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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Como era de esperarse, el domingo fue un día repleto de felicitaciones por teléfono. Familiares llamaron a la casa para hablar con él, amigos de sus padres también. Si no marcaban, era algún mensaje por cualquier medio. Incluso los vecinos más sociables tocaron a su puerta con detalles. Perdió una buena parte del día relatando una y otra vez los eventos de las Eliminatorias, aunque trataba de omitir el diente caído si no lo señalaban.


«¿Se podría saber por qué me enteré primero por Kenma que por ti de que clasificaron a las Nacionales?». Y, por supuesto, cierto dúo no se quedó quieto a partir de la tarde.


«Se tardó bastante en contarte si recién te estás enterando».


«Lo sé desde ayer, pero esperaba que te acordaras de nosotros y nos dijeras algo por aquí!!», incluyó un gato llorando al final del texto. «De todos modos, ¡felicidades por ganar!».


Daichi escribía su agradecimiento cuando Bokuto entró al chat con lo que habría sido un escándalo en persona: «Y CÓMO ES QUE SABÍAS DESDE AYER Y TAMPOCO ME CONTASTE NADA????». Decidió ignorarlo por el momento y acabar su mensaje de todos modos. Poco después, agregó: «Por cierto, felicidades! Estaré esperando jugar contra ustedes!!».


«¡Porque se supone que ÉL tenía que darnos las noticias!


Decidí callarlo por un día para darle chance, pero siguió olvidándose de nosotros!!!


Decepcionante, Sawamura.


¡Yo te espero para la Batalla del Basurero!».


«Yo debería ser quien diga eso. Ninguno de ustedes ha clasificado todavía». Daichi rio cuando recibió un montón de emoticones sorprendidos y ofendidos al instante de parte de ambos. «Avísenme en tres semanas a quién veré».


«Me estoy arrepintiendo de haberte felicitado».


«Hey!!! Son tres lugares para Tokio, así que al menos uno de nosotros clasificará!


Y por supuesto, Fukurodani será uno de esos tres!


Hey hey hey!!!!».


«¡Y Nekoma no será el que se quede por fuera!».


«Aunque...


Incluso a mí me emociona la Batalla del Basurero, pero si alguno de ustedes llega a jugar contra nosotros primero, no pienso perder!!».


«Ja, como si fuera a perder contra ti».


«COMO SI FUERA A PERDER CONTRA TI!».


Esto olía a una próxima discusión que no estaba dispuesto a soportar. Debía intervenir pronto. Envió lo primero que le vino a la cabeza:


«Aunque tampoco es seguro que yo vaya a jugar la Batalla del Basurero».


Interpretó los segundos que pasaron antes de la aparición de nuevas burbujas de texto como un silencio incómodo. El par de MIERDA simultáneos habría sido gracioso en otro tema de conversación. Supo que fue una mala idea decir eso. Percibía el pánico de los capitalinos en sus mensajes.


«SUGAWARA AÚN NO SE CONFESA?????


CONFIEZA*».


«No te has curado?!


(Es con s, idiota)


HOMBRE, CÓMO JUGASTE CON FLORES DENTRO????».


«Cálmense y déjenme hablar». Le siguió una cara de ojos entrecerrados de Bokuto, supuso que era la respuesta a la corrección ortográfica. «No tenía tantas flores, por eso pude jugar. Y no, aún no me curo».


«¿No tenías hasta la otra semana para eso?».


«Por eso digo que no es seguro que juegue. No me recuperaré a tiempo de la operación como para participar en las Nacionales».


«No hables como si fuera definitivo.


Sawamura, me NIEGO a disputar la Batalla del Basurero sin ti.


ASÍ QUE ES HORA DE LAS MEDIDAS DESESPERADAS».


«Esto no me da buena espina...». Suspiró. Ideas de ese tipo no debían ser buenas viniendo de ninguno de los dos.


«No, es en serio. ¡Tu salud y sentimientos están en juego aquí!


Ya casi llegas al punto de no retorno, así que debes ser drástico.


Muy directo, quiero decir.


Creo que ya deberías confesarte tú y aclarar todo de una vez. Si no te corresponde ni un poco, te operas ya porque no es como si fuera a cambiar en una semana».


«O haz cosas que hablen por sí solas», agregó Bokuto.


«Me quedo con lo de Bokuto. Ya conocen mis razones para esperar».


«Me vale lo que hagas mientras obtengas su respuesta (que más vale que sea que te ama también).


Y yo que pensaba que Suga-chan y tú habían tenido su buena celebración».


Una ceja se alzó en cuanto leyó el último comentario. Ni siquiera podía decidir cuál era la peor parte, lo más molesto, por lo que empezó con lo que hizo ruido primero:


«¿Suga-chan?».


«¿Celoso, capitán?».


«Y prefiero ignorar lo que estás insinuando».


«No veo a Sawamura llamando a nadie con –chan», opinó el ajeno a la discusión junto a un emoticón pensativo. «Creo que le diría por su nombre si quisiera ser cariñoso».


«¿Me vas a decir que no te habría gustado celebrar así?».


Daichi aprovechó su derecho a permanecer en silencio. Ni siquiera terminó de teclear lo que diría sobre llamarlo Koushi. Que Kuroo hablara solo —o con Bokuto— si voltearía las cosas en su contra.


Abandonó el celular sobre la cama y decidió revisar su clóset en busca de alguna prenda que iluminase su lado creativo. El miércoles tendrían una fiesta de disfraces por Halloween en casa de Ennoshita, misma que serviría como el festejo del club por su victoria. Una reunión en su residencia era igual a grabaciones de pequeños filmes, por lo que esperaba que indicase cómo debía ir cada uno. Instrucciones más específicas que solo intenten dar miedo jamás llegaron; le tocaba improvisar.


Solo sabía de qué no disfrazarse. Suga le había avisado que sería un vampiro y escuchó cuando Nishinoya le sugirió a Asahi vestirse de pirata —con lo poco que le gustaba pensar en cosas terroríficas, de seguro se quedaría con la primera opción que le dieran—. El zombi era obvio que sería escogido por alguien, así que lo descartó de inmediato. Suspiró con fuerza tan solo a mitad de la revisión. Qué sencillo habría sido ser otro chupasangre. Sería genial asistir con disfraces en conjunto el próximo año si eran invitados a alguna fiesta de Halloween.


Daichi se tumbó sobre el colchón en cuanto se percató de sus pensamientos. Fue atacado por la pesadez de la incertidumbre. Antes era capaz de imaginar momentos bonitos junto a Suga con lujo de detalles, pero esos futuros hipotéticos se volvían cada vez más borrosos. La ilusión era reemplazada por el dolor de un casi imposible en su pecho. Ni cerrar los ojos para eliminar la distorsión de las imágenes a su alrededor ayudaba a ver con claridad lo que su mente reproducía. Se quedaba sin su escapatoria, sin su mundo de fantasía momentáneo. Daba miedo. Aumentaba su temor a un mañana donde Suga no significaría nada para él.


El futuro era una fotografía que se revelaba despacio. Había que ser paciente para descubrir las formas que exhibiría. En un principio, solo distinguiría siluetas de lo que pudiese ser su contenido y, con el tiempo, iría entendiendo las formas que no tenían tanto sentido. Obtendría los colores, las luces y las sombras. Solo al alcanzar ese momento —donde el futuro se convertía en el ahora—, toda la escena sería tan clara que hasta podría explicar lo que no pudo ser capturado, qué antecedió, qué siguió poco después.


La foto que correspondía a su vida amorosa estuvo esclareciéndose hasta hacía poco. Deseaba tanto que la otra figura masculina junto a él fuese Suga; sin embargo, la brillante sonrisa y el cabello cenizo de apariencia suave perdían su nitidez. Cada día se hacía más complicado verlo en su futuro. Daichi temía que se volviera irreconocible.


Para mitigar las punzadas en cada latido, revisó nuevamente su celular.


«El que calla, otorga, Sawamura». El guiño al final del mensaje de Kuroo casi le hace botar el móvil otra vez en algún punto aleatorio del colchón. En su lugar, obvió el resto de la conversación para ir a la de Suga a pedirle ayuda con el disfraz.


«No estaría mal ser un espantapájaros», sonrió al leer la respuesta casi inmediata del vicecapitán.


«Eso fue rápido. ¿Ya lo habías pensado?».


«¡Era una de mis opciones! Pero como me gusta cómo me veo de vampiro y tengo años sin disfrazarme así, me quedé con el vampiro».


«Así que ya te has disfrazado de vampiro».


«Sip. Si tienes jeans o un overol roto o viejo, una camisa fea y el sombrero, ¡ya estás listo! Tal vez algo de pintura en el rostro, si quieres».


«Tengo todo.


¡Gracias, Suga!», agregó un emoticón sonriente.


«¡De nada!».


Daichi se estaba levantando cuando escuchó dos notificaciones más de la aplicación. Alzó las cejas al ver que eran dos fotos de ocasiones pasadas en las que Suga se disfrazó de vampiro. En una no lucía mayor de diez años, y en la más reciente especificó que estaba en segundo año de la secundaria. Aunque su peinado era distinto, era bastante fácil de identificar por su color, el lunar y la enorme sonrisa —por más colmillos falsos que tuviera puestos— que siempre lo acompañaba. Fue un niño tierno que no perdió su encanto en la pubertad.


«Ser vampiro te sienta bien. Supongo que tu piel es una ventaja».


«Para algo me tenía que servir la palidez», por separado, envió un emoticón de risa. «Quiero agregar algo de sangre, ya veré qué me sale».


«De seguro te sale algo genial».


«¡Eso espero!


Ya, te dejo buscar tu traje de espantapájaros. ¡Hablamos más tarde!».


Nunca había estado tan tentado a agregar el emoticón del beso, ese que nunca había usado.


Fue bueno detener la conversación ahí, ya que su mente comenzaba a juguetear. La sangre en un vampiro no podía estar ubicada en otro lugar más que en el área de la boca, por lo que mancharía los labios, sus comisuras o la barbilla. Por alguna razón, imaginaba que lograba el efecto con mermelada o sirope de fresa que limpiaría con su lengua. Demasiado estimulante para su sanidad.


Luego de apartar las prendas que formarían su atuendo de la fiesta, pidió que cual fuera el ajuste del disfraz de Suga no despertase sus ganas de ser mordido por él.


El resto de su domingo también consistió en más felicitaciones por el triunfo de su equipo. Como supuso, la clasificación a las Nacionales lo llenó de la alegría indescriptible de alcanzar una meta que por tanto tiempo vio muy de lejos; sin embargo, tenía sentimientos encontrados. Recordar que Karasuno iría a Tokio en enero traía consigo la duda de en dónde se ubicaría en esos días: de pie en la cancha como capitán o sentado en las gradas como invitado. Si se miraba solo a sí mismo, por cómo pintaban las cosas, era igual a haber perdido; ayer había sido su último partido. Al menos ganó, era buen consuelo. Lideró a muchachos de nivel nacional. Él también era de ese calibre. Estaba orgulloso; era una buena forma de despedirse del voleibol hasta nuevo aviso.


Pero no estaba listo para despedirse de Suga. Quizás exageraba; seguirían viéndose hasta marzo, solo que no habría rastros de la amistad que los unió por casi tres años. No sonaba a una buena manera de finalizar la preparatoria. Sus memorias seguirían ahí, solo que vacías; él formaba parte de la mayoría. El dolor no sería solo propio. Los sentimientos de Suga crecían, y era posible que se enamorase tarde. ¿Qué ocurriría en ese caso? Daichi no soportaba ni la idea de que las flores cambiasen de residencia.


Tal vez Kuroo tenía razón. Debía actuar ya. Arrancarse las flores del pecho, sacar las espinas si había rosas. Respirar con libertad. Decirle lo que había guardado por meses, quién sabía si un año ya.


Terco como era, propiciaría la confesión de Suga. Crearía un ambiente que lo invitase a abrirse, sincerarse; demostrarle que ya no solo le gustaba, que el amor se hospedaba en el mismo espacio con su nombre de su corazón. No sabía cómo, eso lo descifraría en la semana.


Entrada la noche, volvió a prestarle atención a su celular. Suga le preguntó si había conseguido todo lo del disfraz —sí— y el grupo de capitanes fue el chat personal de los dos idiotas por unos minutos, como siempre ocurría cuando lo ignoraba a propósito. Bajando alrededor de un centenar de mensajes sin leer, se topó con las líneas «Kenma también me contó algo sobre un diente. ¿Cómo fue eso?». Sus ganas de reportarse se esfumaron. Suficiente tuvo con su madre casi infartándose al ver el extenso hematoma en su rostro y el hueco en donde solía estar su muela, y con su padre quejándose por tener que pagar por un implante dental para un adolescente que no debería sufrir de algo peor que algunas caries.


«Y yo que me había aliviado cuando escogiste el voleibol porque me parecía el deporte menos riesgoso», fueron las palabras de su mamá cuando la conmoción pasó. Si así la preocupó por un accidente en el juego, ¿cómo aguantaría la hospitalización que le tocaría si este amor fracasaba?


Si de algo sirvió revisar el grupo más ridículo al que lo habían agregado, fue para recordar la pregunta que quedó pendiente más temprano.


«¿Has hablado con Kuroo?».


«Tengo su número, pero nunca hemos hablado. ¿Por?».


«No, nada».


Ignoró el celular hasta la mañana siguiente. Si lo llamaba Suga-chan de verdad, prefería esperar a que se le escapara estando frente a frente y reír por el puñetazo que se ganaría. Aunque Bokuto había acertado en su análisis de que él nunca usaría ese honorífico, algo le molestaba de Kuroo empleándolo. Si era por el tono entre demasiado amistoso y juguetón que le daba o por sonar más cariñoso que él con su apodo a secas, era imposible determinarlo.


El lunes fue una continuación del festejo de todo el fin de semana. Sus compañeros de clase los felicitaron en cuanto entraron al salón, cada profesor que se cruzaron —incluso los que no conocían— les sonrió con orgullo. El cartel guindado en el exterior del edificio principal en honor a todo el club le subía el ánimo con solo vislumbrarlo. Tanto júbilo a su alrededor ayudó a que su semana iniciara amena, nada que ver con su decaimiento del martes.


Debió ser porque le dolieron los pulmones desde el timbre de su despertador. Inhalaba con cuidado para evitar punzadas. Regular el oxígeno que ingresaba a su sistema era incómodo. Controlar un proceso que era automático, involuntario, del que apenas era consciente en la normalidad, era una molestia. Si olvidaba ir con más calma, cual fuera la flor en él hacía notar su presencia con fuerza. Esperaba toserla pronto.


La escuela tampoco mejoró su humor. Les avisaron del festival deportivo que harían con los distintos clubes y Daichi solo pensó en que posiblemente se perdería su última oportunidad de participar. La sorpresa de una felicitación pública gigante había expirado, cediéndole el lugar a la indiferencia. Suga lo tranquilizaba con solo permanecer cerca, mas no era suficiente.


Cada hora se sentía más enfermo. Solo deseaba que su amigo se percatase de cuán mal estaba e hiciera algo al respecto; no le importaba qué. Mientras no escogiera esos momentos para confesarse, le daba igual. No quería que revelase algo tan importante por lástima. Por eso, aun con la respiración peor de lo que era aceptable, trataba de lucir sano, sereno.


—¿Te sientes tan mal, Daichi? —El problema era que Suga tenía un máster en identificar sus estados emocionales. Aguardó a caminar de vuelta a sus casas para preguntar.


—Las flores me están matando hoy. —Al ver lo redondos que quedaron sus ojos cafés, aclaró—: ¡No, no en ese sentido! Fastidian mucho, ¿bien?


—No me asustes así. —La mano en su pecho le daba una pista de lo mal que se había expresado. Lamentó por dentro causarle ese mal, por leve que resultase—. Aunque es bastante obvio que estás batallando para respirar, me refería al ánimo. Has estado apagado hoy.


—¿Apagado? —Alzó ambas cejas—. Creí que sería algo como irritado.


—Nah, estás apagado. ¿Qué pasó de ayer a hoy para esto?


—No tengo idea. —Rascó los cabellos cortos sobre su nuca—. Creo que... todo me está recordando que ya no queda tiempo.


—Se entiende. Estás en un punto donde no pensaría en nada más que no fuera curarme.


—Tengo como diez días, Suga. —Detuvo su andar. El otro reaccionó a tiempo, parándose frente a él—. Me agrada que de seguro en dos semanas ya no tenga flores que me incomoden, pero no puedo completar la escena. —Descendió la mirada. «Mi esperanza es menor cada día».


—Te estás desanimando. —Sintió sus manos envolver parcialmente sus brazos—. No suena muy tú.


—Suena raro de mí, lo sé —murmuró.


De pronto, ya no eran dedos en sus bíceps, sino brazos alrededor de su espalda.


—Estabas tenso. Parecías pedir un abrazo —explicó sus acciones. Daichi sonrió suave y correspondió el gesto. Sus cabezas descansaban en el hombro ajeno, por lo que escuchaba su voz muy de cerca.


—No sabía que lo necesitaba. Gracias. —Si tan solo las flores no lo hubiesen estado hiriendo tanto, habría puesto todo de sí en ese abrazo. Aun así, trató de imprimir sus sentimientos en esa ligera y reconfortante presión. Te amo. Por favor, date cuenta. Te amo. ¿Me amas? Dime que me amas, que sea en serio. No quiero que estos sean nuestros últimos días de relación, aun si es solo amistad. Ámame. Soy feliz a tu lado. Tengo miedo de perderte aunque sigas cerca.


—Creo que eso es lo que te hace falta. —Oírlo justo detrás de su oreja era un deleite. Era un sonido tranquilo, hermoso como su emisor—. Estás estresado, debes liberarlo todo.


—Seguro mejoro mañana con la diversión de la fiesta.


—Es probable, pero estaba pensando en otra cosa. —Sintió frío en cuanto Suga rompió el contacto. Se consolaba con que también amaba verlo a los ojos—. En vez de algo movido, necesitas un lugar quieto y bonito para relajarte. Un parque de noche, por ejemplo. Ya no hay tanta gente y puedes acostarte a ver las estrellas. Suena bastante bien solo describiéndolo, ¿verdad?


—Puedo cerrar los ojos y visualizarme ahí. —Contigo.


—¿Y te sientes calmado? —Daichi asintió con la cabeza. Mucho más si te tomo de la mano—. Está decidido, entonces. —Aplaudió una vez. Arqueó una ceja—. Vayamos al parque.


—¿Hoy? —No disimuló su sorpresa.


—Pff, ¿estás loco? Creo que eres muy consciente de lo mal que estás respirando ahora. No quiero imaginar cuántas flores estás por toser.


—Yo tampoco.


—Además, quiero que esa salida sirva para que liberes lo que te tenga mal. Siempre te recuerdo que puedes contarme todo sobre tus sentimientos. Me limitaré a escuchar si eso quieres, opinaré si me lo pides. Que tosas en pleno desahogo arruinaría el ambiente, ¿no crees?


—Tienes razón. —Soltó una risilla.


—¡Esa es la sonrisa que extrañé hoy! —exclamó, dándole un manotazo no muy potente en el hombro. Sus palabras hicieron que sonriera aún más—. Como mañana es la fiesta y el jueves descansamos, ¿te parece bien ir el viernes? Así no nos preocupamos por la hora de volver a casa y, como creo que toserás entre hoy y mañana, no habrá dado tiempo a que crezcan más flores que te interrumpan.


—Perfecto. —Iba a intentar adelantar el plan para el jueves, pero sus argumentos lo convencieron. Se notaba que había pensado cada detalle—. Veremos las estrellas el viernes. —Le gustaba decirlo. Sonaba romántico.


—Con suerte, pasará una estrella fugaz y le pediremos que el amor sea correspondido.


—¿Servirá si ya me dijiste tu deseo?


—Antes de pedirlo. No hay daño. —Se encogió de hombros.


—Eso espero.


Daichi llegó a casa con la esperanza restaurada. Por eso, cuando tosió los claveles rojos en la ducha, ya no sentía que le doliera tanto el corazón por él. Esa salida era el ambiente propicio para la confesión que estuvo pensando. Si todo iba bien, se convertiría en una cita y se despediría del hanahaki en tres días.


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