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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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No conocía al amor, pero sabía cómo era su fase previa. En segundo grado, fue uno de esos niños que se apegaron demasiado a su maestra, al punto de llevarle florecillas arrancadas del parque, dedicarle dibujos o regalarle una parte de sus dulces. Esa primera experiencia con esa clase de sentimientos fue catalogada como un amor platónico infantil, por lo que no era tomada tan en serio. La siguiente, más válida para el resto, ocurrió a los doce años por una chica de su clase. Era la mejor dibujante del salón y consideraba que su voz era la más agradable. Con un par de interacciones, notó que su corazón se emocionaba al oírla cerca y que sus ojos la buscaban muy a menudo; supo que era una atracción cuando le dolió de más enterarse de que se mudaría a Shibuya al finalizar las clases.

 

Desde entonces, Suga tuvo unas cuantas advertencias de que alguien le estaba gustando que nunca llegaron a ser realidad. No quería descontrolarse sin estar seguro de que lo que surgía en él podría ser correspondido, no quería desilusionarse de nuevo. Aprendió a suprimir sus intereses románticos en cuanto aparecían, ahorrándose malas experiencias en el proceso. Sería un amigo cercano en el mejor de los casos, uno que esperaba tener una oportunidad para avanzar que nunca se le presentaba y que, en cambio, observaría cómo esas personas lo pasaban por alto o preferían a alguien más.

 

El caso más complicado había sido el de una amiga que siempre estuvo enamorada del representante de la sección y candidato a ser el siguiente capitán del club de Natación. ¿Cómo iba a competir contra semejante prospecto? El chico no solo era uno de los mejores estudiantes, era un raro caso de un destacado deportista aplicado también, y eso solo nombrando sus logros. Para rematarlo y expulsarlo de la competencia, su cuerpo estaba tan bien formado que ni el uniforme era capaz de opacarlo. Suga recién comenzaba a desarrollarse en esos días, así que se quedaba muy atrás. Aunque debió ser sencillo apagar sus sentimientos, su mente iba de él a ella; a veces, el muchacho era quien más lo distraía, cosa que creyó producto de aspirar ser como él.

 

Todo se complicó en la preparatoria. Hasta esa fecha, estuvo seguro de que solo con mujeres aplicaría su método de freno de emociones; entonces, ¿por qué su mirada caía tan a menudo en su compañero de equipo? Durante los primeros meses, no le prestó demasiada atención a su interés por conocer tanto a Daichi por estar convencido de que solo quería ser su amigo. Admitía para sí mismo que el chico tenía lo suyo; su contextura era envidiable, y aunque su rostro era más bien común, no podía negar que era de buenos perfiles. Además, le agradaba su optimismo incluso superior al de los mayores, era como si él fuese la fuente de la motivación del club. No les costó nada amistarse, Suga estuvo contento por eso.

 

Fue en verano que sintió los cambios que ya había aprendido a frenar. Se fijaba mucho en ese espacio entre el short y las rodilleras, a veces se trasladaba al short como tal. Cuando el sudor hacía que su camiseta se adhiriera a su cuerpo, se fascinaba viendo a esos músculos trabajar. Descubrió la dirección exacta de Daichi un día que tuvo curiosidad de acompañarlo hasta el final del camino en vez de separarse en el punto de siempre; ni siquiera había pensado que vivían tan cerca y que por eso coincidían durante la mayor parte del trayecto. Desde esa vez, caminaron juntos tanto de ida como de vuelta, lo que les permitió conocerse más allá de la dimensión del voleibol. Tanta interacción ayudó a que Suga se percatara de que su cuerpo reaccionaba a él de una manera que un amigo no debía provocar.

 

A partir del descubrimiento inicial, su estado de alerta estuvo más que activo alrededor de él. Creía que exageraba, que era imposible que un compañero enloqueciera a su ritmo cardíaco con su cercanía, que solo observaba sus músculos porque deseaba esa figura, que buscaba estar a su lado porque conversar con él era divertido y nada más. ¿Cómo iba a gustarle un igual si siempre le habían atraído las opuestas? Era solo un interés por ser su amigo ya que compartían mucho en común, quería convencerse de aquello, pero Daichi hacía que todo fuese más complicado.

 

Un adolescente como la mayoría se acaloraba en verano por el sol e iba a una piscina a refrescarse con sus amigos, no se calentaba por el traje de baño de uno de esos amigos ni se enfriaba con el escaso aire que resultaba de abanicarse con la mano. Suga agradeció la tendencia de su piel de enrojecer y no broncearse, porque su rubor pasó desapercibido al ser confundido con una quemadura. Esa tarde, uno de los chicos de segundo invitó a los miembros del club a su casa por su cumpleaños, el cual celebraría en el área de la piscina. Había muy buenos cuerpos en ese entonces —era una lástima que no tuvieran un buen rendimiento en el voleibol—, llegó a sentirse demasiado delgado al ver los brazos y el abdomen a medio formar de Asahi —¿cómo era que le avergonzaba mostrarse así?—; pero el único que descompuso su termostato fue Daichi con sus muslos, sus hombros y aquello oculto en la única prenda puesta.

 

Su imaginación perdió los estribos. ¿Daichi tendría la suficiente fuerza para cargarlo en brazos?, aunque podía complacerse con subirse a su espalda. ¿Cómo se sentirían sus pectorales? ¿Y si recostaba su cabeza sobre su pierna?, ¿sería una almohada firme? ¿Qué tanto aire le sacaría un abrazo suyo? ¿Qué tan terso era…?

 

Cada vez que se atrapó en medio de una indecencia, Suga se sumergió hasta la nariz para ocultar el ardor de su rostro. Llegó a asustar a varios más de una vez con el tiempo que solo sus ojos eran visibles. Nunca antes había pensado algo similar sobre alguien, ni siquiera con la primera chica que le gustó. Nunca había imaginado tantas cosas en tan pocos minutos con la misma persona, muchos menos del tipo donde el contacto físico prevalecía. No tuvo que hacerse preguntas, era obvio por qué aparecía en su mente de esa manera, solo le tomó por sorpresa porque ningún hombre había logrado que su temperatura no fuese lo único que se elevara en él. ¿Sería ese el verdadero motivo por el que se distraía con la imagen del muchacho que le atraía a su amiga en la secundaria? Tenía demasiado sentido.

 

Debía evitar que eso subiera de nivel o se vería en serios problemas. Una cosa era que le gustara una chica, nadie lo reprocharía por eso —a menos que no le agradara— y sería fácil de olvidar para el resto si fracasaba; pero que le gustara un chico —un amigo— era delicado. Si alguien se daba cuenta, podía arruinar su reputación y sus amistades, se alejarían de él, lo tratarían como escoria. Agradecía ir por ambos bandos, disimular sería más sencillo así al solo tener que reprimir una mitad, o eso imaginaba. Por irresistible que le fuera, debía retroceder.

 

Se convenció de muchas ideas, pero todas podían resumirse a una principal: era por el bien de Daichi. ¿Qué tan bochornoso sería para un heterosexual que un chico estuviese loco por él? Lo acosarían para asegurarse de que él no le correspondería por no compartir sus preferencias, le llenarían la cabeza de prejuicios y quién sabía si llegaba a despreciarlo por el escándalo. No quería importunarlo, y si para eso debía olvidarse de la curiosidad por cómo sería besarlo cada vez que sus ojos se fijaban en sus labios —olvidarse de siquiera posar su mirada en su boca, aunque fuese inconscientemente—, lo haría sin remordimientos.

 

Aun si nunca alcanzó a sentir una verdadera atracción hacia su persona, el simple interés por su físico fue bastante difícil de superar. No se imaginaba cuán imposible habría sido desconectar sus sentimientos de haberles permitido evolucionar. Tuvo que recordarse a sí mismo por qué lo hacía. Cuando por fin lo logró, estuvo más que aliviado. Daichi no era como él, solo podrían ser muy buenos amigos y sería feliz con solo eso si así no le ocasionaba disturbios. En un improbable caso en el que pudiese tener una oportunidad, daría rienda suelta a todo lo que había bloqueado.

 

Así, en segundo año se convirtió en la persona con la que pasaba más tiempo. Eran miembros del mismo club, pertenecían a la misma clase, caminaban juntos tanto de ida como de vuelta casi todos los días y estudiaban en la casa del otro en época de exámenes. También se percató del favoritismo que la madre de Daichi le tenía por sobre el resto de sus amigos. Si tan solo supiera que hubo un tiempo en el que lo deseaba de formas innombrables. En ningún momento pareció mostrar señales de que alguien le movía el mundo, tampoco se lo confesó. Ni siquiera reaccionaba a los rumores de chicas que gustaban de él, por lo que supuso que no estaba interesado en tener una relación.

 

Por eso, tercer año fue toda una sorpresa. Estaba tan seguro de tantas cosas sobre Daichi que resultaron ser mentira; ya tenía en duda muchas de sus suposiciones basadas en análisis que parecían erróneos. Fue impactante, por decir poco. Para rematarlo, había significados de flores que lo hacían sentirse aludido. ¿Era un remanente de su casi atracción de dos años atrás? ¿Era una pista que le decía que era él? Suga llegaba a asustarse por no saber interpretar esos mensajes y los efectos que eso le causaba. Había emociones tan tristes que lo hacían sentir mal o con ganas de propinarle un puñetazo en el estómago al culpable de todo, algo que odiaba las veces que su pecho se oprimía al conocer el significado de la flor escupida.

 

Entre conclusiones dudosas, la idea de que un hombre fuese esa persona iba ganando fuerza. Eso, al parecer, había alborotado a sus esperanzas sin siquiera percatarse de ello. Se negaba a reconocerlo, pero versiones muy leves de los desastres internos que originaba gustar de alguien estaban reapareciendo. Temía que todo lo reprimido estuviese a punto de escapar de su aislamiento en un momento así, con Daichi enamorado de alguien más —seguramente— y sabiendo que el hanahaki era real.

 

¿Cuántos problemas crearía si no mantenía el control? El mayor inconveniente era no tener idea de quién se trataba, porque podía arriesgarse a enamorarse sin tanto miedo en caso de ser un hombre. Mientras no descartara por completo a las chicas de la lista de quién podría ser la persona que amaba, Suga no estaría dispuesto a ceder. Aún se permitía admirar su cuerpo de vez en cuando, nunca con intenciones indecentes; eso era lo único restante de aquel entonces. Pensar en Daichi de una manera no correspondiente a la amistad estaba prohibido.

 

Durante las últimas semanas, con la enfermedad haciéndose más y más notoria, la preocupación lo estuvo alterando. Hubo pequeños momentos donde la cercanía lo hizo reaccionar tarde y otros donde su corazón cambió de ritmo. Respondía a lo que se había asegurado de mostrar indiferencia. Todavía se frenaba, mas no con la eficiencia de antes. ¿Su trampa sentimental se estaba debilitando?

 

Cada vez estaba más desesperado por conocer la identidad de la persona misteriosa. Admitía que fue una imprudencia preguntarle a Asahi si sabía algo, solo que la ansiedad le estaba ganando. ¿Y si él era la respuesta y solo estaba posponiendo un evento que ya casi no aceptaba demoras? Si el caso que creía más improbable era el verdadero y no hacía nada al respecto, arruinaría su amistad por tomar medidas destinadas a preservarla.

 

Desde que su madre dijo que algunas flores daban pistas sobre los sentimientos de la otra persona, Suga estuvo más que pendiente de sus significados. Sin embargo, no había vuelto la sensación de que el mensaje era para él en los pocos días que llevaba en la segunda fase. Las peonías tenían demasiadas traducciones y, aunque una timidez que evitase una confesión amorosa combinaba con el hanahaki, no creía que fuese muy acorde con Daichi. La valentía de su significado más general en el hanakotoba era más convincente, pero no sabía cuándo pudo desarrollarla. Era difícil adivinar cuál era la interpretación correcta. La otra, la primera que salió con tallo, fue la que casi le conmovió.

 

No supo de más flores hasta el fin de semana. Invitó a Daichi y a Asahi a ver una película que había descargado y a probar un nuevo videojuego que había comprado. Fue una tarde divertida, excepto por el momento en el que la risa de Daichi por la estúpida manera en la que el más alto había perdido el juego se transformó en un ataque de tos. Lo primero que expulsó fue una larga hoja —ese fue el mismo instante en el que Asahi decidió voltear al otro lado— y luego salieron los pétalos por separado.

 

—Es un iris, ya lo había tosido antes —dijo al levantarse para desecharlo.

 

—No me habías contado de esa —reclamó.

 

—La tosí de madrugada y me volví a dormir, se me había olvidado. Significa «esperanza».

 

—¡Eso suena bueno! —Asahi por fin dejó de ver a la ventana, aunque sí evitó dirigir la mirada a las manos de Daichi.

 

—Sí, pero no es que haya confirmado algo.

 

—Espera, ¿supiste algo de la persona? ¿Está comenzando a enamorarse de ti? —Suga preguntó con palabras aceleradas.

 

—No, es solo un presentimiento diferente. Si resulta ser verdad, creo que podré ser más directo. El problema es que no sé cómo confirmarlo porque no es algo que pueda preguntar.

 

—¿Por ser muy sospechoso o por ser muy personal?

 

—Ambas, en realidad. Solo puedo esperar. —Se encogió de hombros y se encaminó hacia la puerta. Al abrirla, casi choca con la madre de Suga, pues estaba por entrar a dejarles una bandeja de galletas que les había preparado.

 

—Uh, ¿segunda fase ya? —Arrugó el rostro. Daichi asintió—. Puedes botarla en el baño.

 

Lo siguiente no lo escuchó, pero supuso que fue un agradecimiento.

 

—Oigan, si saben de quién está enamorado, por favor, hagan lo posible para ayudarlo a que le corresponda —susurró mientras colocaba la bandeja en medio de la cama—. No quieren ver cómo es el hanahaki en su peor etapa.

 

—No nos ha querido decir quién es —Suga respondió por ambos.

 

—¿En serio? —Arqueó una ceja—. Hm, ¿será que les cae mal la persona? Bueno, no respondan, puede regresar en cualquier momento y no queremos que nos atrape en pleno chisme. —Imitó un gesto de silencio con su dedo índice delante de la boca—. Ahora les traigo una bebida. Sé que Koushi querrá un jugo, ¿y tú, Asahi-kun?

 

—El jugo está bien.

 

—Si Daichi-kun prefería agua, discúlpense por mí. —Ambos rieron por lo bajo y la mujer se fue.

 

Suga quedó con la sensación de que su madre tenía algo más que decir, pero se reservó el comentario. Lo que no se esperaba era que decidiera tener una conversación seria con él cuando sus dos amigos regresaron a sus casas.

 

—Koushi, sobre Daichi-kun, ¿de verdad no lo sabes o no quisiste decirlo porque estaba Asahi-kun y es un secreto?

 

—De verdad no me lo va a decir. —¿Así que eso era lo que sintió que no dijo antes?—. Lo hará cuando se cure, sea porque lo amen de vuelta o porque se opere.

 

—¿No te parece sospechoso? Quiero decir, creo que convendría que lo supieras para que lo ayudes.

 

—Traté de convencerlo, pero no va a ceder. No quiere que la persona se enamore de él por lástima.

 

—¿Ese es el motivo que dio? —Suga asintió, ella cruzó los brazos—. ¿Te has preguntado quién es?

 

—Todo el tiempo.

 

—¿No has llegado a alguna conclusión… extraña?

 

—¿Extraña? —Frunció el ceño. Sí lo había hecho y se estaba volviendo loco por eso, mas no era algo que pudiese admitir.

 

—¿Cómo te lo digo? —Suspiró e hizo un pequeño puchero mientras lo pensó—. El hanahaki no es tan común en chicos de su edad, es más probable que lo encuentres en chicas; pero, de los casos de adolescentes, los más comunes son los de jóvenes homosexuales.

 

Suga abrió muy bien los ojos.

 

—¿Estás diciendo que…?

 

—No, no. —Se apuró en negarlo, mostrando ambas manos entre ellos—. No digo que lo sea, pero sus acciones dan lugar a la sospecha, ¿no lo crees?

 

—¿Te molestaría si lo fuera? —Cruzó los dedos en su mente. La siguiente respuesta era una que temía y necesitaba oír.

 

—Para nada. —Una nueva calma se instaló en su pecho. Fue complicado no demostrar cuánto se había relajado—. ¿Y a ti?

 

—Tampoco.

 

—Bien. —Sonrió ella—. Te estoy diciendo esto porque tal vez le dé miedo confesar de quién se enamoró si aún se está escondiendo. —Una florecilla azul llegó a su mente. ¿«No me atrevo a confesar mi amor por ti» era que significaba?—. Si ese es el caso, sería bueno que supiera que tiene al menos un amigo que lo apoya. No sé cómo lo harías, pero puedes ir mostrando tu apoyo a la comunidad para que se dé cuenta de que no corre riesgo contándotelo. Si no pasa nada en un tiempo, entonces de verdad no te quiere decir de quién se trata.

 

—Es una buena idea. Gracias, mamá.

 

—No hay de qué, Koushi. Aunque me preocupa que ese sea el caso, porque será mucho más difícil que le correspondan así.

 

—Sí… —Desvió la mirada. Él podría hacerlo, solo que no sentía que fuera el momento de hacérselo saber a su madre.

 

La conversación le había dado una idea. Desde hacía unos días estuvo pensando en contarle su secreto a Daichi porque creía que era lo justo; pero ahora podía servir también como una estrategia, por más que no le gustara cómo sonaba eso. Claro, aún temía que eso marcase el fin de su amistad, solo que confiaba en que lo aceptaría. Dependiendo de la respuesta obtenida, podría ponerles fin a sus emociones a punto de desbordarse o despejarles el camino para que hicieran con él lo que quisieran.

 

Lo mejor sería hacerlo ese mismo fin de semana, libre de interrupciones de compañeros de clase u otros amigos; así que tomó su celular y le envió un mensaje:

 

«Hey, ¿podemos vernos mañana en la plaza por mi casa?».

 

El cuidado que tuvo al escribirlo era uno que casi nunca tenía con Daichi. Debía leerse lo más casual posible, nada que levantara sospechas. Era algo gracioso lo parecido a una confesión de amor que eran las circunstancias, solo esperaba que esto no resultara cruel si lo malinterpretaba. Cuando escuchó el aviso de que había recibido un mensaje, lo abrió de inmediato.

 

«Claro. ¿A qué hora?».

 

Suspiró al ver que no le pidió la razón del encuentro.

 

«A cualquier hora que puedas, estoy libre todo el día», agregó una carita feliz al final.

 

«Que sea a las tres».

 

Solo le envió una mano con el pulgar arriba de vuelta y alejó su celular de él. Esperaba que nadie le escribiera pronto, porque no planeaba levantarse a recogerlo. Ya no tenía manera de huir, mañana sería el día decisivo.

 

Suga no supo cómo hizo para dormir si su mente estuvo corriendo una maratón esa noche, quizás se agotó de tanto pensar y se apagó de repente. Eso podía explicar la hora tan brillante a la que se levantó, porque no era para nada normal para él rozar al mediodía en su primer abrir de ojos. Suerte que era domingo y que sus padres no eran de los que se enojaban por esas demostraciones de pereza. Por más que su estómago reclamara comida, decidió bañarse primero porque sentía que no le alcanzaría el tiempo si lo dejaba para después. Desayunó y almorzó a la vez.

 

Ya era la una para cuando terminó, fue entonces que se dignó a revisar su celular que había dejado olvidado desde su última respuesta a Daichi. Por suerte, él no le había enviado más nada y los pocos mensajes pendientes eran de chats grupales. Estaba tan nervioso; de no haber sido porque su madre lo mandó a comprar al supermercado —algo común de los días donde despertaba tarde—, no se creía capaz de hacer o pensar en otra cosa hasta que llegara la hora.

 

Para no quedar en un estado de suspensión, se tomó su tiempo —mas no demasiado— en la diligencia; así, solo regresó a casa para guardar lo adquirido y de inmediato salió a la plaza. Aún faltaban unos diez minutos para las tres, por lo que se sentó en un banco vacío a la vista del camino por el que llegaría Daichi.

 

Hacía un tiempo que no veía las flores igual que antes. Ni siquiera se salvaban las que eran consideradas malas hierbas que crecían arbitrariamente en casi cualquier sitio. Era imposible no imaginar cómo sería que una brotara en el interior de alguien y por qué razón lo haría. ¿Qué significados cargaba? ¿Cuánto costaría expulsarla? ¿Daichi tosería una? ¿Qué tanto había cambiado su percepción de las flores, siendo quien sufría por ellas?

 

Arrancó un diente de león que estaba casi a sus pies con cuidado de que su fuerza no lo deshiciera. Había plantas a las que se les atribuían ciertas costumbres más bien supersticiosas, como el juego de «Me quiere, no me quiere» de las margaritas y la buena suerte de hallar un trébol de cuatro hojas. Recordaba que el pompón blanco que sostenía por el tallo era similar a la llama de una vela en un pastel de cumpleaños: al soplarlo, depositaba sus deseos en lo que el aire se llevaría. Solo por eliminar parte de la tensión que había acumulado en su espera, colocó la flor a la altura de su boca, cerró los ojos y susurró:

 

—Que podamos seguir siendo amigos después de hoy.

 

Y sopló. Al abrir los ojos se encontró con un centro vacío en la punta del tallo y un montón de partículas blancas flotando delante de él. Era relajante verlas volar, sin importar que muchas no llegaron tan lejos. ¿La distancia recorrida por cada una estaría relacionada a las probabilidades de que su deseo se cumpliera?

 

—¿Estás bien? Te ves nostálgico. —Escuchó a su izquierda, haciéndole sobresaltar. Le dio un golpe en la pierna por el susto; él solo rio un poco—. Lo siento, no creí que estuvieras así de concentrado.

 

—Siéntate. —Dio dos palmaditas al espacio a su lado en el banco.

 

—Creí que querías caminar —dijo mientras tomó asiento en el lugar indicado.

 

—No, solo quiero hablar. Necesito hablar —corrigió.

 

—¿De qué?

 

—Será bastante rápido, quizás estemos en nuestras casas en menos de quince minutos, solo que es algo que debe decirse cara a cara. —Sus latidos empezaban a descontrolarse, esta vez seguro de que no era por cuánto le encantaba cuando Daichi enrollaba las mangas de una camiseta hasta los hombros, sino por los nervios anticipados de lo que diría. Él trataba de mantener su expresión tranquila, trataba; Suga podía notar un ligero movimiento consternado de cejas.

 

—¿Qué tan serio es?

 

—Depende. —Jugaba con el tallo entre sus dedos—. Desde que te dije que puedes contarme lo que sea que te preocupe he estado pensando en esto, porque no tenía derecho de decirte algo así si yo no hago lo mismo contigo. —Finalmente, Daichi frunció el ceño—. Esto es algo que llevo dos años escondiendo, eres el primero al que se lo confesaré. —Apartó la mirada. El tallo no resistió más, partiéndose entre sus pulgares. Dejó caer una mitad, quedándose con la otra—. No sé cómo irás a reaccionar…

 

—Suga —interrumpió. Volteó a verlo; tenía una pequeña sonrisa—. Puedes decírmelo.

 

Respiró profundo.

 

—Soy bisexual.

 

Los ojos casi redondos bajo cejas alzadas eran una de las posibles reacciones esperadas. Sin embargo, en ese instante le importaba más lo que saldría de su boca, por lo que eso era en lo que más se estaba fijando. Sus labios estuvieron inmóviles por una eternidad equivalente a un par de segundos, supuso, antes de entreabrirse. ¿Qué harían? Suga se impacientaba, enloquecería si no obtenía una respuesta clara pronto. Sin indicios de alguna mueca o sonrisa por aparecer, su inmovilidad superó a su autocontrol.

 

—¿Me escuchaste? ¡Di algo!

 

—Sí, sí. Es que esa no me la esperaba. —La incredulidad, no sabía si buena o mala, aún lo dominaba.

 

—¿Quién lo haría? —Botó lo que restaba del tallo del diente de león—. Si estás pensando en una manera bonita de admitir que te desagrada, ahórrate el esfuerzo. Di lo que se te ocurra.

 

—No estoy disgustado —negó de inmediato y firme. Se acomodó para darle la cara con más facilidad—. De hecho, me alegra que me lo hayas dicho.

 

—¿En serio? —La sonrisa de Daichi no debió dejarle dudas, era sincera, solo que Suga tampoco esperaba esa respuesta.

 

—Sí —asintió. Llevó una mano al pecho por unos segundos; lo ignoró cuando la descendió sin cambiar la cara.

 

—Entonces, ¿estás bien con esto?

 

—Claro. ¿Creíste que iba a odiarte por esto? —Suga solo logró encogerse de hombros—. Ven acá, sigues tenso. —Hizo señas con sus dedos y brazos abiertos. Estar en público lo hizo dudar, pero Daichi no trastabilló al abrazarlo, así que le devolvió el gesto—. Si algo cambiará, es que ahora siento que somos más cercanos.

 

—¿A qué te refieres?

 

—Dijiste que soy el primero, ¿no? Esto prueba cuánto confías en mí. De verdad estoy muy feliz.

 

—Yo también —murmuró. Estaba aliviado, pero lo bien que se sentía estar envuelto en sus brazos era preocupante. Por si fuera poco, sus palabras también alborotaron a sus latidos.

 

Daichi no agregó más sobre el tema. Su deseo se hizo realidad, sin embargo, se sentía derrotado. Su confesión tuvo varios motivos: necesitaba serle honesto y que alguien lo supiera, descubrir si la situación de su amigo era parecida y determinar qué hacer con sus emociones según su reacción. Si era negativa, pudo ser sencillo —aunque doloroso— deshacerse de ellas. Si era positiva, habría dos divisiones: una en la que solo lo aceptaba y otra en la que él también confesase algo por el estilo. Planeaba seguir bloqueando cualquier signo de atracción hasta su desaparición en el primer caso, liberarlos si era el segundo; y a pesar de que el primer escenario positivo fue el ganador, Suga no creía seguir el plan.

 

De no ser heterosexual, ese habría sido el mejor momento para que se lo confesara, ¿no? Que se limitara a animarlo decía mucho. Estaba enamorado de una mujer como cualquier chico promedio, nunca podría corresponderle. O tal vez no debía ser tan extremista y lo correcto sería pensar que lo confesaría luego, pero estaría convencido de lo otro hasta que se demostrara lo contrario.

 

Cuando se despedían, Daichi tosió un montón de pétalos blancos con amarillo y una flor entera con el mismo patrón. Reconoció que eran jazmines, aun así, no quiso averiguar su significado. Ya no necesitaba saberlo si sus presentimientos no eran más que eso, ideas creadas por las sensaciones que intentó suprimir en esos dos años, pero que ya eran tan fuertes que lograron escapar de su trampa. Suga no necesitaba darles más energía a los sentimientos que de por sí ya eran imparables.

 

Su método de freno de emociones funcionó hasta aquel día. A diferencia de lo que esperaba, la suspensión de sus medidas preventivas no fue voluntaria, sino provocada por su colapso al ocultar más de lo que podía contener. Si de verdad no era él a quien amaba, Suga estaba a punto de comenzar a enamorarse sin remedio de un amigo que nunca pensaría en él como algo más que su mejor confidente.


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