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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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El ataque de la nostalgia fue bastante esperado. Estaban camino a Tokio, y con Suga cabeceando en el puesto de al lado, era inevitable recordar la vez que descubrió que le gustaba su amigo. Había sido antes de la época de exámenes, en un viaje escolar al jardín botánico para un proyecto de Biología. Estaban sentados juntos; Suga había reclamado el asiento cercano a la ventana por nada, porque se durmió a los pocos minutos con la cabeza y cuerpo inclinados al lado opuesto. En el instante que Daichi sintió el peso extra a su costado, la temperatura aumentó y no fue por el calor humano compartido. No tuvo el corazón para despertarlo, estaba muy ocupado latiendo desenfrenado a pesar de estar en pleno reposo.

 

Fue un momento de más revelador. Ya había aceptado el hecho de que Suga le pareciera bonito —se preguntaba quién no lo haría—, pero de ahí a que le atrajera había un enorme salto. Que le gustara otro hombre explicaba muchas cosas y, al mismo tiempo, originó demasiadas dudas. Le tomó unos días despejarlas para estar seguro de que sí, los chicos eran lo suyo; entonces se lo confesó a su madre y su aprobación fue todo lo que necesitó para estar tranquilo consigo mismo. No se preocuparía tanto por los sentimientos que empezaban a nacer por su mejor amigo, se creía capaz de ocultarlos el tiempo que le hiciera falta.

 

Desde una perspectiva retorcida, sería gracioso cómo se enteró de que le gustaba Suga mientras iba al jardín botánico y cómo supo que no era correspondido escupiendo flores que de seguro vio ese día. También sería irrisorio cómo exhibía sin control los sentimientos que juraba esconder.

 

Aquella vez, el revoltijo de emociones en su interior no le permitió hacer más que paralizarse y echarle unos vistazos furtivos a su compañero. Ahora, con menos gente de la que se suponía en el transporte y la mayoría con los ojos cerrados, Daichi se atrevió a mirarlo. Parecía una posición incómoda para dormir, pero no lo demostraba si lo estaba. Aún cabeceaba un poco, mas no lo suficiente para despertarse de golpe. Las luces y sombras del camino se proyectaban en su piel, creando diversos perfiles hermosos en su ya hermosa cara. Si tan solo no le hubiese empezado a afectar el sueño, habría podido observarlo durante todo el trayecto sin arrepentirse del dolor de cuello que le ocasionaría.

 

Había un impulso del que siempre tenía cuidado cuando veía a Suga dormir. Sabía que su sueño no era el más pesado de todos, así que se forzaba a controlar sus ganas por temor a despertarlo. Sería tan sencillo acariciar su cabello estando tan cerca, pero la posibilidad de que alguien percibiera el inusual movimiento de su brazo era suficiente para no intentarlo. El riesgo que sí podía tomar sin levantar sospechas porque el asiento lo escondería y porque su proximidad servía de excusa era rozar sus manos. Su mano izquierda descansaba pegada al costado del muslo, casi por la rodilla; Daichi solo tendría que imitar la posición y, tal vez, sus nudillos se encontrarían. Dirigió la mirada al frente con facciones neutrales, se recostó con los ojos cerrados y esperó unos segundos con las manos sobre su regazo. Sintió que se tomó una buena curva; el movimiento deslizó por sí sola a su mano derecha hacia el objetivo, pero escuchó un golpe sordo casi al instante.

 

—¡Ah! —Le siguió un quejido de Suga que le hizo abrir los ojos. Sobaba su cabeza con la mano derecha.

 

—¡Lo siento! —se disculpó el profesor, quien iba al volante.

 

—¿Te golpeaste muy fuerte? —Daichi se sentía culpable, de alguna manera extraña. Se imaginaba que Suga se había inclinado hasta impactar con la ventana por acción de la curva, algo que pudo evitar de haberlo visto.

 

—Duele. Despertar literalmente de golpe no es agradable —susurró—. Estaré bien, creo que es más el impacto de despertar así que el dolor del golpe como tal. —Suga se arrimó hasta estar pegado a la ventana—. Así evito cualquier accidente.

 

Daichi solo rio por lo bajo. A esa distancia ya no había forma de tener contacto sin ser sospechoso y era menos probable que se inclinara hasta apoyarse de su hombro mientras dormía.

 

Se percató de lo que estuvo a punto de hacer y se preguntó cómo pensó que era buena idea. Quiso culpar al sueño por los fallos en su censor de estupideces, porque no podía haber llegado al punto en que su amor rebasara a la razón. Con un soplido y los brazos cruzados, decidió dormir como el resto. Tokio sería una experiencia, empezando con que aún no era muy seguro que un par de idiotas lograra participar en el campamento y con que estaría el día entero con el vicecapitán en el mismo lugar que él.

 

Las actividades ya habían empezado cuando llegaron al lugar, por lo que no hubo tiempo de pensar en otras cosas hasta la noche. Aun así, al estar rodeado de chicos de calibre nacional y al solo haber ganado uno de los sets jugados —cuando por fin apareció el dúo de reprobados, no sabía cómo reaccionar a eso—, una buena parte de sus pensamientos se enfocaron en cómo podrían mejorar para no ser la vergüenza del campamento y alcanzar su poder. Además, estar junto al resto de los miembros del club lo hacía sumarse o ser integrado en conversaciones grupales que lo mantuvieron entretenido; solo cruzaba los dedos para que a nadie se le ocurriera hablar de amor.

 

La única oportunidad que se le presentó de recordar sus propios asuntos fue unos minutos antes de que apagaran las luces. Otra vez le habían asignado el futón vecino al de Suga, otra vez lo observaría hasta ser dominado por el sueño o hasta que la oscuridad se lo impidiera. Con el tiempo había aprendido que él no tenía una posición específica para dormir, simplemente caería rendido en cualquier lugar y pose. Su favorita, por supuesto, era cuando no le daba la espalda.

 

Esa noche se acostó del lado correcto y Daichi no podía estar más contento por eso, nada como acabar el día con su cara favorita enfrente. El deseo de acariciar su cabello reapareció, mas no fue el único, para su sorpresa. Estaban tan cerca que podrían tocarse los brazos si los estiraban, al igual que sus piernas; supuso que eso originó otros pensamientos que antes no había tenido, como qué tal sería dormir entrelazados, bajo la misma sábana o prestarle su pecho como almohada. Si solo imaginarlo le brindaba una calidez especial, ¿cómo sería la sensación real?

 

Sus dedos ansiaban enredarse en su cabello y comprobar qué tan suave era, aferrarse a su alrededor lo suficiente para transmitir seguridad y cariño, permanecer allí hasta el amanecer; ¿alguna vez lograría darle un abrazo cuya razón no fuese deportiva? ¿Llegaría el día en que tomaría su mano para caminar lado a lado y no como un breve impulso para ponerse de pie? ¿Suga podría querer lo mismo que él en el futuro?

 

Sin que se diera cuenta, su mano ya se encaminaba hacia la zona gris que tanto anhelaba explorar. Abrió muy bien los ojos al ser consciente de lo que hacía y fue veloz en retroceder. ¿Qué demonios pasaba con su forma de actuar en somnolencia? No, ¿era por estar a punto de quedarse dormido que sus acciones se descontrolaban?, ¿no era una excusa barata que ni él mismo compraría? Si su cuerpo comenzaba a tener hambre de afecto, ¿cómo iba a sobrevivir a los cuatro o cinco meses más que duraría la enfermedad sin siquiera alguna muestra?

 

Temía que el amor hubiese crecido al punto de exigir más para estar satisfecho, ¿cómo iría a mantener la calma para no ser obvio, entonces? Solo esperaba que sus necesidades no se fortalecieran en los ámbitos más quisquillosos o de verdad no sabría qué hacer para evitar incomodidades a solas. Se preocuparía después. Sus párpados pesaban, así que detalló una última vez cómo se aplastaba el cachete izquierdo de Suga contra la almohada y cerró los ojos con una sonrisa suave. Sintió cierta expansión dentro de su pecho que quiso creer que era alguna emoción intangible y no una que escondería en unas horas.

 

Si el simple hecho de perder casi todos los sets ya había creado tensión en el equipo, el choque entre Hinata y Asahi acabó por declarar a ese día como el más tenso que habían vivido en bastante tiempo. Y eso sin sumar sus propios problemas, porque a Daichi le volvió a invadir la necesidad de transmitirle cariño a Suga con sus manos por la mañana. O estar junto a tantos chicos durante las veinticuatro horas le había contagiado las hormonas, o de verdad había alcanzado ese nivel donde se requería demostrar su querer en forma de contacto físico. De paso, tantas rondas de lanzamientos no le estaban haciendo bien a su cuerpo enfermo; algunas veces sintió cierta opresión al respirar, lo que le hizo saber que pronto tosería y aumentó su intranquilidad.

 

La última vuelta de castigo fue una tortura para sus pulmones, incluso tosió entre algunos lanzamientos y notó miradas preocupadas de quienes conocían su secreto. Sin embargo, no se detuvo, pues no sentía que algo fuese a salir tan pronto y creía aguantar hasta el final. Lo logró a duras penas, lo cual llamó más atención de la deseada en momentos así, porque su incontrolable tos no era algo posible de ignorar. Sabía que no pararía hasta expulsar alguna flor, por lo que se dirigió a la salida del gimnasio tan relajado como pudo para no llamar aún más atención.

 

—¿Le pasó algo a tu muchacho, Keishin? —Escuchó a Nekomata en medio del ruido del lugar.

 

Vio a su entrenador inhalar profundo y ojear sus alrededores. Cuando estaba a punto de cruzar la puerta, gritó:

 

—¡Azumane! —Y con un gesto que lo señaló, le indicó acompañarlo.

 

—¡¿Eh?! —Por sus ojos más abiertos de lo normal, supo que le sorprendió ser llamado para eso.

 

Daichi volvió a toser y decidió salir de una vez, bastante tiempo de huida perdió por estar viendo lo que ocurría dentro, aunque no podía alejarse mucho antes de que Asahi lo alcanzara. Planeaba esconderse en el baño, como siempre, solo que no recordaba su ubicación con exactitud.

 

—Ah, me pregunto por qué me mandó a mí —suspiró el más alto al llegar hasta él.

 

—Pudiste pedir que Suga viniera en tu lugar si no querías. —Frunció el ceño.

 

—No, no. —Sacudió las manos entre ambos—. Solo dime qué hacer.

 

—¿Recuerdas dónde queda el baño?

 

—Es por acá. —Se encaminó de inmediato hacia la derecha; Daichi lo siguió.

 

Las tosiduras habían disminuido con el relativo reposo de solo caminar a paso apresurado. Cada vez que soltaba una, Asahi lo miraba por sobre su hombro casi al instante.

 

—¿Puedes dejar de reaccionar como si cayera un rayo justo en tus talones?

 

—¡Lo siento! Es la primera vez que te veré toser las flores, sabes que solo la idea me pone nervioso —murmuró lo último con una mano en la nuca.

 

—No verás nada grotesco, tranquilízate. Solo me pegas tu angustia así. —Cruzó los brazos y tosió contra su hombro.

 

—¿Tú, angustiado? —Arqueó una ceja, casi divertido de incredulidad.

 

—Me haces pensar que me voy a asfixiar, que ha pasado, pero solo una vez en estos meses.

 

—¡¿Te podrías asfixiar ahora?! —A pesar de haberlo dicho casualmente, era de esperarse una reacción así de su parte.

 

—Si sucede, solo tienes que golpearme así. —Daichi le dio una palmada de demostración entre los omoplatos.

 

—¡Ah! —Asahi se alejó de un brinco. Protestó—: Solo tenías que tocar en dónde golpearía.

 

—Lo práctico se entiende mejor con ejemplos. —Se encogió de hombros, tosió justo después. El otro solo rezongó. Daichi no admitiría que esperaba que eso no fuera necesario, porque los golpes del rematador estrella del equipo debían de ser brutales—. ¿Cuánto falta? Creo que ya siento algo en la garganta.

 

—Es por aquella puerta de allá. —Señaló al frente.

 

Con tosiduras más ruidosas, aceleró el paso hasta casi trotar. No había más personas cerca como para necesitar esconderse, pero no quería llenar el pasillo de pétalos que podría olvidar recoger. Se apoyó de los bordes de la fila de lavamanos al llegar al baño y tosió con la cabeza hacia abajo para que la flor cayera ahí mismo. Asahi entró unos segundos después; lo escuchó cerrar la puerta y quedarse unos metros atrás.

 

Había algo similar a un cúmulo algo por debajo de su garganta, lo que le hizo preocupar por creer que sería una flor enorme entera. Tosió dos veces más, el nudo se aflojó y comenzó a salir una multitud de pétalos rosados. Habría suspirado de alivio de haber sido posible. Algunos pétalos eran más pálidos que otros, pero todos parecían formar un mismo conjunto. El centro amarillo fue el último en escapar antes de varios segundos de calma donde solo se oía la respiración agitada de Daichi en el lugar.

 

—¿Ya estás bien? —preguntó Asahi, acercándose con cuidado.

 

—Eso creo. ¿Tienes agua? —Su voz estaba rasposa, mas no tanto como en otras ocasiones.

 

—No.

 

—Trae agua cuando te toque estar ahí mientras toso. Ahora no me hace tanta falta, pero hay veces que se me seca demasiado la garganta.

 

—Oh, de acuerdo. ¿No quieres que busque de algún bebedero? Me pareció ver uno con vasos en el camino.

 

—Puedo aguantar hasta regresar a la cancha. —Al revisar cuánto se había llenado el fondo del lavamanos, Daichi arrugó el rostro—. Debí traer algo para guardarlos.

 

—¿Por qué? ¿Fue demasiado? —Asahi se asomó, por fin, y Daichi vio en el espejo cómo echó la cabeza hacia atrás con las cejas alzadas—. ¿Cómo pudiste jugar con eso adentro?

 

—No lo sientes hasta que se mueve. —Palpó los bolsillos de su short, comprobando que estuvieran vacíos, luego tomó varios pétalos y los introdujo. El bulto que se formó llamaba demasiado la atención, por lo que descartó esa idea—. ¿Sabes qué? Busca un vaso o los que necesite para guardar todo esto. —Asahi asintió y se fue.

 

Agradecía que las probabilidades de que alguien entrara al baño fueran pocas, ya que aún había otro set andando e imaginaba que, si alguno de los desocupados hubiese querido ir, ya lo habría hecho. Decidió intentar darle forma a la flor mientras Asahi volvía, aunque, con tantos pétalos desparramados, llegó a preguntarse si era una sola. Su lógica decía que sí, pues solo había tosido un centro; entonces suspiró de alivio —ahora sí podía— porque el tamaño de la flor entera habría destrozado sus vías respiratorias.

 

¿Eso sería todo por ese día o había más por expulsar? Nada indicaba que la fase de floración empezó; a pesar de haber sido un montón de pétalos, los escupió con facilidad y no había partes ajenas a la flor en el lavamanos. No tenía manera de identificarla como para buscar su significado y comparar la velocidad del brote en ese momento. Lo único seguro de la apariencia real de la flor era su ligera similitud con una rosa. Si tuviera que describir lo que le estaba resultando en la improvisación, diría que era como si mezclara una rosa y un clavel. Dejó de armarla a ciegas al recordar que tendría que deshacerla sin siquiera tomarle una foto de referencia porque ninguno de los dos —nadie responsable y con el suficiente sentido común, en realidad— cargaba su celular con ellos durante las prácticas.

 

Una picazón repentina atacó a su nariz que no demoró en estornudar. Aún se acordaba de esa primera flor que escapó de esa manera; siempre se aseguraba de no sentir algún pétalo entre sus fosas nasales y su mano antes de apartarla desde entonces. No hubo nada extraño, así que quitó su mano de en medio. No valió mucho la pena; apenas dos segundos más tarde tosió con demasiada fuerza y algo golpeó su palma, posándose en su labio inferior. Frunció el ceño, descendió la mano y se miró en el espejo. Sostenía una pequeña flor azul con la boca, eso no concordaba con lo que también reposaba sobre su lengua.

 

Haló la flor con los latidos acelerados. La sensación inversa a la de succionar un fideo tampoco era coherente con los pétalos delgados que había esperado extraer en fila. Al ver una delgada tira verde sobresaliente en su reflejo, abrió más la boca y bajó la mirada a su mano ya a varios centímetros de su rostro. La tira era una hoja en el tallo que estaba sacando.

 

No conocía esa flor, pero el simple hecho de agarrarla por el tallo era suficiente evidencia de que la transición a la segunda fase se había completado. Era mucho más desagradable así, y solo había sido uno para nada grueso. Deseó que nunca le crecieran rosas, no quería experimentar algo tan desgarrador como suponía que eran las espinas haciendo su salida. Miró a la flor casi aterrorizado por sus pensamientos de lo que podría esperarle. No escuchó cuando la puerta se abrió y cerró ni los pasos que se acercaron a él.

 

—¿Daichi? —Solo se percató de la presencia de Asahi cuando habló con un tono que le hizo perder la sorpresa de ver sus ojos preocupados.

 

No respondió, solo colocó la flor en el vaso que el castaño cargaba en la mano izquierda, luego se lo quitó y deslizó los pétalos de la que intentó armar hasta que cayeron en él; recogió los pocos que huyeron al suelo.

 

—¿Ese otro vaso era por si acaso? —Daichi señaló el de su mano derecha.

 

—No, es agua. —Asahi extendió ese brazo—. Ya que pasé por el bebedero, la traje.

 

—Gracias. —Aceptó el vaso, bebió de inmediato.

 

Podía notar diferencias en el trato que le daban sus amigos. De haber asignado a Suga como acompañante, estaba casi seguro de que habría llevado su termo con él; aunque sentía que Asahi lo haría a partir de esa vez, ahora que sabía que necesitaba un trago en ocasiones. Era más cómodo toser con el más alto, no solo por sus obvias razones sentimentales, sino porque le daba una sensación de mayor privacidad casi igual a estar solo, pero de la buena manera. Como trataba de no ver demasiado —si era por su propio bien o para no molestarlo, no lo sabía—, había más calma por la ausencia de las preguntas que sentía que debía responder con el armador.

 

—¿La flor azul vino con el tallo? —preguntó cuando terminó el agua.

 

—Sí. Eso quiere decir que ahora habrá algo de descontrol con lo que pueda salir de mí.

 

—¿Qué quieres decir?

 

—La enfermedad está más avanzada ahora, así que toseré más que antes, eso incluye otras partes como hojas y tallos. Sigo lejos del punto peligroso, pero es mejor que haya alguien conmigo por si acaso.

 

—¿Podrás seguir entrenando así? —Arqueó una ceja.

 

—Sí, a menos que haya un día en particular que me sienta mal, que puede pasar si me crecen demasiadas a la vez. —Asahi hizo una mueca con la boca hacia abajo—. No te preocupes mucho, solo piénsalo como que ahora me saldrán más flores y ya.

 

—Creeré eso. ¿Las reconoces?

 

—No, tendré que llevarlas ahora con mis cosas y tomarles fotos por si se marchitan. —Daichi decidió salir del baño en ese momento, Asahi lo siguió—. Por cierto, llevo unos días pensando si es buena idea contarle a Nishinoya. Creo que tú me puedes decir mejor qué hacer.

 

—Díselo. Como tiene que ver con que estás enamorado de Suga, no hablará de eso con nadie más.

 

—Contigo —resaltó.

 

—Sí, pero yo ya lo sé. Da igual. —Se encogió de hombros—. Es difícil mentirle cuando me pregunta por ti, prefiero que lo sepa.

 

—¿Ha preguntado por mí?

 

—Cuando desapareces de la práctica. Le sigo la corriente a la excusa que ponga Suga, pero Nishinoya sospecha un poco, ¿sabes? Creo que no nos cree por completo. Estoy seguro de que me preguntará por qué Ukai-san me mandó a ir contigo cuando volvamos.

 

—Dile que se lo explicaremos más tarde, ¿sí? Buscaré un buen momento hoy, sino se lo contaré cuando regresemos mañana.

 

—Está bien.

 

Una vez en el espacio donde estaban sus pertenencias, Daichi se apresuró en rearmar la flor rosada como pudo y de tomarles sus fotos antes de esconderlas dentro de su bolso deportivo. Averiguaría los significados más tarde, si era que lograba descubrir sus nombres. Era consciente del tiempo que estaba demorando, no se arriesgaría a preocupar al resto lo suficiente como para enviar a alguien más a buscarlo. Por suerte, al volver al gimnasio, todos estaban tan concentrados en el set disputado que no le prestaron demasiada atención.

 

—¿Qué tal? —Suga fue el único que se le acercó.

 

—Fase dos.

 

—Uh. —Arrugó la frente un poco, pero no agregó más.

 

A diferencia de la noche anterior, Daichi logró aislarse por unos minutos para investigar las flores que había tosido. Como no tenía una idea concisa para describirlas, escribió su búsqueda como flores que salieran por partes en el hanahaki. Ingresó a la primera página que arrojó el resultado y esperó a que cargara. Luego de una corta introducción sobre por qué las flores del listado solían ser expulsadas por pétalos, había un cuadro con el nombre, significado e imagen de cada una. Identificó a varias que ya había tosido, como los crisantemos y las gardenias; fue alrededor de la mitad de la lista que reconoció los pétalos rosados de más temprano.

 

—Así que era una peonía —susurró para sí mismo. De haber estado entera, la habría reconocido como una de esas que solía ver en buqués de novia.

 

Según el hanakotoba, las peonías simbolizaban la valentía, mientras que su significado podía variar por el color en otras culturas. En rosado, se traducía como «te quiero, pero soy demasiado tímido para decírtelo». Un paréntesis en esa explicación indicaba que había otra flor con un mensaje similar: el aciano. Daichi decidió buscarla y se sorprendió al dar con la florecilla azul que comunicaba «no me atrevo a confesarte mi amor». Definitivamente, esos tenían que ser los sentimientos que las originaron en él.

 

Suga en ningún momento le preguntó por las flores, tal vez por estar entre tanta gente. Pudo ser un día tenso, en general, pero Daichi extrañaría el ambiente más ligero repleto de voleibol de Tokio al volver a casa. El campamento fue una buena pausa para su situación familiar incómoda; no tenía tantas ganas de regresar y solo poder decirle a su madre sobre el avance de la enfermedad. No pensó demasiado en eso, sin embargo. Con el lunar junto a su ojo saludándolo por el chico durmiente en la noche, logró distraer a su mente hasta el momento de apagarse para el descanso.


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