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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Daichi despertó con un descubrimiento bastante triste. Se había quedado a dormir en casa de Suga por primera vez en un tiempo y, aunque despertar primero que él era un encanto visual de unos minutos, la comodidad que sentía en ese lugar ajeno era plena e incorrecta. Era feliz en un hogar tan cálido y acogedor como el de los Sugawara, mucho más de lo que había sido en el último mes y tantas semanas en el propio.

 

Fuera malinterpretaciones, Daichi no sufría en su casa. De hecho, agradecía haber nacido de una madre amable y dedicada y de un padre trabajador y algo estricto, pero la fuerza de la personalidad de su padre resaltaba cuando no estaba de acuerdo con algo, provocando que el ambiente se hiciera pesado mientras el descontento durase. Era poco común que él fuese el culpable de ese estado anímico, dada su responsabilidad y buen comportamiento en general; de ahí que no estuviese acostumbrado a la incómoda sensación de ser el causante de la molestia.  En casos así, unas simples disculpas sinceras bastaban para alivianar la situación, sin embargo, no existía esa opción para algo que no podría cambiar y que tampoco había hecho a propósito.

 

Era cierto que ningún Sugawara sabía de su sexualidad, pero, con solo ver cómo habían aceptado a su amigo y cómo nada sufrió alteraciones a partir de la confesión, estaba seguro de que él correría con la misma suerte y seguiría siendo igual de bienvenido. En cambio, cuando su padre estaba presente, llegaba a sentir que no era bien recibido en su propia casa. Era mucho mejor cuando solo eran su madre y él; buscaba evitar los lugares donde el hombre solía estar sentado en las noches y fines de semana para ahorrarse posibles malos ratos, limitándose a interacciones que fuesen estrictamente necesarias.

 

Daichi se sentía más a gusto en un hogar ajeno o cuando el suyo no estaba completo. ¿Desde cuándo eso era correcto? ¿Desde cuándo despertar y recordar que su padre regresaba esa tarde le sacaba un suspiro cansado?

 

Para quitarse el desánimo de encima, levantó el torso del futón para quedar sentado y a la altura suficiente para confirmar que Suga seguía soñando. Se había quedado dormido de lado y con la sábana hasta la cintura esa vez, dándole la cara a él. Sonrió como cada vez que tenía la oportunidad de que su rostro fuera el primero que viera esa mañana. Se preguntó si algún día podría verlo más de cerca, tanto, que solo estirar el cuello bastaría para besarle la frente o el lunar; si en el futuro podría descansar con él en sus brazos y las piernas entrelazadas; si podrían definir cuál era el lado de la cama de cada quien.

 

Desde que se enfermó, imaginar cómo sería su vida con Suga como su pareja se había vuelto agridulce. Su pecho se bañaba en calidez al mismo tiempo que su corazón se estrujaba por la posibilidad de que la fantasía jamás subiera de nivel, a la realidad. Según su estado de ánimo, alguna de las sensaciones predominaba. Las primeras semanas fueron café y cacao puros con momentos de limones y naranjas sin azúcar; ahora, con el avance de cuatro meses, sabía más a frambuesa y a chocolate un poco amargo. Ese momento en específico era de una cucharada de miel con unas cuantas gotas de limón.

 

Se reencontró con sus ganas de acariciarle el cabello. No sería tan complicado. Suga dormía cerca de la orilla, por lo que no tendría que estirar tanto el brazo para alcanzarlo ni apoyarse del colchón para mantener el equilibrio. Solo haría falta acercarse medio metro más y arrodillarse. Si despertaba, diría que le había quitado una pelusa. Casi decidido, se desarropó.

 

—Oh, estás despierto. —Un susurro a sus espaldas lo paralizó en el punto, excepto por su cuello, que giró a ver a la mujer en la puerta entreabierta.

 

—Sí. Buenos días —saludó en voz aún más baja por su cercanía al durmiente. Esperaba que el volumen impidiera que la mediana vergüenza fuese notable.

 

—Venía a despertarlos para que les diera tiempo de bañarse antes del desayuno, pero aprovecharé que ya te has levantado para hablar contigo.

 

—¿Hablar conmigo? —Arqueó las cejas.

 

—Sí. Vayamos a la sala para no molestar a Koushi. —Le hizo señas con la mano para que la siguiera.

 

Daichi salió con cuidado de no hacer ruido y con los nervios en la garganta. ¿De qué podría ser la conversación que la señora Sugawara quería tener con él si prefería convocarlo mientras su hijo dormía? Sus presentimientos no ayudaban, tampoco el remanente del susto de casi ser atrapado en su intento por tocar el cabello gris que siempre lo tentaba.

 

Por el silencio en el interior de la casa, dedujo que eran los únicos despiertos a esa hora, lo que magnificó la privacidad de la situación y su inquietud interna; no todos los días se sentaba en los muebles de la sala a conversar en una camiseta vieja, medias y shorts de pijama con la madre de su mejor amigo —y amor secreto— apenas abría los ojos por la mañana. Juntó las manos sobre su regazo mientras esperó a que la mujer iniciara la charla.

 

—Debes estar haciéndote miles de preguntas en la cabeza ahora mismo, ¿me equivoco?

 

—No. —Sacudió la cabeza. Se sintió observado; los ojos de la señora Sugawara eran muy perceptivos.

 

—Esto puede o no empeorar tus nervios: creo que lo que te preguntaré es lo que estás imaginando.

 

Tragó saliva. Sí, llegaba a dar miedo. A veces pensaba que tenía poderes de lectura de mentes.

 

—Están peor —admitió con la voz pequeña.

 

—Era lo más probable. —Mostraba una sonrisa blanda que solo lo desconcertaba en medio de la seriedad que también transmitía—. Como tienes una idea de lo que diré, espero que no te sorprendas ahora, tampoco te sientas incómodo; no me molestaré.

 

—Todo ese preámbulo me pone más tenso. —Daichi no era capaz de emitir un sonido más alto que un murmullo.

 

—Ah, lo siento. —Cerró los ojos y rio un poco mientras movía la mano derecha frente a su boca. En serio, casi toda la influencia en Suga era de parte de ella—. Vayamos al punto. ¿Existe alguna posibilidad de que Koushi sea a quien estés esperando?

 

Tan directa que el impacto se minimizaba, tal vez por su rapidez. Sin embargo, sí logró paralizarlo. Fue una descarga eléctrica, probablemente. Lo esperaba, solo no estaba preparado para recibir ese choque.

 

—Responde sin miedo, ya debes saber que no te trataré diferente por algo así. Sé que debe ser difícil por ser su mamá, pero…

 

—¿Cómo se dio cuenta? —interrumpió, levantando la mirada de sus pies.

 

Ella le sonrió con suavidad ante la afirmación indirecta.

 

—Me tomó mucha observación. Te felicito, eres bastante discreto. —Daichi solo estiró los labios, no muy seguro de cómo sentirse por esa felicitación en específico. También trataba de regular la temperatura de sus mejillas, aunque sabía que eso no era algo tan voluntario—. De no saber que amas a alguien, habría pensado que todos esos detalles eran simplemente una amistad muy profunda. Tal vez por eso sea que Koushi no parece tener idea.

 

—Así quería que se viera antes de… esto.

 

—El hanahaki arruina planes, ¿eh? —El silencio siguiente le provocó un suspiro a la adulta—. Mira, es en serio cuando digo que no te incomodes. Háblame como siempre.

 

—¿No se le hace raro?

 

—Lo único que se me hace raro es que Koushi no se enamorara de ti antes, pudiendo hacerlo. —El pecho de Daichi se estrujó. En días de menor seguridad, llegaba a creer que eso era un indicador de que Suga nunca se interesaría en él de esa forma—. Espera, eso se escuchó muy mal, ¿cierto? —Llevó la mano izquierda a su pecho a la vez que arrugó el rostro con culpa.

 

—Descuide, es algo que ya he pensado.

 

—Sí, pero oírlo de alguien más no debe ser alentador. —Juntó las manos en modo de disculpa—. Lo que quería decir era que no se me hace raro hablar de la posibilidad de que ustedes pasen a ser algo más. De hecho, si Koushi fuese a salir con un hombre, me encantaría que fueras tú.

 

—¿Me…? —Parpadeó un par de veces antes de continuar—. ¿Me está dando la bendición?

 

—Esa es la razón de ser de esta conversación. —Sonrió.

 

La boca de Daichi se abrió en un círculo inexacto que fue extendiéndose a los costados para ir formando una sonrisa. De todos los escenarios que se reprodujeron en su cabeza luego de ser convocado a la sala, el que ocurría fue de los que menos esperaba.

 

—Creo que te contienes estando aquí y supongo que es por mi presencia y la de mi esposo, así que quise dejarte claro que eres libre de cortejarlo aquí también. —Le guiñó un ojo. La elección de palabras hizo que ahogara una risa avergonzada en su garganta—. Y si necesitas alguna ayuda que pueda darte, no dudes en avisarme. Deseo que te cures sin necesidad de ser hospitalizado. Si mi hijo es la medicina, ¡hay que hacértela llegar!

 

—Gracias, de verdad. —Hizo una reverencia. No creía estar conteniéndose cuando estaba en casa de los Sugawara, aunque tal vez era algo más bien inconsciente que se solucionaría ahora que contaba con el permiso explícito de su madre—. ¿Cree que logre enamorarlo? —agregó, ya que se sinceraban.

 

—Son lo suficientemente cercanos para ser confundidos por una pareja, así que dudo que sea tan complicado. Puede que le dé miedo por creer que está malinterpretando esa cercanía, pero estoy segura de que se le quitará cuando sepa que es poco probable que arruine algo si se enamora de ti. Solo debes ser bastante directo para que le entre en la cabeza.

 

—Mas no lo suficiente para confirmarlo; creo que acabaría sintiéndose demasiado culpable.

 

—Excelente punto, Daichi-kun. —Asintió una vez con la cabeza—. Se nota que lo conoces muy bien. —La sonrisa tonta en sus labios y ojos fue inevitable—. Por eso es que también quiero que esto no llegue a mayores. No quiero imaginar cuán mal se sentirá Koushi después de descubrir la verdad si te operas.

 

—Se echaría toda la culpa. —El pecho de Daichi dolió con la simple idea de un Suga deprimido, sin tomar en cuenta razones.

 

—Por eso también, haz todo lo que puedas para enamorarlo. Estaré feliz de ayudarte en lo que haga falta. Por la felicidad de ambos.

 

—Muchísimas gracias. —Con una reverencia más larga, comprobó una vez más la calidez de la que estaba hecho ese hogar—. Me alegra tanto que aceptaran a Suga sin problemas y sin cambio alguno —dijo con una sonrisa más pequeña y la mirada en ninguna parte.

 

—¿Hm? —Percibió por el rabillo del ojo cómo ladeó la cabeza—. Espero no estar entrometiéndome, pero… ¿qué hay con esa expresión?

 

Le tomó unos segundos responder. Sabía que no se entrometía, que solo era su forma de ser solidaria la que la hacía preguntar qué sucedía en cuanto veía a alguien con la más mínima pizca de malestar. Justo cuando pareció que iba a retroceder, consiguió abrirse:

 

—Hasta tosí una flor por lo mucho que deseé que a Suga sí le fuera del todo bien cuando les confesó ser bisexual y lo feliz que estuve cuando así fue.

 

—Ah, creo que esto es un terreno muy personal. Perdona. —Se encogió en su asiento.

 

—No, no es tan grave. —Daichi levantó una mano solo un poco para restarle importancia—. Nada más es mi papá y no es que me haya rechazado por completo, solo le cuesta aceptarlo y eso ha hecho las cosas incómodas.

 

—¿Pero crees que se solucione pronto?

 

—Eso es lo que me gustaría. No me agrada sentirme más cómodo en otras casas o cuando él no está.

 

—Bueno, solo puedo decirte algo trillado, pero cierto: los padres queremos que nuestros hijos sean felices. Tal vez haya ocasiones en las que no entendamos cómo es que algo en especial los llene tanto y por eso es que nos oponemos al inicio; sin embargo, si ese algo no es dañino, tarde o temprano terminaremos aceptándolo, aunque sea de mala gana. —Elevó un dedo para indicar un paréntesis en su sermón—. ¿Qué eres?

 

—Gay.

 

—La felicidad por parte del amor la encontrarás en un chico. Amar, por sí solo, no tiene nada de malo, así que tendrá que aceptarlo algún día. Sé paciente y fuerte mientras llegue ese día.

 

—Espero que así sea. —Sonrió ligeramente, esperanzado. Necesitaba oír eso—. Gracias, otra vez. —Ella cubrió su boca con el puño y soltó una risilla.

 

—Bien —aplaudió una vez—, ya hemos hablado demasiado. Ve a despertar a Koushi, que ya haré el desayuno. —Señaló en dirección al cuarto de Suga.

 

—Enseguida.

 

Mientras ella se dirigió a la cocina, Daichi regresó a la habitación con mucha cautela para no despertarlo antes de tiempo. Tal vez no podría darle un beso de buenos días como deseaba ni extraerlo de sus sueños acariciándole el cabello y la cara, pero sí había otras formas que podía probar sin ser un obvio sospechoso. Iba a sentarse al borde de la cama y aprovechar que estaba casi desarropado para…

 

Entreabrió la puerta despacio y no había nadie en la cama. Frunció el ceño. Más rápido, abrió la puerta lo suficiente para pasar; no alcanzó a hacerlo. Al otro extremo del cuarto, Suga estaba de espalda, despierto y con el short del pijama saliendo por sus pies. La vista inesperada le originó una inhalación aguda que estropeó todo su sigilo y que no tardó en ser imitada por el otro.

 

¡No te quedes mirando y sal! —vociferó por sobre su hombro.

 

Daichi recordó que sus pies servían para moverse y que retirarse era uno de los tantos movimientos que podían realizar. Cerró la puerta con fuerza, dio media vuelta para pegar la espalda a la pared, llevó una mano a su pecho acelerado y la otra cubrió su rostro enrojecido.

 

—¿Qué hiciste? —Para rematar, la madre de Suga se asomó por la puerta de la cocina con una ceja arqueada.

 

—¡Nada! ¡Fue un accidente! —Apuró las palabras, girándose al lado contrario.

 

—No te acabo de dar libertad para que metas la pata, Daichi-kun. —Más que un llamado de atención, fue una burla que acabó de recalentarlo.

 

Si eso hubiese sucedido de noche, estaba casi seguro de que el incidente habría servido de material para otro sueño que ya no tendría que inventar cómo lucía la redondez que siempre estaba oculta.

 

No se movió de su punto de la vergüenza, el cual consistía en reclinarse de lado contra la pared justo al lado de la puerta de la habitación de Suga, dándole la espalda a cualquier lugar por el que alguien pudiese aparecer. Ni siquiera se volteó cuando escuchó la puerta abrirse detrás de él, mas sí se fijó en detalle de lo que podía suponer con el oído. Suga no se alejó más allá de uno o dos pasos del marco; temió las palabras que, seguramente, estaba planeando decirle para desaprobar su comportamiento. Sin embargo, él fue el primero en usar su voz sin esperarlo. En vez de ser atacado por un reclamo, recibió una cachetada —y no en la cara— que le sacó un chillido. Giró lo suficiente para verlo en ese momento sin importar el posible color encendido en sus otros cachetes.

 

—Eso es por verme el trasero sin permiso —reía—. Ahora estamos a mano.

 

—¡Fue un accidente! —insistió—. No esperé que ya hubieses despertado y que te cambiaras ahí mismo.

 

—A ver si aprendes a tocar la puerta primero, Daichi. —Se encogió de hombros, aún risueño.

 

La única explicación que le halló a no haber tosido en ese instante fue que no existían flores que denotaran el bochorno del que no se libraría por un tiempo.

 

Alrededor de hora y media más tarde, Daichi estaba de vuelta en casa, no muy preparado para lo que serían los últimos momentos de relajación total en ese lugar hasta nuevo aviso. Al menos logró distraerse gracias al grupo de los capitanes —por llamarlo de una manera fija, porque siguieron cambiándole el nombre al menos dos veces a la semana— que, desde el día de las preliminares, se había vuelto en una conversación de tres cuartos de voleibol, un cuarto de cualquier otro tema. También pensó en qué podría hacer a partir de ese día, ahora que tenía el consentimiento de la señora Sugawara para conquistar a su amigo.

 

Excluyendo lo que implicó el accidente, lo que llevaba del domingo sabía a victoria. De verdad no quería que la tensión regresase y arruinase su burbuja contenta, aunque se sentía algo mal si lo ponía de esa manera, pues sonaba a que no apreciaba la presencia de su padre en casa y esa no era la realidad. El problema no era él, sino el ambiente pesado que traía consigo al estar disgustado.

 

Por eso, cuando Daichi escuchó llaves girar para abrir la entrada principal, respiró profundo.

 

—¡He vuelto! —avisó como siempre lo hacía después de días afuera.

 

No tardaron en ir a saludarlo y darle la bienvenida. Como de costumbre, su madre dijo que debía estar cansado del viaje y que por ello debían ayudarle a llevar las maletas a su habitación, mínimo. También dentro de lo común, habló de cómo le había ido y les entregó pequeños regalos que compró estando en otra ciudad o en el camino. Esa fue la primera sorpresa: el suyo se trataba de un dulce que no había comido en años por creerlo descontinuado, pero que solía ser su predilecto de niño. Y la sorpresa no fue la golosina en sí, sino que recordaba que no era del todo económica y por eso no la comía con frecuencia.

 

—Amabas estos en primaria, ¿recuerdas?

 

¡Por supuesto que se acordaba! Su madre hizo comentarios emocionados por la nostalgia encima de su afirmación y gracias que no repetiría.

 

Miraba el empaque con asombro, por resaltar solo una de las emociones de ese instante. Rememoró las incontables veces que lo chantajearon obligándole a portarse bien para tener ese dulce de premio y cómo siempre cumplió con lo pedido. ¿Habría un motivo especial detrás de esa compra? No quería creer que era sospechoso, pero una parte de él quedó alerta de cualquier llamado que su papá le hiciera. No se lo comería hasta estar seguro de que no había segundas intenciones. Lo que sí hizo fue tomarle una foto y enviársela a Suga, preguntándole si alguna vez lo había probado.

 

Un chat repleto de nombres de golosinas de la infancia y una cena más tarde, justo cuando se convenció de que fue un simple regalo para recordar el pasado, escuchó dos toques firmes a su puerta que se abrió apenas dos segundos luego; típicos golpes a la madera de aviso y no de permiso.

 

—¿Daichi? Hay algo que quiero hablar contigo.

 

El aire quedó trancado en sus pulmones. Aunque el tono empleado por su padre no fue demandante, era muy raro que entrase a su habitación y mucho más que tomase asiento en una de las esquinas de su cama. Se acomodó para estar sentado con la espalda apoyada de la cabecera y no le apartó la mirada de encima al adulto, aguardando a que empezara un probable sermón mientras deseaba que no le echara a perder el día.

 

—El dulce está más caro que nunca —bufó. Daichi se mordió la lengua para no decir que sabía que había un motivo oculto en la compra—, pero te debía disculpas.

 

—¿Ah? —Ladeó la cabeza. Esas no eran las palabras que esperaba.

 

—No he sido bueno contigo por algo que no debería enfadarme. —Daichi se enderezó y entreabrió la boca. ¿Esta era la conversación que creía?—. Creo que han sido cerca de dos meses así. No es muy justo para ti, mucho menos cuando ya tienes una carga como la de las flores encima… o dentro.

 

—Esa fue una mala broma —comentó sin verdadera molestia, solo recalcándolo.

 

—No lo digas, ya lo sé. Desde un poco antes de irme te he notado más alegre, hoy ni se diga. ¿Es porque ya sabes si el chico puede corresponderte?

 

Demoró unos segundos en procesar la información explícita e implícita en la pregunta. Una vez analizada de inicio a fin, sonrió. Su papá era un hombre con su orgullo; nunca admitiría su error directamente, sino que cerraría el asunto con algo ambiguo que diera a entender su derrota.

 

—Sí. De hecho, parece que ya está enamorándose. —La sonrisa se agigantó, aun si su padre puso una cara de no querer tanto detalle.

 

—Ah —suspiró—, aún es raro imaginarte con un hombre, pero no me interpondré si vas a ser feliz así.

 

—Los padres quieren que sus hijos sean felices, ¿ah? —susurró las palabras de la madre de Suga.

 

—A veces nos cuesta validar lo que los hace felices, pero sí, queremos eso y que estén seguros.

 

—Entonces, ¿ya estás bien con esto? —Por no dejar, intentó sacarle la respuesta directa.

 

—Aún no me acostumbro, pero puedes hablarme de eso sin darme tanta información. Tampoco estoy listo para saber quién es, primero necesito adaptarme a que tú seas así antes de descubrir quién más lo es.

 

—De acuerdo. —No tenía la mejor manera de decir las cosas de ese aspecto, mas era mejor que el rechazo inicial.

 

—Ah, pero sí quiero descartar a alguien.

 

—¿A quién? —Salió apresurado, casi atragantado del miedo.

 

—Azumane.

 

—Pff. —Daichi se cubrió la boca con la mano, tratando de contener la risa—. ¿Qué tiene de malo Asahi?

 

—Primero dime que no.

 

—¡No! —Sus hombros temblaban del esfuerzo por no reír. Ya sabía que el barbudo no era el favorito de su papá, aunque no esperaba que fuera para tanto—. Creí que dirías otro tipo de persona.

 

—Si te refieres a los delincuentes de segundo, créeme que sé que no serían tu tipo aun si no termino de adaptarme a esto.

 

Fue imposible no soltar una carcajada.

 

—Tienes razón —dijo cuando le fue posible—. No sé qué te dice que Asahi pudiese serlo.

 

—No sé, solo quería estar seguro. —Se levantó—. Ya te dije y oí lo que necesitaba, ya podemos estar tranquilos. —Extendió una mano frente a él. Daichi la estrechó, ambos con una pequeña sonrisa sin exhibir los dientes, como señal de que habían hecho las paces.

 

Cuando lo dejó solo en su habitación, revisó su celular para encontrarse con una línea de al menos diez mensajes seguidos sobre más golosinas de Suga. Fue en ese momento que Daichi se percató de que su padre nunca lo mencionó entre los no deseados. Su día había empezado con pensamientos desalentadores, eso no evitó que culminara en los mejores términos. Adiós a la incomodidad en su propia casa, hola a mostrarse sin antifaces en su hogar.


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