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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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«Jazmín blanco y amarillo: comienza a quererme, yo seré todo tuyo».

 

Si Suga buscaba ese significado, quedaría completamente al descubierto. Había surgido demasiado rápido en él, porque calculaba menos de media hora entre la confesión y el momento en que se despidieron. O la segunda fase era muy impredecible con los tiempos, o fue el efecto de estar tan cerca de él por todo ese rato. Fuera el caso que fuera, Daichi radiaba felicidad. ¡Podía curarse de la mejor manera! Cerró el libro y se desplomó en su cama, una pequeña sonrisa aún en sus labios.

 

Nombraría a Nishinoya el adivino del amor, porque había acertado dos de dos casos inesperados. Tal vez no corriera la misma suerte con Kiyoko, pero podría ser producto de no ir tan en serio con ella por también ser el interés amoroso de Tanaka; su trabajo se limitaba a detectar los sentimientos, no los originaba.

 

No tenía idea de cómo hizo para solo sonreír en el momento de la confesión, porque la ocasión estaba como para ponerse de pie, levantar los brazos y gritar victoria a todo pulmón. Había descubierto el alcance amplio de su autocontrol esa tarde. Cuando Suga le envió el mensaje sobre el encuentro, de verdad creyó que solo sería una salida cualquiera porque tenía ganas de dar una vuelta en compañía de alguien. Al verlo sentado y contemplando los restos de un diente de león llegó a preocuparse, sin importar lo hermoso que lucía sumergido en su propio mundo. Su seria introducción lo dejó sin saber qué esperar, por lo que la revelación fue una enorme sorpresa que lo paralizó por unos segundos. Quizás fue extraño mostrarse tan feliz, ¡pero tenía sus motivos!

 

Aun si le había asegurado que no había problema alguno con su sexualidad, Suga estaba tan intranquilo que no pudo soportarlo; tenía que hacer algo al respecto. No podía decirle sobre la suya —eso lo habría delatado, prácticamente—, por lo que recurrió a lo físico: un abrazo que también sirvió para calmar su propia emoción desbordante. Rodearlo con sus brazos se sentía tan agradable, tan revitalizante, tan correcto. Se olvidó de que estaban en una plaza, era lo de menos. Su misión era convencerlo de que todo estaba bien entre ellos, el resto no tenía importancia.

 

Quiso hacer tantas cosas durante el abrazo. Pudo acariciar su cabello o su espalda, girar la cabeza y darle un beso en la sien, decirle palabras bonitas al oído; pero debía reservarlas, no aprovecharse. Ya tendría tiempo de demostrarle poco a poco por quién esperaba.

 

Era un poco difícil contener su felicidad para no dar explicaciones, porque no era como si pudiera decirle a alguien más por qué sonreía así. Esperaba que ese fuera el primer abrazo de muchos en los que trataría de transmitirle sus sentimientos. Si tan solo tuviera más oportunidades de hacerlo, sería un deleite enamorarlo de esa manera; envueltos sin mezclarse en una burbuja de calma creciente. Pasó casi todo el resto del día encerrado en su habitación; su madre sabía que había visto a Suga esa tarde, así que podía intuir por qué estaba tan contento, y tampoco quería importunar a su padre si llegaba a escuchar algo de eso; podía ser problemático si llegaba a sospechar de Suga como el sujeto de su amor al no haber cómo negarlo.

 

Los siguientes días no tuvieron nada de especial. Era una semana relajada por ser la última antes de las vacaciones de verano, casi todas las asignaciones eran pautadas para cuando se reintegraran. En cuanto al club, aún había ese roce entre Hinata y Kageyama que no permitía que todo fluyera con calma, pero el resto se contagió de ganas de evolucionar. Cada quien buscaba mejorar sus habilidades; algunos por su cuenta, otros lo hacían en conjunto. Daichi se unió al grupo más grande, ese del ataque sincronizado en el que participaba Suga. Si perfeccionaban esa técnica, ganaría más tiempo en la cancha, algo que deseaba para su último torneo.

 

Las flores fueron repetitivas: los mismos jazmines y el mismo iris blanco llovieron en casa y en clases. Una vez en especial tuvo que levantar la mano y señalar a la puerta con ella en medio de la lección de Inglés para indicar que necesitaba salir, pues la otra estaba ocupada obstruyendo la caída de los pétalos que tosió en un solo intento. La fase de floración de verdad era un fastidio con la cantidad de flores, las veces al día ilimitadas y el tiempo tan variable de crecimiento.

 

En general, dudaba que su alegría se fuera por un tiempo, pero había algo raro en Suga que provocó incertidumbre en él. No sonreía como siempre. ¿Aún se sentía inseguro? Daichi creía entender su posición, después de todo, pasaba por algo similar; así que no tardó en apartar el camino de vuelta a casa del miércoles para conversarlo.

 

—¿Por qué estás comprando dos? —Suga preguntó al Daichi detenerse en una máquina expendedora y marcar dos veces el mismo jugo—. ¿Tanta sed tienes?

 

—No. —Recogió ambas botellas, una en cada mano. Extendió la derecha hacia Suga.

 

—¿Para mí? —Se señaló a sí mismo con un dedo. Daichi asintió—. Tengo para pagarlo. —Comenzó a buscar monedas en sus bolsillos.

 

—Por eso no te avisé. —Suga detuvo su búsqueda—. Lo compré para ti, no aceptaré que me pagues.

 

—¿Y eso? —Sacó las manos de los bolsillos para tomar la botella. Una pequeña sonrisa apareció.

 

—Pensé que una sorpresa te animaría.  —Se encogió de hombros. Suga soltó una risilla.

 

—¿Te diste cuenta?

 

—Es fácil saber cuándo piensas demasiado en algo.

 

—Supongo que puedo contártelo. No creí tener tanta suerte con la primera persona a la que le confesara mi sexualidad, así que ahora me da miedo destruir esa felicidad si la segunda no se lo toma bien.

 

—Oh. —No podía decirlo, pero lo entendía. Ese miedo al rechazo fue el que le impidió contárselo a alguien más que a su madre por un año entero—. Lo imagino. ¿Ya has pensado en alguien?

 

—Mis padres deberían ser los siguientes.

 

—¿Los dos a la vez?

 

—Me parece lo correcto. —Admiraría su valor si así lo hacía—. Pero eso es lo que me da miedo. ¿Y si alguno de ellos reacciona mal o los dos al mismo tiempo?

 

—El que reaccione bien puede calmar al otro. —Esa había sido su experiencia, en parte. Luego de unos días de haberle confesado sus gustos a su padre, supo que su mamá había intervenido antes indirectamente, preparándolo para la posibilidad de que su hijo fuese gay. No evitó una respuesta negativa, pero sí una más agresiva.

 

—¿Tú crees?

 

—Así funcionan los padres cuando están en desacuerdo sobre algo tuyo. Mi mamá ha ayudado a que mi papá entienda mi posición frente al hanahaki, así que ese problema ha mejorado un poco.

 

—No es lo mismo.

 

—No puedo darte un mejor ejemplo. No creo que tus padres se lo tomen mal, parecen ser del tipo de mente abierta.

 

—Lo son, pero no sé hasta qué punto en este caso —suspiró—. ¿Y si son de los que aparentan serlo y luego lo rechazan si pasa en su familia?

 

—No lo creo, aunque es cierto que no puedes descartar esa opción. —Y de nuevo, Suga pensaba muchos más detalles que él—. ¿Los has oído hacer comentarios de ese estilo?

 

—No, solo sé que a mi mamá no le molestaría que tuviera un amigo así.

 

—¿No? —Daichi elevó las cejas. Si todo salía mal, al menos sabía que no se ganaría su repudio—. Acepta casos bastante cercanos, es una buena señal.

 

—Tal vez. ¿Crees que sea buena idea?

 

—Si no estás seguro, puedes tantear el camino.

 

—Será después del campamento, no quiero arriesgarme a que me prohíban ir por eso.

 

—A menos de una semana de ir de nuevo a Tokio, sí, haría lo mismo. —Esa misma idea fue la que lo hizo confesar diez días antes—. O, si quieres ganar más confianza, dile a alguien más que sepas que lo va a aceptar.

 

—Ajá, ¿y sé de alguien más que lo acepte? —Suga arqueó una ceja.

 

—No creo que Asahi tenga algún problema con eso —contestó sin mucha certeza, por si acaso. Podía ser sospechoso que supiera tanto.

 

—No pienso contarle a más nadie antes que a mis padres, de todos modos. Me basta con un solo amigo si tengo que ir a llorar a casa de alguien más.

 

—¡Suga! —Daichi rio por lo bajo—. Se supone que no es gracioso.

 

—Pero reíste —canturreó.

 

—Ahora en serio, no creo que te vaya tan mal. Espero que no te haga falta huir, pero siempre estaré ahí con los brazos abiertos si necesitas un abrazo.

 

—¿De verdad estás bien con esa cercanía?

 

—¿Abrazarte en la plaza no fue suficiente demostración?

 

Suga sonrió.

 

—Quiero abrazarte ahora.

 

—¿Para probarme o porque quieres?

 

—Ambas.

 

Daichi echó un rápido vistazo a sus alrededores. Ya caminaban por la zona residencial, por lo que no había otras personas cerca a esa hora.

 

—Hazlo.

 

—¿En serio? —Fue el turno de Suga de ver a los lados.

 

—Cumple tu palabra y no te quedes con las ganas. —Mostró una sonrisa juguetona.

 

—¿No serás tú el que tiene ganas? —bromeó con la misma sonrisa.

 

—¿Me quieres abrazar o no? —Entrecerró los ojos. Eso estuvo muy cerca. A veces sentía que Suga sabía de su inmunidad a sus ataques de enojo y abusaba de ese privilegio.

 

—Ya pasó el momento, pero supongo que estará bien con esto. —Pasó un brazo por sus hombros.

 

Podía conformarse con eso. De hecho, no tendría problemas caminando así lo que les restaba para separarse. Era un peso cómodo detrás del cuello, una proximidad no tan íntima e igualmente satisfactoria de la que podía disfrutar sin sentirse a punto de ser descubierto. Debía de ser reconfortante en días más fríos. En un atardecer más cálido como el de esa vez, solo aceleraba a su corazón con sutileza, dándole un ritmo no tan retumbante como otras acciones. También estaba ese extraño revoloteo en su pecho que ascendía a su garganta en solo segundos, una sensación frecuente desde la floración y que ahora apodaría como «arruina momentos», porque no era más que el aviso de que iba a toser.

 

Suga descendió el brazo, de modo que su mano quedase quieta en la espalda de Daichi en cuanto comenzó a expulsar las flores.

 

—¿Ahora solo toses jazmines? —La tos le impidió responder, pero tampoco planeaba hacerlo—. Es una suerte que salgan sin esfuerzo. ¿Sabes? Creo que sería buena idea que trajeras una bolsa contigo por si toses en la calle.

 

—¿Y toser en ella como si vomitara? —Alcanzó a decir antes de continuar.

 

—¡Exacto! Antes era más fácil que no se te cayeran de las manos y las escondieras en los bolsillos, pero ahora toses por montones y pasa esto. —Señaló varios pétalos desperdigados por la acera.

 

—Buena idea —habló contra su mano, esperando toser una vez más. Cuando no salió otra, respiró profundo y vio su palma.

 

—Retiro lo dicho, hay algo verde en tu mano.

 

—Nunca creí que la primera vez que encontraría un trébol de cuatro hojas sería porque lo tosí.

 

—¡¿Te creció un trébol de cuatro hojas?! —Suga exclamó mientras se acercó para detallarlo—. ¡Daichi, quizás la suerte está llegando a ti! ¡Guárdalo!

 

—Lo haré solo porque dudo volver a ver uno, pero tendría que ignorar que salió de mí para no incomodarme…

 

—¡Tiene que ser un buen augurio! ¿Qué otra cosa podría ser un trébol de cuatro hojas si no es buena suerte?

 

—Suerte en otras cosas, porque los demás pétalos se fueron volando. —Daichi volteó hacia su espalda, donde la acera estaba decorada por los restos de los jazmines que el viento empujó sin orden alguno.

 

—Ah… —Soltó al comprobarlo—. ¿Vas a recoger eso? —No había mucho ánimo en su voz.

 

—Se vería muy extraño —contestó con el mismo tono.

 

—Además, son flores, no las consideraría contaminación.

 

—Sí, yo tampoco.

 

—Vámonos antes de que alguien venga. —Empujó a Daichi por la espalda suavemente hasta que comenzó a caminar.

 

—Me quedaré con la bolsa de los bollos de carne a partir de ahora. —Suga rio con ese comentario.

 

Con el trébol y el par de pétalos de jazmín que no escaparon en su mano, el resto del camino se dio sin más conversaciones ni contacto. En el cruce donde se separaban, Suga le dio las gracias que había olvidado por el jugo antes de despedirse.

 

En los últimos días, Daichi había aprendido a diferenciar algunos tipos de silencio. Cuando él y Suga se quedaban callados durante el trayecto, nunca hacía falta rellenar ese espacio vacío. Era capaz de decir que, si por algo podían estar tranquilos sin intercambiar palabras, era por la comodidad que había entre ambos. Solo saber que el otro estaba abierto a cualquier conversación que viniera era suficiente para evadir la ansiedad de hablar. En cambio, durante el corto trayecto sin él, un ambiente solitario se instalaba a su alrededor. Era soportable, podía estar así sin quejarse ni entristecerse, pero ese silencio sí le daba ganas de destruirlo. Por supuesto, la primera persona que aparecía en su mente para ayudarle a distraerse era el chico con el lunar junto al ojo izquierdo. Cada mañana y cada tarde podía comprobarlo.

 

Después de desechar los pétalos y dejar el trébol de cuatro hojas en un lugar seguro de su escritorio, Daichi se acostó en su cama a esperar la cena. Tenía un mensaje sin leer en su celular de hacía pocos minutos. Era de Suga, y le llamó la atención su longitud.

 

«Siento haber estado raro estos días. Se debe un poco a que aún me sorprende que nada cambiara entre nosotros, también, ¡pero ya me quedó claro que seguiremos igual que siempre! No pensaré más en estas cosas hasta después del campamento, no te preocupes por mí».

 

¿Suga estaba tan abrumado por su aceptación? Daichi sonrió ligeramente y escribió su respuesta:

 

«Recuerda que puedes contarme lo que sea si necesitas que alguien te escuche… o lea». Dolería si llegaba a contarle de alguien que comenzaba a gustarle y no era él, pero sería todo oídos —u ojos— en cualquier caso.

 

«Puedes golpearme como a Asahi si vuelvo a ponerme así antes de eso». Rio al leerlo. ¿Era tan obvio que nunca le pegaba que le escribía algo similar a un permiso para hacerlo?

 

«Estarías pensando en cosas importantes, no te golpearía por eso».

 

No hubo una respuesta inmediata, por lo que Daichi se sumergió en sus pensamientos. Ahora que sabía que confesárselo a sus padres estaba en los planes del armador, no hacía más que desearle la mejor de las suertes para que no tuviera que pasar por lo mismo que él con su papá o algo peor. Era consciente de que era imposible que nunca experimentara el rechazo, pero quería más del Suga incrédulo por el apoyo recibido y mucho más si era de parte de sus progenitores, una de las mayores fuentes de confianza. Si alguien necesitaba el trébol de cuatro hojas a corto plazo, era él.

 

Varias preguntas aparecieron con eso. ¿De verdad era por la buena suerte? ¿De quién sería esa buena suerte si él lo tosió? No sabía si era un buen augurio en el amor o si había surgido de sus deseos por el bienestar de Suga. La incertidumbre pudo con él, por lo que buscó al tan conocido amuleto verde en el libro. Recordaba que había una sección especial para unas escasas plantas sin flores y algunas hojas que por separado también transmitían algún significado, solo que nunca la había revisado.

 

Las primeras eran las hojas del gladiolo junto a una señal de peligro, pues eran sinónimo de muerte y, por lo tanto, aparecían en la etapa final del hanahaki. Justo después estaba el trébol de cuatro hojas. Daichi esperaba hallar una explicación sobre de quién era la suerte, sin embargo, un corto mensaje ocupaba su lugar: «Sé mío». Sintió calor concentrado en sus mejillas y agradecimiento por la fuerte asociación de la planta con la fortuna; nadie preguntaría qué quería decir un trébol como ese. ¿Tal vez esa era su suerte?

 

—¡Daichi, la cena está lista! —Escuchó el aviso de su madre.

 

—¡Ya voy! —Necesitaba unos segundos para recuperarse de esa sorpresa.

 

En ningún momento se le había cruzado un pensamiento posesivo como ese, aunque podía tratarse de un deseo inconsciente. Fue inesperado, porque había memorizado algunas de las flores alegres basándose en sus emociones de los últimos tres días y, en cambio, escupió algo que jamás se le habría ocurrido. Daichi se preguntaba si algún día dejaría de asombrarse por los significados de lo que salía de su interior.

 

Ahora que sabía que Suga estaba a su alcance, sus sentimientos no eran los únicos que se atrevían a ser más explícitos en sus acciones. La enfermedad parecía ser más exacta con los significados de lo que crecía en sus pulmones, haciéndolo sentir más expuesto. De verdad era una suerte que nadie se imaginaría lo que ocultaban los tréboles y que todos se quedarían con lo que las supersticiones hacían creer.

 

Con lo cerca que estaba la continuación del campamento en Tokio, que alguien lo atrapara en pleno ataque de tos ya no era lo más preocupante. ¿Qué sería de él y el aceleramiento de las flores estando toda una semana sin separarse de Suga?


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