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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Los deportistas nunca tenían vacaciones verdaderas. A pesar de que la pausa de las actividades escolares siguiera en pie, con las primeras preliminares a menos de dos semanas, el club de voleibol no podía permitirse descansar. Perfeccionar las técnicas recién dominadas en Tokio era el objetivo a corto plazo más importante, y no iban a lograrlo si tenían el día entero libre. Al menos se salvaban de madrugar porque se ahorraban la práctica matutina, aunque eso se traducía en entrenamientos intensivos en las tardes.

 

Daichi comenzó a considerarse un joven bastante saludable —dentro de lo posible con su padecimiento mortal sin resolver— al ver que ni tanta agitación provocaba un ataque de tos tan fuerte que lo debilitase. Suga decía que debía de ser por su estabilidad emocional; después de todo, el hanahaki se alimentaba principalmente de lo que sintiera con mayor fuerza o en lo más profundo aun si no se percataba de ello. Si no les daba suficiente abono a las flores, nunca llegarían a crecer tanto como para dejarlo sin energía.

 

Como todos los años, su madre se unió a un grupo de amigas para ayudar en la elaboración de las decoraciones para el Tanabata, por lo que se iba y regresaba de una casa vacía casi todas las tardes. En los dos años anteriores había lidiado con eso invitando a Suga y quizás a Asahi también a hacer lo que se les ocurriera, pero no se sentía con la suficiente confianza para seguir esa costumbre esta vez; ¿qué pensaría su padre si se enteraba? Por suerte, su amigo solo tardó dos días en darse cuenta de que debía voltear la tradición por alguna razón desconocida para él.

 

Apartando ese último detalle, creía que su semana no tendría nada de especial o diferente. Sí era extraño que su madre se rehusara a contarle cuál de las siete decoraciones típicas estaba armando, mas supuso que quería mantener el factor sorpresa en esa ocasión. Tampoco era muy habitual salir de paseo con casi todo el club después de las prácticas, algo que estar exentos de cualquier otro tipo de obligaciones hacía posible; sin embargo, entraba en lo que podía esperar.

 

«Hey, Sawamura, ustedes son específicamente de Sendai, ¿no?», recibió de parte de Kuroo el jueves por la noche.

 

«Sí, ¿por?».

 

«Eso quiere decir que su festival de Tanabata es en unos días». La ausencia de interrogación en el texto desconcertó a Daichi. ¿Por qué deseaba saber eso? Solo le envió otra afirmación, esperando que entendiera que necesitaba el motivo que lo llevó a consultarlo. «¿Cuándo son los fuegos artificiales?».

 

«El cinco».

 

«Te sonará muy poco original, pero… ¿qué tal si invitas a tu chica a verlos contigo?».

 

«Tu chica». No se había tomado la molestia de aclarar que en realidad era un chico; se limitaba a siempre mantener un lenguaje neutral que no se viera forzado. Si les prestaban la suficiente atención a sus mensajes, podrían inferirlo por sí solos, aunque dudaba que sucediera muy pronto.

 

«No pienso darle un beso justo cuando termine el espectáculo, si a eso te refieres».

 

«Tú eres el desesperado por afecto que pensó eso, Sawamura».

 

«No nos engañas, Manga Shoujo-kun~», Bokuto apareció antes de que pudiera pensar en una respuesta. «Quieres volver realidad una de esas historias, eh!!».

 

«Manga Shoujo-kun??????». Oh, no. Kuroo solía escribir bastante bien, pero descuidaba la limpieza del texto y exageraba con los signos y las mayúsculas cuando empezaba a discutir, o eso era lo que había aprendido en los días que llevaba el grupo andando. «No le daría un consejo sacado de un manga a alguien en una situación tan delicada como la de Sawamura». A pesar de la falta de emoticones, Daichi pudo imaginarse la expresión indignada que debió tener al escribir eso.

 

«Tú mismo advertiste que no era muy original, así que de algún lado sacaste la idea».

 

«¡Es completamente normal ver fuegos artificiales con alguien más!», agregó una cara de boca recta y ojos cerrados. «Sawamura, di algo».

 

«Admito que he pensado en ir juntos al festival, solo que no en el día exacto». Era la verdad. Primero quería preguntar qué días —u horas— estaban reservados para su familia, luego determinaría el mejor momento para encontrarse.

 

«¡Perfecto! Veo que no necesitas tanta ayuda», incluyó un guiño. «No sé cómo es el festival allá exactamente, pero diría que los días de los fuegos artificiales y el de los deseos en los tanzaku son tus mejores opciones».

 

«Eso se puede en cualquiera de los tres días, me has dejado casi igual», contestó más por fastidiarlo que por otra cosa.

 

«Que sea el mismo día de los fuegos artificiales, entonces».

 

«La inauguración con los fuegos artificiales es el día anterior al inicio del festival».

 

«¡ENTONCES SON CUATRO DÍAS, TÉCNICAMENTE!». Daichi rio por su aparente exasperación. El siguiente mensaje fue una larga risa —con emoticones incluidos para recalcar cuánta gracia le había causado— de Bokuto junto a algunos comentarios burlones. Cuando terminó de divertirse a costa de su amigo, fue quien retomó la conversación.

 

«Podrían hacer sus propios tanzaku juntos, si quieres algo distinto».

 

El silencio habría permanecido intacto en su habitación de no haber sido por los avisos de la invasión de emoticones sorprendidos de Kuroo. Ya no le prestaba tanta atención a lo que aparecía en la pantalla —tuvo la sensación de leer muchas expresiones de asombro y felicitaciones, pero no era posible percibir algo exacto de reojo—, sumergido por completo en las imágenes que su mente creaba.

 

Tal vez no era algo del todo —o en absoluto— romántico, sin embargo, era una buena idea para pasar tiempo juntos haciendo algo muy distinto a lo habitual. El material era fácil de conseguir —incluso podía pedirle a su madre que le trajera un poco de lo empleado en lo que fuera que estuviera construyendo con sus amigas—, de repente podrían hablar un poco sobre sus deseos sin delatarlos del todo e inevitablemente dirían en qué momento planeaban guindarlos en un bambú. ¡Sería la oportunidad más natural de quedar en ir juntos!

 

Una película entera había sido rodada en la cabeza de Daichi, quien ignoró los timbres y vibraciones del celular en su mano al dejarlo botado en su cama e ir a averiguar si podía hacerla real sin tanto presupuesto.

 

Trató de ser lo más disimulado y casual posible al preguntarle si podía darle una mínima parte de su material para elaborar algunos tanzaku, pero la intuición materna era algo invencible. De alguna manera entrevió sus intenciones y comenzó a hablarle de lo buena idea que era ir juntos al festival en cualquiera de sus días; incluso, se puso de acuerdo con él para escoger en qué momentos ir en familia a partir del rato que pasaría con Suga. Daichi reclamó que debía ser al revés, pero su madre no cambiaría de opinión al respecto.

 

—Solo no te ocupes al mediodía del lunes. A esa hora ya estará listo lo que estoy armando y quiero que lo veas. —Fue su única condición.

 

Cuando por fin volvió a hacerle caso a su celular, el número al lado de la barra del chat grupal de capitanes le provocó una mueca de fastidio. Lo abrió solo porque estaban tratando de ayudarlo poco antes de que lo ignorara, pero casi todos los mensajes nuevos eran protestas por su repentina desaparición. Solo envió que les avisaría el día siguiente qué había decidido, dejó el móvil abandonado sobre la mesita de noche y se acostó a dormir.

 

Al final de la última práctica de esa semana y ya lejos de los demás chicos que caminaban de vuelta a sus casas, Daichi puso en marcha el guion que había repasado unas cuantas veces en su cabeza desde la mañana:

 

—¿Recuerdas que te conté de la decoración que mi mamá está haciendo para el festival? —Suga solo asintió—. Bueno, llevó un poco del material a la casa y me dio unas cuantas hojas que sobran que puedo usar para armar lo que quiera. Como no soy muy bueno con el origami, se me ocurrió hacer los tanzaku de mis padres y el mío.

 

—Oh, me gusta esa idea —comentó—. Te ahorras unos cuantos gastos.

 

—Sí, pero igual seguirá sobrando papel. Solo somos tres, de todos modos. Así que, ¿qué tal si haces el tuyo y el de tu padres?

 

—Espera. —Requirió unos cuantos segundos de silencio en los que Daichi no le quitó la mirada de encima—. ¿Me vas a regalar la mitad?

 

—Me refería más a que los hicieras conmigo en mi casa mañana. —Eso fue mucho más directo de lo que había escrito en su libreto imaginario, aunque no era tan sorpresivo que las cosas no fueran tal cual como las pensó; eso era lo más seguro. Suga parpadeó y sus ojos permanecieron un poco más abiertos que de costumbre—. Sé que los tanzaku no son tan complicados, pero, en caso de que algo no nos salga bien, mi mamá estará en casa y podría ayudarnos.

 

—No expliques tanto, iba a aceptar desde el principio. —Le dio un codazo suave en las costillas. Había un deje de diversión en su voz—. ¿Qué más tienes planeado para el festival?

 

Esa pregunta se suponía que iba a formularla él. Supuso que desde ahí tocaría improvisar.

 

—No mucho. El lunes al mediodía iré a ver lo que sea que esté haciendo mi mamá y ya. Creo que también iré a ver los fuegos artificiales.

 

—¿Irás? ¡¿Quieres decir que irás al río Hirosegawa a verlos de cerca?! —Elevó las cejas.

 

—Sí. ¿Por qué tan sorprendido? —No pudo evitar una sonrisa pequeña. Suga se veía tan lindo con el asombro en su expresión.

 

—¡Siempre he querido ir!

 

—¿Nunca has ido?

 

—Siempre los veo de lejos. A mi mamá le da algo de miedo estar tan cerca de donde los lanzan y no es como si a mi papá le encanten lo suficiente para ir a verlos allá.

 

—Algunos años vamos allá. Mis padres no han dicho nada para ir, pero quiero hacerlo este año, no me importa si voy solo —Daichi volteó a verlo. A pesar de parecer neutral, tuvo la sensación de que los ojos de Suga imploraban inclusión—… o podrías preguntar si te dejan ir conmigo.

 

—¡Claro que me dejarán si es contigo! —Sonrió en grande.

 

—Bien, entonces ya tenemos algo más que hacer en el festival. —También sonrió, aunque sin separar los labios.

 

Le tocó controlar el impulso de tomar su mano cuando los nudillos de Suga rozaron los suyos por accidente justo después.

 

Llegó a casa contándole a su madre de los nuevos planes que había hecho para el fin de semana. Algo bueno de que su padre regresara del trabajo alrededor de una hora más tarde de la hora del fin de las prácticas era que podía conversar libremente sobre los temas referentes a su enamoramiento durante ese rato. También cumplió su promesa y contó sus logros en el grupo de capitanes. Recibió una mezcla de felicitaciones para él y para ellos mismos por ser «gurús de las citas». Daichi puso los ojos en blanco ante la fingida grandeza e iba a contrariarlos, pero prefirió dejar que se calmaran solos, sería más rápido.

 

Un poco antes de dormir esa noche, Daichi ordenó lo que necesitaría para elaborar los tanzaku en el escritorio de su habitación. Tosió unas pocas amapolas amarillas en el proceso; esta vez, el éxito era suyo.

 

Tuvo que reconocer que exageró al decir que su madre podría ayudarlos con los tanzaku si algo les salía mal, porque no había ni una parte donde fallar, a menos que fueran pésimos recortando o no supieran amarrar el lazo. No les tomó mucho tiempo terminarlos, por lo que pasaron la mayor parte de la visita conversando y unos cuantos minutos comiendo trozos de sandía que la mamá de Daichi les ofreció.

 

—¿Y si le haces uno a la persona? —Suga comentó en medio de la merienda.

 

—Ya sabe cómo hacerlos y tiene el suyo.

 

—Hm, entonces invítala a ir al festival contigo.

 

—Ya lo hice.

 

Suga inhaló sonoramente con la boca y ojos muy abiertos.

 

—¡Al fin estás tomando la iniciativa!

 

—¿Estás diciendo que no tengo iniciativa? —Arqueó una ceja.

 

—Bueno, es que siempre que te doy una idea no la has ni pensado.

 

—No exageres. —Entrecerró los ojos.

 

—¡Es verdad! —Soltó una risilla—. Me cuentas qué tal te va.

 

«Si tan solo supiera que sabrá cómo me fue por sí mismo».

 

—¿En qué día dejarás tu deseo? —preguntó Suga, señalando con un gesto de la cabeza a sus tanzaku.

 

—El martes iré con mis padres.

 

—¿También tienen la costumbre de dejarlos el siete?

 

—Se supone que ese es el día oficial, así que es el mejor para eso.

 

—Estoy de acuerdo. —Sonrió—. Ese será el día que use la yukata que compramos el domingo.

 

—También es el único día que usamos yukatas.

 

—Ah, hay familias con tradiciones parecidas —dijo con un tono casi cantado.

 

Cuando Suga se marchó con sus tres tanzaku correspondientes, Daichi supo que sería una larga espera hasta la noche siguiente. Era menos tiempo del que pasaban sin verse cuando no se encontraban durante el fin de semana después de la práctica del sábado, pero la naturaleza de esa salida —sin importar que solo él la sintiera así— le agregaba un peso especial. No la consideraba una cita porque no fue acordada así, mas era el primer plan que se le asemejaba lo suficiente para ponerlo nervioso y entusiasmado a la vez.

 

¿Por qué era tan complicado dormir la noche antes de un evento esperado? Una buena parte de las horas que debió pasar descansando las gastó imaginando cómo sería sentarse cerca del otro en la grama —o estar de pie en el camino, si no tenían suerte—, con el ruido de las demás personas hablando alrededor y del agua tranquila del río de fondo. ¿Qué sonrisa le mostraría al cielo oscuro y colorido? ¿Qué reacciones tendría frente a los brillantes colores ruidosos? Su mente se entretuvo en vez apagarse para dejarle soñar, por lo que se levantó mucho más tarde que de costumbre. Suerte que no tenía obligaciones en la mañana, aunque su padre le llamó la atención por la supuesta flojera.

 

Su tarde consistió en afinar los últimos detalles de su salida, desde si llevarían algo de comer y tomar —el espectáculo pirotécnico era un tantito largo— hasta la hora y sitio de encuentro, de modo que no tuvieran que moverse de su lugar una vez que consiguieran uno bueno ni arriesgarse a perderse porque uno se separara a comprar algo. Como extra, la madre de Suga lo invitó a cenar con ellos después como agradecimiento, pues sabía cuánto había querido ir su hijo a las orillas del río para admirar los fuegos artificiales de cerca.

 

Se reunieron a las seis para que les diera chance de llegar temprano a pie, pues la caminata desde sus casas era larga, mas no lo suficiente para ser extenuante. Ambos cargaban bolsas ligeras con lo que consumirían allá, y en sus bolsillos estaban sus celulares completos de carga para tomar alguna que otra foto y tal vez un video. Después de media hora de conversación como único entretenimiento, se toparon con la última fila de visitantes.

 

—Vaya, esto se llena bastante —comentó Suga, viendo si conseguía un hueco por donde avanzar algo más.

 

—Y aún falta para las ocho. —Daichi hacía lo mismo. No estaban muy lejos del río, pero querían pasto sobre el cual sentarse y no pavimento.

 

—Creo que podemos pasar por aquí.

 

Aprovechaban cada espacio que la multitud dejaba libre para ir cada vez más adelante; se detendrían cuando pudieran sentarse. Era un poco complicado, más de un empujón accidental —y algunos más bien intencionales— los hicieron trastabillar, hubo otras personas que no les permitieron «hacer trampa». Fueron varios minutos así, hasta que Suga vio a alguien a su izquierda que lo hizo exclamar:

 

—Oye, ¿no crees que esa niña se parece mucho a Hinata?

 

—¿Dónde? —Volteó a la misma dirección, donde divisó a una pequeña de cabello igual de naranja que el del número diez de Karasuno—. ¡Esa es su hermana!

 

—Hinata debe estar por ahí. ¿Y si nos acercamos?

 

—¿Estás pensando en…?

 

—¡Están aquí! —No fue necesario terminar su pregunta. El chico de primero exclamó a la distancia, tomó la mano de su hermana y corrió como pudo hacia ellos—. ¡Hola! ¿Acaban de llegar?

 

—Sí. No te…

 

—¿No me vas a presentar? —interrumpió una vocecita desde más abajo. Natsu halaba el borde de la camisa de su hermano.

 

—Sí, eso es de mala educación, Hinata —bromeó Suga, a lo que el mencionado infló los cachetes.

 

—¡Ya lo hago! —Se agachó un poco para quedar casi a la altura de la niña—. Natsu, ellos son el capitán y el vicecapitán de mi equipo.

 

—¡Ah! Um… —Llevó el dedo índice encima de sus labios y entrecerró los ojos—. ¡Sugawara-san y Sawamura-san! —Señaló a cada uno con el mismo dedo, pero un pequeño error hizo a todos aguantar sus risas.

 

—No, no. Al revés. —Daichi sacudió las manos en el aire—. Yo soy Sawamura y él es Sugawara.

 

—¡Pero recordé sus nombres! —se defendió.

 

—¡Sí, lo hiciste! —Hinata le sacudió el cabello, sonriente.

 

—¡Hermano, me vas a despeinar! ¡Suéltame! —protestó, tratando de escapar. Solo logró que fuese más insistente por dos segundos antes de apartarse.

 

—¡Bueno! —Ignoró la cara molesta de Natsu mientras pasaba sus manos por su cabello, asegurándose de que siguiera recogido—. Están aquí para ver los fuegos artificiales, ¿no? ¿Ya tienen un puesto?

 

—No, acabamos de llegar.

 

—¿Y no están con más nadie? —Ladeó la cabeza. Ambos negaron—. ¿Solo son ustedes? Yo vine con Natsu y mi mamá, ella nos está guardando el puesto más adelante. ¡Estamos bastante cerca de la orilla! Fuimos a comprar cosas de comer antes de que comience el espectáculo, ya estábamos regresando.

 

—¿Está lleno por la orilla? —Suga preguntó.

 

—Un poco… ¡Oh! ¿Quieren sentarse por allá?

 

—Sería lo mejor, solo que nos ha costado bastante llegar hasta acá con tanta gente.

 

—¡Puedo ayudar! Nadie le negará el paso a una niñita, ¿no? —Guiñó un ojo con una sonrisa ladina.

 

—¡No soy una niñita! —Pisó fuerte.

 

—¡Sí lo eres! —canturreó.

 

—¡Con ellos con nosotros, pensarán que tú también eres un niñito de primaria! —Cruzó los brazos.

 

—¡Eso es mentira! —Frunció el ceño con un puchero.

 

A su lado, Suga ya tenía una mano cubriendo su boca, seguramente con la sonrisa que advertía una risa; pero, por graciosa que fuese la discusión de los Hinata, cada vez quedaba menos para la primera detonación colorida.

 

—Bien, bien. —Daichi aplaudió una vez, llamando la atención de todos—. No perdamos más tiempo si queremos estar cómodos antes de que empiece la inauguración. Guíanos, Hinata. Te seguiremos hasta que consigamos un espacio que nos guste.

 

—¡Vale! Por aquí. —Agarró la mano de Natsu y tomó la delantera. Daichi y Suga los siguieron justo a sus espaldas.

 

—Hermano —habló con la voz más baja que pudiese ser audible entre la multitud—, ese chico da miedo.

 

—¡Natsu, shh! —casi chilló. Le dio un rápido vistazo a Daichi con ojos preocupados.

 

Tenía ganas de decir que la había escuchado, pero no terminaría de atemorizar a la niña que les servía de ayuda.

 

—Mal, Daichi —dijo Suga con un tono juguetón pocos segundos después—. Asustas a niñas pequeñas. —Sacudió la cabeza lentamente. Él solo bufó en respuesta.

 

Tres minutos de esquivar personas más tarde, caminar se hizo más sencillo al estar en la zona de grama donde los grupos se sentaban guardando distancia entre sí. Cuando divisaron a una mujer sola que reposaba sobre un mantel de picnic, la exclamación de los dos más bajos fue de esperarse. Hinata presentó a su madre y conversaron hasta que casi les dieron las siete, momento en el que agradecieron la ayuda y se despidieron para hallar asiento.

 

—Ah —suspiró Suga cuando se sentaron a unos diez metros a la derecha de la familia—, menos mal que llegamos temprano.

 

—Sí, ya no debe faltar mucho. —Sacó una botella de jugo de su bolsa.

 

En el instante que llevó la botella a su boca, el primer grupo de fuegos artificiales detonó en el cielo.

 

—¡Daichi, te perdiste el primero! —gritó a punto de reírse mientras daba palmaditas a su brazo para que le hiciera caso.

 

—Supongo que agoté toda mi suerte de hoy. —Eso acabó de provocar la risa del armador.

 

El evento era tan espectacular como lo recordaba. Había momentos muy efímeros en los que la luz de los fuegos artificiales era tan intensa que parecía ser de día. En su mayoría, la armoniosa disposición de los colores hacía que la molestia del estruendo de cada explosión se atenuase. Algunos daban la sensación de acercarse al público y querer envolverlo, mas se desvanecían en humo antes de cumplir ese supuesto cometido.

 

En su visión periférica detectó el destello de varios celulares, fue entonces que recordó que iba a tomar algunas fotos. Apartó la mirada del cielo por unos segundos para sacar su celular y activar la cámara, sin embargo, sus ojos se clavaron en el perfil de su acompañante. La vista a su derecha no tenía nada que envidiarle al paisaje frente a él. Para empezar, estaba del lado correcto para ver su lunar. Su piel se pintaba de un color distinto cada segundo, y a veces era una combinación de dos o más, según lo que fuese lanzado al aire. En sus ojos se reflejaba el resplandor de arriba, y Daichi estaba seguro de que se mezclaba con el propio de la emoción.

 

Las preguntas que pospusieron su sueño la noche anterior estaban siendo respondidas. La sonrisa en sus labios no era muy grande ni exhibía su dentadura, pero sí demostraba la complacencia de estar presente ahí. Su reacción ante los fuegos artificiales más hermosos era sencilla: abría un poco la boca, sin deshacer la sonrisa, y la cerraba pocos segundos después. Estaba tan concentrado en el espectáculo que no notaba cómo era observado.

 

Antes de que alguien de atrás se diera cuenta y le gritase algo por su «raro» comportamiento, retomó lo que estaba haciendo. Desbloqueó la pantalla, activó la cámara y tomó varias fotos de las explosiones más llamativas a su parecer. De no haber estado tan al descubierto y rodeado de tantas personas, también habría capturado la expresión de Suga decorada por los colores festivos.

 

—¡Cierto, mi mamá pidió fotos! —exclamó de la nada, saliendo de su embelesamiento. Extrajo su móvil del bolsillo y tomó algunas, luego tocó el hombro de Daichi con una de sus esquinas—. Tómame una con los fuegos atrás. —Sin esperar su aprobación, se posicionó frente a él y de espaldas al espectáculo—. ¡Apúrate, no quiero perderme de tanto!

 

—Ya voy. —Agarró el celular—. Luego me sacas una a mí.

 

—¡Sí, sí! ¡Ahora apúrate!

 

—Espero a que el fondo sea bastante bonito, calma.

 

—¡Solo tómala, cualquier fondo con fuegos artificiales estará bonito! —Sonrió al finalizar. Daichi interpretó eso como una advertencia de que no seguiría discutiendo porque ya estaba posando. El flash de la cámara le ahorró un aviso de que ya estaba listo. Suga regresó a su lugar de inmediato—. Tu turno. —Apenas revisó que la foto había quedado bien cuando ya tenía la mano en posición para recibir el celular ajeno.

 

—De verdad no quieres perderte ni un segundo.

 

Cuando consideraron que ya tenían la cantidad de fotos suficiente para contentar a sus padres, guardaron sus teléfonos y abrieron las bolsas de galletas que habían comprado más temprano. No hubo muchas palabras por el resto del evento aparte de algunos murmullos asombrados que eran más para sí mismos. Una vez concluido, esperaron que se despejara un poco el lugar antes de levantarse para irse con más calma. Hubo un saludo de lejos de parte de Hinata cuando él se fue. Suga dijo algo de comprarle un bollo de carne extra en la siguiente práctica que prefirió ignorar, luego vería si los fondos del club alcanzaban para gastos así.

 

El cuello les dolía de tanto mirar para arriba, pero eso era lo que menos les importaba. El ligero rugir de sus estómagos sin cenar era lo principal, por lo que se apresuraron en su caminata a la casa de Suga. En segundo plano y solo para Daichi estaba cierto nerviosismo, porque si algo lo inquietaba desde que había decidido enamorar a su amigo, era encontrarse con su madre y tener que intercambiar más palabras que unos simples saludos o un par de preguntas de respuestas concisas; una cena en agradecimiento por supuesto que incluiría un nivel elevado de interacción con ella. Por suerte, la mayor parte de la conversación fue acerca de lo que acababan de ver y de los planes para los tres días del Tanabata.

 

Daichi regresó a su casa tarde, mas no hubo regaños porque sabían de antemano que lo haría. Solo les mostró las fotos y un corto video antes de meterse a su habitación para no salir de ella hasta la mañana siguiente.

 

Como había acordado con su madre, fue a las doce del mediodía a un local de bisutería pequeño, propiedad de una de sus amigas, para por fin descubrir qué decoración construyó. Fue recibido efusivamente por dicha amiga —como siempre ocurría— en cuanto se asomó en la tienda, luego fue guiado por su mamá hasta el centro del pasillo justo enfrente. Volteó hacia arriba para tratar de identificar la decoración, pero estaba oculta en una bolsa opaca.

 

—Sé que te he tenido esperando desde la semana pasada por esto, debes estar pensando que estoy jugando contigo por tanto suspenso. —Ambos soltaron una risilla—. De verdad quería mantener la sorpresa, porque esto es algo que no me había atrevido a hacer antes. Sabes que siempre colaboro con la red de las buenas pescas o el kimono, pero esta vez opté por otra decoración por su significado. —Hizo una señal con la mano a alguien que no alcanzó a ver para que retirara la bolsa. De inmediato, una cortina de grullas de origami cayó en cascada frente a ellos. Daichi inhaló rápido del asombro.

 

—¿No que eras mala con las grullas?

 

Era. —Lo abrazó por los hombros—. Aprendí a hacerlas la semana pasada especialmente para esto. ¿Sabes qué representan en el Tanabata?

 

—No lo recuerdo.

 

—Salud, seguridad familiar y larga vida. —Volteó a verla con una expresión más sorprendida a medio formar—. Mi deseo este año es más personal. Mejor dicho, es más de nosotros, para la familia… para ti. —Le sonrió.

 

Daichi sintió la emoción acumularse en sus ojos y en su sonrisa creciente. No demoró en girar para abrazarla como era debido: con sus brazos rodeando la parte alta de su espalda con fuerza.

 

—Hey, hey. —Le dio golpecitos al costado—. Muy fuerte. Recuerda que no soy uno de los chicos de tu equipo.

 

—Gracias. —Se separó, mas no por completo, pues aún sostenía sus hombros—. Te quedó genial.

 

—¡Más valía que te gustara, eh!

 

Los buenos deseos de su madre llenaron su pecho de calidez y no de cosquilleos, lo cual agradecía de todo corazón; habría odiado arruinar el momento si a las flores se les ocurría salir justo entonces.


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