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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Sonaría raro, pero Daichi esperaba toser la segunda flor pronto. Hasta que no tuviera otra en sus manos, los doctores no podrían calcular cuánto tiempo restaba aproximadamente. No hubo tos ni estornudos después de la falsa alarma del jueves en clase. Ya era sábado, ¿cuánto más tendría que esperar? Solo pedía que no fuera durante la única práctica del día…

 

… y el mundo volvió a demostrarle la magnitud de la conspiración en su contra al provocarle picazón de garganta justo cuando anunciaba el fin del entrenamiento.

 

De acuerdo, había pedido rapidez, ¡pero tenían todo el resto del día para salir!

 

Por ese motivo, apuró a todos con la limpieza y orden del gimnasio, dirigiendo miradas amenazantes a quien se atreviera a ir despacio. Escuchó a varios preguntarse qué demonios le había molestado de repente si todos estaban tranquilos. Lo peor para el resto fue que, apenas vio que faltaba muy poco, se retiró al salón del club para cambiarse. ¿Cómo se atrevía a arriarlos como ovejas para luego marcharse cuando estaban casi listos? Daichi contó con Suga para que inventara una buena excusa si alguien se la exigía.

 

Fue lo suficientemente rápido para terminar antes de que alguien más siquiera entrase también, mas no lo suficiente para no toparse con Hinata y Kageyama a pocos pasos de él al abrir la puerta. Por suerte, el más bajo seguía un tanto asustado por su actitud de hacía unos minutos y no se atrevió a hablarle; en cambio, volteó a otro lado e ingresó al pequeño lugar tan pronto como pudo. Kageyama, por su parte, hizo un diminuto gesto de despedida. Debía apresurarse en irse o se cruzaría con los problemáticos.

 

Fue en ese momento que la picazón se hizo más fuerte y comenzó a toser. «Solo un minuto más, ¡un minuto y salgo de aquí!». Sentía el dolor de algo atascado en algún lugar de su tráquea, aunque no lo suficiente para impedirle respirar. Era una sensación terrible, ¿qué cosa tan grande iba a expulsar? Se golpeó la zona y respiró profundo en un intento improvisado por mover esa cosa un poco, pero solo logró intensificar el dolor. Cerró los ojos por unos segundos. Maldición, se arrepentía de haber deseado que saliera una segunda flor, para empezar. La primera había salido con tanta facilidad, creyó que todas serían así.

 

—¿Daichi? —Abrió los ojos de golpe. Estaba tan concentrado tratando de aliviar las punzadas que solo registró su nombre y no de quién era la voz. Cuando levantó la mirada, ya tenía al otro chico encima—. ¡Daichi! ¿Viene la segunda?

 

Ah, esos ojos marrones estaban tan abiertos como los suyos. Asintió rápido con la cabeza, sintiéndose incapaz de hablar con una flor atravesada y la respiración agitada. Suga se mordió los labios, dando vistazos a los alrededores.

 

—Sígueme —ordenó antes de salir corriendo.

 

Daichi obedeció sin pensar mucho a dónde iría, él solo quería desaparecer de la zona entre el gimnasio y el salón del club para no ser descubierto. Tosió un par de veces en el camino, se le dificultó respirar con tanto movimiento y casi frenó por el ardor en su pecho; pero cumplió su cometido hasta el final, a duras penas. Inhalando más de lo que sentía llegar a sus pulmones, al fin reparó en su ubicación: la parte trasera del gimnasio. Con una mano frente a su boca por la tos, uso la otra y sus cejas para indicarle su confusión.

 

—¡Lo sé, lo sé! —exclamó en susurros—. Puede no parecer una idea inteligente, pero nadie va a creer que eres tú si viene de atrás y si no hablas.

 

Eso tenía sentido. Solo se aseguró de no estar frente a una ventana y empezó a toser más fuerte. El dolor se extendía; sabía que desesperarse no era recomendable en estos casos, pero era casi inevitable cuando estaba al borde de no respirar y su garganta se quejaba de su uso forzado. Si seguía así, alguien iría a ver qué sucedía o a ayudar y acabaría en lo que quería evitar.

 

La flor subía lentamente, podía percibirlo. Tenía que estar entera para algo así. Quizás se estaba deshaciendo y eso era lo que permitía su ascenso. Cuando ya casi pasaba por su garganta, un pétalo delgado y amarillo escapó por su boca.

 

—Eso es, ya casi lo tienes. Solo un poco más. Intenta toser más fuerte para que sea más rápido.

 

Se habría reído bajo otras circunstancias. ¿Acaso estaba alentando a una mujer en parto?, porque con solo cambiar unas palabras podía funcionar en ese contexto.

 

Haciéndole caso a Suga, tres veces más expulsaron al pompón algo destrozado de su interior y por fin pudo inhalar a la máxima capacidad de sus pulmones. Luego escupió unos cuantos pétalos que se quedaron pegados a su lengua.

 

—Está maltratada, pero estoy casi seguro de que esa es la flor nacional. —Suga posó una mano debajo de su cabeza, su dedo índice sobre los labios fruncidos.

 

—¿Un… crisantemo? —preguntó entrecortado, aún recuperaba el aire.

 

—Sí, un crisantemo. No tengo idea de qué querrá decir por fuera de la realeza.

 

Ambos esperaron a que su respiración se calmara. Daichi escondió la flor en su bolso de una vez —esta sí que no tenía ganas de verla, qué dolor de todo fue— y también se encaminó a la salida de la escuela, solo que una tos más suave lo atacó antes de siquiera alejarse del gimnasio. Suga no le prestó mucha atención, seguramente pensó que era el residuo de tanto toser; él tampoco, para ser honestos. Por eso le sorprendió tocar algo aterciopelado y no solo su aliento de repente. Ante su visible impacto, el armador se le acercó.

 

—Oye, ¿qué…? —Se calló una vez frente a Daichi.

 

—Había más —murmuró mientras veía los pétalos negros desiguales en su mano.

 

—¿Había flores negras?

 

—Yo también me entero.

 

Los dos los observaban espantados, preguntándose si ese era un color natural. Daichi reaccionó primero, ordenando los pétalos para ver si lograba descifrar de qué flor se trataba. Solo eran cinco, pero sus distintos tamaños complicaron la tarea. Tardó alrededor de medio minuto en dar con una forma reconocible.

 

—Ah, sí la he visto en otros colores —Suga comentó—. No recuerdo el nombre.

 

—Yo tampoco. Lo común es que sean moradas con blanco y negro en el centro, ¿no?

 

—Sí, eso creo.

 

Unos segundos de silencio. Sin decir más, Daichi guardó los pétalos de la flor sin identificar también y reanudó su caminata.

 

—¿No me vas a esperar? Te recuerdo que aún no me cambio —dijo detrás de él.

 

—Iré a llenar mi botella de agua. Te espero ahí.

 

Después de separarse, Daichi soltó un enorme suspiro. Esta era apenas la segunda vez que el hanahaki se manifestaba y ya escupía dos tipos de flores en una ronda. Algo le decía que eso no era bueno. Incluso después de beber agua, su voz salió algo ronca. Odiaría los crisantemos por un buen tiempo, lo mismo pasaría con cada flor que se atreviera a salir entera sin importar que su tamaño no fuese el adecuado para esa hazaña.

 

—Debería aprender a hacer la maniobra de Heimlich para la próxima vez que ni puedas hablar. —Ya en la calle, Suga compartió su idea. Sonó como una broma, pero sabía que ese tono era para que la seriedad no los invadiera.

 

Daichi lo imaginó. Sus brazos rodeándolo desde atrás, su puño encima del ombligo, presión que lo pegaría más a su cuerpo repetidas veces hasta recuperar el aliento. Posiblemente su respiración chocaría en su nuca, escucharía cada sonido del esfuerzo de cerca, sus caderas…

 

—Definitivamente no —declinó, inexpresivo.

 

—¿Eh? ¡¿Por qué no?! —Casi parecía ofendido.

 

—Creo que me harías vomitar, más bien. —No. Creía que no sería bueno para su cordura, pero no había manera de ser sincero.

 

Suga respondió con un manotazo fortísimo en medio de los omoplatos. Daichi gritó involuntariamente; de sorpresa o de dolor, eso no lo sabría con exactitud.

 

—Eso también debería funcionar.

 

—No, gracias. Suficiente dolor tengo con una flor atascada —rechazó otra idea más, ahora con tintes de miedo mezclados.

 

Lección fundamental del día: nunca ganarse la palmada de un voleibolista.

 

Daichi llegó a casa avisando que ya había pasado su segundo episodio. Su madre solo le dio tiempo para bañarse y cambiarse antes de ir a entregar las muestras al médico. En el auto comenzó a preguntarse si un doctor se sabía todas las flores o si trabajaría en conjunto con un botánico para identificarlas. No conocía los significados, o eso supuso al recordar que no le dijo nada de eso sobre la camelia.

 

Le tocó esperar el doble esta vez. El doctor no supo disimular la impresión de ver dos flores distintas. Lo sabía, tenía que ser malo. Al igual que Suga, reconoció el crisantemo pese a su deformación y se intrigó con los pétalos negros. Abrió una gaveta en su escritorio y sacó un libro tipo catálogo que le entregó al joven en sus manos. En letras blancas sobre un fondo floral colorido se leía: «Hanahaki & Hanakotoba». Daichi miró al hombre de bata blanca con las cejas arqueadas.

 

—Lo busqué especialmente para usted, Sawamura-kun. Aparecen las flores más comunes de la enfermedad con algunos de sus significados, pero puede que necesite investigar con más profundidad en algunos casos si no cree que concuerden con sus sentimientos. Al final encontrará las que suelen aparecer cuando le queda poco tiempo. En el momento que tosa alguna de esa sección, tendrá que someterse a cirugía lo más pronto posible.

 

Solo por curiosidad, hojeó las últimas páginas. Tragó saliva, sentía que revisaba el catálogo de flores para actos fúnebres junto a algunas otras que, a pesar de no emplearse en esos actos, tenían significados relacionados a la muerte o al adiós. Combinaciones de rosas blancas y rojas, arvejillas, hasta la higanbana que no comunicaba mensajes tan bonitos; le extrañó —y alivió— no ver la camelia, pero supuso que era porque transmitía amor también.

 

—Para determinar el tiempo aproximado que tendrá, necesitamos conocer el significado de estas flores y relacionarlo con lo que ha sentido recientemente. Por favor, busque el crisantemo e intente reconocer la otra.

 

Esta vez buscó en las primeras páginas. El crisantemo apareció casi de inmediato, tenía una hoja entera dedicada a sus significados según sus colores. En general, era una flor imperial en Japón, pero incluía su traducción occidental para mayor exactitud. Daichi no perdió tiempo en las que no le interesaban en ese instante; posó sus ojos en las líneas del amarillo.

 

—Amor rechazado —leyó en voz alta.

 

—¿Y eso? —Sí, esa emoción debía ser rara si no se había confesado.

 

—Sentí eso cuando supe por qué me enfermé —dio la explicación más sencilla.

 

Para la flor desconocida, ojeó en busca de negro. Algunas páginas después, identificó la flor morada de centro negro y blanco que se proyectó en su cabeza hacía dos horas. «¡Pensamiento era su nombre!». Había muchas fotos de distintos colores, y de último lugar estaba el que había salido de él. «Tristeza de un amor sin esperanza».

 

—Sí, eso también lo sentí el miércoles. —Daichi arrugó el rostro. No creía necesario divulgar qué había sentido, solo cuándo.

 

—Entonces, ¿estas dos flores representan sus sentimientos de hace tres días? —Señaló los montones de pétalos que ahora estaban guardados dentro de una bolsa transparente.

 

—Sí. Fue lo que sentí esa noche después de enterarme de que tenía hanahaki.

 

—Les tomó algo menos de tres días crecer. No es el paso más lento que hay, pero existen casos en los que sucede ipso facto. Sawamura-kun, tomando en cuenta esto y que fueron dos flores distintas las que salieron al mismo tiempo, calculo que tendrá entre seis y nueve meses para curarse; puede llegar a diez si no aparecen flores distintas a menudo.

 

Seis meses apenas le darían la oportunidad de participar en el Intercolegial de octubre si no se retiraba del club antes. Nueve meses alcanzarían para celebrar su cumpleaños. Diez meses no le permitirían graduarse. Si era optimista y pensaba en cómo disfrutar más su último año como estudiante de preparatoria, su límite seguro sería en noviembre. Suspiró. Recordó por qué quería escupir la segunda flor: necesitaba saber si tendría el tiempo suficiente. Ahora que tenía la respuesta, Daichi fijó su nuevo objetivo.

 

Siete meses para enamorar a su mejor amigo debían ser más que suficientes.

Notas finales:

Hanakotoba: Lenguaje de flores japonés.


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