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El Jardinero. por Mc-19051

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El jardinero.


Pues, a muy pesar de su padrastro y fascinación de su madrastra el nuevo jardinero había llegado y se llamaba Oscar, piel morena, cabello corto y revuelto color negro, nariz perfilada y achatada ligeramente, labios gruesos y un par de exóticos ojos color ámbar.


Y la cereza del pastel era el hecho de que estuviera musculado, a diferencia de él que era un cuerpo de fideo comparado con ese morenazo llamado Oscar que sería su nuevo jardinero.


Entonces allí se dio cuenta que debía agradecerle a sus padrastros por haberle puesto una molesta ventana en su cuarto, podría ver a Oscar desde su cuarto mientras este trabajaba en el jardín trasero de la casa; lugar donde se encontraba el enorme sembradío de rosas blancas y rojas.


No todo era tan malo después de todo, tendría bastante entretenimiento con ese nuevo jardinero.



Bueno, él era un joven de palabra, por engorroso y fastidioso que fuera, tendría que cuidar del jardín de esa mujer tan extraña con la que había jugado póker unas semanas antes durante dos meses enteros.


¿Qué tan difícil podría ser cuidar de unas rosas durante dos meses? Solo tenía que rosearles con agua y un poco de pesticida y listo, problema resuelto.


Esperaba  al menos no terminar quemando las puñeteras flores esas.


Suspiró mientras era guiado dentro de la bien decorada e impecable casa de Samanta y su familia; obviamente no encajaba allí, era el único de piel verdaderamente oscura en ese lugar pero optó mejor por simplemente ignorar ese hecho.


El que supuso era el esposo de Samanta tenía bastante rato mirándole de muy mala manera, estaba al punto de preguntarle qué demonios le estaba mirando tan mal pero tuvo que comportarse para no parecer un ladrón de barrios bajos y con un pésimo carácter.


Pero como ese tipo se pusiese de gracioso, le terminaría partiendo el rostro sin importarle absolutamente nada.


Y para su santísimo colmo, aparte del esposo de Samanta, estaba lo que supuso era otro hijo de ellos; que también le andaba mirando ¿Acaso era él un espécimen exótico rara vez visto que se ganaba esas miradas?


Suspiró nuevamente y empezó a contar para calmarse un poco.


Cuando finalmente llegaron al patio donde se encontraba ese manglar de rosas, no pudo evitar sorprenderse, era demasiado hermoso y sería una verdadera pena que algo malo loe pasase a esas plantas y él, obviamente, no quería ser la causa de ese mal.


Estaban brillantes y grandes, mejores que las de las películas o las que vendían; se encontraba simplemente asombrado por tanta majestuosidad, supuso que el antiguo jardinero ponía todo su empeño en cuidar de esas flores.


—Bueno, Oscar, confío en tus habilidades como jardinero profesional. — Frunció notoriamente el entrecejo y miró mal a la mujer que le sonreía burlona, quería soltarle sus maldiciones pero se contuvo nuevamente al ver al pelirrojo que lo miraba con notoria curiosidad.


—Si, como sea. — Fue lo único que respondió, preso de la rabia.


—Cualquier cosa que necesites, pídele ayuda a Arthur ¿Vale?


— ¿A quién?


—A él. — Samanta señaló al pelirrojo que  en esos momentos había cambiado su mirada de curiosidad a una de total indignación. Oh, con que se llamaba Arthur, lindo nombre. — Nos vemos, Thomas y yo debemos salir. — Y así, rápidamente la mujer agarró a su marido del brazo y se lo llevó, dejándole a él y a Arthur solos.


—Puedes pasear libremente en la casa pero no robes nada, no toques nada y ni siquiera se te ocurra llamarme. — Ordenó tajante el pelirrojo, dejándole anonadado.


El chico se veía tierno e incluso inofensivo al ser pequeño, seguro y no medía más de un metro setenta y le salía así de grosero de buenas a primeras.


Simplemente no podía con eso, vio como el chico se daba la vuelta sin más y lo dejaba solo en ese inmenso patio, bueno ¿Qué coño debía hacer ahora? Miró a su alrededor confundido, nunca había tenido un patio así de grande y para colmo con césped.


¡Él no se había criado con nada de eso! Se crió en una casa que no poseía jardines de ese tipo, todo era granito y macetas, nada de enredaderas inmensas repletas de rosas, nada de césped por todos lados, nada de eso estaba en su sentido común.


¿Qué debía hacer? ¿Cortar el césped? Porque de resto todo se veía genial.


Bueno, para cortar el césped necesitaba una podadora ¿Y dónde rayos la conseguía? Se rascó la nuca mientras buscaba la mirada alguna clase de cobertizo o lugar donde se guardaban ese tipo de cosas.


Bufó, serían unos meses muy largos.



Estaba avergonzado y molesto, simplemente no podía creer que su madrastra lo dejara como sirviente de ese estúpido jardinero nuevo amargado.


Bufó molesto mientras seguía cruzado de brazos sobre su cama. No ayudaría en lo absoluto a ese morenazo, si, que era sexy pero era muy estúpido y la estupidez simplemente mataba lo candente.


Entonces no le servía  mucho tener a un jardinero sexy si este último era un total retrasado e incompetente. Soltó sus brazos  y relajó un poco su cuerpo, acomodándose mejor en su cama.


Se estaba estresando gratuitamente solo por algo tan insignificante como eso, quizá y ese jardinero no era tan imbécil y si tenía una remota idea de lo que estaba haciendo.


Si, debía darle el beneficio de la duda; ya se encontraba muchísimo más calmado, agarró sus audífonos para metérselos a su teléfono cuando escuchó puertas cerrándose en su casa.


Y nada más había dos personas en ese lugar, él y el jardinero. Los mellizos era imposible que estuvieran en la casa porque estaban en el jardín de infantes, sus padrastros habían salido a hacer quien rayos sabía que, entonces ¡¿Qué rayos hacía ese imbécil abriendo y cerrando puertas como imbécil en su casa?!


Se levantó rápidamente, dispuesto a encararlo  y aclararle rudamente como eran las cosas ¡Y justamente eso era lo primero que había hecho en un principio!


Salió de su cuarto, furioso, dispuesto a matar con sus propias manos al tal Oscar y cuando se lo encontró registrando el baño del pasillo, no dudó en taclearlo, tumbándolo rápidamente al suelo y posicionándose arriba de su cuerpo para asestarle tremenda cachetada.


— ¡¿Qué fue lo primero que te dije?! — Preguntó totalmente consternado.


— ¡¿Qué demonios?! ¡Bájate, pitufo loco! — Gritó confundido y molesto el moreno, después de haber recibido tal cachetada y como única respuesta recibió otra más fuerte.


— ¡Dime! ¡¿Qué fue lo que te dije en primer lugar?! — Estaba dispuesto a darle otra cachetada pero el mayor de los dos se las arregló para sostenerle su mano justiciera.


— ¡No lo sé, coño! — Gritó como respuesta, estúpido Oscar,  él tenía dos manos así que igualmente le cacheteó con la otra.


— ¡Respóndeme!


— ¡Ya lo hice! ¡Ahora, bajete, loco! — ¡¿Le había llamado loco?! ¡¿A él?! Oh, eso si que no se lo iba a perdonar. Se dejaría de juegos e iría al verdadero asunto.


Se inclinó hacia atrás y con la mano que tenía libre le agarró los testículos al mayor a modo de advertencia, logrando que este se tensase totalmente y soltara su otra mano.


—Así me gusta. — Musitó con una sonrisa en su rostro. — Ahora dime ¿Qué rayos hacía registrando mi casa?


—Buscando la puta podadora. — Respondió en un tono más bajo pero igualmente estresado su contrario el cual se había resignado y dejado de poner resistencia.


— ¿Por qué me da la sensación que no era así? — En realidad no le daba la sensación de nada, exceptuando el miembro de Oscar debajo de su trasero y los testículos del mismo en su mano, el moreno estaba vistiendo un pantalón de mezclilla algo gastado junto a una simple franela color negra y unas tenis del mismo color, siendo el pantalón grueso aun sentía el miembro del moreno debajo.


Esperaba que solo fueran ideas suyas y que en realidad Oscar no tuviese algo tan grande y grueso como falo o sino, pobre del agujero donde eso se fuese a meter…


Momento.


¿En serio estaba pensando en el pene del supuesto nuevo jardinero de su hogar? Perfecto, cada vez se le notaban más las ganas de follar, sabía que en un principio había dicho que quizá y conseguiría pareja pero para follar no se necesitaba obligatoriamente estar en una relación amorosa, así que sí; tenía  más ganas de follar que de conseguirse pareja.


Pero definitivamente no follaría con un ladrón.


Frunció el ceño mientras apretaba aún más los testículos del moreno con su  mano. — Odio que me mientan. — en realidad no lo odiaba, le daba exactamente lo mismo con tal y no le perjudicara directamente a él, todo bien. — Así que respóndeme con la verdad o te castraré aquí mismo.


—Que estaba buscando la puta podadora, eso era lo que estaba haciendo pero como tajantemente me habías dicho que ni me molestara en llamarte, me puse a buscar por mi propia cuenta el lugar donde guardan las herramientas para el patio y demás. Eso era todo lo que estaba haciendo. — A simple vista el moreno se le veía nervioso, quizá estaba nervioso porque estaba mintiendo o porque sus nueces estaban en una situación muy peligrosa.


Seguro y era la segunda opción, todos se pondrían así si sus pelotas estuviesen así de apretadas.


—Está bien, te creo. — Soltó finalmente las gónadas del otro mientras suspiraba, más no se levantó, quería probar algo antes. — Ni una palabra de esto a nadie ¿Vale? — Miró con seriedad al moreno.


— ¿Ni siquiera al ministerio de trabajo? —Preguntó adolorido mientras se sobaba una de sus enrojecidas mejillas. — Joder que pegas duro…— Lo último lo susurró.


—Ay que divertido que eres. — Musitó con una sonrisa mientras empezaba a mover sus caderas encima de la entrepierna del otro, quería asegurarse que ese falo fuera de ese tamaño ¿Por qué? Porque simplemente le picaba la curiosidad y quería dejar en una situación muy vergonzosa al moreno.


Se mordió el labio inferior ¿eran cosas suyas o esa cosa estaba poniéndose más dura? — ¡Hey! ¡¿Q-qué coño estás haciendo ahora?! — Oscar intentó bajarlo de encima suyo pero al enseñarle su fiel mano justiciera logró domarlo.


Que latino más obediente.


Siguió frotándose y un suspiro salió de sus labios, si, definitivamente esa cosa se estaba poniéndose más dura. —B-bájate, por favor, esto es vergonzoso. — Escuchó como  Oscar le volvía a suplicar.


—N-no niegues que te gust- ¡Ngh~!— Arqueó la espalda cuando sintió el falo del otro totalmente erecto, siendo aprisionado por la tela del pantalón, las ganas de intimar allí mismo no le faltaban pero las ganas de hacerle una broma pesada le superaban.


Sus caderas se movían solas, con ganas de sentir esa carne caliente dentro suya;  era grande, largo y grueso, suficiente como para hacerle delirar con solo frotar su trasero en contra de eso.


Cerró los ojos mientras seguía con el movimiento, quería más de eso pero también quería hacerle la maldad a Oscar, un dilema moral ¿Follar directamente o hacerle maldades para ver hasta donde llegaba la paciencia del moreno? La segunda opción  era la más tentadora y esa sería la que haría.


Pero unas manos posándose atrevidamente sobre sus caderas le hicieron abrir los ojos por la sorpresa, iba a reclamarle feamente por haberle tocado sin su permiso pero lo que pasó después por poco y le hacía gritar; el moreno había empezado a frotarlo con más fuerza contra su miembro erecto e incluso simulaba las embestidas, estando los dos totalmente vestidos todavía.


Se sentía tan bien que no podía evitar suspirar por el mismo placer. — ¡Ngh~! M-Más. — Al final era él el que había terminado en esa situación incómoda, gimiendo para recibir más de ese roce que le volvía loco.


Echó su cabeza hacía atrás mientras volvía a cerrar los ojos, suspiros combinados con pequeños gemidos eran los únicos sonidos que emitía, joder eso se sentía demasiado bien ¿O era él que estaba muy sensible? Descartó la última opción cuando una chispa de raciocinio llegó a su mente, cosa que logró sacarlo de ese trance sexual y quitarse las manos del otro de encima.


Obviamente se ganó una mirada de extrañeza que respondió con una sonrisa juguetona para luego levantarse, aunque su trasero se opusiera, y caminar algo extraño hasta llegar a su habitación y cerrar la puerta con fuerza.


Esa había sido una situación en definitiva extraña pero él había ganado ¿O no? Miró su entrepierna y tenía una erección demasiado notoria en las bermudas que estaba vistiendo en esos momentos.


Bueno pero al menos le había dejado con las ganas a Oscar y eso ya era una maldad ¿Cierto? Así que, había ganado de una manera u otra.


Suspiró mientras se despeinaba totalmente y miraba alrededor en su habitación, se fijó que la puerta no tenía seguro, caminó torpemente hasta el dichoso objeto  y lo abrió, asomando un poco su cabecita pelirroja para analizar el pasillo, no había rastro alguno del moreno.


Supuso que se fue a pajear en algún lugar y él también haría eso, el deseo lo estaba consumiendo pero no quería ceder tan fácil, además, no entregaría su virginidad anal tan fácilmente y para colmo a alguien que no conocía de nada.


Luego pensaría en que otras maldades hacerle al jardinero sin que él terminara perdiendo el control de la situación pero en esos momentos, lo que más se le antojaba era bañarse y masturbarse de paso.



No terminaba de entender qué coño le pasaba  a ese puto niñato de mierda, sinceramente eso había sido la cosa más vergonzosa que le hubiese pasado en su joven vida; primero era sodomizado a punta de cachetadas y una presión testicular importante, segundo, ese niñato literalmente empezó a auto-consolarse con su pene sin que él pudiese hacer verdaderamente nada y tercero, lo había disfrutado.


Había disfrutado verle la cara enrojecida por el placer a ese tal Arthur mientras suspiraba y gemía y todo eso por él, claro que sí, cuando se lo volviese a encontrar le haría gemir aún más fuerte.


Pero luego recordó que ese niñato fácilmente podía denunciarlo por violador si se antojaba, chasqueó la lengua mientras se  recostaba en la pared cubierta de cerámica del baño y unos sonidos particulares al otro baño le despertaron su curiosidad.


Pegó su oreja a la pared para escuchar mejor y se llevó una gran sorpresa.



Ya se había tenido que apoyar a la pared de la ducha para no colapsar por el placer, eso sin lugar a dudas se sentía bien pero no tanto como el gran miembro de Oscar, se mordió el labio de solo pensar en eso mientras seguía introduciendo dos de sus dedos en su estrecha entrada.


Abrió la boca para que más gemidos salieran con libertad, después de todo estaba en su casa, en su baño, podía gemir tanto como quisiese  ¿No?


Estaba totalmente mojado porque se suponía que debía estarse bañando pero al final tuvo que cerrar la regadera o sino terminaría gastando todo el suministro de agua de la casa.


Gemía libremente mientras seguía dándose amor con sus dedos y con la otra mano masturbaba su necesitado miembro, se deslizó lentamente en la esquina de la ducha hasta llegar al suelo, acomodarse mejor y abrir aún más las piernas para meterse un tercer dedo.


Un pequeño grito de placer salió de sus finos labios al hacer eso, aceleró el ritmo de sus dos manos; a ese paso terminaría comprándose un dildo pequeño para darse más placer todavía.



¿Quién lo diría? Ese pelirrojo gemía simplemente exquisito, incluso le había escuchado dar un pequeño grito de placer, eso le había encendido en sobremanera que no pudo evitar bajarse los pantalones y empezarse a masturbar mientras escuchaba los dulces gemidos del otro.


¿Sería buena idea decirle que estaba allí y que todo ese tiempo había estado escuchándolo? No, terminaría callando esa dulce sinfonía que le fascinaba; cuanto deseaba ser él el causante de esos gemidos tan hermosos pero debía aguantarse, no podría ir por allí metiéndosela hasta el fondo sin medir las consecuencias primero.


Decidió dejar eso de lado y seguirse masturbando e inconscientemente había aumentado el ritmo de su mano cuando escuchó que los gemidos cada vez eran más agudos y entrecortados, seguro y Arthur estaba cerca de llegar a su clímax.


Se lo imaginaba tan estrecho y sonrojado, uf, eso le ponía más duro aún , estaba tan excitado que no midió cuando esas sucias palabras salieron de su boca. —Espérame, bebé, que también llego… Uf, debes estar tan estrecho y apetitoso… — Su voz había sonado tan ronca que parecía más un pedófilo de parque que cualquier otra cosa.


Se detuvo en seco cuando los gemidos también lo habían hecho; mierda, la había cagado en serio.



¡¿Acaso el puto jardinero lo había estado escuchando todo ese tiempo?! Quería morirse de la puta vergüenza, sentía su cara arder con fiereza.


Seguro y en esos momentos le estaba haciendo competencia al tomate más rojo del planeta, ¡Ese imbécil le había declarado la guerra! Nadie se burlaba de él de esa forma tan cruel, incluso toda la excitación que cargaba hace unos momentos se había desvanecido.


Puto jardinero de los cojones, se las iba a pagar.


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