labios en consecuencia, pero eso no le importó había algo importante que necesitaba preguntar — El bebé...¿Dónde está el bebé?


Una profunda aflicción reflejada en sus ojos; recordaba los ojos de su antiguo jefe, Sawamura, mirándolos con frialdad, la forma en la que fueron rodeados, haber visto a Kageyama ser abatido y retenido en el suelo y a sí mismo aferrándose al cuerpo del bebé, cuyo llanto se había vuelto desesperado, al tiempo que caía de sodillas al suelo...a él mismo susurrando una disculpa a Tsukishima y la oscuridad.


– Kageyama...


– Está aquí, ni siquiera lo has notado ¿Verdad?


Kageyama llevó ambas manos al rostro de Hinata y le hizo girar al lado izquierdo de la cama, sitio donde, el bebé dormía en una cuna improvisada hecha con una con una canasta plástica y varias mantas; el pequeñito tenía la nariz enrojecida y sollozaba entre sueños, probablemente se había quedado dormido después de cansarse de llorar.


– Debe extrañar a sus papás... – murmuró – ¿Donde esta Tsukishima? Ya amaneció.


– No lo sé.


– ¿Qué pasó?


– Eso...es difícil de explicar, tampoco lo entiendo muy bien – dijo, sus manos aún en el rostro de Hinata y sus pulgares trazando círculos sobre sus pómulos – No entiendo porque no nos mataron o porque nos trajeron hasta aquí, cuando era claro que no estaban felices de vernos...tampoco sé que es lo que va a pasarnos, ellos siguen ahí afuera...estamos atrapados – lo único que los frenaba de no acabar con ellos ahora era ese tipo rubio que había detenido a sus antiguos compañeros justo antes de todo llegara a su fin. No sabía quién era o lo que pretendía, pero lo cierto era que les había salvado la vida…al menos por ahora.


Hinata inclinó la cabeza hacia el frente y lo besó, dándole exitosamente un poco de confianza que tranquilizó su afligido corazón – Está bien…todo va a estar bien…– él lo abrazó con fuerza, sus músculos tensos le dijeron le dijeron cuan asustado estaba, no por su situación sino por Tsukishima y su ausencia.


Sonrió, Hinata era un tonto, siempre preocupándose por otros antes que por sí mismo.


¿Qué iba a pasar ahora? La situación era muy tensa ¿Cómo podría proteger a Hinata ahora? ¿Qué iba a pasar si Tsukishima no volvía? ¿Si al igual que ellos encontró problemas en el camino? No debieron haberse separado. Ese tipo rubio parecía impaciente por su llegada y Hinata parecía estarse desmoronando lentamente por su ausencia; era frustrante no poder hacer nada para ayudarle cuando él, a pesar de su estado actual, estaba haciendo todo lo posible por darle confianza.


– Hinata – quizá lo que diría ahora era una mala idea y en lugar de calmarlo termine por hundirlo más, pero no había nada más que hacer…él era la única persona que podía hacerlo – Ese tipo rubio me dio este móvil, dijo que Tsukishima no querría hablar con él ahora…así que me pidió que lo hiciéramos nosotros. 


El cuerpo de Hinata se tensó y lentamente elevó la cabeza hacia Kageyama, sus ojos, tímidos y vacilantes se encontraron con los suyos – ¿Puedo? – el pelinegro asintió entregándole aquel aparto.


Tener conocimiento de lo que estaba ocurriendo era mucho mejor a especular y ahogarse en un vaso con agua.


Hinata tomó el teléfono con dedos temblorosos y marcó el número, esperando que Tsukishima aun conservara aquel móvil, pero nadie respondió. Sin embargo, y a pesar de que su corazón se llenó de aflicción, no se rindió e intentó una segunda vez obteniendo el mismo resultado. Apretó el frio aparato entre sus manos y respiró hondo, estaba bien, quizá el rubio estaba siendo cauteloso…podía ser un poco paranoico a veces.


Volvió a intentarlo y cuando cayó que obtendría el mismo resultado que en sus anteriores intentos alguien respondió – ¿Si? – era la voz de Tsukishima, mucho más baja y rasposa que lo usual, pero era su voz, Hinata lo sabía.


– ¡Tsukishima! – exclamó incapaz de contener la emoción en sus palabras – Creí que…


– ¿Mitsuki está bien?


– Si…– la sonrisa se borró de los labios de Hinata,  había algo extraño en Tsukishima, su voz era tan baja y entrecortada – ¿Estas bien?


Hubo un par de segundos de silencio detrás de la línea y Hinata creyó que había finalizado la llamada hasta que respondió – No…


– ¿Qué…


– Lo siento, no puedo hablar ahora…yo…– Hinata no estaba muy seguro, pero la voz detrás de la línea pareció quebrada…casi sollozante – No puedo…no puedo…


“No puedo” esas palabras, cargadas de un inmenso dolor fueron repetidas una y otra vez detrás de la línea…y en su cabeza incluso después de que Tsukishima hubiese colgado. 


 

Notas finales:

>3< Gracias por leer >3< 


Estamos a nada del final de esta historia :’3


 


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