XIII: Una de las consecuencias de amar
Simplemente ya no lo soportaba. Sasuke aceptaba que era ilógico de su parte pensar en eso, pero no podía evitarlo. Esa endemoniada niña no le inspiraba ni un ápice de confianza.
Absurdo, sí, totalmente. No obstante, cuando los grandes ojos de la pequeña lo miraban fulgurando burla y gritando victoria, la ira en Sasuke crecía más, si acaso era posible. Cuando los pequeños brazos envolvían a Naruto, la poca capacidad de razonar en él sufría una serie de desbarajustes que no podía suprimir más que cerrando los párpados y contando hasta diez. Y lo peor era cuando los infantiles labios dejaban besos por doquier en las mejillas de Naruto.
La niña idolatraba a su novio como a él nunca haría. Tampoco era como si le importara tener el afecto de una infante de seis años, que, además, era un calco suyo. La dulce Uchiha Sarada, hija de su hermano gemelo, Izuna, y su esposa, Sakura, representaba a su mayor enemigo por la atención de Naruto. Y odiaba admitir que la endemoniada chiquilla le llevaba una ventaja avasalladora.
Naruto la adoraba, era la niña de sus ojos, la mimaba, le daba todo lo que quería y más. Siempre decía que ella era como la hija que ambos nunca podrían tener al ser hombre, y que por dicha condición quizá nunca les permitirían adoptar sin convertir la labor en una verdadera odisea. A Sasuke esas palabras ya no le dolían tanto como la primera vez que las escuchó, mas mentiría al decir que el amor de Naruto para con su sobrina le causaba desazón porque a él mayormente lo ignoraba cuando la pequeña entraba en escena junto a ellos dos.
—Es mi sobrina, Naruto —le respondió mientras juntos se encargaban de la vajilla tras un agradable almuerzo con Izuna y su familia—, es absurdo que te preguntes si la quiero o no.
—Pues a veces lo disimulas muy bien.
Naruto le alcanzaba los trastos y Sasuke los acomodaba pulcramente en el lavavajillas. El primero sonreía con un deje de burla que a ojos de Sasuke no pasó desapercibido. Claro que sabía que con esa pregunta tonta estaba provocándolo; desvergonzadamente feliz por hacerlo sentir celos.
Malditos celos y maldito de sí por sentirlos hacia una niña.
—Tío Naruto, ¿luego me llevas a comer helado?
La razón del enojo más infantil que Sasuke había experimentado en sus veinticinco años de vida ingresó a la cocina, dejando a su aguda voz de «ángel» retumbar dentro de la reducida habitación. Bufó, pero una sonrisa se había instalado en sus labios con fecha de caducidad imperecedera, al parecer.
—¡Claro que sí! —La respuesta de Naruto tardó menos de un segundo en llegar, causando que, esta vez, Sasuke riera a lo bajo—. Espera a que terminemos de limpiar aquí.
Y claro, lo incluía en sus planes sin siquiera preguntar. Como siempre. Pero se lo perdonaría todo porque, después de todo, había asuntos que Naruto sólo podía resolver con él. Asuntos mucho más dulces y deliciosos que un simple cono de helado.
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