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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Daichi se recuperó a tiempo para participar en los últimos dos sets del día. Varios miembros del club alegaron estar tan preocupados por la tardanza que estaban a punto de ir a visitarlo en la enfermería. Tuvo que inventarse los síntomas de su supuesto golpe de calor para quienes pidieron la historia completa; por suerte, no le dio chance de entrar en detalles por el inicio de la siguiente ronda. Sin embargo, Nekoma era el contrincante, por desgracia. En el momento que se encontró cara a cara con Kuroo en la línea frontal, el chico que no entendía cómo veía bien a través de su flequillo demostró por qué lo llamaban provocador.

 

—Quiero jugar todo este set contra ti, así que no te nos desmayes de nuevo, Sawamura.

 

—No me desmayé antes. —Entrecerró los ojos.

 

—Casi. —Se encogió de hombros—. Mira que para que te dé un golpe de calor en el lugar escogido por ser el más fresco…

 

El silbato los interrumpió. ¡Cómo quería que Yamamoto fallase el saque y diera con la cabeza de Kuroo!

 

No hubo oportunidad alguna de vengarse. Ningún balón lo golpeó por sorpresa y perdieron el set. No extrañó aplaudir y dar la señal de inicio de la carrera cuesta arriba. Los sets acabaron sin más cambios que el aumento de su número de derrotas en las estadísticas del campamento.

 

Un rato más tarde, cuando quedaba casi nadie en el gimnasio, Daichi salió con Suga y se sentaron en el nacimiento de la loma, de modo que podían apoyar la espalda del suelo y ver el cielo recién estrellado sin quedar del todo acostados. Pensó que si tan solo hubiesen estado un poco más cerca, habría sido como el final de una cita de picnic, donde inventarían constelaciones por su poca memoria en ellas y el aire más frío los incitaría a reducir la distancia entre ambos. Botó la idea de su cabeza por miedo a que se transfiriera de algún modo a la de Suga y lo soñase.

 

—¿Cómo fue tu sueño, exactamente? —El tema aún le llamaba la atención. En todo el tiempo que llevaban siendo amigos, nunca había oído que predijera algo mientras dormía.

 

—Terminamos de jugar un set, tardaste en recuperar el suficiente aliento para salir, te desmayabas casi en la cima de la loma y por poco no rodaste hasta abajo. Creo que Yamaguchi te salvó de esa.

 

—¿Yamaguchi? —Arqueó una ceja y casi rio.

 

—Era el que estaba detrás de ti, casi se tropieza contigo. Yo estaba al lado.

 

—Al menos reaccionó y no me terminó de matar con una patada accidental. —Trataba de aguantar la risa. En su imaginación se había formado una caída colectiva en cadena por su culpa.

 

—Puede sonar gracioso, ¡pero no lo fue en el sueño! El realismo fue tanto que ya pudiste ver cuánto me preocupé.

 

—Gracias por evitar que ocurriera. Avísame cuando sueñes conmigo, ¿sí?

 

—¿Sin importar lo que sea?

 

—Y más si crees que podría suceder.

 

—De acuerdo. —Suga mostró una pequeña sonrisa, luego volteó a ver el cielo.

 

A Daichi le hubiese gustado mirarlo con su sutil sonrisa y el tenue brillo nocturno en su perfil, mas no donde podía ser descubierto. Optó por disfrutar el confortable silencio mientras veía estrellas sin contarlas.

 

—¡Daichi-san, Suga-san! —Un grito tan estruendoso no podía ser de otra persona más que Nishinoya. Qué corta fue la calma.

 

—¿Ya terminaste de practicar por hoy? —Suga le preguntó.

 

—¡El hambre llama! —exclamó. Para lo siguiente, se acercó hasta estar parado entre las piernas de ambos y habló más bajo—: Pero vine a preguntarle a Daichi-san si lo de hace rato en realidad fue por la enfermedad.

 

—Ah, sí. Fue idea del entrenador encubrirlo como un golpe de calor.

 

—¿Fue solo la debilidad o también hubo flores?

 

—Tres flores pequeñas, no fue la gran cosa. —Por un momento había olvidado que Nishinoya conocía más detalles que casi todos los demás, por lo que debía saber de los síntomas por fase.

 

—¿No tenías que hacerte un examen de sangre cuando eso pasara? —Suga recordó.

 

—Sí, pero lo de hoy pudo ser provocado por el esfuerzo. Me sentí bien al poco tiempo, supongo que no hacía falta. Si hubiese sido peor o si hubiese tosido tres flores distintas, ahí sí habría sido necesario.

 

—No sé cómo lo harás, ¡pero debes aguantar el resto del campamento! No volverán a creer en otro golpe de calor o en cualquier otra excusa; sabrán que algo te pasa, Daichi-san.

 

—No es como si pudiera suprimir lo que siento hasta volver a Miyagi, y menos ahora que me salen flores que ni imaginaría. —Cruzó los brazos. Claro que sabía que debía tener muchísimo cuidado con mostrar signos de la enfermedad frente a todos, no era muy grato que se lo recalcaran.

 

Esa fue la primera noche que no le echó más que un vistazo a Suga durmiente por miedo a la telepatía involuntaria que ahora parecía poseer. Nunca imaginó lo peligroso que era ese poder en manos que no sabían manejarlo. Por lo menos fue recompensado en su propio sueño, donde vivió una versión más romántica del rato que estuvieron mirando al cielo. Daichi deseaba que algún día se hiciera realidad una cita así.

 

Las cosas mejoraron para el equipo en el tercer día. Las nuevas técnicas por fin daban frutos y ya se veía la cohesión entre los jugadores; incluso se saltaron un castigo por primera vez. Por precaución, se quedó en la banca en varios sets. A pesar de su participación menor a la habitual, nadie sospechó de sus descansos por creer que eran para probar otras combinaciones. Fue una jornada más tranquila y animada para Karasuno, hasta Tsukishima lucía motivado —gracias, quien fuera que logró esa hazaña—; solo hubo una corta discusión que inició Hinata, pero nada muy grave como para arruinar el ambiente.

 

Donde sí tuvo la oportunidad de observar a Suga fue durante la práctica libre. Era algo atrevido de su parte, pero podía excusarse con que evaluaba qué tanto habían mejorado sus remates; además, todos estaban bastante enfocados en sus trabajos como para fijarse en quién tenía la vista más clavada. Aunque no eran tan fuertes como los de Tanaka, le encantaría que él marcase un punto en un partido oficial con el arma que perfeccionaba. Nishinoya le envió un par de miradas cómplices una vez que paró a beber agua de su termo y otra justo antes de salir del gimnasio; esperaba que fuese el único en darse cuenta de lo que hacía.

 

Nada se comparó al dolor de cabeza que fue el cuarto día del campamento. Si bien ya daban más pelea en los sets, de vez en cuando, y más si saltaba muy alto, una pequeña punzada le molestaba en el pecho; nada conveniente cuando le tocaba bloquear. Llegaron a cambiarlo por el poco empeño que les ponía a los bloqueos —aunque el motivo confidencial era por preocupación por su bienestar—, y estando en la banca Suga le susurró sus preguntas:

 

—¿Te duele algo? —Daichi supuso que no fue específico por la cercanía de Yamaguchi, porque daba igual que Ennoshita escuchara algo de la enfermedad.

 

—Es como si algo rebotara aquí cuando salto. —Colocó una mano en la zona afectada.

 

—¿Qué te creció? —Sus ojos se agrandaron del espanto.

 

—Me preocupa. Lo que sea, debe salir pronto o no voy a poder jugar bien.

 

—¿No puedes forzar su salida?

 

—Lo dudo. Lo único que se me ocurre es esforzarme de más, pero sería peligroso. —También podía juntarse más a Suga para la aceleración del crecimiento, mas no podía revelarle eso.

 

—Sí, no hagas eso.

 

Para que le doliera el movimiento de lo que fuera que le había crecido, debía de ser algo de gran tamaño o muy suelto y compacto. Temía cualquiera de las opciones, pues podía ahogarse en ambos casos. Preferiría la primera porque existía la posibilidad de que saliera en partes y no entera, solo que eso significaría más tiempo tosiendo y más probabilidades de ser descubierto. Descartaba que fuese una planta espinosa, ya que el dolor no era agudo.

 

—¿Sabes? —Suga interrumpió sus suposiciones—. Es extraño estar en la banca contigo. Se siente como en los primeros días de primer año, ¿no lo crees?

 

—Es verdad, aunque hace dos años jamás habríamos imaginado estar en la banca en Tokio.

 

—Cierto. —Soltó una risilla.

 

Había tantas cosas que jamás hubiese imaginado hacía dos años. No sabía de la existencia de una enfermedad por el amor no correspondido, tampoco que no le gustaban las mujeres. ¿Cómo su yo de primer año iba a esperarse algo como padecer hanahaki por su mejor amigo? Todo era tan sencillo en ese entonces, cuando su única preocupación era el poco espíritu del club.

 

Si algo bueno podía sacar de sus ausencias en los sets, era el haber descubierto que necesitaban ejercitar su defensa. Con el riesgo de que algo así se repitiera durante el torneo, el equipo debía prepararse para no debilitarse ante un posible reemplazo de su capitán.

 

Tuvo que soportar la molestia por varios sets en los que evitaba bloquear. Los adversarios notaron esa tendencia y comenzaron a apuntar sus ataques hacia su dirección al saber que no serían detenidos; suerte que era bueno recibiendo o les habrían marcado demasiados puntos por su culpa. Eso no evitó que siguieran perdiendo casi siempre, sin embargo.

 

Fue durante el descanso después del almuerzo que el cosquilleo trepó a su garganta. Conversaba con Suga y Asahi en ese instante, por lo que no le hizo falta excusarse al salir corriendo al baño tan de repente. Comenzó a toser justo antes de la última esquina y llegó a arrepentirse de haber ido solo. Sentía como si le hubiese quedado comida atorada que solo bajaría con agua, sería difícil y doloroso escupir esa flor.

 

Lo primero que escapó fue una hoja muy verde y de varias puntas casi como púas que se le hizo familiar, mas no supo ubicar en el momento. ¡Por supuesto que una planta con semejantes hojas le molestaría en los pulmones! Pasadas varias tosiduras ruidosas —estar en un baño siempre daba la sensación de ser escandaloso—, algo pequeño golpeó su palma y rebotó de vuelta a su lengua. Extrañado, abrió la boca lo suficiente para sacar con sus dedos lo que fuera que se había posado ahí y alzó las cejas al ver que era un fruto rojo redondo. ¿Desde cuándo era posible? El tiempo no le permitió pensarlo, otro ataque de tos en el que solo disparaba más esferitas rojas y unas cuantas florecillas diminutas se apropió de él por varios segundos.

 

Una vez calmado, juntó las piezas como pudo. Había expulsado otra hoja puntiaguda que colocó de manera que apuntara al extremo opuesto de la primera. No sabía cómo organizar las florecillas, pero reconoció lo que era al recolectar los puntos rojos y soltarlos en la unión de las hojas. Se sorprendió, no sabía que los…

 

—¿Quién hacía tanto ruido? ¿Estás bien ya?

 

Daichi abrió los ojos a más no poder e inhaló sonoramente. Con el apuro de toser todo rápido para evitar un muy mal rato, olvidó meterse en uno de los cubículos. ¡Estaba armando la planta a plena vista sobre el lavamanos! Sin oportunidad alguna de huir, solo pudo darle la cara a quien había entrado.

 

—¿Sawamura? Con razón me había parecido verte correr hacia acá… —Sus palabras se cortaron de la nada, solo para cambiar su tema de conversación en menos de un segundo y señalar a la planta casi formada—. ¡Espera, ¿eso es un muérdago?! ¡¿Qué haces con un muérdago aquí?! Sabes que estamos en la estación opuesta a la Navidad, ¿no?

 

Una risa estomacal —¿se valía ese adjetivo para una risa?— tan irritante como esa no podía pertenecer a alguien más que a Kuroo. Daichi solo lo miró fijo con los ojos algo entrecerrados y una mueca a punto de aparecer en su boca.

 

—¿No pensarás hacer una broma para ver quiénes se besan de verdad? —Con las manos en la cadera, avanzó hasta casi pegar su codo del costado de Daichi—. Estaría buena, pero dudo que te vaya bien si te descubren, empezando con que la proporción entre hombres y mujeres aquí está muy dispareja. —Aún sin respuesta, se encogió de hombros—. No es que me importe.

 

¿Qué decirle? Lo único que le provocaba era ignorarlo e irse, solo que Kuroo parecía ser del tipo que no lo dejaría en paz hasta saber qué pasaba. Entonces, ¿le seguía la corriente con el juego del muérdago o le contaba la verdad? Por lo que dijo cuando entró al baño, lo había escuchado toser. Cualquiera que supiera del hanahaki se habría percatado de dónde había salido la planta, y este chico no parecía tener ni la menor idea. Explicarle sería alargar su charla porque presentía que le haría un largo interrogatorio escéptico, así que la opción más cómoda era mentirle.

 

—Bueno, pero primero contéstame. ¿Eras el que tosía hace un momento? ¿Qué fue eso?

 

—Me había ahogado con algo, pero ya estoy bien.

 

—¿Seguro? Porque tu voz está horrorosa. —Señaló su propia garganta.

 

—Por la misma tos.

 

—¿No habrás cogido un resfriado?

 

—Solo necesito agua.

 

—Hm. Así que, ¿cuál es la razón del muérdago?

 

—Ah, bueno…

 

—¡Ajá, así que aquí estabas! —Un portazo contra la pared y un grito que hizo eco irrumpieron la conversación.

 

Ambos voltearon de inmediato hacia la entrada del baño, aunque para ellos era muy obvio que se trataba de Bokuto.

 

—No tumbes la puerta, ni siquiera estás en tu escuela —recriminó Kuroo.

 

—¿Eso es todo lo que me vas a decir después de huir? —Cruzó los brazos—. ¡Era la final del concurso de vencidas! ¿No quieres enfrentarme? ¿Sabes que te voy a ganar y no quieres humillarte? —Inclinó la cabeza a un lado con cada pregunta.

 

—Idiota, el que se humillaría serías tú. Te estoy ahorrando molestias.

 

—Hm… —Alzó una ceja y frunció los labios mientras pensaba algo. Dirigió sus ojos amarillos hacia Daichi—. ¡Ya sé! ¡Que él sea el juez si no quieres tanto público! ¡La final será aquí mismo! —Se agachó lo suficiente para apoyar el codo de la superficie lisa entre lavamanos.

 

—¡Es un lugar muy incómodo, no!

 

—¡Admite que…!

 

¡Cállense! —Daichi se interpuso entre ambos con un manotazo en las costillas de cada uno. Lo único que el par emitió fue el respectivo quejido por el golpe inesperado—. Gracias.

 

—Podrías romperle una costilla a alguien, Sawamura —se quejó Kuroo, ambas manos en el punto dolorido. Una sola mirada de ceño fruncido bastó para enderezarlo y hacerle elevar las manos.

 

—¡Oh! —Ignorando la tensión frente a él, Bokuto exclamó con la vista en el muérdago—. ¿De dónde lo sacaron?

 

—No me preguntes a mí —comentó el más alto, aún con las manos al aire.

 

Daichi respiró profundo y exhaló lentamente por la boca. Estos dos eran un dúo nocivo para su paciencia.

 

—Es mío —admitió sin ganas.

 

—¿Por qué lo trajiste si no es Navidad? ¿Hay alguien que quieras besar y planeas…? —Bokuto tomó la punta de una de las hojas y la levantó. La decepción en su rostro cuando solo esa hoja quedó en sus dedos contrastaba con la extrañeza en la cara de Kuroo y el espanto en la de Daichi—. Hey, está roto.

 

—No es eso. —Kuroo recogió uno de los frutos rojos que cayeron por culpa del otro y lo apretó un poco—. Es real.

 

—¿Crecían muérdagos en Japón?

 

Las obvias miradas repletas de interrogaciones que recibió intimidaron a Daichi. Debió huir mientras discutían por su estúpida competencia de vencidas, pero se dejó llevar por la molestia de oírlos gritar tan de cerca en un sitio tan cerrado, olvidándose de su presencia. Se golpeó en su mente por no controlar sus instintos.

 

—¿Son comestibles? —preguntó Bokuto, quien había recogido el resto y lo examinaba.

 

—No tengo idea. —Lo único que podía hacer era seguirles la conversación.

 

—¿Por qué lo tienes, entonces?

 

Suspiró. La excusa de la tradición del muérdago era inservible por no ser artificial. Lo habían acorralado. Aunque eran personas en su lista de quienes no debían enterarse, no vería el final de la situación si no confesaba la verdad.

 

—Sonará muy loco, pero les juro que no les miento. —Miró a Kuroo—. Lo que me tenía atragantado era el muérdago. No lo traje, lo acabo de toser. —El único movimiento en ambos fue un parpadeo incrédulo—. Tengo una enfermedad que me hace toser flores… y casi toda la planta, a veces —agregó.

 

La cabeza de Bokuto se inclinó a un lado. El capitán de Nekoma tardó en reaccionar, y hubiese preferido que se quedara sin hacerlo, porque alguna vena debió de brotar en su frente al ver cómo se retorcía para contener su carcajada estomacal sin éxito.

 

—¡Esa sí fue una broma elaborada, Sawamura! ¡Me tomaste por sorpresa! ¡No sabía que fueras tan buen comediante, tan serio! —Llevó una de las manos que abrazaban su estómago a la boca, algo inútil con lo escandalosa que era su risa.

 

—¡Ah, ¿era broma?! —El otro acomodó el cuello.

 

—Es en serio. —Y por eso no quería decirles, era probable que no le creyeran—. Es hanahaki. Hace tres meses que la tengo.

 

—Para que tosas flores tienen que crecerte por dentro, ¿no? ¿Cómo pretendes que crea eso? —cuestionó Kuroo.

 

—¿Por qué traería un muérdago desarmado al baño?

 

—No te conozco lo suficiente para saber qué piensas.

 

—Yo creo que sí está diciendo la verdad —dijo Bokuto—. Creo que he oído de gente que se traga semillas y les crece un árbol en el estómago. ¿Es eso lo que tienes?

 

—No. Crecen en mis pulmones.

 

—¡¿Cómo respiras?! —preguntaron al unísono, solo que con distintos tonos. Uno fue preocupado, mientras que el otro fue casi burlesco.

 

—Estoy bien mientras no…

 

—Bokuto-san, Kuroo-san, sus gritos se escuchan en el pasillo. —¡¿Alguien más?! Daichi estaba al borde de un dolor de cabeza—. En unos minutos retomaremos la práctica, para que vayan al gimnasio.

 

—¡Ya vamos, Akaashi! —Bokuto se acercó al armador—. Ya que tú sabes mucho, ¿podrías decirnos si lo que dice Sawamura es cierto?

 

—Está bien.

 

Agradecía que él fuera la nueva persona en el baño, pues parecía ser la voz de la razón de Fukurodani, sin importar que eso significara esparcir aún más la noticia de su condición. Si todo salía bien y su impresión no era incorrecta, esto por fin acabaría.

 

—Lo que intento decirles es que este muérdago salió de mí porque tengo hanahaki.

 

Esa fue la primera vez que vio a Akaashi con los ojos tan abiertos, por más que su expresión habitual no hubiese cambiado demasiado.

 

—Bokuto-san, Kuroo-san, discúlpense con Sawamura-san. Dice la verdad.

 

—¡Yo sí le creí, Akaashi! —Bokuto reclamó con los hombros abajo, aparentemente afectado por la orden.

 

—¿De verdad? —Kuroo seguía escéptico—. ¿Qué explicación tiene?

 

—Es complicado para el tiempo que tenemos. En general, tose flores que crecen en sus pulmones. ¿Tiene oportunidad de curarse?

 

—Sí. —La calma regresaba a Daichi. Qué alivio que el menor supiera controlar a ese par de locos.

 

—Espero que le correspondan pronto. —Sonrió apenas, casi imperceptible. Luego volteó hacia los otros capitanes con una expresión más seria—. Es algo bastante delicado como para que no lo tomen en serio.

 

—¿Qué, es muy grave? —El más alto parecía empezar a asustarse.

 

—Si no se cura a tiempo, puede tener graves consecuencias; pero, si Sawamura-san cree que podrá hacerlo, habrá que confiar en su palabra. Ahora debemos volver al gimnasio si no quieren que nos castiguen a todos con una subida a la loma extra por llegar tarde.

 

—¡Está bien, está bien! —respondió Bokuto, a punto de salir.

 

—Mis disculpas por haber creído que bromeabas. —Kuroo le dio una palmada no tan fuerte en la espalda a Daichi, mas sí lo suficiente para hacerlo toser dos veces más—. ¡Ah, lo siento de nuevo!

 

Algo pinchaba su lengua. No fue necesario preguntarse qué era, conociendo la forma de las hojas que había escupido hacía unos minutos. Esa de seguro era una rezagada. Abrió la boca lo suficiente para extraerla y tirarla a la basura.

 

—¡Ah, tuvimos la demostración! —exclamó el de cabello grisáceo—. ¡¿Lo viste, Kuroo?!

 

—De verdad me disculpo, eso debe doler. —Hizo una mueca compasiva a la que no supo reaccionar adecuadamente. Lo irritaba en su rostro, pero entendía que no era malintencionada.

 

—Solo les pediré una cosa —avisó Daichi mientras envolvía el resto de la planta en papel higiénico para desecharla—. Por favor, hagan como si no hubiesen visto nada. No quiero que esto se sepa.

 

—De acuerdo —contestaron a la vez.

 

Qué tranquilidad lo invadió en el instante que puso un pie fuera de ese baño. Que tres personas casi desconocidas se enteraran de su enfermedad al mismo tiempo por un descuido de su parte fue una terrible experiencia; pudo haber sido mejor si tan solo dos de los chicos hubiesen sido otros más pasables. La intervención de Akaashi fue casi una bendición caída del cielo.

 

Se salvaron de atrasar la práctica por muy poco, pero Daichi no se ahorró el interrogatorio que exigía las razones de su demora. La versión extraoficial fue que no se había fijado en la carencia de papel en uno de los cubículos y tuvo que aguardar a que alguien más fuera al baño para que le pasara la cantidad requerida, de ahí que llegara a la vez que los otros. Se ganó un montón de burlas que no cesaron por el resto de la tarde; las prefería por encima de una realidad de la que no podía reírse.

 

—¿Qué era lo que te molestaba en la mañana? —preguntó Suga una vez que coincidieron en la banca.

 

—Un muérdago.

 

—¿Oh? —Arqueó una ceja y sonrió con picardía—. ¿Quieres ser besado? —canturreó.

 

—¿Para qué voy a mentir? Sí —admitió sin titubear.

 

—Bueno, si todo sale bien, lo serás en no más de unos meses.

 

—Eso espero. —Sonrió.

 

Tenía motivos para pensar que el muérdago significaría algo relacionado a un beso, pero también podía ser algo completamente inesperado como sucedió con el trébol de cuatro hojas. Por eso, cuando por fin pudo usar su celular ya entrada la noche, lo primero que hizo fue averiguarlo.

 

No se dejó engañar por la obviedad esta vez. A diferencia de lo que cualquiera creería, el muérdago representaba la superación de dificultades. Daichi lo consideraba adecuado para la situación de esos días, pues estaba relacionado con la evolución que Karasuno estaba a punto de alcanzar en el campamento. Hacía un tiempo que no tosía flores —plantas, porque esas florecillas milimétricas apenas se notaban— que pudiese asociar al equipo. Era un buen recordatorio de que, sin importar cuán fuertes fueran sus sentimientos por Suga, también había un espacio importante para todo lo que el voleibol le había dado. Que su amor entrara en ese combo, esa era una historia aparte.


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