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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Si se trataba de viajes escolares, Suga tenía la tendencia de quedarse dormido mucho más rápido que Daichi durante el trayecto. No le había hallado explicación alguna, pues era algo que variaba bastante en otros casos, como cuando se quedaban hasta el día siguiente en casa del otro. Solo recordaba dos veces en las que él fue quien se quedó despierto por más tiempo, y ambas tenían una característica en común: había sido su amigo quien reclamase el asiento al lado de la ventana. ¿Ver más de cerca y sin un cuerpo de por medio al paisaje que dejaban atrás era un somnífero para él?

 

Esa segunda vez había sido hacía solo unas horas. Recién partían hacia Tokio para un fin de semana de práctica —el primero de dos que tendrían antes de las eliminatorias— y el moreno ya había caído rendido en su silla. ¿Qué tan agotador fue su día para eso?, ¿o acaso era obra de las flores robándole energía? Suga solo quería verlo dormir como casi nunca le era posible, pero sus preocupaciones eran más audibles en su mente que el encanto por su ligero cabeceo.

 

Cada vez que mostraba síntomas, era imposible evitar calcular cuánto le restaba para alcanzar el límite mínimo de la enfermedad. Ya a inicios de septiembre, la cuenta regresiva era casi alarmante con su cantidad menor de dos meses por esperar. Parte de lo aterrador del asunto era que cumpliría el medio año de ser un vivero andante en los días de los partidos oficiales, en media competencia por clasificar a las Nacionales. Deseaba que se curara antes de eso, ¿qué tan terrible sería jugar por tres días seguidos con la fatiga y dificultad respiratoria que daba el hanahaki? Además, sería una excelente manera de elevar su moral para esos momentos decisivos para el club —aunque podría llegar a derrumbar la suya si resultaba estar enamorado de cualquier otra persona; no importaba tanto, no era un regular cuyo ánimo afectase al rendimiento grupal—.

 

Si existiera una manera infalible de enamorarse en menos de ocho semanas, Suga habría considerado implementar el plan para lograrlo. Solo necesitaba un pequeño empujón más para zambullirse de lleno, una pizca más de confianza en que no era una locura exponerse a ser el próximo en toser flores si sus suposiciones eran fallidas. Como no podía obtener respuestas en ese instante, prefirió lo sencillo: observar a Daichi en su descanso en lo que él se le unía y tratar de no pensar de más.

 

Envidiaba lo mucho más pesado que era su sueño. Transitaban una calle llena de reductores de velocidad y ninguno de los repetidos saltos espabiló al capitán. Con tan pocos minutos desde el cierre de ojos, Suga estuvo seguro de que habría despertado de haber sido él en su lugar. Tenía los brazos cruzados y la boca apenas abierta, solo le faltaba roncar para demostrar qué tan lejos estaba de la consciencia.

 

Estaban tan cerca, habría sido muy fácil hacer cualquiera de las cosas que venían a su imaginación a medio camino del amor, como entrelazar sus dedos si alguna de las manos no hubiese estado detrás de sus codos o acariciar su muslo. Echó un vistazo a su alrededor para confirmar que nadie lo mirase. También dio dos toques a su hombro para asegurarse de que sí dormía lo suficiente para no responder un llamado. Ya tranquilo por saber que su acto no sería desenmascarado, cerró los ojos y esperó el coro de la primera canción que se le ocurrió cantar en su mente para balancearse hasta que su cabeza reposó en el hombro izquierdo de Daichi.

 

No era lo más cómodo —¿dormir sentado lo era?—, pero era la mejor manera de silenciar sus pensamientos. Era lo más cercano a dormir con Daichi que tendría por el momento —o en su vida—; solo esperaba mantener la boca cerrada para no babearle encima.

 

Tuvo un inesperado despertar una vez en el destino. Por lo general, esos días se levantaba repentinamente con los gritos de Ukai avisándoles a todos que debían bajarse; en cambio, esa vez fue más acolchada. Hubo una voz suave y firme a su derecha que no comprendía al inicio, luego fue ganando claridad conforme la somnolencia abandonaba a sus oídos.

 

—Suga… Suga, despierta. Ya llegamos, estamos estacionando y listo… Suga.

 

—Hm. —Soltó un bostezo antes de retirar su cabeza de su apoyo, que no dejó de ser el hombro de Daichi por toda la noche, y abrió los ojos al girar el cuello hacia la dirección de donde provenía el sonido. Su amigo estaba demasiado cerca. Esperó que retrocediera, mas nada de eso ocurrió, y si él no se movía, Suga menos. Habría sido una perfecta imagen de bienvenida a la mañana si su visión no hubiese estado aún borrosa y de no haber estado encandilado por el sol en la ventana, robándole su nitidez.

 

—¿Estabas cómodo?

 

Suga entrecerró los ojos y sonrió sin despegar los labios.

 

—Buenos días, Daichi. —Le dio un empujón sin tanta fuerza. Él apenas rio mientras recuperaba su postura anterior al ataque.

 

—Tienes la mejilla roja. —Indicó el lado colocando el dedo en su propia mejilla.

 

—Supongo que tenía que marcarse mi almohada de lo cómodo que estaba —comentó con mucha ligereza y con la mano cubriendo ese cachete.

 

—Me alegra saber que soy cómodo —contestó con un orgullo que le hizo fruncir el ceño de extrañeza divertida.

 

—¿Cómo es que despertaste antes?

 

—Ni idea. Supongo que me aprendí cuánto dura el viaje y hago como los que duermen en el metro y no pierden su estación.

 

—Buen ejemplo.

 

—¡Llegamos! —Escuchó la vociferación de Nishinoya en el momento exacto que el entrenador apagó el vehículo y podía jurar que hizo eco. Respingó, pues no esperaba que alguien más estuviese despierto, aunque no era tan raro si era el líbero.

 

Ukai terminó pidiéndoles que despertaran a los de sueño más pesado que no se levantaron con la exclamación de Nishinoya, y así finalizó el inicio de un sábado peculiar.

 

El siguiente hecho destacable de la jornada no tardó demasiado en suceder. Solo los calentamientos y el primer set de práctica bastaron para alborotar los pétalos en los pulmones de Daichi, quien salió corriendo entre tosiduras al baño. Quiso acompañarlo, pero había atraído suficientes miradas por su carrera como para alertarlas más con su auxilio. Si no regresaba en unos tres minutos, iría por él con cualquier excusa de encubrimiento. Se mantuvo en una ubicación que le permitía ver la entrada del gimnasio sin dificultad, así debía ser capaz de divisar a Daichi a la distancia cuando volviera; sin embargo, perdió la cuenta del tiempo cuando Asahi se le acercó a opinar sobre el set recién jugado y a lamentarse porque no quería imaginarse cuántas derrotas más acumularían, ganándose un golpe karateca en las costillas.

 

Daichi entró de vuelta con buen aspecto, haciéndole relajar, y se dirigió hacia ellos.

 

—Fueron muchas flores, pero eran pequeñas y no me dieron problemas.

 

—¿Qué flores fueron? —intervino Asahi.

 

—Margaritas y una camelia blanca. «Esperando» y «fe» en el hanakotoba.

 

—¡Lo recuerdas! —Alzó las cejas.

 

—Daichi se ha estudiado algunas flores —explicó Suga.

 

—¿Cómo haces? Estás en el curso de preparación universitaria y todo; yo apenas puedo con mis clases normales. —Se encorvó y se rascó la nuca.

 

—Ah, ya sé que tú no podrías. —Se encogió de hombros—. Tu fuerza de voluntad solo alcanzaría para una de las cosas.

 

—Ah —suspiró y sus cejas casi se unieron para consolarse entre sí—. ¿Cómo es que somos amigos?

 

—No debiste preguntar, era obvio que Daichi iba a responderte así. —Suga cruzó los brazos y sacudió la cabeza lentamente.

 

—Y tú lo defiendes. De verdad estoy perdido con ustedes. —Siguió quejándose, pero no había verdadera molestia en su tono, única razón por la que Suga soltó una risilla sin miramientos.

 

Su siguiente set empezó poco después, por lo que Suga se paró en una zona equivalente a la banca con la que no contaban junto a Daichi, quien sería sustituido por Ennoshita por ese turno.

 

—¿Dices que tosiste margaritas? —preguntó de la nada, casual.

 

—Sí, ¿por qué?

 

—¿No crees que jugar al «Me quiere, no me quiere» con una margarita que salió del hanahaki sea bastante preciso? Quiero decir, se supone que vienen cargadas de las emociones del portador y de los sentimientos de la otra persona, ¿no?

 

—Esa es una manera divertida de pensar las cosas de más —rio un poco—. No creo que estés tan mal, solo que daría miedo si presumes que dará un resultado verídico. Además, no sabría si salieron completamente intactas o con un pétalo menos, no sería muy seguro así.

 

—Entonces cuenta todos los pétalos de cada una.

 

—Hablaba en serio cuando dije que fueron demasiadas, ni siquiera las conté. Nunca hubiese terminado de contar pétalos. Ni siquiera sé cómo es que me siento bien.

 

—Creo que será mejor que descanses más esta vez, solo por si acaso.

 

Escuchó a Daichi rezongar, pero no se negó.

 

El tercer set lo tuvo a él de armador y a Daichi aún en la banca imaginaria por precaución. Se reintegró en el cuarto, Suga se retiró en el quinto. Como sabía que descansaría por el tiempo que durase, decidió sentarse aparte, donde fuese menos probable que un balón extraviado lo golpeara de repente. Consiguió un buen punto donde también observaba el juego contra Nekoma.

 

Si algo debía admitir sobre el estilo rival, era que tenían mucho que aprender de su defensa. Incluso cuando cambiaron al líbero titular en esa oportunidad, funcionaban casi tan bien como siempre. Si Karasuno fuese tan excelente en sus recepciones aun sin Daichi y Nishinoya, sería mucho más formidable. Si el capitán no se recuperaba, el equipo se debilitaría; otra preocupación de la que su cabeza se guindó para extraer más y más de la caja donde escondía lo que no debía pensar en exceso.

 

En algún momento que no logró distinguir, dio tantas vueltas a la espiral de su mente consternada que no se percató de que ya no le prestaba atención a la competencia frente a él.

 

—No deberías estar mirando lejos con esto delante. —Fue necesario que alguien se sentara a su lado y le hablara para salir disparado de vuelta a la realidad.

 

—Estaba analizando a tu equipo y todo, no sé qué pasó —se defendió.

 

—¿Nos analizabas? ¿Qué viste?

 

—Que debe ser difícil ser líbero en un equipo donde todos son buenos recibiendo.

 

—Es un honor y un alivio. —Sonrió, solo que no demoró en transformarse en mueca al oír a Kuroo regañar a Lev por algún error de bloqueo—. Aunque me gustaría estar en la cancha cuando está ese chico al frente.

 

—Sí, le falta mucho por aprender. —Suga soltó una risilla. Llegaba a ser gracioso cómo se irritaba Yaku cuando se trataba del imprudente medio ruso.

 

—Te veías preocupado, pero dudo que tu análisis haya sido tan malo para ustedes como para eso.

 

—¿Se notó? —susurró con la vista en sus pies.

 

—¿Qué es?, si puedes contarme, claro.

 

Suga lo pensó. No daría detalles exactos, mas no le parecía mala idea compartir lo que ocurría con alguien completamente ajeno a la situación. Como solía escuchar por ahí, a veces era más fácil contarles algunas cosas a personas que no eran tan conocidas.

 

—Aclaro que no soy yo el del problema; es un amigo el que me preocupa.

 

—De acuerdo. —Asintió con un movimiento de la cabeza.

 

—¿Sabes qué es hanahaki?

 

—¿Tu amigo lo tiene? —Abrió los ojos un poco más.

 

—Sí. Que te conste que estoy sano, de verdad no soy el del problema —insistió, quería mantener la explicación lo menos personal posible para su comodidad y conveniencia del resultado—. Se ha negado por completo a revelar de quién se enamoró, ni siquiera su mejor amigo lo sabe.

 

—¿Y nadie lo sabía de antes?

 

—Casi todos nos sorprendimos cuando supimos que estaba enamorado. Ya han pasado cuatro meses, está en la segunda fase de la enfermedad y su diagnóstico era de seis a diez meses; ya se está quedando corto de tiempo si nos basamos en el más corto.

 

—¿Te preocupa que empeore de pronto y que deba perder sus sentimientos si lo operan o que decida no operarse?

 

—No, ahora es que se pone complicado. —Se detuvo un momento. Debía ser cuidadoso de cómo ordenaba las ideas y del tono con el que las expresara—. No sé cómo vayas a reaccionar, pero varios hemos llegado a la conclusión de que… tal vez, su secretismo se deba a que… a que ame a un amigo, más específicamente, su mejor amigo.

 

—Vaya… Eso fue inesperado. —Tenía las cejas un poco elevadas.

 

—¿Puedo seguir o te incomoda eso?

 

—No es algo a lo que esté muy acostumbrado aún, pero puedes seguir.

 

—Bien. —Otra pausa para pensar en cómo decirlo y para relajarse—. El que tiene hanahaki cree que ya le gusta a la persona que ama. También resulta que su amigo, al saber casi todo, comenzó a creer que era él y terminó atrayéndose.

 

—No me digas.

 

—Lo sé, suena muy loco, pero así está pasando. El problema es más o menos visible: él ahora no sabe si debería arriesgarse y terminar de enamorarse, viendo lo que podría pasar si no es él y acabase enfermándose también, sin contar cómo podría arruinar la amistad. Ha pedido consejos de un par de amigos y me gustaría contribuir, solo que… ¿cómo lo explico?... ¿no crees que, como amigo, esté parcializado?

 

—Creo que entiendo. —Asentía con la cabeza despacio—. Crees que tu opinión está influenciada por lo que quieres que pase.

 

—¡Exacto! Como quiero que todos acaben felices, estoy contando con que nuestras suposiciones sean correctas, así que todo lo que pienso es que sí, debería enamorarse y ya porque será correspondido y lo curará; pero una partecita me dice que eso es una locura de consejo. Si te estoy contando algo así, es porque creo que una opinión de alguien externo es más objetiva en este caso.

 

—¿Mi opinión? —Suga asintió—. Que se enamore. Seamos sinceros, ¿cuántas probabilidades hay de que él también se enferme?

 

—Son pocas.

 

—Imagina la epidemia que habría si fuese tan fácil enfermarse de eso. Si no es él, bueno, se arrepentirá de ilusionarse, pero pienso que eso es mejor que arrepentirse de no haberse arriesgado y haber perdido cualquier relación que tuvieron y pudieron tener después de la operación.

 

—En una sufriría por una relación que nunca pudo haber sido; en la otra, por una relación que pudo ser.

 

—Y me parece que duele menos la que nunca pudo ser. No hay lugar para pensar «¿y si…?».

 

Suga sonrió.

 

—Me gusta ese consejo, me lo robaré.

 

—No reclamaré créditos.

 

—Gracias por escuchar y ayudarme con esto, sé que no era para nada lo que estabas esperando y que pudo ser incómodo. Necesitaba una opinión de afuera y eres el más confiable.

 

—No te expliques tanto, que me haces sospechar que la tos de tu capitán fue por algo y, por lo que he visto, me parece que eres su mejor amigo.

 

—Ah. —Su voz se atragantó y su cara se congeló en ojos muy abiertos junto a una sonrisa nerviosa. En el instante que sintió las orejas calientes, se escondió en sus rodillas.

 

—No seas tan obvio, Sugawara.

 

Aparte de haber confirmado que esos trucos de «le pasó a un amigo» no tardaban en perder credibilidad —si quien lo probase no era atrapado en el acto— como ocurría en la ficción, Suga encontró quien le diera el último empujón. Al ser el definitivo, requería que fuese firme, liso, sin la delicadeza que alguien más cercano aplicaría para no herirle. Los consejos debían buscarse en fuentes adecuadas, no en aquellas donde su respuesta fuera casi predecible o pobre; no buscaría orientación sobre cómo mantener un matrimonio estable en un divorciado reincidente. No podía pedírselo a otra persona que gustase de Daichi, tampoco a homofóbicos ni a fanáticos del amor; debían ser individuos más neutrales en sus aspectos generales. Una amistad recién formada y sin mucho desarrollo, pero con la suficiente confianza, había sido su mejor opción.

 

Como las flores que Daichi tosió esa vez, tendría enormes cantidades de fe en que él era ese ser amado y estaría esperando enamorarse a tiempo para confesarse en cuanto estuviera seguro de sus sentimientos. Si antes manejaba con el acelerador hasta el fondo y sin frenos funcionales, ese día había decidido desabrochar el cinturón de seguridad.


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