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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Las fiestas de disfraces eran sus favoritas. Tal vez era complicado decidir de qué vestirse, sin embargo, una vez preparado todo, entrar en el personaje era de lo más divertido. Imaginar las reacciones de los demás y adivinar de qué iría el resto era parte de lo entretenido; lo disfrutaba desde antes de siquiera asistir. Suga sabía que recibiría comentarios de asombro por el empeño que puso en su apariencia, pero no al nivel de que el saludo de la mayoría fuese ¡tómate una foto conmigo!


Daichi aún no llegaba cuando él lo hizo, así que le tocó esperar varios minutos de ansias por la cara que pondría. Por suerte para él, no más de media hora después le abrieron la puerta al capitán. Sonrió en cuanto escuchó su voz respondiendo las bienvenidas. Se quedó en el mismo lugar; dejaría que él lo encontrara. No estaba tan lejos de la entrada, de todos modos. Cuando se vieron de frente, notó que su atención se dirigió a sus labios sin ninguna clase de disimulo. No era sorpresivo, había sido igual con todos, solo que el nivel de perplejidad fue muchísimo más visible esa vez.


—¿La sangre es labial? —preguntó, señalando con un dedo.


—Y delineador rojo, sí —asintió. Su sonrisa creció por las cejas alzadas ante él—. Como decidí no ponerme colmillos para poder comer en paz, algo tenía que hacer en mi boca. —Se encogió de hombros.


Wow. —Soltó una risilla por su falta de palabras. Aún detallaba la distribución dispareja del maquillaje en la parte más interna de sus labios y la barbilla—. Sí se ve como si acabases de chuparle la sangre a alguien, está genial.


—¡Gracias! —Luego de complacer sus expectativas, se permitió ver el disfraz de Daichi—. Excelente uso de la ropa vieja y gastada —comentó con la vista danzando entre los agujeros del overol y los espacios decolorados de su camisa—. El tuyo ha quedado bastante bien.


—Pero el tuyo es dedicación pura. ¡Hasta te peinaste de lado! Estoy seguro de que ganarás si hacen un concurso del mejor disfraz.


—Ni siquiera has visto a todos los que estamos aquí y aún faltan algunos por llegar. —Frunció el ceño sin deshacer su sonrisa.


—Sé que nadie te superará. —Su expresión entre confiada y orgullosa estuvo a punto de teñir sus mejillas.


Sería complicado retener su confesión hasta el viernes, aun si llevaba años de practicar disimulo. Había buenos motivos tras su decisión de fecha. Como le explicó a Daichi, no podían salir el día anterior por el evidente ataque de tos que tendría en breve. De no haber sido por la celebración, el miércoles habría sido el día perfecto. No planeaba declarársele en medio de la fiesta, demasiadas incomodidades para contarlas. El jueves pintaba bien, excepto por la posibilidad de que siguiera tosiendo flores intermitentemente por veinticuatro horas. No deseaba estropearle las clases del viernes —habían avisado que les darían un tema importante—, así que escogió la noche previa al fin de semana como el momento adecuado para ponerle fin a la incertidumbre.


Mientras tanto, se encargaría de reunir buenos recuerdos de los días finales de amistad —esperando que se transformase en algo más y no bajase de nivel pasado mañana—. Guardaría el halago a su disfraz donde iban sus motivos de gritar de emoción por dentro. La forma en que miraba sus labios de vez en cuando iría con los alteradores de su autocontrol; sentía que estaba a un segundo de entrar en el personaje y morderlo cuando lo atrapaba en el acto.


—Oh, el Rey se comerá la carnada. —Escucharon el comentario de Tsukishima a sus espaldas. Ambos voltearon al instante para entender qué sucedía.


Pff, no lo creo. —Suga estaba al borde de la risa por la escena frente a él.


El rostro de Hinata lucía como si pudo haber perdido las plumas falsas de sus alas negras. A dos metros de distancia, Kageyama solo resaltaba por las orejas de gato en su cabeza.


—¡¿Quién te dijo que iba a ser un cuervo para que vinieras así?! —acusó el pequeño, su dedo índice señalándolo.


¿Ah? —El armador arrugó el entrecejo al instante— Idiota, ¿crees que me gustaría combinar contigo?


—¡Eso estás haciendo sin siquiera esforzarte! ¡¿Qué se supone que asusta de un gato?!


—¡Soy el gato negro de las brujas!


—¡Mala suerte no me darás! —Le sacó la lengua, ganándose un apretón de una sola mano sobre su cabeza—. ¡Eso duele, Bakayama!


—El gato ha capturado a su presa —dijo Tsukishima antes de alejarse del par que siguió peleando.


—Esos dos necesitan que les pongan orden. —Daichi dio un paso adelante.


—No. —Fue veloz en tomarlo del antebrazo para detenerlo. Él le dirigió una ceja arqueada—. Quiero ver qué tan lejos llegan cuando nadie los espanta. —Al ver que había perdido las intenciones de acercarse a los de primero, lo soltó. Era gracioso cómo Hinata trataba de zafarse del agarre del más alto, pero Suga se percató de algo más—. ¡Daichi! —Toqueteó su hombro con la punta de un dedo.


—¿Qué?


—¡Eres un espantapájaros!


—Ajá... —No parecía captar.


—¿No entiendes? ¡Estás hecho para espantar cuervos! —Apuntó hacia el pelirrojo con ambas manos—. ¡Y nos llaman cuervos!


A pesar de estar algo boquiabierto, no había más expresión en su rostro.


—¿Me has escogido un disfraz irónico? —Cruzó los brazos.


—¡No lo había pensado hasta ahora! —No fue capaz de retener la risa por más tiempo—. Capitán de los cuervos usa disfraz de espantapájaros como símbolo de cómo los asusta a casi todos cuando se enoja. —Se había vuelto más carcajadas que persona, medio cuerpo inclinado hacia adelante.


—Más vale que Tsukishima no diga nada de esto. —Ignoró la burla. Consideró tener suerte de ser él; sabía que no habría salido ileso de haber sido cualquier otra persona.


—Kageyama es más obvio. Le temes más al que podría comerte. —Les echó un vistazo al cuervo y al gato—. Están teniendo una mini Batalla del Basurero allá.


—Hablando de ellos, ya no lo soporto más. Iré a hacer mi trabajo. —Sin darle chance de frenarlo, se adelantó hasta el dúo que gritaba entre golpes fallidos.


—El espantapájaros ha ido a espantar al cuervo —susurró para sí mismo y reanudó su risa.


Más tarde, con todos ya presentes, fue hora de la sesión de fotos terroríficas. Al haberles dado libertad de asistir como quisieran, Ennoshita no preparó guiones para sus películas habituales; sin embargo, si se le ocurría alguna improvisación, la grabarían. La primera ronda fue de fotografías individuales a modo de presentación. Algunos tuvieron apoyo de la utilería que coleccionaba, como fue el caso de Nishinoya, el científico loco con suciedad maquillada en el rostro y el cabello levantado por la explosión que ocasionó al confundir el contenido de sus tubos de ensayo.


Cuando fue el turno de Kageyama, creyeron que sería más complicado lograr que diese miedo. Su simple vestimenta negra acompañada de orejas gatunas, en todo caso, era más enternecedora. No fue hasta que Hinata sugirió que sonriera que los ojos de Ennoshita brillaron mientras se alejaba corriendo hacia donde supusieron que estaba su habitación. Regresó con un abrigo morado de rayas horizontales gruesas, se lo colocó encima de su camiseta y le ordenó sonreír tanto como pudiera. El gato de Cheshire accidental fue la segunda sensación de la noche.


Después se tomaron las fotos grupales, según combinasen los disfraces. El científico loco de Nishinoya fue emparejado con el zombi de Tanaka, a nadie le extrañó que juntasen a Hinata y a Kageyama, se dieron cuenta de la relación entre el cuervo y el espantapájaros y a Suga atacó a todo humano. Se preguntó qué habría pasado si le hubiese tocado simular que estaba por morderle el cuello a Daichi y, si en el intento, sus labios hubiesen rozado su piel, pintándola del rojo que había en ellos.


Al terminar, decidieron que sería suficiente con las fotos, por lo que la fiesta continuó con lo que se les ocurriera hacer. Entre bromas, juegos e historias de terror, el resto de las horas de la celebración fueron tan divertidas que muchos lamentaron no poder extenderla hasta después de la medianoche por haber clases la mañana siguiente. Esa noche, Suga se acostó todavía riendo por las ocurrencias de los muchachos.


El jueves arrancó de buen humor, aunque impaciente. Estaba considerando averiguar qué tan importante era la clase que tendrían el viernes y qué consecuencias traería faltar. Los segundos le durarían el triple hasta que fueran al parque. Si el profesor solo exageraba para que la asistencia fuese perfecta, quizás se arriesgaría a adelantar la confesión. Tampoco creía que toser el remanente después de escuchar el te amo fuese tan grave como para faltar a la escuela, pero era mejor prevenir.


Salió de casa sintiéndose cálido, y no por la bufanda enrollada en su cuello. Sonreía ligero; la anticipación se apropiaba de él. Se preguntó de qué color había amanecido el insistente hematoma en su cara. Corrió hasta donde estaba cuando lo divisó un poco más atrás del sitio donde se reunían o separaban, dependiendo de la hora.


—¡Daichi! —llamó.


—Suga, hola. —Apenas se fijó en la mano que reforzó el saludo a media voz, y mucho menos en la tonalidad del moretón en su mejilla izquierda.


El terror que faltó la noche anterior llegó a las ocho de la mañana en forma de movimientos lentos, párpados pesados e inhalaciones entrecortadas.


—Hey, ¿cómo te sientes? —Sus cejas casi se tocan cuando se paró frente a él.


—¿Regular? —¿Qué tan mal tenía que estar para que admitiera no estar bien?—. Pero no pésimo.


—Creo que sería mejor que te quedaras en casa. —Llevó una mano a su frente.


—No tengo fiebre. —Huyó del tacto.


—Sí, reconozco que no. —Se le hacía increíble que se mantuviese esquivo al cuidado aun aceptando que su condición no era óptima—. Pero no te ves nada bien. Hoy no haremos la gran cosa, regresa a tu casa. Tomaré mejores apuntes que de costumbre y te los pasaré, ¿sí?


—No, porque voy a ir. —Aunque su voz sonaba a volumen bajo, comprobó que no estaba tan débil como daba la impresión por la manera en que aceleró por los pasos suficientes para adelantarlo.


—¡Daichi! —Se apresuró en alcanzarlo. Esta vez, no lo detuvo—. Solo oírte hablar basta para saber que estás mal.


—Se puso así cuando salí —contestó, tajante. Su mano izquierda subió hasta el pecho—. Sentí algo moverse aquí y desde ese momento estoy así.


—Así que te pusiste mal hace tres minutos. —Daichi asintió con la cabeza—. Sigues cerca, te puedes devolver.


—Suga, no. —Empleó un tono fastidiado—. Puedo ir. Si ya estoy así, debe faltar poco para toser y reponerme. Ya no me importa salir corriendo de la clase.


—¿Seguro?


—Prometo ir a la enfermería si necesito ayuda.


—Sigo creyendo que sería mejor quedarte en casa, pero sé que terminarás yendo a clase sin importar que sea tarde. —Notó la mueca de Daichi al retener una risilla. No era gracioso, mas lo dejó pasar; su terquedad empeoraría con otro regaño—. Suerte que esta semana descansamos del club.


—En eso estoy de acuerdo.


Cortó la conversación ahí. Si escuchar a Daichi hablar con más aire que sonido era incómodo, no imaginaba cómo sería para él hacerlo. Solo esperaba de todo corazón que no estuviera tan mal como sonaba.


Una vez en Karasuno, sentados en sus pupitres, no hubo cambio alguno. No era lo deseado, pero era mejor a que su salud decayera. Suga tuvo la sensación de que la primera clase fue más tortuosa para él que para Daichi, pues le prestó más atención a él que a la lección. Si así iba a ser toda la jornada, los segundos durarían el quíntuple.


—Hay algo que no entiendo. ¿No tosiste anteayer en la noche? —preguntó en el descanso entre materias.


—Sí.


—¿Entonces? Es muy pronto para que estés así de nuevo.


—Ni idea. —Se encogió de hombros—. Quizás el cóctel que parecía sangre aceleró a las flores.


—Como si te crecieran en el estómago.


—Los nutrientes no se quedan en el estómago —rebatió.


—Tú entendiste. —Chasqueó la lengua—. Sigo preocupado, aunque parece que sigues igual.


—Te dije que no estaba tan mal como para faltar.


—Espero que sigas así. Solo no dejes que te escuche un profesor —añadió cuando vio al adulto cruzar la puerta del salón.


—Seré mudo si de eso depende no ir a la enfermería. —Imitó la señal de sellar sus labios con un cierre. Suga soltó una risilla.


La segunda asignatura del jueves fue prácticamente igual a la anterior. Daichi no pareció empeorar en el asiento frente al suyo, por lo que estuvo más tranquilo durante los últimos minutos de la clase. Sin embargo, al finalizar, se sostuvo de los bordes de su mesa luego de levantarse.


—¡¿Estás bien?! —Se acercó en menos de un segundo, preparado para atajarlo si perdía el equilibrio.


—Sí... —El volumen no regresaba a su voz—. Solo me mareé un poco. Ya estoy bien. —Soltó la madera.


—¿Seguro?


—Sí. Supongo que me paré muy rápido. —Agachó la mirada a sus pies por dos segundos—. Ahora necesito permiso para ir a comer afuera.


—¡Ah, sí! —Se apartó y recogió su bolso.


Caminaron sin inconvenientes hasta el banco donde se sentaban a almorzar con Asahi, que ya estaba ahí cuando llegaron. De los tres, Daichi era quien más comía, aun así, también solía ser quien terminaba primero. Tanto el barbudo como él se preguntaban cómo lo hacía. Por eso, cuando ambos acabaron y Daichi todavía iba por la mitad, lo miraron con incredulidad y consternación en cada gesto.


—Quiero pensar que la comida está insípida o algo por el estilo —comentó Suga.


—No te cayó mal, ¿no? —murmuró Asahi.


—¿Tan rápido? No. Debí comer mucho en el desayuno. No tengo hambre.


—¡¿No tienes hambre?! —exclamaron al unísono. Era evidente que ninguno se tragaba el cuento.


—Daichi, no trates de engañarnos.


—¿Y por qué hablas tan bajo?


—No puedo hablar más alto. Y no me dará tiempo de terminar esto. —Comenzó a guardar.


—¿Dejarás todo eso?


—No, come hasta que falten dos minutos para el timbre —exigió Suga, una mano frenando la guarda.


—Ya no tengo hambre.


—¿Y dices que estás bien para estar aquí? —Arqueó una ceja.


—De acuerdo, estoy lejos de estar bien, ¡pero al menos puedo respirar!


—¿Es una flor la que te está molestando?


—No te lo iba a contar hasta que termináramos para no incomodar el almuerzo —suspiró—, pero Daichi no ha estado del todo bien esta mañana.


—¡Pero nada grave! —Daichi se apuró en aclararlo a su modo—. Solo no puedo alzar mucho la voz ni respirar muy profundo... y se me ha ido el apetito.


—No te olvides del mareo de hace poco.


—¡Es normal marearse por moverse repentinamente!


—¿Hay alguna flor molestándote ahora? —Con ver el movimiento nervioso de sus cejas, Suga supo que fue buena idea guardarle el secreto hasta después de comer.


—De ambos lados. Siento un pinchazo si respiro de más.


—¿Qué tanto duele?


—Mucho. Y en serio, dejen de preguntarme de todo. Se están preocupando de más por algo que lleva pasando seis meses. Además, todavía falta una semana para que termine de empeorar, así que sigue siendo muy temprano para asustarse. —Daichi casi siempre sonaba tan relajado cuando hablaba de su salud, convencido de que lo peor aún estaba lejos de alcanzarlo.


—Lo dices como si una semana fuera mucho tiempo —recalcó Asahi.


—Es lo suficiente para descartar que lo que sea que me esté fastidiando ahora sea peligroso. Seguramente sea una flor muy grande o diez de la misma. Estaré bien hoy mismo, cuando tosa; esto no va a pasar de esta noche.


—Eso tenlo por seguro. —Suga prefirió quedarse con esa suposición. Era mejor para su tranquilidad y, si apartaba sus miedos, era lo más probable. Si vaciaba sus pulmones esa tarde, no habría flores irrumpiéndolos en el parque el viernes, no hasta después de la confesión, que no eran válidas por ser esperadas—. Entonces, ¿es lo de siempre más falta de apetito?


—Podría decirse que sí —asintió—. De verdad no se preocupen por mí, sé cuánto puedo soportar después de todos estos meses.


—Solo no queremos que te excedas.


—No lo haré.


—¿Y si usas un inhalador ahora como hiciste antes de jugar la final? —sugirió el más alto—. Te ayudó a respirar bien por todo el partido.


—Lo haría, pero tengo la sensación de que me dejarán encerrado en la enfermería si voy allá. —Se rascó la nuca, también se asomó una sonrisa nerviosa.


—Y después pides que no nos preocupemos.


—¡No lo hagan! —insistió. Que le diera una palmada en el muslo solo a Asahi, a ojos de un tercero, habría sido por tener la otra mano ocupada, sosteniendo los palillos. Suga sabía que había más tras la agresividad que nunca llegaba a él de su parte—. Ahora déjenme intentar comer.


Cuando restaban dos minutos para el timbre de entrada a las clases de la tarde, Daichi guardó un almuerzo del que sobró solo un tercio de lo que fue inicialmente. Aún pensaba que debía chequearse por ese nuevo síntoma, pero dejaría eso para la hora de volver a casa.


Si en la clase anterior se había calmado en los últimos minutos, esta fue su total antítesis. Era fácil distinguir que su respiración era forzosa, mucho más teniéndolo en el puesto de adelante. Suga pasó de prestar casi la totalidad de su atención a las diapositivas presentadas a luces apagadas a darle vistazos cada vez más prolongados a Daichi. Trató de disimularlo al percatarse de que el profesor dirigía la mirada hacia su dirección más de lo normal, considerando que no estaban sentados por las filas centrales ni en los primeros puestos para evitar ser vistos así.


—Sawamura. —Sin embargo, el profesor abrió un paréntesis a la clase—. ¿Se encuentra bien?


—Sí. —Suga dudaba que su intento por elevar su tono fuese convincente.


—¿Seguro? —¿Cuántas veces y cuántas personas le habían preguntado eso ya?


—No tengo mucha voz, pero sí. —Incluso enderezó su postura.


—Puede ir a la enfermería sin avisarme cuando quiera, recuerde.


—No hará falta. —Sacudió la cabeza.


—Entonces, Sugawara —llamó. Se crispó por lo inesperado—, no lo mire cada diez segundos, que me pega la hipocondría.


—¡Perdón! —Agachó la cabeza por más de lo debido. Entre las risas ligeras de sus compañeros de clase y el reclamo, tenía suficiente vergüenza. La levantó cuando el profesor reanudó la explicación del tema del día. Desobedeció en el instante que sus ojos se posaron en los anchos hombros caídos, en contraste con la firmeza que los cubría hacía menos de un minuto.


Más que centrarse en la clase, sus pensamientos excesivos tomaron la delantera en su ranking de atención. Si aún quedaba una semana para el marchitamiento, ¿qué tan feos serían sus síntomas? Con ese tiempo, podía decir que Daichi se encontraba en la transición entre fases. Quizás por eso había acelerado el crecimiento. Si de una noche a la mañana su respiración se volvió irregular y el pecho le dolía, en vez de desmejorar gradualmente hasta la expulsión de las flores, ¿qué tan rápida era la evolución final del hanahaki? Un escalofrío lo sacudió.


Era una suerte que solo tuviese que soportarlo un día y unas horas más. Sonrió. Aunque nada le confirmara que él era su cura, tampoco había algo que lo desmintiera; solo existían factores que creaban incertidumbre hacia ambas posibilidades. Si todo iba a favor de ambos, esto terminaría pronto sin necesidad de ir a Urgencias. Sería el turno de florecer juntos y jamás marchitarse.


Lo admitía, sí que quería adelantar la visita al parque para esa noche, pero las flores no estuvieron de acuerdo con el cambio de planes sin anunciar. Lo único bueno de eso era que garantizaba un estado óptimo para el viernes; un mínimo de obstrucción que no perturbaría su respiración lo suficiente para incomodarlo. No se desharía de tanto en el ataque de tos que le daría luego de escuchar su confesión y, en el remoto caso de requerir ayuda, había un hospital bastante cerca. Había pensado cada detalle para que fuese perfecto, aun con inconvenientes.


La clase terminó con Suga dándose cuenta de que había repasado más los posibles escenarios del viernes que lo que fuera que había expuesto el profesor con sus diapositivas llenas de esquemas.


—Daichi. —Tocó su hombro con la punta del dedo índice—. Voy a necesitar tus apuntes de esta clase, no la he entendido del todo.


—Ten. —Apenas escuchó. Sin voltear a verlo, Daichi le pasó su cuaderno por la espalda.


—Gracias. —Abrió en la página recién escrita y frunció el ceño. Por lo general, su letra y organización eran bastante cuidadas; pero notó trazos flojos en los últimos renglones, temblorosos y poco afincados. Esa no era su caligrafía habitual. Cuando se fijó en él nuevamente, su cabeza descansaba sobre sus brazos cruzados, mismos que se apoyaban de su mesa. Sus codos amenazaban, inconscientes, con derribar su borrador y su portaminas—. Oye, ¿te sientes mal?


—No es nada. —Su voz se distorsionaba por quedar encerrada en su almohada improvisada.


—Ni siquiera giraste a verme y te oyes peor. —Se mudó al puesto delante de Daichi para poder verlo de frente. Por su posición de descanso, solo su cabello corto estaba a la vista.


—Me siento... mareado. Un poco, no mucho. —A Suga ya no le convencían sus intentos por restarles importancia a sus síntomas.


—No estarías así si fuera solo un poco. Mírame —ordenó sin mucha fuerza. Daichi levantó la cabeza con un leve gruñido. Sus ojos estaban entrecerrados; todo él parecía caer—. Esas flores se están robando tu energía, Daichi. Creo que deberías ir al médico.


—¿Ni siquiera a la enfermería? ¿Un médico? —reclamó—. Solo queda una clase, puedo aguantar hasta después.


—¿Y crees que vas a ver clase así? Cualquier profesor te mandará a la enfermería apenas te vea. Le decimos a alguien más lo que pasa para que explique nuestra ausencia y te llevo.


—No es necesario. Es una clase de solo escuchar, estaré bien.


—Es una clase sin mucha importancia. Es mañana que nos pidieron asistir. Anda, que te ves fatal. —Hizo un pequeño puchero—. ¿No quieres algo de medicina?


—No es tan fuerte como para medicarme.


Daichi.


—¿Qué? Te estoy hablando sin problemas ahora; podré ver una clase más. —Tenía un punto. Su voz había mejorado, aunque todavía no sonase perfecta. De todas formas, Suga resopló.


—No entiendo cómo te tomas esto a la ligera. Está bien que te hayas acostumbrado a sentirte mal antes o después de toser, pero esto es peor de lo que has estado antes. Si te vieras, entenderías mi preocupación. —Entonces, fue evidente que tuvo una idea. Sacó su celular del bolsillo, activó la cámara frontal y se lo mostró a Daichi—. ¡Mírate!


—No. —Sin embargo, giró el rostro en cuanto le dejó ver su pantalla.


—¡No te voy a tomar ninguna foto! —Siguió su cara con el celular—. No pareces estar mareado por como esquivas la cámara.


—Te dije que no era mucho.


—Hay algo más que te tiene así, entonces.


—Me falta aire —admitió. Llevó una mano a su frente—... y mi cabeza está ligera. Y me está dando frío, pero creo que eso es el ambiente. —Suga asintió con la cabeza, esa parte era cierta—. Aún duele si trato de respirar con normalidad. Es agotador ir de a poco.


—Y no debe ser bueno que respires así por tanto. —Aprovechó que estaba quieto para intentar que se viera con la cámara frontal. Esta vez, no opuso resistencia.


—¿Así me veo? —Frunció un poco el ceño—. Es como si me fuera a quedar dormido, pero peor.


Exacto. —Guardó el móvil—. ¿Ahora entiendes? Deberías tomar algo para la cabeza en la enfermería y luego ir a un médico.


—Esperaba que se acomodara después de toser. —Volvió a apoyar la cabeza sobre sus brazos cruzados.


—Sueles empeorar después. —Arqueó una ceja—. Más razón para ir al médico. De seguro necesitarás que te den algo para que te repongas.


—Bueno. —Los ojos de Suga brillaron por la aparente resignación de Daichi—. Esperaré a que llegue el profesor, le explicamos y vamos a la enfermería.


—De acuerdo. —Sonrió, aliviado de que por fin le diese importancia a su salud. Posó una mano sobre su hombro—. No quiero imaginar lo mal que podrías terminar hoy si no fuera por mí preocupándome por ti —bromeó, aunque no hubo más humor de ambos. Era posible que estuviese así por él.


No fue necesario dar largas explicaciones para convencer al profesor de, al menos, dejar ir solo a Daichi. En cuanto se le acercaron, se alarmó y le mandó a Suga a acompañarlo por lo que considerase necesario.


—Ustedes dos viven bastante cerca, ¿verdad? —Asintieron—. Tomen sus cosas de una vez. Si hace falta que vaya a casa, también irás con él. Será peligroso que tosa solo. No se preocupen por la clase, lo de hoy lo repasaremos la próxima semana.


—¡Gracias! —Suga fue a buscar los bolsos de ambos. Ya habían guardado todo, teniendo previsto ese caso. Cuando volvió, le entregó el suyo a Daichi y se guindó el propio en el hombro.


—Espero que esto no sea el marchitamiento —dijo el profesor


—Aún falta una semana para eso —aseguró Daichi.


—Entonces, espero que en menos de una semana tengas novia, Sawamura.


Daichi solo sonrió sin separar los labios en respuesta. Una vez fuera del salón, Suga no supo si fue la pena que se entrevió en el gesto lo que le dio la valentía de preguntar:


—¿No es molesto que presuman que te enamoraste de una chica solo porque eres hombre?


La sorpresa en ojos que no habían estado tan abiertos en todo el día le hizo percatarse de lo que implicaba lo dicho. El pánico trepó despacio desde su estómago hacia su cabeza.


—Lo es. —No obstante, el temor frenó en su lengua a nada de balbucear aclaratorias al oír lo que le contestó.


Fue su turno de abrir los ojos en grande. ¿Le acababa de confesar en una indirecta que se había enamorado de un chico? ¿Solo le molestaba que se olvidaran de que la heterosexualidad no era la única opción? ¿Concordó porque se puso en sus zapatos? Las interrogantes se atascaron en su garganta. Era el tipo de tema que guiaba a revelaciones de gran importancia, y por mucho que le habría gustado decirle que lo amaba en ese instante, en su estado era inconveniente hacerle toser todo lejos de atención médica.


La visita a la enfermería fue de media hora, lo que tardó en actuar la pastilla para el mareo. Antes de hacer que Daichi se levantara de la camilla, le preguntó si prefería que su madre lo fuese a buscar en auto para ir directamente al consultorio. Negó, convencido como en la mañana de que aguantaría la caminata. Suga no insistió. Se veía y escuchaba mucho mejor que más temprano, si excluía las inhalaciones cada vez más cortas.


—¿Y si la llamamos para avisar que vamos allá? —sugirió mientras Daichi se ponía de pie.


—Querrá venir a buscarme si le avisamos, no... ugh. —Arrugó el rostro; una mano en el pecho.


—¿Daichi? —Se acercó a sentarlo en la orilla.


—Un pinchazo —respondió a los segundos. En su voz se percibía el dolor—. Es molesto, pero puedo seguir.


—¿Se...?


—Seguro. —Se le adelantó, irguiéndose—. Vámonos, que ya veo que hay que atender esto pronto.


Era relajante que aún pudiese liderar.


Suga no se alejó de él, pendiente de cualquier cambio alarmante. Lo máximo que notó por la mayor parte del camino fue el esfuerzo por no equivocarse al respirar, lo que hacía que caminase lento. Tampoco parecía tener muchas ganas de hablar, tal vez por lo mismo. Hubo otra punzada a mitad del recorrido, mas no tan potente como la primera; solo retorció sus facciones por un segundo. Luego de unos minutos sin variaciones, dejó de vigilarlo.


—Suga —llamó. Ya estaban a dos calles de llegar.


—¿Sí?


—¿Tienes fotos de ayer?


—Muchas. ¿Quieres que te las pase?


—Por favor. Quiero algo que me distraiga mientras espero a que me atiendan.


Suga se detuvo de inmediato. Daichi tuvo que hacerlo para no tropezar.


—¿Esos son nervios? —Trató de ocultar el miedo.


En el tiempo que tardó en obtener respuesta, vio cómo la máscara fuerte de Daichi se desmoronó. Ya no disimulaba que le costaba recoger el oxígeno que lo mantenía funcionando. Ya no mostraba la frente en alto. Ya no había seguridad de que el bienestar volvería a él en sus ojos. Sus hombros cayeron, y era obvio que luchaba por no descender la mirada.


—Me siento mal, Suga —susurró, no parecía por elección.


—¡¿Ahora sí lo admites?! —Aun regañándolo, el pánico regresaba intenso a su sistema.


—No, no. —Sacudió las manos frente a él—. De verdad mal.


—Pero si estabas bien ahorita.


—Desde el último pinchazo... —Se mordió los labios y llevó la mano derecha justo debajo del cuello—. Me siento frío, débil, ¡mi respiración suena!


—¿Suena? —Inclinó la cabeza a un lado.


—¡Sí! ¡Escucha! —Se posicionó como si estuviese por contarle un secreto, pero este fue reemplazado por un silbido en cada exhalación—. ¿Escuchaste? —preguntó al alejarse.


—Tenemos que llegar a tu casa ya. —Sin pensarlo, agarró su muñeca y comenzó a halarlo—. Y hay que llamar a tu mamá para que el auto esté listo para partir apenas lleguemos.


—Suga, ve más lento —pidió, de nuevo con más aire que sonido.


—¡No voy a...!


Una ruidosa tosidura los paralizó. Suga volteó a ver a Daichi, a un brazo de distancia. Sus ojos estaban muy abiertos, mas no parecían fijos en algo. Su mano libre cubría su boca y barbilla. Tuvo la sensación de que palidecía. La muñeca bajo su agarre empezó a temblar.


—¿Daichi?


Sus ojos se encontraron con un brillo de espanto que no esperaba ver.


—¿Qué tosiste, que no apartas tu mano? —El temblor se expandió hasta su voz. Esto le recordaba tanto a la primera vez que tosió una flor que no pudo evitar el vistazo que le echó a sus dedos, en busca de algo que escapase de ellos.


Daichi cerró los ojos y, justo después, distinguió algo caer al suelo. Deshizo el agarre a su muñeca en cuanto vio el punto rojo entre sus pies. Si hacía seis meses confundió un pétalo con sangre, ese día deseó que la historia no se hubiese invertido.


—No... —Cubrió su boca y nariz con ambas manos temblorosas. Su negación se perdió en medio de un ataque de tos más fuerte que cualquier otro.


El espacio entre ellos se llenaba de rosas rojas y blancas cuyas manchas carmesí deseaba que fueran naturales, como también de glorias de la mañana con los mismos tintes sobre su azul original. No solo eran las flores enteras, sus pétalos y tallos con algunas hojas; eran raíces también. Daichi fue agachándose hasta quedar arrodillado justo detrás del desastre, todavía tosiendo. Suga reaccionó, debía pedir ayuda. Marcó al 119 con un pulgar que no entendió cómo no se equivocó de número y el corazón queriendo cambiar de residencia. Ya no debía llegar al hospital tranquilamente en el auto de su madre, debía ser trasladado en ambulancia.


Cuando terminó la llamada, Daichi se había sentado algo más atrás; una mano apoyada a su espalda y la otra tapando su boca. El ataque de tos había parado. Suga se agachó a su lado e iba a avisarle que la ayuda estaba en camino, pero las palabras le fallaron cuando perdió las fuerzas y estuvo por desplomarse en el piso; por lo que tuvo que sostenerlo antes de que se golpeara.


—Hey, no te desmayes —suplicó.


—Suga...


—Shh. Guarda fuerzas. Sí, guarda fuerzas. —Se hacía pesado en sus brazos. Su respiración no había mejorado, a pesar de haberse despejado la vía—. No te fuerces.


—Suga —insistió. Apenas mantenía la vista en él, en sus ojos. Levantó su mano limpia; Suga no tuvo voluntad para devolverla abajo—. Te... te... —De todos modos, no habría hecho falta. Antes de que lograse decir lo que fuera que pensaba, la mano que parecía dirigirse hacia su cabello cayó al suelo.


—¿Daichi? —Aguardó. Nada indicaba que lo había escuchado—. ¡¿Daichi?! —Sus párpados no se movieron, sus labios entreabiertos no se separaron más—. No. —Visión nublada—. ¡Maldición, no!


La sangre en su boca, mentón y mano derecha era real, no maquillada como la suya la noche anterior. La palidez y sudor frío hacían el tacto pegajoso. Las raíces eran novedad. Aun si no hubiese perdido el conocimiento, nada habría negado que el marchitamiento ganó la carrera.


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