Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cuando las flores hablen por él por AngiePM

[Reviews - 48]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Daichi no siempre estaba seguro de cómo sentirse. Sus esperanzas se habían disparado por los cielos hacía una semana gracias a la insistente indagación sobre las diferencias de gustar y amar; pensó que era una excelente señal. Tal vez ya estaba enamorado de él y quería confirmarlo, quizás notaba que su atracción se transformaba en algo más intenso que no sabía definir; pero también podía seguir lejos de su objetivo y solo preguntar para tener el dato en caso de alcanzarlo algún día.

 

No iba a mentir, estuvo muy ansioso los días siguientes a esa conversación esperando una confesión que no llegó. Había soñado más allá de lo posible, al parecer. Por cada noche que se acostara aún enfermo, más fuerte era el golpe que se daba en su mente. Iluso. Si ya tenía una idea sobre cómo era el amor, debió identificar alguno de sus ejemplos como suyos. Que no haya hecho movimiento alguno era prueba de que aún no llegaba a nada.

 

Su nivel de esperanza hacía variar su estado anímico. Los chicos podían encontrarse a un Daichi bastante contento en la práctica matutina y luego sufrir el mandato casi tirano de un capitán malhumorado en la tarde. Lo bueno: era atribuible a la presión de la cercanía a las eliminatorias. Lo malo: aún no estaba seguro de que su cansancio progresivo fuese la consecuencia de su molestia o si se debía a un empeoramiento de su condición.

 

Para calmarse, trataba de hallar la respuesta que no pudo darle con precisión. ¿Cómo se dio cuenta de que estaba enamorado? Daichi lo recordaba como algo muy casual y acompasado. Inconsciente. Fue obra de la voz en su cabeza percatándose de sus cosas antes que él mismo.

 

Se acercaban a una tanda de exámenes en segundo año. Por más que el profesor resolviera muchos ejercicios similares en la pizarra, no había manera de que el procedimiento tuviese sentido en el cerebro de Daichi. La trigonometría nunca había sido su amiga, pero esa vez estuvo por sacarle arrugas. Sus ideas se iban por la tangente de lo perdido que estaba. Los ángulos eran tan agudos para amenazarlo con cortarle el cuello si fallaba.

 

A diferencia de él, Suga no parecía tener complicaciones con todas las funciones de la calculadora que debía activar. Le quedaba muy poco tiempo libre para estudiar, así que debía aclarar sus dudas esa misma semana o estaría frito. Cuando le pidió que lo ayudase a comprender la materia, con una mueca culpable de su boca y las cejas algo fruncidas le dijo que no le sería posible esa tarde, pues tenía un compromiso familiar. Quiso golpearse la frente en ese instante, ¿cómo no se acordó de que estaba ocupado si se lo había contado la semana anterior?

 

—¿Estás muy mal? —preguntó al ver su reacción.

 

—Nada que no pueda solucionar estudiando toda la noche.

 

—No te desveles, Daichi —advirtió.

 

—Trataré de conseguir a alguien más que sepa —murmuró, más para quitarle algo de culpa a Suga de encima que por ser verdad.

 

—Claro. —Su tono le dejó saber que no le había creído.

 

Suspiró. Cualquier tema de Matemática era un caso perdido si Suga no era quien se lo explicaba. No se llevaba del todo bien con uno de los mejores de la clase y la otra amiga capaz de entender esos ejercicios era como Hinata o Nishinoya: le salía bien por instinto, por lo que era pésima enseñando. Sus amigos de otras secciones no veían problemas tan complicados. Ese día se resignó a intentarlo por su cuenta y a cambiar de asignatura si no lo lograba.

 

La mañana siguiente, recibió un mensaje de Suga avisándole que no llegaría a tiempo a la práctica, que fuera sin él a la escuela. Nunca le respondió por qué. «Ojalá solo se le haya hecho tarde». Entre su preocupación por la demora del ya vicecapitán y por considerar la cancelación del entrenamiento de la tarde para poder estudiar, llegó la hora de recoger y cambiarse el uniforme. Cuando entró al salón del club, escuchó pasos apresurados a sus espaldas. Al voltear para regañar a quien fuera que corría en un espacio tan estrecho, las palabras se estancaron en su garganta.

 

—¡Acabo de llegar! —Suga jadeaba.

 

—Me tenías preocupado. —Se acercó a él—. ¿Qué pasó?

 

—Estaba terminando esto. —Le hizo una señal con la mano abierta para que aguardase. Abrió su bolso, sacó varias fichas grandes y se las pasó.

 

—¿Hm? —Las tomó. Solo con ver las fórmulas en la primera supo lo que eran. Inhaló con algo de ruido.

 

—Las empecé cuando volví a casa ayer, pero me quedé dormido a mitad de camino —explicó mientras las ojeaba—. Las terminé ahorita, por eso llegué tarde. Espero que lo compense. —Sonrió con los ojos cerrados.

 

—Me has salvado la vida. ¡Claro que está más que compensado! —Sintió tantas ganas de abrazarlo ahí mismo. En cambio, le agradeció, y Suga soltó una risilla.

 

¿Quién más se preocupaba tanto por sus calificaciones como para prepararle fichas muy bien detalladas y organizadas del procedimiento de cada tipo de ejercicio? Era tan afortunado. Un amigo que le hiciera esos favores sin siquiera pedírselos era valioso. «Por cosas así es que lo amo».

 

Daichi abrió muy bien los ojos. ¿Qué acababa de pensar? «¿Lo amo?». Sintió la cara acalorada y el corazón a mil por minuto la siguiente vez que vio a Suga. Desde ese momento, comenzó a fijarse más en sus reacciones ante él. En cuestión de semanas, concluyó que sí, sus sentimientos habían ido más allá de lo que imaginaba. En cuestión de meses, lo llevaron a su estado actual.

 

Esas primeras semanas de enamoramiento —o de estar consciente de que era amor— estuvieron llenas de emociones casi tontas. Había diferencias pequeñas pero importantes que notó con los días. Era capaz de distinguir cuándo Suga entraba en su modo de pensar de más, sacándolo del mismo con un aviso o una recomendación; antes, trataba de convencerse de que no hacía tanto mal preocuparse más que el resto. Ya reconocía que era un mal hábito perjudicial que no debía prolongarse.

 

Quizás no cada día, pero cada vez que se dedicaba a pensarlo, Suga le parecía más hermoso. Si era porque el desarrollo hacía maravillas con su aspecto físico o si eran sus ojos parcializados por el amor, Daichi se inclinaba por que era una mezcla de ambas. Sin importar cuántos chicos encontrara atractivos, ninguno superaba a Suga, ni siquiera se acercaban a su belleza. Nunca tuvo un tipo, empezando con que no sabía que debía pensar en características masculinas antes de conocerlo. Por esos días, supuso que no era complicado describir su tipo, pues se definía con dos palabras tan bonitas como el conjunto de significados que albergaban: Sugawara Koushi.

 

Se puso nervioso las primeras veces que sus miradas se cruzaron sin planearlo al no saber si el sentimiento era muy obvio en sus ojos. Lo saludaba con un movimiento de la mano si estaban lejos. Nunca apartó la mirada al instante. De vez en cuando, Suga iniciaba una conversación. En medio mes, ganó la confianza suficiente para olvidarse de la forma en que lo veía fijo en ocasiones. Si alguien tan observador como él no lo había notado en ese tiempo, no tenía de qué preocuparse.

 

Daichi agradecía un montón su capacidad de mirarlo directo a los ojos y a la cara sin mayores problemas. Solo debía cuidar no sonreír como idiota. Conforme más lo amaba, más cercano se sentía a él, pero también percibía una brecha más amplia entre ellos. Lo casual y lo reprimido. Las diferencias abismales de sentimientos. Su amor crecía al conocerlo más; de igual manera, el querer amistoso de Suga iba quedándose atrás en la carrera. Evitaba entristecerse con esas ideas. A veces, se entretenía imaginando cómo sería una mirada de Suga cargada de esas emociones.

 

En su actualidad, Daichi intentaba atraparlo en medio de alguno de esos vistazos —si ya le gustaba, alguna vez debía hacerlo—; sin embargo, su amigo era muy bueno disimulando. Las metafóricas mariposas estomacales eran acompañadas por flores reales en sus pulmones cada vez que se emocionaba de verlo. En los últimos tres días, había notado la sensación de que algo brotaba dentro de él mucho más que antes; ya debía estar a nada de vaciar el contenido por no haber espacio suficiente.

 

Estiraban al inicio de la práctica matutina. Varios metros los separaban, pero no hacía falta girar el cuello para mirarse. Estaban sentados en el suelo, trataban de alcanzar las puntas de los pies con las yemas de los dedos. A Daichi se le ocurrió levantar la mirada hacia el vicecapitán, supuestamente para detallar qué tan bien se le daba ese ejercicio. Sabía que a Suga no se le daba tan mal aun si no lo disfrutaba demasiado, así que no le sorprendió hallar un rostro concentrado en lo que hacía. Tampoco le extrañó olvidar que solo chequearía cómo le iba; sus ojos se rehusaron a proporcionarle otra imagen.

 

Como los demás debían de estar viendo solo a sus pies, consideró que era seguro observar a Suga. Lo que no esperó fue que él tuviera la misma idea. Como siempre, mantuvo su mirada en el mismo punto, ignorando el latido que se saltó su corazón y la aceleración que proseguía. Como si no bastara con eso, Suga sonrió sin dejar de verlo. Daichi devolvió una versión más pequeña del gesto inconscientemente. Las mariposas figurativas revolotearon sin control ante el brote de nuevas flores. «Ah, espero poder practicar después de toser».

 

Algo en ese momento lo hizo reaccionar por dentro como en esos primeros días de estar enamorado. Podía ser gracias al atrevimiento de dedicarse sonrisas en presencia de tantos otros que ni pendientes estaban de ellos. Tal vez fue su esperanza estirándose porque divisó cariño en la expresión suave de Suga. Quizás fueron los nervios de que ese mismo cariño se reflejase en la suya.

 

Se volvía a enamorar; ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo había hecho. ¿Cuándo le tocaría a Suga enamorarse por primera vez?

 

—¿No creen que llevamos mucho tiempo en esta posición? —La pregunta alta de Nishinoya sacó a ambos de su ensoñación.

 

—Oh. Sí, perdón. —Solo cuando relajó los brazos se percató de que se estaban agotando de estar estirados—. Aunque pudieron avisarme antes o cambiarlo ustedes, los habría seguido.

 

—Era mejor avisar, no sabía si pretendías algo haciendo eso por más tiempo.

 

—Hm. —Daichi creyó captar un mensaje oculto en sus palabras. Decidió ignorarlo.

 

La magia del momento disminuyó lo suficiente para que las mariposas descansaran, pero la energía restante mantuvo las flores en crecimiento. Trató de aguantarlo para participar en la mayor parte de la práctica —ya sabía que no sería posible retenerlas por más de una hora— sin éxito. Era la primera vez que sentía con tanta incomodidad y exactitud cómo se multiplicaban los brotes en su interior. Había picor, había ardor, había dolor. Era peor conforme se acercaba a Suga. ¿Qué relación tan estrecha guardaba el significado de lo que fuera que expulsaría con sus sentimientos?

 

—No se ve como si respiraras bien, Daichi —dijo Suga, una mano sobre su hombro. El tacto cuidadoso intensificó lo que ocurría en él.

 

—Voy a toser pronto —susurró, su voz no daba para un volumen más alto. Del espanto, la mano se retiró de donde se apoyaba.

 

—¡Estás muy mal! —Sus ojos se abrieron más, sus cejas se juntaron un poco—. ¿Qué te hemos dicho de forzarte? ¡No lo hagas! ¿Desde cuándo te sientes mal?

 

—Desde que estirábamos —respondió con mucho menos aire.

 

—¡Daichi! —Había un tono que lo reprendía muy oculto en su preocupación—. No puedes ni debes seguir así. Vamos, hay que llevarte a la enfermería.

 

—No, tú no. —Detuvo el paso que apenas alcanzó a dar—. No puedes perder prácticas a estas alturas y menos por mí. Te dejaré a cargo.

 

—Entonces, que sea Shimizu.

 

Después de que Suga se alejara para llamar a la chica de lentes y a informarle al entrenador lo que sucedía, las flores frenaron. ¿Ya no había espacio por donde expandir su territorio o fue el efecto de que él no estuviese cerca? Creía que podía ser cualquiera de las opciones. Respirar costaba demasiado trabajo. Deseaba vaciarse pronto y sin dificultades.

 

Kiyoko lo acompañaba. Ella no trataba de sacarle conversación, lo que agradecía un montón en esos instantes. Cuando tosió montones de florecillas moradas antes de siquiera llegar, corrió lo que restaba del camino para buscar a algún empleado de la enfermería que lo ayudase.

 

Parecía infinita la cantidad de flores que caían al suelo. Su garganta ardía y su pecho aún se sentía pesado. Hablar y tragar iban a ser una pesadilla por el resto del día. Derramaba lágrimas involuntarias. Tuvo miedo. Estaba muy seguro de que sus pulmones fueron ocupados casi en su totalidad, ¿cómo iba a ser eso una buena señal? El crecimiento tan masivo tampoco le daba buena espina. Temía lo peor. Rogaba que, al terminar y abrir los ojos luego de una profunda bocanada de aire, no hubiese rastros de sangre ni de raíces o pétalos marchitos a sus pies.

 

Su cronómetro interno, afectado por la agonía, calculó media hora de tosiduras en lo que debieron de ser un par de minutos nada más. Sin despegar los párpados, lo primero que hizo fue secarse el rostro. En segundo lugar, inhaló profundo varias veces, aliviado. Probó tragar saliva, se arrepintió enseguida. Por último, se atrevió a abrir los ojos. Solo se encontró con una montaña morada y unas cuantas hojas verdes que eran grandes en comparación con las flores. Suspiró.

 

—Aún tienes tiempo, Sawamura. —Kiyoko lo alentó. Daichi solo pudo asentir una vez con la cabeza.

 

La empleada de la enfermería que consiguió le ofreció una botella de agua que bebió sin pensarlo dos veces, aunque sí con algo de queja de su garganta maltratada. Él mismo se ofreció a barrer el desastre que ocasionó. Botó la mayoría, quedándose con un puñado de florecillas y una hoja de referencia para identificarlas más tarde. La cabeza le dio vueltas en cuanto se agachó a recogerlas, por lo que tuvo que reposar en una de las camillas durante un rato. No alcanzó a recuperarse a tiempo para siquiera dirigir el resto del entrenamiento; tuvo que apresurarse en ponerse el uniforme escolar para asistir a clase. Casi se marea una segunda vez, por lo que tuvo que cuidarse de movimientos bruscos por toda la mañana.

 

Suga estuvo a nada de interrogarlo al verle regresar, sin embargo, se contuvo al escuchar lo ronca que salía su voz. La consideración de su amigo le devolvía la sensación de cosquillas en el jardín —ahora sin flores— en su estómago y pecho. Hacía que el malestar corporal fuese más pasable. Mucho más tarde, en el receso del almuerzo, logró contarle sin sufrir demasiado. Omitió el detalle de que su cercanía desencadenase una reacción tan violenta.

 

Soñó despierto con las miradas que cruzaron temprano, las sonrisas que se dedicaron. Volvía a suavizar sus rasgos de solo recordarlo. De veras era como en sus primeros días enamorado. Quizás era el mal hábito de pensador exagerado contagiándosele, pero esperaba que esa regresión no significase que en breve iría más atrás, que recordaba cómo era el amor naciente porque el sentimiento desaparecería.

 

El entrenamiento de la tarde se lo tomó con calma que solo era admisible en sí mismo; a los demás se les exigió un rendimiento que destacara. Se sentía culpable cuando recurría a eso. Aunque ya la mayoría del club estaba al tanto de su enfermedad, todavía había unos cuantos que de seguro sospechaban de su salud y diferencia de esfuerzo. Se acercaba el momento de acabar con ese secreto.

 

El regreso a casa fue bastante silencioso. Suga aún cuidaba de su garganta, evitando en todo lo posible hacerlo hablar. De nuevo, su amabilidad lo inundó de calidez y le provocó una sonrisa tonta que no se molestó en ocultar.

 

—Estás pensando en esa persona, ¿cierto?

 

Daichi volteó a verlo sin deshacer su expresión y asintió con la cabeza.

 

—Amo tanto cómo es —agregó, lo sentía necesario. Suga sonrió.

 

—Me encanta que te mantengas positivo aun con lo mal que la has pasado hoy.

 

—Supongo que esa es mi mayor fortaleza. —Se encogió de hombros. Por dentro, repetía «me encanta» como un eco envolvente y dulce.

 

—Siempre lo ha sido. —Fin de la única conversación.

 

Al llegar a casa, lo primero que hizo fue ir a su habitación para averiguar qué flor había tosido. Extrajo las pocas que guardó junto a la hoja de su bolso, las dejó a un lado del libro y comenzó a pasar las páginas. Fue una búsqueda larga, pues las lilas se ubicaban un poco antes de la última sección. Sus latidos eran audibles en sus oídos; esa proximidad lo llenó de nervios. Con el valor queriendo escapar de su ser, leyó la línea: «Primeras emociones de amor».

 

—Oh. —Así que sí tenían relación directa con lo sentido en el día.

 

Cerró el libro con enorme relajación. Desechó las lilas y la hoja en el bote de basura del baño. Estaba impresionado, era la primera vez que la fuerza de sus emociones era tanta como para generar tantas flores en tan pocos minutos. También estaba asustado, no sabía si debía interpretar esa aceleración como la originada por la cercanía de la persona amada o si era el progreso del hanahaki. Se suponía que se había ralentizado por el avance de los sentimientos de Suga, entonces, ¿por qué había sucedido eso?

 

Daichi no consultó esa vez. Prefirió quedarse con la felicidad de los pequeños momentos bonitos del día. Olvidó que hubo una opción que no analizó.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).