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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Gracias por seguir, bellos <3

 

A los tres meses y tres semanas, habían acabado de revisar la primera traducción de un pequeño libro al ruso por parte de Ian. El moreno había demostrado su genialidad para los idiomas otra vez. El texto estaba impecable; incluso agregó un par de notas dándoselas de traductor profesional. Y lo había hecho en medio de su fin de semestre.

Estaban sentados como ebrios en el sillón, cada uno descansando en las orillas del mueble. Habían pasado casi todo el día así, Misha no había tenido trabajo, el dueño del café estaba de vacaciones.

 

Misha le acarició la cabeza a Ian.

 

–¿Esto…significa?–comenzó a decir el eslavo.

–¿Significa…? -alzó la ceja el moreno. 

–¿…que ya podré conversar normal contigo en mi idioma?

–No. Me da flojera.

–¿Por qué no?

–Te oyes bien bonito hablando español.

–¿Bonito?? -Misha arrugó la cara. 

 

Ian hizo una cara feliz exagerada.

 

–Tu voz no es demasiado gruesa, está en el punto- le dijo- y con ese acento que tienes te escuchas bien pinches sexy.

–¡Yo también tengo derecho a hablar mi idioma!

–Mmm ¿Lo ves? Ese hermoso arrrrastre de erres...

–Te has de escuchar perfecto cuando hablas ruso, idiota.

–No, no me escucho sexy como tú.

– Poshel na jui. (Vete a la mierda).

 

Ian ahora puso cara de ofendido.

–Era en serio. Pinche grosero.

–Yo nunca te dije qué era eso.

–Estás hablando con un futuro traductor -respondió el latino, sonriente de nuevo- Aunque no me lo enseñes, lo tengo que saber.

–…

–No quiero hablar ruso contigo todavía. Me falta mucha práctica en el acento, y tú te escuchas bastante bien… No quiero verme como un tonto contigo.

–¿No eras un genio en los idiomas?

–Pues sí, pero la lengua tarda un poco en acostumbrarse a un acento perfectamente. Necesito practicar la lengua.

–…Ah, vaya, ¿practicar la lengua?

–Sí.

–…

–Ya sé qué estás pensando, ¿ya ves? No soy tan bueno en el ruso como tú en mi idioma.

 

Luego de un momento, Misha se incorporó y se puso encima de Ian, justo para verlo a los ojos con una sonrisa.

–¿Quieres que practiquemos?

–Ja ja ja… ¿En qué sentido?

 

Se dedicaron el uno al otro una sonrisa de complicidad.

 

Luego, Ian inclinó su cabeza para alcanzar los labios de Misha. No era un beso del otro mundo. Era muy tranquilo.

Pero duró demasiado.

 

El beso ya llevaba tres minutos seguidos, y lo que comenzó como un roce de labios apenas cariñoso, se convirtió en otra cosa cuando Misha mordió intencionalmente a Ian, jalando su labio entre los dientes.

Algo se movió abajo. Todo había cambiado.

 

El roce de labios se había convertido en algo muy intenso, casi como si intentaran comerse vivos.

Oyeron que el cuaderno de Ian se cayó cuando Misha comenzó a pasear sus manos grandes y firmes por debajo de la playera de Ian. El moreno hizo lo mismo; ambos se estaban dando un agradable paseo el uno por el pecho, la espalda y el cuello del otro.

 

Sus labios ya se habían despegado de sus bocas y los de Misha ya habían ido a parar al cuello de Ian cuando sintieron que se caían junto al cuaderno. La alfombra estaba sucia de café tirado y un trozo de mermelada de hace tres días, así que Ian se levantó con una risa. Misha no tardó en alcanzarlo y volverlo a tomar de los labios para seguir comiéndoselo y, sin querer, fueron dando pequeños pasitos hacia atrás hasta pegar con el barandal de la escalera.

 

Mientras las caricias y los besos en el cuello seguían, de alguna manera rodearon el barandal y cayeron en los escalones.

No querían soltarse por nada del mundo.

 

Ian le metió la mano como siempre a Misha debajo del pantalón y luego del bóxer; lo diferente esta vez fue que no se detuvo a acariciar atrás y tocó y acarició adelante.

 

Algo se volvió a mover abajo, en el pantalón de los dos.

 

Estaban jadeando como locos, y de vez en cuando regresaban sus bocas a darse un beso más salvaje que el anterior.

 

Misha era el que estaba arriba y, de alguna forma, logró beso con beso y caricia con caricia conducir a rastras a Ian escaleras arriba.

Sus jadeos podrían haberse escuchado hasta la cocina.

 

Cuando llegaron justo a la pared junto a la puerta de la habitación de Misha, el ruso siguió guiando a su amigo con besos hasta ponerse de pie. Cuando ambos estuvieron levantados, sin avisar, Misha metió bruscamente su mano debajo de la ropa interior de Ian, mientras le besaba la cabeza. Así descubrió que el moreno no estaba jadeando por nada. Ya algo se había formado adentro. Lo ayudó a expandirse más.

 

Con la mano que le quedaba libre, empujó la puerta de la habitación y, como si les quedaran apenas minutos de vida, corrieron a la cama y el rubio acostó y abrió de piernas a Ian para meterse en ese nuevo espacio y seguir devorándolo.

 

Algo también grande ya pasaba en su pantalón.

 

Ian pudo sentir los besos desenfrenados de Misha en su cuello. Cuando sintió que su chico de ojos azules estaba teniendo muchos problemas con su playera, tomó la iniciativa de quitársela. Misha no lo dudó un segundo y se quitó la suya. Acto seguido, Ian se clavó en su cuello y lo mordió un par de veces.

 

Terminaron de repasarse el torso hasta que se aburrieron y llegó el turno de pasar a la siguiente parte.

 

Las manos desesperadas de Misha corrieron al cierre y el botón del pantalón de Ian, casi queriendo destruirlos con tanta fuerza. Ian suspiró. Ahora sí sentía cada parte de su cuerpo en casi completa libertad. Sólo faltaba una prenda.

Misha se apresuró a quitarle y quitarse el pantalón y se lo bajó y lo aventó en un segundo. Siguió el desenfreno de besos y caricias, pero ahora se rozaban abajo. Se sentía delicioso.

 

Quisieron darse su tiempo antes de quedar desnudos por completo.

Cuando lo hicieron, se quedaron un momento viéndose, pasmados.

 

Se habían percatado de que, luego de tanto tiempo, acababan de conocerse por completo; de pies a cabeza, parte por parte. Y ¡de qué manera!, las partes desconocidas estaban en su mayor punto de firmeza. Soltaron una risa que casi sonaba como de niños haciendo una travesura, después volvieron a los besos. Se acariciaron las piernas y fueron juntando la parte entre ellas hasta frotarse. El roce era maravilloso.

Sus pulmones parecían como a punto de colapsar. Casi podían emanar humo por la temperatura que lograron tener.

 

Ahí fue cuando a Ian se le ocurrió que no sabía aún qué papel tradicional iba a tomar, porque nunca lo había hecho con nadie. Pero asumió que como él era el homosexual ahí aunque aún no practicaba nada, tenía que enseñarle a Misha cómo tenía que hacérselo.

Le cambió la jugada y lo puso de espaldas arriba. Desgraciadamente, el sin experiencia era él. Ignoraba que, aunque él no veía nada de ése material, Misha no era tonto y sabía un poco de cómo moverse.

No era su culpa si no había pensado lo que eso provocó.

 

De repente y, sin ninguna explicación, el cuerpo rojo de calor y excitado de Misha se volvió un cadáver pálido y tenso.

 

–¡NO!!

 

El ruso se volteó con una cara destruida en una mueca y se lo quitó de encima.

Lo mandó directo al colchón de un manotazo.

 

Lo siguiente que Ian escuchó antes de poder levantarse, fue cómo Misha jadeaba, pero de algo parecido al horror. Sintió cómo su peso desaparecía de la cama y escuchó cómo tomaba sus ropas del suelo y se vestía a toda velocidad.

Todavía alcanzó a verlo cuando terminó de abrocharse el cinturón, como si algo lo estuviera persiguiendo.

 

–¿¿Qué pasó??–preguntó el moreno, con la confusión más grande de toda su vida.

 

Misha lo miró de inmediato a la cara.

–¡¡NO VUELVAS A HACER ESO!!– le gritó desesperado, con un tono tanto así, que parecía estar suplicando.

–¡Perdón!! ¡Oye no sabía qué lugar querías, asumí que no sabías…!!

–¡¡NO VUELVAS A HACER ESO!!

 

Lo miraba como si de un momento a otro, hubiera tomado conciencia de lo que había estado pasando. Como si hubiera despertado bruscamente de una pesadilla. O al menos eso le hizo entender a Ian.

 

–¿Esto sí es demasiado para ti?

–…

–Carajo, Misha, ¿Por qué no me dijiste??

–…

–¡Parezco un idiota aquí desnudo con alguien que ni siquiera quería hacerlo!!

–…

–Mejor me voy.

 

Casi como queriendo emular la velocidad de Misha, Ian tomó sus cosas y se vistió. Acto seguido, bajó las escaleras y salió de la casa rumbo a la suya, sintiéndose el peor tonto del mundo.

Misha ni siquiera se movió de ahí.

 

Casi rompe la promesa que se había hecho a sí mismo aquella lejana noche, cuando derramó aquellas lágrimas de camino al mismo microbús.

Se había sentido un completo imbécil, aunque si lo pensaba bien, ya llevaba un buen rato sintiéndose así.

 

Cuando entró a su casa, se alegró de infinita manera que su madre aún estuviera en el aeropuerto recibiendo gringos. Para su infortunio, su padre, el señor David, quiso entablar conversación con él acerca de la salud de la tía Julieta, a la que le habían detectado un grado avanzado de cáncer. El señor estaba muy triste y preocupado por el primo que ella cuidaba. Desgraciadamente, Ian tenía la mente perdida en su propia tormenta y apenas y se sintió mal por el otro tema.

Una vez que el señor lo dejó para salir a unos asuntos, Ian corrió escaleras arriba y se encerró.

 

De un momento a otro, su tristeza se volvió ira. Pateó la puerta tres veces y luego se dirigió a su escritorio a tirar todo de dos golpes. Así dio un par de vueltas por toda su habitación, lanzando esto y destruyendo aquello.

Al darse cuenta que el pie le punzaba por haber pateado la pata de la cama, se dejó caer en ésta. Hundió su cara en la almohada y comenzó a maldecirse él mismo.

 

–Idiota, idiota, idiota, ¡¡IDIOTA!!– exclamó allí sobre la almohada, mientras pegaba de puñetazos al colchón. Dio un largo suspiro, para luego emitir un grito de frustración, ahogado por el relleno suave y la funda de color verde. Jadeó todo su coraje hasta que por fin sintió que se había desahogado lo suficiente para no seguir rompiendo cosas; hasta entonces se acomodó boca arriba. Sintió que los ojos le comenzaban a arder, pero se reprimió.

 

Era mucho más fácil aguantarse las lágrimas que admitir que se sentía mucho peor de lo que era justo sentirse por lo que había pasado. No quería admitir que, más que haberse sentido víctima de una broma terrible, aquello le había causado un daño más grande que el del que simplemente se siente burlado por la jugada de alguien que lo había calentado más de la cuenta, sólo para ver hasta dónde llegaba.

Si hubiera podido, hubiera reprimido también ese ataque al corazón que estaba sintiendo.

 

Respiró profundo por última vez. No quería saber nada del mundo. La destrucción de su cuarto lo había dejado agotado, tuvo sueño.

Sacó su teléfono y miró la pantalla: Sábado, 29 de junio de 201…, 6: 35 pm.

Configuró una alarma y, una vez convencido de que se levantaría a las nueve, se acomodó bajo las cobijas y se durmió.

Estaba tan cansado, que la alarma no tuvo respuesta.

 

El que sí tuvo respuesta, fue el tono de llamada junto con la vibración característica. Se despertó apenas sintió el movimiento y escuchó la tonada de Smashing Pumpkins, su segunda banda favorita.

 

–¿Bueno?– respondió al llamado, tratando de hablar sin bostezar.

–¿Ian?–respondieron al otro lado. Era Pavlovna.

–¿Qué pasó, princesa? ¿Cómo estás?

–¡Ay, bombón, mal, muy mal! ¡Todo está mal!

–¿Por qué??– preguntó, al tiempo en que el sueño se le espantaba.

–¿Crees que puedas venir a la casa de Tomás?

–¿Ahorita?– le echó un vistazo al reloj de la pared. Eran las nueve y media. La casa de Tomás le quedaba a veinte minutos.

–¡Por favor!

–Sí, sí, ¡claro! ¿Pero qué pasó??

–¡Ay! ¡Mi tonto e inútil hermano!!

 

Tenemos buena capacidad para olvidar los conflictos cuando nacen las emergencias.

 

–… ¿Le pasó algo??

–Ian, necesito que me ayudes a llevarlo a la casa. Owen tiene un golpe en la cara y no me puede acompañar y todo aquí se volvió un problema. ¡Te necesito!! ¡Ven!!

 

Apenas colgó el teléfono, salió disparado de la cama, tomó sus zapatos y bajó corriendo. Sus padres veían algo en la televisión de la cocina y les dijo que volvería en una hora.

Trató de convencerse de que realmente lo hacía por Pavlovna.

 

 - - - - - - - - 

 

Resultó que, después de haberlo dejado en su casa con cara de película de suspenso, Misha había recibido a Owen y el moreno claro de ojos verdes se había llevado al rubio a una fiesta en casa de Tomás y sus hermanas. Estaban celebrando el cumpleaños 16 de Sofía, la hermana rockera y loca de en medio. La hermana mayor no estaba y la reunión de unos cuantos punks y metaleros amigos se transformó en una fiesta tan grande que apenas cabía en la casa. Algunas bandas conformadas por estos amigos se dieron la libertad de tocar en honor a la cumpleañera; hubo descontrol, música y momentos épicos. No le pedía nada a las anécdotas más locas de los veteranos de los ochenta. Una cuarta parte de la gente se concentró en el jardín, que era donde Alejandro y Pavlovna se encontraban dándose amor libre de la vigilancia de cualquier hermano. Misha, Owen y Tomás estaban en la sala, bebiendo al por mayor y haciendo los acostumbrados retos del vodka.

 

El reto del vodka lo había creado el propio Owen, al ver la sorprendente capacidad de su amigo ruso de tomar sin quedar inconsciente. Consistía en retar a Misha, a Owen, Tomás e invitados especiales a tomar con el propósito de ver quién se quedaba ebrio primero y si le ganaban al eslavo en emborracharse hasta el último, cosa que no pasaba. Antes de ese día, sólo cuatro veces el alcohol los había vencido a todos y una de ellas había quedado registrada para la posteridad en internet en forma de video: “Ruso hasta las chanclas en México”.

 

Y se dice “antes de ese día”, pues ésa misma noche, por primera vez y ante la cara estupefacta de Owen y los demás, el alcohol venció demasiado pronto a Misha. Estaba diciendo puras incoherencias, cuando Yahel, un amigo conocido de los que le hacían compañía se le unió a la charla. También estaba algo ebrio, así que no tuvo problema alguno en ponerse a platicar con Misha y el tema derivó en que Yahel conocía de sobra a su cuñado Alejandro y era un tipo de lo más deshonesto. Las otras dos chicas que aseguró conocerle en ese mismo momento, para colmo, fueron ratificadas por otro del grupo, y después otro más, y otro que estaba por allí que ni siquiera conocían; aparentemente todo mundo sabía que su bella hermana, con su rutina ocupada, era una cornuda del tamaño de un búfalo.

 

Alejandro Orozco era un tipo que ya llevaba un tiempo fastidiándole la paciencia a Misha, porque lo había atrapado un par de veces queriendo levantarle excesivamente la voz a Pavlovna e incluso una vez lo corrió de la casa por haber escuchado desde la planta alta cómo el sujeto en cuestión usaba una palabra moderadamente ofensiva para referirse a su melliza en una discusión.

Alejandro, al parecer, se sentía demasiado poderoso al lado de la dulzura y el metro con 75 centímetros (sin tacones) de Pavlovna, con su prepotente fuerza y su metro con 79; sin embargo, con Misha dejándolo en ridículo en fuerza, altura y paciencia, siempre se quedaba como un perro con las orejas abajo.

Pero ésta fue la gota que derramó el vaso.

 

El tipo se encontraba pasándola de lo lindo tratando de llevar a otro lado más íntimo a la rubia cuando, de la nada, alguien se lo llevó jalando del cuello de su camisa y lo estrelló con la pared más cercana para luego volver a estrellarlo con una mesa de jardín. Ebrio hasta el cuello y rojo de ira, Misha lo dejó casi inconsciente y chorreando ríos de sangre de la cara, no sin antes recibir unos severos golpes él también, cuando Alejandro reunió la suficiente energía para patearlo y hacerlo pegarse con la misma pared. Había sido una pelea lo bastante fuerte y aterradora como para hacer parar la música y las grabaciones y que Owen y un grupo numeroso de chicos se metieran a parar el round. Se terminó cuando Owen recibió por accidente un golpe de Alejandro y Misha en venganza tiró a éste de nuevo al piso, de donde no pudo levantarse ya. En todos los videos y durante el tiempo que tomó aquel espectáculo, se pudo escuchar a Pavlovna llorar y gritar socorro, suplicando que separaran a sus dos muchachos.

 

Para cerrar, todo tenía que quedar entre invitados, porque la fiesta estaba hecha sin la autorización de la hermana mayor de Tomás, sin autorización de la ley porque casi todos eran menores de edad tomando y divirtiéndose fumando cosas más serias que el tabaco; y también sin autorización de varios padres de los que se encontraban allí; así que todo mundo se apresuró a curar a los heridos y tranquilizar a los necesitados de llamar a un adulto o cualquier profesional.

Los vecinos no fueron tan considerados, porque habían denunciado ya la escandalera, por eso todos se estaban apresurando a esfumarse antes de que las sirenas policiacas comenzaran a sonar. Pavlovna estaba sumamente desesperada, pendiente de Alejandro y aterrorizada por la posibilidad de que Misha se ganara un problema serio con su residencia por mala conducta. Había sido la peor de las noches para ella en mucho tiempo.

 

 

Lo último de todo eso era lo que iba contándole la rubia a Ian en el taxi, con el maquillaje corrido por las lágrimas. Ella no sabía nada del motivo de tal zafarrancho. Lo llamó porque nadie quería ayudarla a llevar a Misha cargando hasta la calle para tomar el transporte, su hermano estaba muy pesado. Al tiempo que la iba escuchando, el moreno la tenía en sus brazos masajeándole la cabeza, dándole palabras de apoyo. Misha estaba al borde de la inconsciencia en el otro extremo del asiento, con un morete bien tatuado en la mejilla. Hablaba a puros murmullos en ruso y Pavlovna en una de ésas le contestó encolerizada en el mismo idioma.

Ian pudo traducir lo de la rubia, entendiendo a palabrotas que por la culpa del rubio había tenido que dejar a Alejandro furioso y medio despierto en el lugar de la fiesta. Quedaba claro de qué lado estaba en el asunto.

Nadie piensa claramente cuando tiene el corazón sobrecalentado y la cabeza apagada, concluyó Ian dentro de sus pensamientos.

 

Llegaron a la casa y dejaron a Misha en su cama. Pavlovna prendió la luz del cuarto mientras Ian se sentaba junto al pecoso para revisar su estado. Además del morete de la cara, tenía otro cerca de la oreja, unos cuantos en los brazos y un par en la clavícula y el cuello, junto a una marca de mordida apasionada. A Ian le dio pena reconocer sus propios dientes allí y tapó la evidencia antes de que la melliza Lébedeva se acercara.

 

–¿Qué pasó? ¿Por qué se puso así?– preguntó el chico de ojos negros a Pavlovna, que revisaba el cambio que le había entregado el chofer del taxi.

–¿Y yo qué quieres que sepa, Ian? ¡Llegó hacia donde estábamos y se puso a golpear a Sasha como un maldito salvaje!!– exclamó la rusa, claramente furiosa. Le decía “Sasha” a Alejandro por el diminutivo ruso del nombre Aleksander.

–¿Así de la nada?? ¿Nadie te dijo por qué??

–No y no es necesario que nadie me diga nada. Él y Sasha nunca se han llevado bien, lo trata muy mal.

–Hermana…

 

Pavlovna e Ian miraron a Misha. Pensaron que se había quedado dormido, pero aún no había perdido el conocimiento en su totalidad.

 

Lo siguiente que se dijeron fue en idioma ruso casi todo e Ian iba tratando de seguir la conversación.

A partir de aquí (y antes también, si lo notaste), siempre entre paréntesis los diálogos producidos en la lengua de Pushkin y Tolstoi:

 

–(¡No me digas hermana!! ¡Orangután!!)–reaccionó inmediatamente Pavlovna.

–(Ja ja ja... ¿Orangután?)–rió Misha, con risa de borracho y palabras apenas entendibles, por el aturdimiento.

–(¡Ni siquiera los animales se comportan así, idiota!!)

–Pavlovna, trata de calmarte…–intervino Ian, al ver que la de ojos celestes por poco no se le iba encima a su hermano.

–¡Tú no te metas, Ian!!– le respondió ella, gritando exasperada.

–(¿Sabes, Gala?)– Empezó Misha, con una sonrisa torcida– (Yo soy un orangután. Pero tú, hermana… tú eres una grandísima estúpida) –dejó de sonreír– (Te ven cara de estúpida y tú misma te haces increíblemente estúpida).

 

Con esas palabras, ni siquiera Ian pudo detener a Pavlovna de darle una resonante cachetada a su mellizo, para después intentar inútilmente golpearlo, pues Misha se resistió y le aprisionó los brazos. Forcejearon.

 

–(¡¡Te está engañando con dos putas, estúpida!!)–continuó el ruso.

–(¡¡Ya me cansé de que siempre quieras tratar a Sasha como basura!!)–exclamó ella, con las primeras dos lágrimas de ira rodándole las mejillas.

–(¡Te miente en la cara y tú te vuelves ciega y sin cerebro, idiota!)

–(¿Cómo eres capaz de decir mentiras tan horribles???)

–(¡¡¡No es ninguna mentira, tonta!!!)

–¡Que ya!! ¡Se calman los dos!!!– intervino Ian otra vez, jalando de la cintura a Pavlovna y separándola de Misha. Se le vino encima el peso de la rubia y los dos cayeron al piso.

–¿¿Tú sabes el tamaño de mentiras que me está diciendo, Ian???– le reclamó Pavlovna, levantándose– ¡Déjame en paz!!

–¡¡Algo entendí, Pavlovna, escúchalo!! –Le respondió el moreno –¿Qué gana él con estarte diciendo ese tipo de cosas?? ¿¿No ves que lo hace por tu bien??? ¡Es tu hermano!!

–Le está poniendo los cuernos con un par de zorras gigantes y medio mundo lo sabe y nadie le ha dicho nada. Ni sus pendejas amigas–le aclaró Misha al moreno.

–¿Y quién te dijo eso, idiota?? ¿Tus amigos los ebrios??–le contestó la melliza.

–Me lo dijeron más de cinco malditas gentes y a uno ni siquiera le estaba hablando. ¿Sabes qué me dijeron?? ¡“Tu hermana es la de turno”!

–(¡Cállate!)

 

–¡Aunque no fuera verdad, defectuosa!! –Misha se incorporó en el colchón, con la cara roja, pero no de ebrio– ¡¡Ahora sí veo que estás defectuosa!! ¡¡Ese pedazo de idiota te grita y te insulta y casi te aseguro que no te ha pegado porque lo tengo en la mira!! ¡¡Y lo peor de todo es que yo tengo que aguantarme las ganas de ponerlo en su lugar porque tú lo defiendes!! ¡¡¡Me parto la cara por ti y tú lo defiendes!!!

–¡¡Mentiroso!!

 

Misha volvió a acostarse, negando.

 

–¡¡Vete al rábano, Gala!!

–¡¡Ya cállense!!–les gritó Ian a ambos. Luego miró a Pavlovna– ¡Oye, tonta! ¿¿Cómo puedes permitir que te traten así?? ¡¡Por favor valórate, Galina!! ¿¿Tú crees que tu hermano se rompe la madre con tu novio nada más porque le cae gordo?? ¡Y eso que yo no lo he visto, sino también yo lo cago a patadas!!

 

Pavlovna comenzó a llorar y les dirigió a los dos chicos una mirada de reproche.

–¡Para esto no te llamé, Ian!– sollozó– Pero no quiero discutir contigo, me tengo que ir.

–¿A dónde vas?

–¿A dónde crees, Ian?? ¡Voy a ver a Sasha, se quedó solo en la fiesta y apenas y respiraba bien! También lo voy a llevar a su casa.

–Te vas a tu habitación o le llamo a los jefes de la casa–le advirtió Misha a ella, apuntándole con el dedo desde su posición con la cara hundida en un cojín peludo.

–(¿Y qué les vas a decir? ¿¿Que buscas que te deporten por idiota??)

–(Les diré que si me deportan, es por tu culpa, ya que tengo que defenderte de tu novio el imbécil que tampoco les gusta a ellos).

–…

–…

 

Pavlovna terminó de explotar en lágrimas y cerró la puerta de un golpe duro. Pudieron escuchar cómo dio pisotones hasta su habitación y cerró su propia puerta de la misma forma.

 

–Bueno…– Ian se levantó del suelo– Yo creo que ya me voy.

–¿A qué te llamó?–le preguntó Misha, masajeándose la cabeza.

–Quería que la ayudara a cargarte al taxi. Estabas casi muerto.

– ¡Estoy muerto! –le respondió el ruso. Se empezó a quejar casi al ritmo que se masajeaba las sienes.

–¿Te sientes bien?

–No. Ay…

–Estás que te caes de alcoholes. También tú, irresponsable.

–Ian.

–¿Qué?

 

El recuerdo de unas horas atrás volvió a la mente de Ian.

 

–Ian…No te vayas –pidió Misha.

El moreno no hizo caso y se dirigió a la puerta.

–¡Ian! –lo llamaba suplicante el ruso – ¡Ian!

–¿Qué quieres? –preguntó el suplicado, justo antes de pasar por la puerta.

–Por favor, ven.

–…

–…

–No.

–¡IAN!

–¿¿¿Pero qué putas madres quieres???

–…

–…

–Lo siento, Ian.

 

El tono de voz de Misha era, más que el de un ebrio, el de un verdadero arrepentido.

 

–Por favor, Ian– suplicó otra vez.

–Deja de repetir mi nombre como idiota ¿Qué quieres?

–Por favor.

–…

–Ven.

El corazón lo volvió a traicionar.

 

Ian cerró la puerta de nuevo y caminó hasta la orilla de la cama, donde estaba Misha acostado. Se sentó, igual que cuando el primer beso, justo a un lado de él.

 

Se sintió como un pequeño ratoncito, yendo directo a la ralladura de queso (la maraña de cabellos dorados de su captor), poniendo la primera patita dentro de la trampa.

¿Por qué se estaba sintiendo así?

 

La ralladura de queso también olía a añejo. Misha emanaba el aroma de sus tragos favoritos. Pero eso apenas era perceptible para Ian, frente al olor a desesperación que también perfumaba al güero con pecas.

Antes de que pudiera volver a preguntar, Misha le hizo saber a Ian qué era lo que quería.

 

–Te necesito.

–… ¿Para qué?– dijo Ian, acompañado de un suspiro largo.

–Lo siento.

–¿De qué lo sientes?

–…

–…

–Tú lo sabes. Tú sabes.

Misha comenzó a sollozar. Ian negó y volteó los ojos, para luego mirar al suelo.

 

–Estuvo bien, Misha.

–¿Qué?

–Nos salvaste de hacer una pendejada.

–... ¿Una…?

–Yo nunca lo he hecho con nadie.

–…

–Y la verdad, no es por ser anticuado, pero… Prefiero que…Cuando eso pase, sea con alguien que de verdad me ame. Y no sólo que quiera divertirse.

–…

–¿Sí entiendes? Tú lo hiciste con América. Y me imagino que fue muy especial para ti, tú me lo contaste.

–…

 

La cara de Misha se empezó a descomponer.

–No me quites eso a mí– finalizó el moreno.

–No.

–Gracias.

–No…

–¿Qué?

–No…–repitió el ruso. Ya estaba empezando a llorar– Estás mal, Ian.

–¿O sea que no te importa?

–NO, Ian. NO entiendes nada.

–…

–¿Acaso tú sabes por qué con Amy fue especial??

–No, pero me imagino.

–No tienes una idea de nada.

–De lo único que puedo estar seguro… es de que eres un cobarde.

–¿Por qué un cobarde, mierda??

–…

 

El aroma a desesperación no era su favorito, pero de todas formas, lo hizo.

 

Ian se hizo espacio en la orilla para acostarse, desplazando a Misha a la mitad del colchón. Una vez que se acomodó, rodó al rubio hasta dejarlo boca arriba y, como si se tratara de la princesa (el príncipe) de un cuento trágico, lo besó. Lo besó con la misma ternura que él lo había besado la primera vez.

Misha, por su parte, reaccionó con un suspiro, como si estuviera recibiendo aliento de vida después de salvarse de morir ahogado.

 

Luego de un rato, se quitó a Ian de encima y con sus fuertes manos lo levantó y lo acomodó como un niño pequeño (o el pequeño ratoncito) a un costado de él. Lo tomó de la cintura con los dos brazos y lo aprisionó.

 

–¿Qué estás haciendo?–le reclamó Ian. El gesto era tierno, pero dolía– ¿Ves lo que te digo?

–Yo te necesito– Misha seguía sollozando–…Y no puedo evitarlo.

–¿Y para qué rayos me necesitas? ¿Por qué yo?

–…

–…

–No lo sé.

–Me lleva el diablo–se rindió Ian.

–Perdóname.

–…

–…

–Atrévete a decirme otra vez…–sollozó el moreno–…que no sientes nada.

–…

–Dímelo, Misha.

–…

–Dime que no sientes nada por mí.

–…

–…

–No puedo.

–…

–No siento nada.

–…

–…

–Suéltame.

 

Y Misha lo soltó. Cuando lo hizo, se volteó entero hacia la ventana. La luz de la luna otra vez le iluminaba los rizos.

Pero ya no lo hacía hermoso para Ian.

Lo hacía un dolor terrible.

 

Se retiró como si fuera la chica lastimada de una película de romance. Pero aquí no había romance.

Cruzando la puerta principal, se encontró a Pavlovna, con el teléfono en la mano. Tenía la cara manchada de rastros blancos de lágrimas y una expresión de piedra.

 

–¿Ya te vas?–le preguntó ella.

–No tengo nada que hacer aquí.

La rubia lo miró con algo parecido a la compasión.

–…Las cosas no salen siempre como uno quiere, ¿Verdad?

–…

 

Ella exhaló y alzó la mirada a la luz de un poste público.

–Te sobreestimé –Murmuró– Creí que podrías traer algo positivo. Pero parece que todo está igual.

–… ¿Qué?

Lo miró de nuevo.

–Nada –Le dijo– Me acordé de la escena de una película. Se parece a ahorita. ¿Llegas bien a tu casa?

–Eso creo.

–Toma –Pavlovna le entregó un billete– Vete en taxi, es muy tarde, bombón de chocolate.

–Gracias.

–Nos vemos.

Dicho esto, Pavlovna se metió a la casa y cerró.

 

Ian se quedó únicamente en compañía del billete, la calle, los taxis a escoger y los autos que pasaban por el asfalto, la iluminación de noche.

Pero todavía aguantó.

Luego de pagar el taxi, se metió a su casa y recibió quince minutos de regaño de su madre, por haber llegado a las once y media sin avisar. Aguantó todavía.

Se metió a su cuarto. Hizo a un lado un par de cosas rotas. Se quitó la ropa y se acostó, mezclándose con las cobijas. Todavía aguantó.

Pero cuando abrazó su almohada verde, no pudo más.

 

La primera lágrima le dio en el orgullo. Las demás, más que desahogarlo, le punzaron en el corazón.

Y sin embargo, esas lágrimas no eran lo más doloroso que su corazón padecía.

Se dejó vencer ante la realidad, si no era obvia ya.

 

Una vez más, se descubrió enamorado de Mijaíl Pávlovich Lébedev.

Una vez más, se descubrió enamorado del dolor.  

 

Notas finales:

A partir de ahora adelantaré viernes y sábados, nenes (Creo que ahora sí ya pasó toda la parte aburrida de la historia xD de aquí en adelante se pone más denso).

Hasta entonces <3


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