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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Nadie se había tomado tan mal la noticia de su enfermedad como el entrenador Ukai, en el sentido de que pareció frustrarse bastante al respecto. Daichi fue a su tienda el fin de semana porque le pareció la única manera de que ningún conocido estuviera alrededor, y mientras pagaba un jugo que le provocó comprar para disimular el motivo de su visita, le contó la verdad. Después de una mirada prolongada tan al estilo «no me jodas», notó cómo se contuvo para ser una buena figura adulta. Muy en el fondo, sabía que el tono de voz que empleó delataba que sus pensamientos se acercaban más a «cuando creí que había suficientes problemas con algunos de los chicos…».

 

El lunes, Takeda lo citó durante uno de los recesos entre clases. No le sorprendió ni en lo más mínimo el sermón accidentalmente poético que le dio sobre las decisiones que tendría que tomar ahora y más adelante, cuando el hanahaki se fortaleciera. Le aconsejó lo mismo que la mayoría: enamorar a la otra persona, pues esa era la salida más segura y, si lo pensaban bien, el único buen final.

 

En el transcurso de la semana, el doctor tuvo la charla que había pedido con el entrenador. Daichi no se enteró de mucho, pero supuso que le informó de las medidas a tomar si comenzaba a toser durante el ejercicio y ese tipo de cosas. También aclaró el asunto del resto de las plantas: lo común era solo escupir flores en la fase inicial, por lo que el resto se secaba y se desintegraba, pudiendo permanecer como abono para las siguientes flores o desvanecerse por completo. Luego, en la segunda fase, todo crecería para quedarse.

 

Por lo tanto, ya para ese viernes había acabado con varias de las dudas que Suga había originado por pensar de más. Por ahora, era completamente imposible toser pétalos rezagados porque todos saldrían en un máximo de diez minutos, así que la teoría de no agitarse por una hora para evitar otro ataque estaba muy equivocada.

 

A pocas semanas del Intercolegial, Daichi estaba muy enfocado en el voleibol. Con menos tiempo para preocuparse por sus sentimientos, las pocas flores que escupía tenían significados más sencillos, ligados al sentido general del hanahaki: tulipanes amarillos por el amor sin esperanza, mimosas amarillas por nadie saber que lo quería —aún le parecía irónico cuando salían flores con traducciones así, ¿dónde quedaba la parte en la que Asahi se había enterado?— y crisantemos rojos por el simple querer. Aún contaba con la suerte de no toser en la escuela.

 

Había un peso importante sobre el cercano torneo: podría ser el último que jugara. No le gustaba pensar en eso, pero sabía que debía tener sus ideas claras después de la competencia. Por el bien de sus estudios y siguiente ingreso a la universidad, lo mejor sería retirarse del club; Daichi no estaba preparado para renunciar a él. No solo eso; para la época de las próximas preliminares, era probable que su salud estuviera mucho más deteriorada y quién sabía si sería apto para participar. Razones como estas lo determinaban a desempeñarse al máximo ahora.

 

Y no estaba solo en eso; podía notar que sus compañeros de tercero estaban en las mismas. También tenía que admitir que le entristecía el cambio de armador. Debía de ser frustrante ser reemplazado por un recién integrado al equipo en tu último año; la última oportunidad de estar juntos en la cancha casi arrebatada de sus manos. Tal vez esa modificación sería lo que les permitiera llegar lo suficientemente lejos para que todos jugaran; pero eso no borraba la decepción. Si tenía suerte, Suga duraría un set entero con los demás; Daichi daría todo de sí para que eso fuese posible.

 

De repente y de a ratos, el sueño de ir a las Nacionales parecía solo pertenecerles al mundo onírico y a sus deseos jamás cumplidos.

 

A dos semanas del primer partido, Daichi estaba seguro de que alcanzarían ganar dos juegos, como mínimo, a diferencia de las veloces derrotas de los años anteriores. A veces lo encontraban sonriendo solo mientras observaba a los chicos practicar desde la banca; incluso el saque flotante imperfecto de Yamaguchi era maravilloso, una novedad que nunca habría visto en sus primeros dos años en el club. Se preguntaba si alguien malinterpretaría su expresión y la asociaría con algún enamoramiento desconocido, entonces evitaba mirar a Suga en esos instantes para no darle más motivos a Nishinoya para sospechar de él.

 

Se llevó un susto enorme el martes. Tuvo una exposición grupal sobre la importancia de la agricultura para la economía del país, pero el simple hecho de hablar en público no fue el problema; después de todo, un capitán debía tener dotes para la comunicación. El miedo que nunca había sentido al exponer casi lo enmudeció cuando su voz empezó a sonar forzada. La cara que puso en ese instante debió de demostrar un profundo espanto, porque las risillas aguantadas y cejas arqueadas de varios tuvieron que ser por algo. Daichi trató de que su tono fuera lo más normal posible, mas era complicado si ya estaba sintiendo a la flor fugitiva que le dificultaba la respiración y distorsionaba su voz, aunque fuera un detalle muy sutil.

 

No supo cómo hizo para aguantar hasta el final de su punto sin siquiera toser. Se saltó unas cuantas líneas de lo estudiado; sus pensamientos no estaban en orden, su cerebro solo le solicitaba culminar como fuera para huir y escupir sus emociones en el lavamanos o al inodoro. Y estaba seguro de que se arriesgaba demasiado, pero salió disparado del salón justo después de cederle el turno a Suga —que era quien le seguía— con solo una breve disculpa al profesor.

 

Justo después de cerrar la puerta con quizás algo más de fuerza que la necesaria, la tos fue imparable. Corrió tan rápido como pudo al baño, esperando no toparse con alguna de las autoridades y ser retenido en alguna oficina como castigo. Fue automático: en el instante que se encerró en un cubículo, tosió tan fuerte que una flor salió entera. Daichi jadeaba por la carrera que se había echado y por al fin recuperar la fluidez de su respiración. Una vez en calma, vio bien lo que había expulsado.

 

—Anhelo… —susurró al reconocerla. Por el miedo al posible significado fúnebre de la camelia, había buscado todas sus variaciones en el libro que le regaló el doctor y los memorizó para no revivir esa sensación. Recordaba que la rosada transmitía varios mensajes, pero el anhelo era lo que más se adecuaba a su situación actual.

 

Era la primera flor en quizás diez días que encajaba tanto con sus emociones recientes. Anhelaba más allá del amor que no era devuelto; anhelaba tener más tiempo junto a sus amigos en el club, ver a Suga levantar el balón a pocos metros de él en la cancha, ganar más que nunca, llegar a las Nacionales y ser parte de la primera Batalla del Basurero oficial. Eran demasiados, ¿podría obtenerlo todo?

 

Primero tendría que regresar a su clase y lograr ahorrarse un regaño, así que envolvió la camelia con papel higiénico de la manera menos sospechosa posible y la tiró a la basura. Cuando volvió a su salón, escuchó lo último de una discusión interrumpida entre el profesor y Suga.

 

—¿Ve? ¡Ya volvió! No se iba a escapar, de verdad necesitaba ir al…

 

—Sawamura-kun —interrumpió a Suga, quien estaba parado justo frente a su escritorio—, ¿qué fue eso ahorita?

 

—Lo siento, sensei. —Agachó la cabeza y se acercó. En las pocas semanas que llevaba viendo clases con ese profesor, aprendió que lo mejor era ser muy ejemplar—. Necesitaba ir al baño con urgencia.

 

—¿Sufre de pánico escénico y le dieron náuseas por los nervios?

 

—¡Daichi no…!

 

Sugawara. —Otro dato que todos aprendieron: si no agregaba honoríficos, alguien estaba a punto de meterse en problemas. Suga se resignó a suspirar y sentarse en su pupitre.

 

—No fue eso. —Y siendo honestos, Daichi tenía que repetirse con calma que estaba tratando con un profesor para no entrar en su modo aterrador—. ¿Se lo puedo explicar al final de la clase?

 

—¿No fue un intento de fuga? —Cruzó los brazos.

 

—No.

 

—Estaba a punto de mandar a un delegado a buscarlo. ¿Regresó porque esa era su intención o porque alguien se lo advirtió afuera?

 

—Solo iba a ir al baño y volver, no podía esperar. Apenas llegué a tiempo.

 

—¿Vomitó? No se avergüence, no sería el primero. —Agregó una sonrisa de lado en un intento fallido por aligerar el humor.

 

—Podría decirse que sí. —Daichi no quería prolongar más la incomodidad de la conversación.

 

—¿Está enfermo? ¿Necesita ir a la enfermería? Porque Sugawara-kun lo defendió para que no lo mandara a buscar muy seguro de lo que fue a hacer al baño, como si ya supiera lo que sucede.

 

—Por eso decía que se lo explicaré después. Ya estoy bien y no deseo seguir saboteando la clase.

 

—No me dé más problemas, Sawamura-kun. Se ha salvado por esta vez.

 

Daichi volvió a su puesto sin relajarse del todo, dándole gracias a Suga —quien estuvo ceñudo hasta ese segundo— por cubrirlo en el camino. ¿Por qué la primera vez que el hanahaki lo atacó en la escuela tuvo que ser en medio de una evaluación? Casi se metía en un lío, y ahora no paraba de pensar en cómo haría si le llegase a suceder durante un examen.

 

La explicación al final de la clase fue más larga de lo que planeó. El profesor desconocía la enfermedad y hasta creyó que le estaba jugando algún tipo de broma, así que Daichi tuvo que defenderse con tantas pruebas se le ocurrieron: el adulto llamó a Suga para que diera su testimonio, pero desconfió por notar que eran buenos amigos; alegó ocultar una camelia rosada que encontraría en la papelera del baño —por obvias razones, se negó a corroborar esa información—; estuvo a punto de implicar a Asahi, y cuando rechazó que otro adolescente declarara a su favor, recordó a Takeda.

 

—Ahora nos va a odiar —Suga suspiró mientras ambos profesores discutían.

 

—Ah, agotó toda mi paciencia de hoy —masculló.

 

—Solo no te desquites con nosotros en la práctica, ¿sí? —Apoyó una mano sobre su hombro.

 

Como si fuera posible que todos se comportaran a la perfección.

 

Al convencer —finalmente— al terco profesor, Takeda le aconsejó que les contase a todos sus docentes sobre la enfermedad para evitar otros inconvenientes. No hacía mucha falta la sugerencia, Daichi ya no tenía tantas ganas de mantenerlo en secreto de ellos después de haberse enfrentado al más estricto; pero primero conseguiría evidencia contundente para callar a los escépticos de una vez.

 

Al cabo de una semana, ya se había puesto de acuerdo con cada uno de sus profesores para saber qué hacer en caso de presentar síntomas. Para esas fechas, la emoción por estar a cuatro días del Intercolegial apaciguó a los sentimientos agobiantes del hanahaki, por lo que pudo olvidarse de la mitad de sus pesares para encargarse de alivianar a los que estaba a punto de enfrentar junto a sus amigos. El lunes ya sabría cuáles agregar o eliminar de su lista.


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