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Caminando entre dragones por Kaiku_kun

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42. Para siempre tuya

 

Tohru no durmió ni un poco esa noche. Después de una hora en silencio en la que Kobayashi finalmente se había dormido, agotada, la dragona se levantó y subió a la azotea a contemplar las estrellas.

Sentía el veneno de Loki corriendo por sus venas, diciéndole que había perdido la mejor ocasión de su vida para conseguir esa eternidad que había deseado, eliminar esa diferencia de edad. Era puro engaño, era su mente luchando contra su subconsciente, y fracasaba al intentar controlarlo. Por suerte, no era su culpa… del todo. Estaba claro que el cebo de Drudkh no podría haberlo evitado, pero sí caer en la trampa de Loki, y se sentía culpable por ello.

Recordaba la escena en la que había estado a punto de condenar a los nueve mundos, intentando beber de esa taza… Era tan simple. Era el suicidio, de una forma extraña y tan cotidiana, tan simple. Un sorbo solamente y era literalmente el fin del mundo. Seguía luchando contra la parte de ella que le decía que quería beber, pese a la revelación final.

El único consuelo y ánimo que recibía era Kobayashi. Toda ella. Había hecho una locura más por ella y, sin embargo, había podido descansar a su lado. La humana seguía enfadada, pero la conocía bien y sabía que muy en el fondo le había agradado ese acto cuestionable… y menos en el fondo, la quería demasiado. Se querían demasiado. No hay sensación comparable a la de dormirse plácidamente junto a la persona que más amas en este mundo.

A Tohru le pasaron las horas volando, atormentada y aliviada al mismo tiempo. Solamente se dio cuenta de la hora que era cuando Kobayashi apareció en la azotea, algo desaliñada y con una manta encima, y se puso a su lado, en silencio. Tohru la miró un instante, sorprendida, y quiso decir algo, pero la boca se quedó abierta, sin señales de que fuera a emitir ningún sonido. La razón era simple: Kobayashi sonreía plácidamente. No tenía ese aspecto de todos los días de trabajo, con ojeras y con un café de menos.

Tohru miró al cielo azul oscuro, con esas trazas de sol mañanero con la contaminación de la ciudad, y sonrió también. Ella lo hacía porque su primer beso había sucedido en circunstancias similares. No sabía si Kobayashi sonreía por lo mismo, pero decidió no turbar esa paz.

Al cabo de un rato de silencio totalmente cómodo, Tohru sintió movimiento entre mundos: su padre venía a buscarla para la desintoxicación. La dragona había movido sin querer la cabeza hacia donde la energía se concentraba y su esposa lo notó.

—Nos vemos luego. —dijo Kobayashi, con voz amable y tranquila. Le dio un beso en la mejilla y se fue, arrastrando la manta por el suelo.

En otro momento de su extraño noviazgo, aquello le habría parecido frío, seco, quizás mera cortesía, pero no entonces. Kobayashi esperaba que volviera a casa, como todos los días, siendo la de siempre, siendo esa tontita que ella adoraba. Tohru rio y lloró al mismo tiempo por un segundo y echó a volar hacia su padre.

Cuando llegó hasta él, aún tenía los ojos húmedos, pero lo ocultó. Y, por una vez, su padre se preocupó de verdad por ella:

—¿Te encuentras bien?

—Sí, muy bien. —Un simple beso le había bastado para ello—. Pero estaré mejor cuando todo haya vuelto a la normalidad. ¿Cómo me quitaréis esa maldición?

—Iremos a Lyfjaberg.

—¿Dónde?

—La montaña de la curación. Está en Midgard. Es un anciano castillo que antaño fue custodiado por un gigante. Ahora ya no está, pero una de las personas a las que custodiaba sigue allí.

—¿Quién es?

—La diosa Eir, la salud personificada. Fue la única de todas las custodiadas que eligió quedarse en Lyfjaberg.

Tohru no preguntó más y dejó que su padre la guiara por el cielo de Midgard hasta una fortaleza alta, abandonada y llena de musgo de verde chillón. Estaba cerca de los reinos humanos, pero parecía que bendecían aquel sitio de alguna manera, pues había ofrendas de todo tipo al alrededor de la montaña. Una doncella rubia con un cesto y de aspecto tranquilo salió a recibirles.

—Vaya, dragones, hacía siglos que no veía uno. Soy Eir. ¿Qué os trae por mi humilde morada?

Tohru se quedó boquiabierta, en su forma humana. Aquella diosa tenía un aspecto muy parecido a Kobayashi, solo que era mucho más femenina y sus rasgos nórdicos eran inequívocos.

—Tohru, céntrate —le advirtió su padre.

—Pero es… —balbuceó. Luego le habló a Eir—. ¿Quién eres?

—Soy Eir: la paz, la ayuda, la clemencia, la piedad —recitó, como si tuviera que hacerlo todos los días. Seguía sonriendo, sin embargo—. Sé quién eres, Tohru. Has sido contaminada por un hechizo de Loki. También sé que amas a alguien y sé que la ves a ella en mí en estos momentos.

—Eir también es una valquiria —dijo en un susurro, su padre, como si quisiera ocultarlo. Tohru la miró con algo más de mal humor, pero volvió a mirar a Eir—. Su condición de valquiria le permite resucitar a los muertos, aunque nunca volverán a un mundo mortal. Sus poderes de sanación embargan sin querer a todo el que lo necesite desde el momento en el que se entra en su casa. Uno de ellos otorga paz absoluta. Por eso ves a Kobayashi en ella. —Hizo una breve pausa y lo siguiente cayó atropelladamente sobre Tohru—: Me alegro de que te sientas en paz estando con la humana.

—Me quitarás el trabajo, amigo dragón —susurró Eir, sonriendo apaciblemente—. Seguidme, todo está preparado.

Tohru no fue capaz de decir nada. Tuvo la esperanza de usar a Eir para resucitar a su esposa cuando muriera, pero las valquirias “resucitaban” a humanos llevándoselos a distintos mundos no accesibles desde Midgard a esperar, de una forma u otra, el Ragnarök. Eso quería decir que seguiría sin poder ver a Kobayashi y que, encima, sabría dónde estaría y la impotencia sería mayor. Su padre había hecho bien de no hablarle de Eir antes.

Ese momento de esperanza se esfumó y comprendió que la vida que tenía con Kobayashi ya restaba inalterable. No había ni más ni menos de lo que ya tenía. Un peso se marchó con esa esperanza.

—Veo que Loki no te lanzó un hechizo potente —dijo Eir, sin girarse—. Ya te estás curando solamente estando en mi presencia. Es muy bueno.

Su voz a medias entre cantarina y susurrante llamó la atención de Tohru, pues había parecido que tenía un tono distinto. Cuando la valquiria se giró, la dragona se sorprendió más aún. Los rasgos que sus ojos interpretaban como de Kobayashi se habían ido.

—Ahora que ya no necesitas que te transmita paz, empezaremos —dijo, como toda explicación a su cambio. Y era cierto. De alguna manera, se sentía mejor, aunque notaba el hechizo de Loki deseando salir de su escamoso cuerpo, le revolvía las entrañas.

Tohru se sentó en su forma humana delante de Eir. Su padre quedó un poco más atrás. La doncella preparó un burdo círculo de plantas al alrededor de la dragona y le dio un cuenco con algunas de ellas trituradas.

—Come un poco. Te dormirás. Eso me ayudará a quitarte ese feo hechizo.

Tohru obedeció y se comió esas plantas. Estaban asquerosas, con ese jugo que rezumaban, pero apenas tuvo tiempo de saborearlo. Eran somníferas. En unos segundos le entró un sueño profundo y se tumbó plácidamente en el círculo floral.

Aunque no lo recordaría después, soñó. Iban apareciendo una a una todas las imágenes y momentos felices que había tenido con Kobayashi. Cómo se conocieron; cómo, sin querer, formaron una familia; ese primer beso mágico en la azotea, de noche y en silencio; su viaje a Midgard, donde la humana se convirtió en madre de un dragón; sus noches íntimas; la boda; la luna de miel… Todas una tras otra, inundando de felicidad una y otra vez el cuerpo y la mente de Tohru, hasta que el hechizo de Loki no tuvo otra opción que huir de su cuerpo y desaparecer. Tohru ni siquiera lo notó.

Un instante después, ella sola se despertaba. Eir la miraba con una mirada maternal.

—¿Cómo te encuentras?

—¿Ya está?

—Sí… realmente deseabas ser feliz, no me ha costado mucho.

Tohru se levantó, con energía. Se sentía… revitalizada. Como cuando se acababan de casar, radiante, feliz, tranquila. Seguía deseando, en algún recoveco escondido de su corazón, buscar un remedio para una vida más larga para Kobayashi, o más feliz para ella, pero no era lo que deseaba hacer en esos momentos. Lo único que cabía era pasar todo el tiempo que pudiera con su esposa. Pese a todo, Eir se adelantó a ese atisbo de duda que para siempre quedaría allí:

—Te recomiendo que no me busques cuando el temido momento que esperas llegue. Mi paz no llegará a ti. No serás feliz aquí.

—De acuerdo. Gracias por todo —sonrió ella, contenta de que Eir fuera tan directa, y con ganas de volver a casa.

—De nada. Me alegra verte feliz.

Eir se giró y se perdió entre las ruinas del castillo, caminando tranquilamente. Los dragones abandonaron Lyfjaberg como respuesta.

—Cúidate, Tohru. Nos veremos pronto.

—igualmente.

Los dragones eran así para despedirse, pues un segundo después, su padre ya se perdía por el horizonte y Tohru buscaba el lugar idóneo para volver a la Tierra.

*  *  *

Aquella aventura extraña había hecho perder casi todo el día a Tohru. Estaba ansiosa por llegar a casa. Lo gracioso fue que no era la única. Kobayashi volvía a estar en el tejado, mirando el cielo crepuscular, esperando alguna señal del regreso de su esposa. Ésta aterrizó con poco cuidado, cayendo en forma humana, y se lanzó a los brazos de Kobayashi, quien la recibió con los brazos abiertos, riendo de forma comprensiva.

—¡Lo siento tanto, Kobayashi…!

—No pasa nada.

—¡¡Te quiero un montón!!

—Y-y yo también…¡pero me estás ahogando!

—¡Perdón!

Tohru deshizo su estrujón hasta convertirse en un abrazo tranquilo.

—Tengo que confesar que aún siento ganas de hacer que vivas más —dijo Tohru.

—Yo confieso que también he pensado en ello.

—Pero ya no quiero darle vueltas. Quiero vivir una vida tranquila con mi esposa y disfrutarlo cada momento. No quiero pensar en esa hora maldita.

Kobayashi sonrió un poco más.

—Mi hora aún está por llegar, así que, hasta entonces, seré para siempre tuya.

Tohru sonrió, enternecida, le dio las manos a Kobayashi y le dio un tierno beso en sus labios finos, para sellar esa promesa. Luego, cogidas de una mano, caminaron de vuelta a su casa a vivir esa vida feliz y tranquila que tanto deseaban.

 

FIN

Notas finales:

En fin... esto es el final (abierto) de esta historia. Hasta aquí hemos llegado :) casi un año de capítulos semanales, se dice pronto. Durante los dos próximos domingos, por eso colgaré algunas cosillas más, así que no os vayáis muy rápido XD son cosas que conciernen exclusivamente a este fic, opiniones incluidas. Si tenéis dudas o hay agujeros que no haya podido llenar durante la historia, quizás escriba algún extra más.


Curiosidades: la última frase de Kobayashi es una cita directa de la canción Forever yours, de Nightwish :) es una canción preciosa que no dejo de recomendar y que viene bastante al pelo a esta pareja jeje


Además, Eir y Lyfjaberg son mitos reales. Podéis buscarlos en wikipedia, allí está toda la información. Lo único que he cambiado es que el castillo esté en ruinas y que Eir sea la única habitante. No era así, Eir era una de nueve doncellas acompañantes de una giganta, y el gigante que custodiaba el castillo era algo parecido al secuestrador de todas ellas, esperando a que un humano las rescatara.


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