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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Como saben, esta semana ha ocurrido algo horrible en esta mi Ciudad de México. 

Pero desde que aquello ocurrió, no he parado de ver muestras de amor de parte de todo el país y toda Latinoamérica, España y otras partes. Gracias, bellezas. 

Yo tengo la fortuna de poder estar aquí un viernes más, trayéndoles un capítulo. Gracias a la vida. <3

 

Volviendo a tema, creo el capítulo no es tan largo como creí xD pero sí de una extensión agradable. 

Capítulo dedicado a Mrs. Hunter de nuevo :3 

 

Va! ...

–¿Quieres algo, te ofrezco algo?
–No, no gracias, corazón. Así estoy bien.
–De acuerdo.
–Siéntate.

 

Él obedeció y se sentó justo a su lado. Quitó un cojín a su lado para más comodidad. En cuanto la encontró, ella se le acercó y enfocó su vista hacia sus ojos.

–Oye– Preguntó ella– ¿Qué te pasó?

–¿Qué? ¿Por qué?
–Tienes los ojos como si te hubieran echado gotas de cloro en ellos. ¿Te pasó algo?
–No, nada, no es nada –Él se frotó los ojos con una mano– Me desvelé.
–¿Estás seguro?
–Sí.

Pero ella le alzó una ceja, insistente.

–…Misha… –lo llamó.
–¿Qué?
–No me gusta que me mientas.
–…
–¿Me tienes confianza todavía?
–…Tú sabes que yo siempre te he tenido mucha confianza.
–Entonces, ¿Qué pasó?

 

Él exhaló. Se mordió un poco los labios antes de volver a aspirar.

–…Ya sabes.
–… ¿Otra vez te acordaste?
–Sí, pero… no tiene importancia. Tú sabes que esa siempre ha sido una carga constante en mi vida.
–Pero, ¿estás bien? –Ella se preocupó– ¿Qué te hizo volver a eso?
–…
–Micky…

 

Al oír ése, un antiguo apodo, él se rió un poco.

–Vaya –Dijo– …Ya tenía mucho que no me llamabas así.
Ella rió también–Pues ya tiene mucho tiempo que no hablo contigo.

–Siempre me causó algo de conflicto eso de Micky. Está en inglés.
–Miguel, Miguelito, Micky… ja ja ja… ¿Te acuerdas?
–Amélie, Amelia, Mimí… ja ja ja…
–Miguel y Amelia, cuando nos enojábamos, ja ja ja, eso era tan lindo.

–Sí –él sonrió de lado– Oye, ¿te enteraste de que va a haber una fiesta?
–¡Mi vida, yo me entero de todo! Ja ja ja. Ya me invitó Alex.
–Tú siempre… je je.
–Pues sí.

 

Ella se meció y al tomar un gran impulso y caer con la misma fuerza, acabó acostada en sus piernas.

Ella era de una estatura muy pequeña. Parecía una muñeca al lado de él, sobre todo por los lacitos que acostumbraba traer en el pelo. A Misha siempre lo volvió loco ese detalle; ése y sus escotes.
Chiquita, pero siempre linda. Misha antes se tenía que esforzar mucho para no mirar el escote del día.

 

Rompiendo la atmósfera, ella bajó sus ánimos y se puso seria.

–Micky, no estoy aquí de gratis. Tengo que hablar contigo.

 

Ella siempre hablaba así, en modo casi teatral. Muchas veces se oía como toda una adulta cuando apenas tenía diecisiete. Hasta pensaban que era mayor que él, no por arrugas, sino por carácter.

 

–¿Ahora qué pasó? –Inquirió el rubio.
–… Tú sabes.
–…
–Con Sebastián cambié mucho, Micky.
–…
–Este asunto te juro que me tiene loca.

 

Misha rompió el contacto visual. Supo lo que ella le estaba insinuando.

–Te estoy hablando en serio. Esto es serio.
–Claro…
–Misha, mi niño, te juro –Ella se puso de rodillas en el sillón y le acarició la mejilla– No puedo sin ti.
–…
–Tú siempre fuiste mi mayor confidente de la vida. Mi vida empezó de nuevo desde ti.
–…
–Lo sabes. ¿Lo sabes?

 

Misha se quedó callado un momento para volver a suspirar.

–…Lo sé –Contestó.
–De verdad te necesito.

 

La volvió a mirar.

–¿De verdad? –Le preguntó. Ella pegó su cara en el estómago de él y lo abrazó, haciendo quejiditos como de dolor.

–¿Me quieres? –Cuestionó ella.
–…Claro que te quiero. Sabes que sí. Te quise y te querré.
–¿Entonces?
–…
–Misha…

 

Y él, traicionado por sus propios dolores, reaccionó.
–Yo también te necesito.

Ella sonrió de pura alegría. Hacía mucho que no sonreía tan ampliamente.

–Yo sé que siempre puedo volver a ti, Miguelito.
–Igual yo siempre volveré a ti.

 

– – – – – – – –

 

Cenicienta tuvo que enfrentarse a más de quince toneladas de aseo casero, la elección del vestido más hermoso del reino y la elección de la carroza vegetal más linda y espectacular, justo para hacer su entrada y captar la atención del príncipe. Si Ian hubiera pensado un poco en dicha analogía, se habría reído al menos por un rato. Pero estaba muy concentrado. En poco menos de dos horas, había recogido la última pieza rota y escombrado el último rincón de su habitación, para así conseguir la aprobación y la luz verde de su madre. Ahora mismo ella se asomaba por el marco de la puerta.

 

–¿Y ahora este milagro? –Se sorprendió ella al entrar –¿Quién va a venir o qué?

 

Él la miró con ánimo.
–No –Respondió– Sabía que no me ibas a dejar salir a ningún lado si encontrabas como estaba.
–Ah, bueno, eso es correcto– asintió Nubia– Pero ¿A dónde, señor Lima Valdés, que ni ha pedido el permiso?
–Habrá una fiesta.
La mamá hizo una mueca.

–Mmm… –Murmuró– ¿Hasta dónde?
–Ari sabe, va a regresar a las cinco.
–Uy, qué contentote estás –sonrió la señora– Bueno. Pero me llamas para ver dónde estás y no te regresas hasta la madrugadota, ¿eh? Tienes toque de queda desde la otra vez.
–¿Hasta qué hora??
–A las doce y media a más tardar te quiero en la casa.
–Está bien, ma.
–Muy bien.
–Gracias.
–¿Y qué te vas a poner?

 

Ian se quedó a punto de decir algo, pero no supo qué contestar.

–Todavía no sé –respondió al fin.
–¿Es fiesta formal?
–No, no lo creo.
–Mmm –Su madre viró, revisó el clóset del moreno y escarbó un poco entre la ropa– ¿Y si te pones esto? –dijo, sacando una playera azul cielo un poco descolorido.
–No.
–¿Por qué no? –le preguntó su mamá, mirando la prenda– Los niños bonitos se visten de azul.

 

Ian se sonrojó e hizo cara de reproche.

–No soy bonito, mamá –Rió de vergüenza.
–Para mí sí.
–Mamá…
–Bueno, ponte lo que quieras pero te arreglas.
–Gracias, mamá.

 

Nubia asintió y alzó las dos cejas.
–Sí –Añadió– Me puedo imaginar por qué vas tan contento, ¿verdad?

 

El moreno sólo contestó con una sonrisa. Nubia entendió el Sí.

–¿Es guapo? –Le sonrió a su hijo.

Lo adoraba, más cuando ponía esa cara de soñador.

–…Más de lo que podría desear, mamá –Dijo él.
–¿Es alguien que conozco?
–…
–Creo saber quién es…

Ian intentó poner cara de sorpresa, pero su chiquita y joven madre negó con la cabeza.

 

–Ian, ¡por Dios! –Exclamó– Desde tus nueve que conozco esa cara.
–Sí, ya sé.
–Sólo no quiero que dejes lastimar mucho tu corazón.

 

El moreno volvió a reír.
–Ya no más, mamá –Le dijo.
–Te quiero.
–Te quiero, mamá.
–Ándale, ya cámbiate.
–Fuera, ja ja.
–Ya, ya… ¡Uy! –exclamó la señora saliendo del cuarto– I´m out of here!
Yeah! Go away, quickly!
–Te voy a dar uno bueno para que me sigas diciendo así. Arréglate.

 

El pelinegro cerró su puerta con una sonrisa y se apresuró a bañarse.
Eligió una camisa a cuadros de color blanco y gris, pantalón entubado negro y liso y una chaqueta azul oscuro. Él mismo tenía otro gorro de punto que le iba muy a tono y se lo puso, no sin antes acomodarse el cabello con un poco de limón (desde chico lo peinaron sólo con jugo y nunca con gel u otras cosas). Decidió no usar una loción muy masculina, porque sabía que Misha podría sentirse un poco extraño, así que ocupó una que era ligeramente dulce. Limpió a conciencia unos tenis blancos que tenía (los más nuevos), hasta que lucieron como recién lavados.
Terminó de dar el último respiro ante el espejo cuando miró al reloj de la pared, vio que eran las 5:03 pm y oyó que tocaban la puerta. Se apresuró a bajar para abrirle a Ari.

 

Ella estaba muy linda, con un vestido rosa con puntos negros y los rizos peinados en una media coleta coronada con un moño rosa, bañada en perfume de vainilla. Ella se veía muy tierna, pero Noriko, quien la acompañaba, se veía muy sensual. Ya lo era por sí misma; era alta, de piel neutra, ojos verdes, bien proporcionada y un cabello negro y rizado parecido al de Ari, pero dos veces más largo y con los rizos menos definidos. Ella traía un vestido rojo encendido con escote de corazón y botones dorados. El pelo lo traía totalmente suelto.

 

–¿Listo? –le preguntó Ari, con una sonrisa gigante –¡Qué guapo, joven!
–Ja ja ja, gracias. Hola Noriko –dijo, saludando también a la chica de Ari.
–¡Hola, Ian! ¿Ya estás preparado para desatar la Revolución Rusa? –le sonrió ella también.

–Oye, Araña –una chica idéntica a Ari, pero con el pelo lacio y producida con un vestido azul con puntos blancos y una media coleta con moño celeste, se asomó por detrás de Noriko– ¿Por qué no me presentas a tus amistades??

–No eres relevante, Ajolota –le respondió Ari, con cara de broma y luego se dirigió a Ian –Ella es mi gemela, Alejandra.

–Vaya, mucho gusto. Qué raro que apenas te conozca, ja ja.
–Ah bueno… –sonrió la gemela– la Arañota nunca me presenta.
–Pues que no eres relevante, Ajolotota.

Las dos se enseñaron la lengua y Noriko e Ian soltaron una risa.

 

Las tres hermosas mujeres y el doncel casadero (siguiendo con la analogía) subieron al taxi privado, rumbo a la casa de la amiga de Ari.

 

¿Quién no ha ido tan emocionado a una fiesta, sintiéndose como Cenicienta, en espera de esa persona tan bella y esperada, con un aura sobre de ella, haciéndola parecer como de la realeza? Imaginando encuentros y saludos, miradas, charlas, bailes…amor.
A la expectativa de que, en medio de la magia de la música y de la alegría, las sorpresas en nuestra mente se vuelvan realidad.

 

 

Llegaron un poco retrasados, por el tráfico, a las 6 con quince minutos. Apenas para darle la sorpresa a la celebrada.
Le habían organizado una mega fiesta, que la hiciera olvidar su rompimiento con su novio Paul, hace cerca de dos semanas. La idea había sido de su círculo de amigas más cercanas, donde se incluían Ariadna, Alex, Sofía (la hermana de Tomás) y Natalie, una chica de muy alta clase también muy amiga de Pavlovna, que había puesto salón y casi todo para que fuera una noche inolvidable.

La música estaba en el punto exacto en que se podía conversar y disfrutar de ella. Había pop movido en general, pues apenas la mayoría estaba llegando. Ari y Alex, reunidas con Sofía, Natalie, Pía (que también era amiga suya) y una chica de nombre Xochimitl que Natalie llamaba “Geraldine” por su parecido a una cantante, se encargaron de recibir a su mejor amiga.

 

–Vayan a sentarse, porfa –les pidió Ari a Ian y Noriko– Nos toca sentarnos en la mesa que está a la izquierda de la chica de verde. Yo voy en cinco minutos.

Tanto la hermosa ojiverde como el moreno asintieron, Ari le dio un beso a su novia y esta última junto con Ian caminó por el lugar hasta llegar a su sitio.

 

Contraria a la fiesta de la amiga Sofía, ésta era muy bonita, elegantiosa y con mucho color rosado. Los centros de mesa eran unos lindos floreros rellenos de agua con flores blancas. El agua era de color y sacaban burbujitas.

 

Ian quedó en compañía de Noriko cerca de unos diez minutos, esperando a que apareciera el príncipe (el hijo del Zar) por el horizonte.
Ya se habían visto muchas veces, pero Noriko era un poco seria con todos menos con Ari. El silencio, la música y el flujo de la gente no fueron suficientes para distraerlo de sus nervios.
Comenzó a triturar una servilleta con el puño izquierdo. Cuando Noriko lo notó, reaccionó.

 

–Así que –Comenzó a hacer plática con el moreno– Vienes por tu chico.
– ¿Eh? ¡Sí! –contestó él, con una amplia sonrisa.
–Andas muy nervioso, amigo.
–… ¿Me veo nervioso?
–La servilleta no tenía la culpa, ja ja.

 

Ian miró su puño, se avergonzó y tiró los papelitos por la orilla. Ella se rió.

–Tu chico es algo difícil –mencionó la guapa chica de ojos verdes– Lo he visto pelear un par de veces con Ari.
–Vaya.
–Me caía muy mal, obviamente pero… –Noriko encogió los hombros– Ja… La verdad nunca pensé que detrás de eso él quisiera con un chico… ¡Contigo, el mejor amigo de Ari!
–Pues ya ves, je je.
–Creo que sí hacen bonita pareja.

Ian se sonrojó. El “bonita pareja” lo sedó.

–Gracias –Le dijo a ella.

 

–¡Volví! –exclamó Ari, llegando abrazando a Noriko por detrás. Se dieron un beso corto –Ian, Alex le habló a Pavlovna y llegan en unos tres minutos.
–Ay…
–No te pongas nervioso, tranquilo.

Ian había sentido de repente una punzada de nervios. Se le subió al pecho y a la cabeza.

 

–Tranquilo, amigo, tranquilo –le dijo Noriko también.
–Ian –dijo Ari.
–Mande –contestó él.
–…Ahora no es momento de hablar de cosas malas –agregó la morena del moño rosa, claramente en referencia a lo que le había contado– Dedíquense a hablar de lo que sienten y a arreglarse. Y sobre todo disfruten la fiesta juntos, ¿está bien?
–Entiendo.
–Vale.

 

Casi como por un llamado del destino, miraron los tres a la puerta del salón.
Detrás de ella, ya estaba una bella y alta rubia de ojos celestes y cabello rizado, en un vestido negro liso con la parte superior blanca y un collar con pulsera dorados, como en pasarela. Estaba hablando con Owen.

 

–Ya llegaron –sentenció Ari. Los tres se levantaron y ellas dejaron sus bolsas en los asientos. Él se acomodó la chaqueta y la camisa.

Emprendieron el camino.
A Ian se le alteró el corazón como pocas veces se le había alterado. Tenía las manos sudadas. Le parecía que el caminar hacia la entrada era un trayecto larguísimo, como si cruzara un palacio entero. Despacio, como en película.
Esto es un cliché enorme. Pero a él le parecía el más importante cliché de su vida.

Ya estaban a poco más de dos metros de Pavlovna, cuando ella los volteó a ver.
Por alguna razón, al primero que miró, fue al impaciente chico de la carroza mágica (ya casi mágica, porque está cara).

–¡Ian! –exclamó ella.

Pero antes de que Ian le contestara…

 

–¡Priviet! ¿Cómo estás?– se apresuró a saludarla Ari. Las dos chicas le dieron un enorme abrazo y se saludaron de beso, antes de que Ian llegara a saludarla también.

 

Sin embargo, como si de repente se hubiera vuelto invisible, la rubia abrazó a las dos morenas rizadas y formó un grupito con ellas, como si les contara un chisme.
Ari y Noriko intentaron zafarse, inclusive una chica quiso acercarse a saludar y Pavlovna la alejó y la chica se tuvo que ir.

Ian pudo ver, en primer lugar, que Pavlovna hablaba en una voz bajísima que no alcanzaba a escucharse, que aprehendía a las dos chicas como si las estuviera amenazando y que los pocos trozos de las caras de ellas que podía ver, cambiaron lentamente de una expresión de confusión…a una que la gente suele poner cuando recibe una pésima noticia.

 

De hecho, cuando Pavlovna relajó el “abrazo” (que era lo que quería aparentar que hacía pero sin ningún éxito), Ari se tapó la boca. Era como si se enterara que a alguien lo habían atropellado.

Y supo que la mala nueva lo involucraba a él… porque a pesar de que intentaran disimularlo, de vez en vez, una a una clavó sus ojos en él.

Ari llamó gritando a su gemela y ésta corrió de donde se encontraba platicando con Tomás, que era su novio.

 

Por poco, Ariadna no la toma de los pelos. Parecía estar encolerizada, reclamándole algo a Alex. Señalaba hacia la puerta y le reclamaba algo que por la música Ian no entendía. Alex se quedó perpleja. “Araña” le gritó y le explicó un par de cosas más a “Ajolota”, quien una vez escuchó a su hermana, se encogió de hombros, como si se excusara.

Las cuatro se miraron las unas a las otras. Seguían mirándolo sin mirar.

Pero cuando él quiso acercarse a preguntar, ellas ya venían acercándose a él, como en grupo. Hasta le recordaron a las poses de sus abusones.

 

–¿Qué pasó? ¿Por qué tanto show, o qué?– les preguntó a las mujeres.
–Ian, vamos para allá tantito –le indicó Ari. Tenía una cara como si fuera a avisarle que su abuela murió.
–¿Por qué?? ¿Qué pasó, Pavlovna?
–Ian ¿Viniste a hablar con mi hermano?? –le preguntó la rubia, preocupada.
–Sí, ¿Por qué?
–Ian, tenemos que explicarte algo. Algo pasó y no sabíamos, ven –volvió a indicarle Ari, tomándolo del brazo para conducirlo hacia más adentro del salón.
–¿A ustedes qué les pasa?? –Ian les dirigió una mirada como si pensara que estaban locas.
–Ven, amigo, por favor –secundó Alex a su hermana.
–¿Pero qué pasó???
–Mi hermano hizo una estupidez… –le contestó Pavlovna.
–… ¿Qué hizo??
–Te decimos acá, ven –le dijo Noriko.

 

–¡Pavlovna!! ¡Te quedaste con mi teléfono!! –escucharon los cinco, detrás de las espaldas de las chicas.
–¡Mierda! –exclamó la rusa, al tiempo en que se sacaba un teléfono celular de un pequeño bolso del vestido y trataba de voltearse lo menos posible para entregarlo. Por poco no lo arrojó.

Pero Ian pudo ver una mano delicada, morena media y pequeña, tomando el teléfono. Esa mano no la conocía.

–¿Quién es? –preguntó Ian.
–¿Por qué maldita sea no me dijeron por teléfono que planeaban esto?? –les reclamó la pecosa a las otras tres.
–¿Por qué maldita madre tu hermano hace esta pendejada?? –Le devolvió Ari otra pregunta –Esto sí es una pendejada, discúlpame.
–Me lleva el diablo con ustedes –exclamó Ian– ¿Me pueden decir qué está pasando???
–Vamos al baño, está hasta el fondo –sugirió Noriko.

–¿Al de mujeres??? –Ian ya se había exasperado– ¡Se van al diablo!! ¡Prefiero verlo por mí mismo!!

 

Se deshizo en dos segundos del agarre de las cuatro chicas y avanzó casi corriendo hacia adelante.

Sintió a Ari detrás de él persiguiéndolo, pero él cruzó de nuevo el mar de gente que iba llegando y se dirigió a la puerta.

 

Una cabeza rubia se asomaba por el horizonte. Y luego, distinguió a su príncipe, platicando con Owen. Iba vestido con una camisa azul marino de tono oscuro y un pantalón entubado de un marrón que apenas se notaba que no era negro, acompañado de su melena de rizos dorados rebeldes que tanto le gustaba. A su lado, una chica pequeña, delgadísima y morena revisaba su teléfono.

 

Llegó con ellos.

–Hola –saludó a Owen primero.
–¡Qué pasó, balde de limas!! –le sonrió el medio británico y lo saludó chocando manos– ¿Vienes con las gemelas?
–Sí, ¿tú?
–Con mi pinche alma, ja ja ja.
–Ja ja ja, bueno.
–El que viene ya bien acompañado es acá el Ajonjolovsky levaduras, ¿verdad?
–Ja ja ja –se escuchó una risa de chica.

Ian miró instantáneamente hacia atrás.
La sonrisa se le borró.

 

Ari llegó muy tarde. Se quedó a un metro.

Iban a dar las siete apenas.

Pero de pronto, sonaron las doce campanadas.

 

–Mucho gusto, amigo. Yo me llamo Amy.

La chica, de conjunto de vestido floreado negro con puntos blancos y cabello corto con un lazo rojo, lo saludó con su alegría teatral característica. Pero él, en cuanto saludó apenas con un “hola” a la linda muñeca, fijó su vista en los ojos azul intenso que lo miraban... llenos de sorpresa, el cielo no los había escuchado.
No esperaban verlo ahí. Pavlovna no le dijo nada….Pero debió adivinarlo, del lado de Ariadna.

Tal vez, cuando sus dolores lo traicionaron, algo en el dueño de esos mares quería que Cenicienta lo viera con otra casadera.
Y de nada servía ya que en el camino se había arrepentido. Cenicienta lo estaba viendo.
Si quiso, ahora ya no había marcha atrás.

 

Los ojos azul intenso, luego de mirar al moreno detenidamente con asombro por un espacio de tres segundos, desviaron su mirada hacia arriba, donde la vista de unas noches tristes y heladas no podían cruzarse con ella.

Pero esas noches trataron de tapar su tristeza, volviendo a la realidad.

 

–Mucho gusto también –Saludó a la chica– Soy Ian.
–¿Ian?
–Sí.

Ella sonrió ampliamente y asintió con la cabeza.

–¡Vaya! –Exclamó Amy– Qué bonito nombre.
–Gracias.
–Es muy hermoso. En verdad.
–Bueno, muchas gracias, je je…

Amy volteó hacia Misha.

 

–¿Ya conoces a Misha, Ian? –Preguntó.

 

Aparentar normalidad.

–Sí, pero mira. Ni me saluda, pinche grosero.

–Mi amor –la chica se dirigió a Misha– Saluda a tus amigos, qué descortés.

 

“Mi amor”.

Cenicienta había vuelto a sus harapos.
El príncipe había elegido antes de llegar al baile.

 

–Hola, Ian –lo saludó de mano el ruso. No lo miró.
–Hola, Misha –le devolvió el saludo.

 

Seguir aparentando.

 

–Oye, hermosa –se dirigió Ian a Amy– ¿Desde cuándo eres novia de este zoquete? Ja ja…Ayer lo vi y estaba soltero.

–Desde hoy a media tarde –contestó ella. Miró a algún punto detrás y tomó del brazo a Misha– En realidad, regresamos –Sonrió.

–Ah, genial, je je… Conveniente para la fiesta.
–¿Verdad? Nuestra primera fiesta juntos en más de año y medio, ¿Verdad, Miguel?
–¿Cómo le dijiste?
–Ja ja ja, Ian –Amy tomó del brazo complacida a su acompañante– Éste muñeco del Renacimiento se llama Miguel en nuestra lengua. Así le digo cuando lo quiero molestar, ¿verdad, Miguel?

–Sí, así me llama –sonrió Misha, volteando los ojos.
–Qué original –sonrió Ian también.

–Mi vida –le habló ella a su nuevo novio– ¿Me acompañas allá? Tenemos que saludar.
–Vamos –accedió el rubio.

–Nos vemos en un rato, pequeño Ian –le sonrió Amy al moreno, mientras avanzaba hacia el fondo, del brazo de Misha.

–Hasta dentro de un rato– se despidió Ian.

Owen se había marchado en algún punto, tal vez porque venía Ari.
Precisamente, fue a la morena de cabello rizado a quien Ian vio, decepcionado.
Se dirigió hacia ella.

–Ian… –comenzó a decir Ari, mientras él se ponía frente a ella.

Quería decirle que ella no sabía nada. Que la noche anterior, Misha pareció haber hecho el suficiente proceso mental como para acercarse con él y hablar. Que nadie, ni siquiera su hermana, sabían de aquello que pasó y que la rubia se enteró ya de camino a la fiesta. Quería pedirle perdón por haberlo ilusionado. Quería tantas cosas.

Pero al final, él no la dejó decir ninguna.

–La próxima vez que hables por alguien, Ari… –Sentenció él– …no jures. No prometas. No hables para nada.
–Ian…
–Cállate, Ariadna.
–…

El decepcionado chico bajó la mirada.
–¿Cómo me puedo ir a mi casa desde aquí? –preguntó.
–…No lo sé, Ian.
–Carajo.
–Sólo he venido tres veces para acá. Te voy a llamar otro taxi.
–Gracias.

Ari sacó su teléfono e hizo el procedimiento para acordar un taxi.

–Llegaría en unos tres cuartos de hora, Ian –le informó la pelinegra.
–… ¿Y qué hago yo aquí? –Él ya ni siquiera despegaba la vista del suelo.
–…
–…
–No tenía idea, cariño. Lo juro.
–…
–Lo siento mucho.

Ian exhaló fuerte. Miró a su alrededor.

–…Supongo que iré afuera– Decidió.
–…
–Necesito pensar en muchas cosas.
–¿Quieres que…?
–Quiero estar solo.
–…Adelante.
–…
–Te llamo a la hora que el taxi venga.
–…Gracias.

Ian dejó sola a Ari y caminó hacia la puerta trasera del salón. Ésta era más grande y daba paso a un pequeño jardín, un pequeño cuarto que parecía ser una mini capilla y a la segunda sección de estacionamiento.

Se sentó al lado de los escalones de la capilla, observando una fuente que había al otro lado y a las filas de coches que se asomaban a unos metros. Suspiró.

Miró su teléfono y eran las siete con veinte minutos. Calculó que alrededor de las ocho llegaría su taxi, para llevar a Cenicienta derrotado, con el corazón y los tantos parches del corazón rotos y desgarrados.

El príncipe del imperio ruso tenía problemas en su cabeza, pero él se sentía como si siempre hubiera sido su almohada en la cual descargarlos.

Pero, al fin, ésa ya no sería más su función, porque el príncipe había escogido. Ya no le debía nada. Al menos lo bueno que podría sacar de esto, es dejar de servirle como un tonto. Un idiota.

Ya no más, se dijo a sí mismo. No más. Ya basta.

Así pasó cerca de media hora. Los pies le hormigueaban por la posición y las entrañas le dolían. Comenzó a sentir extraño el estómago. Éste a veces es receptor de las penurias.

Se levantó y le preguntó a un mesero por la ubicación del baño. Éste le señaló unas puertas al fondo. Y que no se metiera a la de justo enfrente, porque ése era el de mujeres.

Caminó hacia el lugar y se adentró en el cuarto de la puerta de la derecha.
Se aseguró de terminar bien con el malestar estomacal que tenía y salió unos minutos después del espacio con la taza. Se acercó a los lavabos y se enjabonó y enjuagó las manos.

Casi terminaba de ocupar el papel para secarse, cuando vio entrar a alguien que otra vez no quería ver.
Pero la persona en cuestión fingió no hacerle ningún caso.

Aunque claro, el ambiente se puso más que sólo tenso, Misha siguió caminando a través del cuarto.

Hasta que Ian, resignado a su mala suerte, decidió darle unas últimas palabras.

 

–Es bonita –Soltó.
–…

Misha detuvo su marcha a la zona de las tazas.

 

–No me imaginaba que fuera tan bonita –Agregó el moreno, tratando de que su voz sonara lo más apacible que se pudiera.
–…
–…
–Gracias –respondió el rubio.
–Sí…
–…
–Qué rápido te decidiste con ella.
–…
–Sin drama.
–… Ella es mujer.
–…
–Te lo dije.
–…
–Nos vemos –Misha reanudó su camino y ya se disponía a entrar a un cuartito con inodoro.

 

Hasta que…

–¿La quieres? –Cuestionó Ian.

Hay cosas que si no preguntas, sientes que te vas a morir.

Misha no se movió.

 

–Sí –Dijo– La amo.
–¿En serio?
–¿Por qué no la amaría?
–Mírame.

 

Es que el ruso le estaba dando la espalda aún.

–Que me mires, Misha.
–…

Misha se giró y se acercó hasta quedar frente a él, pero no lo miró.

 

– ¿La amas, Misha? –Repitió el latino.
–Sí.
–Pues no seas maricón y mírame a la cara cuando me lo digas.

 

Misha lo miró a los ojos.
El mar se encontró con la noche, una vez más.

–¿La amas?
–…
–…

 

El mar y la noche no podían mentirse.
Ambas aún tenían vestigios de la tormenta que había caído ayer.
Ellos no podían mentirse.

 

Misha no se aguantó.
Recargó su espalda violentamente contra la pared más cercana. Cerró los ojos.
Esa noche era fulminante. Era un veneno.

 

–Allá tú –Le escupió la voz del dueño de ella.

Misha volteó su cara de vergüenza, al tiempo en que ese chico lo quemaba con esas noches sin estrellas, sin necesidad de que él mismo lo mirara.

–Allá tú, Mijaíl.
–…
–Tú eres el que va a vivir el resto de su vida pensando en lo que mandó a la mierda.

 

Y con estas palabras, Cenicienta salió del baño, dejando al príncipe con las ideas revoloteándole por la cabeza, odiándose a sí mismo con una parte de ellas.

 

Amy venía saliendo del sanitario de mujeres cuando vio a Ian salir por la puerta adyacente. Misha no había salido.
Pero ella misma entró.
Ella era el tipo de persona a la que le importaba un bledo meterse en donde no debía para decir lo que pensaba. Encontró a Misha recargado en el lavabo.

 

–¿Todo bien, Miguel? –Preguntó.

Misha automáticamente dio un brinco, hizo como si hubiera estado lavándose la cara y se normalizó.

–De maravilla– se volteó él, con una sonrisa.
–Ah, bien.

 

Ambos oyeron la canción que empezaba en el remix puesto para el baile.

–Ay, ésa es mi favorita –volteó Amy, sorprendida.
– ¿Lista para bailar? –le sonrió.

Quiso tomarla de la mano, pero ella se quitó.

–No– Dijo ella, con una gran sonrisa.

 

Misha se quedó con la mano en el aire.
–¿Sucede algo?

Amy volteó una vez más hacia la puerta y lo miró a los ojos.

 

–Es ella… ¿verdad?
–… ¿Quién?
–Es tu chica, ¿no?
–…

El ruso hizo como si no entendiera nada. Pero entendía a la perfección.

–No te hagas el tonto.
–…
–Él es ella. Es tu chica. Él es “Ianina”, ¿Verdad?
–…
–Él es la chica que te ha quitado el sueño todos estos años, hasta cuando estábamos juntos, ¿verdad?
–…Amy…

 

El ruso se avergonzó, pero ella adivinó sus pensamientos y negó con la cabeza.

–Misha –Comenzó ella– Nunca me molestó y tú lo sabes. Yo no creo en las ataduras. Pero por lo menos, pobrecito. ¿Por qué le cambiaste el sexo cuando me contabas de él?
–…
–Es por eso que te pasó…lo que me dijiste ¿verdad?
–…Sí.
–…Ése fue tu problema. Su sexo…
–…

Ella tomó aire, como reflexionando. Se pasó la lengua por los labios.
–En otras circunstancias, te diría que eres un cobarde, Micky –Opinó– Pero yo sé bien que hay muchas razones por las que podrías considerar no quedarte con él.
–…
–Pero a ésas no se les hace caso, Misha.
–…
–Hacerles caso es lo que te haría un cobarde, si lo dejas ir por eso –Le sonrió, con una expresión comprensiva– Eres ruso, tú luchas, tú eres valiente. No ofendas a tu tocayo Kuzmin dejando lo que amas; él no lo hizo.

 

Misha suspiró profundamente, mientras se quedaba mirando fijo a la puerta.

 

–¿Y luego? –preguntó ella.
–¿Y luego, qué? –él la miró de nuevo.
–¿Por qué no te mueves?
–…Pero…
–Misha, si es por lo de Sebastián, olvídate de eso– le ordenó la pequeña morena– También yo soy una inmadura pendeja. Me faltaba cerebro para concluir que no tengo porqué darle celos con nadie, yo misma me contradigo. Y menos contigo, que tú tienes otras cosas en las qué pensar.
–…
–¿Sí oíste? Yo me arreglo sola.

Misha volvió a mirar la puerta, y luego a ella.
Luego, a la puerta una vez más.

–Muévete.

Y él cruzó la puerta como loco.

….

 

–Me llamas cuando llegues a tu casa –le pidió Ari, con la mirada todavía abajo. Aún se sentía avergonzada por lo que pasó.

–Sí. Gracias –respondió Ian.

–Me llamas a mí también– le pidió Pavlovna– Por favor, pequeño.
–Gracias, chicas. No me voy a colgar de un puente, si eso es lo que están pensando.
–Sabemos que no, Ian –respondió Ari– Pero te queremos.

Ian las miró.
Las abrazó a las dos.
Ellas le correspondieron el abrazo apretándolo entre sus brazos.

–Perdónanos –le rogó Ari.
–…Ustedes no tienen la culpa. No pidan perdón.

Se separaron.

–Por favor, no dejes de hablarme a mí –pidió Pavlovna– Yo soy yo.
–No te dejaría de hablar otra vez, princesa…–se dirigió a Ari– ¿Cómo le dices?
–Je je, princesa Aurora –respondió la pelinegra.
–Le queda –sonrió Ian. Miró a la rubia– Nos vemos después.
–Gracias, bombón.
Volvió a abrazarlas. Abrió la puerta de la carroza.

 

Mientras tanto, el príncipe luchaba por pasar entre las mesas instaladas y la gente que bailaba al centro. Owen lo quiso desviar para charlar con los demás, pero corrió y apenas le hizo caso.

Ya casi llegaba a la puerta cuando vio entrar a su hermana y a Ariadna. Ellas no lo vieron entre la gente. Pero él sabía de dónde regresaban. No podía ser tan tarde.

Eran las ocho de la noche, con doce minutos.

El príncipe llegó a la puerta.

 

Pero Cenicienta ya iba en su carroza, ya cruzaba un par de calles lejos del salón.

Cenicienta sacó su teléfono, se colocó los audífonos y comenzó a escuchar a los Foo Fighters, tal y como el día en que quiso esquivar al príncipe por primera vez.

Pero el príncipe del imperio ruso ya no quería dejarlo ir.
Sólo le dio la noche, se dijo a sí mismo.

Había entendido algo, lo que en años no había comprendido, como un insight.
Estaba tan arrepentido…
No quería dejarlo ir nunca.
Nunca más.

Notas finales:

Se viene la parte más drama del fic, bellas. 

 

Recuerden que estoy en Instagram como dianamichidaiiann. Espero subir ilustración en un rato. 

 

*Mijaíl Kuzmin es el autor del libro "Alas", la primera novela rusa homoerótica (Algún día podré conseguir ese libro, yo lo sé :'c)

 

¡Hasta mañana! <3


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