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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Ni siquiera sabía que su mejor amigo estaba enamorado, eso hacía que su descubrimiento fuera aún más impactante. ¿Por qué no se lo comentó? Quizás no era el mejor con el romance porque ni siquiera tenía la experiencia, pero lo habría ayudado como le hubiese sido posible a obtener el amor de esa persona de vuelta. De habérselo contado, tal vez la camelia que se quedaron viendo en silencio por tantos segundos con expresiones que delataban incredulidad y confusión nunca habría salido de su cuerpo.

 

—¿Quién es? —Se le escapó antes de siquiera registrarlo.

 

—¿Qué?

 

—¿Quién es? —repitió, elevando la mirada a un rostro que nada entendía.

 

—Suga, acabo de escupir una flor, ¿y me preguntas «quién»? —Se encogió ligeramente de hombros. Había una sonrisa nerviosa en su boca—. ¿Qué tiene que ver eso con esto? ¿Sabes qué me ocurre?, porque yo estoy perdido.

 

¿Cómo iba a decirle que se había enfermado de algo que creía ficticio hasta hacía un minuto? Y eso solo por mencionar lo más ligero del caso.

 

—Es… complicado. —No halló otra manera de iniciar. Ni él mismo, que sabía lo que estaba pasando en sus pulmones, era capaz de encajarlo todo para que tuviera sentido.

 

—Oye, no me asustes. —La sonrisa nerviosa se transformó en labios con una mínima curvatura descendiente—. ¿Qué es? ¿Me tragué una semilla y creció una planta de camelias en mi estómago? ¿Sí es posible que crezca una planta si te tragas una semilla por accidente, entonces?

 

—Es más complicado. —«Ojalá fuera eso».

 

—¡¿Por qué no me dices?! ¡Al menos dime si debo asustarme!

 

Suga tragó saliva. Sí, debería asustarse, pero no quería lidiar con un extraño Daichi temeroso, no en ese instante.

 

—Es curable. —Supuso que eso era lo mejor que podía responder para mantener los nervios un poco relajados.

 

—Bien… —La tensión en su frente se aligeró mientras asentía despacio—. Estoy enfermo y parece que sabes qué es. ¿Me lo explicarás?

 

—Sí, pero preferiría hacerlo en casa, será largo. ¿Puedes quedarte un momento en la mía? Mis padres siempre llegan una hora después que yo a casa, será suficiente para explicártelo tranquilo.

 

—Avisaré que llegaré tarde. —Daichi sacó su celular del bolsillo para enviar un mensaje que solo escribía con la mano izquierda.

 

—Esto… ¿Daichi?

 

—¿Sí?

 

—¿No piensas soltar la flor? —Señaló con un gesto a la camelia aún sobre su palma.

 

—¿No debería llevársela al médico cuando vaya a examinarme?

 

—Ah, no lo había pensado. —¿Por qué habría tenido que pensar tal detalle de algo que no era real, según él? Tenía lógica, sin embargo—. Supongo. Al menos guárdala en tu bolso; es incómodo verla sabiendo que salió de ti.

 

Daichi miró la flor y sus facciones se vieron a punto de reír.

 

—Si lo pones así, es bastante raro que aún la esté agarrando. Está bien, la meteré aquí. —Comenzó a abrir el cierre de su bolso.

 

—Yo sentiría hasta asco, siendo honesto. ¿No se siente rara?

 

—No realmente.

 

Le consolaba que su amigo se tranquilizara —o que no exteriorizara su preocupación, por lo menos—, aunque le pesaba tener que arruinarle el ánimo en unos minutos. Estaba a punto de informarle del ultimátum que la vida le había puesto encima tan forzosamente y de lo que sufriría por quién sabría cuánto tiempo. Temía que su caso nunca hallase un final satisfactorio, porque hasta la cura más sencilla debía de ser dolorosa para los sentimientos; o peor, que nunca concluyera y las flores acabasen secándolo de adentro hacia afuera.

 

Y así regresaba a lo primero que cruzó su mente: quién. Para que Daichi llegase al extremo de contraer una enfermedad así tenía que llevar meses enamorado, seguramente desde antes de finalizar segundo año. Ni siquiera recordaba que le gustase alguien o que existieran rumores de eso, solo pequeños chismes de chicas que se sentían atraídas por él. ¿Alguna de ellas había llamado tanto su atención? ¿Cómo no se dio cuenta de algo así si era la persona con la que más compartía? Si algo debía aplaudirle, eso era su capacidad de disimular una emoción tan grande.

 

La opción más obvia sería Yui. También capitana de su club de voleibol, tenían eso en común, junto a algunas cosas más. Sin embargo, le extrañaba que Daichi no hubiera dado el primer paso ya si ella era a la que más parecía gustarle; no parecía ser el tipo de persona que se contenía por timidez o por miedo al rechazo. ¿Y si tal vez era un miembro incógnito del escuadrón de admiración y defensa de Kiyoko? Después de todo, él había sido quien la buscó para ser la mánager del club, ¿no?

 

—Suga, estoy tratando de mantener la calma, pero tu cara no me deja hacerlo.

 

Y ese fue el fin de su razonamiento excesivo.

 

Alrededor de diez minutos más tarde, ambos estaban sentados en el suelo de la habitación de Suga. Hubo un breve silencio en el que la tensión volvió a poseer a Daichi y en el que el otro chico trató de encontrar la mejor manera de explicar su situación sin alterarlo demasiado.

 

—Estoy listo —dijo luego de una larga exhalación—. Dime lo que tengo.

 

—¿Has oído sobre el hanahaki? —preguntó más por hacer tiempo para él prepararse. Era obvio que no si ya había presentado el síntoma distintivo y no entendía qué ocurría.

 

—¿Hanahaki? —Arqueó las cejas.

 

—La verdad es que solo me lo contaron una vez cuando era niño, así que creí que era un cuento; pero ahora veo que era verdad.

 

—¿Qué clase de enfermedad te hace pensar que es mentira? —Movió el cuello un poco a la derecha.

 

—El hanahaki hace que te crezcan flores en el sistema respiratorio y puede que también en el digestivo; el cuerpo las elimina tosiéndolas o estornudándolas, al parecer.

 

—¿Y por qué me crecerían flores adentro? ¿Comí algo?

 

—Aquí está lo que me hizo creer que era un cuento: aparece cuando amas a alguien y no eres correspondido.

 

La expresión entera de Daichi cayó, incluso clavó la mirada en la mesita entre ellos; la de Suga se volvió compasiva al ver lo que probablemente fue su corazón romperse. Esto era lo que no quería, darle noticias que lo harían entristecerse, pues nunca lo había visto así por algo que no fuera perder un partido oficial.

 

—¿Podría decirse que estoy enfermo de amor no correspondido?

 

—En pocas palabras, sí.

 

—Ah, lo sabía —murmuró; sus palmas en la frente y sus dedos enredándose en su cabello.

 

—Lo siento. —Pudo intentar algo mejor para animarlo, pero habría sido inútil porque tenía una enfermedad que se lo recordaría cada día.

 

—Por eso preguntabas quién era. —Recordó, todavía sin levantar la cabeza.

 

—Daichi, ni sospechaba que estuvieras enamorado. Estoy sorprendido, no pensé que el hanahaki fuera real y me entero al mismo tiempo de dos cosas que no hubiese imaginado nunca. ¿Por qué nunca me lo contaste?

 

—Estaba casi seguro de que era imposible que yo le gustara, esto solo me lo confirma. —Mostró una sonrisa autocompasiva o derrotada, no podía decidirlo. Bajó las manos a su regazo, destapando su cara—. Dijiste que tenía cura.

 

—Sí, es solo que cuesta un poco. —Levantó el dedo índice y medio—. Tienes dos opciones: tener mucha suerte y que el amor sea correspondido, o no arriesgarte y hacerte una operación para extraer todas las flores, pero también perderías tus sentimientos por esa persona en el proceso.

 

—¿Tan drástico? —Suga pudo ver cómo se encogió como si le hubiese dolido algo de repente.

 

—Es que… —Aún faltaba la peor parte. Realmente no quería decírselo, ¿cómo iba a hacerlo? Una sentencia tan fuerte era algo que nadie desearía escuchar ni comunicar si estaba en contra. Ya no podía verlo a los ojos.

 

—¿Suga? ¿Qué es? ¿Es grave si nunca me curo? —Su voz temblaba como antes.

 

—No sé cuánto tiempo tendría que pasar, pero… —Se mordió los labios por un par de segundos para después hallar el valor de darle la cara—. Hay un momento en el que las flores son tantas que no puedes respirar.

 

—¿Moriría? —Sus párpados se abrieron a más no poder y palideció un poco. Suga solo fue capaz de asentir una vez con la cabeza y los ojos cerrados—. ¿Qué…? —Daichi pasó las manos por su rostro y cabello antes de paralizarse.

 

—Eso es todo lo que sé. Creo que las flores que te salen tienen significado, no estoy muy seguro. —Comenzó a hablar a la velocidad de sus ideas, al igual que a gesticular con las manos casi exageradamente—. También creo que tienes varios meses, tal vez un año, no es como si fueras a empeorar dentro de poco. Tienes tiempo para tomar una decisión o para que la otra persona se enamore de ti, quién sabe. Tampoco estarás tosiendo flores a diario, no afectará a…

 

—Suga, ¿qué te he dicho de tu modo de pensar de más? No lo hagas en voz alta, es peor.

 

—Sí, perdón. —Sacudió la cabeza—. Siento que hayas tenido que oír todo eso de mí.

 

—No, está bien. Supongo que mañana iré al médico para tener los detalles. Te dejo a cargo del equipo.

 

—Cuéntame cómo te va, ¿sí? Me debes eso por no contarme ni siquiera cuándo te comenzó a gustar alguien. —Le dio un golpe suave en el pecho.

 

—Claro. Eres el único que puede saber de esto por ahora, ¿de acuerdo? Inventa cualquier razón para mi ausencia mañana.

 

—Te intoxicarás por algo que comiste, así podrás aparecer al día siguiente como si nada.

 

—¿Y me prometes algo? —Suga asintió para que continuara—. No intentarás descubrir de quién me enamoré. Planeo decírtelo cuando decida qué hacer si no tengo suerte, ¿bien?

 

—Ah. —Dejó salir un suspiro que lo encorvó. Aún tenía curiosidad de quién había provocado todo, solo que no podía negarle algo así a Daichi—. Lo prometo. Podría ayudarte para que se enamore de ti, pero si tú insistes…

 

—Justamente por eso te lo diré al final. No quiero amor por lástima ni algo con intervención.

 

Suga hizo puchero.

 

—Ya lo prometí, cumpliré.

 

—Entonces, ya me puedo ir. —Sonrió ligeramente al levantarse—. Hasta mañana.

 

—Hasta mañana. —Cualquier otro día, habría insistido para que se quedara por más tiempo y divertirse un poco o adelantar tareas juntos; pero esa tarde tenía un peso distinto. Lo dejaría irse para que pudiera procesar bien todo lo que le contó y para permitirle desahogarse en privado, de seguro le hacía falta.

 

Al Daichi cerrar la puerta, Suga se dejó caer de inmediato al suelo de espalda. Si él mismo se sentía fatal, no quería imaginar cómo estaría su amigo. Aún no lo terminaba de creer.  ¿Por qué Daichi? ¿Por qué una de sus personas más cercanas? Dolía pensar —saber— que sufriría no solo por amar a solas, sino por el desfallecimiento lento y lastimero que era el hanahaki. Confiaba en que no llegaría al extremo de abandonarse a su suerte y morir asfixiado, pero que existiera la mínima posibilidad de que se diera ese evento era desgarrador.  No quería perder a alguien importante así, agonizando por culpa de un sentimiento que, dado en sus mejores condiciones, se suponía que debía darle felicidad. «Por favor, quienquiera que seas, enamórate de él pronto».

 

No sabía cuántos minutos había pasado mirando al techo cuando escuchó el tono de mensaje de su celular. Era Daichi, y era más o menos largo, lo cual era raro.

 

«Le conté a mi mamá. Resulta que ella sabe de la enfermedad y me dijo varias de las cosas que me contaste. Le preocupa que me haya salido una camelia porque parece que las flores sí tienen algún significado especial y sabes, las camelias son de mala suerte para los samuráis y se usan en funerales. ¿Eso es una advertencia de que solo la operación podría salvarme? Suga, hace mucho que no me asustaba tanto».

 

No se había detenido a pensar por qué una camelia. Si no recordaba mal, también servían para declarar amor y mucho más si eran rojas, así que le contestó eso para tranquilizarlo. No obstante, una nueva curiosidad se trepó a su cabeza: ¿cuál de todos sus significados sería el correcto esta vez? Decidió investigarlo. Abrió el buscador en su móvil, escribió su duda y se metió en varias páginas. Muchas decían prácticamente lo mismo: amor, adoración, nacimiento de algo nuevo, belleza y un profundo anhelo. Al menos no le estaban saliendo muchos significados negativos. Luego encontró lo que Daichi le había escrito: mala suerte para los guerreros porque la flor caía entera y no pétalo por pétalo como la mayoría; perecer con gracia.

 

Ya estaba a punto de dar por culminada su investigación cuando se topó con una última página que, como muchas otras, traducía a la camelia roja específicamente. Como era algo corto, leyó la pequeña descripción en cursivas y quedó boquiabierto. Era la única con esta frase, pero tenía una profundidad que ninguna de las anteriores albergaba. Quizás no era con él, mas Suga sintió cierta presión en el pecho. La persona dueña de los sentimientos de Daichi, sin estar consciente de ello, tenía una enorme responsabilidad

 

«Mi destino está en tus manos».


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