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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Nunca había tocado un timbre con tanta insistencia en su vida. Recuperó parte del aliento perdido en la carrera de dos calles que acababa de hacer mientras esperó a que le abrieran.


—¿Koushi-kun? —Ni siquiera detalló la extrañeza en el rostro de la mujer antes de lanzarse a abrazarla—. ¿Qué pasó? ¿Dónde está Daichi?


—Perdón —sollozó. Había retenido las lágrimas por demasiado tiempo—. Perdóneme, Sawamura-san.


—¿Qué pasó con Daichi? —Colocó las manos a sus costados. Pensó que lo apartaría, pero solo las dejó ahí.


—Está camino al hospital.


—¡¿Hospital?! —Esa vez sí lo alejó por los hombros. Suga no fue capaz de darle la cara.


—Se sintió mal todo el día, pero lo negaba, por más que traté de convencerlo de irse. Al final lo reconoció antes de la última clase. Pedimos permiso para irnos antes, tomó algo para el mareo antes de venir, y cuando estábamos llegando... —Su voz se quebró.


—¿Cómo estaba? —Sintió presión donde sus dedos aún no lo soltaban.


—Se desmayó. Tuvo un ataque de tos muy fuerte. Hubo... hubo sangre.


—¡¿Sangre?! —Lo sacudió un poco—. ¡¿Cuánta?!


—No conté —murmuró, voz agudizada. Sabía que no era algo que pudiese cuantificar, pero su mente apenas guardaba coherencia—. Vine corriendo a avisarle en cuanto se lo llevaron.


—¿Y por qué te disculpabas? —Fue a buscar las llaves del auto. Él se quedó en la puerta.


—Por todo. —El nudo en la garganta le impedía elevar la voz—. Es mi culpa, ¿no? Debí obligarlo a ir al médico antes del mediodía. ¿Sabe que ni siquiera comió todo el almuerzo? También debió darme igual incomodarlo si eso lo iba a curar, en vez de confiar en que faltaba una semana y preparar una cita perfecta para mañana que ya no podrá ser —hablaba sin pausa gracias al nerviosismo.


—¿La salida de mañana era una cita? —Logró verle la cara cuando volvió con el llavero en manos. En ese preciso instante, lucía desilusionada—. Koushi-kun, ¿amas a Daichi?


—Eso creo. —Secó el llanto en sus mejillas. Otra vez perdió la capacidad de mirarla—. No hay problema con eso, ¿no?


Cada segundo en silencio amenazó con despedazar su corazón. Solo percibía las leves pisadas de los pies descalzos que se acercaban a él.


—Ninguno. —Para su sorpresa, fue la respuesta más tranquila de todas—. Eso quiere decir que aún hay esperanza. —Se puso las botas a un lado de la entrada—. Puedes dejar tu bolso aquí e ir conmigo.


—¿Puedo tomar agua primero?


—Es tu casa, Koushi-kun.


Suga decidió llevar su bolso, pues tuvo otra idea. Luego de servirse un vaso de agua, entró a la habitación de Daichi y guardó el libro de las flores con sus cosas. No desperdició más tiempo, se apresuró en ir al garaje y subir al auto ya encendido. Le indicó a qué hospital lo trasladaban y arrancó.


Del apuro —y segura preocupación—, olvidó encender la radio, por lo que el ruido de otros vehículos en el exterior era lo único que rellenaba el silencio incómodo entre ellos. ¿Cómo se le ocurría quedarse solo con la madre del chico al que había herido? De repente, todo se volvió pesado. El miedo oprimía su pecho, la preocupación nublaba su mente, la culpa anudaba su garganta.


Lo único nítido en su cabeza eran las imágenes de hacía pocos minutos. La palidez de una piel bronceada, las flores ensangrentadas que dejaron atrás. Aún podía oír el silbido en sus exhalaciones; sentir el temblor de sus extremidades, el frío pegajoso de la ligera capa de sudor. Recordaba su peso entre sus brazos, sus ojos casi cerrados, su boca manchada, la mano que nunca llegó a su destino y las palabras inconclusas. ¿Había querido decirle lo que creía?


—¿No faltaba una semana? —Un murmullo a su derecha lo forzó a salir de sus pensamientos. Habían parado en un semáforo en rojo. La madre de Daichi sujetaba el volante con demasiada presión—. ¿Por qué se adelantó?


Era la misma pregunta que él se hacía, ¿cómo responderla? Prefirió clavar la vista en la luz que se negaba a darles el paso, como si su mirada fuese capaz de cambiarla al azul esperado. ¿Por qué sucedía esto cuando ya podía ver la solución? Solo un día, un día más y su confesión habría llegado con tranquilidad. Estaba más seguro de que pudo haber evitado que el marchitamiento comenzase a secarlo.


¿Sus sentimientos serían la cantidad de agua suficiente para devolverle el color, la frescura, la vida?


Cerró los ojos en cuanto regresó el picor de las lágrimas acumulándose. Decidió no abrirlos hasta justo antes de bajar del auto, tal vez así no calcularía cuánto faltaba y el camino no se le haría tan largo.


—Koushi-kun. —Escuchó luego de que el auto se detuviera de nuevo. ¿Otro semáforo?—. Será más cómodo que te lo pregunte aquí. ¿Desde hace cuánto crees que amas a Daichi?


Apretó más los párpados. Sí era preferible contestar en la privacidad del auto, pero seguía siendo incómodo.


—No lo sé muy bien. —Volteó; sintió necesario mirarla a los ojos, por difícil que resultase—. Solo estoy seguro de que es algo fuerte, pero no sé si llegue a ser amor. Quiero creer que sí. —La garganta se le anudaba.


—¿Por eso no has confesado?


—Quería darles tiempo a mis sentimientos de crecer, por si acaso yo estuviera confundido. No quería confesarme y que no funcionara por ser insuficiente.


—¿Y lo de mañana?


—Desde la semana pasada decidí que me confesaría esta semana. Era el límite del margen seguro. No consideré que... —Frenó unos segundos; su voz estaba por fallarle—. No consideré que las tres semanas eran una aproximación que podía variar.


—Nadie lo hizo, Koushi-kun. —Puso una mano sobre su hombro. A pesar de mostrarse serena, la preocupación era notoria en la tensión de sus facciones—. Dices que quieres amarlo, pero, ¿eso es lo que sientes? ¿Sientes que es amor?


Suga quiso sonreír. La presión amontonándose sobre él no se lo permitió. De todas formas, asintió con la cabeza.


—Sí. —No le costó tanto soltarlo. Era lo que quería, creía y sentía—. Solo temo equivocarme. —¿Y si les estaba poniendo un nombre demasiado grande a sus sentimientos?


—No debes pensarlo tanto en estos casos. —La mano se fue de su hombro. «Ahora lo sé». Daichi se cansaba de repetirle ese mismo consejo en otros contextos porque solo le hacía caso en el momento. Por no aprender, por no ponerlo en práctica, esto estaba ocurriendo—. ¿Qué tan mal estaba cuando se lo llevaron?


—Estaba inconsciente. Respiraba débil, estaba pálido... Creo que las espinas de las rosas debieron hacerle algo por dentro, quizás por eso la sangre. —Se agarró el pecho. Diciéndolo, se daba cuenta de lo terrible que debió ser su dolor. Su madre arrugó el rostro con un siseo—. ¿Y si se le perforó un pulmón? ¿Y si se estaba ahogando...?


—Mejor entremos para saber de qué asustarnos —irrumpió con una severidad muy familiar.


—¿Entrar? —Solo entonces se percató de que el motor estaba apagado y que la vista dada por los cristales del auto eran del exterior del hospital—. Oh.


—Y una cosa más —dijo después de desabrochar el cinturón de seguridad—. Hoy se decidirá cómo se curará, así que confiesa en cuanto esté estable y den permiso de verlo.


—Sawamura-san, ¿soy yo? —murmuró sin siquiera registrarlo primero en su cabeza.


—Deja que Daichi te lo diga. —Su seriedad le agregaba peso al silencio de por medio—, o interpreta las últimas flores que ha tosido. —Con eso, dio la conversación por finalizada y salió del vehículo.


Suga tuvo que tragarse el nudo en su garganta antes de seguirla. Estaba a escasas horas de descubrir si tantos significados con los que se sintió aludido fueron por algo.


La relativa calma que la mujer había guardado se esfumó desde que se encaminó a la entrada. Quizás se había obligado a contenerse por tener que conducir, y ahora que estaría sentada por quién sabía cuántas horas le diera igual alterarse o no. Se le adelantó por tantos metros que se preguntó si él se había aletargado. No sabía mucho de hospitales, así que solo la siguió a una distancia prudente y aguardó por avances en su búsqueda. Después de todo, la información solo era dada a familiares, ¿no? Como un simple amigo a los ojos de los médicos y enfermeros, no le contarían nada, según recordaba haber visto en televisión.


Cuando se le acercó con un suspiro y pasos resonantes, no halló cómo reaccionar sin otra pista más clara.


—Ingresó hace unos minutos. Tendremos que esperar para conocer su estado. —Se oía descontenta y resignada en proporciones iguales.


—¿No dijeron nada de nada? —preguntó mientras se dirigían a la sala de espera.


—Nada que no supiera.


En el momento que se sentaron en sillas contiguas, declaró el inicio oficial de una nada grata reunión entre la incomodidad, la tensión, la impaciencia, la consternación y el nerviosismo. Sería un largo evento lleno de invitados no deseados.


A pesar de ser el posible poseedor de la cura no invasiva, llegó a sentir que su presencia sobraba. ¿Qué pintaba él a medio metro de la madre que llamaba a su esposo para informarle de la repentina situación de su hijo? De seguro era el culpable. A lo mejor estaban enojados con él y él ahí, siendo testigo de su desesperación. Cinismo accidental e inconsciente. No era donde quería estar, pero sería peor en cualquier otro sitio.


Optó por distraerse con su celular, aunque primero le escribió un mensaje a Asahi para que se comunicara con él apenas saliera de clases. Prefirió no contarles a sus padres hasta más tarde; ambos trabajaban y no deseaba entorpecer sus labores al implantarles preocupación.


El entretenimiento más sencillo era revisar su galería. Ni siquiera eso alejó sus pensamientos negativos. Las primeras imágenes de algunos álbumes eran de la fiesta. ¿De verdad se habían divertido tanto hacía menos de veinticuatro horas? El contraste era demasiado marcado. En una de las fotos, su sonrisa pintada de rojo desordenado complementaba tan bien con aquella forzada a permanecer cerrada por negras costuras que decoraban más allá de sus labios. Ninguno sospechaba que la realidad sería lo opuesto, que Daichi acabaría siendo el de la sangre derramada por la boca sellada por más tiempo del necesario de Suga.


Debía ver las de los demás para detener sus ideas excesivas. Aun así, la única que generó algo fue una de Kageyama con el abrigo de franjas prestado. Luego de preguntarse por cinco segundos si lo había devuelto, fue imposible sacar a Daichi de su mente. Sus ojos lo buscaban en cada imagen y comprobaban que su aspecto fuese bueno. En ninguna había indicios de lo mal que iba a estar en medio día. Era increíble la rapidez con la que había desmejorado.


La noción del tiempo lo había abandonado, por lo que no fue consciente del tiempo transcurrido antes de que su celular vibrase en su mano. Avisó que atendería una llamada y se levantó a alejarse un poco, esperando que el doctor que ingresaba a la sala no fuese uno de los encargados de Daichi.


—Asahi...


—¿Pasó algo? —habló antes de dejarle saludar—. ¿Cómo sigue Daichi?


—Tengo que esperar para saberlo.


—¿Eh?


—Le llegó el marchitamiento —dijo en voz baja, como si la punzada al pecho disminuyera de intensidad por bajar el volumen.


¿Qué? —Silencio. Sabía que no era un qué de no entendí—. ¡Pero si...!


—No me lo preguntes, tampoco sé cómo pasó.


—¿Están en el hospital ahora?


—Sí, vine con su mamá. —Volteó hacia su dirección—. Ah, genial —murmuró.


—¿Qué?


—Nada, que ya vino el doctor. Se ve tranquilo.


—Dime dónde están por mensaje y ve a escuchar cómo está.


—¿Vendrás? ¿No tienes nada que hacer?


—Solo la cena, así que puedo ir ahora mismo hasta la noche. ¡Trataré de ser rápido! —Por como sonaba, Suga supuso que ya estaba corriendo, tal vez hacia alguna parada de autobús cercana. Colgó antes de darle las gracias.


Metió el celular en el bolsillo del pantalón después de enviarle el mensaje con su ubicación a Asahi y se acercó al par de adultos de pie tan rápido como era aceptable en un hospital.


—Disculpe, ¿quién es usted, joven? —El médico abrió un paréntesis a su informe al verlo al lado de la mujer.


—Un amigo —contestó veloz.


—¿El que llamó a Emergencias? —Lo señaló. Suga asintió con la cabeza—. Bien hecho. —Mostró una sonrisa sutil—. Como le contaba a Sawamura-san, uno de sus pulmones colapsó, probablemente por las espinas de las rosas; pero, gracias a que llamó cuando comenzó a toser, es leve. Sus signos vitales se están estabilizando desde que le suministramos oxígeno. Aún faltan algunos exámenes, pero el pronóstico es bueno mientras actuemos con velocidad. ¿Saben si ya lo aman o si está dispuesto a operarse?


—Sí —afirmó ella—. Ambas.


—Entonces, díganle que venga. Hay que evitar que crezcan más rosas, así que debe confesarse hoy para mañana determinar si requerirá cirugía o no.


Suga respiró profundo. Le recordaban la presión que en él recaía. A pesar de la felicitación, la culpabilidad no fue eliminada del todo; fue solo una buena acción entre un montón de errores. Le alegraba que la situación no se hubiese agravado aún más, pero eso no quitaba que el resto no fuera consecuencia de su tardanza.


—Tanta seriedad en tu cara no es muy común de ti, Koushi-kun. —Sintió un brazo rodear sus hombros, solo entonces escapó del ensimismamiento—. Vamos, alcanzaste a oír que estará bien por ahora. Es lo que más necesitábamos saber.


—¿Dejó de sangrar?


—Sí. Por lo que entendí, descartaron que se estuviera ahogando con su propia sangre.


—No lo diga así —se quejó.


—Lo siento, no me sé el término médico. —Sobó su hombro derecho. ¿Se merecía un trato tan bueno?


—¿No está molesta conmigo?


—¿Por qué lo estaría? —Inclinó la cabeza lo suficiente para verlo a la cara—. No has hecho nada malo adrede.


—Pero es posible que lo haya hecho sin saberlo. ¿No soy culpable, de todas formas?


—Sí pienso que debiste decirle que lo amas en el momento que lo invitaste al parque si eso iba a curarlo, quizás por eso me sentiste tensa hace un rato. —Esperarlo no evitó que el golpe lo estremeciera—; pero entiendo que querías algo más de seguridad. A cualquiera se le arruina un plan, sobre todo si es algo tan delicado. No hagas que sea más difícil para ti echándote la culpa; de por sí estás en una posición complicada en la que ni sabes si eres el que sirve.


—Eso último no ayuda. —Aun así, la falta de delicadeza le causó un poco de gracia. Había algo de Daichi en esa forma de dar ánimos.


—En todo caso, hoy fuiste su voz de la razón. Es algo que debo agradecerte, no cualquiera insistiría tanto con lo terco que se pone, mucho menos lograría convencerlo. —Deshizo el abrazo para enfrentarlo y tomarlo por los hombros—. Sí, quizás estaría molesta si no fuera a mejorar, pero ya me dijeron que el peor caso fue descartado; así que ahora solo guardo la esperanza de que tengas lo que se necesita para curarlo.


—Igual. —Sonrió. Una buena parte de la tensión fue relajada. ¿Lo de ser incapaz de enojarse con él sería cosa de los Sawamura en general?


Algo en su positivismo le decía que callaba lo único que no había podido confirmar. Se aferraría a esa creencia para ahuyentar la negatividad.


No habían pasado más de cinco minutos sentados cuando tuvo que levantarse nuevamente para que Asahi, quien veía a todos lados sin mucho éxito, por fin los encontrara. Olvidó que trotar no era tan recomendable en ese lugar, por lo que recibió unas cuantas miradas que lo frenaron en seco al notarlas. Caminó los metros restantes un poco encogido por la vergüenza.


—¡Oh! No sabía que venías, Asahi-kun.


Lo rápido que sus ojos se dirigieron a él era una clara señal del miedo a ser una visita incómoda que surgió en ese instante.


—Ah, sí, se me olvidó avisarle —admitió.


—¡Puedes sentarte, no hay problema! —Pareció percibir su temor, pues le señaló el asiento libre al lado de Suga.


—Gracias. —Hizo caso—. Me quedé preocupado por lo del almuerzo, así que lo primero que hice cuando salí de clases fue ir a su salón para ver cómo seguía. Cuando no los vi ahí, pensé en ir a la enfermería, pero decidí revisar el celular primero y ahí leí tu mensaje y llamé.


—Y luego saliste corriendo.


—¿Cómo sabes eso? —Frunció el ceño. Suga solo se encogió de hombros—. ¿Cómo está Daichi?


—Parece que estará bien mientras no le vuelvan a crecer rosas.


¿Tosió rosas? —Abrió muy bien los ojos—. ¿Con espinas?


—El rosal entero y otra flor... y sangre. —Solo pensar en lo último le daba escalofríos. ¿Habrá sido necesaria una transfusión o el impacto le hacía exagerar la cantidad perdida?


—Con razón estaba tan mal. —Lucía a punto de ser atacado por las náuseas. Él mismo desvió el tema a otra parte menos perturbadora—. ¿Y sabes qué significan?


—Ah. —De repente, recordó el motivo del peso extra en su bolso—. Traje el libro para eso, pero... me da miedo.


—¿No quieres saber el significado?


—Daichi me dijo que las flores del marchitamiento son muy negativas. Eso no es lo que necesito ahora.


—¿Qué tan malas podrían ser las rosas? Son románticas.


—Eso diría cualquiera sobre las flores en general y ya has visto cuántas pesimistas ha tosido. Prefiero creer que las rosas rojas sean por el amor y que las blancas sean, no sé, ¿pureza de sentimientos?


—Sí, es mejor. —Asahi tanteó que su peinado siguiera en su lugar por detrás antes de continuar—. Siento preguntártelo, pero... ¿lo amas?


—No te lo había contado porque no estaba seguro, sigo inseguro, pero sí.


La expresión del más alto fue ilegible al principio. Sí, abrió la boca, pero su figura no le comunicaba alguna emoción específica, tampoco el mínimo arco de sus cejas.


—Y por eso no le has dicho a Daichi —concluyó más que interrogarlo.


—Iba a hacerlo mañana. —Descendió la mirada a sus manos sobre su regazo. Sus dedos jugaban sin divertirse—. No tengo idea de por qué se adelantó. ¿No preguntó eso, Sawamura-san? —Se dirigió a la madre.


—Recuérdame hacerlo cuando vuelva.


—Espero que te hayas enamorado y no que solo te guste aún.


—¿Y si no soy yo?


—Eres tú, Suga. —Volteó al instante y por fin distinguió algo similar a la esperanza en su sonrisita. Su corazón saltó un latido—. Tienes que serlo.


—Creí que me lo estabas confirmando —suspiró e hizo puchero, hundiéndose en su asiento.


—Eso será en un rato.


Que incluso Asahi se mantuviese optimista fortalecía su sospecha de que le ocultaban lo que ansiaba confirmar. Podía ignorarlo. Estar rodeado de personas esperanzadas le contagiaba el sentimiento y alivianaba su carga.


Suga llegó a la conclusión de que la noción del tiempo era inexistente en hospitales, ya que la percepción del mismo era distorsionada por distintos factores. Había ambientales, pues no contaba con la referencia de la claridad del cielo para calcular el momento del día. Situacionales; la incertidumbre era angustiosa, aun con el pronóstico favorable casi asegurado. Emocionales, derivados de los anteriores. En fin, que no era muy consciente de cuántos minutos u horas transcurrieron para que el médico les diera nuevas noticias.


Por lo que entendió, estaría fuera de riesgo hasta el crecimiento de nuevas flores. Seguirían suministrándole oxígeno hasta nuevo aviso por los bajos niveles registrados en su sangre; además, también ayudaba en la recuperación del pulmón colapsado. Había despertado, y le dolía la garganta al hablar.


—Pidió ver a Suga. —Ante su mención, alzó las cejas—, pero primero debo pasar con la señora para repetirle lo que acabo de contarles y tomar decisiones.


—¡Ah, algo antes de eso! —urgió—. Se había calculado que el marchitamiento llegaría en una semana. ¿Hay alguna explicación para el adelanto o fue un error de aproximación?


—Depende. Se ve como un miembro de club deportivo, ¿lo es?


—Jugamos voleibol —asintió.


—Espere, ¿no será de los que acaban de ganar la semana pasada?


—Es el capitán.


—Ah. —Bajo esas circunstancias, no parecía un dato que le emocionase—. Más razones para que se cure naturalmente. Tiene sentido que se haya adelantado la última fase con todo el esfuerzo que hizo esos días.


—¿No debió jugar? —intervino su madre.


—No tanto. Un juego al día, dos si los ganaban fácil estaba bien, pero tengo entendido que solo descansó por dos sets por un accidente y que jugaron tanto como las reglas lo establecen. Por más reciente que hubiese sido su último ataque de tos, siempre quedan remanentes dentro, mucho más estando tan avanzado. Fue demasiada carga para unos pulmones enfermos.


—Oh... —Debió suponerlo. Intentó no culparse por no haberle sugerido más descansos entre sets.


—Eso sí, tiene una tenacidad admirable. Cuesta creer que haya aguantado tanto así. ¿Algo más que preguntar? —Aguardó unos segundos—. Entonces, sígame, Sawamura-san.


Al seguir con la mirada a ambos adultos hasta que desaparecieron por el corredor, una onda de nerviosismo surgió desde su estómago hasta la cabeza. Inhaló sonoramente y se sentó de golpe, llamando la atención del otro chico.


—Hey, ¿qué pasó?


—Ya casi es hora, Asahi —murmuró contra sus manos unidas—. Me harán pasar cuando ella salga.


—¿Tienes miedo? —También tomó asiento, más despacio.


—Esto puede ser el inicio o el fin. —Cerró los ojos y respiró profundo.


—Dudo que funcione mi método de pensar en algo que asuste más.


—Esto podría ser peor. —Sacudió la cabeza.


—Hm... Lo que necesitas es convencerte de que eres tú, ¿no? ¿Y si piensas en las flores con las que te sentiste aludido?


—Me he sentido aludido desde la primera flor. —Descubrió el rostro—. Una camelia roja, mi destino está en tus manos. —Su sonrisa fue temblorosa—. Se siente muy real ahora.


—Da miedo.


—Mucho. La tosió conmigo, camino a casa. Algo similar a lo de hoy, pero sin sangre ni nada tan feo. —Breves imágenes del terror en la acera se proyectaron en su mente. Era un recuerdo que lo acecharía por un tiempo, podía presentirlo—. Cuando supe el significado, lo primero que pensé fue que la persona de la que se había enamorado Daichi tenía una enorme responsabilidad encima. Estaba muy convencido de que no era conmigo, pero igual sentí esta opresión aquí. —Colocó una mano en el pecho—. Ahora es peor.


—Como que no te está ayudando esto tampoco —susurró.


—No, no. Hay buenas flores. Hubo un día que le pregunté qué diferencias había entre gustar y amar. Creo que ese fue el día en que me di cuenta de que tal vez estaba comenzando a enamorarme de él. —Sonrió. El nerviosismo se transformaba en revoloteos por todo el tórax—. Esa misma noche tosió unas flores que significaban si me quieres, lo descubrirás. Aún son con las que más me he identificado.


—Es demasiada casualidad que haya tosido esas justo ese día.


—¡Exacto! Ah, creo que me concentraré en esas para darme confianza. —Recogió su bolso de debajo del asiento y lo abrió—. De hecho, me distraeré buscándolas, porque no me acuerdo bien de cuáles eran. —Sacó el libro de las flores.


Hojeaba fijándose solo en las fotografías de cada página. Se detenía a leer si reconocía alguna, resaltaba las que recordaba que había tosido. De vez en cuando, Asahi comentaba lo bonita que le parecía alguna, mas le pedía abstenerse de revelarle el significado, por si acaso. Cuando llegaron a la sección de las rosas, evitó como pudo las líneas de las blancas y de las rojas. En su lugar, se enfocó en las carmesí.


—¡Aquí está! —Apuntó con el dedo. Después de que su amigo la viera, cerró el libro—. Es bueno que no haya salido con espinas esa vez.


—Muchachos. —Una voz femenina cortó su conversación. Ambos elevaron la mirada con sorpresa al reconocerla como la de la madre de Daichi.


—Ay, ay, ay —soltó Suga sin pensarlo. Su corazón empezó a acelerar, aunque trastabilló cuando su mano delgada se posó sobre su hombro izquierdo.


—Haz lo que debes hacer. —La seriedad en todo su semblante le devolvió la tensión al cuerpo.


—Sí —siseó.


—Recuerda: rosas carmesí, Suga. —Asahi le dio una palmada en la espalda con el suficiente empuje para ponerlo de pie.


—Rosas carmesí. —Se cacheteó suavemente de ambos lados—. ¿Dónde es?


Su madre lo guio a la habitación donde estaba Daichi. Cuando llegaron, lo vio por la ventana mientras se preparaba. La posición de la camilla lo hacía quedar ligeramente sentado. Distinguía la cánula que le daba oxígeno. Su color había vuelto. La sábana le cubría hasta la cadera, el resto del trabajo lo cumplía una bata de hospital clara. No era una imagen ideal, pero era un millón de veces mejor que la última que había tenido de él.


Con una inhalación honda y los latidos resonantes en sus oídos, Suga abrió la puerta e ingresó a la habitación.


—Hey —saludó con voz suave.


—Suga. —Sonrió sin separar los labios—. Siento el susto de antes. Debí hacerte caso desde el inicio.


—Descuida. —Se encogió de hombros—. Lo importante es que ya te ves muchísimo mejor.


—Y me siento muchísimo mejor. Solo me duele la garganta. —La tocó por énfasis.


—Se nota, estás algo ronco. —Movió la silla del visitante tan cerca como pudo de la camilla y se sentó.


Pasaron unos cuantos segundos en silencio, solo mirándose.


—¿Recuerdas la promesa del primer día?


—Me contarías de quién te enamoraste cuando decidieras qué hacer.


—Ya decidí qué hacer. —Desvió la mirada hacia sus manos.


—¿Ya? —Frunció el ceño. ¿Por qué lo percibía triste?—. Pero si no te has confesado aún.


—Sí, pero creo saber qué resultado obtendré. —Cuando volvió a verlo a los ojos, su sonrisa parecía autocompasiva. Sus palabras se atoraron—. No sé si habrás notado que intenté decirte algo antes de desmayarme. —Asintió con la cabeza, aún incapaz de hablar—. Estaba asustadísimo, creí que iba a morir ahí mismo. Quise probar algo desesperado a ver si ocurría un milagro antes, porque... has sido tú todo este tiempo, Suga. —Achicó los ojos—. Te amo.


Entreabrió la boca para responder, pero solo logró sonreír en pequeño. Un detalle lo privaba de alegrarse por completo. Era lo que había querido saber por meses, lo que más deseaba oír en los últimos días y lo que Daichi debió estar ansioso por revelar; entonces, ¿por qué había sonado tan resignado?


—Lo admito, me emocionaba la salida de mañana porque creía que se convertiría en una cita, que me dirías que me amas; pero las flores de hoy... me dicen que tendré que operarme.


—¿Qué? —Podía ver las lágrimas que retenía y sentir las que estaban por acumularse en sus ojos. Mientras su respiración se detuvo, Daichi tomó aire antes de explicar.


—La combinación de rosas rojas y blancas es fúnebre, expresa duelo. Las glorias de la mañana varían entre amor no correspondido, mortalidad de la vida y amor en vano. Supongo que se refieren a cómo perderé mis sentimientos o a cómo tú no... —Su voz se quebró, impidiéndole continuar. Cerró los ojos con fuerza por unos momentos.


No iba a aceptar eso. Las flores no debían tener la razón siempre si eran parcialmente influenciadas por las emociones de quien se enfermaba. Además, la negatividad venía de la mano con el marchitamiento. Por una vez, no se sintió identificado con los significados; en cambio, les llevó la contraria con firmeza.


—Quizás las tosiste porque eso es lo que crees.


—Puede ser. En todo caso, perdón por arruinarlo todo. No quería que esto te...


—¡Daichi, escúchame! —interrumpió. No soportaba más lamentos que estaban de sobra—. ¿Estás ignorando lo que acabo de decir? —Solo recibió un ceño fruncido de confusión—. ¿No entiendes? Yo soy el que tiene que disculparse, Daichi. Todo esto es mi culpa. —Le hizo una señal de silencio con el dedo apenas movió los labios, de seguro para contradecirlo—. Lo siento por no amarte antes.


El brillo lloroso en los ojos de Daichi se transformó en uno de esperanza.


—¿Quieres decir que...?


—Te amo ahora.


Su sonrisa creció despacio, eso no le restó ni un poco de genuinidad. Suga se alegró con él. Tal vez no fue como lo habían planeado —¿qué había de romántico en esta versión?—, pero ya lo habían dicho. Escucharon los sentimientos del otro, y eso era lo principal del asunto.


—De verdad quiero abrazarte ahora.


—Igual yo, pero no puedes. —Se levantó a buscar algún envase que sirviera para lo que venía. Se apresuró en dárselo cuando lo encontró—. Necesitarás esto.


—¿Por qué? —Arqueó una ceja.


—Solo espera. —Si no lo sabía, sería más fácil explicárselo después, ya con menos probabilidades de ser interrumpido por el ataque de tos inminente—. Por cierto, tu percepción de la salida al parque no estaba mal. Iba a ser una cita.


—Así que solo hubo una mala sincronización, ¿eh? —Rio por lo bajo. Sin embargo, antes de seguir la conversación, Daichi entendió para qué requería el envase.


Con eso, la cuenta regresiva de veinticuatro horas inició. Ahora que habían confesado, Suga se sentía mucho más seguro de que esto era correspondido. Daichi se estaría marchitando, sí, pero aún podía evitar que arrancasen la parte de él que empezaba a secarse por un descuido.


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