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Por ti, mi amor... por Aomame

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Por ti, mi amor...


¿No me recuerdas?

Cumplieron 18 años y se graduaron de la academia con honores. Ambos, Steve y Tony, estaban emocionados, pero no tanto por la graduación, sino por los planes que habían estado fraguando desde hacía ya cerca de un año. 

Ese año, se despedirían de sus respectivos hogares y partirían a la universidad. Juntos habían decidido asistir a la Universidad de Columbia en Manhattan, Nueva York. Tony estudiaría ingeniería y ciencias aplicadas, mientras Steve estudiaría arte.  Por supuesto que, ir a la universidad, por sí mismo, resultaba excitante.  Les aguardaban nuevas experiencias, nuevas amistades, quizás. Pero, también, les esperaba la libertad.

 

 

Tony siguió con la mirada fija en el chico frente a él.  Tragó saliva y recompuso su postura en la silla, pero sus manos le temblaban y se sentía incapaz de pensar. El  rubio del otro lado de la mesa entrecerró los ojos y dejó su copa sobre la mesa con tranquilidad pasmosa, tenía sus cartas abiertas en abanico frente a él en la otra mano. Su rostro expresó un gesto de extrañeza. Pero fue lo que salió de sus labios lo que provoco en Tony un verdadero ataque de ansiedad.

—¿Si? Dígame, señor Stark.

A Tony, entonces, le faltó el aire, se puso de pie con rapidez, golpeó un poco la mesa e hizo temblar los vasos y fichas que en ellos había. Se alejó como pudo de ahí, ante las miradas confundidas de los asistentes a la fiesta.  Bajó por una de las escaleras que daban al salón de la fiesta. En un descansillo  se apoyó en la pared con una mano y  jadeó cerrando los ojos.

—Calma, calma— se dijo—, es uno de esos sueños. Tranquilo, respira… no es… no es Steve…

 

 

Ni Pepper ni Jarvis se dieron cuenta de lo que sucedía unos metros más allá, dónde Tony había dejado caer su copa y había causado ciertos movimientos de los meseros para limpiar con celeridad. Inmersos en su plática, habían salido a un balcón a tomar un poco de aire, al tiempo que saboreaban sin prisas el champagne.

—Déjame adivinar— dijo Pepper al tiempo que jugueteaba con uno de sus aretes—. Se mudaron a vivir juntos en Manhattan.

Jarvis sonrió pero negó lentamente.

—Casi—dijo— estaban a punto de ello, señorita Potts. Quiero decir, ese era el plan que habían diseñado durante su noviazgo furtivo.

 

 

Vivirían en un departamento cercano a la Universidad. Sus padres pensaban que era una buena idea, se sentían aliviados de que sus hijos fueran tan amigos y tuvieran a alguien allá en quién confiar; y sin dudarlo, decidieron ser ellos quienes pagaran la renta del lugar. La pareja aceparía al principio la ayuda, pero después, trabajarían por su cuenta para pagar su renta y alimentos. Querían decirles a sus padres que estarían bien, que podían valerse por sí mismos. Su plan era que a los 21 años, cuando fueran por fin, completamente mayores de edad,  dirían la verdad. Porque entonces, sólo entonces, sus padres ya no tendrían control sobre ellos ni podrían presionarlos de ninguna manera.  Y entonces, estarían juntos sin tener que ocultarse más.  Estaban muy seguros de ello, totalmente comprometidos al respecto.

Antes de que comenzaran su primer año, como era de esperarse, irían a Nueva York para visitar departamentos y elegir uno. Esa mañana, era una mañana preciosa, soleada, un perfecto día para escapar.

—Yo conduzco—dijo Steve cuando Jarvis les llevó las llaves del mercedes que el padre de Tony le había regalado a éste por su graduación.

—¿Qué? ¡No! Es mi auto yo lo manejo.

—Pero dijiste que me dejarías conducirlo un día de estos.

—Pero hoy no es un día de estos— Tony le sonrió con ese aire bromista y se colgó de su cuello al tiempo que le deba un beso cerca del cuello. Steve lo miró enfadado, pero el enfado se borró con ese beso.

—Ejem—Jarvis aún tenía las llaves del auto en la mano esperando que uno de los dos lo tomara, y desvió la vista hacia la entrada del garaje, se dijo que tendría que correr a eliminar ese beso de los registros de las cámaras de vigilancia. A veces, los descuidos o impulsos de Tony, realmente le causaban muchos apuros.

—¡Yo tomaré esto!—dijo Tony quitándole las llaves y corriendo hacia el auto.

Steve suspiró, pero sonrió y se despidió de Jarvis con su cortesía acostumbrada.

 

 

 

—Un chico bueno—observó Pepper.

Jarvis asintió con la vista fija en el cielo nocturno, con una Luna blanca y enorme en lo alto.

—La noticia llegó esa misma noche, una noche de luna nueva—dijo—. No había luz esa noche. Y no la habría más para el señor Stark. Desde entonces,  vive en una noche de luna nueva eternamente.

Pepper frunció el ceño, sabía que lo que seguía de la historia no le gustaría mucho, pero aun así musitó la pregunta que Jarvis esperaba para continuar.

—¿Qué fue lo que pasó?

 

 

 

Tony comenzó a calmarse. Se llevó la mano al pecho, dónde su corazón comenzaba a latir con tranquilidad una vez más. Suspiró y apoyó la espalda en la pared.

—¿Está bien?— Escuchó una voz que le llamaba escaleras arriba.

Su corazón volvió a acelerarse, pero con todo y ese sudor frío que le recorría la espalda, Tony giró  el rostro hacía la voz y abrió los ojos.

Era él.

No podía confundirlo de ninguna forma. Esa manera de pararse, de portar un traje, esa manera de mirar y la manera en la que sus cejas se juntaban, cuando estaba preocupado.

—Steve—volvió a decir.

No pudo hablar más, un nudo en su garganta se lo impidió.  Steve, tampoco dijo nada, bajó las escaleras lentamente y se plantó delante de él.

—¿Está bien?—repitió, al tiempo que apoyaba la mano en el hombro de Tony.

Y éste, al sentir su toque, no pudo reprimir más su llanto.

 

 

 

Tony reía y Steve también cuando el semáforo se puso en verde. Estaban eufóricos, contentos, listos para comenzar a ser felices. Tony recordaría el toque de Steve sobre su mano, cuando le soltó para que pudiera tomar la palanca de velocidades y arrancar el auto. Y después, todo sería caos dentro de sus memorias. Ellos respetaron el cruce, pero no el auto que venía del otro lado, el choque fue violento  en la puerta del copiloto, tan brutal que el mercedes se volcó y giró un par de veces, antes de caer pesadamente en el arroyo.

Tony perdió el conocimiento y cuando lo recuperó,  todo le dolía. Se vio las manos cubiertas de sangre, tenía un ojo cerrado. Sin embargo, tenía una cosa clara en la mente: Steve. Y cuando volteó a su derecha, lo vio en un estado muy parecido al suyo, cubierto de sangre, con golpes y heridas por todos lados, sólo que a diferencia de él, no había despertado.

Tony lo llamó, pero Steve no reaccionó, así que se quitó el cinturón de seguridad y se movió para poder tocarlo. La mejilla de Steve estaba roja y tibia cuando la tocó.

—¡Steve!—le llamó—¡Steve!—le gritó—Steve abre los ojos, Steve… mírame… Steve…

El dolor de sus propias heridas lo hizo doblarse y perder el conocimiento de nuevo.

El teléfono sonó cerca de las nueve de la noche. Jarvis contestó y recibió el mensaje proveniente del hospital. Steve y Tony habían tenido un accidente automovilístico. Comunicó la noticia a sus señores, con una sensación amarga en la garganta.

 

 

 

—¡Dios!—Pepper se llevó las manos a la boca y sintió sus propias lágrimas  picarle los ojos—No me digas, Jarvis… no digas que Steve…

Jarvis asintió, con la punta de los dedos apartó sus propias lágrimas de los ojos. Para él el recuerdo era doloroso, porque él también había apreciado a Steve y porque había visto el dolor de su señor de primera mano.

—Cuando el señor Stark despertó, había pasado una semana del accidente—hizo una pausa y bebió lo que le quedaba de champagne en la copa—. Despertó sólo para recibir la noticia de que Steve había muerto, y que además, sus funerales ya se habían llevado a cabo.

—¡Oh, Dios!—Pepper no pudo aguantar más y sus lágrimas se derramaron irremediablemente por sus mejillas.

—El señor Stark no pudo verlo una vez más, ni siquiera pudo decirle adiós. Para él, fue como si el mundo  hubiera colapsado sobre él. Todos sus sueños, sus esperanzas, todo su amor había terminado abruptamente.

—Pobre,  Tony. Ahora entiendo porque hoy…

—Siempre sucede—explicó Jarvis—. Cuando se acerca la fecha del aniversario de la muerte del joven Steve, el señor Stark cae en depresión. Tiene pesadillas, se atormenta, bebé de más  y comenté tonterías. Son fechas delicadas, señorita Potts. Son fechas en las que él desea morir intensamente.

—No lo culpo—Pepper sacó su pañuelo del bolso las lágrimas de los ojos—. Debió amarlo mucho.

—No, señorita, Potts —Jarvis suspiró—, aún lo ama.

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado!

Yo iba a decir algo... pero se me olvido! jaja

En fin, hasta la próxima! (tal vez me acuerde)


Continuará...


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