Me desperté con un, no tan leve, dolor de cabeza. Estire el cuello para mirar el reloj, las doce y veinte de la mañana, quería levantarme. Con pereza corrí las colchas y refregándome los ojos pasé al comedor donde vi la familiar escena de mis padres riéndose y hablando al tiempo en que Levi respondía alegre. Al parecer almorzaban.
-Buenos días!- Saludó enérgico mi padre.
-Hola hijo- Dijo mi madre con una pequeñísima sonrisa, no podía descifrar si seguía enojada o no.
-Hola, mocoso- Dijo fugaz Levi.
-Hola- Respondí, un tanto presionado, con una voz ronca y grave.
-¿Cómo la pasaste anoche?- Preguntó mamá. Mientras Levi hablaba con mi papá
-Muy bien, estaban todos muy revolucionados- Me tomé un tiempo para encontrar algún medicamento en el mueble de la cocina pero no hallé nada.
-¿Quieres almorzar?- Volvió a preguntar
-No- Pasaron unos instantes -¿Donde están las pastillas? Me duele mucho la cabeza.
-En el cajón- Respondió. Efectivamente allí estaban, me tomé una.
-Gracias.
-Eren- Dijo reprensiva dirigiéndose hacia mi -No habrás bebido de más... ¿Cierto?
-No- Dije desinteresado -No lo creo.
-Cuídate la salud, por favor, no quiero que hagas ninguna inconsciencia. Menos ahora que nos vamos.
-¿Cuándo?
-En tres semanas.
-Carla, Eren!- Llamó mi papá -Vengan a comer, Levi y yo nos quedamos solos!
-Eren no se siente bien- Dijo ella con desdén.
-No es nada malo- Atajé -Seguro es el cansancio- Mi padre rió.
-Seguro- Agregó con tono sarcástico. Luego algo, sumamente vergonzoso para mi que lo escuchara Levi. -Te debiste de haber emborrachado- Tomó un sorbo de jugo.
-Que molestia- Musitó Levi -Te portas muy mal, Eren- Oír mi nombre resbalándose en su lengua me tomó de sorpresa. Habría esperado un “Mocoso” con algún adjetivo.
Así fue como, de alguna manera, terminé comiendo un poco por pura insistencia de mamá, papá sólo se reía de todo. En la mesa, cada vez que levantaba la vista del plato, notaba ese gris juzgando cada gesto. Levi me estaba mirando demasiado, ya era incómodo. Yo había acabado de comer, tomaba agua y de pronto el ambiente se enfrió por completo, ni supe en qué momento.
-Levi- Nombró papá -Nos gustaría, a Carla y a mí, comentarte un asunto- siguió inquebrantable. El pelinegro se revolvió en su asiento. -Hemos decidido mudarnos nuevamente, en esta ocasión volveremos a Alemania- De reojo observé curioso su reacción. Jamás tuve la oportunidad de compartir fuertes emociones con él, y esto era una. Para mi sorpresa no mostró absolutamente nada. Sólo sus pequeñas pupilas fijas en mi padre como si pudiera matarlo. -Pero inconvenientemente, Eren se rehúsa. No sé qué hacer- Su tono tan insinuante no pasó desapercibido para ninguno.
-¿Inconvenientemente?- Recalcó el pelinegro. Irrumpí golpeando la mesa con mis puños.
-Papá, por favor! No involucres a Levi en esto ¿Es necesario tanto escándalo?- Me ardían los ojos, mi dolor de cabeza volvió persistente.
-¿Escándalo? ¿Quién hace escándalo aquí? Tú, obviamente- Ante su respuesta permanecí con mis ojos fijos, con enfado, en mi padre.
-Dijiste que me apoyarías.
-Eren, eres muy irresponsable para quedarte solo.
-No se quedará solo, Grisha- El tono insinuante ahora lo tuvo Levi, cortando el estúpido intercambio entre mi padre y yo. Ya lo habíamos comprometido hasta la médula, probablemente. Todo por la inconciencia de mi padre. -No me malinterpreten- Continuó ante el silencio -El mocoso es profundamente irritante, aún así, controlar que no se descarrile no es tan molesto- ¿Que me descarrile? Mi asombro apenas me permitió tragar saliva.
-Pero Levi- El tacto de mi madre terminó de calmar la situación. -Perdona, Grisha no debió. No queremos comprometerte, yo confío en Eren.
-Perdón- Mi padre se disculpó, solté un vaho de adrenalina.
-Lo siento- Me disculpé también. La cara de Levi era todo un espectáculo, lo habíamos agobiado.
-Da igual- Restó importancia. -El almuerzo estuvo exquisito, como siempre- De alguna forma u otra las cosas continuaron su curso habitual. Luego del almuerzo volví a mi cuarto donde me vestí, una simple camisa con unos pantalones de mezclilla bastaron para quitarme la somnolencia. Mi padre se pasó groseramente. No tenía absolutamente nada que decirle, de todas las personas que habitan París, a Levi. Justo ahora que mi corazón buscaba juntar el valor, la fuerza que me faltó hace varios años hasta para poder reconocer mis sentimientos. Aún no sabía cuándo ni cómo le diría lo que siento. Pero ya sería más por formalidades que con la esperanza de que algo sucediera. Al fin y al cabo yo soy sumamente irritante, como él bien dijo un mocoso, un caprichoso mocoso con deseos de ser doctor. Él, ya es un hombre de negocios hecho y derecho, parte del CEO de su empresa familiar.
Al volver a la sala de estar ellos se marchaban. Mis padres comentaron tener unos trámites pendientes. Levi, por su parte, no especificó nada, osé en preguntarle.
-Levi- lo llamé casi confidente.
-¿Qué quieres ahora?
-¿Tienes algo que hacer?
-Oh, vaya. ¿Cómo debería interpretarlo?- No pude evitar reírme por lo bajo. Aunque ahora era más un adulto que un niño o adolescente no pude evitar sentir el deje de nostalgia, el más puro infantilismo.
-¿Quieres jugar a las cartas?- El único hecho de esperar las próximas ondas sonoras que produciría Levi al friccionar las cuerdas vocales con el aire de sus pulmones hacía que en mi pecho se iniciara una carrera olímpica.
-Claro, no tengo inconveniente.
Saludamos a mis padres que veloces partieron a la embajada y como niños traviesos que consiguieron el espacio para hacer de las suyas, nos sentamos en la sala de estar con el mazo en mano.
-Que sea un juego limpio- Aclaré mezclando ágil, con la práctica de años.
-Que así sea- Cortó el mazo con la misma práctica, o mejor.
Habían pasado varias partidas. De vez en cuando el silencio era sepulcral, en algunos momentos las carcajadas rebotaban en las gruesas paredes. A nuestro lado teces reposaban humeantes. Los roces de nuestras manos, que acontecían con cierta regularidad, me estremecían de forma bastante patética. Aunque no lo quería no podía apartar la mirada de la partida. Lo que se hacía algo inútil cuando mis ojos se desviaban a sus delgadas y pálidas manos, manipulando con familiaridad esas gastadas cartas que nos acompañaron desde que cumplí los diez.
-Gané- Anuncia soltando despreocupado las cartas sobre la mesa para luego tomar un trago de té.
-Tienes una adicción con el té.
-¿Y? No le veo el problema.
-Quiero revancha- Quería que se quedara más aún. Juntaba sereno la pila desordenada de cartas sobre la mesa.
-Me dió sueño ¿No tienes otra atracción que requiera menos concentración?- Se relajó en el sofá cruzando sus brazos. Se aburrió de las cartas.
-Tengo muchas atracciones- Me reí por dentro del tono que utilicé, pero esbocé una sonrisa en busca de complicidad.
-Hmm… ¿Cuales me recomiendas?- Mi corazón empezó frenético a golpetear en el momento que encontré la misma sonrisa de complicidad. El estímulo ya se me había ido de las manos. La calidez en mis mejillas me avergonzó.
-Mira, tengo unos juegos de mesa o virtuales, pero creo que eso no te interesa- Me dirigía a hurgar en la estantería.
-Aburrido!- Se para a mi lado. -Yo esperaba otra cosa- Se quejó. Me arrepentí de dejarme manipular por mis inseguridades. Aún así, tenía miedo.
-¿Otra?- Nervioso traté de evitarlo, hasta que me di cuenta que no tenía escapatoria, su brazo bloqueaba mi ůnica ruta de escape. Me enfrenté a él, aprisionado contra la estantería. -¿Qué otra cosa quieres?
-Siempre fuiste estupendo para hacerte el idiota- Se acercó peligrosamente fijando su mirada en mis ojos. Por instinto cubrí mis labios con el dorso de mi mano. Mis sentimientos se desbordaban y daban chispazos ¿Por qué él haría esto? -Te portas muy mal.
-Perdona!- Fruncí mi ceño un tanto apenado.
-Tendré que disciplinarte- Tomó mi mano con delicadeza, pero con una rudeza que no llegó a doler la apartó. Mi corazón daba saltos desesperados.
-¿Qué quieres?- pregunté en defensiva.
-Retiro lo dicho, me gusta que te portes mal.
-¿Eh?- Antes de poder recibir una respuesta por mi propia cabeza sus labios tocaron los mios. Aunque era con superficialidad relajé todo lo que inconscientemente había tensado. El beso se cerró. Tomé su mano con la que me sostenía, él correspondió; mi otra mano paró en su pecho, donde pude sentir sus latidos golpear en mi palma. Aunque yo era un completo inexperto logramos sincronizar nuestros besos, pero no podía evitar todos los suspiros que se me resbalaban entre beso y beso. Era dulce, gentil, cariñoso. Se alejó un momento a mirarme. La confusión apareció repentina como un golpe en la cabeza, no comprendía nada, no sabía como sentirme. La idea de “juego” o “diversión”, el haber planteado la “atracción” me provocó mucho dolor. No quise que esto siguiera, no porque pasara a mayores sino por el concepto. Se volvió a aproximar poniendo, esta vez, el agarre en mi cuello. Lo frené con mis manos sobre su boca, entreabierta y húmeda.
-¿Qué pasó?- Preguntó alejándose.
-Es confuso- Dió un par de pasos atrás, cosa que agradecí.
-Ya veo, discúlpame si hice algo que odiaste tanto- ¿Lo lastimé? O talvez ¿Yo me sentí herido? No entendí nada. Como una puerta que se cierra se dió media vuelta, pero esta vez la llave que se me cayó de las manos sería difícil de volver a encontrar. “¿Podré siquiera buscarlas?” Me pregunté -Creo que debo terminar un trabajo. Nos vemos- Caminó hacia la puerta.
-Suerte- Le dije decidido. Aunque dolía era lo mejor, debía aclararle mis sentimientos y aún no estaba preparado. Cerré la puerta tras de él y me dejé caer. Admito que el dolor era inmenso. Por acabar así y por la incertidumbre.