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Al son del amor
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A Victor Nikiforov le gusta Yuuri Katsuki.
Así con sinceridad y secretas intenciones.
Desde esa torpeza que algunos de sus actos destilan, aquellos donde él es el principal causante y receptor, mutando a una seguridad aplastante cuando se trata de aquello que en verdad desea. Ama esa dualidad aparente, opositora, en sus acciones y sus emociones.
—Me gastaré —el gesto tan expresivo en su rostro le provoca risa. —De tanto observarme, me gastarás—. Y esta vez no contuvo sus carcajadas.
Por sus patines, es esa su sonrisa de ángel caído. Esa que le mueve los pies porque en un gesto casi inocente en su mirada se conjugan con la media sonrisita sexy de sus labios. Tanta emotividad en su rostro cargado de promesas y anhelos.
—Cuándo te has vuelto tan sensual. —Le pica, jugando, ama ver esas facetas suyas en él.
Y Yuuri está dispuesto a seguir, mientras pone uno de sus dedos en sus labios, con sonrisita incluida, como él. —Desde el día que acepte que este sentir por ti es amor, Victor.
Esa de ahí, es su favorita. Esa sonrisa sincera, amorosa, llenando su rostro de expresividad. Con sus ojos brillosos de tanta emoción. Hace latir a su corazón con un extraño golpeteo constante, al que se ha habituado muy feliz. Siente por Yuuri un conjunto de ternura, pasión y un calor que recorre por todo su cuerpo burbujeante al que identifica como amor. Así le sonríe correspondiendo, junto a Yuuri sus gestos salen con honestidad.
—Sí, lo recuerdo. Una declaración a nivel nacional, Yuuri, mi apasionado amante.
Apenado, su cuerpo grita del bochorno. Temblando, siempre, o estremeciéndose, ambas opciones le encantan. Estira sus brazos, y como la primera vez, Yuuri acude a su encuentro. Se abrazan, Victor puede sentir las vibraciones del cuerpo ajeno en el suyo, es delirante. Cautiva que tanto movimiento hace tocar más sus cuerpos. Es una emoción rebosante, en busca de desbordarse y ser externada y sus cuerpos hablan ante ello.
Música. Cantan ambos. En el roce de su piel expuesta y aquella debajo de la ropa. Se entienden tan bien que no es necesario ponerlo en palabras. La mano izquierda de Victor recorre un camino de su cuello a la cintura de Yuuri, y conoce tanto aquel cuerpo que si cierra los ojos puede ver la piel de su espalda enchinarse en reacción, con firmeza recibe la mano izquierda de Yuuri en su palma derecha, besa su torso antes de mirarlo directamente.
Y perderse en esos cristales castaños, como tragaluces luminosos calentándolo con sus rayos solares. Bailan; sus pies se mueven a un son silencioso, proveniente de ellos. Y siguen, siguen y dan vueltas en una pista con una coreografía espontánea. Una improvisación que parece armada por la firmeza de Victor al guiar y el cuerpo de Yuuri respondiendo con toda confianza. Es de esa forma y así disfrutan, con corazones plenos, sonrisas fáciles en sus rostros.
Dos cuerpos y un mismo sentimiento.
La alegría de una risa se une como un cántico. Yuuri se divierte, ante cada movimiento y volteretas, para Victor es solamente otra delicia.
La melodía se detiene como sus deslizamientos. El torso de Yuuri suspendido hacia el suelo, con la palma tomando su bíceps, frenado con la mano de Victor en su espalda y la pierna contraria de su acompañante doblada a la suya. Sus manos siguen unidas al igual que sus pupilas. Goce; visual, corporal, emocional.
Respiran, bebiéndose, con la tensión al acecho de ese vals convertido en tango.
—Victor…—. El obturador de una cámara rompiendo el ambiente sensual y necesitado.
Ambos recuperan su postura irguiéndose. Torsos chocando, miembros renuentes a alejarse. Emociones fervientes acentuadas en el contrario. La lengua juguetona de Yuuri humedece sus labios en un movimiento, le tienta y él nunca se ha resistido a sus encantos. En una fluida acción los repasa con la suya. Tirando con sus dientes del labio inferior, arranca un suspiro de esa boca a la que se ha hecho adicto con los años. Colisionan sus labios en un afán de terminar con la tensión que los consume. Es húmedo, con sus sabores unidos; lascivo, candela bullendo en sus cuerpos; y afectuoso, porque prendados están por el otro.
Los clicks, uno tras otro, ocultan sus sonidos. Axel, Lutz y Loop están aprovechando demasiado el momento, y de no ser ellas ya adolescentes tendrían que haberse detenido hace mucho.
Victor, en su intensa personalidad, ama a Yuuri, y esa dicotomía que este presenta.
Así, con reciprocidad el afecto le es otorgado.