Fue una semana que transcurrió a paso de tortuga, pero esas de las que te quedas mirando y pareciera que el tiempo no pasa. Como dentro de un sueño, ya habíamos terminado trámites de la vivienda, una cuenta en la que recibiría el dinero mensual y la inscripción a la universidad. El departamento por su parte, había quedado bastante desierto, los buros que mi mamá solía llenar de souvenirs o piecitas de porcelana ahora estaban vacíos, los estantes que usaba mi papá para sus libros e informes también vacios. Lo único que quedaban eran un par de fotos o algún que otro adornito.
Mis padres cargaban dos maletas grandes y dos pequeñas sumado al maletín que mi papá simpre llevaba consigo. Y antes de que pudiera notarlo ya estábamos en el aeropuerto. Luego de varios trámites, el el último que les quedaba un señor de seguridad nos indicó que ya no podía acompañarlos. Sin reparar demasiado en lo que implicaría mi decisión. Mi mamá me lloraba en el hombro.
- ¿Vas a estar bien?.
- Si ma, no te preocupes.
- No te olvides de llamarnos, con la conexión a internet ya no cobran extras por las llamadas internacionales.- Mi papá me hacía reír.
- Si pa, llamaré a menudo.
- ¡Todos los días!- Exigió mamá.
- Sí, sí. Todos los días que pueda, claro.
- ¿Seguro?
- Lo prometo.
El aviso de que su vuelo pronto cerraría los aceleró a seguir.
- Adiós hijo.- Dijeron a la vez, recibí un abrazo y un beso de cada uno.
- Adiós.- Traté de darles mi mejor sonrisa.
Sus cosas pasaron por los rayos x, ellos por el detector de metales. Cada vez se hacían más pequeños, antes de adentrarse a la sala de espera y que perdamos el contacto visual completamente ambos me saludaron con el brazo, correspondí de la misma manera. Yo estaba allí, parado, mirando hacía la nada, una nada que no se llenaba. ¿Ahora estaba sólo?
Un poco sin rumbo me dirigí nuevamente de regreso a casa. Recordé que debía hacer compras, me limité a insumos de preparación sencilla. Por alguna razón el pasillo se sentía lúgubre, un silencio anormal con un eco del que jamás había tomado consciencia. La única familiaridad era aquél llavero floreado que era de mamá, con una mano ocupada de bolsas giré la llave y abrí sin tocar el picaporte. Cerré con un pie y volví a girar la llave en la otra dirección acabando el ingreso con el aseguramiento del pestillo. Ni fantasmas habían para darme la bienvenida o decirme "Dónde estuviste.", "Cómo la pasaste." O "¿Qué quieres cenar?". Cenar... rápidamente puse a hervir agua para una pasta. Sentándome en la mesa tenía a mi disposición el temario para el examen de admisión y una portátil que me dio papá.
Leyendo lo que iba a tener que estudiar como si no hubiera un mañana empezaba a sonar el agua burbujeando, de la misma forma, me parecía escuchar una suave melodía. Un piano casi imperceptible pausó mis acciones. No sé si era mi imaginación o qué pero ¿Era probable que viniese de al lado? Apagué el agua sin ganas de comer y escuchando esa música mi repentina soledad se sintió acariciada.
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